- En 1846 don Pablo Piferrer publicó en Barcelona una antología de clásicos castellanos; la colección de trozos «selectos» allí en ese volumen reunida, es bastante incompleta; algunos de sus juicios—los dedicados, por ejemplo, a Fray Luis de Granada y al maestro León—pueden ser aceptados como muy justos y muy agudos.
En esa antología no figura Baltasar Gracián como no figuran otros grandes prosistas castellanos; pero Piferrer nos ofrece su opinión sobre el escritor aragonés. «Sus obras—dice el autor—son un resumen de todos los retruécanos, hipérboles, falsos conceptos, ecos, equívocos, metáforas y alegorías descabelladas, antitesis frías y sempiternas, máximas ridiculamente serias y campanudamente triviales, citas pedantescas, locuciones tenebrosas y enigmáticas, períodos revueltos, de todos los delirios que eran el arsenal de poetas y prosistas.»
El señor Piferrer, algo más adelante, pone algunos paliativos a este sumario y severísimo juicio; pero,después de las palabras copiadas, un lector ignorante de quién es, en realidad, Gracián, no podrá menos de considerar que casi no vale la pena de leer a tal escritor clásico.
A fines del siglo XVIII, otro antologísta catalán (Capmany, en su Teatro de la elocuencia) no había tratado con mucha más dulzura al autor de El Criticón. Hacia la misma época, otro colector de trozos clásicos, el desgarrado y sacudido Marchena, si no recuerdo mal ni siquiera le nombra en el discurso preliminar de sus Lecciones de filosofía moral:brava y original pieza de crítica, en que a las obras de Santa Teresa se las llama «títeres espirituales».
Pues estos conceptos sobreBaltasar Gracián son los que han predominado en la historia de la literatura castellana hasta nuestros días.
Gracián es obscuro, laberíntico, desbaratado y enigmático: he aquí la opinión histórica, tradicional, sobre el clásico aragonés, que todavía predomina y vale en los centros docentes.
Ante todo, en lo que respecta á la obra puramente literaria de Gracián (después veremos lo que atañe a la psicología y a la ética) lo que ha perjudicado a este escritor, lo que ha contribuido a formar su fama de obscuro y enrevesado, es su teoría del arte, su fórmula estética. Expresada tal estética en un libro, Agudeza y arte de ingenio, sus contemporáneos y la critica posterior, se han atenido a tal texto irrecusable y no han parado la atención, la necesaria atención, en las demás obras del autor.
Y sin embargo, aun ateniéndonos a la teoría, será preciso reconocer que en la fórmula artística de Gracián, en su estética, no hay nada de enigmático ni de tenebroso.
La idea capital de Gracián en punto a estética, a procedimientos literarios, a técnica, puede reducirse a su afán y su deseo de condensar, de sintetizar y resumir en pocas palabras una gran cantidad de ciencia espiritual; decir mucho en poco, y decir lo poco que se exprese de la manera más sólida, más exacta y más elegante; tal es el procedimiento del escritor aragonés.
Así, según esta preceptiva, Gracián se esfuerza en suprimir de su estilo todo lo inútil, lo farragoso, lo accesorio, y en ofrecer tan sólo al lector lo esencial, la médula del espíritu, del pensamiento.
No hay más que leer una página suya para darse cuenta de hasta dónde ha llegado Baltasar Gracián en esta su ansia de la condensación, de la cristalización.
¿Quién se atreverá á decir que es obscuro, enigmático, El Criticón, el Oráculo
manual ó El Héroe? Pocas cosas habrá en nuestra literatura tan claras, tan precisas, tan curiosas y tan exactas.
Pero Gracián no es una lectura para todos; cuanto dice Gracián, cuanto late en sus frases, en sus juicios, toda la trascendencia, todo el alcance de sus páginas, no se ve en la primera lectura; es preciso, para formar cabal idea de tal trascendencia, leer despacio esas páginas o leerlas dos veces, y de ahí el que críticos é historiadores impacientes y precipitados, por no decir superficiales, hayan salido y salgan del paso, ante la obra de Gracián, con los socorridos y fáciles tópicos de la tenebrosidad y del enigma.
Baltasar Gracián es acaso el escritor más culto, más erudito, más «enterado» entre todos sus coetáneos (sin excluir a Quevedo, que llega á más altura, no hay que negarlo, pero por otro orden de cosas).
