25 DE MAYO DE 1810.
¿Qué fue lo que había ocurrido? Es lo que tenemos el sagrado deber de referir a continuación, y que durante doscientos años se ha silenciado malignamente.
"El día 18 de mayo de 1810, fecha en que los comerciantes y usureros ingleses debían irse, llegaron tres buques de guerra ingleses. Las fragatas Misletoe, Mutin y Pitt apuntaron con sus cañones al puerto de Buenos Aires."
El Dr. Julio C. González fue profesor de Economía Política en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires desde 1965 hasta el 24 de Marzo de 1976, es profesor de Estructura Económica Argentina en al Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora desde 1989. Durante el gobierno constitucional del 25 de Mayo de 1973 al 24 de Marzo de 1976 fue, entre otros cargos, director de Asuntos Jurídicos de la presidencia de la Nación y luego secretario técnico.
Aunque en realidad creo que nada hay para celebrar, deseo compartir con todos mis compatriotas un ¡Viva la Patria! .... (lo que sigue es el artículo del Dr. Julio Gonzalez)
25 DE MAYO DE 1810
En Argentina se conmemora un bicentenario. Es decir, se rememoran hechos y actos de gobierno, acaecidos hace doscientos años.
Empero, esos acontecimientos no se explican con veracidad. A través de los medios de difusión se hace un panegírico de adjetivos calificativos y de palabras abstractas como por ejemplo “libertad”, en vez de referirse a libertades concretas y macizas, explicando cuáles fueron y en qué consistieron.
Cicerón (año 106 a 43 AC) definía al Derecho Natural con estos términos: es un derecho “inmutable” y “sempiterno”, “que llama al hombre hacia el bien con sus mandatos” y “lo aleja del mal con sus amenazas” y que “rige para las aves del cielo, para los peces del mar, y para los animales, plantas y hombres de la tierra.” Y “ni el senado, ni el imperio pueden derogarlo nunca.” El cristianismo, a su vez, define el Derecho Natural como la voluntad de Dios creador del hombre (hecho a su imagen y semejanza) y del universo, que es su eterna morada.
El Padre Nuestro dice de manera precisa: “Hágase tu voluntad, aquí en la tierra como (se hace) en los cielos.”
Estos conceptos previos nos permitirán valorar los versos del poeta Bartolomé Hidalgo, que nació y vivió en Montevideo (Uruguay) entre 1788 y 1823. Protagonista y testigo de lo ocurrido en Buenos Aires en 1810, Hidalgo se expresa así:
Hidalgo escribió este poema en 1820.
“En diez años que llevamos
De nuestra revolución
Por sacudir las cadenas
De Fernando el baladrón
¿Qué ventaja hemos sacado?
Le diré con su perdón,
Robarnos unos a otros,
Aumentar la desunión
Querer todos gobernar,
Y de facción en facción
Andar sin saber que andamos,
Resultado en conclusión
Que hasta el nombre de paisanos,
Parece de mal sabor,
¡Y en su lugar yo lo veo
Sino un eterno rencor
Y una tropilla de pobres
Que metida en un rincón
Canta al son de su miseria
No es la miseria un mal son!”
Estos versos son la vocalización purísima de la resignación que se impuso a todos los pueblos de las Españas de América desde el poder del dinero, de poder ganar con su trabajo feliz y honrado “el pan nuestro de cada día.” Por eso los vecinos de Buenos Aires exclamaban el 25 de mayo de 1810: “el pueblo quiere saber de qué se trata.” Ese es el único hecho veraz de esa jornada.
¿Qué fue lo que había ocurrido? Es lo que tenemos el sagrado deber de referir a continuación, y que durante doscientos años se ha silenciado malignamente.
Lo sucedido en mayo de 1810 tiene este origen:
En 1806 los británicos herejes y maléficos que provenían de la isla europea llamada en esa época “la pérfida Albión” o “capital del satanismo”, conquistaron Buenos Aires. Asesinaron y violaron sin piedad, saqueando casa por casa de ese pacífico y católico ejemplar vecindario.
Su objeto era robar el Tesoro de la Real Hacienda (nombre que en aquella época designaba a un organismo similar al actual Banco Central de la República Argentina). Se llevaron cuarenta toneladas de monedas de oro, equivalentes en la actualidad a 88.000 Millones de dólares norteamericanos, que fueron paseadas por las calles de Londres, ciudad a la que arribaron en el navío Narcisus, procedente de Buenos Aires.
