MALVINAS, 25 AÑOS DESPUES : SANDY WOODWARD, COMANDANTE DE LA FLOTA QUE INGLATERRA ENVIO A MALVINAS
"En abril del 82, en mi país creían que íbamos a perder la guerra"
El jefe naval reconoce que la distancia y otras adversidades hacían muy difícil su misión. Defiende el hundimiento del "Belgrano" y cuenta que estuvo a punto de derribar un avión brasileño de pasajeros.
María Laura Avignolo
BOSHAM, INGLATERRA. ENVIADA ESPECIAL
mlavignolo@clarin.com
Si Hollywood hubiera hecho un film sobre la guerra de las Malvinas, John Wayne hubiese sido el actor ideal para representar a Sir Sandy Woodward, el comandante de la Fuerza de Tareas británicas que ganó la guerra. Irreductible, severo, matemático y hábil jugador de ajedrez, este gigante de pelo blanco y 75 años recuerda cada detalle del conflicto, mantiene aún su diario y está orgulloso de ser un "profesional", que obedeció órdenes sin hablar jamás con los políticos que las decidían.
-¿Cómo supo usted que había una invasión a Malvinas?
—Recibí el mensaje desde mi cuartel en Northwood. Yo estaba en el mar, cerca de Gibraltar. Nosotros sospechábamos que podía pasar pero no sabíamos cómo.
-¿Tenían un plan para defender la isla ante esa eventualidad?
—Nosotros asumíamos que teníamos, pero no lo teníamos. No había plan militar porque creíamos que no se podía hacer nada si tal cosa sucedía.
-¿La guerra era una posibilidad o había otras alternativas?
—Como militar, yo digo que la guerra no es ninguna solución. Es más: esta guerra no ha solucionado absolutamente nada, excepto retrasar cualquier solución diplomática otros 50 años. En abril, nosotros creíamos que el general Haig iba a negociar una solución. Pero nos preparamos para lo peor: iba a haber una guerra, un desembarco, y debíamos derrotar a las fuerzas argentinas.
-¿En los preparativos de su fuerza cuál era el principal problema?
—Había muchos. Si uno quiere hacer una sustancial operación anfibia a 15.000 millas de casa y no ha hecho ni entrenamiento ni preparación, hay que poner una organización de comando para operarla. No teníamos ni práctica ni experiencia en hacerla.
-¿Cree realmente que los submarinos argentinos eran una amenaza para su flota?
—Culturalmente, al venir del norte del Atlántico y la guerra fría, nosotros siempre sobreestimamos la amenaza submarina de los argentinos. Después nos di mos cuenta que eran inefectivos porque su armamento no funcionaba por razones técnicas.
-¿Estaba preocupado por la actividad del portaaviones 25 de mayo?
—Sí. Tenía trackers y aviones A4, que eran una amenaza a mi grupo de batalla. Yo sólo contaba con interceptores. Yo sólo tenía 24 aviones en total. Perdimos 6.
-¿Esta fue la razón por la que pidió ampliar la zona de exclusión?
—La zona de exclusión no fue bien entendida. Lo que quisimos decir es que si alguien entraba desde Argentina iba a ser atacado, pero igualmente, si estaba a 50 millas fuera de ella y eran una amenaza, atacaríamos igual. Ellos no podían tener la libertad de dispararnos y nosotros no.
-¿Esta supuesta amenaza de los submarinos y el portaaviones 25 de Mayo fue la razón por la que usted hundió el Belgrano?
—El Belgrano era una amenaza. Yo estaba advertido de lo que el Belgrano y dos destructores podían hacer si lo hacían bien.
-¿Usted cree que el Belgrano iba a atacarlos?
—No es una cuestión de lo que yo creo. Uno se fija en capacidades. El estaba dentro de las 200 millas, yo sabía que en unas horas podía estar en el radio de disparo de un Exocet. Es irrelevante si se dirigía al sur, al norte o al este.
-Pero el Belgrano estaba fuera de del área de exclusión
—Estaba fuera de la zona de exclusión pero dentro de las 200 millas de mi grupo de batalla y en ese caso, era una amenaza.
