Formas de arruinarse en el siglo XIX:
. Fracasar en los negocios.
. Darse al juego.
. Ejercer la bibliopiratería tras las desamortizaciones eclesiásticas de Mendizábal y Madoz.
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Formas de arruinarse en el siglo XIX:
. Fracasar en los negocios.
. Darse al juego.
. Ejercer la bibliopiratería tras las desamortizaciones eclesiásticas de Mendizábal y Madoz.
En España no hay "odio" contra Bolívar, al contrario, hay estatuas de este tirano impresentable a tutiplén financiadas con el dinero de todos. Pero vd. sigue con lo mismo. Aparte, vd. no ha leído las aportaciones de este hilo.
Por su lógica, dígame entonces por qué tantos venezolanos en particular (Y en especial "de color") e hispanoamericanos en general lucharon a muerte contra Bolívar (Reconocido por los propios bolivarianos) si tan bueno era. Aún no he encontrado un sólo argumento coherente en defensa de este mantuano. Pero es normal, a vd., como a tantos otros bolivarianos, la Historia no les sirve, sino supuestos "razonamientos" que no son más que analfabetos fanatismos ideológicos, los mismos que se dan acá.
A sus absurdas e infantiles cuestiones, es fácil la respuesta: Bolívar, como Nariño y tantos otros oligarcas criollos, querían el poder absoluto para ellos, cuando prácticamente tenían buena parte de él. En este contexto, Miranda y Nariño están acreditados como ladrones de las arcas públicas. Por sus frutos los conoceremos... Si quiere, puedo hablar otra vez del robo de Bolívar del tesoro de Celestino Mutis, de cómo cobardemente tras su fracaso entregó a Miranda, de cómo se ofreció para combatir a Napoleón en la Península, de cómo no respetó las Capitulaciones y entró a saco en el actual Ecuador, O DE CÓMO LOS INDÍGENAS FUERON LOS MÁS ENEMIGOS DE BOLÍVAR, RECONOCIDO POR ÉL MISMO Y POR EL GENERAL JOAQUÍN POSADA GUTIÉRREZ, REITERO.... Pero por lo que veo, vd. no ha leído ningún dato de este interesante hilo. Y es que dice que esto es un foro.. Eso mismo, un foro, y no un mensaje de móvil o celular. El foro merece respeto y nuestra lengua también, mal que le pese.
P.D.: La Revolución siempre acaba devorando a sus hijos, y el mismo Bolívar lo reconoció en su testamento. Murió solo y peleado de todos, fracasando en su dictadura, pero no pagó los muchos crímenes que cometió, y no sólo contra peninsulares e isleños que condenó al exterminio, sino contra muchos americanos, reitero. Aunque bueno, ya se sabe que, pase lo que pase, Roma no paga traidores.
Editado: esto es un foro serio, si no tienes nada interesante que contar, no escribas.
Una sangrienta Navidad en Pasto a manos del ‘Abel’ americano. « coterraneus – el blog de Francisco Núñez Proaño
Una sangrienta Navidad en Pasto a manos del ‘Abel’ americano. diciembre 23, 2011, 2:13 pm
Archivado en: historia | Etiquetas: Antonio José de Sucre, Espantoso genocidio en Pasto, Genocidio, Genocidio Pasto, Guerra de independencia, independencia, Isidoro Medina Patiño, José María Obando, Libertador, Natividad, Navidad, Navidad negra, Navidad Pasto, Pasto, San Juan de Pasto, Simón Bolívar, Sucre, Una sangrienta Navidad
Conversando hace un tiempo con un académico colombiano (miembro de la Academia Nariñense de Historia y miembro correspondiente de la Academia Nacional de Historia del Ecuador) me decía que a Sucre por este salvaje episodio más se lo debería conocer como el Caín de América, antes que el ‘Abel’ como el romanticismo mitológico lo ha llamado: ESPANTOSO GENOCIDIO EN PASTO[1]
La Navidad negra.-Diciembre de 1822
http://coterraneus.files.wordpress.c...pg?w=340&h=199Fuente de la imagen: Amnesia: Pastusos asesinados por Simón Bolivar
El tremendo odio que el Libertador Simón Bolívar sentía contra la ciudad de Pasto y sus moradores, por el apoyo a España, se desencadenó en la navidad de 1822, cuando las tropas patriotas, al mando de Antonio José de Sucre, se tomaron la ciudad y protagonizaron uno de los más horripilantes episodios de la guerra de la Independencia. Fue una verdadera orgía de muerte y violencia desatada, en la que hombres, mujeres y niños fueron exterminados, en medio de los más incalificables abusos. Este hecho manchó sin duda alguna, la reputación de Sucre, quien de manera inexplicable permitió que la soldadesca se desbordara, sin ninguna clase de control. Fue una navidad negra, cuyos detalles presentamos en las líneas siguientes: Lamentablemente siempre la historia de Colombia ha estado ligada a la violencia. Ese es un hecho irrefutable que se vive hasta nuestros días, donde como todos sabemos guerrilla, paramilitares y otros grupos al margen de la ley, son causa de muerte, destrucción y secuestros. Cómo olvidar la época de la violencia de la década del 50 del siglo pasado en nuestro país, cuando los enfrentamientos bipartidistas entre liberales y conservadores, dieron lugar a que los campos colombianos se bañaran en sangre de miles de personas, en una masacre que parecía no tener fin. Bandoleros, como se les conocía en esa época, de estremecedores apodos como “Sangrenegra”, “Desquite” y otros, fueron responsables de matanzas que, aún transcurrido más de medio siglo, no se olvidan por su barbarie y crueldad extremas. Palabras como el “corte de franela” que no era más que un infame degollamiento de las víctimas, o el “corte de corbata”, donde a los asesinados se les sacaba la lengua por el cuello cortado, aun causan terror. Fue una violencia aterradora, espantosa, descrita en muchas publicaciones como el famoso “Viento Seco” de Daniel Caicedo” o el “Libro Negro de la Violencia en Colombia”, con sus fotografías de pesadilla en las que se muestran muertos degollados o despedazados a machete, en piadoso blanco y negro, puesto que en esos años, la fotografía a color apenas daba sus primeros pasos en nuestro medio. Se trata de una violencia salvaje que en los últimos años se ha repetido en nuestro país con las acciones que han tenido como marco el enfrentamiento entre la guerrilla y los grupos de autodefensas. Personas despedazadas vivas mediante la utilización de sierras o lanzadas como alimento para caimanes y aves, hacen parte de las confesiones de numerosos integrantes de las llamadas autodefensas, que de esta manera no sólo revivieron los tenebrosos años del bandolerismo, sino que los superaron en maldad y exceso. Pero estoy seguro que, a pesar de las crueldades sin cuento que se han vivido en esas nefastas épocas de la historia de Colombia, nada en el futuro podrá superar la premeditada barbarie que sufrió todo un pueblo situado en la ciudad y comarca de Pasto en diciembre de 1822 en plena guerra de la Independencia. Solo una mente bipolar desequilibrada pudo ordenar unas acciones tan terribles, en contra de un pueblo entero. Con este ataque del ejército patriota a la ciudad, Simón Bolívar demostró una vez más su odio visceral en contra del pueblo pastuso y como instrumento de su sangrienta venganza, utilizó a su paisano, el General Antonio José de Sucre, el oficial de sus mayores afectos, quien, de manera inexplicable, permitió a los soldados a su mando el perpetrar toda clase de iniquidades, como jamás se habían visto. Podría decirse que la saña con la que llegó el ejército republicano era producto de la corajuda guerra que les estaba dando la ciudad de Pasto y el reciente revés sufrido en Taindala. Pero nada de eso, ni siquiera el anhelo de una liberación continental para las élites “criollas”, justifica la matanza y los abusos cometidos. Horas de horror Trasladémonos en las líneas siguientes al 24 de diciembre de 1822. Sí, es la celebración de la Navidad, pero el pánico reina en Pasto. Ya se tienen noticias del avance del ejército patriota, al mando de Sucre. Se trata de unas tropas en las que vienen nada menos que los batallones Rifles, Bogotá y Vargas, integrados por militares de una gran veteranía, curtidos en toda clase de combates. Como si esto fuera poco, los acompañan los escuadrones de Cazadores Montados, Guías y Dragones de la Guardia, reforzados también con soldados de la vecina Quito. El día anterior, se ha sabido que ese ejército ya ha atravesado el paso del Guáitara, muy mal defendido por las milicias improvisadas que allí quedaron, por lo que el 24 se espera su llegada en cualquier momento. La mayoría de los hombres, informados de la gran superioridad de los enemigos que se acercan y no adictos a la causa realista que suscitaran entonces el oficial español Remigio Boves, Agualongo y otros pocos, prefieren huir a las montañas. Numerosas mujeres y niños buscan refugio en las iglesias. Creen que los enemigos tendrán respeto de esos recintos sagrados, pero se darán cuenta, demasiado tarde, de su terrible equivocación. A pocos minutos de las tres de la tarde, se escucha un grito de espanto: ¡Ya están aquí, ya están aquí! Es cierto. Las tropas patriotas han llegado a la ciudad y luego de su extenso recorrido, aparecen en el atrio de la iglesia de Santiago, frente al antiguo camino de Caracha. El día es triste y frío y el imponente volcán Galeras se encuentra nublado, como no queriendo ser testigo de las iniquidades que en cuestión de minutos van a dar comienzo. Prácticamente no hay resistencia en las barricadas defensivas que se han levantado. El jefe de Pasto, Estanislao Merchancano y su segundo, el comandante, Agustín Agualongo, han huido a las montañas, al darse cuenta que se encuentran en inferioridad de condiciones y que, por lo tanto, en caso de dar batalla seguramente serán hechos prisioneros o muertos. Santiago, el primer derrotado Entonces, en esos momentos de intenso pánico, a alguien se le ocurre decir: ¡Saquemos a Santiago para que nos defienda! Al parecer no queda otra alternativa. Sólo un milagro puede salvar en esos aterradores momentos a Pasto y los aterrorizados moradores se lo piden al apóstol Santiago. Entonces, su imagen es colocada en medio de quienes tratan de rechazar el brutal ataque. Es una imagen increíble: por un lado los patriotas en violenta arremetida, por el otro, unos pocos hombres, con los rostros demudados por el miedo, cuya única arma es una imagen de yeso. Los minutos que siguen demuestran que los milagros no son cosa de todos los días. Santiago no sirve absolutamente para nada. Es más un estorbo, que cae al suelo en medio del fragor del combate, mientras, poco a poco, los atacantes van minando la pocaresistencia para apoderarse definitivamente de la ciudad que tantos dolores de cabeza le ha causado al proceso de emancipación de la Nueva Granada. Dice, a manera de curiosidad, el ilustre historiador Alberto Montezuma Hurtado en su obra “Nariño Tierra y Espíritu”, que no es explicable cómo en aquellas horas aciagas, los pastusos no se hubieran acordado de su patrona, la Virgen de las Mercedes, quien seguramente habría desempeñado un mejor papel en la defensa de la ciudad, como ya lo ha demostrado en otras situaciones en la que Pasto ha estado expuesta a toda clase de peligros. ¡Pesadilla! Los episodios que siguen a continuación son infernales. A pocos metros de la iglesia de Santiago, uno de los soldados le arrebató su hijo de brazos a una desesperada madre. Enloquecida trata de recuperarlo y como una fiera enfurecida se lanza contra el hombre. Pero, otro de los soldados, la degüella de un certero sablazo y su cabeza rueda por la pendiente, con la boca abierta en un grito silencioso. Acto seguido, el soldado que le había quitado el niño, en medio de una carcajada de demente, lanza al infante hacia arriba y lo ensarta en su bayoneta, mientras que la soldadesca lo aplaude. Toda la ciudad de Pasto parece un solo grito de dolor. A sangre y fuego se somete a la población; templos, capillas y conventos cayeron en poder de los atacantes, a excepción del de las Conceptas, que se levantaba donde hoy es la Gobernación de Nariño. Un homicidio espantoso En la catedral de ese año de 1822, hoy iglesia de San Juan, las tropas al mando de Sucre y enviadas por el Libertador Simón Bolívar perpetran un asesinato espantoso, cuya víctima es el sacristán que pasaba de los 80 años de edad. En efecto, las tropas realistas, lo agarran y lo obligan a colocar su cabeza en la pila bautismal. El pobre anciano no puede hacer nada para defenderse de la brutal agresión. Es entonces, cuando uno de los oficiales patriotas Apolinar Morillo posterior asesino confeso de Sucre-, le descarga una mole de adobe. La escena no puede ser más dantesca. La sangre salta por doquier y mancha las paredes de la iglesia. Mientras se perpetra este asesinato incalificable, la soldadesca que ha entrado al templo en sus caballos, enlaza las sagradas imágenes de las vírgenes y de los santos, que acto seguido son despojadas de sus ornamentos y sus riquezas terrenales, en una orgía de muerte, destrucción y pillaje, en medio de los alaridos de las mujeres que están siendo violadas y pasadas a cuchillo y de los gritos de los hombres, que también son degollados. Pero la navidad negra, apenas está comenzando. ¡Tome usted a mi hija! Al darse cuenta de la nula resistencia, los soldados republicanos, convertidos en verdaderos animales, empezaron a ingresar con brutal violencia a las casas, para robar, matar y violar sin pudor alguno a todas las mujeres, aunque estas fueran niñas o ancianas. Los gritos y alaridos de las infortunadas se escuchaban por doquier. Fue entonces, cuando en medio de esa orgía de sexo desenfrenado, muchas madres en su desesperación decidieron sacar a sus hijas a la calle, para entregársela a algún soldado blanco, antes de que un negro la violara. ¡Señor, por favor, tome usted a mi hija! Fue una exclamación que se escuchó muchas veces en ese caos en el que se convirtió la ciudad. Las violaciones fueron múltiples y de acuerdo con las crónicas de la época, todas las mujeres que fueron sorprendidas en Pasto ese 24 de diciembre de 1822, fueron víctimas de vejámenes sexuales, de los cuales no se salvaron las monjas en los conventos. De los robos y abusos cometidos, es de rescatar la opinión del general José María Obando, quien no vacila en criticar los incalificables excesos y responsabiliza de los mismos al general Sucre: “No se sabe cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano (?) e ilustrado como el general Sucre la medida altamente impolítica y sobremanera cruel de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada; las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho salióse a la calle llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco antes de que otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de refugiados fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a referir tantos actos de inmoralidad…” Increíbles bacanales Realmente, como lo dice el general José María Obando, nunca se sabrá qué pasaba por la mente de Antonio José de Sucre, al permitir tantos desmanes, que él perfectamente pudo evitar. Córdova mismo, alarmado por este gravísimo error político e histórico, le pidió que cesara la matanza y, ante su fuerte insistencia, ordenó Sucre, al tercer día del genocidio, que este Coronel, con el cuerpo que comandaba, desarmara a los enloquecidos y borrachos soldados, en particular a los del “Rifles”, compuesto por venezolanos y mercenarios ingleses. Pasto fue, pues, durante tres días el epicentro de hechos horribles y abusos inimaginables contra su población. En cercanías a la hoy Plaza de Nariño, soldados en avanzado estado de embriaguez seguían abusando sexualmente de las mujeres, sin importar que esto fuera en plena calle. Lo más horrible de todo es que, muchas veces, satisfechos de su bellaquería, los infames soldados, procedían a degollar a las indefensas mujeres. Respecto a los muertos, en las calles se amontonaron por lo menos quinientos cadáveres de hombres, mujeres y niños, la mayoría con el cuello cortado. Al cabo de pocos días y a pesar de la frialdad del clima, la pestilencia fue insoportable, ya que nadie se atrevía a sepultar los cadáveres por el riesgo de convertirse en uno de ellos, en una ciudad en donde la soldadesca hacía lo que le daba la gana. Tanto así que ni siquiera los templos de Santiago, San Juan, San Andrés, Taminanguito y San Sebastián, sirvieron de protección a quienes se refugiaron en ellos convirtiéndose en escenario de crímenes horrorosos, que parecieran ser cometidos por brutales dementes. Destrucción cultural Aparte de la terrible matanza y los escabrosos hechos que rodearon el vil ataque a Pasto por parte de las tropas republicanas, la ciudad sufrió a su vez un irreparable daño cultural y económico, como lo dice José Rafael Sañudo: “Se entregaron los republicanos a un saqueo por tres días, y asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes hasta el extremo de destruir, como bárbaros al fin, los archivos públicos y los libros parroquiales, cegando así tan importantes fuentes históricas. La matanza de hombres, mujeres y niños se hizo aunque se acogían a las iglesias y las calles quedaron cubiertas con los cadáveres de los habitantes, de modo que “el tiempo de los Rifles”, es frase que ha quedado en Pasto para significar una cruenta catástrofe”. Tesoros escondidos De esa nefasta navidad de 1822, han quedado para la posteridad muchas historias, que hoy, 187 años después, obviamente no han perdido vigencia en Pasto. Por ejemplo, es una realidad que, al darse cuenta de la llegada del ejército patriota, fueron muchos quienes, de manera desesperada, escondieron sus pertenencias de valor en patios y paredes, con la esperanza de volver algún día por ellas. Al respecto, son informaciones conocidas que numerosos entierros han sido descubiertos en viejas viviendas o en patios y, por lo que se sabe, una gran cantidad de tesoros todavía esperan ser descubiertos en la hoy capital de Nariño. Por mi parte, estoy plenamente convencido de esto puesto que en Pasto, en la época de los acontecimientos que estamos relatando, había personas que poseían grandes fortunas, especialmente en monedas de oro. Finalmente, como epílogo de los trágicos acontecimientos de esa navidad de 1822, hay que decir que, por culpa de lo sucedido en esa fecha, la guerra de Independencia se prolongó por dos años más con todas sus trágicas consecuencias en lo humano y en lo económico. Ese diciembre no hubo celebración de navidad, ni villancicos, a consecuencia de la más espantosa tragedia que haya afrontado la ciudad de Pasto en su historia. Producto, de acuerdo con todos los antecedentes descritos, de una mente bipolar, como la del Libertador Simón Bolívar, quien encontró en su paisano Antonio José de Sucre un inesperado cómplice para que se perpetrara la matanza y abusos contra la población pastusa. Además, los documentos quemados fueron la causa para que se perdiera la memoria de la región, la cual ardió en las hogueras de la violencia y la barbarie. Por Isidoro Medina Patiño http://coterraneus.files.wordpress.c...pg?w=282&h=400 Un enlace relacionado: Pastusos asesinados por Simón Bolivar
[1] Extraído de Medina Patiño, Isidoro, Bolívar, genocida o genio bipolar, Imp. Visión Creativa, Pasto, 2009, págs. 69 y sigs.