No quedó dinero alguno en la “Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre”: ni para pagar los sueldos a la administración pública, ni al Ejército argentino fundado por voluntarios en las heroicas jornadas de la Reconquista (12 de agosto de 1806), y luego de la Defensa de Buenos Aires (5 de julio de 1807). Tampoco quedó dinero para las compras mínimas de los artículos de primera necesidad: pan, carne, leche, huevos, frutas y verduras.
Fue por eso que el Virrey Cisneros dictó ingenuamente un Edicto de Libre Comercio con la Nación inglesa “para recaudar recursos para el fisco”, conforme lo disponía textualmente. Este comercio de importación de manufacturas y exportación de cueros regiría desde noviembre de 1809 hasta el 18 de mayo de 1810.
Yañiz y Agüero, síndicos del Consulado, firmaron un dictamen en contra: “De qué vale que lo que ahora se fabrica aquí cuesta cuatro y que con los artículos importados desde Londres se vendan a tres, si por la falta de trabajo que traerá el comprar manufacturas inglesas, no ganaremos ni siquiera uno. Así será imposible vivir.” Empero, estos sabios consejos para el futuro no fueron tenidos en cuenta por Castelli y por Moreno, que eran asesores económicos y jurídicos del Virrey Cisneros.
Ocurrió entonces algo inesperado. El día 18 de mayo de 1810, fecha en que los comerciantes y usureros ingleses debían irse, llegaron tres buques de guerra ingleses. Las fragatas Misletoe, Mutin y Pitt apuntaron con sus cañones al puerto de Buenos Aires. Un jefe militar, secreto súbdito británico, depuso al gobierno; y Alexander Mackinon, presidente del Centro Comercial inglés British Commercial Room, formó la Junta de Gobierno. Tres de sus integrantes eran súbditos británicos de incógnito y Mariano Moreno, abogado de los ingleses, el secretario.
El almirante británico De Courcy, que comandaba la escuadrilla inglesa que sitiaba a Buenos Aires, fue recibido en primera audiencia por la Junta a la que le exigió que el Edicto de Libre Comercio con Inglaterra y sólo con Inglaterra no tuviese fecha de vencimiento.
De esta manera, la primera bandera que la Nación argentina resolvió enarbolar en un acto de soberanía para exteriorizar su rebeldía e independencia, antes de que Belgrano crease la enseña patria, fue la bandera inglesa. [1]
Por su parte, el almirante británico Fabian se dirigió desde las murallas del Fuerte a los curiosos allí reunidos y en un mal hablado castellano dijo que Gran Bretaña se quedará vacía porque todos los ingleses vendrían a vivir a estas hermosas tierras.
Tal lo ocurrido el 25 de mayo de 1810. Semanas después todos los que habían luchado y obtenido las victorias de la Reconquista y la Defensa en 1806 y 1807, fueron asesinados sin juicio previo y sin piedad: Santiago de Liniers, Gutiérrez de la Concha, Felipe de Sentenach, Fray José de las Ánimas (Superior de la Orden Betlemita), Martín de Álzaga muchos otros.
Allí comenzó la involución hispanoamericana y argentina, tal cual lo relatan los versos de Bartolomé Hidalgo que hemos descripto. Involucionar significa achicarse y deformarse, perdiendo la religión católica que era el factor catalizador y determinante de nuestras vidas y de la vida de la nacionalidad.
Con estas reflexiones reimpone elevar cada día con más fervor la Oración de Nuestro Señor Jesuscristo y de de la Santísima Virgen Maria. Que la verdad se devele.
[1] Confrontar Àlzaga, Enrique Williams: “La fuga del general Beresford”, p. 28 – EMECÈ Editores – Buenos Aires, 1966.
EL SAQUEO DEL TESORO DE BUENOS AIRES
Más de 86.000 millones de dólares, buena parte de la deuda argentina. Ese es el valor actual del tesoro con el que se alzaron los ingleses en la invasión de 1806. El cálculo de Néstor Forero, un investigador que habló del tema en Gualeguaychú, muestra la magnitud del saqueo inglés. ¿Hay razones para pedir un resarcimiento, pese al tiempo transcurrido?.
Buenos Aires fue capturada, así, por las tropas del general Beresford, allá por 1806. La toma duró más de 40 días, en cuyo transcurso los ingleses no se privaron de nada. La invasión estuvo signada por vejaciones, asesinatos, muerte, y robos de todo tipo, según cuentas los cronistas. Un acto de pillaje protagonizado por súbditos de la Corona Británica, que no actuaron por motu propio.