-¿Por qué pidió usted el cambio de las reglas de procedimiento para el Belgrano?
—Lo pedí porque no queríamos vivir con esa amenaza. Estábamos en guerra desde el 2 de abril porque ustedes, los argentinos, ocuparon tierra que nosotros creemos que nos pertenece. Cuando el Belgrano fue hundido, estábamos en guerra.
-¿Le tomó mucho tiempo discutir las nuevas reglas con Londres?
—Yo aprecié que necesitaba un cambio de reglas lo más rápido posible porque el Belgrano podía estar contra nosotros antes del amanecer. Y lo pedí en términos enérgicos.
-¿El Conqueror estaba siguiendo al Belgrano?
—Estaba siguiéndolo por un tiempo reportando su posición. Yo sólo estaba preocupado en la posición. Cuando estuviera a 12 horas de mi grupo de batalla, yo tenía que hundirlo.
-¿Cómo se enteró que hundieron el Belgrano, causando tantos muertos?
—Nosotros no sabíamos cuántos habían muerto. El Conqueror informó a Northwood y yo me enteré vía Northwood un día después. Nunca tuve contacto directo con el Conqueror.
-Cuando usted se entero de los muertos, ¿cómo se sintió?
—Uno nunca quiere muerte. Si uno está en una guerra, la muerte es algo que pasa. Como ser humano uno puede sentirlo, pero la muerte es parte de este asunto.
-¿Por qué cree usted que los escoltas no ayudaron al rescate de los sobrevivientes del Belgrano?
—Fácil. Tenían miedo de ser hundidos pero no iban a ser hundidos. Ellos no sabían eso. El permiso que teníamos era hundir el Belgrano, no sus escoltas.
-¿Usted no consideró después que el hundimiento del Belgrano fue una catastrófica derrota para Gran Bretaña en la batalla de opinión pública de la guerra?
—No. Le recuerdo que había una guerra en marcha. Y en la guerra, se hunden barcos.
-Usted no estaba haciendo una guerra contra un poderoso enemigo, Sir. Su guerra era contra un país del tercer mundo con una marina de conscriptos.
—Era una guerra hecha contra nuestro país por gente mal asesorada. Y si no podían llevarla adelante, no tendrían que haberla hecho. No es una cuestión de 'Oh, pobre pequeña Argentina'. Ellos vinieron y nos robaron una pedacito de nuestra tierra.
-¿No fue innecesaria, brutal, colonialista esta guerra?
—Si alguien ha sido colonial con estas islas es Argentina. Ellos quieren imponer sus reglas a gente que no las quiere. Eso es colonialismo de la peor clase.
-¿Usted imaginó que después del hundimiento del Belgrano era la hora de imponer negociaciones?
—No, yo quería que el Belgrano fuera puesto fuera de combate porque era una amenaza directa para nosotros.
-¿Cuando usted ordenó el hundimiento, estaba al tanto de las negociaciones diplomáticas y de la propuesta peruana para conseguir un cese de hostilidades?
—Yo no estaba en ese circuito. Eso pasaba en Londres.
-En Argentina siempre se dijo que Londres ordenó el hundimiento para enterrar la propuesta peruana.
-Eso no tiene nada que ver conmigo. Yo no estaba en la política.
-Simon Jenkins dice en su libro que después del hundimiento del Sheffield y del Atlantic Conveyor, podían perder la guerra. ¿Usted tuvo ese sentimiento?
—Uno sería un alto oficial enloquecido en cualquier servicio si no se da cuenta que puede perder una guerra. En mi país, en abril del 82 creían que perdíamos, y los americanos también.
-¿Por que creían que perderían?
—Por varias razones. La posesión, por ejemplo. Es muy difícil desembarcar en una tierra activamente defendida por numeroso personal argentino y teniendo 24 aviones contra una fuerza aérea instalada en el continente. Mi visión es que los barcos no sobreviven frente a los aviones.
-¿Usted siempre pensó que la guerra debía terminar el 14 de junio?
—Teníamos buenas razones para eso. El invierno llegaba, no había ninguna posibilidad de que nuestros barcos pudieran estar más tiempo en el agua sin mantenimiento.
