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Tema: Sevilla y América

  1. #1
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    Sevilla y América

    Revista de las Españas
    Madrid, junio de 1926
    2ª época, número 1
    páginas 27-30


    Mario Méndez Bejarano
    Sevilla y América

    Ni ofuscada por el delirio, podría ciudad alguna disputar a la sagrada Hispalis la celebración del solemne certamen hispanoamericano. Alegaríase alguna relación aislada, climatológica, mercantil o de mera coincidencia histórica; pero Sevilla es una población plenamente americana, sin dejar de ser la más típica española; de tal suerte, que América no parece, a primera vista, una continuación de España, sino una prolongación de Andalucía.
    Cualquiera de nuestras regiones ha emitido mayor coeficiente emigratorio que Sevilla y, sin embargo, el lenguaje de los americanos desmaya en cadencias análogas al habla de la Bética, dulcificando la inflexible rigidez castellana, tornando más fluida y suave la pronunciación, que es alada y viva, adivinando las leyes de la biología fonética y señalando la prosodia del porvenir.
    Y con el alma y la elocución pasó también sobre las olas, como brisa de luz, el numen generador de los moldes artísticos. Heredia, Ventura de la Vega, la Avellaneda, todos los grandes clásicos americanos, reproducen en la excelsitud de la forma, en la altura de los asuntos, en la majestad y pulcritud del lenguaje la noble complexión de la poesía sevillana.
    Y, al emigrar el genio, arrastró a la materia. En pos del poeta viajó el impresor, trasladando al otro lado del Océano todo el bagaje de prensas y caracteres, que parecían haberse ensayado en el verbo andaluz para encarnar el pensamiento de un nuevo continente. Los primeros tipógrafos que se establecieron en el Perú: Jerónimo de Contreras, el de las Siete Revueltas; sus hijos, Manuel, Juan y Jerónimo; Francisco Gómez Pastrana, hijo de Pedro y nieto de Bernardo; Pedro de Cabrera, Luis de Liria, eran naturales de Sevilla. A Cartagena de Indias llevó la primera imprenta Antonio Espinosa de los Monteros, nacido en el más hermoso puerto del reino de Sevilla. Otro sevillano, el famoso Juan Pablos, se embarcó en el muelle de su ciudad natal para transportar a Méjico, con su pericia, todos sus oficiales, maquinarias, herramientas y hasta papel y tinta para instalar la primera imprenta mexicana en Moctezuma el año 1539.
    Sienten los americanos invencible simpatías por la comarca gemela de su país y, antes que la centralización impusiese la preferencia de Madrid, todos los indianos que se trasladaban definitivamente a la Península se establecían en Sevilla, bien que fueran nativos del Nuevo Continente, o bien oriundos del centro o septentrión de España.
    Obedeciendo a tan arraigada sugestión, el Duque de Rivas coloca en Sevilla la residencia de don Álvaro y abre la escena junto al arranque de la famosa puente flotante, maravilla de sus tiempos, y en uno de los clásicos aguaduchos que se alzaban ora a lo largo del río, ora en la antigua Alameda, a1 pie de los ingentes monolitos que, en el silencio de la noche, aún escuchan el vuelo de las águilas romanas.
    Los campos de la baja Andalucía, ardientes y feraces, recuerdan, por la lujuria de su flora, la pureza de su cielo y el brillo de sus noches, la magnificencia del continente americano. Hasta la arquitectura de casas bajas y cómodas; los entoldados patios de marmóreas fuentes, con sus columnas, que se abren en dóciles arcos a guisa de palmeras; el rumor del agua, que suena como lejano mover de hojas, y cierta vaga idealidad diluida en el ambiente con penumbras y sopores de manigua..., todo marca la transición del uno al otro continente, la encarnación de una ley biológica o providencial.
    Parece increíble que nuestros imprevisores Gobiernos no hayan instaurado, muchos años ha, un [28] Instituto de Estudios americanistas allí donde nuestros hermanos del otro hemisferio se creen en su propia casa, donde el viento suspira, a la vez, melancolías de soledades y de guajiras, donde los muelles gimen por las flotas americanas y el Archivo de Indias espolea la docta curiosidad con el tesoro de sus inagotables documentos.