Una sangrienta Navidad en Pasto a manos del ‘Abel’ americano. « coterraneus – el blog de Francisco Núñez Proaño
Una sangrienta Navidad en Pasto a manos del ‘Abel’ americano. diciembre 23, 2011, 2:13 pm
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Conversando hace un tiempo con un académico colombiano (miembro de la Academia Nariñense de Historia y miembro correspondiente de la Academia Nacional de Historia del Ecuador) me decía que a Sucre por este salvaje episodio más se lo debería conocer como el Caín de América, antes que el ‘Abel’ como el romanticismo mitológico lo ha llamado: ESPANTOSO GENOCIDIO EN PASTO[1]
La Navidad negra.-Diciembre de 1822
http://coterraneus.files.wordpress.c...pg?w=340&h=199Fuente de la imagen: Amnesia: Pastusos asesinados por Simón Bolivar
El tremendo odio que el Libertador Simón Bolívar sentía contra la ciudad de Pasto y sus moradores, por el apoyo a España, se desencadenó en la navidad de 1822, cuando las tropas patriotas, al mando de Antonio José de Sucre, se tomaron la ciudad y protagonizaron uno de los más horripilantes episodios de la guerra de la Independencia. Fue una verdadera orgía de muerte y violencia desatada, en la que hombres, mujeres y niños fueron exterminados, en medio de los más incalificables abusos. Este hecho manchó sin duda alguna, la reputación de Sucre, quien de manera inexplicable permitió que la soldadesca se desbordara, sin ninguna clase de control. Fue una navidad negra, cuyos detalles presentamos en las líneas siguientes: Lamentablemente siempre la historia de Colombia ha estado ligada a la violencia. Ese es un hecho irrefutable que se vive hasta nuestros días, donde como todos sabemos guerrilla, paramilitares y otros grupos al margen de la ley, son causa de muerte, destrucción y secuestros. Cómo olvidar la época de la violencia de la década del 50 del siglo pasado en nuestro país, cuando los enfrentamientos bipartidistas entre liberales y conservadores, dieron lugar a que los campos colombianos se bañaran en sangre de miles de personas, en una masacre que parecía no tener fin. Bandoleros, como se les conocía en esa época, de estremecedores apodos como “Sangrenegra”, “Desquite” y otros, fueron responsables de matanzas que, aún transcurrido más de medio siglo, no se olvidan por su barbarie y crueldad extremas. Palabras como el “corte de franela” que no era más que un infame degollamiento de las víctimas, o el “corte de corbata”, donde a los asesinados se les sacaba la lengua por el cuello cortado, aun causan terror. Fue una violencia aterradora, espantosa, descrita en muchas publicaciones como el famoso “Viento Seco” de Daniel Caicedo” o el “Libro Negro de la Violencia en Colombia”, con sus fotografías de pesadilla en las que se muestran muertos degollados o despedazados a machete, en piadoso blanco y negro, puesto que en esos años, la fotografía a color apenas daba sus primeros pasos en nuestro medio. Se trata de una violencia salvaje que en los últimos años se ha repetido en nuestro país con las acciones que han tenido como marco el enfrentamiento entre la guerrilla y los grupos de autodefensas. Personas despedazadas vivas mediante la utilización de sierras o lanzadas como alimento para caimanes y aves, hacen parte de las confesiones de numerosos integrantes de las llamadas autodefensas, que de esta manera no sólo revivieron los tenebrosos años del bandolerismo, sino que los superaron en maldad y exceso. Pero estoy seguro que, a pesar de las crueldades sin cuento que se han vivido en esas nefastas épocas de la historia de Colombia, nada en el futuro podrá superar la premeditada barbarie que sufrió todo un pueblo situado en la ciudad y comarca de Pasto en diciembre de 1822 en plena guerra de la Independencia. Solo una mente bipolar desequilibrada pudo ordenar unas acciones tan terribles, en contra de un pueblo entero. Con este ataque del ejército patriota a la ciudad, Simón Bolívar demostró una vez más su odio visceral en contra del pueblo pastuso y como instrumento de su sangrienta venganza, utilizó a su paisano, el General Antonio José de Sucre, el oficial de sus mayores afectos, quien, de manera inexplicable, permitió a los soldados a su mando el perpetrar toda clase de iniquidades, como jamás se habían visto. Podría decirse que la saña con la que llegó el ejército republicano era producto de la corajuda guerra que les estaba dando la ciudad de Pasto y el reciente revés sufrido en Taindala. Pero nada de eso, ni siquiera el anhelo de una liberación continental para las élites “criollas”, justifica la matanza y los abusos cometidos. Horas de horror Trasladémonos en las líneas siguientes al 24 de diciembre de 1822. Sí, es la celebración de la Navidad, pero el pánico reina en Pasto. Ya se tienen noticias del avance del ejército patriota, al mando de Sucre. Se trata de unas tropas en las que vienen nada menos que los batallones Rifles, Bogotá y Vargas, integrados por militares de una gran veteranía, curtidos en toda clase de combates. Como si esto fuera poco, los acompañan los escuadrones de Cazadores Montados, Guías y Dragones de la Guardia, reforzados también con soldados de la vecina Quito. El día anterior, se ha sabido que ese ejército ya ha atravesado el paso del Guáitara, muy mal defendido por las milicias improvisadas que allí quedaron, por lo que el 24 se espera su llegada en cualquier momento. La mayoría de los hombres, informados de la gran superioridad de los enemigos que se acercan y no adictos a la causa realista que suscitaran entonces el oficial español Remigio Boves, Agualongo y otros pocos, prefieren huir a las montañas. Numerosas mujeres y niños buscan refugio en las iglesias. Creen que los enemigos tendrán respeto de esos recintos sagrados, pero se darán cuenta, demasiado tarde, de su terrible equivocación. A pocos minutos de las tres de la tarde, se escucha un grito de espanto: ¡Ya están aquí, ya están aquí! Es cierto. Las tropas patriotas han llegado a la ciudad y luego de su extenso recorrido, aparecen en el atrio de la iglesia de Santiago, frente al antiguo camino de Caracha. El día es triste y frío y el imponente volcán Galeras se encuentra nublado, como no queriendo ser testigo de las iniquidades que en cuestión de minutos van a dar comienzo. Prácticamente no hay resistencia en las barricadas defensivas que se han levantado. El jefe de Pasto, Estanislao Merchancano y su segundo, el comandante, Agustín Agualongo, han huido a las montañas, al darse cuenta que se encuentran en inferioridad de condiciones y que, por lo tanto, en caso de dar batalla seguramente serán hechos prisioneros o muertos. Santiago, el primer derrotado Entonces, en esos momentos de intenso pánico, a alguien se le ocurre decir: ¡Saquemos a Santiago para que nos defienda! Al parecer no queda otra alternativa. Sólo un milagro puede salvar en esos aterradores momentos a Pasto y los aterrorizados moradores se lo piden al apóstol Santiago. Entonces, su imagen es colocada en medio de quienes tratan de rechazar el brutal ataque. Es una imagen increíble: por un lado los patriotas en violenta arremetida, por el otro, unos pocos hombres, con los rostros demudados por el miedo, cuya única arma es una imagen de yeso. Los minutos que siguen demuestran que los milagros no son cosa de todos los días. Santiago no sirve absolutamente para nada. Es más un estorbo, que cae al suelo en medio del fragor del combate, mientras, poco a poco, los atacantes van minando la pocaresistencia para apoderarse definitivamente de la ciudad que tantos dolores de cabeza le ha causado al proceso de emancipación de la Nueva Granada. Dice, a manera de curiosidad, el ilustre historiador Alberto Montezuma Hurtado en su obra “Nariño Tierra y Espíritu”, que no es explicable cómo en aquellas horas aciagas, los pastusos no se hubieran acordado de su patrona, la Virgen de las Mercedes, quien seguramente habría desempeñado un mejor papel en la defensa de la ciudad, como ya lo ha demostrado en otras situaciones en la que Pasto ha estado expuesta a toda clase de peligros. ¡Pesadilla! Los episodios que siguen a continuación son infernales. A pocos metros de la iglesia de Santiago, uno de los soldados le arrebató su hijo de brazos a una desesperada madre. Enloquecida trata de recuperarlo y como una fiera enfurecida se lanza contra el hombre. Pero, otro de los soldados, la degüella de un certero sablazo y su cabeza rueda por la pendiente, con la boca abierta en un grito silencioso. Acto seguido, el soldado que le había quitado el niño, en medio de una carcajada de demente, lanza al infante hacia arriba y lo ensarta en su bayoneta, mientras que la soldadesca lo aplaude. Toda la ciudad de Pasto parece un solo grito de dolor. A sangre y fuego se somete a la población; templos, capillas y conventos cayeron en poder de los atacantes, a excepción del de las Conceptas, que se levantaba donde hoy es la Gobernación de Nariño. Un homicidio espantoso En la catedral de ese año de 1822, hoy iglesia de San Juan, las tropas al mando de Sucre y enviadas por el Libertador Simón Bolívar perpetran un asesinato espantoso, cuya víctima es el sacristán que pasaba de los 80 años de edad. En efecto, las tropas realistas, lo agarran y lo obligan a colocar su cabeza en la pila bautismal. El pobre anciano no puede hacer nada para defenderse de la brutal agresión. Es entonces, cuando uno de los oficiales patriotas Apolinar Morillo posterior asesino confeso de Sucre-, le descarga una mole de adobe. La escena no puede ser más dantesca. La sangre salta por doquier y mancha las paredes de la iglesia. Mientras se perpetra este asesinato incalificable, la soldadesca que ha entrado al templo en sus caballos, enlaza las sagradas imágenes de las vírgenes y de los santos, que acto seguido son despojadas de sus ornamentos y sus riquezas terrenales, en una orgía de muerte, destrucción y pillaje, en medio de los alaridos de las mujeres que están siendo violadas y pasadas a cuchillo y de los gritos de los hombres, que también son degollados. Pero la navidad negra, apenas está comenzando. ¡Tome usted a mi hija! Al darse cuenta de la nula resistencia, los soldados republicanos, convertidos en verdaderos animales, empezaron a ingresar con brutal violencia a las casas, para robar, matar y violar sin pudor alguno a todas las mujeres, aunque estas fueran niñas o ancianas. Los gritos y alaridos de las infortunadas se escuchaban por doquier. Fue entonces, cuando en medio de esa orgía de sexo desenfrenado, muchas madres en su desesperación decidieron sacar a sus hijas a la calle, para entregársela a algún soldado blanco, antes de que un negro la violara. ¡Señor, por favor, tome usted a mi hija! Fue una exclamación que se escuchó muchas veces en ese caos en el que se convirtió la ciudad. Las violaciones fueron múltiples y de acuerdo con las crónicas de la época, todas las mujeres que fueron sorprendidas en Pasto ese 24 de diciembre de 1822, fueron víctimas de vejámenes sexuales, de los cuales no se salvaron las monjas en los conventos. De los robos y abusos cometidos, es de rescatar la opinión del general José María Obando, quien no vacila en criticar los incalificables excesos y responsabiliza de los mismos al general Sucre: “No se sabe cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano (?) e ilustrado como el general Sucre la medida altamente impolítica y sobremanera cruel de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada; las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho salióse a la calle llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco antes de que otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de refugiados fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a referir tantos actos de inmoralidad…” Increíbles bacanales Realmente, como lo dice el general José María Obando, nunca se sabrá qué pasaba por la mente de Antonio José de Sucre, al permitir tantos desmanes, que él perfectamente pudo evitar. Córdova mismo, alarmado por este gravísimo error político e histórico, le pidió que cesara la matanza y, ante su fuerte insistencia, ordenó Sucre, al tercer día del genocidio, que este Coronel, con el cuerpo que comandaba, desarmara a los enloquecidos y borrachos soldados, en particular a los del “Rifles”, compuesto por venezolanos y mercenarios ingleses. Pasto fue, pues, durante tres días el epicentro de hechos horribles y abusos inimaginables contra su población. En cercanías a la hoy Plaza de Nariño, soldados en avanzado estado de embriaguez seguían abusando sexualmente de las mujeres, sin importar que esto fuera en plena calle. Lo más horrible de todo es que, muchas veces, satisfechos de su bellaquería, los infames soldados, procedían a degollar a las indefensas mujeres. Respecto a los muertos, en las calles se amontonaron por lo menos quinientos cadáveres de hombres, mujeres y niños, la mayoría con el cuello cortado. Al cabo de pocos días y a pesar de la frialdad del clima, la pestilencia fue insoportable, ya que nadie se atrevía a sepultar los cadáveres por el riesgo de convertirse en uno de ellos, en una ciudad en donde la soldadesca hacía lo que le daba la gana. Tanto así que ni siquiera los templos de Santiago, San Juan, San Andrés, Taminanguito y San Sebastián, sirvieron de protección a quienes se refugiaron en ellos convirtiéndose en escenario de crímenes horrorosos, que parecieran ser cometidos por brutales dementes. Destrucción cultural Aparte de la terrible matanza y los escabrosos hechos que rodearon el vil ataque a Pasto por parte de las tropas republicanas, la ciudad sufrió a su vez un irreparable daño cultural y económico, como lo dice José Rafael Sañudo: “Se entregaron los republicanos a un saqueo por tres días, y asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes hasta el extremo de destruir, como bárbaros al fin, los archivos públicos y los libros parroquiales, cegando así tan importantes fuentes históricas. La matanza de hombres, mujeres y niños se hizo aunque se acogían a las iglesias y las calles quedaron cubiertas con los cadáveres de los habitantes, de modo que “el tiempo de los Rifles”, es frase que ha quedado en Pasto para significar una cruenta catástrofe”. Tesoros escondidos De esa nefasta navidad de 1822, han quedado para la posteridad muchas historias, que hoy, 187 años después, obviamente no han perdido vigencia en Pasto. Por ejemplo, es una realidad que, al darse cuenta de la llegada del ejército patriota, fueron muchos quienes, de manera desesperada, escondieron sus pertenencias de valor en patios y paredes, con la esperanza de volver algún día por ellas. Al respecto, son informaciones conocidas que numerosos entierros han sido descubiertos en viejas viviendas o en patios y, por lo que se sabe, una gran cantidad de tesoros todavía esperan ser descubiertos en la hoy capital de Nariño. Por mi parte, estoy plenamente convencido de esto puesto que en Pasto, en la época de los acontecimientos que estamos relatando, había personas que poseían grandes fortunas, especialmente en monedas de oro. Finalmente, como epílogo de los trágicos acontecimientos de esa navidad de 1822, hay que decir que, por culpa de lo sucedido en esa fecha, la guerra de Independencia se prolongó por dos años más con todas sus trágicas consecuencias en lo humano y en lo económico. Ese diciembre no hubo celebración de navidad, ni villancicos, a consecuencia de la más espantosa tragedia que haya afrontado la ciudad de Pasto en su historia. Producto, de acuerdo con todos los antecedentes descritos, de una mente bipolar, como la del Libertador Simón Bolívar, quien encontró en su paisano Antonio José de Sucre un inesperado cómplice para que se perpetrara la matanza y abusos contra la población pastusa. Además, los documentos quemados fueron la causa para que se perdiera la memoria de la región, la cual ardió en las hogueras de la violencia y la barbarie. Por Isidoro Medina Patiño http://coterraneus.files.wordpress.c...pg?w=282&h=400 Un enlace relacionado: Pastusos asesinados por Simón Bolivar
[1] Extraído de Medina Patiño, Isidoro, Bolívar, genocida o genio bipolar, Imp. Visión Creativa, Pasto, 2009, págs. 69 y sigs.
C. Marx
BOLÍVAR Y PONTE
(1858)
BOLÍVAR Y PONTE, Simón, el "Libertador" de Colombia, nació el 24 de julio de 1783 en Caracas y murió en San Pedro, cerca de Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830. Descendía de una de las familias mantuanas, que en la época de la dominación española constituían la nobleza criolla en Venezuela. Con arreglo a la costumbre de los americanos acaudalados de la época, se le envió Europa a la temprana edad de 14 años. De España pasó Francia y residió por espacio de algunos años en París. En 1802 se casó en Madrid y regresó a Venezuela, donde su esposa falleció repentinamente de fiebre amarilla. Luego de este suceso se trasladó por segunda vez a Europa y asistió en 1804 a la coronación de Napoleón como empe rador, hallándose presente, asimismo, cuando Bonaparte se ciñó la corona de hierro de Lombardía. En 1809 volvió a su patria y, pese a las instancias de su primo José Félix Ribas, rehusó adherirse a la revolución que estalló en Caracas el 19 de abril de 1810. Pero, con posterioridad a ese acontecimiento, aceptó la misión de ir a Londres para comprar armas y gestionar la protección del gobierno británico. El marqués de Wellesley, a la sazón ministro de relaciones exteriores, en apariencia le dio buena acogida. pero Bolívar no obtuvo más que la autorización de exportar armas abonándolas al contado y pagando fuertes derechos. A su regreso de Londres se retiró a la vida privada, nuevarnente, hasta que en setiembre de 1811 el general Miranda, por entonces comandante en jefe de las fuerzas rectas de mar y tierra, lo persuadió de que aceptara el rango de teniente coronel en el estado mayor y el mando de Puerto Cabello, la principal plaza fuerte de Venezuela.Cuando los prisioneros de guerra españoles, que Miranda enviaba regularmente a Puerto Cabello para mantenerlos encerrados en la ciudadela, lograron atacar por sorpresa la guardia y la dominaron, apoderándose de la ciudadela, Bolívar, aunque los españoles estaban desarmados, mientras que él disponía de una fuerte guarnición y de un gran arsenal, se embarcó precipitadamente por la noche con ocho de sus oficiales, sin poner al tanto de lo ocurría ni a sus propias tropas, arribó al amanecer a Guaira y se retiró a su hacienda de San Mateo. Cuando la guarnición se enteró de la huida de su comandante, abandonó en buen orden la plaza, a la que ocupade inmediato los españoles al mando de Monteverde. Este acontecimiento inclinó la balanza a favor de España y forzó a Miranda a suscribir, el 26 de julio de 1812, por encargo del congreso, el tratado de La Victoria, que sometió nuevamente a Venezuela al dominio español. El 30 de julio llegó Miranda a La Guaira, con la intención embarcarse en una nave inglesa. Mientras visitaba al coronel Manuel María Casas, comandante de la plaza, se encontró con un grupo numeroso, en el que se contaban don Miguel Peña y Simón Bolívar, que lo convencieron de que se quedara, por lo menos úna noche, en la residencia de Casas. A las dos de la madrugada, encontrándose Miranda profundamente dormido, Casas, Peña y Bolívar se introdujeron en su habitación con cuatro soldados armados, se apoderaron precavidamente de su espada y su pistola, lo despertaron y con rudeza le ordenaron que se levantara y vistiera, tras lo cual lo engrillaron y entregaron a Monteverde. El jefe español lo remitió a Cádiz, donde Miranda, encadenado, murió después de varios años de cautiverio. Ese acto, para cuya justificación se recurrió al pretexto de que Miranda había traicionado a su país la capitulación de La Victoria, valió a Bolívar el especial favor de Monteverde, a tal punto que cuando el primero le solicitó su pasaporte, el jefe español declaró: "Debe satisfacerse el pedido del coronel Bolívar, como recompensa al servicio prestado al rey de España con laentrega de Miranda".Se autorizó así a Bolívar a que se embarcara con destino a Curazao, donde permaneció seis semanas. En cornpañía de su primo Ribas se trasladó luego a la pequeña república de Cartagena. Ya antes de su arribo habían huido a Cartagena gran cantidad de soldados, ex combatientes a las órdenes del general Miranda. Ribas les propuso emprender una expedición contra los españoles en Venezuela y reconocer a Bolívar como comandante en jefe. La primera propuesta recibió una acogida entusiasta; la segunda fue resistida, aunque finalmente accedieron, a condición de que Ribas fuera el lugarteniente de Bolívar. Manuel Rodríguez Torices, el presidente de la república de Cartagena, agregó a los 300 soldados así reclutados para Bolívar otros 500 hombres al mando de su primo Manuel Castillo. La expedición partió a comienzos de enero de 1813. Habiéndose producido rozamientos entre Bolívar y Castillo respecto a quién tenía el mando supremo, el segundo se retiró súbitamente con sus granaderos. Bolívar, por su parte, propuso seguir el ejemplo de Castillo y regresar a Cartagena, pero al final Ribas pudo persuadirlo de que al