-¿Fue una sorpresa la actuación de la marina argentina?
—Yo planifiqué pensando que estaban determinados a resistirnos. El hecho de que el hundimiento del Belgrano los hizo retirarse fue absolutamente impredecible. Nunca hubiera pasado en mi Marina, nunca hubiéramos pensado que algo así nos haría retirarnos. Tenemos una cultura diferente. Me imaginé que volverían con lo que les quedara para atacar.
-¿Cuándo sintió que estaba ganando la guerra?
—Usted nunca siente eso. Sería complacencia. Uno nunca se permite sentir eso. El día que el general Menéndez se rindió, la guerra no había finalizado y no ha terminado hoy todavía.
-¿Usted propuso derribar aviones civiles argentinos que estaban sobrevolando su fuerza de tareas...
—Yo no envié los misiles, yo los paré. Era un avión brasileño que iba de Durban a Río (risas). La Fuerza Aérea Argentina había modificado un Boeing 707 y su radar para reconocimiento y había venido a vernos durante varias noches seguidas. Primero chequeamos si era el mismo avión y todo parecía indicar que podría ser un ataque. Yo llamé a mi cuartel central y dije que debía bajarlo. Ellos dijeron que no porque la guerra no se había iniciado. La noche siguiente volvió supuestamente el avión, con el mismo radar en la misma dirección. Fue cuando yo dije, después de chequear todo: 'No lo bajen'. Estuve a 30 segundos de ordenar que lo derribaran y hubiera caído en un minuto, con horrenda pérdida de vidas de inocentes brasileños.
-¿Los submarinos británicos, qué misión cumplieron después del hundimiento del Belgrano?
—Estaban navegando a 12 millas de la costa argentina pero no estaban autorizados a atacar dentro de ese período.
-¿Usted pensó en atacar las bases militares como Río Grande, Comodoro Rivadavia, Puerto Belgrano, Buenos Aires o Córdoba?
—No. No era mi asunto. Nuestra preocupación era limitar esta guerra lo más posible. Mi idea es que el gobierno británico no quería que se hiciera nada en el continente argentino. Nosotros discutimos atacar Río Grande porque era la mayor amenaza y estaban los Super Etendard.
-¿Usted esperaba una oposición argentina más fuerte a la avanzada británica?
—Los argentinos pelearon. Había algunos muy buenos soldados entre las fuerzas argentinas, bien preparados y en buenas posiciones. Había buenas unidades y otras no tanto.La fuerza aérea peleó extremadamente bien y nosotros sentimos una gran admiración por lo que hicieron. Ellos son profesionales como nosotros. Los soldados no estaban muy bien entrenados, mayoritariamente eran conscriptos.
-¿Se sorprendió cuando el general Menéndez se rindió?
—Yo nunca me sorprendo. Yo esperaba que se fuera a su casa aún antes de iniciarse la guerra. Creo que se rindió correctamente. En una semana más hubiéramos estados cortos de municiones pero eran los barcos los que necesitaban ir al garage. Habían estado demasiado tiempo en el mar.
-¿Usted cree que hoy es posible negociar las islas; o cuál es la solución?
—Los isleños no quieren a los argentinos. Los isleños no son ni como usted ni como yo. Son básicamente ermitaños, no les gusta mezclarse con la gente y son muy pero muy diferentes. No creo que ellos se sientan particularmente británicos sino sólo cuando es conveniente para ellos serlo. Ellos se sienten
falklanders (malvinenses). Probablemente van a tener autodeterminación. Creo que esa será la respuesta más inteligente porque ni un solo político en este país podrá decir que las islas Malvinas pertenecen a Argentina y ni un solo político argentino podrá decir que pertenecen a Gran Bretaña. La única solución es que los isleños lo decidan solos. Aunque sea caro mantener su defensa, lo haremos.
-¿Qué piensa usted del capitán Astiz, que se rindió en las Georgias?
—Es una mierda. ¿Debo decir algo más? Yo no fui consultado en ese momento, pero este hombre debería haber sido entregado a los franceses.
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