(III) “GIBRALTAR ESPAÑOL”. VISTO POR LA PRENSA ESPAÑOLA A LO LARGO DE LA HISTORIA.
"Gendarmes llevan presos a los bandoleros"
El problema que se ha planteado entre Gibraltar y España ha sido siempre el mismo. Aquél lugar, desde el principio de su usurpación por parte de los ingleses, fue aprovechado para convertirlo en un foco de delincuencia organizada. Las autoridades inglesas (que no gibraltareñas) siempre han obedecido órdenes de la metrópoli en el sentido de dar amparo desde La Roca a la piratería, a los contrabandistas y a la delincuencia en general. Este mal congénito ha diezmado sensiblemente la economía nacional y la de la zona aledaña, al mismo tiempo que servía a los británicos de punto de introducción de sus materias primas en el territorio español o aprovechaban el mismo para llegar a las provincias españolas de ultramar.
En el diario “El Eco del Comercio” de 22 de abril de 1839 podemos leer:
“MINISTERIO DE HACIENDA.
Según noticias oficiales recibidas en este ministerio ha sido apresado últimamente y conducido al puerto de Cartagena por el falucho Annibal uno de los buques guardacostas de la empresa Ors y García, otro falucho contrabandista, procedente de Gibraltar, con nueve fardos de ropa y setenta de tabaco de cigarros ordinarios con un peso de 383 arrobas y Í7 libras.”
Las telas y el tabaco han sido dos grandes problemas para las autoridades nacionales. Todas las leyes y reales órdenes dadas para la gestión y administración de la Hacienda Real, han sido sistemáticamente vulneradas, ignoradas y pisoteadas por parte de los ilegales ocupantes de aquel puerto español, favoreciendo, como venimos apuntando, la delincuencia y el aumento de la canalla en esa zona. Esa estirpe de gente, que no conoce más país que el que le sirve a sus pérfidos intereses, aprovecha de estas circunstancias tan favorables de amparo y refugio para sus ilícitos fines, y de esta manera, vemos como muchos españoles de la zona de influencia de Gibraltar, tratan de ganar fortuna metiéndose a contrabandistas y a ladrones, igual que los allí residentes. Podemos leer en el mismo periódico antes citado, pero con fecha de julio del mismo año de1839
“MOTRIL 11 de julio. El 8 del corriente entraron en el puerto de Calahonda un guarda costa y una escampavía de los que hacen el crucero en las aguas de Gibraltar con un falucho contrabandista apresado frente al puerto de Castelldeferro, después de un pequeño combate en el que el buque contrabandista, perdido lodo el aparejo del palo mayor y haberle muerto un hombre y herido cuatro, se rindió arrojando al mar la fardería que traía á bordo, y además la caja de armas y dos cañones, de modo que solamente se encontraron 15 ó 20 corachines, que no les dieron tiempo de deshacerse de ellos. La tripulación del contrabandista se componía de 37 hombres, y el capitán ó patrón es un tal Andrés ya pregonado por sus excesos en la carrera del fraude. El día 7 salió de Gibraltar el contrabandista, y visto á su salida por el guarda-costa, le vino dando caza desde el río Guayaro entre esta frontera y Gibraltar, no habiendo desistido de su empresa hasta haber conseguida su captura en estas aguas”.
"El nefasto Álvaro Mendizábal"
Como se puede ver, el problema del contrabando no era una cuestión esporádica, sino que era (y es) un terrible cáncer de difícil solución. Sólo si ambas metrópolis ponen de su parte para erradicar esas prácticas, se podría contener el problema, más por mucho que España lo haya intentado por vía diplomática, Londres no ha hecho más que oídos sordos a dicho asunto, amén de amparar y proteger siempre a “los suyos”, es decir, a sus piratas. Esto no debe extrañar en absoluto al lector, pues Inglaterra ya hizo “lord” y “sire” a varios piratas en la antigüedad (Francis Drake, Walter Raleigh, etc.) así que muchos británicos ven en esa forma de ganarse la vida un modo rápido y seguro de ser reconocido por la monarquía de aquella isla, alcanzar prestigio social y poder estar sentado al lado de ellos de igual a igual.
Para poder evitar, en la medida de lo posible, la piratería y el contrabando, las autoridades españolas han hecho un gran esfuerzo en todo tiempo y en todo lugar. Desde los bloqueos a la interceptación de las lanchas piratas. Mientras tanto, desde las embajadas, se cursaban las correspondientes quejas a los homólogos ingleses, quienes hacían oídos sordos a las peticiones españolas. En el diario de Barcelona “El Guardia Nacional” de agosto 1840, podemos leer:
“Hace algunos días que la aduana de Lisboa esta atestada de géneros ingleses procedentes de Gibraltar. Dícese que la causa de este movimiento comercial es el rigor que ha desplegado la aduana española armando muchísimas lanchas cañoneras para guardar toda la costa de Cataluña. Estas lanchas apresan y mandan a pique a todos los barcos que hacen el contrabando de Gibraltar a la costa. Por ahí se ve cuan molesta vecina es la Inglaterra. Que declare, pues, lord Palmerston la guerra a España, pues que no quiere admitir el contrabando inglés”
Pero seamos justos. Gran parte de los males de los que hablamos, también han sido causados por los gobernantes y políticos españoles muchos de los cuales han sido siempre serviles a los intereses mercantiles de las logias británicas, mientras que aquí, en su país, se ponían las medallas por patriotas o héroes. En un larguísimo artículo publicado en el “Diario Constitucional de Palma” de julio de 1841 podemos hacernos una idea de lo que ocurría (y aún podemos decir que ocurre). Por sus extensión no lo reproducimos en sus totalidad, más extractaremos y resumiremos la idea principal del mismo.