menos prosiguiera en su ruta hasta Bogotá, en donde a la sazón tenía su sede el Congreso de Nueva Granada. Fueron allí muy bien acogidos, se les apoyó de mil maneras y el congreso los ascendió al rango de generales. Luego de dividir su pequeño ejército en dos columnas, marcharon por distintos caminos hacia Caracas. Cuanto más avanzaban, tanto más refuerzos recibían; los crueles excesos de los españoles hacían las veces, en todas partes, de reclutadores para el ejército independentista. La capacidad de resistencia de los españoles estaba quebrantada, de un lado porque las tres cuartas partes de su ejército se componían de nativos, que en cada encuentro se pasaban al enemigo; del otro debido a la cobardía de generales tales como Tízcar, Cajigal y Fierro, que a la menor oportunidad abandonaban a sus propias tropas. De tal suerte ocurrió que Santiago Mariño, un joven sin formación, logró expulsar de las provincias de Cumaná y Barcelona a los españoles, al mismo tiempo que Bolívar ganaba terreno en las provincias occidentales. La única sistencia seria la opusieron los españoles a la columna de Ribas, quien no obstante derrotó al general Monteverde en Los Taguanes y lo obligó a encerrarse en Puerto Cabello el resto de sus tropas.Cuando el gobernador de Caracas, general Fierro, tuvo noticias de que se acercaba Bolívar, le envió parlamentarios para ofrecerle una capitulación, la que se firmó en La Victoria. Pero Fierro, invadido por un pánico repentino y sin aguardar el regreso de sus propios emisarios, huyó secretamente por la noche y dejó a más de 1.500 españoles librados a la merced del enemigo. A Bolívar se le tributó entonces una entrada apoteótica. De pie, en un carro de triunfo, al que arrastraban doce damiselas vestidas de blanco y ataviadas con los colores nacionales, elegidas todas ellas entre las mejores familias caraqueñas, Bolívar, la cabeza descubierta y agitando un bastoncillo en la man, fue llevado en una media hora desde la entrada la ciudad hasta su residencia. Se proclamó "Dictador y Libertador de las Provincias Occidentales de Venezuela" --Mariño había adoptado el título de "Dictador de las Provincias Orientales"--, creó la "Orden del Libertador", formó un cuerpo de tropas escogidas a las que denominó guardia de corps y se rodeó de la pompa propia de una corte. Pero, como la mayoría de sus compatriotas, era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento y su dictadura degeneró pronto en una anarquía militar, en la cual asuntos más importantes quedaban en manos de favoritos que arruinaban las finanzas públicas y luego recurrían a medios odiosos para reorganizarlas. De este modo el novel entusiasmo popular se transformó en descontento, y las dispersas fuerzas del enemigo dispusieron de tiempo para rehacerse. Mientras que a comienzos de agosto de 1813 Monteverde estaba encerrado en la fortalede Puerto Cabello y al ejército español sólo le quedaba una angosta faja de tierra en el noroeste de Venezuela, apenas tres meses después el Libertador había perdido su prestigio y Caracas se hallaba amenazada por la súbita aparición en sus cercanías de los españoles victoriosos, al mando de Boves. Para fortalecer su poder tambaleante Bolívar reunió, el 1de enero de 1814, una junta constituida por los vecinos caraqueños más influyentes y les manifestó que no deseaba soportar más tiempo el fardo de la dictadura. Hurtado de Mendoza, por su parte, fundamentó en un prolongado discurso "la necesidad de que el poder supremo se mantuviese en las manos del general Bolívar hasta que el Congreso de Nueva Granada pudiera reunirse y Venezuela unificarse bajo un solo gobierno". Se aprobó esta propuesta y, de tal modo, la dictadura recibió una sanción legal.Durante algún tiempo se prosiguió la guerra contra los españoles, bajo la forma de escaramuzas, sin que ninguno de los contrincantes obtuviera ventajas decisivas. En junio de 1814 Boves, tras concentrar sus tropas, marchó de Calabozo hasta La Puerta, donde los dos dictadores, Bolívar y Mariño, habían combinado sus fuerzas. Boves las encontró allí y ordenó a sus unidades que las atacaran sin dilación. Tras una breve resistencia, Bolívar huyó a Caracas, mientras que Mariño se escabullía hacia Cumaná. Puerto Cabello y Valencia cayeron en las manos de Boves, que destacó dos columnas (una de ellas al mando del coronel González) rumbo a Caracas, por distintas rutas. Ribas intentó en vano contener el avance de González. Luego de la rendición de Caracas a este jefe, Bolívar evacuó a La Guaira, ordenó a los barcos surtos en el puerto que zarparan para Cumaná y se retiró con el resto de sus tropas hacia Barcelona. Tras la derrota que Boves infligió a los insurrectos en Arguita, el 8 de agosto de 1814, Bolívar abandonó furtivamente a sus tropas, esa misma noche, para dirigirse apresuradamente y por atajos hacia Cumaná, donde pese a las airadas protestas de Ribas se embarcó de inmediato en el "Bianchi", junto con Mariño y otros oficiales. Si Ribas, Páez y los demás generales hubieran seguido a los dictadores en su fuga, todo se habría perdido. Tratados como desertores a su arribo a Juan Griego, isla Margarita, por el general Arismendi, quien les exigió que partieran, levaron anclas nuevamente hacia Carúpano, donde, habiéndolos recibido de manera análoga el coronel Bermúdez, se hicieron a la mar rumbo a Cartagena. Allí a fin de cohonestar su huida, publicaron una memoria de justificación, henchida de frases altisonantes.Habiéndose sumado Bolívar a una conspiración para derrocar al gobierno de Cartagena, tuvo que abandonar esa pequeña república y seguir viaje hacia Tunja, donde etaba reunido el Congreso de la República Federal de Nueva Granada. La provincia de Cundinamarca, en ese entonces, estaba a la cabeza de las provincias independientes que se negaban a suscribir el acuerdo federal neogranadino, mientras que Quito, Pasto, Santa Marta y otras provincias todavía se hallaban en manos de los españoles. Bolívar, que llegó el 22 de noviembre de 1814 a Tunja, designado por el congreso comandante en jefe de las fuerzas armadas federales y recibió la doble misión de obligar al presidente de la provincia de Cundinamarca a reconociera la autoridad del congreso y de marchar luego sobre Santa Marta, el único puerto de mar fortificado granadino aún en manos de los españoles. No presentó dificultades el cumplimiento del primer cometido, puesto que Bogotá, la capital de la provincia desafecta, carecía de fortificaciones. Aunque la ciudad había capitulado, Bolívar permitió a sus soldados que durante 48 horas la saquearan. En Santa Marta el general español Montalvo, disponía tan sólo de una débil guarnición de 200 hombres y de una plaza fuerte en pésimas condiciones defensivas, tenía apalabrado ya un barco francés para asegurar su propia huida; los vecinos, por su parte, enviaron un mensaje a Bolívar participándole que, no bien apareciera, abrirían las puertas de la ciudad y expulsarían a la guarnición. Pero en vez de marchar contra los españoles de Santa Marta, tal como se lo había ordenado el congreso, Bolívar se dejó arrastrar por su encono contra Castillo, el comandante de Cartagena, y actuando por su propia cuenta condujo sus tropas contra esta última ciudad, parte integral de la República Federal. Rechazado, acampó en Popa, un cerro situado aproximadamente a tiro de cañon de Cartagena. Por toda batería emplazó un pequeño cañón, contra una fortaleza artillada con unas 80 piezas. Pasó luego del asedio al bloqueo, que duró hasta comienzos de mayo, sin más resultado que la disminución de sus efectivos, por deserción o enfermedad, de 2.400 a 700 hombres. En el ínterin una gran expedición española comandada por el general Morillo y procedente de Cádiz había arribado a la isla Margarita, el 25 de marzo de 1815. Morillo destacó de inmediato poderosos refuerzos a Santa Marta y poco después sus fuerzas se adueñaron de Cartagena. Previamente, empero, el 10 de mayo 1815, Bolívar se había embarcado con una docena de oficiales en un bergantín artillado, de bandera británica, rumbo a Jamaica. Una vez llegado a este punto de refugio publicó una nueva proclama, en la que se presentaba como la víctima de alguna facción o enemigo secreto y defendía su fuga ante los españoles como si se tratara una renuncia al mando, efectuada en aras de la paz pública.Durante su estada de ocho meses en Kingston, los genrales que había dejado en Venezuela y el general Arismendi en la isla Margarita presentaron una tenaz resistencia las armas españolas. Pero después que Ribas, a quién Bolívar debía su renombre, cayera fusilado por los españoles tras la toma de Maturín, ocupó su lugar un hombre de condiciones militares aun más relevantes. No pudiendo desempeñar, por su calidad de extranjero, un papel autónomo en la revolución sudamericana, este hombre decidió entrar al servicio de Bolívar. Se trataba de Luis Brion. Para prestar auxilios a los revolucionarios se había hecho a la mar en Londres, rumbo a Cartagena, con una corbeta de 24 cañones, equipada en gran parte a sus propias expensas y cargada con 14.000 fusiles y una gran cantidad de otros pertrechos. Habiendo llegado demasiado tarde y no pudiendo ser útil a los rebeldes, puso proa hacia Cayos, en Haití, adonde muchos emigrados patriotas habían huido tras la capitulación de Cartagena. Entretanto Bolívar se había trasladado también a Puerto Príncipe donde, a cambio de su promesa de liberar a los esclavos, el presidente haitiano Pétion le ofreció un cuantioso apoyo material para una nueva expedición contra los españoles de Venezuela. En Los Cayos se encontró con Brion y los otros emigrados y en una junta general se propuso a sí mismo como jefe de la nueva expedición, bajo la condición de que, hasta la convocatoria de un cóngreso general, él reuniría en sus manos los poderes civil y militar. Habiendo aceptado la mayoría esa condición, los expedicionarios se hicieron a la mar el 16 de abril de 1816 con Bolívar como comandante y Brion en calidad de almirante. En Margarita, Bolívar logró ganar para su causa a Arismendi, el comandante de la isla, quien había rechazado a los españoles a tal punto que a éstos sólo les restaba un único punto de apoyo, Pampatar. Con la formal promesa de Bolívar de convocar un congreso nacional en Venezuela no bien se hubiera hecho dueño del país, Arismendi hizo reunir una junta en la catedral de Villa del Norte y proclamó públicamente a Bolívar jefe supremo de las repúblicas de Venezuela y Nueva Granada. El 31 de mayo de 1816 desembarcó Bolívar en Carúpano, pero no se atrevió a impedir que Mariño y Piar se apartaran de él y efectuaran, por su propia cuenta, una campaña contra Cumaná. Debilitado por esta separación y siguiendo los consejos de Brion se hizo a la vela rumbo a Ocumare [de la Costa], adonde arribó el 3 de julio de 1816 con 13 barcos, de los cuales sólo 7 estaban artillados. Su ejército se componía tan sólo de 650 hombres, que aumentaron a 800 por el reclutamiento de negros, cuya liberación había proclamado. En Ocumare difundió un nuevo manifiesto, en el que prometía "exterminar a los tiranos" y "convocar al pueblo para que designe sus diputados al congreso. Al avanzar en dirección a Valencia, se topó, no lejos de Ocumare, con el general español Morales, a la cabeza de unos 200 soldados y 100 milicianos. Cuando los cazadores de Morales dispersaron la vanguardia de Bolívar, éste, según un testigo ocular, perdió "toda presencia de ánimo y sin pronunciar palabra, en un santiamén volvió grupas y huyó a rienda suelta hacia Ocumare, atravesó el pueblo a toda carrera, llegó a la bahía cercana, saltó del caballo, se introdujo en un bote y subió a bordo del « Diana», dando orden a toda la escuadra de que lo siguiera a la pequeña isla de Bonaire y dejando a todos sus compañeros privados del menor auxilio". Los reproches y exhortaciones de Brion lo indujeron a reunirse a los demás jefes en la costa de Cumaná; no obstante, como lo recibieron inamistosamente y Piar lo amenazó con someterlo a un consejo de guerra por deserción y cobardía, sin tardanza volvió a partir rumbo a Los Cayos. Tras meses y meses de esfuerzos, Brion logró finalmente persuadir a la mayoría de los jefes militares venezolanos -que sentían la necesidad de que hubiera un centro, aunque simplemente fuese nominal- de que llamaran una vez más a Bolívar como comandante en jefe, bajo la condición expresa de que convocaría al congreso y no se inmiscuiría en la administración civil. El 31 de diciembre de 1816 Bolívar arribó a Barcelona con las armas, municiones y pertrechos proporcionados por Pétion. El 2 de enero de 1817 se le sumó Arismendi, y el día 4 Bolívar proclamó la ley marcial y anunció que todos los poderes estaban en sus manos. Pero 5 días después Arismendi sufrió un descalabro en una emboscada que le tendieran los españoles, y el dictador huyó a Barcelona. Las tropas se concentraron nuevamente en esa localidad, adonde Brion le envió tanto armas como nuevos refuerzos, de tal suerte que pronto Bolívar dispuso de una nueva fuerza de 1.100 hombres. El 5 de abril los españoles tomaron la ciudad de Barcelona, y las tropas de los patriotas se replegaron hacia la Casa de la Misericordia, un edificio sito en las afueras. Por orden de Bolívar se cavaron algunas trincheras, pero de manera inapropiada para defender contra un ataque serio una guarnición de 1.000 hombres. Bolívar abandonó la posición en la noche del 5 de abril, tras comunicar al coronel Freites, en quien delegó el mando, que buscaría tropas de refresco y volvería a la brevedad. Freites rechazó un ofrecimiento de capitulación, confiado en la promesa, y después del asalto fue degollado por los españoles, al igual que toda la guarnición.Piar, un hombre de color, originario de Curazao, concibió y puso en práctica la conquista de la Guayana, a cuyo efecto el almirante Brion lo apoyó con sus cañoneras. El 20 de julio, ya liberado de los españoles todo el territorio, Piar, Brion, Zea, Mariño, Arismendi y otros convocaron en Angostura un congreso de las provincias y pusieron al frente del Ejecutivo un triunvirato; Brion, que detestaba a Piar y se interesaba profundamente por Bolívar, ya que en el éxito del mismo había puesto en juego su gran fortuna personal, logró que se designase al último como miembro del triunvirato, pese a que no se hallaba presente. Al enterarse de ello Bolívar, abandonó su refugio y se presentó en Angostura, donde, alentado por Brion, disolvió el congreso y el triunvirato y los remplazó por un "Consejo Supremo de la Nación", del que se nombró jefe, mientras que Brion y Francisco Antonio Zea quedaron al frente, el primero de la sección militar y el segundo de la sección política. Sin embargo Piar, el conquistador de Guayana, que otrora había amenazado con someter a Bolívar ante un consejo de guerra por deserción, no escatimaba sarcasmos contra el "Napoleón de las retiradas", y Bolívar aprobó por ello un plan para eliminarlo. Bajo las falsas imputaciones de haber conspirado contra los blancos, atentado contra la vida de Bolívar y aspirado al poder supremo, Piar fue llevado ante un consejo de guerra presidido por Brion y, condenado a muerte, se le fusiló el 16 de octubre de 1817. Su muerte llenó a Mariño de pavor. Plenamente consciente de su propia insignificancia al hallarse privado del concurso de Piar, Mariño, en una carta abyectísima, calumnió públicamente a su amigo victimado, se dolió de su propia rivalidad con el Libertador y apeló a la inagotable magnanimidad de Bolívar.La conquista de la Guayana por Piar había dado un vuelco total a la situación, en favor de los patriotas, pues esta provincia sola les proporcionaba más recursos que las otras siete provincias venezolanas juntas. De ahí que todo el mundo confiara en que la nueva campaña anunciada por Bolívar en una flamante proclama conduciría a la expulsión définitiva de los españoles. Ese primer boletín, según el cual unas pequeñas partidas españolas que forrajeaban al retirarse de Calabozo eran "ejércitos que huían ante núestras tropas victoriosas", no tenía por objetivo disipar tales esperanzas. Para hacer frente a 4.000 españoles, que Morillo aún no había podido concentrar, disponía Bolívar de más de 9.000 hombres, bien armados y equipados, abundantemente provistos con todo lo necesario para la guerra. No obstante, a fines de mayo de 1818 Bolívar había perdido unas doce batallas y todas las provincias situadas al norte del Orinoco. Como dispersaba sus fuerzas, numéricamente superiores, éstas siempre eran batidas por separado. Bolívar dejó la dirección de la guerra en manos de Páez y sus demás subordinados y se retiró a Angostura. A una defección seguía la otra, y todo parecía encaminarse a un descalabro total. En ese momento extremadamente crítico, una conjunción de sucesos afortunados modificó nuevamente el curso de las cosas. En Angostura Bolívar encontró a Santander, natural de Nueva Granada, quien le solicitó elementos para una invasión a ese territorio, ya que la población local estaba pronta para alzarse en masa contra los españoles. Bolívar satisfizo hasta cierto punto esa petición. En el ínterin, llegó de Inglaterra una fuerte ayuda bajo la forma de hombres, buques y municiones, y oficiales ingleses, franceses, alemanes y polacos afluyeron de todas partes a Angostura. Finalmente, el doctor [Juan] Germán Roscio, consternado por la estrella declinante de la revolución sudamericana, hizo su entrada en escena, logró el valimiento de Bolívar y lo indujo a convocar, para el 15 de febrero de 1819, un congreso nacional, cuya sola mención demostró ser suficientemente poderosa para poner en pie un nuevo ejército de aproxi madamente 14.000 hombres, con lo cual Bolívar pudo pasar nuevamente a la ofensiva.Los oficiales extranjeros le aconsejaron diera a entender que proyectaba un ataque contra Caracas para liberar a Venezuela del yugo español, induciendo así a Morillo a retirar sus fuerzas de Nueva Granada y concentrarlas para la defensa de aquel país, tras lo cual Bolívar debía volverse súbitamente hacia el oeste, unirse a las guerrillas de Santander y marchar sobre Bogotá. Para ejecutar ese plan, Bolívar salió el 24 de febrero de 1819 de Angostura, después de designar a Zea presidente del congreso y vicepresidente de la república durante su ausencia. Gracias a las maniobras de Páez, los revolucionarios batieron a Morillo y La Torre en Achaguas, y los habrían aniquilado completamente si Bolívar hubiese sumado sus tropas a las de Páez y Mariño. De todos modos, las victorias de Páez dieron por resultado la ocupación de la provincia de Barinas, quedando expedita así la ruta hacia Nueva Granada. Como aquí todo estaba preparado por Santander, las tropas extranjeras, compuestas fundamentalmente por ingleses, decidieron el destino de Nueva Granada merced a las victorias sucesivas alcanzadas el 1 y 23 de julio y el 7 de agosto en la provincia de Tunja. El 12 de agosto Bolívar entró triunfalmente a Bogotá, mientras que los españoles, contra los cuales se habían sublevado todas las provincias de Nueva Granada, se atrincheraban en la ciudad fortificada de Mompós.Luego de dejar en funciones al congreso granadino y al general Santander como comandante en jefe Bolívar marchó hacia Pamplona, donde paso mas de dos meses en festejos y saraos. El 3 de noviembre llego a Mantecal, Venezuela, punto que había fijado a los jefes patriotas para que se le reunieran con sus tropas Con un tesoro de unos 2.000.000 de dólares, obtenidos de los habitantes de Nueva Granada mediante contribuciones forzosas, y disponiendo de una fuerza de aproximadamente 9.000 hombres, un tercio de los cuales eran ingleses, irlandeses, hanoverianos y otros extranjeros bien disciplinados, Bolívar debía hacer frente a un enemigo privado de toda clase de recursos, cuyos efectivos se reducían a 4.500 hombres, las dos terceras partes de los cuales, además, eran nativos y mal podían, por ende, inspirar confianza a los españoles. Habiéndose retirado Morillo de San Fernando de Apure en dirección a San Carlos, Bolívar lo persiguió hasta Calabozo, de modo que ambos estados mayores, enemigos se encontraban apenas a dos días de marcha el uno del otro. Si Bolívar hubiese avanzado con resolución, sus solas tropas europeas habrían bastado para aniquilar a los españoles. Pero prefirió prolongar la guerra cinco años más.En octubre de 1819 el congreso de Angostura había forzado a renunciar a Zea, designado por Bolívar, y elegido en su lugar a Arismendi. No bien recibió esta noticia, Bolívar marchó con su legión extranjera sobre Angostura, tomó desprevenido a Arismendi, cuya fuerza se reducia a 600 nativos, lo deportó a la isla Margarita e invistió nuevamente a Zea en su cargo y dignidades. El doctor Roscio, que había fascinado a Bolívar con las perspectivas de un poder central, lo persuadió de que proclamara a Nueva Granada y Venezuela como "República de Colombia", promulgase una constitución para el nuevo estado --redactada por Roscio-- y permitiera la instalación de un congreso común para ambos países. El 20 de enero de 1820 Bolívar se encontraba de regreso en San