    La Historia, que no es sino la realidad prolongada en el tiempo, ha afianzado, minuto por minuto, los áureos broches de la confraternidad entre la región andaluza y el nuevo mundo, con tan apretados vínculos, que para la historia americana casi pudiera suprimirse el resto de la Península.
    En el reino de Sevilla, y en histórico monasterio, halló Colón el amparo que, sin fruto, pordioseó a todas las coronas del Occidente europeo; cuando los Reyes Católicos le confiaron una carabela, los andaluces le regalaron dos. Próceres sevillanos y gentes de la región hispálica acompañaron al loco en su increíble aventura. De Sevilla, y de los puertos de su jurisdicción, partieron las cuatro expediciones del inmortal genovés. Rodrigo de Triana, «vezino de molinos de tierra de Sevilla», adivinó el suspirado continente entre la bruma del mar y las sombras de la noche, y de su pecho trémulo brotó aquel grito de ¡Tierra!, que anunciaba una nueva edad para el hombre y el planeta.
    El intrépido sevillano Alonso de Hojeda, ya celebrado por su bravura en la conquista de Granada y por su conducta en las dos primeras expediciones de Colón, organizó en su ciudad natal una exploración de las costas de las Perlas, llevando de piloto a Juan de la Cosa y a bordo de su nave al afortunado Américo Vespucio que, como casi todos los aventureros, residía en Sevilla, «do viene toda la riqueza del mundo».
    La capital andaluza, como la más rica y populosa ciudad, aumentó su esplendor con el bien ganado monopolio del comercio trasatlántico. Sus comerciantes dictaban las leyes de Indias, y la Aduana de Sevilla, que ya ejercía jurisdicción sobre todas las de Castilla, recibía sin descanso las opulencias del mundo virgen.
    En la Casa de la Contratación, de Sevilla, foco el más importante de Europa para el estudio de las ciencias, y a un tiempo Tribunal, Escuela, Lonja y Ministerio de Indias, se dibujaban los mapas del Nuevo Mundo, se trazaban los derroteros, se fijaba el islario general del mundo y se recogía todo el espíritu español para dilatarse por los nuevos horizontes.
    Sevillanas son las cartas anónimas, conservadas en Italia, del litoral atlántico del Nuevo Mundo y del canal de Magallanes, correspondientes a los albores del siglo XVI, así como la de Turín, existente en la Biblioteca Real.
    Sevilla sirvió de paso obligado a cuantos iban y venían entre España y América. Su Cabildo envío sabios a estudiar la fauna y la flora transoceánica. En su recinto instauróse el primer museo de productos americanos, y alcanzaron renombre las colecciones de Monardes, Argote de Molina y Zamorano. En la gran urbe, que ya entonces el insigne jesuita cordobés Martín de la Roa aclamaba «cabeza de España, como la más noble en riqueza, potencia y magnificencia y esplendor que las demás ciudades, y que el historiador de Felipe II, D. Luis de Córdoba y Cabrera, llamaba ciudad, «compuesta de lo mejor que otras tienen: grandes señores letrados, mercaderes, excelencia de artífices, de ingenieros, templanza de aires, serenidad de cielo, fertilidad de suelo, en todo lo que puede Naturaleza desear el apetito, procurar el regalo, inventar la gula, demandar la salud y apetecer la enfermedad», fundó el hijo del inmortal descubridor la gloriosa Biblioteca Colombina, timbre de la cultura española.
    Centenares de ingenios hispalenses, cuyos claros nombres he recogido en una Biobibliografía Hispálica de Ultramar, trataron de asuntos americanos, y en Sevilla nacieron los magnos jurisconsultos sistematizadores de la legislación de Indias, desde el doctísimo D. Antonio Javier Pérez y López, con su Teatro de la legislación universal de España e Indias, hasta D. Luis Torres de Mendoza, que publicó cuarenta y dos volúmenes de documentación inédita.
