Un asesino llamado Simón Bolívar
Los crímenes de Simón Bolívar
- Ordenó matar en 1813 a más de 2.000 españoles, de los que 1.600 eran canarios
- Una enorme pira se hizo con los cuerpos desmembrados, donde ardieron estando vivos aún muchos de ellos.
- La “limpieza étnica” del ‘Libertador’ acabó con la vida de ¡un tercio de la población venezolana!
Habían perdido la noción del tiempo los 382 españoles que hacía casi un año llevaban encerrados en aquellas mazmorras de Valencia; así como los 300 prisioneros de La Guaira y los518 de Caracas. Mal alimentados y sedientos, con grilletes en tobillos y muñecas que les despellejaban la piel, hacinados entre vómitos, orines y heces. En las tres prisiones (e incluso entre los convalecientes en los hospitales y enfermerías improvisadas) se había corrido la voz de que iban a ser ejecutados. Sumaban 1.200 españoles (de los cuales dos tercios eran canarios) prisioneros de guerra en parte, y en parte civiles capturados sin haber entrado en batalla, por el mero hecho de haber nacido en la España peninsular o en el archipiélago canario. En efecto, la orden de ejecución dictada por Simón Bolívar había llegado a Caracas y a La Guaira el 11 de febrero de 1814.
El gobernador interino de Caracas, Juan Bautista de Arismendi, uno de los insurrectos más sanguinarios y crueles de Venezuela, presidió las abyectas ejecuciones. El 12 por la mañana comenzó el exterminio tanto en Caracas como en La Guaira. Los presos fueron sacados a la calle de a dos sujetos por cadenas, a golpes y culatazos; los enfermos y heridos a rastras; los ancianos que apenas podían andar atados a sillas. Las madres, esposas e hijas que acudieron a las prisiones, desesperadas ante aquella barbarie que se iba a perpetrar a sangre fría, fueron apartadas a violentos empujones, e incluso algunas arrastradas al paredón con sus hombres.
Muchos prisioneros reclamaron su libertad pagada con anterioridad con sus bienes a las autoridades rebeldes. De nada les valió. Los pelotones de fusilamiento comenzaron la masacre. Los españoles caían abatidos por el fuego. Los fusileros se turnaban con los que arrastraban al suplicio a los reos. Hasta que Arismendi ordenó no gastar más pólvora, cara y escasa, y emplear las picas, sables y machetes para acabar con la vida de aquellos famélicos desgraciados. Algunos, sabiéndose muertos sin remisión, trataron de defenderse yendo contra sus verdugos, quienes se ensañaban a estocadas y mandobles salvajes en los brazos, piernas, vientres y cabezas. La masacre continuó durante los días 12, 13 y 14. Muchos yacían agonizantes en el suelo ensangrentado y fueron rematados reventándoles la cabeza con grandes piedras. Una enorme pira se hizo con los cuerpos desmembrados, donde ardieron estando vivos aún muchos de ellos. En Valencia, presidida la ejecución por el propio Bolívar, fueron asesinados los 382 españoles durante los días 14, 15 y 16. El hedor a carne quemada y los gritos de los que agonizaban quedó grabado en la memoria de los testigos de aquella cruel masacre.
Así transcurrieron los hechos según los datos publicados en La Gaceta de Caracas nº 14 de 1815, a los que dio luz el historiador colombiano Pablo Victoria en su libro La otra cara de Bolívar (2010). Explica Victoria que cuando Bolívar, impotente, a principios de febrero de 1814, tuvo que levantar el sitio a Puerto Cabello -defendido por José Tomás Boves y de la Iglesia, comandante del Ejército Real de Barlovento-, pidió refuerzos a Urdaneta, éste le informó de la imposibilidad de enviárselos. Lo mismo le contestaba Leandro Palacios desde La Guaira, argumentando que su guarnición escaseaba y el número de prisioneros españoles a su cargo era grande. No lo dudó el Libertador, con fecha 8 de febrero, dio orden por escrito de asesinar a los prisioneros de Caracas y La Guaira para así liberar a sus carceleros que engrosarían los refuerzos que requería.