Fue en realidad una acción de conquista armada por el gobierno de Londres, en el marco de una estrategia global de dominación de estas tierras americanas.
Los entretelones y el significado de este traumático episodio -que curiosamente la historiografía oficial refiere casi como una anécdota- están planteados en “El saqueo de 1806”, el libro del investigador Néstor Forero.
Especialista en temas económicos e historiográficos, autor de otros libros como “Deuda externa y Crimen social en Argentina”, Forero se inscribe dentro del “revisionismo histórico” que, siguiendo a Raúl Scalabrini Ortiz o al copoblano Julio Irazusta -entre otros-, viene denunciando la malsana influencia británica en el país.
Esa influencia, que ha sido determinante en el curso de la historia vernácula, es de larga data. En realidad, según esta lectura historiográfica, se remonta a la etapa anterior a la independencia argentina.
Es decir, a cuando el país -junto con otras repúblicas sudamericanas- pertenecía al Virreinato del Río de la Plata, un bloque geopolítico de 7.000.000 km².
En la disputa por la hegemonía mundial, Inglaterra fue enemiga declarada de España, cuyo poder buscó cuartear, sobre todo saboteando sus posesiones americanas.
Es en este contexto que Forero coloca la toma de Buenos Aires en 1806. Que en realidad, dice, fue la quinta expedición militar británica (no la primera como dice la historia oficial), a la cual precedieron, por caso, desembarcos en Malvinas o Isla de los Estados.
El saqueo del que fue objeto entonces Buenos Aires, por parte de las tropas de Beresford, fue pergeñado con antelación por el gobierno de Londres, dice el autor.
Y da una medida -cuenta- no sólo del sentimiento anti-hispánico de los invasores, ni de la codicia que los dominaba, sino de un plan de dominación urdido con inteligencia.
Así, el primer acto del General Beresford, tras la toma de la capital del Virreinato del Río de la Plata, fue la exigencia a sus pobladores de los caudales reales, bajo las peores amenazas (pérdidas de vida y patrimonio).
Y aquí la originalidad de Forero: el tesoro robado, girado prontamente a Londres, representa hoy, actualizado a un interés anual del 6%, más de 86.000 millones de dólares, buena parte de la deuda externa argentina.
Política colonial
Pero además, una vez dueño de la plaza, Beresford tomó una serie de medidas para someter a la nueva colonia -y que según Forero tienen un parecido notable con la política económica que se siguió en Argentina en lo sucesivo.
Así, al apoderamiento ilegítimo de las reservas monetarias del Tesoro de la Real Hacienda de Buenos Aires -el grueso del cual se embarcó a Londres en la fragata más rápida de la de la flota británica, el “Narcissus”-, le siguió el decreto que declaró la “libertad de comercio”.
Esta última medida -sostiene el investigador- “se impondrá para beneficio especialmente de los comerciantes ingleses y de su socia local, la clase acomodada de Buenos Aires”.
Ahora bien, haber secado la plaza de monedas -más allá de que una fracción de los pesos plata se dejaron para mantener el comercio exterior- colocó a la gobernación británica en Buenos Aires en problemas.
La escasez de dinero metálico, producido por el vaciamiento de las arcas de Buenos Aires, conducía a un encarecimiento inexorable de las operaciones de importación de mercadería inglesa.
Pero la gobernación británica no iba “a permitir que los comerciantes locales repararan esa pérdida mediante el funcionamiento de la ley de la oferta y la demanda, ya que el tipo de cambio hubiera saltado por las nubes”, cuenta Forero. Por eso -refiere- “se estipuló un tipo de cambio fijo de 5 chelines por peso, cuando antes de la invasión el tipo de cambio era de 4 chelines y 6 peniques”.
La cuestión de los caudales
Forero llama la atención sobre un dato no menor: los ingleses no pueden alegar que los caudales robados (en total 1.086.208 pesos plata) son un “botín de guerra” (el equivalente a unas 200.000 liras esterlinas de la época) (1). ¿Y esto por qué?. Pues porque el tesoro se hallaba fuera del alcance de los conquistadores al momento de ingresar a la ciudad.
¿Cómo? Es que el virrey Rafael de Sobre Monte, enterado de la invasión, se lo llevó consigo antes hacia Córdoba. Los ingleses tuvieron que gestionar su regreso, luego, bajo amenaza de introducir las peores pestes sobre la población.
