Guerrillas realistas


Se pueden distinguir en primer lugar los tipos de guerrillas que se componen de los habitantes autóctonos de su propia área de actuación, y que son las más numerosas y estaban formadas por indígenas generalmente; y cuyas poblaciones estarían integradas dentro de los territorios virreinales, como en el caso de los pastusos de Nueva Granada; o estarían integrados por indígenas de zonas periféricas de los virreinatos, como el caso de los araucanos del sur de Chile o los indios Guajira del Caribe neogranadino. En segundo lugar están algunas formaciones guerrilleras que tienen su origen en agrupaciones militares realistas que se han dispersado, y son del país pero no son autóctonos.


En el escenario descrito más abajo, especialmente a lo que a los habitantes de Pasto y a los llaneros se refiere, es donde surge el decreto de “Guerra a Muerte” de Bolívar (dado en la ciudad de Trujillo el 13 de junio de 1813) con cuyos términos esperaba Simón Bolívar contrarrestar las acciones casi invencibles de los llaneros contra los criollos. En el período comprendido entre 1813 y 1814 tanto Bolívar, en el Norte, como Nariño, en el Sur, lograron, en empresas simultáneas, conducir los enfrentamientos entre “patriotas” y realistas al plano de una guerra de dimensiones continentales contra un enemigo común: España. Esto era lo que efectivamente se proponía el mencionado decreto de Bolívar. Aunque estaba dirigido a los venezolanos no dejaba de tener un halo de universalidad. En su parte final rezaba: “Españoles y Canarios, contad con la muerte, aún siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de Venezuela. Americanos, contad con la vida, aún cuando seáis culpables”. Si a alguien podían cobijar los términos del decreto era justamente a los pastusos por su doble condición de americanos y realistas. Que Venezuela era una nación en contienda lo afirmaba aquel otro pasaje del decreto que pretendía “... mostrar a las Naciones del Universo, que no se ofende impunemente a los hijos de América”. Lo cual deja patente, una vez más, la visión clasista de Bolívar al considerar únicamente como “hijos de América” a sus partidarios, cuando la realidad estaba tan lejana de sus afirmaciones propagandísticas.


En Venezuela, tras el triunfo inicial independentista, las guerrillas de Siquisique, en la Provincia de Coro, al mando de Juan de los Reyes Vargas, apoyaron la llegada de una compañía del Cuerpo de Marina de Puerto Rico al mando del capitán de fragata Juan Domingo de Monteverde y Ribas, y tras su desaparición, los restos de las milicias realistas de esclavos y de llaneros se consolidaron en el territorio de los Llanos para formar un verdadero ejército que al mando de José Tomás Bobes que destruiría los ejércitos independentistas dominando toda Venezuela, antes y sin apoyo de la expedición española de Pablo Morillo y Morillo. Tras la caída de Puerto Cabello en 1823, las guerrillas siguieron actuando hasta el año 1829, y apoyaron una última incursión del Coronel Arizabalo.


En la Región de Pasto, al sur de Nueva Granada, las guerrillas serán dirigidas por el General Agustín Aqualongo hasta junio de 1824, cuando es hecho prisionero y ajusticiado. Las guerrillas combatirán hasta el año 1830.


San Juan de Pasto, donde nació Agualongo, es una ciudad llena de iglesias del barroco virreinal y se caracterizó por su fidelidad al Rey hasta el final. El autor Indalecio Liévano Aguirre indica que se trataba de una “población compuesta por la unión de esclavos fugitivos del Valle del Cauca con indios nativos del Valle del Patía.” Si el grito de independencia se dio en 1810, todavía en 1824 resistía Agustín Agualongo, a quien para cuando le llegó de Madrid el despacho de Brigadier General de los Reales Ejércitos, ya había sido fusilado por los liberales independentistas. La ciudad de Pasto había sido un bastión realista desde el comienzo de la emancipación neogranadina, el territorio entre Quito y Popayán estaba en poder de las guerrillas pastusas quienes destruyeron varios ejércitos “patriotas”. Llegaron a ser un componente muy importante de las guerrillas realistas que terminarían por propinarle a Nariño y a su ejército el estruendoso descalabro de 1814 con el cual se cerraría el primer ciclo de la oposición de Pasto a la independencia. La resistencia de la población unida a las guerrillas realistas bajo jefes como Agustín Agualongo lograron mantener su independencia por mucho tiempo. Luego, por ese realismo que aunque pasados tantos años todavía hoy se respira, fue objeto de un tratamiento brutal por parte del Ejército de Bolívar. Aún hoy los habitantes de Pasto declaran que perdieron en su intento de ser libres en una comarca donde Dios, el Rey y el trabajo honrado los sustentaban el pan diario en medio de la alegría de hermanos.