Al enterarse el arzobispo de Caracas, monseñor Coll y Prat, de las intenciones macabras de Bolívar, le escribió suplicándole por las vidas de aquellos desdichados. A lo que Bolívar contestó, con absoluta impiedad, lo siguiente:
“Acabo de leer la reservada de v. s. Illma. en que interpone su mediación muy poderosa para mí, por los españoles que he dispuesto se pasen por las armas Mas vea v. Illma. la dura necesidad en que nos ponen nuestros crueles enemigos ¿Qué utilidad hemos sacado hasta ahora de conservar a sus prisioneros y aun de dar la libertad a una gran parte de ellos?… No solo por vengar mi patria, sino por contener el torrente de sus destructores estoy obligado a la severa medida que v. Illma. ha sabido. Uno menos que exista de tales monstruos, es uno menos que ha inmolado o inmolaría a centenares de víctimas. El enemigo viéndonos inexorables a lo menos sabrá que pagará irremisiblemente sus atrocidades y no tendrá la impunidad que lo aliente Su apasionado servidor y amigo, Q. B. I. M. de v. Illma. Simón Bolívar”.
He aquí la muestra del más despreciable Simón Bolívar.
Recientemente, el catedrático de Historia de América, profesor de la ULL, el tinerfeño Manuel Hernández González, ha publicado el libro La guerra a muerte. Simón Bolívar. La campaña admirable 1813-1815 (2015), de Ediciones Idea. En este ensayo recupera aquel Decreto de Guerra a Muerte emitido por Bolívar en la ciudad de Trujillo, en los Andes colombianos, el 15 de junio de 1813, por el que son ejecutados más de dos mil españoles de los cuales 1.600 eran canarios, sólo por el hecho de haber nacido al otro lado del Atlántico.
El Libertador advertía a los españoles peninsulares y canarios (que expresamente diferenciaba) en los siguientes términos:
“Contad con la vida si apoyáis la independencia; contad con la muerte si sois indiferentes”.
Hernández afirma en su libro que Bolívar llevó a cabo esta política sistemática de ejecución de españoles peninsulares y canarios en actos públicos allí por donde pasaba, y que Bolívar provocó una”limpieza étnica” que acabó con la vida de ¡un tercio de la población venezolana!, en su mayoría inmigrantes, cuando ni españoles peninsulares ni canarios eran sus enemigos. Por el contrario, aquellos españoles peninsulares e isleños suponían un pilar fundamental para la economía de Venezuela y de toda la América española, y por tanto para el progreso y bienestar de sus habitantes.
Ya hubo un primer Proyecto de guerra a muerte que dictó Antonio Nicolás Briceño el 16 de enero de 1813, suscrito por Bolívar. Dice Pablo Victoria al respecto que aquel documento cambiaría la cara de la guerra para siempre, dado que hasta entonces, en los escenarios bélicos de Europa y América se había respetado la vida de los prisioneros y la de los no combatientes en la inmensa mayoría de las ocasiones. Este documento “no era más que un desconocimiento [desprecio] del derecho de gentes que buscaba eliminar al contendor mediante una política de exterminio”. Decía uno de los artículos: “Como esta guerra se dirige en su primer y principal fin a destruir en Venezuela la raza maldita de los españoles europeos€ quedan, por consiguiente, excluidos de ser admitidos en la expedición por patriotas y buenos que parezcan, puesto que no debe quedar ni uno solo vivo”. Más muestras de la atrocidad del documento firmado por Bolívar. El artículo noveno premia la barbarie de la soldadesca con ascensos inmediatos: “el soldado que presentare veinte cabezas de dichos españoles”, sería ascendido a alférez; “el que presentare veinte, a teniente; el que cincuenta a capitán”. ¿Eran estos “patriotas” soldados o bandoleros?
La historiografía tradicional, en su mayor parte, pasa por alto este execrable capítulo protagonizado por Bolívar. Un capítulo documentado que se ha ignorado por la mayoría de historiadores hispanoamericanos para cuidar la imagen de un genocida que asesinó a más de dos mil españoles indefensos, innecesariamente, dado que no fueron muertos en batalla.
