El épico final del Imperio español en Hispanoamerica: los últimos defensores del Reyno del Perú – Instituto peruano de cultura hispanica
El Gallego Don José Ramón Rodil resistió a la espera de refuerzos desde la Península durante casi dos años en la Fortaleza del Real Felipe del Callao, que vivió entre sus muros la muerte o deserción de 2.424 de los 2.800 soldados que la defendían
El triste epílogo a las guerras civiles en el Imperio español del siglo XIX fue, como es habitual, un baño de sangre. El escenario fue el Callao, en el Virreinato del Reyno del Perú, que a diferencia de Los Reynos Nueva Granada y de Río de la Plata, se mantuvo inmune a la fiebre separatista que se extendió por América. La mayor presencia de peninsulares y criollos leales al Reyno y a la Corona que en otros territorios, la escasa implantación del espíritu separatista y la capacidad de mando de los sucesivos virreyes convirtieron el lugar en una roca en el camino de los rebeldes.
Para someter al Reyno del Perú fue necesaria la acción conjunta de las fuerzas extranjeras y vendidas al imperio ingles como las de los rebeldes de Bolívar y de San Martín. Así, solo en julio de 1821 el Virrey Don José de la Serna ordenó evacuar los Reyes ( Lima), dando vía libre a al rebelde de San Martín proclamara la independencia de Perú, pero no la logro, solo fue una proclama. Y aún cambiaría de manos varias veces la capital hasta que, con las fuerzas del Ejercito Real del Perú al límite, llegó la batalla de Ayacucho y con ella la derrota del contingente militar Peruano más importante que seguía en pie.
En paralelo a los sucesos de Ayacucho, todavía hubo una última guarnición que acometió una resistencia digna de elogio. Don José Ramón Rodil y Campillo y los últimos leales del Perú se atrincheraron en la Fortaleza del Real Felipe del Callao, construida inicialmente para defender el puerto contra los ataques de piratas y corsarios.
“Un Leónidas moderno en Perú”
Lima y la fortaleza en el Callao habían sido recuperadas por el Ejercito Real del Perú meses antes del desastre de Ayacucho, coincidiendo con uno de los pocos periodos de la guerra favorables a los intereses realistas. El General Monet al frente de las fuerzas del Ejercito Real del Perú había entrado de nuevo en la capital el 25 de febrero de 1824 y designó al brigadier Don José Ramón Rodil como jefe de la guarnición del Callao. Lo hizo, claro, sin sospechar que este oficial Gallego iba a protagonizar una resistencia de tintes épicos.
Lima fue abandonada tras la batalla de Junín. Se esperaba que los Batallones del Ejército Real del Perú del Callao tomaran el mismo camino tras la capitulación de Ayacucho, pero el General Rodil y sus 2.800 soldados se negaron a rendirse ante la perspectiva de que aún podría recibir pronto refuerzos de la metropoli.
El General Rodil incluso se negó a recibir a los enviados del Virrey la Serna, derrotado en Ayacucho, porque los consideraba poco menos que desertores y traidores. Tampoco quiso escuchar el 26 de diciembre a los representantes del invasor rebelde Simón Bolívar, quienes daban por hecho que el General Rodil iba a rendir la fortaleza en cuanto se enterara de los generosos y sospechosos términos de la capitulación.
El General Rodil creía que el suyo era un viaje sin vuelta atrás. La entrada de Bolívar en Lima provocó la huida masiva de la población de españoles peninsulares, extranjeros y de los leales a la Corona hacia el Callao. 8.000 refugiados convirtieron el Callao en el último bastión de la resistencia peruana en Sudamérica y en la última esperanza de recuperar estos territorios.
El asedio de las tropas extranjeras, unos 4.700 soldados, dirigidas por el venezolano Bartolomé Salom, se inició en forma de bombardeo con artillería pesada al puerto del recinto amurallado. Se calcula que en los dos años que duró el sitio se dispararon 20.327 balas de cañón, 317 bombas e incontables balas. Al ataque terrestre, se sumó también el bloqueo naval de las flotas de la Gran Colombiana, Chilena e inglesa.