    Los grandes escritores transoceánicos alcanzaron la categoría de clásicos hispanos, y en todos sus poemas anteriores al modernismo, la Abellaneda, Vega, Heredia, Bello..., se admira la manera española [29] y, más o menos pronunciado, el sello indeleble de la escuela sevillana. Verdad que, aparte las analogías de clima y la intimidad de relaciones y el monopolio ejercido por Sevilla en los asuntos americanos, la capital de Andalucía envió al Nuevo Mundo lucido y formidable contingente de soberbios escritores. Sin acudir a minucioso escrutinio, innecesarios para justificar un pormenor, aun omitiendo los grandes maestros, predicadores e ilustrados misioneros, por lo numerosos, casi imposible de catalogar; renunciando a esfuerzos de memoria, y sólo al correr de la pluma, recordaremos que Sevilla envió en el siglo XVI a Méjico, para que rodase mal herido en pos de galante aventura, al príncipe de sus madrigalistas, Gutierre de Cetina; al teólogo Juan de Jesús y María; a Antonio Pozo, notable lingüista; a Guillermo de los Ríos y Jerónimo Moreno, biógrafo, canonista, y lingüista: al poeta Juan de la Cueva, iniciador del drama histórico y precursor de Lope; a los médicos Francisco Bravo, Juan de Cárdenas, autor de Los Secretos de Indias, y Juan Farfán, ex médico de Felipe II y decano de Medicina en la Universidad de Méjico, que compuso el popular Tratado breve de Medicina; al lingüista Francisco de Acosta, y a los notables escritores Alvar Núñez, Baltasar Vellerino de Villalobos y Fray Tomás Mercado. No menos ínclitos hispalenses ilustraron al Perú, cuya hermosa capital semejaba trasunto de la gloriosa Hispalis, singularmente Francisco López de Jerez; Alonso Enríquez de Armendáriz; aquel Luis de Ribera, comparado por Gayangos a Luis de León, al cual supera en corrección, sin desmerecer en la idea; Alonso de Montemayor; Bartolomé de Escobar; Alonso de Góngora y Marmolejo, que también estuvo en Chile, y Pedro Cieza de León, autor del primer ensayo de Geografía descriptiva de países americanos; los graves teólogos Juan Romero y Diego Torres de Vázquez; los ilustres dominicanos Fray Juan de Ibáñez, Fray Jorge de Sosa y el docto Fray Domingo de Santo Tomás; el famoso escritor médico Francisco de Figueroa y Fray Diego de Hojeda, el primero entre los épicos españoles. Cuba recibió el geógrafo Luis de Cárdenas; Chile, al historiador Alonso Góngora y a Fernando Álvarez de Toledo, autor del poema Purén indómito; Colombia, a Juan de Castellanos y al historiador Antonio de Lebrija, acaso descendiente del padre del humanismo español. Y antes que todos, imprimieron en el Nuevo Mundo el Dr. Diego Álvarez Chanca, comisionado por el Ayuntamiento de Sevilla, que fue, como dice Hernández Morejón, «el primero que echó una mirada de observación sobre la naturaleza, producciones y costumbres de aquel país; el admirable apóstol Fray Bartolomé de las Casas; Diego de Porras, compañero de viaje de Cristóbal Colón; Alonso Mexia de Venegas, primer importador de la quinina a Europa, y aquel simpático y aturdido autobiógrafo e historiador Alonso Enríquez de Guzmán, partidario de Almagro, con inminente riesgo de su vida, en las discordias que afligieron al Perú.
    Aun tuvo, si cabe, la reina del Betis más espléndida representación en el siglo XVII con el inmenso Mateo Alemán, cuyo genio lanzó sus postreros resplandores en Méjico, donde también brilló su homónimo el eximio Dr. Alemán, catedrático, a quien el conde de Monterrey llamaba «el mayor letrado de estos reinos», y al lado de ellos, los lingüistas Diego González y Juan Bautista Morales, hagiógrafo y sinólogo; el acerbo escritor Luis de Orduña y el religioso Miguel Castilla; el cosmógrafo Fray Antonio de la Ascensión y el vate astigitano Bartolomé de Góngora; Cuba escuchó la fervorosa palabra de Antonio Delgado Buenrostro; Perú tuvo en su seno a los teólogos Fray Martín de León y Fernando de Padilla, canonista e historiador; al elocuente Andrés García de Zorita; a los historiadores y biógrafos Alfonso de Sandoval y Fernando de Montesinos, que recorrió las Charcas y el Potosí; al historiador y teólogo