Las llamadas guerras de emancipación o de independencia de las provincias de la América española fueron sin duda una gran y larga guerra civil, cuyos bandos independentistas lideraron ricos criollos con un afán desmedido de poder, en contra de los verdaderos intereses de la población hispanoamericana, de forma muy especial en contra de la voluntad de las clases pobres y de los indígenas, que en su inmensa mayoría lucharon junto a los leales al rey, negándose a hacerlo con los criollos rebeldes, principales usurpadores de sus derechos. Y así lo afirma el escritor, periodista y diplomático caraqueño Carlos Rangel, uno de los más destacados intelectuales de la Venezuela del siglo XX, en su libro Del buen salvaje al buen revolucionario (1976):
“En su origen, el movimiento independentista de 1810 tuvo una ambigüedad que sólo mucho más tarde ha llegado a ser parcialmente reconocida. Las ambiciones de los criollos ricos (o simplemente cultos) se vieron de pronto estimuladas por los sucesos de Europa, donde Napoleón había derrocado la monarquía borbónica española y puesto a su hermano José en el trono de Madrid. A la vez la mayoría de los criollos eran conservadores y prudentes, y temían la guerra social. Sólo unos pocos estaban inflamados sinceramente por las ideas republicanas norteamericanas y hasta por las ideas jacobinas francesas. Pero estaban también presentes (y eran muchos más numerosos) blancos pobres y una masa de indios, negros y pardos (mulatos) que no preveían, ni unos ni otros, ninguna ventaja en la independencia, y para quienes la fidelidad al rey y las exhortaciones de la Iglesia eran motivaciones eficientes. Muy pocos españoles peninsulares [se refiere a los no nacidos en la América española, por lo tanto también los canarios] tomaron parte en los combates; pero pasaron cien años antes de que nadie se atreviera a decir lo que todo el mundo sabía desde el principio: que en su esencia aquellas contiendas fueron guerras civiles entre hispanoamericanos”.
Indica Rangel a pie de página que fue el venezolano Laureano Vallenilla Lanz quien hizo esta afirmación por primera vez, en una conferencia pronunciada en Caracas en 1911, y recogida en el ensayo “Fue una guerra civil“, parte del libro Cesarismo democrático (1920).
Fue aquel Libertador de ninguna causa falta de libertad protagonista de muchos desmanes en aquellas mal llamadas guerras de emancipación, del que escribió Karl Marx (que no es santo de mi devoción, ni mucho menos) en una conocida carta dirigida a Engels, fechada el 14 de febrero de 1858, ser el “canalla más cobarde, brutal y miserable. Bolívar es el verdadero Soulouque”. Añadiendo: “La fuerza creadora de los mitos, característica de la fantasía popular, en todas las épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres. El ejemplo más notable de este tipo es, sin duda, el de Simón Bolívar”.Ahora son los “iluminados” -como lo fue Hugo Chávez-, Nicolás Maduro (reconocido analfabeto funcional), Evo Morales y Rafael Correa, los que en un aquelarre ideológico levantan el puño marxista -¡qué ironía!-enarbolando la figura de Bolívar.
Al término de las mal llamadas guerras de emancipación, afirma Manuel Hernández,”la economía, las haciendas, las plantaciones fueron destruidas”. Había que empezar de cero. El propio Bolívar dijo: “Lo hemos perdido todo, lo único que hemos ganado ha sido la independencia”. Y de los polvos de aquellas guerras civiles entre hispanoamericanos, llegó luego el desconcierto de más guerras civiles y regímenes tiránicos como el que actualmente sufre Venezuela, además del caos de las guerrillas guatemaltecas, salvadoreñas, colombianas, entre otras; los cárteles del narcotráfico que han subyugado a naciones enteras; y, en fin, una suerte de circunstancias sociales agravadas por tiranos como Maduro o Morales, que lejos de sembrar paz y seguridad jurídica que acerque inversiones extranjeras, las espantan con políticas de medievales señores feudales, que además enfrentan a sus pueblos. ¿Hasta cuándo sufrirán aquellos pueblos de la América española a los Maduro, Morales, Correa, Kirchner y Castro? ¿Hasta cuándo la siembre envenenada de aquellos criollos que traicionaron a España seguirá dando tan mala hierba?
Siempre he creído, y lo sigo haciendo, en el abrazo entre españoles e hispanoamericanos, porque nos une idioma, historia, cultura y religión (en una gran mayoría), con todos los matices que enriquecen ese abrazo. No obstante, justo es dar a conocer este capítulo criminal del llamado Libertador, porque se merecen ser recordados aquellos españoles que fueron asesinados tan cruelmente, así como repudiado su verdugo. Quiero pensar que, sólo fruto de la ignorancia de estos hechos, muchas calles y plazas canarias (y en muchos pueblos del resto de España)llevan el nombre de Simón Bolívar,el asesino de más de dos mil españoles, de los cuales 1.600 fueron canarios; ejecutados por el mero hecho de no ser nacidos en tierras americanas, a las que habían ido a trabajar y, de forma determinante, a enriquecerlas.
Por ellos van estas letras.
Fuente: Jesús Villanueva, La opinión de Tenerife
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