Este episodio, es decir la manera en que se obtuvo el tesoro confirma la tesis de que su apropiación fue “sencillamente un robo, perpetrado sin ninguna fundamentación jurídica por parte del invasor”.
En realidad, dice el autor, la acción de Sobre Monte -pese a que el juicio histórico catalogó de deshonrosa-, colocaba la sustracción del tesoro en el marco de una discusión entre las cortes de España y Gran Bretaña, alrededor de los “derechos de propiedad indudable de los españoles”.
“Para ser más ecuánimes diremos que Sobre Monte, más allá de su personalidad, cumplió con su retirada el plan de evacuación trazado en época del virrey Vértiz y que un Tribunal que juzgó su conducta terminó absolviéndolo, aunque eso no le devolvió el prestigio perdido”, comenta Forero.
¿Es posible el resarcimiento?
El autor insiste en la “ilegitimidad” de la incautación de los caudales del tesoro de la Real Hacienda de Buenos Aires. Pero va más allá: en su opinión, a la Argentina y a los países que entonces integraban el virreinato, les asiste hoy el derecho del resarcimiento, pese al tiempo transcurrido.
Forero habla de “derecho de propiedad” conculcado por el invasor inglés. Aunque dicho derecho le pertenecía a los españoles, ahora es nuestro, insiste, en virtud de la “continuidad jurídica e histórica de los Estados”.
Asegura que el “gobierno británico no puede negar su participación” en la operación de saqueo -aunque se escude en el argumento de que fue una acción de particulares-.
“Dado que lo actuado por los súbditos británicos lesiona el Derecho de Gentes, entendemos que el reclamo de reparación por el robo de Buenos Aires es imprescriptible”, razona el investigador.
Y al respecto documenta la existencia de jurisprudencia internacional en este sentido, alrededor de la existencia de fallos que han obligado a ciertos Estados, cuya responsabilidad quedó evidenciada, a reparar el daño cometido contra otros Estados.
Por Marcelo Lorenzo
Publicado en diario El Día, de Gualeguychú, Provincia de Entre Ríos, 21/11/07. http://www.trabajadorescultura.com.a...politica/Notas
Publicado en el diario Times, de Londres, a raíz de la captura de Buenos Aires
Domingo, 12.09.1806 – nuevas buenas en Gran Bretaña
El nuevo gobierno whig (el “Ministerio de Todos los Talentos”) se enteró de la expedición de Beresford el 24 de junio de 1806, cuando le llegó una carta fechada por el general inglés en abril de ese año. El Secretario de Guerra William Windham se tomó un mes para contestar la carta, con la anuencia de Jorge III, manifestándole que como la expedición no había sido oficialmente autorizada y no se conocían los resultados obtenidos, sólo cabía dar instrucciones generales. Ella eran: si habían ocupado una posición, que trataran de mantenerla y, caso contrario, no insistiera en tomarla; que “no se metiera en asuntos de independencia que pretendían los criollos”. Como cierre, le anunciaba a Beresford el envío de refuerzos al mando del general Sir Samuel Auchmuty. Por otra parte, el Almirantazgo remitió una carta, el 28 de julio, a Home Popham, ordenándole, severamente, que se presentara en Londres para rendir cuenta de lo actuado.
Nota de Aclaración: El gobierno inglés mantuvo en secreto la expedición a Buenos Aires, hasta estar seguro de lo que había pasado en la colonia española. Pero el 12 de septiembre de 1806, tras 57 días de navegar, el Narcissus, al mando del capitán Donelly entró al puerto de Portsmouth, con los partes de Popham y Beresford sobre la captura de Buenos Aires. Por telégrafo visual llegó a Londres esa noche y los diarios se hicieron eco de la noticia, en las ediciones de la mañana siguiente.
Lunes, 13.09.1806 – primera noticia
Captura de Buenos Aires. Oficina del Times. Sábado a las 3 de la mañana.
Por un expreso que acabamos de recibir de Portsmouth, tenemos que felicitar al pueblo por uno de los hechos más importantes de la actual guerra. Buenos Aires en este momento forma parte del Imperio Británico, y cuando consideramos las consecuencias a que conduce por su situación y capacidades comerciales, además de su influencia política, no sabemos como expresarnos en términos adecuados a nuestra opinión de las ventajas nacionales que derivarán de su conquista.