Diego Andrés de Rocha; a los lingüistas Juan de Arroyo Atinsio y Juan de Espejo ; a los poetas Diego de Avalos y Figueroa y Diego de Mexia y Fernangil, y al insigne épico, dramaturgo, historiador y novelista Luis de Belmonte y Bermúdez, que tantos países recorrió y cantó tantas glorias. En Panamá y en Méjico estuvo el teólogo Fray Pelayo Enríquez y Afán de Ribera, de la ilustre casa de los duques de Alcalá de los Gazules y marqueses de Tarifa, que también [30] se dejó oír en Méjico; en Paraguay, el canonista y biógrafo Juan de San Diego y Villalón; en Chile, el teólogo y gramático Juan de Ribera, y en Panamá, el reputado jurisconsulto Francisco de Alfaro.
    En el siglo XVIII, cuando ya decaían las letras españolas, todavía Sevilla mandó a Méjico su teólogo Dionisio Levanto; el historiador y naturalista Francisco Ximénez; los cosmógrafos, geógrafos y marinos Sebastián Guzmán y Córdoba, José Espinosa y Tello, Antonio Domonte y Manuel Díaz de Herrera; el eminente jurisconsulto Ciriaco González Carvajal, y los escritores de varias materias Silvestre Díaz Vega, Fernando Mangino, Antonio Bucareli y Agustín de Coronas y Paredes; a nueva Granada, al marino Manuel de Flores, y a Caracas, al matemático y cosmógrafo Pedro Manuel de Zedillo y Rujaque.
    Hasta en el siglo XIX, cuando no quedaban en nuestro imperio colonial sino la hermosa reliquia antillana, vivieron en las islas de Cuba y Puerto Rico los poetas José Gutiérrez de la Vega; Carlos Peñaranda; Emilio Bravo y Romero; el gran cosmógrafo Rafael de Aragón, pariente de D. Alberto Lista; el docto historiador Miguel Rodríguez Ferrer; Antonio López de Letona; José González Torres de Navarra; José Ignacio Chacón y Torres de Navarra; Jenaro Cavestany, hermano del Juan Antonio que realizó, dando conferencias, triunfal excursión por ambas Américas, al par que Gutiérrez de Alba en Colombia, Leal en la Argentina, Lasso de la Vega en el Uruguay, y otros innumerables sellaban la perenne confraternidad.
    Muerto Cristóbal Colón en 1506, certero instinto popular designó a Sevilla para guardar las cenizas de aquel gigante, y los augustos despojos se confiaron al panteón de los señores de la casa de Alcalá, en el monasterio de Santa María de las Cuevas, de la Cartuja. Cuarenta y un años transcurridos, el más genial de los conquistadores, Hernán Cortés, después de someter el imperio mejicano, vino a morir a las inmediaciones de la Reina del Betis, en modestísima casa de Castilleja, convertida en santuario de la Gloria nacional.
    Y aún más que los vínculos del comercio, que las analogías de carácter y la convivencia histórica, estrechan la confraternidad los potísimos lazos del sentimiento. ¡Fenómeno digno de notar por su significado y su repetición! Donde quiera que la avaricia, la cólera o la tiranía de los conquistadores avasallaba a los indios, se erguía la excelsa figura de un monje sevillano para defender a los vencidos. Bartolomé de las Casas, admiración del mundo y gloria eterna de su patria, en América; Alberto de las Casas, impidiendo que se vendieran como esclavos a los canarios; Juan de Frías, defendiendo a los insulares de la barbarie del gobernador Pedro de Vera; el elocuente Juan de Quiñones, amparando a los filipinos; el agustino Juan de Sevilla, identificándose con los indios de Sierra Alta de la Nueva España perseguidos por los invasores; Mendo de Viedma, providencia de los isleños de Lanzarote, apelando para sus protegidos a la Tiara y a la Corona, delatan la amplitud del espíritu hispalense, con razón alabado de hospitalario en casa, caritativo fuera y generoso en todas partes.
    Como la electricidad se escapa por las puntas, por la extremidad andaluza emigró, en pos de lo ignoto, el genio de Europa, exaltado por la explosión del Renacimiento. Y no pudo pasar por Sevilla, nexo entre ambos mundos, sin recoger algo del alma hispalense e infundirlo, para siempre, en la virgen América, al sorprenderla Colón bañándose en las espumas del Océano y encubrir ella sus rubores con la bandera española.

