La grave situación en Chile: la Revolución contra la Hispanidad



Santiago de Chile, 9 noviembre 2019, Dedicación de la Archibasílica del Salvador; San Teodoro de Amasea, mártir. (Alejandro Tapia Laforet). Los amigos de la agencia FARO me han pedido que escriba una breve crónica sobre la situación que vive Chile desde hace algunas semanas y que ha sido cubierta por muchos medios de prensa alrededor del mundo. Los acontecimientos, de una violencia extrema e inusitada, han puesto en duda la idea de la excepcionalidad chilena en relación al resto del continente hispanoamericano. La actual crisis comenzó a principios del mes de octubre con una serie de evasiones* masivas en el metro de Santiago como protesta al alza de las tarifas en el transporte público que se puso en vigor el día 6 del mismo mes. Estas evasiones fueron realizadas en un comienzo por estudiantes secundarios de diversos establecimientos públicos de la capital, las cuales se fueron incrementando con los días hasta sumar a muchísima más gente y volviéndose cada vez más violentas. A las dos semanas de protestas no sólo se habían multiplicado las evasiones, sino que ya se producían incidentes graves entre los evasores y las fuerzas de la policía (Carabineros) al interior de diversas estaciones subterráneas. A esas fechas los daños en las instalaciones de la red de metro ya eran considerables, y seguían en aumento producto de la organización de la protesta a través de redes sociales. El día viernes 18 de octubre dejaron de funcionar algunas estaciones y el gobierno tuvo que enviar fuerzas especiales del Cuerpo de Carabineros para contener cualquier altercado grave que afectara el normal funcionamiento de la red de transporte subterráneo. A pesar de esto último las protestas fueron en aumento en cuanto a la cantidad de personas y en la intensidad de la violencia. La seguridad en el transporte se vio alterada gravemente debido a las múltiples agresiones y ataques que sufrieron los guardias, conductores y funcionarios del metro de la ciudad de Santiago. Esto trajo como consecuencia que una verdadera marea de trabajadores se quedara sin transporte y colapsaran las calles de la ciudad tratando de llegar a sus hogares. Sumado a ese caos se producían diversas protestas en varios puntos de la ciudad con enfrentamientos y barricadas.

La situación se agravó y escaló al llegar la noche, ya que muchas estaciones del metro y edificios particulares fueron atacados con artefactos incendiarios. El Gobierno reaccionó declarando el estado de emergencia y el toque de queda en varias regiones del país al verse sobrepasado por la situación. El conflicto y la protesta en torno al alza de 30 pesos (menos de 4 céntimos de euro) en el costo del pasaje de metro se habían convertido en otra cosa. Lo que se comenzó a vivir en Chile a partir de la noche del 18, la madrugada del día 19 y el domingo 20 de octubre corresponde sin duda alguna a un intento insurreccional organizado y bien planificado. Es por eso que el presidente Sebastián Piñera hiciera referencia a una guerra contra un enemigo poderoso. Frase algo críptica que motivó burlas y una fuerte oposición, pero que algunas personas más despiertas supieron entender. Se atacaron y destruyeron de forma simultánea y coordinada más de 130 estaciones de metro, utilizando para ello aceleradores químicos que redujeron a escombros muchas de las instalaciones. Se intentó dañar la red de abastecimientos de la capital mediante la destrucción de numerosos supermercados y almacenes. Conjuntamente a estos actos, se desató un saqueo organizado en muchas partes contra estos mismos establecimientos. Se quemaron estaciones de peaje en las carreteras, esto a la misma hora que se producían los saqueos y las quemas de locales comerciales. Además de lo anterior existió un intento de atentar contra la red de agua potable y eléctrica de Santiago y de la zona central del país.

Ante estos hechos, el gobierno de Sebastián Piñera quedó irremediablemente golpeado e incapacitado para controlar la situación, por lo que se debió recurrir a las Fuerzas Armadas para imponer el orden y la seguridad en muchas de las regiones de Chile. Todos estos acontecimientos más el vacío de poder generado por las acciones terroristas permitieron a los sectores más extremistas de la oposición de izquierda movilizarse hacia las calles solicitando poner fin al estado de emergencia y el retiro de las tropas de las calles. Esa movilización, pequeña en un comienzo, luego masiva, fue mutando en sus peticiones. De pasar a exigir el retiro de las Fuerzas Armadas se pedía la renuncia del Presidente de la República y el fin del modelo económico y político.