Fernando de Apure. El súbito retiro de su legión extranjera, más temida por los españoles que un número diez veces mayor de colombianos, brindó a Morillo una nueva oportunidad de concentrar refuerzos. Por otra parte, la noticia de que una poderosa expedición a las órdenes de O'Donnell estaba a punto de partir de la Península, levantó los decaídos ánimos del partido español. A pesar de que disponía de fuerzas holgadamente superiores, Bolívar se las arregló para no conseguir nada durante la campaña de 1820. Entretanto llegó de Europa la noticia de que la revolución en la isla de León había puesto violento fin a la programada expedición de O'Donnell. En Nueva Granada, 15 de las 22 provincias se habían adherido al gobierno de Colombia, y a los españoles sólo les restaban la fortaleza de Cartagena y el istmo de Panamá. En Venezuela, 6 de las 8 provincias se sometieron a las leyes colombianas. Tal era el estado de cosas cuando Bolívar se dejó seducir por Morillo y entró con él en tratativas que tuvieron por resultado, el 25 de noviembre de 1820, la concertación del convenio de Trujillo, por el que se establecía una tregua de seis meses. En el acuerdo de armisticio no figuraba una sola mención siquiera a la Republica de Colombia, pese a que el congreso había prohibido, a texto expreso, la conclusión de ningún acuerdo con el jefe español si éste no reconocía previamente la independencia de la república.El 17 de diciembre, Morillo, ansioso de desempeñar un papel en España, se embarcó en Puerto Cabello y delegó el mando supremo en Miguel de Latorre; el 10 de marzo de 1821 Bolívar escribió a Latorre participándole que las hostilidades se reiniciarían al término de un plazo de 30 días. Los españoles ocupaban una sólida posición en Carabobo, una aldea situada aproximadamente a mitad de camino entre San Carlos y Valencia; pero en vez de reunir allí todas sus fuerzas, Latorre sólo había concentrado su primera división, 2.500 infantes y unos 1.500 jinetes, mientras que Bolívar disponía aproximadamente de 6.000 infantes, entre ellos la legión británica, integrada por 1.100 hombres, y 3.000 llaneros a caballo bajo el mando de Páez. La posición del enemigo le pareció tan imponente a Bolívar, que propuso a su consejo de guerra la concertación de una nueva tregua, idea que, sin embargo, rechazaron sus subalternos. A la cabeza de una columna constituida fundamentalmente por la legión británica, Páez, siguiendo un atajo, envolvió el ala derecha del enemigo; ante la airosa ejecución de esa maniobra, Latorre fúe el primero de los españoles en huir a rienda suelta, no deteniéndose hasta llegar a Puerto Cabello, donde se encerró con el resto de sus tropas. Un rápido avance del ejército victorioso hubiera producido, inevitablemente, la rendición de Puerto Cabello, pero Bolívar perdió su tiempo haciéndose homenajear en Valencia y Caracas. El 21 de setiembre de 1821 la gran fortaleza de Cartagena capituló ante Santander. Los últimos hechos de armas en Venezuela --el combate naval de Maracaibo en agosto de 1823 y la forzada rendición de Puerto Cabello en julio de 1824-- fueron ambos la obra de Padilla. La revolución en la isla de León, que volvió imposible la partida de la expediúión de O'Donnell, y el concurso de la legión británica, habían volcado, evidentemente, la situación a favor de los colombianos.El Congreso de Colombia inauguró sus sesiones en enero de 1821 en Cúcuta; el 30 de agosto promulgó la nueva constitución y, habiendo amenazado Bolívar una vez mas con renunciar, prorrogó los plenos poderes del Libertador. Una vez que éste hubo firmado la nueva carta constitucional, el congreso lo autorizó a emprender la campaña de Quito (1822), adonde se habían retirado los españoles tras ser desalojados del istmo de Panamá por un levantamiento general de la población. Esta campaña, que finalizó con la incorporación de Quito, Pasto y Guayaquil a Colombia, se efectuó bajo la dirección nominal de Bolívar y el general Sucre, pero los pocos éxitos alcanzados por el cuerpo de ejército se debieron íntegramente a los oficiales británicos, y en particular al coronel Sands. Durante las campañas contra los españoles en el Bajo y el Alto Peru --1823-1824-- Bolívar ya no consideró necesario representar el papel de comandante en jefe, sino que delegó en el general Sucre la conducción de la cosa militar y restringio sus actividades a las entradas triunfales, los manifiestos y la proclamación de constituciones. Mediante su guardia de corps colombiana manipuló las decisiones del Congreso de Lima, que el 10 de febrero de 1823 le encomendó la dictadura; gracias a un nuevo simulacro de renuncia, Bolívar se aseguró la reelección como presidente de Colombia. Mientras tanto su posición se había fortalecido, en parte con el reconocimiento oficial del nuevo estado por Inglaterra, en parte por la conquista de las provincias altoperuanas por Sucre, quién unificó a las últimas en una república independiente, la de Bolivia. En este país, sometido a las bayonetas de Sucre, Bolívar dio curso libre a sus tendencias al despotismo y proclamó el Código Boliviano, remedo del Code Napoleón. Proyectaba trasplantar ese código de Bolivia al Perú, y de éste a Colombia, y mantener a raya a los dos primeros estados por medio de tropas colombianas, y al último mediante la legión extranjera y soldados peruanos. Valiéndose de la violencia, pero también de la intriga, de hecho logró imponer, aunque tan sólo por unas pocas semanas, su código al Perú. Como presidente y libertador de Colombia, protector y dictador del Perú y padrino de Bolivia, había alcanzado la cúspide de su gloria. Pero en Colombia había surgido un serio antagonismo entre los centralistas, o bolivistas, y los federalistas, denominación esta última bajo la cual los enemigos de la anarquía militar se habían asociado a los rivales militares de Bolívar. Cuando el Congreso dé Colombia, a instancias de Bolívar, formuló una acusación contra Páez, vicepresidente de Venezuela, el último respondió con una revuelta abierta, la que contaba secretamente con el apoyo y aliento del propio Bolívar; éste, en efecto, necesitaba sublevaciones como pretexto para abolir la constitución y reimplantar la dictadura. A su regreso del Perú, Bolívar trajo además de su guardia de corps 1.800 soldados peruanos, presuntamente para combatir a los federalistas alzados. Pero al encontrarse con Páez en Puerto Cabello no sólo lo confirmó como máxima autoridad en Venezuela, no sólo proclamó la amnistía para los rebeldes, sino que tomó partido abiertamente por ellos y vituperó a los defensores de la constitución; el decreto del 23 de noviembre de 1826, promulgado en Bogotá, le concedió poderes dictatoriales.En el año 1826, cuando su poder comenzaba a declinar, logro reunir un congreso en Panamá, con el objeto aparente de aprobar un nuevo código democrático internacional. Llegaron plenipotenciarios de Colombia, Brasil, La Plata, Bolivia, México, Guatemala, etc. La intención real de Bolívar era unificar a toda América del Sur en una república federal, cuyo dictador quería ser él mismo. Mientras daba así amplio vuelo a sus sueños de ligar medio mundo a su nombre, el poder efectivo se le escurría rápidamente de las manos. Las tropas colombiams destacadas en el Perú, al tener noticia de los preparativos que efectuaba Bolívar para introducir el Código Boliviano, desencadenaron una violenta insurrección. Los pruanos eligieron al general Lamar presidente de su república, ayudaron a los bolivianos a expulsar del país las tropas colombianas y emprendieron incluso una victoriosa guerra contra Colombia, finalizada por un tratado que redujo a este país a sus límites primitivos, estableció la igualdad de ambos países y separó las deudas públicas de uno y otro. La Convención de Ocaña, convocada por Bolívar para reformar la constitución de modo que su poder no encontrara trabas, se inauguró el 2 de marzo de 1828 con la lectura de un mensaje cuidadosamente redactado, en el que se realzaba la necesidad de otorgar nuevos poderes al ejecutivo. Habiéndose evidenciado, sin embargo, que el proyecto de reforma constitucional diferiría esencialmente del previsto en un principio, los amigos de Bolívar abandonaron la convención dejándola sin quórum, con lo cual las actividades de la asamblea tocaron a su fin. Bolívar, desde una casa de campo situada a algunas millas de Ocaña, publicó un nuevo manifiesto en el que pretendía estar irritado con los pasos dados por sus partidarios, pero al mismo tiempo atacaba al congreso, exhortaba a las provincias a que adoptaran medidas extraordinarias y se declaraba dispuesto a tomar sobre sí la carga del poder si ésta recaía en sus hombros. Bajo la presión de sus bayonetas, cabildos abiertos reunidos en Caracas, Cartagena y Bogotá, adonde se había trasladado Bolívar, lo invisteron nuevamente con los poderes dictatoriales. Una intentona de asesinarlo en su propio dormitorio en Bogotá, de la cual se salvó sólo porque saltó de un balcón en plena noche y permaneció agazapado bajo un puente, le permitió ejercer durante algún tiempo una especie de terror militar. Bolívar, sin embargo, se guardó de poner la mano sobre Santander, pese a que éste había participado en la conjura, mientras que hizo matar al general Padilla, cuya culpabilidad no había sido demostrada en absoluto, pero que por ser hombre de color no podía ofrecer resu tencia alguna.En 1829, la encarnizada lucha de las facciones desgarra ba a la república y Bolívar, en un nuevo llamado a la ciudadanía, la exhortó a expresar sin cortapisas sus deseos en lo tocante a posibles modificaciones de la constitución. Como respuesta a ese manifiesto, una asamblea de notables reunida en Caracas le reprochó públicamente su ambiciones, puso al descubierto las deficiencias de gobierno, proclamó la separación de Venezuela con respecto a Colombia y colocó al frente de la primera al general Páez. El Senado de Colombia respaldó a Bolivar, pero nuevas insurrecciones estallaron en diversos lugares. Tra haber dimitido por quinta vez, en enero de 1830 Bolívar aceptó de nuevo la presidencia y abandonó a Bogotá para guerrear contra Páez en nombre del congreso colombiano. A fines de marzo de 1830 avanzó a la cabeza de 8.000 hombres, tomó Caracuta, que se había sublevado, y se dirigió hacia la provincia de Maracaibo, donde Páez lo esperaba con 12.000 hombres en una fuerte posición. No bien Bolívar se enteró de que Páez proyectaba combatir seriamente, flaqueó su valor. Por un instante, incluso, pensó someterse a Páez y pronunciarse contra el congreso. Pero decreció el ascendiente de sus partidarios en ese cuerpo y Bolívar se vio obligado a presentar su dimision ya que se le dio a entender que esta vez tendría que atenerse a su palabra y que, a condición de que se retirara al extranjero, se le concedería una pensión anual. El 27 de abril de 1830, por consiguiente, presentó su renuncia ante el congreso. Con la esperanza, sin embargo, de recuperar el poder gracias a la influencia de sus adeptos, y debido a que se había iniciado un movimiento de reacción contra Joaquín. Mosquera, el nuevo presidente de Colombia, Bolívar fue postergando su partida de Bogotá y se las ingenió para prolongar su estada en San Pedro hasta fines de 1830, momento en que falleció repentinamente.Ducoudray-Holstein nos ha dejado de Bolívar el siguiente retrato: "Simón Bolívar mide cinco pies y cuatro pulgadas de estatura, su rostro es enjunto, de mejilla hundidas, y su tez pardusca y lívida; los ojos, ni grandes ni pequeños, se hunden profundamente en las órbitas; su cabello es ralo. El bigote le da un aspecto sombrío y feroz, particularmente cuando se irrita. Todo su cuerpo es flaco y descarnado. Su aspecto es el de un hombre de 65 años Al caminar agita incesantemente los brazos. No puede andar mucho a pie y se fatiga pronto. Le agrada tenderse o sentarse en la hamaca. Tiene frecuentes y súbitos arrebatos de ira, y entonces se pone como loco, se arroja en la hamaca y se desata en improperios y maldiciones contra cuantos le rodean. Le gusta proferir sarcasmos contra los ausentes, no lee más que literatura francesa de carácter liviano, es un jinete consumado y baila valses con pasión. Le agrada oírse hablar, y pronunciar brindis le deleita. En la adversidad, y cuando está privado de ayuda exterior, resulta completamente exento de pasioness y arranques temperamentales. Entonces se vuelve apacible, paciente, afable y hasta humilde. Oculta magistralmente sus defectos bajo la urbanidad de un hombre educado en el llamado beau monde, posee un talento casi asiatico para el disimulo y conoce mucho mejor a los hombres que la mayor parte de sus compatriotas."Por un decreto del Congreso de Nueva Granada los restos mortales de Bolívar fueron trasladados en 1842 a Caracas, donde se erigió un monumento a su memoria.Véase: Histoire de Bolivar par Gén. Ducoudray-Holstein, continuée jusqu'á sa mort par Alphonse Viollet (Paris, 1831); Memoirs of Gen. John Miller (in the service of the Republic of Peru; Col. Hippisley's Account of his Journey to the Orinoco (London, 1819).
Artículo publicado en el tomo III de The New American Cyclopedia. Escrito en enero de 1858. Apareció en la edición alemana de MEW, t. XIV, pp. 217-231. Digitalizado para MIA-Sección en Español por Juan R. Fajardo, y transcrito a HTML por Juan R. Fajardo, febrero de 1999.
Posteado en Facebook por el historiador ecuatoriano Francisco Núñez Proaño, gentileza de Carlos Enrique Lasso Cueva:
Cita:
ACERCA DEL MITO DE LA INDEPENDENCIA: DICE EL HISTORIADOR ECUATORIANO ALFONSO RUMAZO GONZALEZ EN SU BIOGRAFÍA DE BOLÍVAR: EDITORIAL EDIME. PAG: 49:
"Esta secreta efervescencia hacia la insurreción prende en los criollos poderosos, que amabicionan mayor poder; en las clases dominantes. El pueblo -salvo contadísimas excepciones locales- hállase ausente del anhelo; considera, por anticipado, que le da lo mismo un amo que otro...En varios lugares de América se alcanzará la independencia, a pesar de la mayoría de los americanos de tales regiones".
Y, EN LA BIOGRAFIA DE SUCRE, PAG 107, DICE ALFONSO RUMAZO:
"El ejército real, asistido por una brillante juventud nativa del lugar, era más peruano que el ejército libertador, compuesto este, en su mayor parte, de extranjeros...Buscaban la libertad de los peruanos a pesar de los peruanos" (Linda "libertad" la que trajo la independencia, con latifundios consolidados y fortalecidos, y con el viejo régimen de castas intacto: CLC).
Y EN LA MISMA BIOGRAFIA DE SUCRE, PAG 21, DICE RUMAZO:
"Pero solo los selectos eran republicanos. Los demás, y el pueblo en inmensos volumen, seguían leales a la monarquía. La convicción de la independencia fue calando en la masa lentamente".
Y EN LA PAG 224 REFIRIÉNDOSE A OTRO TEMA, LA SEPARACIÓN DE COLOMBIA, RUMAZO COMENTA:
"El pueblo no actuó en ningún sentido; ni se le informó ni se le tomó en cuenta. El único en oponerse fue el general José María Sáenz".
Demás está recordar que cuando llegó Bolívar a Quito, apareció esa mañana en un muro esta leyenda: "ULTIMO DIA DE DESPOTISMO Y PRIMERO DE LO MISMO".
Bolívar el genocida fue el enemigo público Nº 1 del Perú, nos separo violentamente y a la fuerza de la Corona y de el Reino de España, nos saqueo, asesino y cometió todo tipo atropellos; hoy la historia la verdadera lo baja de ese altar ficticio en el cual lo colocaron los masones, que están presentes en todas partes del gobierno peruano; ya esta cayendo su imagen de libertador en muchos lugares de América, lo tienen como lo que fue, tirano, psicótico y genocida y su imagen de libertador pasa a ser de la de un criminal y traidor.
Viva España Viva el Perú Español
Aqui les dejo un interesante artículo sobre Bolivar y los peruanos, publicado en el Blog de Hugo, y que, a mi modo de ver, refleja fielmente muchos aspectos de esa relación bastarda:
(Blog de Hugo » Carta sobre Bolívar y el Perú)
"Querido Carlos:
Con relación a la pregunta que me planteas, debo decirte que, definitivamente, la relación que Simón Bolívar tuvo con el Perú ha sido, hasta la fecha, muy idealizada e incluso deformada.
¿Cuándo ocurrió esta idealización y esta deformación? Es una buena pregunta. Yo creo que este proceso comenzó desde mediados del siglo XIX, cuando los peruanos cometimos la aberración de poner una estatua ecuestre de Bolívar en lo que ahora es la plaza de nuestro Congreso, al calor del llamado “americanismo”. Continuó con las prédicas populistas latinoamericanas de los años 1930 al 50. Me refiero, por ejemplo, al APRA con su visión de Indoamérica y el supuesto rol de Bolívar como antecedente de la integración. Y, finalmente, culminó con las ideologías izquierdistas latinoamericanas de los años 60 al 80, que leyeron a Bolívar casi como si hubiera sido un revolucionario incomprendido del temprano siglo XIX, tal como lo pinta Gabriel García Márquez en su novela El general en su laberinto.
En efecto, fue una idealización y una deformación. Porque si uno acude a las fuentes primarias, vale decir, a los periódicos, a las cartas personales y a los documentos oficiales de esos años de la Independencia, queda muy claro que nosotros los peruanos le caíamos terriblemente antipáticos a Bolívar. Tanto como realistas, como bajo ropaje patriota. Esta antipatía se destila con claridad desde los tiempos de la célebre Carta de Jamaica.
Todo esto, por supuesto, fue complejo y muchas veces no explicitado en los documentos públicos, pero fue real y tuvo raíces concretas.
La revolución de Independencia en el Norte y en el Sur de la América Meridional fue, en verdad, una revuelta contra el centro realista limeño. Los cerebros de ese centro realista fueron, sin duda, mayormente peninsulares, como el virrey Abascal. Pero el común de la gente eran peruanos (y que se llamaban, a sí mismos, peruanos), vale decir, criollos, mestizos, negros e indios. Sólo una parte de ellos tuvieron sentimientos proclives a la Independencia desde el comienzo del proceso, luego de la invasión francesa de España. El grueso, hasta 1824, tuvo el corazón realista. Y la razón era clara: esta población vivía en el núcleo de la América del Sur que había tenido una relación especial con España durante siglos. Esta población llegó a ver a rioplatenses y chilenos y, posteriormente, a los grancolombianos, como invasores depredadores. Es extraordinario constatar el rencor que rioplatenses como Monteagudo o caraqueños como Bolívar tuvieron, desde el comienzo, contra esta suerte de posición privilegiada que había tenido el Perú durante la mayor parte del dominio hispánico.
Esto conecta con la que yo he llamado la idea del Perú como "monstruo peligroso”. Desde las goteras de Charcas, desde esa pequeña aldea que era la Buenos Aires autonomista, desde la rústica Chile, desde los llanos de Venezuela, el Perú era visto como un monstruo, como una amenaza. Bolívar tuvo muy clara esta percepción y, de hecho, por eso hizo todo lo posible por crear un hegemón alternativo: la Gran Colombia, que estuvo integrado por las actuales Colombia, Venezuela y Ecuador, con pretensiones sobre Guayaquil y sobre el río Amazonas y su gigantesca área circundante. La Gran Colombia nació así como un contrapeso al supuesto peligro peruano.
En 1823, Bolívar llegó al Perú no tanto por dar la libertad a sus hermanos peruanos que sufrían las cadenas del absolutismo (idea que él siempre manifestaba de modo grandilocuente y, por supuesto, hipócrita), sino principalmente por el interés geopolítico de destruir de raíz lo que consideraba como una amenaza para la Gran Colombia, que él veía como la niña de sus ojos, su creación, la entidad que estaba erigiendo como un nuevo polo de dominio en América del Sur. Por eso se crea Bolivia, para cortarle las patas al “monstruo” peruano, no tanto por dar rienda suelta a la libre determinación y al anhelo de una patria boliviana en ciernes en la que, es cierto, muchos altoperuanos creían (pues nunca hubo unanimidad para unirse con el Bajo Perú dominado por Lima). Pero volviendo a lo que tenía Bolívar en mente, este apresuramiento en la creación de Bolivia, forzado por un sentimiento bolivariano antiperuano, se expresó, claramente, en lo absurdo que era estimular la consolidación de un estado que tuviera puertos en el desierto de Atacama, tan lejanos de los centros de poder altoperuanos. Hay, en efecto, con el respeto que nos merece hoy una nación ya definitivamente establecida, algo prematuro en la creación de Boliva, cuya salida natural siempre fue el puerto de Arica, poblada por peruanos vinculados a Lima y al Callao desde mucho tiempo atrás. Por cierto, Sucre, lugarteniente de Bolívar y presidente de Bolivia, hizo un intenso lobby para arrebatar Arica al Perú y entregársela a Bolivia. Además, advirtió a su mentor Bolívar en una de sus cartas de 1828: “Si el Perú conquista a Bolivia y la conserva, el Sur de Colombia (o sea, el actual Ecuador) corre mil y mil riesgos”. Tanto era el recelo (y hasta el odio) de Sucre contra el Perú que llegó a incluso a proponer la división de nuestro país, como lo conocemos ahora, en dos estados, como una manera de garantizar la seguridad de Bolivia.