Ya el 4 de abril del año 1814, el Cabildo de Pasto responde a una misiva del General Antonio Nariño, en la cual conminaba al pueblo del Sur a deponer las armas y acoger las nuevas ideas independentistas so pena de ser víctimas de una incursión por parte de los ejércitos libertadores. Los pastusos responden con franqueza e hidalguía: “Nosotros hemos vivido satisfechos y contentos con nuestras leyes, gobiernos, usos y costumbres. De fuera nos han venido las perturbaciones y los días de tribulación...”


A comienzos de la década del veinte los realistas prácticamente tenían completo dominio sobre la antigua Gobernación de Popayán, aunque el área marcadamente realista se encontraba al sur, cubriendo desde Popayán hasta Pasto, pasando por el Valle del Patía. Para Bolívar, y en general para todos los “patriotas” colombianos, era prioritario liberar esta zona, pues entendían que solo una acción combinada por el norte y por el sur permitiría someter a los realistas refugiados en Quito. La misión fue encomendada al general Manuel Valdés, quien no contó con un ejército fuerte que permitiera enfrentar a las guerrillas del Patía o a los irregulares ejércitos pastusos que, comandados por el coronel Basilio García, se movilizaban gracias —decían ellos— al fanatismo que les generaba los sermones del obispo Salvador Jiménez de Padilla.


La derrota de los ejércitos patriotas coincidió con la llegada de comisionados de Bogotá, quienes negociaron un armisticio que estableció una línea divisoria en el río Mayo, quedando la zona de Popayán en poder de los patriotas y la de Pasto en el del Rey, mientras que las guerrillas patianas fueron desmovilizadas.


En la década de 1820 Pasto respondería con redoblada reacción a los intentos de los patriotas de dominar la provincia. De este período data la acción de la guerrilla realista, liderada por el General Realista pastuso Agustín Agualongo y responsable de la derrota del Mariscal Sucre (en la Batalla de Guachi del 12 de septiembre de 1821) antecedida por la victoria realista en la Localidad de Genoy (el 2 de febrero de 1821). La aniquilación de los “patriotas” en esta última contienda habría sido de grandísimas proporciones si no se hubiera producido el armisticio pactado entre Bolívar y Morillo el 25 de noviembre de 1820, cuyos términos ponían fin a la “Guerra a Muerte” que suponía el exterminio del enemigo. El armisticio disponía la regularización de la guerra y dentro de ésta, la preservación de la vida de los prisioneros.


El episodio de la Batalla de Bomboná o Batalla de Cariaco, que nunca ganó Simón Bolívar, cuyo ejército huyó despavorido para regresar al Trapiche (Cauca). Aunque esto ha sido manipuladoramente narrado como “retirada heroica” de Simón Bolivar. Una retirada en la Bolivar dejó abandonados, en el caserío de Consacá a 200 heridos, entre ellos el General Torres, enviándole 2000 pesos al Comandante español para los gastos de los heridos mientras tardaba en volver...


La población de Pasto, en masa, luchó contra el ejército de Bolivar. La guerrilla realista de Pasto volvería a emprender nuevas acciones en la segunda parte de 1822 como respuesta a las victorias de Bolívar y Sucre que condujeron a la capitulación de Quito y Pasto. En esta ocasión aquélla entraría a una fase muy singular. Sus líderes Agustín Agualongo y Benito Boves procederían (luego de la capitulación de Pasto en junio de 1822) a fugarse de la prisión y a tomar la ciudad, empresa en la que no contaron con el apoyo ni del clero ni de los notables aún cuando ésta se llevara a cabo en nombre de la causa del Rey.