El artículo recoge unas crónicas publicadas en París por cierto correo de ese país. En ellas se da cuenta de la situación política de España, y de las medidas administrativas que se están tomando durante la regencia que mantiene el General Espartero. El diario aprovecha para desvelar ciertas intrigas que afectan al comercio y a los aranceles portuarios españoles. Dice así:
"Espartero"
“INFLUENCIA INGLESA EN ESPAÑA.
Cuestión de aranceles y algodones. Revelaciones importantes
(…) Antes de acabar de poner de manifiesto en lá persona del Regente Espartero el personal de los ayacuchos, vamos á descubrir el secreto móvil, la divinidad incógnita que ha precipitado su advenimiento al poder, y que les hace marchar por donde quiere: vamos á hablar del pacto de comercio, con el cual se trata de reemplazar el pacto de familia, echando abajo el sistema de alianzas y de política exterior que dirigía de mas de un siglo á esta parte las relaciones internacionales de España (…)”
Los pactos a los que se refiere la noticia es al famoso tratado de Methuen, que hacía a Inglaterra quedarse con el comercio absoluto de Portugal, y a los pactos secretos firmados en 1814 entre Inglaterra y España, por los cuales, España se comprometía a no firmar ningún tratado o alianza con los franceses que tendiesen a perjudicar sus intereses comerciales. Continúa la exposición histórica por el reinado de Fernando VII, y como bajo ese nefasto Borbón, hubo alguna cosa buena en política exterior, y es el especial celo que se puso para proteger los intereses industriales de España, “en pañales en aquella época”. La industria y el comercio español eran incipientes, y dicha cuestión era de vital interés para la nación y por lo tanto se cuidó de su protección. Más muerto Fernando VII, todo se estancó, y la política inglesa utilizó las tensiones políticas habidas en España para sus intereses, esto es, la adopción de medidas encaminadas a modificar las políticas arancelarias para sus productos.
“Esta potencia no se descuidó en aprovecharse de las nuevas tendencias que las pasiones políticas dieron entonces á la cuestión, no perdió su esperanza de encontrar en Madrid un ministro bastante audaz, ó asaz corrompido por aceptar sus planes y arrostrar la impopularidad de su adopción”.
Continúa el texto:
“Es preciso que se tenga por bien entendido, porque es a un tiempo una lección y una mengua para nuestra diplomacia y que las medidas comerciales que en este momento amenazan entregar la península á la influencia inglesa, y dar el golpe más fatal á la política de siglos y á los intereses más positivos de nuestro país, serían profundamente impopulares en España, no tanto quizá en razón á los peligros económicos de la reforma, como á causa de la aversión instintiva que impele á los españoles á no fiarse de la Inglaterra. La Inglaterra no encuentra en España mas simpatías que las de la turbulenta minoría que la insurrección acaba de elevar otra vez al poder.
El resto del pueblo español está herido en su orgullo nacional por la humillante ocupación de Gibraltar; herido en sus instintos caballerescos por el recuerdo de la deslealtad que desde 1811 á 1814 hizo á la alianza con los ingleses mil veces más funesta para el país que la hostilidad de la Francia, herido en sus intereses materiales por el audaz contrabando que desde Gibraltar y por las fronteras de Portugal inunda á España con géneros ingleses; herido en sus intereses morales por la parte evidente que toma la diplomacia británica en todas las turbulencias políticas de España; herido en sus sentimientos religiosos por ese espíritu de propaganda que impele á la Gran Bretaña á inundar la península con biblias protestantes, contrabando religioso que afecta á ese pueblo católico quizá más vivamente que el contrabando de los tejidos de Manchester".
Nos ilustra ahora la noticia, como Mendizábal fue instrumento de los ingleses, antes de Espartero y los suyos:
“(…) La Inglaterra que no tenía todavía bajo su férula la pandilla dé los Ayacuchos, llamó á Mendizábal, comerciante inglés, aunque oriundo de España, y que hacia doce años que residía en Londres, en cuya capital permaneció todavía tres meses después de haber recibido del Conde de Toreno y aceptado con avidez su nombramiento de ministro de hacienda. Allí lo dejó todo estipulado tanto con la City como con el Foreign Office, y desembarcó en España con la cabeza llena de proyectos, y según el lenguaje de su periódico oficial, con el bolsillo lleno de millones.”
En definitiva, se concluye que Mendizábal preparó en las Cortes españolas la cuestión, de tal forma que se facilitara el pacto de Comercio para con Inglaterra. A cambio él recibió 50 millones de parte de la Corna Británica. Se prosigue después, con las mezquindades y medidas tomadas por Espartero, que por ser prolijo dejamos para otra ocasión.
Luis Gómez
RAIGAMBRE
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