Por otro lado, Bolívar sabía perfectamente de la existencia de la Real Cédula de 1802 que había devuelto Maynas (el territorio del Oriente peruano) al Virreinato del Perú. Hoy sabemos que él y sus diplomáticos grancolombianos ocultaron deliberadamente esta información a los primeros negociadores peruanos de límites (que no habían hurgado bien en sus archivos), porque Bolívar siempre buscó, de manera autoritaria y prepotente, contra los intereses peruanos, que el río Amazonas fuera la "espalda" de su Gran Colombia.
Todo, repito, a expensas del Perú. Así, pues, desde la perspectiva de Bolívar, no es descabellado apreciar que, luego de la batalla de Ayacucho, el Perú haya sido visto como un país derrotado que podía ser tratado como botín de guerra, como una especie de Polonia sudamericana.
Lo anterior, y el franco autoritarismo que exhibió Bolívar luego de la batalla de Ayacucho, explica por qué el presidente peruano La Mar (nacido en Cuenca, en el actual Ecuador), realizó, una vez liberado el Perú del yugo bolivariano, una expedición para recuperar el puerto de Guayaquil, gran parte de cuyos habitantes clamaban entonces por ser peruanos, como lo habían sido antes.
Si quieres conocer al Bolívar real, a ese que nos odiaba, te recomiendo que leas un librito que se puede encontrar en Google Books. Se llama A sketch of Bolivar in his Camp, escrito por el marino estadounidense Hiram Paulding. Este libro, casi un folleto, relata el encuentro que tuvo con el caraqueño en Huaraz, en 1824, dos meses antes de la batalla de Junín. Allí dice que Bolívar sólo hablaba denuestos contra los peruanos. El relato está incluido en una biografía escrita por la hija del marino. Un ejemplar auténtico de esta joya bibliográfica se encuentra en la Biblioteca Pública de Nueva York.
Precisamente, por tratar de impedir que un cuerpo peruano de caballería fuera incorporado arbitrariamente a una unidad grancolombiana en plena campaña de Junín, en 1824, el joven militar peruano patriota Ramón Castilla (futuro presidente del Perú) sufrió una injuria: los colombianos mandaron ponerle cepos y casi lo fusilan, pese a estar combatiendo en el mismo bando contra los realistas. Esa humillación nunca fue olvidada por Castilla, símbolo, desde entonces, del naciente patriotismo peruano republicano.
En fin, querido Carlitos. Espero que estos comentarios hayan sido de tu agrado. Creo que siempre, siempre, hay que luchar contra la aceptación pasiva de los estereotipos, que nos lleva muchas veces a repetir conceptos como cacatúas, sin observar estos falsos conocimientos con el lente de la crítica y de la razón. Además, hoy es bueno releer estas cosas, ya que estamos a las puertas del llamado Bicentenario.
Te abraza,
Hugo"
Bolívar dixit
http://coterraneus.files.wordpress.c...pg?w=240&h=373”¡Qué cara nos ha costado esta mierda de independencia!” – Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte y Blanco, mejor conocido como Simón Bolívar.
“Tres siglos gimió la América bajo esta tiranía, la más dura que ha afligido a la especie humana; tres siglos lloró las funestas riquezas que tanto atractivo tenían para sus opresores”. -Simón Bolívar, 2 de octubre de 1813. “Terribles días estamos atravesando: la sangre corre a torrentes: han desaparecido los tres siglos de cultura, de ilustración y de industria: por todas partes aparecen ruinas de la naturaleza o de la guerra”. -Simón Bolívar, 6 de mayo de 1814. “Nosotros por mucho tiempo no podemos ser otra cosa que un pueblo agricultor capaz de suministrar las materias más preciosas a los mercados de Europa, el más calculado para fomentar conexiones amigables con el negociante y manufacturero”. -Simón Bolívar, junio de 1814. “Yo deseo continuar sirviendo a mi patria, para el bien general de la humanidad y el aumento del comercio británico”. - Simón Bolívar, 19 de junio de 1815. “¿Quiénes son los autores de esta revolución? ¿No son los blancos, los ricos, los títulos de Castilla y aun los Jefes militares al servicio del Rey?”-Simón Bolívar, 1817. “Yo he vendido aquí (Bolivia) las minas por dos millones y medio de pesos y aún creo sacar mucho más de otros arbitrios, y he indicado al gobierno del Perú que venda en la Inglaterra todas sus minas, todas sus tierras y propiedades y todos los demás arbitrios del gobierno, por su deuda nacional, que no baja de veinte millones… Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar…”. Simón Bolívar, 21 de octubre de 1825. “Contra la fuerza y la voluntad pública he dado la libertad a este país y como esta gloria es mi fortuna nadie me puede privar de ella”. - Simón Bolívar, 22 de abril de 1828.
”Hemos perdido todo nuestro tiempo y dañado nuestra obra; hemos acumulado desacierto sobre desacierto y hemos empeorado la condición del pueblo, que deplorará eternamente nuestra inexperiencia” -Simón Bolívar. 1828.
Al Congreso Constituyente: “¡Conciudadanos! Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de todo lo demás”. - Simón Bolívar, 30 de enero de 1830.
“Créame Ud., nunca he visto con buenos ojos las insurreciones; y últimamente he deplorado hasta la que hemos hecho contra los españoles”. -Simón Bolívar, 25 de septiembre de 1830.
“V. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos. La América es ingobernable para nosotros. 2°. El que sirve una revolución ara en el mar. 3°. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4°. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas. 5°. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6°. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América.” -Simón Bolívar a Juan José Flores, 9 de noviembre de 1830.
Así opinaba el “Libertador” sobre Quito: “… hombres tan malvados e ingratos. Yo creo que le he dicho a Vd., antes de ahora, que los quiteños son los peores colombianos. El hecho es que siempre lo he pensado, y que se necesita un rigor triple que el que se emplearía en otra parte. Los venezolanos son unos santos en comparación de esos malvados. Los quiteños y los peruanos son la misma cosa: viciosos hasta la infamia y bajos hasta el extremo. Los blancos tienen el carácter de los indios, y los indios son todos truchimanes, todos ladrones, todos embusteros, todos falsos, sin ningún principio de moral que los guíe.” Bolívar a Santander, Pativilca, 7 de enero de 1824, en Vicente Lecuna, Cartas del Libertador, Tomo IV, págs. 12-14.
Y sobre Guayaquil: “Renunciar a Guayaquil es imposible, porque será más útil renunciar al Departamento de Quito… El país de las fronteras con el Perú, es afeminado y nada militar…”. En carta a Francisco de Paula Santander, 21 de junio de 1822.
¡Dixit!
http://elotroecuador.files.wordpress...pg?w=328&h=217“Yo deseo continuar sirviendo a mi patria, para el bien general de la humanidad y el aumento del comercio británico”. – Simón Bolívar, 19 de junio de 1815. (Bolívar y Páez saludados por el pueblo de Caracas tras la proclamacion de la Independencia. Es notable la presencia del estandarte inglés-británico en esta imagen oficial. Mural del Capitolio de Caracas.)
coterraneus – el blog de Francisco Núñez Proaño
Ya no saben que explicación dar algunos historiadores para salvar al "libertador" frente a las pruebas de su anglofilia...
FUENTECita:
A cambio de fusiles, dinero y “hacer permanente el imperio”
Cuando Bolívar ofreció Nicaragua a Inglaterra
* Famosa carta de Jamaica del Libertador cobra actualidad con la visita y discursos del mayor representante de la República Bolivariana de Venezuela
* Aldo Díaz Lacayo, que reproduce la carta en una de sus obras, explica que la patria de Bolívar era América, y que el ofrecimiento de Panamá y Nicaragua al imperio inglés no empaña
Edwin Sánchez | esanchez@elnuevodiario.com.ni
Ahora que el nombre del Libertador Simón Bolívar empieza a sonar su música con más vehemencia, una carta suscrita por él desde Jamaica el 15 de mayo de 1815, seis años antes de la Independencia de Centroamérica y a 23 de la separación de la provincia de Nicaragua de la Federación, podría ser una desafinada nota: de su puño y letra revela sus intenciones de entregar nuestro territorio nada menos que a Inglaterra.
La idea que también podría llamarse “bolivariana” era que semejante potencia hiciera el soñado Canal por nuestro territorio a cambio de armas y hombres para su proyecto.
La Carta
En el prólogo del libro “El Congreso Anfictiónico, Visión Bolivariana de la América anteriormente Española. Panamá 22 de junio-15 de julio de 1826”, de Aldo Díaz Lacayo, el ex canciller Alejandro Montiel Argüello hace un señalamiento del texto encontrado por el autor, que con esa obra obtuvo el “Premio Nacional de Historia Tomás Ayón 2001”.
Si la Carta de Jamaica dice: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”, también la misiva, subraya el prologuista “insinúa la posibilidad de entregar las provincias de Panamá y Nicaragua a Inglaterra. A cambio Inglaterra daría armamentos militares, dinero y voluntarios que quisieran seguir las banderas americanas”.
Díaz Lacayo escribe: “Más aún, conforme a la visión global del Libertador acerca de la América anteriormente española, y también de acuerdo con su política de capitalizar las contradicciones de Inglaterra con las otras potencias europeas, incluyendo España --y posteriormente con los Estados Unidos…, tan tempranamente como el 15 de mayo de 1815, desde Jamaica y a través de Maxwell Hislop, ofreció al Reino Unido entregar al Gobierno británico tanto Tierra firme como Nicaragua a cambio de su apoyo a la revolución independentista, todavía cruentamente enfrentada con España”.
El texto que cita Díaz Lacayo de Bolívar a Hislop, señala en una de sus partes: “(…) El comercio británico ha perdido en Venezuela siete millones de pesos anuales, a que montaban sus producciones en los tiempos más calamitosos. Ahora parece que va a ser privada la Inglaterra del comercio de la Nueva Granada (Colombia-Sudamérica), que ella ha hecho exclusivamente, y cuya exportación es en oro y en sumas muy considerables (…) pero la pérdida incalculable que va a hacer la Gran Bretaña consiste en todo el continente meridional de la América, que, protegido por sus armas y comercio, extraería de su seno, en el corto espacio de diez años, más metales preciosos que los que circulan en el universo. Los montes de la Nueva Granada son de oro y de plata (…).
“Ventajas tan excesivas pueden ser obtenidas por los más débiles medios: 20 ó 30 mil fusiles; un millón de libras esterlinas; 15 ó 20 buques de guerra; municiones, algunos agentes y los voluntarios militares que quieran seguir las banderas americanas; he aquí cuanto se necesita para dar la libertad a la mitad del mundo y poner al universo en equilibrio.
“La Costa-Firme se salvaría con seis u ocho mil fusiles, municiones correspondientes, 500 mil duros para pagar los primeros meses de la campaña. Con estos socorros pone a descubierto el resto de la América del Sur y al mismo tiempo se puede entregar al gobierno británico las provincias de Panamá y Nicaragua, para que forme de estos países, el centro del comercio del universo por medio de la apertura de canales, que, rompiendo los diques de una y otra mar, acerquen las distancias más remotas y hagan permanente el imperio de Inglaterra sobre el comercio”.
¿Realismo político bolivariano?
En un comentario de Jorge Orlando Melo al libro de Bolívar y la revolución
de Germán Arciniegas, Editorial Planeta, Bogotá, 1984, hace referencia precisamente a este capítulo poco conocido del prócer:
“En general, la discusión sobre la posición de Bolívar hacia Inglaterra y hacia la monarquía o sus sugerencias de que Inglaterra se apropie de Panamá y Nicaragua, está marcada por una ausencia total de análisis del contexto histórico y por una falta de atención al momento concreto de cada formulación: los textos de 1815 a 1829 se presentan agrupados en forma atemporal, sin mostrar sus relaciones con las situaciones de momento y sin ver en qué medida podían responder a consideraciones de realismo político. Sólo se ve en los textos de Bolívar la admiración por Inglaterra, por sus instituciones aristocratizantes, pero no lo que podía justificar en 1825 ó 1826 buscar en ese país un dique a las posibilidades de reconquista española.
“Sin embargo, Arciniegas acaba reflejando, con signo inverso, la posición que critica. Es cierto que Bolívar tuvo una permanente actitud en favor de Inglaterra, y que los riesgos de anarquía, de caudillismo y de ascenso de la “pardocracia” tienen que ver con sus planes para lograr el protectorado de Inglaterra.
“Pero cuando un texto de Bolívar dice que “Inglaterra debería tomar necesariamente en sus manos el hilo de la balanza” en una liga americana de naciones independientes, se pasa a preguntar: “¿Cómo pudo Bolívar colocar de fondo al Congreso de Panamá la entrega de la Gran Colombia a Inglaterra?”, o cuando con base en algunos textos de Bolívar favorables al protectorado inglés y en los que sugiere colocar a Colombia bajo “los auspicios de una nación liberal que nos preste su conducción”, se concluye que a Bolívar “sólo le ilusiona la posibilidad de entregar a Inglaterra el gobierno de Colombia”, se están forzando los textos y el desborde retórico hace que el problema, en vez de aclararse, se confunda
“No empaña la gloria de Bolívar”
Indagamos con el propio Díaz Lacayo sobre su interpretación de este ofrecimiento sorprendente, proviniendo de un americanista como lo fue Bolívar. “Yo explico la razón y es muy sencilla: para Bolívar América era América, no era Colombia. Entonces, el apoyo inglés a la revolución de independencia era vital, había una contradicción, primero en relación con España y luego con EU, en cuanto a libertad de comercio, porque era controlado por España primero.
“Lo que hace Bolívar es proponerle a Inglaterra, la entrega de la Costa Caribe de Nicaragua, no sólo con propósitos comerciales, sino de cara al control del Mar Caribe. Se lo propone el canje, el control de la costa mosquitia a cambio de una cantidad de armas y apoyo logístico para la revolución o independencia, no porque quisiera entregar Centroamérica”.
Es una especie de acuerdo, de que se hicieran cargo del aspecto más bien comercial y yo diría del control del Mar Caribe.
No se debe olvidar que Inglaterra en el marco de la Santa Alianza, siempre tuvo contradicciones con miembros de esa Alianza (Austria, Prusia, Rusia). Esas contradicciones eran aprovechadas por Bolívar.
Éstos apoyan a España para que no perdiera sus posiciones en América.
¿No cree que empañe la figura y dimensión de Bolívar entregar Nicaragua?
No empaña, no incide, porque la Venezuela actual en particular y América del Sur en general no tiene interés geopolítico en Centroamérica, pero sí lo tenía Inglaterra. Ni la situación actual de América del Sur ni Venezuela considera a Centroamérica como distinta de América Latina. Para el sur, la inserción de Centroamérica en la unidad geopolítica es vital.
Tenés que olvidarte de un sentimiento de soberanía local. Para Bolívar “mi patria es América”. No hacía distinciones de países, pero sabía que la crisis que se iba a plantear era la crisis de las fronteras, por eso inventa el principio del uti possidetis juris de 1810, para comprometer a cada nación a asumir como frontera lo que era delimitado en 1810. No se le escapa eso, pero decía: “Mi patria es América”, e hizo lo posible para hacer de América una sola región.
(Uti possidetis juris del latín “como poseías de acuerdo al derecho, poseerás”).
¿No le resta gloria al prócer?
No le resta gloria para nada, al contrario, era parte de la visión global que tenía Bolívar en ese contexto y hay que analizarlo.
Este episodio nunca se conoció. Fui el primero en divulgarlo en Nicaragua.
La herencia bolivariana...
Leído en EL PAISCita:
La pesadilla de Bolívar
En vísperas del bicentenario de las independencias, poco queda de esa América unida desde California hasta la Tierra del Fuego con la que soñaba el Libertador. Ni siquiera existe como espacio cultural unitario
Ahora que varios países latinoamericanos se aprestan a conmemorar sus independencias, resulta inevitable dirigir la mirada hacia la figura que mejor encarna los ideales despertados entonces, y su fracaso. Más que en el Libertador, el héroe o el mito que no cesa de ser invocado por tirios y troyanos, vale la pena detenerse en el Simón Bolívar que, una vez derrotados los ejércitos realistas, debió enfrentarse de manera brutal a la nueva realidad latinoamericana que en buena medida él contribuyó a concebir.
Tras lograr las independencias de Venezuela y Nueva Granada, y haber consumado la de Perú, Bolívar consagró el resto de sus días a resistir el sinfín de asonadas y conspiraciones que se sucedieron en su contra. Frente a la figura marmórea del prócer, resulta un tanto anticlimático este Bolívar dedicado a la "pequeña política" que se vio obligado a desentenderse de los asuntos de Estado para contener las tentaciones de los caudillos que brotaban como hongos y que, a la larga, lo apartarían del poder. Los responsables de los Bicentenarios quizás prefieran al Bolívar joven o triunfante, pero es probable que este Bolívar postrero y achacoso, tan venerado como detestado, pueda hablarnos mejor de los problemas que hoy en día nos aquejan.
Durante el turbulento periodo de 1825 a 1830, Bolívar fue testigo y protagonista de los mecanismos centrífugos y centrípetos que desgarrarían a América Latina en los decenios venideros. Si por una parte Bolívar no tardó en proclamar su "sueño", es decir, el proyecto planteado en el inverosímil Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826 de imaginar una sola nación desde la Alta California hasta la Tierra del Fuego, por la otra las prolongadas luchas contra los peninsulares reforzaron la convicción de que cada territorio debía construirse su propia identidad nacional. Los ideales de Bolívar se revelaron impracticables: el único vínculo entre los virreinatos y capitanías generales radicaba en su dependencia de Madrid; desaparecida ésta, cada aristocracia local se empeñó en diferenciarse de sus vecinos. Paradójicamente, las naciones que acababan de separarse de Europa se apresuraron a importar la principal moda europea de la época, el nacionalismo, con su inevitable carga de discriminación y su parafernalia de historias oficiales y catecismos patrióticos.
Muy a su pesar, Bolívar se convirtió en el artífice -y la primera víctima- de este enfrentamiento entre lo local y lo global que presagiaba algunas de las contradicciones de América Latina a principios del siglo XXI. La imposibilidad de lidiar con las reivindicaciones regionales llevó a Bolívar a flirtear con el autoritarismo e incluso la monarquía y, tal como ha narrado García Márquez en El general en su laberinto, terminó por minar su prestigio y su salud. En su lecho de muerte en la quinta de San Pedro Alejandrino, Bolívar no tenía demasiadas razones para sentirse satisfecho: no sólo la unión de la América española se había revelado una quimera, sino que ni siquiera la Gran Colombia conseguiría mantenerse en pie. Solo, lejos del boato y la gloria, la agonía de Bolívar en Santa Marta representó también el fin de su sueño.
Durante el siglo XIX y la mitad del XX, los ideales bolivarianos quedaron sepultados en medio de las guerras, invasiones, golpes de Estado, revoluciones y dictaduras que infestaron a América Latina; fuera de unos cuantos intelectuales, nunca demasiado influyentes, las nuevas naciones se desentendieron de su herencia. Aun así, debe subrayarse que, si bien el continente nunca estuvo más dividido, los intercambios culturales se mantuvieron: compañías itinerantes, libros que circulaban continentalmente, y diarios y revistas que viajaban de México a Buenos Aires preservaban el conocimiento de norte a sur, al menos entre las élites.
A partir del triunfo de la Revolución cubana en 1959, una nueva ola de latinoamericanismo se expandió por la región, encabezada por esa cofradía de "plenipotenciarios" conocida como el Boom. La deriva dictatorial de Castro y el lento triunfo de la democracia en la región hicieron que los ideales bolivarianos pasaran a segundo término. A dos siglos de que se iniciasen los movimientos de independencia, se mantienen como eso: hermosos anhelos, listos para ser usados o manipulados por cualquiera.
Seré incluso más drástico: a principios del siglo XXI, ese territorio imaginario bautizado como América Latina prácticamente ha dejado de existir. Las relaciones culturales entre sus países se han reducido al mínimo: los consorcios editoriales apenas se preocupan por circular sus libros y no hay una sola revista intelectual que circule continentalmente. Tampoco hay tendencias reconocibles en la literatura y la ignorancia del público hacia la vida artística de sus vecinos es más drástica que nunca. Y, por más que se diga, por el momento la Red no ha logrado paliar este vacío. (La música popular sigue otra lógica, estrictamente mercantil). América Latina se ha convertido en un lugar cada vez más normal, y por tanto más aburrido.