El fragor de la guerra duraría en Pasto hasta finales de 1822 al ocupar Sucre la capital provincial el 24 de diciembre de 1822. Sucre marchó a someter Pasto pero tuvo dificultades en el Guáitara y debió refugiarse, hasta superarlos, en Túquerres. Posteriormente paso el Guáitara, triunfó en Taindala y penetró en Pasto, el 24 de diciembre de 1822, en medio de crueles combates. A esto sucedería la siniestra “Nochebuena pastusa” en la que el ejército “patriota” cometió toda clase de desafueros, tan bárbaros que se presentaron como salvajes hordas destructivas, que asesinaron niños y violaron mujeres, entregados a la violencia con desesperación.


La lectura de libro “Estudios sobre la Vida de Bolívar” del humanista pastuso José Rafael Sañudo, pone al descubierto las atrocidades de los “patriotas” en su paso criminal por Pasto. Leyendo ese libro, se comprende la resistencia de un pueblo al embiste brutal de una independencia no querida. A los héroes de Pasto, por haber vencido en Bomboná “se los cosió por la espalda, alanceados y arrojados al vórtice horripilante del Guaítara”. En ese libro se conoce la terrible noche del 24 de diciembre de 1822, la “Nochebuena fastuosa” donde “las manos de Sucre conocieron la vergonzante sangre de sus hermanos pastuosos torturados, vencidos y humillados. Las violaciones y la crueldad con que se enseñaron contra los habitantes de Pasto, obligaron a los pastuosos a defenderse con todo su ardor y valentía en defensa de su propia vida. Pero se acallan las voces de la historia cuando toda ésta hecatombe pudo evitarse si Simón Bolívar hubiese hecho caso de las palabras de Santander al advertirle éste sobre lo equivocado que era manejar a Pasto como se lo proponía, pues llevaría a confrontaciones innecesarias. La historia ha demostrado que tales palabras no fueron escuchadas y que primó la terquedad de Bolívar.”


El mismo jefe patriota Obando dice: “No sé cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustrado como el general Sucre, la medida altamente impolítica y sobremanera cruel, de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada: las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho saliese a la calle llevando a su hija de la mano para entregada al soldado blanco, antes que otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de refugiadas, fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a referir por menor tantos actos de inmoralidad ejecutados en un pueblo entero que de boca en boca ha trasmitido sus quejas a la posteridad.” [Francisco Zuluaga, José María Obando: De soldado realista a caudillo republicano (Bogotá: Banco Popular, 1988), y Guerrilla y sociedad en el Patía (Cali: Ed. Facultad de Humanidades, Universidad del Valle, 1993).]


“La esforzada resistencia de los pastusos habría inmortalizado la causa más santa ó más errónea, si no hubiera sido manchada por los más feroces hechos de sangrienta barbarie con que jamás se ha caracterizado la sociedad más inhumana; y en desdoro de las armas republicanas, fuerza es hacer constar que se ejercieron odiosas represalias, allí donde una generosa conmiseración por la humanidad habría sido, a no dudarlo, más prestigiosa que el ánimo de los rudos adversarios contra quienes luchaban para atraerlos a adoptar un sistema menos repugnante a la civilización. Prisioneros degollados a sangre fría, niños recién nacidos arrancados del pecho materno, la castidad virginal violada, campos talados y habitaciones incendiadas, son horrores que han manchado las páginas de la historia militar de las armas colombianas en la primera época de la guerra de la independencia; no menos que la de las campañas contra los pastusos, pues algunos de los jefes empleados en la pacificación de estos parecían haberse reservado la inhumana de emular al mismo Boves en terribles actos de sangrienta barbarie. Los prisioneros fueron a veces atados de dos en dos, espalda con espalda, y arrojados desde las altas cimas que dominan el Guáitara, sobre las escarpadas rocas que impiden el libre curso de su torrente, perdiéndose sin eco, entre las horribles vivas de los inhumanos sacrificadores y el ronco estrépito de las impetuosas aguas, los gritos desesperados de las víctimas. Estos atroces asesinatos, en el lenguaje de moda entonces, fueron llamados matrimonios, como para aumentar la tortura de aquellos infelices, tornándoles cruel el de suyo grato recuerdo de los lazos que los ligaron a la sociedad en los días de su dicha. Declaraciones de sus mismos verdugos han descorrido el velo que debiera siempre ocultar estas crueldades inauditas.” [Daniel Florencio O’Leary, Memorias (Caracas: 1879).]