Las protestas se han tratado de justificar señalando que son la expresión de rechazo a más de treinta años de un sistema económico abusivo y desigual (más adelante diremos algo sobre esto). Ciertamente muchas personas han salido, y siguen haciéndolo con ese ánimo, pero es evidente que las demandas tienen un cariz ideológico bien explícito. Con el paso de los días la intensidad de la violencia no ha disminuido y ha mostrado el profundo odio y resentimiento almacenado por años en muchos sectores de la población. No sólo se han vandalizado locales comerciales (más de 600 sólo en Santiago) y numerosos edificios públicos, sino que se ha visto una verdadera saña contra los templos católicos y numerosos monumentos a los conquistadores y fundadores de nuestro Chile. Las protestas traen consigo un ánimo de refundación y de deseo por reescribir la historia, de cepillar la historia a contrapelo como muchos fanáticos han verbalizado por estos días. Es así como se han decapitado los monumentos a don Pedro de Valdivia, Francisco de Aguirre, García Hurtado de Mendoza y Cristóbal Colón en ciudades como Arica, La Serena, Concepción,Temuco o Cañete. Las iglesias en su mayoría han sufrido ataques con bombas molotov, rayados**, entre otras profanaciones. Uno de los hechos más graves aconteció en el puerto de Valparaíso donde la Catedral fue asaltada y sus bancas quemadas en una pira en la plaza contigua. Pero este atraco palidece en contraste con el ataque perpetrado el viernes 8 de noviembre, al comenzar el Mes de María (que en Chile se celebra por estas fechas) en contra de la antigua Parroquia de la Asunción en el centro de Santiago: una horda derribó sus puertas y destrozó y quemó en la calle todo el mobiliario y las imágenes; los mármoles de las pilas fueron arrancados y destrozados y hasta el mismo altar y el Santísimo fueron profanados en modos que el pudor impide describir aquí; las imágenes de yeso o esculpidas que no se pudieron quemar fueron decapitadas y destrozadas a golpes en la calle, entre blasfemias que quedaron grabadas y han circulado entre los medios y redes sociales. En doloroso y silencioso contraste, la reacción de los obispos y de la Iglesia oficial en general ha sido nula, pues en estos momentos se encuentran sumidos en un verdadero ostracismo social y profundamente desacreditados producto de los numerosos escándalos sexuales que se han conocido. La jerarquía, otrora tan opinante, no ha sido capaz de levantar su voz en medio de esta angustiosa y extensa crisis nacional. Eso es lo que puedo señalar en cuanto a los hechos. ¿Y en cuanto a las causas? ¿Qué se puede decir? Trazaré unas cuentas ideas.

La actual crisis no ha brotado ex nihilo o por arte de magia, tampoco se debe a una mera mala conducción económica por parte del actual gobierno. Su origen se remonta a los tiempos del régimen militar, incluso antes. Desde los años sesenta en nuestro país se ha venido experimentando con toda suerte de experiencias políticas. Chile ha sido un verdadero laboratorio político. Todas estas experiencias, han sido revoluciones que han trastocado los cimientos de la sociedad chilena. La revolución en libertad de Eduardo Frei Montalva, la experiencia socialista del Dr. Allende y la revolución silenciosa de los Chicago boys y del gremialismo de Jaime Guzmán.