¿Qué queda hoy de la América soñada por Bolívar? Muy poco: resabios del catolicismo, la lengua española -dominante pero ya no única-, ciertas tradiciones indígenas, algunas instituciones y un conjunto de democracias aquejadas por numerosos problemas, el mayor de los cuales es la desigualdad. Políticamente, la situación no es mejor. México, hasta hace no mucho cabeza de la región, ya ha dejado de formar parte de América Latina: para bien o para mal, su integración se lleva a cabo con Estados Unidos y Canadá y, si bien el NAFTA no contempla ninguna integración real, la migración y la dinámica social de sus miembros apuntan a un proceso irreversible. En Suramérica, en contraste, se han puesto en marcha incipientes procesos de unidad, jalonados por el liderazgo que se disputan -de manera tan feroz como sigilosa- la Venezuela de Chávez y el Brasil de Lula.
Ha sido Chávez quien más se ha esforzado por resucitar la figura de Bolívar, al grado de presentarse como su reencarnación. Para entender el extraño régimen que ha creado en Venezuela -mezcla de democracia, socialismo, autoritarismo y populismo-, resulta necesario estudiar la forma como ha reinterpretado el legado bolivariano, contaminándolo con un marxismo primario y asociándolo con su fobia antiestadounidense. En cada momento difícil, Chávez ha buscado a ese Bolívar terminal, sometido a la ambición de los caudillos regionales, víctima de golpes de Estado e intentos de asesinato. Pero, pese a sus tentaciones autoritarias, Bolívar jamás acumuló un poder como el de Chávez. En términos de política exterior, el neobolivarianismo de Chávez tampoco es un proyecto integrador, sino una herramienta por la cual un solo país, rico en recursos petroleros, trata de influir en sus Estados subsidiarios. El espíritu del Congreso de Panamá queda muy lejos: Chávez usa su posición para conseguir acuerdos regionales, valiosos en algunos términos pero que, dada su naturaleza hiperideológica, jamás alcanzarán a los países que le son desafectos.
Slavoj ŽZizek ha repetido que los verdaderos actos políticos son aquellos que permiten pensar lo impensable. Quizás la única manera de llevar a cabo el sueño de Bolívar sea dejando de lado a América Latina. Al acercarse a Estados Unidos -con una población hispana cada vez más relevante- y Canadá, México ya no pertenece a la región, mientras que en el sur resulta cada vez más claro que su centro neurálgico recaerá en Brasil. Ello supondría que, al cabo de unas cuantas décadas, acaso podamos imaginar dos regiones más o menos cohesionadas, Norte y Suramérica, con Centroamérica y el Caribe como puentes.
Y, si la lógica centrípeta venciese por fin al nacionalismo, acaso el tricentenario de las independencias podría celebrarse con una auténtica unión, en condiciones de igualdad y respeto, de todos los países de América. Sé que esta posibilidad incomodará a muchos, pero es la mejor esperanza que tienen sus habitantes de desarrollar sistemas democráticos más sólidos, transparentes y equitativos, desprovistos del oprobio que significan las fronteras nacionales. Quizás a Bolívar no le disgustaría tanto la idea.
Jorge Volpi es escritor mexicano.
Desmitificando a Bolívar:
Cita:
Desmitificando a Bolivar - Historia Prohibida IV
Posiblemente Simón Bolívar sea uno de los mayores errores históricos de Héroe y Mito que actualmente se puede encontrar. Para hablar sobre este personaje, parto desde una posición de desventaja y ésta es que soy español. Quizás esto me vaya a acarrear no pocas críticas y acusaciones de efectuar este relato desde la parcialidad o el despecho, pero... créalo o no, a estas alturas es algo que poco me importa y además no tiene ningún sentido. La historia discurrió como lo hizo y hoy nadie lo va a poder cambiar. Soy consciente de que me estoy metiendo en un jardín del que quizás salga mal parado, por ello lo hago desde la trinchera y sin ánimo de faltar al respeto a nada ni a nadie. Simplemente trataré de poner en su conocimiento unos hechos reales y comprobados históricamente, otra cosa será que a ud. le gusten o no. Para poder llevar a cabo este artículo sustituiré en algunas ocasiones (en muchas ocasiones) mis argumentaciones por las que realizan algunos eminentes historiadores, todos ellos latinoamericanos.
La herencia hispánica en latinoamérica puede verse desde muchos puntos de vista y utilizarse el prisma que a cada uno más le convenga pero, para empezar, quisiera darle a conocer una frase:
Nosotros somos muy pobres, no valemos nada, pero no era asícuando teníamos un rey.(Afirmación realizada por unos indígenas de Cucao (Chiloé - Actual Chile) a Charles Darwin en 1835 y anotada en su cuaderno)
Me parece muy bien que los territorios de ultramar adquirieran cierta autonomía para gobernarse mejor, de hecho Cuba llegó a alcanzar oficialmente esa autonomía convirtiéndose en la primera comunidad autónoma de España y otras muchas partes fueron consideradas como “provincias” en igualdad con el resto de las provincias peninsulares. Hasta puedo entender que con el paso del tiempo se emanciparan de la Madre Patria, tal y como hoy hacen nuestros hijos al alcanzar su mayoría de edad. Lo que quizás no llego a entender es la necesidad de llegar a una guerra, ¡ojo! no de “liberación” sino una “guerra civil”. Ud. amigo mío, debería saber que aquellos combates se dieron entre criollos, españoles al fin y al cabo, en los que España como potencia colonial apenas participó ya que casi no disponía de tropas que poder desplazar a ultramar, entre otras cosas porque España ya tenía bastante con recomponer su orden político y reconstruir un ejército y una armada bastante maltrecha tras combatir contra Napoleón. Por tanto no olvidemos que aquellas guerras fueron entre criollos y realistas, y por tanto no entre americanos y españoles.
En todo esto hay un hecho incuestionable, verá... cuando los ejércitos napoleónicos invadieron España, todas sus provincias de ultramar permanecieron fieles al Rey de España. En Chile, por ejemplo, la Real Audiencia continuó impartiendo justicia en nombre del Rey y se reconoció a la junta de regencia refugiada en Cádiz, ciudad que nunca pudo ser tomada por los franceses. En México, seguían queriendo la autoridad del Rey incluso una vez independizados. “En Perú el ejército Realista, asistido por la brillante juventud nativa del lugar, era más peruano que el ejército Libertador” (según argumenta el historiador ecuatoriano Alfonso Rumazo en su “Biografía de Bolivar”), y sigue diciendo... “fue la acomodada casta criolla la que ambicionaba mayor poder y es en ellos donde prende la llama de la insurrección”. Con ello quiero demostrar que un proceso autonómico hubiera sido posible e incluso deseable pero nunca una guerra que únicamente trajo dolor, odio entre hermanos y sangre de inocentes.
Masonería: Los Instigadores.
Cuando la masonería puso sus ojos en las posibilidades de aquellas tierras, fue cuando cundieron ideas masónicas separatistas en la clase criolla que provocaron las guerras mencionadas y la destrucción de la distribución política de los virreinatos ¿Quiénes eran pues los “independentistas”? pues efectivamente... la minoría criolla, gente adinerada, no los indígenas.
A las Logias masónicas británicas no les interesaba una hispanoamérica grande y unida ¿Se imagina el potencial que hubiera podido llegar a tener?. Sin embargo, un gran culpable de esta desmembración fue el masón, sí masón, Simón Bolivar. Lo curioso es que sería el propio Bolívar quien puso a las sociedades secretas fuera de la ley, sin duda porque, encaramado al poder, fue más que nunca consciente de lo deletéreo de su naturaleza y de sus siniestros manejos. Hay quien dice que los masones fueron los que acabaron en él en Santa marta en 1830.
Bolívar su crueldad y desprecio a negros y mulatos
Como tantos criollos Bolívar sentía el mayor desprecio por negros o mulatos y por tanto el origen de la sublevación americana debe buscarse, dicen los historiadores más asépticos, en el hecho de que la Corona Española empezara a dar y vender cargos a los “morenos”. De hecho, cuando Fernando VII inicia la represión en América, enfrentó a negros contra criollos y las columnas de Boves se componían esencialmente de negros y mulatos, lo que en el Caribe llaman despectivamente la negrada.
Si ud. amigo lector hispanoamericano tiene la suerte de poseer un tono de piel morena debería conocer lo que este personaje pensaba de sus antepasados que seguro que no es lo que le han contado. Si cualquier persona se molesta en pasearse desde la primera posesión española en norteamérica y baja andando hasta el último rincón del cono sur habrá visto millones y millones de personas con este aspecto ¿verdad?, ahora le pregunto: si ud. pasea andando desde el este al oeste de EEUU o Canadá ¿cuántos indígenes o sus descendientes verá?, posiblemente casi ninguno, salvo que vaya a una “reserva india”. Ahí está la diferencia entre España e Inglaterra o Francia en cuanto a la forma de enfrentar y consolidar un imperio. Algo que el sentido común hace incuestionable pero la leyenda negra se ha ocupado de ocultar.
Habría también que decir que ese mismo Bolívar que mandaba decapitar a los españoles prisioneros, el mismo Bolívar que decretó la "Guerra a Muerte", es decir, el exterminio sistemático de todos aquellos españoles que no tomaran las armas contra España, el Bolívar que traicionó a Miranda, dejaba a los revolucionarios franceses de 1793 como hijas de la caridad. Como prueba de ello el decreto de Guerra a Muerte, modelo de cinismo sangriento, incluye estas líneas:
“A pesar de nuestros justos resentimientos contra los inicuos españoles, nuestro magnánimo corazón se digna, aún, abrirles por la ultima vez una vía a la conciliación y a la amistad; todavía se les invita a vivir pacíficamente entre nosotros, si detestando sus crímenes, y convirtiéndose de buena fe, cooperan con nosotros a la destrucción del gobierno intruso de España, y al restablecimiento de la República de Venezuela. Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa, por los medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo, y castigado como traidor a la patria y, por consecuencia, será irremisiblemente pasado por las armas”
Las provincias y vierreinatos de américa habían alcanzado un nivel de progreso y de paz como hasta ese momento ninguna parte del mundo había gozado. El nivel de vida, en términos generales, de los ciudadanos de estos territorios era muy superior incluso a los de la mayoría de los países europeos. La cultura, el ordenamiento jurídico, el comercio, las mejores condiciones de vida, el trabajo, la salud, las infraestructuras, las riquezas, etc... eran un patrimonio único en el mundo y que atesoraba la sociedad hispanoamericana en aquellos años. Sin embargo, todo esto tuvo un precio. La clase criolla vio la posibilidad de caer sobre todo ello y hacerse con su control. Éste y no otro fue el germen de las mal llamadas guerras de liberación, guerras civiles al fin y al cabo.
El historiador colombiano Pablo E. Victoria, declara ante los argumentos de que España negaba unas libertades fundamentales “...no es cierto de que la presencia española fuera una presencia opresiva, en 1789 en Sta. Fé de Bogotá no había ni un sólo español nacido en España que ocupara cargo en el cabildo, e incluso había varios virreyes y muchos altos cargos de la administración que eran de origen criollo. Hasta el Comandante General de la Armada y muchos Generales eran nacidos en América”, ¿se puede decir entonces que era España la que estaba sometiendo la provincias americanas bajo su “yugo”?, evidentemente no. Este historiador sigue diciendo respecto de Bolivar: “... era un hombre sanguinario y que dio enormes muestras de crueldad” (...) “en la toma Sta. Fé de Bogotá permitió a sus tropas el saqueo despiadado y las violaciones de mujeres durante 48 horas”. Esto último es un hecho plenamente constatado y al mismo tiempo muy silenciado por quienes defienden a capa y espada la figura de Bolivar.
Que Bolívar obligó a los negros a combatir en su bando so amenaza de servidumbre para ellos y su familia no lo digo yo, está en sus obras; y lo ha recogido el Doctor colombiano Luis Corsi Otálora en su obra “¡Viva el Rei! Los negros en la independencia” y se pregunta… “¿porqué los negros defendían la Corona?, ¿cómo se batieron por su causa? y ¿cual fue su suerte tras la independencia?”. Lo mismo ocurrió con la mayoría de los pueblos indígenas, prácticamente todos ellos formaron parte de los ejércitos realistas, ¿no se ha preguntado ud. nunca el motivo?.
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Cacique Araucano con uniforme de Coronel Realista
En un reciente libro del historiador peruano Herbert Morote, desmitifica al ídolo de Chávez con bastante crudeza, aunque con datos difícilmente contestables. Cierto es que el Perú no puede estar muy agradecido a uno de sus “Libertadores”, que cercenó gran parte de su territorio para cedérselo a otras naciones recién creadas por él y en cuyo honor su delfín, Antonio José de Sucre, acabó amputándole el inmenso territorio del Alto Perú para crear la artificial república del Altiplano andino.
El también historiador peruano Enrique Chirinos Soto es más audaz en su apreciación cuando escribe con cierto cinismo respecto de la lucha del Perú por su independencia: “Historiadores de los países vecinos suelen reprocharnos a los peruanos que no nos batiésemos en las guerras de la independencia al modo de los patriotas de Caracas o Buenos Aires. La verdad es todo lo contrario. La verdad es que el Perú se batió más que ninguno, porque se batió al mismo tiempo a favor y en contra de la independencia.”
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Batalla de Maipú - ¿De verdad había que llegar a esto?
Organización geo-política de América tras la independencia:
Bolívar organizó la Sudamérica independiente con absoluto desprecio de la tradición histórica y de las circunstancias geográficas y sociales, y que aquí hay que buscar la raíz de la mayor parte de conflictos fronterizos que han enfrentado a las distintas repúblicas del subcontinente y de los contenciosos que aún persisten.
Los españoles tuvieron el buen criterio de fundar sus virreinatos, audiencias y capitanías generales respetando en lo posible las circunscripciones precolombinas, algo que por otra parte no hizo jamás ninguna otra potencia colonial en el mundo. El Virreinato del Perú, el más importante del Imperio Hispánico, se asentaba más o menos sobre el antiguo ámbito territorial del Tawantinsuyu o Imperio Incáico. Bolívar se encontró con que los peruanos, en realidad, no estaban muy convencidos de independizarse de España a pesar de la proclamación hecha por el argentino José de San Martín en 1821 desde el balcón municipal de Lima. Así que se decidió a intervenir, pensando, no sin razón, que la independencia del resto de Sudamérica no estaría segura hasta que no se consolidase la peruana, lo cual obtuvo con las victorias de Junín y Ayacucho de 1824 y la rendición de los Castillos del Callao, obtenida, tras inauditos esfuerzos, del valeroso general español Rodil (cuya gesta es comparable a la del Alcázar de Toledo), que hizo flamear el pabellón español en Sudamérica y acuñó moneda con la efigie del Rey de España hasta nada menos que 1826. La política bolivariana desmembró parte del Perú, entre otros motivos, para evitar que pudiera alzarse este país en su antigua preponderancia y tuviera veleidades nostálgicas de España.
Pero ¿cómo actuó el Libertador con respecto a aquellos pueblos que supuestamente liberaba?, ¿cuáles eran sus verdaderas opiniones?, pues verá, quizás jamás se lo hayan explicado pero, ahora va a conocer alguna cosa al respecto. La siguiente información la podrá buscar ud. mismo si así lo desea, únicamente me limito a transcribirla.
No puede soslayarse tampoco el hecho de que Bolívar fue racista, cosa que hace extrañamente paradójica la idolatría que le profesa el que se ha erigido en actual paladín del neoindigenismo, el mismo que osa espetarnos a los españoles los crímenes que cometieron -y habría que matizar mucho- sus propios antepasados (pues Chávez y Frías no son precisamente apellidos chibchas, caribes o arahuacos que sepamos). En efecto, Bolívar, el “Libertador” volvió a gravar a los indios con un antiguo impuesto que ya había sido abolido y que pesaba sobre ellos por el solo hecho de serlo. Son conocidas también sus expresiones insultantes hacia y sobre ellos. Todo lo cual no es ajeno a la triste actitud discriminatoria de la que han sido víctimas los indígenas (que no fueron beneficiarios de la tan cacareada independencia) por sus propios connacionales y que subsiste aun entre las mismas capas mestizas de la sociedad, entre las cuales también es frecuente el “choleo” (es decir, el menosprecio hacia alguien por tener trazas de indio, por ser “cholo”). También restableció Bolívar la esclavitud de los negros, que habían sido declarados libres por San Martín. ¡Valiente ejemplo para el adalid de los oprimidos y desheredados!. Sé que esto debe escocer mucho a aquellos que hasta la lectura de estas líneas veían en Bolívar su héroe y libertador. Pues bien, como tal, este personaje debe ser respetado y venerado, pero únicamente en aquello que verdaderamente deba serlo. Esto no es óbice para que se relaten sus miserias, sus errores, sus desprecios y se pongan los renglones de la historia rectos y completos.
En una carta de Karl Marx a Engels en 1858, Marx analizó la figura de este personaje y se refirió a Simón Bolívar como "...el canalla más cobarde, brutal y miserable…” posteriormente y a lo largo de esta carta argumentaba esta afirmación y muchas otras, incluso de traidor, en muchos hechos, entre ellos estos:
En cuando a la acusación de “cobardía” relata que en septiembre de 1811 el general Miranda, por entonces comandante en jefe de las fuerzas insurrectas de mar y tierra, persuadió a Bolívar para que aceptara el rango de teniente coronel en el estado mayor y el mando de Puerto Cabello, la principal plaza fuerte de Venezuela. Pues bien, cuando los prisioneros de guerra españoles (realistas), que Miranda enviaba regularmente a Puerto Cabello para mantenerlos encerrados en la ciudadela, lograron atacar por sorpresa la guardia y la dominaron, apoderándose de la ciudadela, Bolívar, aunque los españoles estaban desarmados, mientras que él disponía de una fuerte guarnición y de un gran arsenal, se embarcó precipitadamente por la noche, es decir, que huyó cobardemente con ocho de sus oficiales, sin poner siquiera al tanto de lo ocurría ni a sus propias tropas, arribó al amanecer a Guaira y se retiró a su hacienda de San Mateo. Cuando la guarnición se enteró de la huida de su comandante, abandonó en buen orden la plaza, que ocuparon inmediato los españoles al mando de Monteverde. Este acontecimiento inclinó la balanza a favor de España y forzó a Miranda a suscribir, el 26 de julio de 1812, por encargo del congreso, el tratado de La Victoria, que sometió nuevamente a Venezuela al dominio español.
En lo referente a la acusación de “traidor” lo basa en el siguiente hecho: El 30 de julio llegó Miranda a La Guaira, con la intención embarcarse en una nave inglesa. Mientras visitaba al coronel Manuel María Casas, comandante de la plaza, se encontró con un grupo numeroso, en el que se contaban don Miguel Peña y Simón Bolívar, que lo convencieron de que se quedara, por lo menos una noche, en la residencia de Casas. A las dos de la madrugada, encontrándose Miranda profundamente dormido, Casas, Peña y Bolívar se introdujeron en su habitación con cuatro soldados armados, se apoderaron precavidamente de su espada y su pistola, lo despertaron y con rudeza le ordenaron que se levantara y vistiera, tras lo cual lo engrillaron y entregaron a Monteverde. El jefe español lo remitió a Cádiz, donde Miranda, encadenado, murió después de varios años de cautiverio. Ese acto, para cuya justificación se recurrió al pretexto de que Miranda había traicionado a su país la capitulación de La Victoria, valió a Bolívar el especial favor de Monteverde, a tal punto que cuando el primero le solicitó su pasaporte, el jefe español declaró: «Debe satisfacerse el pedido del coronel Bolívar, como recompensa al servicio prestado al rey de España con la entrega de Miranda» ¿le sorprende, verdad?, ¿cómo es posible que Bolívar apresara y entregara a los españoles al Gral. Miranda, su amigo?, pues sí, así fue y le guste o no este fue el corrupto comportamiento del “Libertador”.
Con todo, podemos seguir debatiendo y discutiendo ampliamente sobre muchos temas en esta realidad que tantos episodios presentó, mas ¿sabe usted cuál es el mayor triunfo que han obtenido los enemigos de las Españas?, pues que cada vez que tratamos estos temas que nos conciernen a todos nostros, parecemos extraños y enemigos. Éste es el mayor triunfo que hayan podido obtener los enemigos de la Hispanidad, a los que tristemente conocemos desde hace muchos tiempo. Creo que trazaron bien el rumbo: Los que invadieron Gibraltar fueron los que invadieron Honduras, Tejas o las Malvinas; los mismos que provocaron la separación del Panamá de Colombia, los mismos que instigaron la Guerra del Chaco entre bolivianos y paraguayos, los mismos que se lucraron con la Guerra del Pacífico y que convirtieron a Puerto Rico, Cuba y las Filipinas en sus colonias; los mismos a los que les sigue interesando vivamente la sangrante división de la Hispanidad. Ese gran frente anglo-yanqui, esas potencias que jamás soportaron nuestro imperio, el de ud. amigo hispanoamericano y el mío.