Miércoles, 15.09.1806 – de la prensa británica
“Es casi indudable que toda la colonia del Plata tendrá la misma suerte que Buenos Aires; y de las esperanzas lisonjeras presentadas a sus habitantes, en la proclama del general Beresford, ellos verán que está en su propio interés ser colonia del Imperio Británico”. (...) “Como resultado de semejante unión, tendríamos un mercado continuo para nuestras manufacturas, y nuestros enemigos perderían para siempre el poder de sumar los recursos de esos ricos países a los otros medios que tienen de hacernos daño”. (…) “Este país está ahora en una posición mucha más orgullosa de la que ha estado desde que comenzaron las negociaciones con Francia. En Calabria, la excelencia y superioridad de las tropas británicas han sido demostradas al enemigo y a toda Europa. Por nuestro éxito en el Plata, donde un pequeño destacamento británico ha tomado una de las más importantes y ricas colonias españolas, Bonaparte debe estar convencido de que sólo una paz rápida podrá evitar que toda Sudamérica quede separada forzosamente de su influencia y colocada para siempre bajo la protección del Imperio Británico ¿A qué región del mundo habitable podrá entonces dirigirse para conseguir barcos, colonias y comercios?”.
Lunes, 20.09.1806 – desfile en Londres
“A las siete en punto de la mañana, los Leales Voluntarios Britanos se congregaron en St. James’Square y después de disparar tres salvas prosiguieron hasta Clapham, a fin de escoltar hasta la ciudad el tesoro desembarcado del Narcissus, en Portsmouth” relata un testigo presencial, John Fairnburn “A su llegada a Claphamn encontraron el desfile consistente en ocho carretones, tirado cada uno de ellos por seis caballos, adornados con banderas, pendones y cintas azules. En las banderas estaba inscripta la palabra ‘Tesoro’
Los precedía una pieza de artillería de bronce tomada al enemigo. El primer carretón llevaba el estandarte virreinal del Perú desplegado por un marino real; el segundo y tercero, las enseñas tomadas de los muros de Buenos Aires, y los siguientes, las insignias navales inglesas azuleas, rojas y blancas, mostrando el conjunto la más triunfal y grandiosa apariencia. Durante su procesión hacia la ciudad, los Leales Britanos, al mando del coronel Davidson, marcharon a la cabeza de los carretones y el coronel Prescott con los Voluntarios de Clapham los escoltaron a retaguardia. Una muy excelente banda perteneciente a este último regimiento interpretó durante la marcha ‘God Save the King’, ‘Rule Britannia’, etc., y el corazón de todos los británicos se regocijó ante la visión de la escolta.
Tras haber entrado en Londres se detuvieron en el Almirantazgo y luego prosiguieron por Pall-Mall hasta St. James’Square, donde la procesión hizo un alto ante la casa del coronel Davidson y la señora Davison obsequió un par de enseñas con la leyenda ‘Buenos Aires, Popham, Beresford, Victoria’ escrita en letras de oro sobre seda azul, rodeadas por ramas de laurel. El tesoro pasó luego a través de la city hasta el Banco, donde se depositaron más de dos millones de dólares. En el frente de cada carretón figuraban las palabras ‘Caja del Tesoro’.
En las ventanas se agolpaba una cantidad poco común de espectadores ansiosos por ser testigos del triunfo de la Vieja Inglaterra. El capitán Donnelly, del Narcissus, participó de la procesión en una silla de posta” .
Nota de Aclaración: Ese mismo capitán Donnelly recibió, por entregar el tesoro, 5500 libras como flete, una comisión del 2% sobre el total, sin perjuicio de lo que le tocara como capitán, en la repartición a su ejército por la toma de Buenos Aires.
“El tesoro siguió por la city hasta el Banco de Inglaterra, donde se depositaron más de un millón de dólares”.
Sábado, 25.09.1806 – de la prensa británica
“Tal es la fertilidad del suelo, que Buenos Aires, en poco tiempo será probablemente el granero de Sudamérica”.
(…) “Las mujeres de Buenos Aires se consideran las más simpáticas y hermosas de toda Sudamérica, y su manera de vestir denota un gusto superior” (…) “El comercio de esta región bajo el ordenamiento británico, promete ser sumamente ventajoso para ella, y podría abrir mercados de incalculables posibilidades para el consumo de manufacturas británicas. En la medida en que las cargas impuestas a los habitantes sean disminuidas por el gobierno británico, sus medios de comprar nuestros productos se verán incrementados, y el pueblo, en lugar de permanecer andrajoso e indolente, se hará industrioso, y llegará a la mutua competencia por poseer no solo las comodidades, sino lo lujos de la vida”.
Por Marcelo De Biase
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Fuente:
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