De ingrata recordación son las palabras de Bolívar escritas a Santander y la masacre de pastusos permitida por Sucre, que permanecen en la memoria colectiva y salen a relucir cuando el pueblo pastuso se siente golpeado o abandonado por el gobierno centralista. Bolívar dice en su carta enviada desde Potosí: “Los pastusos debe ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte dando aquel país a una colonia militar. De otro modo, Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos aunque demasiado merecidos…” [Jaime Álvarez S. J., citado por Francisco Insuasty Sansón, Antecedentes históricos de la Contraloría de Pasto 1937 – 2000 (Pasto: Printer, 2000), p. 38].


Los historiadores tratan de justificar “el error histórico” de los pastusos aduciendo que la gesta libertadora, en su paso por Pasto, siempre lo hizo con la bayoneta de frente, con alevosía y sevicia, sin nunca tratar de entender las aspiraciones de este pueblo: Incendios, depredación, saqueo, hombres pastusos, amarrados por parejas y tirados al Río Güáitara, jóvenes y viejos arrancados de sus hogares y llevados de manera infame y burlesca a Junín y Ayacucho hicieron parte de la gesta emancipadora. Era tal el odio de los patriotas hacia los pastusos que, para completar el cuadro dantesco, hace 186 años, la noche del 24 de diciembre de 1822 el Gran Mariscal de Ayacucho, Sucre, de tan sólo 27 años de edad, permitió que la soldadesca del Batallón Rifles, hiciera lo que le diera en gana con Pasto y su población, en una jornada de sangre saqueo y locura de la que no escaparon niños, mujeres, ni viejos y en la que no se respetaron ni siquiera las iglesias. Por ejemplo, en el lugar donde hoy se encuentra la Catedral de Pasto, en tiempos pasados, estuvo la Capilla de San Francisco de Asís, destruida después de la profanación y saqueo que sufrió la ciudad durante los incidentes del 24 de diciembre de 1822.


La violencia empleada por las tropas de Sucre para someter a los pastusos, los decretos de Bolívar, su aplicación por parte del Gral. Bartolomé Salóm y el Cnel. Juan José Flores y las represiones, fusilamientos, asesinatos y conscripciones forzadas llevados a cabo por este último, produjeron que se generalizara la rebelión en Pasto, ahora encabezada por Agustín Agualongo, quien derrotó a Flores en Anganoy el 12 de julio de 1823, haciéndolo huir a Popayán. Esto obligó al regreso de Bolívar, quien derrotó a Agualongo el 17 de julio de 1823 en Ibarra. Y nuevamente regresaron a Pasto las masacres.


Leemos en las órdenes de Bolívar a Salóm: “Marchará Ud. a pacificar la Provincia de Pasto. Destruirá VS. a todos los bandidos que se han levantado contra la República. Mandará VS. partidas en todas direcciones, a destruir a estos facciosos. Las familias de todos ellos vendrán a Quito, para destinadas a Guayaquil. Los hombres que no se presenten para ser expulsados del territorio serán fusilados. Los que se presenten serán expulsados del país y mandados a Guayaquil. No quedarán en Pasto más que las familias mártires por la libertad. Se ofrecerá el territorio a las familias patriotas que lo quieran habitar. Las propiedades privadas de estos pueblos rebeldes, serán aplicadas a beneficio del ejército y del erario nacional.”


Agualongo, fue fusilado en Popayán el 13 de julio de 1824, luego de haber sido herido en batalla y tomado preso en Barbacoas por el General José María Obando.