Un saludo.
La Doctrina Imperfecta.
Cita:
CONCIENCIA Y HUMANIDAD
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Simón Bolívar ¿Libertador o Traidor?
Escrito por pedrorosillo el 05-02-2012 en General. Comentarios (0)
Que en Iberoamérica se considere a Simón Bolívar como un libertador podría ser algo que puede llegar a entenderse haciendo un poco de vista gorda histórica, pero que en la propia España se estudie a Bolívar como liberador es para pensarse dos veces a qué grado de indigencia intelectual se ha llegado en las escuelas. Y se puede decir que actualmente sólo existe una sola versión de lo que estudian nuestros escolares tanto a un lado como a otro del charco.
Pero lo cierto es que Bolívar más que liberador ha sido un auténtico yugo histórico para los mismos pueblos que la historia dice que ha liberado. Si miramos el mapa de América antes y después de Bolívar veremos a simple vista que donde había una unión sólida territorial después del ansiado libertador y padre de muchas naciones se convierte en un auténtico puzzle quedando naciones como Bolivia condenadas al ostracismo y sin posibilidad ninguna de salida al mar. Es muy curioso y significativo que la misma nación que lleva su nombre sea la más atrasada y la que menos posibilidades tiene de desarrollarse al quedar su capacidad exportadora completamente dañada al no poder tener esa ansiada salida al océano.
Bolívar tuvo el sueño de crear la Gran Colombia y una América unida, pero difícilmente un hombre que se dedicó a dividir y enfrentar a la sociedad de su época en pos de una gloria y sueño personal podía construir un proyecto de unidad.
Un dato importante es que Bolívar era masón, además viajó a Londres para recibir apoyo de las autoridades inglesas en su proyecto de independencia de los territorios americanos del sur. Es decir, Bolívar a todos los efectos se convirtió en traidor a España y además en el peor momento sumida ésta en una guerra feroz contra Napoleón, para convertirse en vasallo de la Corona Británica. Los británicos vieron la oportunidad, evidentemente no les interesaba una España fuerte, aunque en aquellos momentos se habían convertido en aliados ante la gran amenaza que suponía Napoleón. Pero tampoco les interesaba una América unida en donde se pudiera formar una nación poderosa. La actitud guerra-civilista de Bolívar tuvo que sonar como música celestial para los oídos ingleses, difícilmente aquel hombre crearía una gran nación unida. Bolívar consiguió la connivencia secreta inglesa para sus planes, si conseguía la independencia de territorios y éstos a la vez formaban diferentes naciones, podrían interactuar y jugar con ellas a conveniencia, divide y vencerás, la máxima es bien simple.
Lo cierto es que después de la acción del libertador con apoyo británico, de una gran América unida se pasó a otra troceada, además del daño irremediable del guerra-civilismo y el enfrentamiento entre hispanos.
Mientras, en el norte del territorio americano, se estaba formando una gran nación unida, Estados Unidos de América de clara constitución masónica, nación que quedaría bajo influencia británica y que dominaría fácilmente a un sur despedazado y enfrentado. Gran Bretaña ha usado siempre la masonería para colocar a los hombres adecuados a sus intereses en los puestos claves de mando de las grandes naciones, es el caso no sólo de Bolívar sino también de Hitler espía británico y otros muchos en diferentes naciones incluida España. Las logias masónicas inglesas forman sin duda alguna las redes más poderosas de control encubierto y secreto, de tal forma que se puede decir que quien es masón consciente o inconsciente es vasallo y servidor de la Corona Británica y sus intereses.
Actualmente el régimen del dictador Hugo Chávez en Venezuela ensalza el espíritu bolivariano, y como no podía ser de otra forma con la aplicación de ese mismo espíritu ha acabado enfrentado y dividiendo a la propia población y ciudadanía venezolana, además de sumir a Venezuela en una auténtica deriva totalitaria, un flaco favor a su propia patria además de un peligroso precedente que han seguido otras naciones americanas.
Archivo adjunto 7219
Fuente:
https://www.facebook.com/BardosDeMex...type=3&theater
Aunque no sé bien de donde habrá sacado este texto la página que pongo como fuente, dejando de lado los comentarios racistas hacía la figura de Vicente Guerrero (segundo presidente de México) al que compara incluso con el haitiano Jacques Dessalines; le doy la razón al caraqueño en varios puntos, sobre todo en los referentes a la Ciudad de México y al general Santa Anna.
:barretina:
Cita:
Fragmento de una carta de Simón Bolívar sobre su perspectiva referente a la situación en México en 1829 en la que hace una alusión bastante particular a Vicente Guerrero llamándolo “vil aborto de una india salvaje”.
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“Mas, lo que acaba de pasar en México nos parece muy superior a todo lo que, con dolor, hemos indicado del Río de la Plata y del resto de la América. Ceda, pues, Buenos Aires a la opulenta México ahora ciudad leperada. Sí; los horrores más criminales inundan aquel hermoso país: nuevos sanculotes, o más bien descamisados, ocupan el puesto de la magistratura y poseen todo lo que existe. El derecho casual de la usurpación y del pillaje se ha entronizado en la capital como Rey, y en las provincias de la Federación. Un bárbaro de las costas del Sur, vil aborto de una india salvaje y de un feroz africano, sube al puesto supremo por sobre dos mil cadáveres y a costa de veinte millones arrancados a la propiedad. No exceptúa nada este nuevo Dessalines: lo viola todo; priva al pueblo de su libertad, al ciudadano de lo suyo, al inocente de la vida, a las mujeres del honor. Cuantas maldades se cometen, son por su orden, o por su causa. No pudiendo ascender a la magistratura por la senda de las leyes y de los sufragios públicos, se asocia al general Santana, el más protervo de los mortales. Primero, destruyen el Imperio y hacen morir al Emperador, como que ellos no podían abordar al trono; después establecen la Federación de acuerdo con otros demagogos, tan inmorales como ellos mismos, para apoderarse de las provincias y aun de la capital. Entran en la sociedad de los masones con la mira de juntar prosélitos: éstos aterran al general Bravo, rival digno de competir con hombres de bien; y como su virtud les perjudicaba, le expulsan de su país con centenares de oficiales beneméritos, por desavenencias que suscitaron para destruirle.
Se niegan los sufragios generales a un soldado feroz que, semejante a Pizarro, no conoce las letras.La inmensa mayoría del pueblo vota, ya que Bravo está ausente, por el general Pedraza, conforme la Constitución y a las esperanzas de todos. El ambicioso Guerrero no se detiene por crímenes: de acuerdo con Victoria, Presidente que rebaja el mando, ensangrienta la capital, y arrojando toda la canalla sobre el pueblo propietario,inundan la más hermosa ciudad de América de todo lo que hay de más soez sobre la tierra. Los asquerosos léperos, acaudillados por generales de su calaña, Guerrero, Lobato y Santana, se apoderan de todo, y semejantes a los soldados de Atila en Roma, despedazan y aniquilan su libertad, su gobierno y su opulencia. ¡Qué hombres, o qué demonios son éstos!”
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Fuente:
https://www.facebook.com/BardosDeMex...ocation=stream
Cita:
"TODO ESTÁ PERDIDO"
A raíz de la independencia de Haití (1802) los rebeldes terminaron enfrentándose entre ellos, con horrorosos baños de sangre, en el Norte fue instalada una Monarquía Negra, regida por Henri Christophe. En el Sur, una República a cargo de Alexandre Petión; a cuyo amparo buscaría refugio un separatista venezolano, Simón Bolívar, quien a la postre terminó en la presidencia de (la Gran) Colombia, desde la cual se negaba no sólo a entablar relaciones diplomáticas con la nación de su protector, sino que personalmente pondría veto a su participación en el célebre Congreso de Panamá (1826). En julio de este año escribía:
"Muy bien, que esos señores ideólogos gobiernen y combatan y entonces veremos el bello ideal de Haití y los nuevos Robespierres serán los magistrados de esa tremenda libertad, yo repito: todo está perdido y como todo marcha en sentido inverso de mis ideas y de mis sentimientos, que no cuenten conmigo para nada. Guinea y más Guinea tendremos; y esto no lo digo por chanza, el que escape con su cara blanca será bien afortunado."
(Simón Bolívar, Obras Completas, Compilación Vicente Lecuna, Bogotá, 1979, página 244-245)
http://hispanismo.org/attachment.php...tid=7661&stc=1
Fuente:
https://www.facebook.com/photo.php?f...type=1&theater
No cabe duda de que la famosa liberación de las ahora naciones americanas, no fue tal sino un reparto de latifundios para la explotación propia, facilitando la participación de Inglaterra (y promovida por ella).
Tampoco cabe duda de que la separación entre hispanos es cada vez mayor, promovida por los indigenistas de medio pelo como Kirschner y por la falta de comunicación entre nuestros paises. Ya no aspirando a que España se comporte como "madre" sino ya como hermano, y ni aún así se nos quiere.
Se están borrando activamente nuestros lazos sin que aparentemente se pueda hacer nada para remediarlo.
Nunca olvidaré aquella misiva a su padre de un oficial argentino, escrita en la Guerra de Las Malvinas donde sabiéndose proximamente muerto se encomienda también a su Madre Patria España,..., se me saltan las lágrimas al recordarlo. Ésta me fue mostrada por un Comandante argentino en el antiguo refugio de caza de Tito en Kosovo, custodiado por ingenieros argentinos.
Tampoco olvidaré sus palabras cuando dijo que Argentina nació con un pecado original que la perseguirá siempre, que no es otro que el haber asesinado a su mayor héroe, a tan grande hombre como fue Liniers.
Su tumba, en el Panteón de Marinos Ilustres, es visitada regularmente por argentinos, que efusivamente la abrazan, llorando de emoción ante la presencia de los restos del defensor de Buenos Aires.
También me gustaría preguntar: ¿Quién demonios permitió y permite la existencia de estatuas de Bolívar en España?
¡Maldito traidor!! Vendido a la pérfida Albión.
Nunca un plan (el de humillar a España) salió tan bien.
Cita:
¿LOS PRINCIPIOS REPUBLICANOS DE AMÉRICA?
http://hispanismo.org/attachment.php...tid=7690&stc=1
“[…] América no verá la paz sino el día en que se aparte del grito popular de la igualdad; […] porque aunque no hay mejor defensor que yo de las libertades y derechos del género humano, cosa que he probado consagrando a su adquisición mi fortuna y los mejores años de mi vida, debo confesar que este país no se encuentra en situación para ser gobernado por el pueblo, lo que, debemos convenir, es mucho mejor en teoría que en práctica. No hay país más libre que Inglaterra bajo una monarquía bien ordenada: Inglaterra es la envidia de todas las naciones del mundo y el ejemplo que todas deberían desear seguir al formar una nueva Constitución o gobierno. De todos los países es tal vez Sud América el menos a propósito para los gobiernos republicanos, porque su población la forman indios y negros, más ignorantes que la raza vil de los españoles, de la que acabamos de emanciparnos.Un país que se encuentra representado y gobernado por pueblos semejantes, no puede ir sino a la ruina. NOSOTROS NO TENEMOS OTRO RECURSO SINO RECURRIR A INGLATERRA PARA PEDIRLA SOCORRO, y usted no solamente tiene mi permiso, sino que también mi suplica de llevar esta conversación al conocimiento del Gobierno de S.M. Británica y someter la materia a su consideración. […] Usted puede decir que yo, bajo el punto de vista de principios generales, no he sido nunca enemigo de las monarquías, sino que, por el contrario, las considero esenciales para la respetabilidad y bienestar de los nuevos Estados; y que si el Gobierno británico llegase a proponer el establecimiento de un gobierno regular, esto es, de una monarquía o monarquías en el Nuevo Mundo, encontrará en mí un promotor firme y constante de esas ideas, y en un todo pronto y dispuesto a sostener el soberano que Inglaterra propusiese colocar y sostener en el trono. Yo sé que se ha dicho que yo deseo hacerme rey; pero esto es dudoso que sea así. Yo no aceptaría la corona para mí, porque cuando vea a éste país hacerse feliz bajo un gobierno bueno y firme, me retiraré de nuevo a la vida privada. Repito a usted que si yo puedo servir para secundar los deseos y propósitos del Gobierno británico para llevar a buen fin este deseado objeto, estoy a sus órdenes. […] ¡Cuán infinitamente más respetable es la nación de ustedes gobernada por su rey, lores y comunes, que aquella que orgullosa de una igualdad, brinda poca cosa al bien del Estado. […]”
-Simón Bolívar, en carta del capitán Malling a lord Melville, primer lord del almirantazgo; Chorrillos, 18 a 20 de marzo de 1825.
Archivo del Foreign Office, Gobierno inglés, Perú, 1825, N° 6. (El archivo del Foreign Office en Londres es el sueño del investigador independiente hecho realidad)
A todo esto valga agregar lo que señaló el lugarteniente de navío francés Chauchepont, en informe a su gobierno de junio de 1826: “La democracia no tiene atractivos para las clases ricas ni para el pueblo de este país. Lo que se llama pueblo es todavía demasiado estúpido para comprender teorías sofísticas con que quieren hacerle soberano.”
Fuente:
https://www.facebook.com/photo.php?f...4054867&type=1
Cita:
viernes, 29 de julio de 2011
LA FALSA POBREZA DE SIMÓN BOLÍVAR.
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Amigos invisibles. En la lectura apasionada y reflexiones consiguientes que realizo sobre la obra inédita del americano Aarón D. Truman, en realidad que encuentro cosas apenas fuera de su sitio y que dan a pensar sobre el retintín dicho mil veces para que se haga cierta le mentira, en referencia a que el libertador Bolívar para el momento de su muerte en Santa Marta de Colombia era pobre de solemnidad, al extremo que por no tener una camisa para vestir el cadáver hubo de prestar esa prenda, o mejor, obsequiar otra igual, lo que donara el casado con su sobrina Felicia y allí presente, general José Laurencio Silva. Nada más fuera de la verdad que esta falacia distorsionante, apoyada por el moribundo previo al momento de su muerte, como tantas otras se han acuñado sobre este general de carne y hueso, que oportunamente daré a conocer para su estudio, en futuros temas a publicar en nuestrog blog, con el perdón de quienes por una u otra razón no comulguen con lo cierto.
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Lo primero que debemos anotar al respecto es que Don Simón Bolívar Palacios fue rico desde la cuna y a través de hasta la quinta generación ascendente, cuando su chozno abuelo que le llamaron “El Mozo” por matrimonios contratados hizo dinero colonial, y a poco aparece el tatarabuelo granadino Francisco Marín de Narváez, el de las famosas minas de cobre de Cocorote, que es nuevo rico de postín, como otro abuelo del caraqueño es don Pedro Ponte y Jaspe de Montenegro, gallego de garra y muchos negocios como bien lo escribe Salvador de Madariaga, que a la postre compra magistrados y gobernadores con dinero corrupto para convertirse en uno de los más pudientes señores de su tiempo. De seguidas tenemos en este recuento de propiedades y dinero al primer abuelo de Simón, Juan de Bolívar y Martínez de Villegas, propietario de grandes haciendas en el centro del país, que por su valor funda en la puerta del llano occidental a la Villa de San Luís de Cura y del inicio que da valor aceptado del carácter de Villa, que de por sí es un honor, y quien ya alborotado por la riqueza y el prestigio aspira a un título nobiliario, nada menos que de Marqués de San Luis, por el que paga buena suma de doblones al monasterio catalán de Monserrat, y previa la dispensa real otorgaba a tan importante distinción, lo que por cierto se quedó en veremos, pues el peticionario indiano, como se decía entonces, falleció antes de obtener ese marquesado.
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Pero como la familia continuaba disfrutando de buena riqueza, aparece ahora el padre de Simón, o sea Juan Vicente Bolívar y Ponte, quien era tan rico dentro del medio en que vivía, que se daba el lujo de mantener amantes a montón, con los gastos consiguientes, al extremo que para limar habladurías escandalosas al respecto le abrió un juicio el obispo caraqueño Díez Madroñero, que como era de esperar terminó a su favor, porque el señor prelado en su dictamen no encontró delito y menos pecado algunos, pues fueron esas mujeres (23 en la cuenta del juicio) las que lo incitaron y ellas eran las culpables de lo acontecido. En cuanto a la riqueza de don Juan Vicente fuera de la heredada era muy meticuloso y usurero en los negocios y para mejor redondearla se introdujo en el ramo fiscal de la administración pública de la Gobernación de Venezuela, con las coimas y ganancias soterradas sobretodo en el puerto de La Guaira, con testaferros para mejor disimulo, porque tenía cuatro casas comerciales a nombre de otros en Caracas y La Guaira y eso era de baja categoría y condición vil para un señor de su prestancia. Fuera de ello tuvo grandes propiedades rurales en Carabobo, Guárico, Aragua y Barlovento, con alta producción de café, añil, cacao, papelón, aguardiente, cueros y ganadería diversa como de esclavos serviles, que conformaban así la segunda fortuna de Venezuela, luego de la del Marqués del Toro.
A la muerte de este señor feudal toca a su esposa cuidar de ese gran capital mantenido en dinero en efectivo, casas, solares, hatos, haciendas, semovientes y cantidad de otros bienes que constan en los respectivos inventarios, que es cuando ya está algo crecido nuestro Don Simón tanto como para enterarse de este enorme patrimonio, que por encima de las ganas que a él le tienen la vivaracha hermana Maria Antonia y la no menos despierta otra hermana de nombre Juana Nepomucena, por aquello de la minusvalía femenina legal de la época ninguna de las dos pudo ponerle las manos a tal riqueza, que debía ser manejada por varones de la familia, que a la postre tocará en suerte conducir aunque con desinterés de juventud, al propio mozo Simón, y así pronto llega a concentrar hasta ocho herencias, o sea la cuantiosa paterna, la del abuelo paterno, la materna, la que le obsequia por testamento el rico sacerdote tío y padrino Juan Félix Jerez de Aristeguieta, la de las dos hermanas mencionadas, la suya propia y la que corresponde a su fraterno mayor Juan Vicente, cuando muere ahogado por las islas Bahamas y deja unos hijos en desamparo económico, que él cuidará para el resto de su existencia.
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Aunque el joven Don Simón siempre fue dadivoso y no lo volvía loco el asunto del dinero, sí consumía los haberes en su poder aunque atenido a reglas de precaución y respeto de cuotas partes de esa mancomunidad de bienes, como lo apreciamos pronto en la solicitud urgente de fresco capital cuando en Madrid se enamora con pasión de María Teresa, su futura esposa, y pide a través de Cádiz le envíen desde Caracas muchas fanegas de cacao para atender el tren de vida de señorito rico que lleva en Madrid y sus gastos privados que lo acompañan. Otro ejemplo de este rodar insatisfecho de su fortuna es la vida posterior que se da, ya siendo viudo, entre mujeres de París, alguna “madama” poco cariñosa de Londres, y una tal Marina que lo saca de quicio en Milán, según el poeta y novelista Manzoni, vida esplendorosa y cara que llevará por el resto de su existencia entre otras mujeres de buen vivir, los regalos que hacía y otras exquisiteces materiales salidas de sus manos dadivosas. Pero lo que se cuenta poco en este andar de la munificencia a través de los viajes y gobiernos que realiza, es lo referido a tantos ingresos por cuenta de los Estados bajo su mando y los obsequios principescos y hasta reales que se le entregaron en vida, como los casos de innúmeras coronas de oro y piedras preciosas, sables y espadas de oro con brillantes, los caballos y aderezos en oro que los cubrían, los gastos especiales en colonias o perfumes a lo que era diario adicto como en el caso del Perú, la ropa y todo el ajuar que portaba en sus viajes, con mayor calidad que los del propio virrey peruano Laserna, y el dinero y joyas que le regalaban a su paso por ciudades, como el caso del millón de pesos en Lima, que al fin cobraron sus familiares. Este tipo de vida y de ingresos, repito, que en parte obsequiara posteriormente y que a veces los dieron pensando en calidad de anticipo a sus gestiones oficiales, pues giraba sobre sueldos adeudados, sí fueron ejecutados casi hasta el momento de su muerte, como el caso que amerita esta crónica, cual es probar la no pobreza de Bolívar, como se ha querido hacer creer para tenerle hasta lástima, y por ese concepto tan mal traído y llevado, ahora sí voy entrar en la materia correspondiente al título del blog que usted revisa, para su entero esclarecimiento.