  2. #2
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    Re: Sevilla y América

    Jardines en la calle Sierpes

    Por J. FÉLIX MACHUCA

    Pedro de Osma y de Xara y Zejo, soldado del rey que llevaba casi treinta años peregrinando por las Indias, había recorrido en 1568 Méjico, Perú, islas del Marañón y la Florida. Se puede decir que había participado en las más destacadas acciones de conquista y acción de los ejércitos españoles en el novísimo continente. Y pudo ver con sus ojos, cuando no los requería para esquivar dardos, lanzas y tajos de los americanos de nación, un mundo tan distinto y diverso que, pese a sus limitada formación, quiso transmitirlo a sus paisanos.
    El 26 de diciembre de aquel año, Pedro de Osma remite desde Lima por correo hasta la calle Sierpes de Sevilla una caja con muestras de plantas y semillas de hierbas medicinales que había ido conociendo en treinta años haciendo las Américas. El envío estaba dirigido a Nicolás Monardes, que vivía en dicha calle donde hizo famoso un huerto en el que crecían muchas de las especies americanas que llegaban hasta nuestra ciudad.
    Los jardines sevillanos de la época van a sucumbir al exotismo floral del edén americano. Desde tiempos árabes había permanecido fiel a su flora más mediterránea, con alguna que otra veleidad africana llegada hasta el puerto de la mano de quienes frecuentaban las rutas comerciales negras. Pero desde que Colón descubre el paraíso caribeño y, años después, se salta a Tierra Firme, en las naos que llegan al puerto sevillano, junto al oro, la plata, el azúcar y las maderas preciosas, van a venir marineros con semillas como las que De Osma le enviaba a Monardes. Y esas semillas van a cambiar la fisonomía de los jardines locales, dándole a patios y huertas frondoso sabor americano.
    Es cierto que Monardes cultivaba en su huerta aquellas plantas que venían precedidas por sus virtudes medicinales. Pero no es menos cierto que, antes que se propagara el uso «científico» de las hierbas, los sevillanos se esmeraron por americanizar sus jardines con plantas tan nuevas, exóticas y hermosas como, por ejemplo, la Pimienta de Indias. En su «Historia medicinal de las cosas que se traen de Indias...» el médico sevillano nos cuenta la atracción que dicha planta ejerce sobre sus paisanos más allá de virtudes medicinales. Asegura Monardes que «no hay jardín ni huerta ni macetón que no la tenga sembrada por la hermosura del fruto», para concluir que la Pimienta es planta grande y que él había visto algunas en la ciudad «que iguala con algunos árboles».
    El tabaco llega de Cuba quizás en el primer viaje colombino. Pero resulta evidente que, antes de pregonar sus propiedades medicinales, Sevilla le busca acomodo en sus jardines. El mismo Monardes lo cultiva en su huerta jardín de Sierpes y nos comenta en la obra citada que «de pocos años a esta parte se ha traído a España más para adornar jardines que por pensar que tuviese las maravillosas virtudes medicinales que tiene». Paradojas de la medicina. Cinco siglos atrás, el tabaco se nos presenta como hierba tocada por la mano de Dios capaz de curar jaquecas y dolores de muelas. Hoy mata según dicen las cajetillas. Monardes mismo se quita un penosísimo dolor de muelas de día y medio mandando que le traigan de su huerta hojas y raíces de tabaco, que una vez masticadas por la parte infestada «desflemé y quitóseme el dolor».
    «Zumo de tabaco» para el dolor
    No menos asombroso es el uso medicinal que le llega a Monardes desde San Juan de Puerto Rico. Unos caribes, indios bravos y caníbales hicieron una incursión en la estancia de un español. Utilizaron flechas envenenadas. Monardes indica en su obra que algunos españoles e indios amigos de españoles murieron en la refriega. Pero otros se salvaron por tratar las heridas con «zumo de tabaco» mitigándoles «los dolores, rabias y accidentes con que morían, quitándole la fuerza al veneno» y sanando las llagas.
    Gran popularidad en la Sevilla del Quinientos tuvo otra planta, el Mechoacán. Procedía de Nueva España (México) de Mechoacán concretamente, donde las famosas minas de Zacatecas. Monardes se entera de que había llegado un ejemplar en una nao de la flota al cuidado de un fraile llamado Francisco. Buscó y encontró al citado fraile, que le explicó el mimo que puso en el traslado de la planta a Sevilla. Luego la colocó en la puerta de la enfermería del citado monasterio de San Francisco, donde está hoy el Ayuntamiento, desde el que se ha dejado morir el mejor jardín americano que nos legó la Expo y que hubiera hecho las delicias de la Sevilla del Quinientos y la actual, contemporánea a tanta barbaridad política como destilan nuestros alcornoques públicos.
    El jardín y huerta de Monardes vio crecer la guayaba, el tabaco, el cardo santo, el girasol... Una de las tapias de la casa, que era poderosa y de gente acaudalada, daba a la antigua calle de Azofaifo. El azofaifo es un árbol frutal de origen asiático que, quién sabe, lo mismo también cultivó Monardes en aquel jardín amplio y exótico para que, con el tiempo, el olvido y la caprichosa voz de la leyenda, le diera nombre a esa parte de la calle Sierpes donde Sevilla tuvo un jardín tan hermoso como los bosques que vieron en Mexico, Perú, las islas del Marañón y la Florida soldados como Pedro de Osma y frailes como Francisco. El edén americano en la calle Sierpes.

