Tres ecuatorianos dijeron sobre la independencia: Jaime Rodríguez, Wilfrido Loor y Jorge Chacón.


Jaime Rodríguez: “La independencia del Reino de Quito, y la formación de la República del Ecuador tuvieron lugar dentro del contexto más amplio del derrumbe de la Monarquía española. Como parte de esta confederación mundial, el Reino de Quito como los demás miembros de la Monarquía –salió en defensa de su rey, su religión y su patria cuando los franceses invadieron la Península Ibérica. Dichas acciones dieron inicio al proceso de independencia en el Reino de Quito. La independencia de la América española no constituyó un movimiento anticolonialista, sino que se dio en el contexto de la revolución del mundo hispánico y de la disolución de la Monarquía española. De hecho España fue una de las nuevas naciones que surgieron del resquebrajamiento de aquel sistema político mundial. Ese fenómeno fue parte del proceso de transición de las sociedades del Antiguo Régimen a los estados nacionales modernos… A lo largo de toda su historia, y en particular durante los siglos XVI al XVII, las posesiones españolas en América constituyeron una parte de la Monarquía española –una monarquía “universal”- una confederación de reinos y territorios dispares que se extendían a lo largo de las porciones de Europa, África, Asia y América. Solo en forma tardía, durante el reinado de Carlos III (1759-1788), la Corona intentó centralizar la monarquía y crear un verdadero imperio (moderno), con España como su metrópolis… La Monarquía española no solo era representativa y descentralizada, sino que también era sensible a las necesidades de sus numerosos integrantes… El Reino de Quito, como el resto de la Monarquía española, constituía una parte integral de la Monarquía española. Como miembro de esta confederación mundial, Quito participó en la gran revolución del mundo hispánico.”[1] Wilfrido Loor: “González Suárez, como historiador, no vio en la Colonia esas grandes manifestaciones de arte en arquitectura, pintura y escultura que no alcanzaron a vivir en los tiempos de la república por el decaimiento del ideal religioso; tampoco vio esas inimitables leyes sociales que hicieron del blanco, del indio y del negro hijos del mismo Dios y súbditos del mismo rey, leyes que fueron olvidadas con el advenimiento del liberalismo económico en alas de la Revolución Francesa, y del espíritu sajón, que se quiso implantar en un ambiente que no le era propicio; tampoco pudo comprender esa gloriosa epopeya de dolores y sacrificios, que en menos de un siglo trajo al seno de la Iglesia todo un continente sometido antes a la más abominable idolatría: epopeya superada en la historia solo por la predicación apostólica; no vio a los heroicos hijos de Quito partir a la conquista de la Amazonía y juntar en pocos años en pueblos cultos a los salvajes dispersos en la selva; no pudo comprender que el Quito de la Colonia, el Ecuador actual, dio al Cielo y a la Patria esos territorios bañados por el rey de los ríos y sus afluentes, hoy ocupados por el Brasil, el Perú y Colombia, territorios que la República no supo conservar. Engreído con el espíritu de su siglo, González Suárez, no se dio cuenta de que el hijo de España se adaptó al medio geográfico y social de su tiempo para vivir de realidades, y el hijo de la República se independizó de ese medio para vivir con la teoría de cuatro soñadores que hicieron de América la tierra propicia de las revoluciones… Alterada así la verdad el Ilmo. Señor González Suárez pudo estampar esta frase: ‘La Colonia fue pobre oscura y olvidada’, a lo que quizá debió añadir: ‘el pueblo era supersticioso y fanatizado; los frailes eran en gran número, pero corrompidos, sedientos de placeres y de oro’. Esto no era mirar el sol, que no se ponía en los dominios del rey de España, sino deleitarse en la contemplación de sus manchas agrandadas y exageradas… Esta narración no debió llamarse Historia General sino Historia de unos pocos frailes viciosos y de los pecados de la Colonia”[2] R.P. Jorge Chacón:
“Ha sido artículo de moda, para destacar la figura de nuestros próceres, el regodearse en el atraso intelectual de aquellos siglos, el describir con sádica complacencia aquella ‘auri rabida sitis’ la rabiosa codicia de oro que indudablemente manchó las manos de varios conquistadores, el repetir hasta la saciedad los excesos de la soldadesca y el despotismo inhumano de los Encomenderos y Presidentes de Audiencia y el correr un inmenso velo negro sobre una de las más brillantes hazañas de hacer historia.”
“Y paralelo a esta campaña de difamación ha sido el silencio de tumba sobre la obra civilizadora de España en América. Pocas palabras para enaltecer el genio militar de sus capitanes, que como Cortés con un puñado de sus Regulares, conquista un imperio tan grande como Europa; o el celo de sus misioneros que inoculan en el alma del salvaje la savia civilizadora del Evangelio; o la justeza de su administración civil que, con las Leyes de Indias ató las manos del despotismo y rompió las cadenas de la esclavitud; o el anhelo de cultura que impulsaba a los de allende los mares a llenar las entrañas de sus buques con todos los libros que entonces inundaban la Península, y a los que vivían en América a sembrar las ciudades fundadas con Universidades y Colegios.” “Silencio, Señores, sobre la fusión de la sangre que España hizo con los aborígenes y que ninguna nación del mundo hiciera con los pueblos conquistados.” “Silencio sobre la fusión de lengua para unificar los doscientos dialectos en un labio y una lengua forjadores de la maravillosa unidad y fraternidad continental: la lengua de Castilla.” “Silencio sobre la fusión, digo mal, sobre la transfusión de Religión por la que no sólo los misioneros, sino los aventureros más desgarrados, arrancaron a millones de seres de sus horrendas supersticiones para llevarlos a los pies de Jesús Crucificado.” “Silencio es éste, sistemático, y pate de la consigna de las nuevas tendencias destructoras de la cultura colonial y de las fuerzas ocultas internacionales empecinadas en balcanizar tal vez la América Española rompiendo no ya el molde político, sino el molde religioso, racial y cultural en que se vació la unidad colonial y que, establecidas ya las diferencias políticas, podía ser el único inmenso dique para salvaguardar el tesoro de la raza, de la cultura, de la lengua y aun de nuestra integridad territorial.”[3]
[1] Rodríguez, Jaime, La revolución política durante la época de la independencia - El Reino de Quito 1808- 1822,Coporación editora nacional, Biblioteca de Historia Volumen N° 20, Quito, 2006.

[2] Loor, Wilfrido, Eloy Alfaro, segunda edición corregida, Quito, 1982, págs. 523 y 525.
[3] Chacón, Jorge, Espejo-Oración Gratulatoria pronunciada en la Catedral Metropolitana de Quito, sin editorial, sin fecha.

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