Gracián, religioso profeso en una Orden, jesuíta, está nutrido de cultura, de lecturas de la antigüedad clásica, francamente «paganas». No ha frecuentado el mundo, como Quevedo; no ha vivido, como el gran satírico, la vida grande y libre; toda su existencia se ha deslizado entre libros, entre antigüedades (medallas, cuadros, estampas, etc.) coleccionadas en preciosos museos por amigos íntimos suyos.
No se publica libro alguno en Europa sin que al momento él solicite de tales buenos y eruditos amigos (Lastanosa, Salinas, etc.) un ejemplo de él, o por lo menos una referencia, un extracto.
Añadamos a este método recogido, abstraído, de Gracián, a esta vida profunda, exclusivamente cerebral, el carácter de la cultura y de la erudición en nuestro siglo XVII. Vivían entonces los españoles cultos, los artistas literarios sobre todo, de la cultura italiana; de Italia se alimentaban, por ejemplo, Quevedo y Saavedra Fajardo; en Italia encontraba años antes su inspiración (inspiración que bordea algunas veces con el plagio) el más grande de nuestros líricos del siglo XVI: Garcilaso.
Y siendo la cultura italiana en aquel tiempo francamente pagana, esencialmente helénica o romana, nuestros artistas, los más eminentes, los más impregnados de tal espíritu cultural, forzosamente habían de traducir en sus obras, en su orientación espiritual, este sentido francamente pagano.
Leyendo a Gracián, a Quevedo, a Saavedra Fajardo se puede comprobar la influencia considerable ejercida sobre todos ellos por el más pagano, por el más realista de loa escritores italianos, por Maquiavelo, de quien todos abominan, a quien todos maltratan, pero del cual todos se apropian discretamente, en secreto la substancia.
El influjo de Maquiavelo, tan demostrado por Gracián en El Criticón, es el que predomina en el escritor aragonés. Aparte de tal influencia podemos señalar también las de Montaigne, Hobbes y Descartes.
Gracián no cita en su libro capital a ninguno de estos filósofos; pero en El Criticón se pueden leer frases casi literalmente traducidas de Hobbes, de Descartes y de Montaigne.
Respecto del autor de los Ensayos son muchas las muestras que se podrían citar; su espíritu anda como diseminado, desparramado, flotando por las páginas del escritor aragonés. Pero el lector va a ver un caso curioso con relación a Hobbes y Descartes.
Las dos frases clásicas en que se que se ha querido compendiar las doctrinas de estos filósofos, las hallaremos en los primeros capítulos de El Criticón. «Yo pienso, luego soy», dice Descartes. Gracián pone en boca de uno de sus personajes estas palabras: «¿Qué es esto?—decía yo—¿Soy o no soy? Pero pues vivo, pues conozco, ser tengo.» «El hombre es, para el hombre un lobo», escribe Hobbes. «¡Dichoso tú que te criaste entre las fieras!—exclama Andrenio en El Criticón.—¡Y ay de mí, que entre los hombres, pues cada uno es un lobo para el otro!»
Claro está que estas son copias de simples frases; lo hondo, lo esencial es la identidad en el tono general del pensamiento, en la concepción del mundo y de la vida. La concepción sociológica y ética de Gracián puede considerarse casi la misma que la del autor del Leviatan; ella se resume en el culto a la fuerza; y de aquí su enlace con la concepción de Maquiavelo; y con el ideal que siglos más tarde había de sustentar en Alemania un discípulo de uno de los más grandes admiradores de nuestro escritor; habló de Federico Nietzsche y de Schopenhauer.
Al llegar a este punto, en que he de examinar, siquiera ligeramente, la ética de Gracián, me asaltan ciertos escrúpulos. ¿Interpretaré bien el pensamiento del gran escritor? Esta concepción ética de Gracián, expuesta ahora, en el siglo XX, ¿no tendrá una significación, una, trascendencia que acaso no tuviera en el siglo XVII? ¿No daremos a ciertos matices de expresión, a ciertos detalles un valor que tal vez no estuvieran en la mente de Gracián de resucitar en medio de este ambiente moderno, ¿volvería a reproducir, dándose cuenta de las consecuencias que hoy tendría su concepción ética, de todo su tremendo y formidable alcance, sus ideales morales y psicológicos?
Materia es esta sumamente delicada, y es de justicia y es obra de discreción hacer, antes de abordar tan grave asunto, todos estos distingos y todas estas consideraciones.
AZORIN.
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