  3. #3
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    Re: Sevilla y América

    LA PRIMERA IMPRENTA AMERICANA NACIÓ EN SEVILLA



    JULIO DOMINGUEZ ARJONA
    18 de Junio de 2013
    Como todos los santos tienen octava , hoy nuestros pasoso en nuestro desambular por Sevilla nos llevan a la calle Pajaritos y si tiene a bien ( o mal )pasar allí por favor tomense su tiempo en leer esta placa que alli se encuentra :

    LLAMOSE ANTIGUAMENTE ESTA CALLE DE LA
    IMPRENTA POR HABER ESTABLECIDO EN ELLA
    EN 1511 SU TALLER TIPOGRÁFICO EL ALEMÁN
    JACOME GROMBERGER CABEZA DE UNA
    DISNATIA DE IMPRESORES , QUE DE 1503
    A 1557 PRODUJERON LOS MAS BELLOS LIBROS
    GOTICOS DE ESPAÑA Y LOS MAS RAROS
    Y PEREGRINOS . DE ESTE TALLER SALIO SU
    OPERARIO JUAN PABLOS QUE EN 1539
    ESTABLECIO EN MÉJICO LA PRIERA IMPRENTA QUE
    HUBO EN AMERICA FILIAL DE LA OFICINA SEVILLANA DE
    JUAN CROMBERGER


    Efectivamente 12 de junio de 1539, en Sevilla, el impresor Juan Cromberger y el oficial Juan Pablos firman un contrato para establecer en Méjico, la cual se montó el mismo año en una casa que poseía el primer obispo de Méjico, fray Juan de Zumárraga, cerca del Zócalo, en el centro de la ciudad de Méjico.-

    El primer libro que se imprimió fue la escala espiritual de San Juan Climaco, y lo primero que imprimió Juan Pablos fue el manual de los adultos, del que únicamente se conocen dos folios y se encuentran en la biblioteca de Toledo en España.-



    Como las dinastias de toreros, los capataces y escritores sevillanos fue una dinastia que comenzó con Jacome que llegó a Sevilla desde Nuremberg (Alemania), desde muy joven . Continuó el mas emprendedor de todos su hijo Juan ( el que montó la primera imprensta en América ) y acabó con su nieto Jacome empezó a ejercer el oficio de tipógrafo hacia 1545 y lo dejó en torno a 1557.-

    Dentro de esta importante historia de la imprenta de los Cromberger en Sevilla , hay un personaje mas que interesante ,( no perdamos de vista que estamos en el siglo XVI en España y para nada existia el movimiento feminista socialista ) llamada Brigida de Maldonado, esposa de Juan Cromberger, que a la muerte de este, en 1540 y a diferencia de tantas otras viudas, no se dedico a ir a misas , bordar y no se volvió a casar, sino que asumió el manejó de imprenta y la imprenta americana hasta que su hijo Jácome tuvo la edad suficiente como para hacerse cargo, cosa que hizo en 1545 .-

    Curiosamente decidió no firmar las ediciones que realizó, prefiriendo que llevasen el nombre del famoso Cromberger, como garantía de los trabajos de impresión. A cambio dejaba en el pie de imprenta con formas como “la desdichada viuda” o “la triste Brigida Maldonado”.-


    Ahí en la calle Pajaritos, por la que usted habrá pasado cienes y cienes de veces para ver las cofradías y mire toda la historia que hay en esta placa marmorea, que con la misma los americanos te harian una serie histórica o una película .-



    LA PRIMERA IMPRENTA AMERICANA NACIÓ EN SEVILLA

  4. #4
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    Re: Sevilla y América

    SEVILLA: "PUERTO Y PUERTA DEL NUEVO MUNDO"






    Sevilla en el siglo XVI.

    image.jpg






    Sevilla constituía el puerto y la puerta del Nuevo Mundo. La metrópoli hispalense era el ámbito terrestre para toda la gente de mar de la Carrera de las Indias.


    En 1503 se situó en Sevilla la Casa de la Contratación, destinada a dirigir el tráfico de personas y mercancías con ultramar y, desde entonces, la ciudad fue oficialmente el puerto obligatorio de entrada y salida de embarcaciones para las Indias. Esto hizo que la ciudad creciera tanto económicamente como en número de habitantes, llegando a convertirse en una de las ciudades más grandes de Europa.


