“Noche mala en vez de Nochebuena, fue para Pasto la del 24 de diciembre de 1822. Casa por casa la ciudad fue tomada. Los guerrilleros caían por docenas cada minuto. Se vengaron implacablemente; unos rendidos, otros heridos, todos fueron muertos. Familias enteras desaparecieron. Entraron a caballo en la iglesia de San Francisco y mataron a todos los allí refugiados, incluyendo mujeres y niños”
“Colombia ayer, Colombia hoy”
El propio Simón Bolívar en persona ejecutó el genocidio y el 2 de enero llegó a la ciudad. Forzó a 1.000 hombres contra su voluntad para ser enviados a Perú, donde continuaba la guerra. Muchos murieron en en el trayecto por las penurias. También se confiscaron gran cantidad de bienes, hizo un decreto de confiscación de bienes, impuso una contribución de 30.000 pesos, confiscó el ganado y 2.500 caballos para el ejército, y utilizó el llamado “matrimonio cívico”, consistente en lanzar parejas de indios a las aguas del río Guáitara para ahorrar munición. El 30 de enero, Simón Bolívar escribió a su general Santander:
«El famoso Pasto, que suponíamos tan abundante de medios, no tenía nada que valiera un comino; ya está aniquilado sin mucho empeño»
Pero el líder unionista, el mestizo Agustín Agualongo, había huido con otros pocos hombres de la matanza. Encontró refugio fuera de la ciudad en una hacienda de Doña Joaquina Enríquez, una importante mujer de la región que estaba en contra de la separación con España. Allí pudieron recomponer un pequeño ejército de 2.500 hombres, todos mestizos e indígenas, del cual se nombró por unanimidad a Agualongo como jefe militar. Estaban mal armados, con viejos fusiles reacondicionados y otras armas rudimentarias pero pese a ello, el 12 de junio de 1823 derrotaron al ejército de Bolívar en Catambuco y lograron recuperar la ciudad de Pasto, donde a su entrada se ofició un Te Deum y se leyó una proclama que llamaba a los pastusos a:
“armarse de una santa intrepidez para defender la santa causa, vencer a los enemigos y así vivir felices”
Agustín Agualongo. Autor desconocido. Fuente: Wikipedia
Agualongo, al frente de 1500 milicianos atacó la Villa de Ibarra pero debido a la inferioridad numérica y militar, tuvieron que huir hacia las montañas perseguidos por el ejército gubernamental y cientos de milicianos murieron en la retirada. Otra vez Simón Bolívar ordenó la venganza sobre la ciudad de Pasto y envió al general Bartolomé Salom con órdenes concretas:
“Marchará a pacificar la Provincia de Pasto. Destruirá a todos los que se han levantado contra la República. Mandará partidas en todas direcciones, a destruir a esos facciosos. Las familias de todos ellos vendrán a Quito, para destinarlas a Guayaquil. Los hombres que no se presenten para ser expulsados del territorio serán fusilados. Los que se presenten serán expulsados del país y mandados a Guayaquil. Se ofrecerá el territorio a las familias patriotas que lo quieran habitar. Las propiedades privadas de estos pueblos rebeldes, serán aplicadas a beneficio del ejército y del erario nacional. Llame Usted al Coronel Flórez para que se haga cargo del gobierno de los Pastos”
Y otra vez Agustín Agualongo se resistió a la rendición. En agosto volvieron a retomar la ciudad de Pasto y de manera bastante humillante para los hombres de Simón Bolívar. El general Bartolomé Salom tuvo que huir y fue capturado un importante oficial que unos años más tarde llegaría a ser presidente de la Republica de Colombia; Pedro Alcántara Herrán, quien de rodillas ante Agualongo suplicó para que no lo fusilara. Agualongo le respondió:
“No mato rendidos”
La historia se repitió varias veces, Pasto fue tomada y retomada por unos y otros en distintas ocasiones, en una guerra de desgaste que llevaban las de perder los hombres de Agualongo, como por desgracia terminó ocurriendo. Tras una batalla en Barbacoas (a 240 kilómetros de Pasto), Agustín Agualongo fue herido en una pierna y tuvo que retirarse de la batalla, no sin antes enviar un mensaje indicando la ruta que iba a seguir y el destino final. Desgraciadamente, el mensajero fue capturado y Agualongo fue capturado en una emboscada, por otro oficial de Bolívar que también años más tarde sería presidente de la Republica.
Agualongo fue enviado a Popayán y junto a otros tres compañeros, fue juzgado por un Tribunal que más que sospechoso se puede llamar farsante. Fue condenado a muerte. Cuentan las crónicas que el asesor jurídico
“se separó de la pena capital porque vio que no había materia para aplicarla. Sin embargo, el intendente, ignorando todo derecho, mandó ejecutarla”.
El día anterior a su fusilamiento, se le conmutó la pena de muerte a cambio de jurar fidelidad a la nueva constitución de la república pero Agustín Agualongo era profundamente cristiano y leal a sus ideales, no era hombre de traicionarlos ni a los que había dado su vida ni a los iban a darla por ellos y dijo su frase más recordada:
«Sí tuviese veinte vidas, estaría dispuesto a inmolarlas por la Religión Católica y por el Rey de España»
Vestido con el uniforme de coronel del ejército español y con los ojos descubiertos, murió al grito de:
¡¡¡Viva el Rey!!!
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