Durante los años del gobierno del General Pinochet las dos familias políticas hegemónicas al interior del régimen fueron los denominados Chicago boys y los llamados gremialistas. Los primeros serán los responsables de llevar adelante toda la política económica de corte liberal y las nuevas transformaciones estructurales del país. El otro grupo actuó como semillero de funcionarios para el nuevo régimen. También liberales, impidieron cualquier intento de restauración del país sobre pilares políticos tradicionales. Ambos grupos operaron en conjunto formando una alianza política que dotará del ethos a la nueva derecha que se forja durante la dictadura y que debuta en los años de la transición. La característica principal de esta nueva derecha es la despolitización de la sociedad y el desprecio por cualquier debate ideológico-político, centrando su preocupación exclusiva en la discusión economicista. La derecha, al abandonar toda batalla político-cultural, le cedió los espacios de acción a la izquierda y a la extrema izquierda, nostálgica de la guerrilla. Los militantes y activistas del progresismo y del marxismo ocuparon lugares en gremios, medios informativos, universidades y en el mundo de la cultura. La derecha, especialmente la de matriz gremialista se dedicó por décadas a fomentar un tipo de política tecnocrática formando a cientos de sus jóvenes cuadros en los leadership del neoconservador Morton Blackwell, despreciando la formación intelectual, ebrios de un exitismo absurdo por haber instalado un modelo económico que supuestamente nos sacaba del Tercer Mundo y asumiendo las premisas del politólogo yanqui Francis Fukuyama. ¿Para qué preocuparse? El liberalismo ha triunfado, repetían constantemente.

La grave dificultad es que el conflicto de la Guerra Fría jamás fue cerrado correctamente en Chile y los hechos de estos días dan la razón a dicha tesis. El modelo estaba ahí, enhiesto, orgulloso; pero también sus detractores más acérrimos. Ellos crecían año a año, atacando los logros del neoliberalismo, a lo cual los prohombres del sistema contestaban con frías estadísticas y gráficos. Es una realidad que el sistema se estancó, a pesar de seguir funcionando. Importantes sectores de la población se sintieron marginados del crecimiento, especialmente los sectores periféricos sumidos en la delincuencia y el narcotráfico. También los sectores que en efecto se vieron beneficiados por el progreso material del país y emergieron de la pobreza pasando a integrar la nueva clase media de consumo, captaban la distancia con un mundo siempre inalcanzable que les mostraba, sin pudor, la oferta publicitaria. Muchos jóvenes enrabiados, frustrados y sin oportunidades encontraron una vía de escape en grupos de extrema izquierda o asistémicos, desconocidos o creídos muertos por la casta política chilena. Especialmente por la despreocupada e ignorante derecha.

Otro problema grave en nuestro país es la inexistencia de un aparato de inteligencia moderno, pues desde el fin del régimen militar, cualquier atisbo de crear una central de informaciones es visto como una amenaza a la democracia. La actual agencia de inteligencia (ANI) con los hechos de estos días ha terminado por demostrar ser completamente inútil. Sus únicos logros han sido denunciar grupos neonazis inexistentes y amedrentar y perseguir a viejos militares en retiro. Es por eso que hace décadas vienen operando impunemente las viejas guerrillas en la Araucanía, haciendo impenetrables extensas zonas de la región y causando el terror con cientos de atentados. Se sabe de la ayuda militar de miembros de la ETA o de las FARC, pero no se le ha dado la importancia debida, y es así como siguen operando con total libertad. Hace el mismo tiempo se han organizado grupos anárquicos insurreccionales, los cuales a todas luces actuaron en los recientes atentados del Metro, ayudados por una canallesca mano foránea que nos preocupa terriblemente. ¡Pero estos fenómenos nunca han sido un tema de estudio serio! Ni para la inteligencia o la politología nacional. Para los conservadores, el anarquismo es un fenómeno que se reduce a una mera estética... Los grupos violentos que operan en Chile hoy han emergido con una fuerza inaudita, creando un clima de enfrentamiento y descabezando en la práctica a nuestro Gobierno. En estas circunstancias la extrema izquierda chilena parece ganar y cosechar y la derecha gremialista, herida de muerte, no parece poder dar nuevas respuestas.

Este es el momento oportuno de sacar lecciones, prepararse en todos los ámbitos para lo que viene y encomendarnos especialmente a Nuestra Señora del Carmen, Patrona y Generalísima de nuestras Fuerzas Armadas. Ella, que es terrible como ejército en orden de batalla, nos dará la victoria sobre todos los estandartes de la Revolución.




































Agencia FARO




Notas explicativas de Hyeronimus (que residió largos años en Chile) sobre algunas palabras utilizadas en el texto:

* Evasiones: Quiere decir evasión de pago, es decir, viajar sin pagar en el transporte público.
** Rayados: En el Cono Sur equivale a pintadas, o sea, grafitti.