    Sevilla tenía una serie de ventajas que hicieron a las autoridades decantarse por esta ciudad para monopolizar el comercio y las comunicaciones con América. Así, era el puerto más densamente poblado de la zona, donde podían extraerse marineros con facilidad y además la ciudad podía absorber y alojar la masa de población de marineros, pasajeros y comerciantes que iban a embarcarse en las flotas. Buena parte de la gente de mar eligió como asentamiento el arrabal de Triana en la orilla derecha del Guadalquivir. La ciudad también era un centro administrativo y antigua sede donde se concentraba el poder aglutinador representado or el rey. Sevilla era el centro económico del valle del Guadalquivir, que suponía la vía de comunicación natural de una de las regiones más prósperas, por su riqueza agrícola y su vida urbana, del occidente europeo. Y para financiarlo todo estaban los banqueros genoveses afincados en la ciudad desde la Edad Media. A esto se sumaba su posición de puerto interior, lo que suponía una garantía para evitar los asaltos. Sin embargo, existía un gran inconveniente, la ciudad tenía un puerto fluvial cuya capacidad para recibir navíos de gran tonelaje en plena carga era muy limitada. Por ello, aunque Sevilla fue la metrópoli indiscutible desde el punto de vista demográfico, administrativo o comercial, tuvo que compartir con otros lugares la condición de puerto de las Indias. En realidad, la gran puerta de entrada y salida hacia el Nuevo Mundo fue un complejo portuario que desde Cádiz, pasando por el Puerto de Santa María y Sanlucar de Barrameda, llegaba hasta Sevilla.


    El famoso "Arenal de Sevilla", una superficie de unos setecientos metro de largo por trescientos de ancho, era el centro de la vida portuaria de la ciudad. Este Arenal era el auténtico corazón que recibía e impulsaba el flujo marítimo de Sevilla.


    HISTUDIANTES: SEVILLA: "PUERTO Y PUERTA DEL NUEVO MUNDO"
    La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.

    Antonio Aparisi

  5. #5
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    Re: Sevilla y América

    LA PRIMERA IMPRENTA DE AMÉRICA ( II ) : LA CASA DE LAS CAMPANAS






    JULIO DOMÍNGUEZ ARJONA
    19 de Junio de 2013


    Al hilo de lo que publica ayer sobre la primera imprenta americana nació en Sevilla , una vez mas , gracias a la siempre inestimable coloboración de los lectores como D. Luis Miguel González, que en su viaje por Méjico DF, nos envia unas fotos y nos da norte , de donde estaba esta imprenta en tierras americanas exportada desde Sevilla . Según nos cuenta :

    "Debo confesarle que me sentí emocionado al encontrarme con aquel edificio ya que, como sevillano, conocía los detalles que hoy nos facilita sobre la existencia en la actual calle Pajaritos de nuestra Ciudad de una placa que recuerda la ubicación en este lugar de la imprenta de Juan Cromberge y como en ella se narra ser el origen de aquella primera imprenta que aún podemos contemplar y sentir ya que, en la actualidad es un museo sobre las artes gráficas"

    El alarife Jerónimo de Aguilar construyó en 1524 una gran edificación, dentro de los lí*mites del antiguo recinto de la ciudad de Méjico a, más especí*ficamente, sobre el conjunto del templo de Tezcatlipoca, para albergar uno de los primeros sí*mbolos de la civilización europea que trajeron los españoles a América. Fue en e laño 1536, según unos, o 1539 para otros, cuando el virrey don Antonio de Mendoza permitió el establecimiento de la primera imprenta de todo el continente. Juan Pablos, fue el encargado de traerla desde Sevilla , con licencia otorgada por el alemán Johan Cromberg. Los tipógrafos fueron Estaban Martí*n y Juan Paoli.-


    Actualmente, en casa número 10 de la calle Licenciado Primo Verdad, esquina con la calle de Moneda, allá en el Centro Histórico de la ciudad de Méjico, se encuentra una placa que conmemora el hecho. En ese entonces, las calles se llamaban Martí*n López y Juan de Cuevas.




    La casona que poseía el primer obispo de Méjico, fray Juan de Zumárraga fue su ubicación originaria, después pasó por muchas manos, incluso perteneció en el siglo XVII al monasterio de Santa Teresa de la Orden de las Carmelitas Reformadas La edificación también se conoce actualmente como Casa de las Campanas, porque allí* se fundieron las campanas de la catedral de Ciudad de Méjico, entre los siglos XVI y XVIII. Un detalle de la construcción es que la mamposterí*a se mantuvo intacta desde sus orí*genes por más de 400 años .-