En 1830 Sucre viajaba en una caravana que salió de Bogotá, integrada por el diputado Andrés García Téllez, hacendado de Cuenca, el sargento de caballería Lorenzo Caicedo, asistente de Sucre, el negro Francisco, sirviente de García, y dos arrieros con bestias de carga. Después de pasar por Popayán, el grupo de viajeros salió de La Venta (hoy La Unión), el 4 de junio de 1830. Al pasar por las montañas de Berruecos, cerca de Pasto, era asesinado. En el proceso del crimen de Berruecos fueron inculpadas las siguientes personas: el coronel Apolinar Morillo, Andrés Rodríguez y José Cruz, soldados peruanos licenciados del ejército, y el tolimense José Gregorio Rodríguez. Los tres últimos trabajaban como peones de José Erazo, un mestizo de la provincia de Pasto, que se consideró uno de los cómplices del crimen. A los 10 años del asesinato de Sucre, José Erazo cayó prisionero en Pasto, y en los interrogatorios confesó el crimen. En el proceso se dictó sentencia de muerte para el coronel Apolinar Morillo, además se acusó al general José María Obando como autor principal del asesinato; el coronel Morillo, antes de subir al patíbulo, acusó también a Obando. Sin embargo, el crimen sigue sin esclarecerse, por el sinnúmero de factores condicionantes que hay a su alrededor: causas políticas, caudillistas, regionalistas e inclusive familiares. La esposa de Sucre, la marquesa de Solanda, volvió a casarse, cumplido el primer año de duelo, con el general Isidoro Barriga, quien había sido su subalterno.


En Chile, Pedro Ordóñez de Ceballos nos cuenta de las guerrillas realistas, las guerrillas bajo los caudillos Vicente Benavides, Juan Manuel Picó, el coronel Senosiain y los hermanos Pincheira, con el apoyo de grupos mapuches “...como no fueran de tres naciones, Pijaos, Taironas y Araucos, que son las tres naciones de la gente más valiente de las indias…”. Los indígenas reches o araucanos -hoy mapuches-, pelearon por las banderas realistas, a sabiendas que la seguridad de justicia que tenían se perdería en el caso de la independencia, tal y como sucedió, y los pehuenches proseguirán la llamada guerra a muerte contra las autoridades de Santiago en territorio continental y en el norte de la Patagonia argentina. El general chileno Manuel Bulnes logró derrotarlos en la batalla de las lagunas de Epulafquen el 14 de enero de 1832 en territorio de la actual Provincia del Neuquén (Argentina). El bando realista contó con el apoyo de los lafkenches cuyos principales caciques eran Huenchukir, Lincopi y Cheukemilla. Y los pehuenches, liderados por Martín Toriano, Chuika y Juan Nekulman, apoyaron también a los realistas, lo mismo que los grupos del área de Xruf-Xruf y los boroanos. Así como se alinearon con los realistas los wenteches encabezados por Mariwán (o Marihuán) cacique del área de Victoria y Mangin Weno (o Mañil Bueno) y su hijo Ñgidol Toki Kilapán.


Los hermanos Pincheira fueron cuatro hermanos y dos hermanas. Eran originarios de la Zona de Parral en Chillán: Santos (fallecido en 1823), Pablo, José, Antonio (nacido por 1804 y fallecido en 1884), Rosario y Teresa Pincheira. Todos fueron hijos de Martín Pincheira. En un principio trabajaron como inquilinos en la hacienda realista de Manuel de Zañartu. Antonio, el mayor, llegó a ser cabo del ejército realista y combatió en Maipú.


El virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela encargó al chileno Vicente Benavides para sostener la resistencia armada en las posesiones del sur, aprovechando el apoyo de los grupos indígenas. Benavides controló los territorios fronterizos al sur del río Biobío dividido en tres frentes. Los llanos centrales estaban a cargo de Benavides, el cura Juan Antonio Ferrebú comandó el sector costero y los hermanos Pincheira se dedicaron al área cordillerana.


Benavides fue fusilado en 1822 y le sucedió por poco tiempo Juan Manuel Picó ya que fue asesinado en 1824, ese mismo año Ferrebú fue fusilado. Desde ese momento José Antonio Pincheira se mantuvo al frente de la guerrilla hasta su derrota en 1832.


Si en un principio la guerrilla la integraron principalmente campesinos, pronto se unieron otros miembros buscados por los patriotas. La persecución de sospechosos realistas por parte de los patriotas y los abusos de la dictadura de O’Higgins llevaron a muchos a unirse a los rebeldes. Parte de la tropa patriota, desesperada por la necesidad y falta de sueldo, según informes de la época, fue a dar también a sus filas.


De esa forma, el contingente de los Pincheira creció y se transformó en una gran fuerza. Los informes hablan de entre 500 y 1.000 hombres a caballo, todos estaban bajo un mando monolítico jerarquizado militarmente.