A pesar de contar con menos hombres armados y pocos recursos, el Ejercito Real del Perú tenían varias cosas a su favor. Don José Ramón Rodil contaba entre sus filas con los Regimientos veteranos Real de Lima y Real de Arequipa, así como una de las fortalezas más grandes de todo el continente. Las murallas y las minas enclavadas en la roca hacían imposible un asalto por tierra, mientras que el bastión artillado mantenía la flota combinada a distancia.
Asimismo, la veteranía de su comandante jugaba a favor de las fuerzas peruanas. Nacido en Lugo el 5 de febrero de 1779, Rodil había combatido contra Napoleón y luego había saltado a Sudamérica, donde prestó importantes servicios en Talca, Cancharrayada y Maipo. Además de cicatrices, el Gallego coleccionaba múltiples condecoraciones por el valor desplegado.
Sin posibilidad de hincarle el diente a la fortaleza, los ejércitos separatistas mantuvieron el bombardeo día y noche en un intento por dejar que la fruta cayera por su propio peso. Desde el principio se hizo latente la dificultad de alimentar a una población civil de miles de refugiados, así como el mantener un régimen casi carcelario para evitar las deserciones entre las filas .
En un informe fechado el 26 de setiembre de 1825, Hipólito Unanue escribió a Simón Bolívar el estado del sitio, convertido en una prisión tanto dentro como fuera de la fortaleza:
sigue defendiéndose obstinadamente y no pasa día sin que se haga fuego fuerte contra él.
Los enemigos fueron la hambruna y las epidemias
La hambruna, las malas condiciones sanitarias y las epidemias crecieron al mismo ritmo que la carne de rata disparaba su precio en el mercado negro. Es por ello que Rodil envió hacia el frente enemigo a aquellos civiles cuya presencia no era importante en el campo militar para que estuvieran fuera de peligro, pero los rebeldes separatistas por orden de Bolívar empezaron a rechazar las oleadas de civiles con plomo y pólvora, convirtiéndose en una matanza de civiles nunca vista un verdadero genocidio
Solo cerca del 25% de los civiles lograron sobrevivir al asedio de dos años. El escorbuto, la disentería y la desnutrición fueron rebajando el número de defensores cada día de resistencia. No así la determinación del General Rodil, que únicamente aceptó rendirse cuando la situación adquirió una atmósfera extrema.
Sin comida, con la munición cercana a terminarse, y sin noticias de que fueran a llegar refuerzos desde la metrópoli peninsular; El General Rodil accedió a negociar con el General venezolano (extranjero, por cierto) El 23 de ese mes, tras dos años de resistencia, las tropas del Ejército Real del Perú entregaron la fortaleza en condiciones que permitieron conservar la honra y la vida a los defensores. O al menos a los supervivientes. Solo unos 376 soldados lograron salir con vida de aquellos dos años extremos, salvando las banderas de los Regimientos Real Infante de Lima y del Regimiento de Arequipa.
La vida del General Rodil también fue respetada, entre otras cosas porque el propio Bolívar salió en defensa del mismo: «El heroísmo no es digno de castigo».
El regreso de «un General de puro bestia»
En España se habían olvidado de los últimos defensores de Sudamérica cuando éstos combatían, pero al regreso a la península algunos de ellos fueron recompensados por su gesta. Don José Ramón Rodil fue nombrado Mariscal de Campo y se le otorgó en 1831 el título nobiliario de Marqués de Rodil por su actuación en el Reyno del Perú. No obstante, su consideración de estratega quedó en entredicho con varias derrotas en la Primera Guerra Carlista. Su carrera política finalizó a consecuencia de su antagonismo con Baldomero Espartero. Posteriormente, Espartero auspició que Rodil fuera juzgado por un consejo de guerra y le retiran sus honores, títulos y condecoraciones.
¿Qué motivó su obstinada resistencia el Callao?, siguen preguntándose hoy sus detractores. El desaparecido político peruano Enrique Chirinos citó, en una de sus obras históricas, un conocido verso para definirlo: fue «un español de puro bestia». Eso y que realmente confiaba, hasta el verano de 1825, en que desde la Península se enviaría una fuerza de reconquista. Controlar aquella posición estratégica era clave para tener un punto de desembarco en América.
Fuente
Monarquía peruana https://www.facebook.com/Instituto-P...8759081802598/
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