    Al dí*a de hoy, el inmueble se ha convertido en el primer museo en su tipo, dedicado a la difusión, la promoción y el estudio del libro en todas sus modalidades. El Museo del Libro, dependiente de la UAM, cuenta con la librerí*a Juan Pablos, nombrada en honor del primer impresor americano.Asi que si les pilla de paso se podrian dar una vuelta y ver un trozo mas que histórico de Sevilla(nos) por el mundo .-






















    LA PRIMERA IMPRENTA DE AMÉRICA ( II ) : LA CASA DE LAS CAMPANAS

  6. #6
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    Re: Sevilla y América


  7. #7
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    Re: Sevilla y América

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Nicolás Monardes, el médico sevillano que investigó las plantas del Nuevo Mundo

    M.J. LORA / SEVILLA



    En su huerto cultivó aquellas plantas americanas aún desconocidas y describió por primera vez especies nuevas


    abc


    Nicolas Monardes con 57 años


    Nicolás Monardes (alrededor de 1493 - 1588) fue un notable médico sevillano del Renacimiento que introdujo en Europa las plantas medicinales americanas, reuniendo en su propio huerto un importante herbolario de éstas, cuyas propiedades investigó y describió de forma extensa.
    Estudió Medicina en Alcalá de Henares, donde obtuvo el título de bachiller en 1533, formándose en el Humanismo de Antonio de Nebrija, y se doctoró en la Universidad de Sevilla en 1547.
    Monardes cuenta con la publicación de un gran número de libros de gran importancia. En «Diálogo llamado pharmacodilosis» (1536) examinó el Humanismo, y sugirió el estudio profundo y directo en su lengua original de los tratadistas clásicos, principalmente de Pedanius Discorides.



    «Tratado de la nieve»

    Así en 1540, sale a la luz un tratado acerca de las rosas y los frutos cítricos «De Rosa et partibus eius»; también estudió la nieve («Tratado de la nieve y del beber frío», en 1574) y el hierro («Diálogo de las grandezas del hierro y de sus virtudes medicinales», 1574), entre otros documentos.
    Medicinas de las Indias Occidentales

    Su trabajo más significativo y conocido fue «Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales», publicado en tres partes bajo diversos títulos (de 1565, 1569 y completado en 1574 y reimpreso sin cambios en 1580). Éste fue traducido al latín y al inglés y proponía estudiar y experimentar con los productos y medicinas que provenían del Nuevo Mundo para explorar sus propiedades farmacológicas. Recordemos que Sevilla era el puerto de entrada a las Indias Occidentales.



    «Historia medicinal»

    En su huerto cultivó aquellas plantas americanas aún desconocidas y describió por primera vez muchas especies como el cardo santo, la cebadilla, la jalapa, el sasafrás, el guayaco, la pimienta, la canela de Indias, el tabaco...
    En este sentido, acercó a Europa plantas nuevas como la piña tropical, el cacahuete, el maíz, la batata, la coca o la zarzaparrilla. Su contribución fue muy relevante, de ahí que su obra fuera traducida a los idiomas principales de la época y tuvo una enorme influencia en la farmacognosia del viejo continente durante siglos. En poco más de cien años sus obras alcanzaron cuarenta y dos ediciones en seis idiomas.
    Descubrimiento de la fluorescencia

    Monardes fue el descubridor de la fluorescencia o el estudioso que acercó a los libros este fenómeno y constató las propiedades del Lignum nephriticum, elemento con una historia particular.
    Constató personalmente y por escrito que el agua contenida en un recipiente fabricado con la madera procedente del Lignum Nephriticum, adoptaba una coloración sorprendentemente azulada.



    Fluorescencia vegetal

    Estas disoluciones misteriosamente coloreadas eran infusiones que tomaban los pacientes de riñón o de enfermedades relacionadas, y que fueron estudiadas años más tarde por reconocidos científicos como Athanasius Kircher en Alemania, Francisco Grimaldi en Italia, o Robert Boyle e Isaac Newton en Inglaterra. Cuando la disolución era iluminada con luz blanca aparecía reflejada una luz azul intensa, mientras que la luz transmitida era amarilla, y que en medio ácido la coloración azulada desaparecía.
    Nadie identificó entonces esa luz azul intensa como emisión luminiscente hasta que, en 1852, el físico inglés George Stokes demostró que la luz incidente de una región espectral era absorbida y transformada por la solución en una luz emitida en una región espectral diferente, de mayor longitud de onda.


    Nicols Monardes, el mdico sevillano que investig las plantas del Nuevo Mundo - abcdesevilla.es
    Última edición por Hyeronimus; 10/07/2013 a las 13:41

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