Desde 1822 entraron en alianza con caciques pehuenches que le permitieron asentarse a ambos lados de la cordillera de los Andes. En tierras pehuenches actualmente correspondientes a la provincia argentina del Neuquén crearon una aldea de 6.000 habitantes en los ricos Valles de Varvarco donde llegaron a establecer un fortín y en Epulafquen. Los caciques Neculmán, El Mulato, Canumilla y Martín Toriano fueron aliados de los Pincheira.


Entre 1817 y 1832 asaltaron numerosas veces Chillán, Parral, Linares hasta llegar a Talca, Curicó y San Fernando. Durante dos años, y tras una emboscada patriota, se radicaron en la Argentina y sus correrías alcanzaron a “Mendoza, San Luis, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires”, según el historiador Barros Arana.


En 1823 Pablo y José Antonio Pincheira logran repeler el ataque de 1.000 soldados que atravesaron los pasos de Epulafquen y Pichachén al mando del coronel Clemente Lantaño y del sargento Carrero respectivamente.


En 1825 el gobierno chileno comisionó al capitán Barnechea para intentar convencer a los Pincheira a que se integren al Ejército Chileno, además de ofrecer un tratado de paz a los caciques pehuenches. Estos caciques se reúnen en Cayanta y deciden aceptar la propuesta, pero sólo la cumplen los caciques Manquel (del Reñi Leuvú) y Lancamilla (de Malargüe), Caripil (del Nahueve) se mantiene neutral y Neculmán sigue aliado a los Pincheira. Poco después asaltan Parral comenzando la guerra a muerte.


En 1827 atacaron el fuerte de Carmen de Patagones, izando la bandera española en él.


Los Pincheira se mantuvieron como uno de los últimos bastiones realistas de Sudamérica.


En Perú, las guerrillas realistas de Ica, Huamanga y Huancavélica, se desarrollan tras el repliegue del ejército de La Serna a su bastión de la Sierra. En el año de 1823 la creciente reputación de las armas reales lograron la adhesión de los pobladores de Tarma, Huancavelica, Acobamba, Palcamayo, Chupaca, Sicaya y muchos otras ciudades y villas de la Sierra Central peruana, el mismo virrey intervino en la organización de fuerzas irregulares que brindaron importantes servicios combatiendo a las guerrillas independentistas, informando de los movimientos enemigos y cubriendo las bajas que tan prolongada campaña causaba en el Ejército Real.


Las guerrillas de Iquichanos continuaron su beligerancia contra el proyecto republicano más allá de la capitulación del virrey, bajo la dirección de Antonio Huachaca, líder indígena que empezó como combatiente contra la rebelión del Cuzco de 1814. Antonio Huachaca era un campesino indígena que luchó por la causa española, enfrentándose a los independentistas cuzqueños, en 1814. Huachaca juró defender a su Rey, a su patria España y a su Fe Católica. Tan grande fue su fidelidad y firmeza en el combate, que durante la Guerra de Separación, el Virrey lo recompensó ascendiéndolo al alto rango de Brigadier General de los Reales ejércitos del Perú. Tuvo, así mismo un papel destacado en la rebelión indígena de 1827 en Iquicha (Provincia de Ayacucho) que rechazó la república y reclamó el retorno de la monarquía española. Hay documentos en los que Huachaca explica que ve a las fuerzas independentistas y patriotas como extrañas, abusivas y hasta paganas. En esta rebelión indígena de 1827, Antonio Huachaca estuvo acompañado por otros líderes, todos ellos indígenas a excepción del francés Nicolás Soregui, comerciante y ex oficial del Ejército Español en Perú. Un movimiento de resistencia indígena contra la República, contra el “infame gobierno de la patria” como ellos decían. Por esta razón las represalias no se hicieron esperar; “En castigo por su militancia realista, la Provincia de Huanta fue grabada en 1825 con un impuesto de 50.000 pesos por orden del Libertador” (Méndez: 1992, p. 23). Esta militancia leal y persistente era de vieja data y había sido reconocida en 1821, cuando el Virrey La Serna le otorgó a la ciudad un escudo con una divisa que rezaba “Jamás desfalleció”. Se originó, por parte de la República, una represión indiscriminada contra las comunidades Iquichanas.

C. L. A. M. O. R.: Guerrillas realistas