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Leyendo, pues, en los originales del académico Truman se conoce que los erarios públicos estaban a su disposición, con la ligereza del manirroto o agradecido, y que “desde 1819 tuvo una renta que, pagada o no, llegó hasta los 50.000 pesos, en calidad de Presidente de la República, mas 25.000 adicionales como General en Jefe, y el Congreso de Colombia el 4 de enero de 1830 le fijó una pensión vitalicia de 3.000 pesos, que el 9 de mayo siguiente le aumentó a 30.000 pesos anuales, mientras se ordena cancelarle el retroactivo de la pensión decretada por el Congreso de Colombia y por gratitud nacional, en 1823, lo que monta a 210.000 pesos”, que se le entrega a su partida de Bogotá hacia la costa de Santa Marta, como sabemos. Fuera de ello, en carta de 1825 el caraqueño expresa que había guardado “en Guayaquil lo sueldos que me corresponden hasta que me hicieron dictador”, como “de algunas mesadas que tomó del gobierno del Perú, y que en el Banco de Londres tenía depositados lo arriendos mineros de Aroa a la “Bolívar Mining Association”, o sea “12.000 pesos por año”. Además, como continuamos sabiendo, para el último viaje a la costa colombiana en Bogotá vendió alhajas y otras propiedades menores que le reportaron un efectivo de 17.000 pesos, contando además con la libranza a favor de 8.000 pesos contra la Tesorería Departamental de Cartagena, al mando de Juan de Dios Amador, ordenada por el gobierno desde Bogotá. A este capital que señalamos debemos agregar el dinero que Bolívar trajo de Guayaquil por pagos entonces recibidos, sumándose la pensión vitalicia que le otorgó el gobierno peruano.
Para completar esta exposición y a riesgo de que aparezcan otras cuentas a su alcance, para el momento del fallecimiento del Libertador como propietario de las minas de Aroa que entonces al cambio de la época valían más de 40.000 libras esterlinas, alta suma que calculada en el tiempo del escritor colombiano Cornelio Hispano (1882-1962), eran como tres millones de dólares, debiendo agregar que Don Simón guardaba aún 947 onzas de oro, e infinidad de objetos de oro macizo como cajas, vajillas, cubertería, 16 baúles llenos de ropa fina, y numerosas espadas de oro, de la que solo la limeña tiene incrustados 1.380 diamantes, 37 medallas de oro, plata y diamantes en joyas diferentes, según los inventarios respectivos, en las que solo las ocho piezas llenas de brillantes se evaluaron en 8.000 pesos, o sea una fortuna para entonces.
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Creo así bien dejado en claro lo de la “pobreza” de Bolívar, que sus mitómanos han dicho no tenía ni una camisa dispuesta para el momento de su muerte. Las mentiras no se pueden guardar todo el tiempo sobre la realidad de este mantuano caraqueño que nació de fina cuna y murió desolado pero bien rico. Es bueno que el pueblo conozca lo objetivo de este caso, fuera de nuevos engaños y falsías de la memoria histórica encumbradas contra la pura realidad que pretenden mentes ofuscadas sin poder reescribir el pasado a base de cuentos y fantasías aplicando la vieja y manida táctica de Goebbels.
Fuente:
Venezuela y el Mundo: LA FALSA POBREZA DE SIMÓN BOLÍVAR.
Lo de las estatuas del sincrético Gran Traidor venezolano en España, es tan grotesco que llega a ser chusco; porque se parte uno de risa con los sinsentidos que provocan los complejos de este país europeo que tiene ya poco de España. Fijaos en la leyenda que le pusieron a la estatua en Sevilla (regalada por un Gobierno de Venezuela), e inaugurada por el "campechano" Juan Carlón:
"..........Su alma creó patrias y ENRIQUECIÓ el alma española, el alma eterna de la España inmortal y de la humanidad con ella."
http://es.wikipedia.org/wiki/Monumen...ADvar_(Sevilla)
JAJAJAJAJA. De psiquiátrico vamos.
Hernández descubre el perfil cruel de un Bolívar represor
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El investigador y profesor de la ULL aborda una época oscura, la del decreto de guerra a muerte, causa de la ejecución de más de dos mil canarios y españoles.
Sergio Lojendio, S/C de Tenerife 8/abr/15 01:11
Mientras la historiografía tradicional ha pasado de puntillas por un episodio cruel protagonizado por Simón Bolívar -quizá para no mancillar la heroica imagen del personaje-, el profesor e investigador de la Universidad de La Laguna (ULL) Manuel Hernández se ha detenido en el periodo conocido como la campaña admirable (1813-1815) poniendo el acento en las consecuencias del decreto de guerra a muerte dictado por el Libertador, una decisión "equivocada", a juicio del experto, y que desembocó en la ejecución de más de dos mil canarios y españoles, sin más justificación que el hecho de haber nacido al otro lado del Atlántico.
El resultado de este trabajo, que bebe de fuentes documentales inéditas (caso de archivos parroquiales y sentencias judiciales), lo desarrolla el historiador de forma didáctica en las páginas del libro "La guerra a muerte. Bolívar y la campaña admirable (1813-1815)", de reciente publicación.
El investigador constata cómo miles de canarios murieron lanceados, arcabuceados o decapitados por las tropas de Simón Bolívar, en aplicación del sangriento decreto de 15 de junio de 1813, durante la denominada campaña admirable que desembocaría el 6 de agosto de ese año con la entrada triunfal de Bolívar en Caracas y la proclamación de la Segunda República venezolana.
En el decreto de guerra a muerte, Bolívar hacía una llamada expresa a los "españoles y canarios", a quienes advertía en los siguientes términos: "Contad con la vida si apoyáis la independencia; contad con la muerte si sois indiferentes". Este bando lo firmó en Trujillo, en Los Andes colombianos, y desde allí emprendió una "política sistemática de ejecución de españoles y canarios en actos públicos allí por donde pasaba", señala Hernández.
Los canarios se convirtieron así en el blanco de la represión que Simón Bolívar aplicó al regreso de un exilio al que lo envió el capitán realista Domingo Monteverde, de origen canario, tras la reconquista española.
Precisamente, el autor cuestiona el carácter de "maldito" que siempre ha acompañado a esta figura, a quien algunos historiadores consideran el causante directo de la represión y señalan como responsable del origen del decreto que derivó en las ejecuciones.
"Esto es rotundamente falso. En la época de Gobierno de Monteverde hubo encarcelamientos, pero nunca una represión sistemática ni fusilamientos", señala el investigador.
Manuel Hernández sostiene que la "limpieza étnica" que desató Bolívar acabó con la vida de "un tercio de la población venezolana", en su mayoría inmigrantes, cuando "ni españoles ni canarios eran sus enemigos".
Este trabajo de investigación concluye en que Bolívar cometió un "gran error" con la aplicación del decreto de guerra a muerte. "La represión contra los canarios, vinculados y plenamente integrados en la sociedad venezolana, va a sembrar una semilla de profundos odios en contra de la oligarquía caraqueña", protagonista de la revolución, explica Hernández.
Precisamente, pocos meses después de la victoria bolivariana, los llaneros realistas, en su mayoría de origen mestizo y comandados por Boves y Francisco Tomás Morales (a quien Santa Cruz dedica una fuente con su nombre), entraron al asalto en la capital del país, el 16 de julio de 1814, poniendo punto y final al breve periodo de la Segunda República y exterminando a un amplio número de miembros de las clases altas criollas.
Este trabajo de investigación, que se desarrolla a lo largo de 254 páginas, está publicado por Ediciones Idea y se presenta bajo el título "La guerra a muerte. Bolívar y la campaña admirable (1813-1815)". El autor, profesor de Historia de América en la ULL, Manuel Hernández, tiene en su haber más de cincuenta libros y un centenar de artículos en revistas especializadas , además de seis premios de investigación histórica.
Hernández descubre el perfil cruel de un Bolívar represor. eldia.es.
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LOS ÚLTIMOS DÍAS DE SIMÓN BOLÍVAR.
Amigos invisibles. Como con la figura de Bolívar y más en estos tiempos azarosos se puede comenzar utilizando cualquier capítulo de ella, ante la catapulta de acontecimientos reinantes que dejan al entendido en desconcierto, por ser oportuno vamos a referirnos a esta ocasión, que guarda algunos parecidos con lo que en la fecha bicentenaria del nacimiento patrio estamos viviendo entre sobresaltos y casualidades. Dejamos en ustedes, pues, el análisis y la comparación de los escenarios y de sus habitantes, para encontrar símiles conclusiones.
Sucede entonces que Simón Bolívar nació casi huérfano, porque el padre y la madre murieron bien pronto de tuberculosis, enfermedad mortal que crecía en sus pulmones y que a pesar de rogativas celestiales, según se dice ni bambarito pudo salvarlos. Como respuesta a ello el tremendo Simón, que hacía muy poco caso a los deudos (“el loco” siempre lo llamó su hermana María Antonia), anduvo del timbo al tambo en Caracas y hasta con compañías o amigotes de infancia callejera que sacaban de quicio a sus cerrados familiares, quienes poniendo el grito al cielo por lo irreductible del muchacho buscaron una salida con este revoltoso infante, cayendo así en manos de un maestro lleno de ideas libertinas y hasta libertarias, que transmitiera en forma ruda y socarrona a dicho mozalbete, quien por cierto en nadie creía sino en su grupo de compañeritos de barrio pero sí poniendo atención a los pensares poco comprensibles del empeñoso Simón Rodríguez. Esos fueron los primeros años de este párvulo tremendo, finalizando el siglo XVIII, y para limpiarle la cabeza de tantos deslices y manías sus parientes de aquí, de Caracas, deciden enviarlo rumbo a España, a ver para qué sirve.
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En España y en Francia, dando vueltas de conocimiento anduvo por muchos lugares el señorito indiano entrometido, y hasta se enamoró locamente de una joven madrileña insípida al extremo que se encapricha con ella y no hubo mundo ni remedio de dejarla, con rabietas incluso, hasta cuando le hizo su mujer y la trajo a Venezuela. Pero como no quería terminar siendo Alcalde de San Mateo, en lo crecidito que estaba, la esposa María Teresa envuelta en plaga de mosquitos maláricos de aquel lugar pestoso pronto enfermó para morir en Caracas, en medio de lloriqueos, arrepentimientos, invocaciones a Dios, a la Virgen Santísima, a Cristo Redentor, y con estos desusados lamentos chabacanos Don Simón se retorna a Europa para saciar sus deseos varios entre la bacanal París, y el que le quita el sueño por sus glorias, que es el Gran Napoleón, en quien se inspira de sus máximas y hechos militares, mientras lee mucho, pero desorientado, a pesar de la influencia del maestro Rodríguez que por allá encuentra cerca de los masones extremistas, desorientando aún más su trashumante humanidad.
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De vuelta a la patria, con la invasión francesa a España y otros desmanes que lo insuflan de pasión, como los ejemplos palpables de ciertos alborotados pertenecientes a la revoltosa Sociedad Patriótica y algunos anárquicos de la talla de Coto Paúl, el cerebro del caraqueño despìerta en ansiedad que ofusca con remanentes de frustración y odio a los curas (que hasta lo excomulgan en Bogotá), de donde empieza a maquinar de día y de noche, queriendo vencer a la propia naturaleza, como en el caso del terremoto de Caracas, mientras vive pensando ahora en la gloria sublime para sí y en la conquista del mundo, a como dé lugar. Allí concibe pasos hacia el porvenir, con la mente encendida, entre acuerdos y desacuerdos de sí mismo y con ideas de patria y de guerra mortal sin parar que los llevará por siempre en el alma inquieta y extrovertida. Empieza a sufrir reveses que transforma en triunfos, porque era experto en ello, como el caso de la pérdida de Puerto Cabello, los desastres de La Puerta y la entrega del confiado Miranda a las autoridades españolas, y busca entonces a peninsulares, a los que ahora detesta hasta con odio, para que le salven la vida, pudiendo salir así al extranjero. Se inicia con una escribidera de cartas para llenar cajones, que lo hará de por vida, porque entonces no había micrófonos ni cosa parecida, y coge rumbo a Cartagena, para cucar avisperos y desamistarse con muchos, hasta que contraviniendo órdenes por creerse superior y protegido de los dioses agarra por el río Magdalena abajo y con milicianos ávidos de botín y otra tropa escasa emprende una campaña incomprensible, como décadas después lo hace con igual suerte el iluminado Cipriano Castro, y a lomo de mula en larga marcha al estilo de Mao el hombre de cuartel que es Bolívar llega a Trujillo, para lanzar la terrible proclama de Guerra a Muerte, o sea a todos los que no están con él, queriéndolos desaparecer del mapa, y en la carnicería que desata sobre todo con peninsulares y canarios, llega campante a Caracas cubierto de títulos, preseas, laureles, loas, vírgenes bonitas que lo entornan y otras muestras de alto oportunismo demagógico que así le rodean.
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Pero la época no estaba a su favor, porque al tiempo le surgen enemigos por doquier (Mariño, el tío político Ribas, el fúrico Bermúdez, el tenebroso Arismendi, Montilla, Madariaga y muchos más) que no creen en sus rabietas ni mandonería, como todo el clan oriental y el caso específico del pariente Piar, a quien ordena fusilarlo al no conmutar esa pena, de donde conociéndole el talante a través de serias reflexiones sus adversarios quieren dejarlo atrás. Aunque Don Simón, como el tío vivo nunca se doblega y en medio de algunos triunfos y muchos fracasos que tapa mediante la violencia, logra sobreponerse con escritos laudatorios y un proyecto político autoritario que no cree en nadie y que lo mantiene hasta el fin de sus días, lo que desarrolla en Angostura, con presidencias vitalicias, senados hereditarios y otras menudencias monárquicas que iban en contra de una guerra sostenida bajo principios republicanos. Desde entonces es cuando al caraqueño Simón impregnado de mayor furor se le destapa eso que los siquiatras ahora llaman paranoia, con rasgos de esquizofrenia y narcisismo histriónico, y otros cognomentos más, porque se le mete en la cabeza que va a ir conquistando hasta la Tierra del Fuego, y a Manila y a donde cualquier quisquís español del imperio permanezca, y de aquí que sin asesorarse coge la manía persecutora por fundar un país llamado Colombia, que desde su inicio con plomo bajo el ala es un fracaso y pronto se divide en tres, y con lo revoltoso de su pensamiento y un llanero general Páez que le quita la sombra corre hacia el Sur seguido de algunos ingleses imperiales que prefiere, donde los pastusos le quiebran el alma y rodeándose siempre de enemigos sigue la derrota hacia Guayaquil donde le juega raro a San Martín y para luego meterse en los comandos del virreinal Perú, que lo detesta, porque entre otras flores disminuyéndole el territorio le independiza a Bolivia (Alto Perú) y le sustrae a Guayaquil, mientras no se entiende con Rivadavia, Dom Pedro de Brasil, el doctor Francia, la aristocracia peruana, los prelados del lugar como Luna Pizarro, Torre Tagle, Riva Agüero, Portocarrero, Berindoaga, Necochea, Guise, Santa Cruz, el dolorido Gamarra e infinidad de personas más que incluso tratan de asesinarlo y hasta por fin junto con las duras tropas colombianas de ocupación salen de aquellas tierras en volandas, para regresar a Bogotá, con triunfos como los del mariscal Sucre y cariacontecido, mientras el recibimiento es frío, ahora bajo el manejo astuto del general Santander, cuyo teatro de operaciones capitalino se convierte en un real avispero.
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A Bogotá llega con su amante doña Manuela y aquello es reprochable en tal sociedad conservadora, como que también ya existen dos grupos diferenciados de poder, o sea el bolivariano y cuantos le siguen, algunos arribistas del entorno sobre todo venezolanos, y el clan que ha formado el zorruno Santander, quien igualmente aspira el poder en toda su magnitud. El enfrentamiento de las personas y de los clanes se hace con mayor ahínco de las tramas, manteniendo cada uno sus puntos frontales, cuando aparecen a cada nada disidencias conspirativas que no pueden ser reprimidas a tiempo y más cuando la clase intelectual habitante de Bogotá detesta la idea sibilina del caraqueño (en la llamada conspiración septembrina participaron 38 personas de valía, muchos de ellos fusilados), que siempre entre unos y otros vaivenes bajo el disimulo y en espera de la oportunidad busca para sí coronarse como monarca, lo que desde luego y ante la debilidad que se siente en Bolívar, termina en una serie de tendencias abortadas contra su vida, que entonces sumaban más de quince, y con la última estuvo a punto de morir, de cuyas resultas hubo muchos, como dije, ajusticiados.
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En verdad que Bolívar desde joven fue enfermizo, aunque tenaz y poco creyente de sus debilidades, pues posiblemente en el delirio que siempre le entorna, se creía el llamado por el Ser Supremo para acabar imperios y sujetar pueblos a su alrededor que le colmaran de alabanzas, algunas de corazón y otras, como ocurre, por mesiánico interés. Su salud, por tanto era escasa, con fiebres, diarreas recurrentes, mal de orina, hemorroides, cólicos, decaimientos, malestares biliosos diversos, estados de demencia como él mismo lo acusa, y otras situaciones vitales que siempre mantuvo. Pero lo que ocurre a partir de 1828 es la muerte política, aunque ya desde 1826 el Bolívar superhombre desaparece para sobrevivir a través de componendas e imaginaciones. A Bolívar le ha llegado la tristeza hasta el alma con los planes forzados viniéndose al suelo, casi como la pérdida de algo que le insuflaba el espíritu del quehacer, de estar en todas partes, porque ahora el pesimismo le entraba nublándole la mente, según lo expresa en parsimonia al perspicaz Peru de Lacroix, quien para el saber de los siglos lo escribe en su diario de Bucaramanga. De allí regresa derrotado a Bogotá, enfermo, con el dolor del asesinato obandiano del general Sucre por obra desde luego de otro enemigo artero que cunde en Colombia, y por ello desea irse para reponer fuerzas, como espera, en tierras del continente europeo, que pudo entenderlas medianamente a través de Rousseau. Y así sube en un lento sampán por el Magdalena infestado de caimanes, mientras va meditando, su palabra se ha secado, o expresa muy poco y sin sentido, casi en monosílabos, anda triste y ensimismado, al pensar en la gloria que ha perdido, que ha arado en el mar, porque nadie, o casi nadie sostiene su causa y hasta llora por dentro al entender que todo termina en un desastre. Se siente entonces como la estatua en oro de Nabucodonosor, la que tenía los pies de barro.
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La tos no lo deja tranquilo, el dolor interno es permanente, los médicos (a quienes despreciaba por charlatanes), el americano y el francés opinan de la manera más negativa mientras el héroe quijotesco se desgasta sin que nada ni nadie pueda detener el camino a la muerte. Y era tan terco pero tan terco en sus equivocados finales, que hasta comenzó a redactar una despedida local a los colombianos, de sus hijos amados para que no lo olvidaran, mientras el confesor obispo Estévez de Santa Marta lo sostiene entre oraciones e incienso protocolares. El doctor Reverend ha perdido ya la pelea y no le queda sino decir el acabose a quienes afuera esperan el final de la gesta, en el corredor jugando a las cartas o los dados, o entre palabras sonantes deshaciendo entuertos inimaginables de su largo trasegar. En la paradoja del tiempo ha muerto en casa de un español, los dueños aborrecidos del imperio. ¡Ha muerto el Rey¡. ¡Viva el Rey¡, según reza la expresión del viejo poderío mundial inglés, al que tanto admirara. Todo se ha consumado, opinaron los teólogos bíblicos, mientras la lucha hercúlea contra la naturaleza, como siempre lo quiso, le permitiese una doble vida de contrastes, y para colmo, dejó algo prendido de señuelo a objeto de que en la ilusión postiza tiempo después alguien arrepentido del montón lo siguiera. Après moi, le déluge, ironizó con certeza el galo Luis XIV.
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Fuente:
http://ramonurdanetavenezuela.blogsp...n-bolivar.HTML
https://www.facebook.com/permalink.p...bstory_index=0Cita:
Revisionismo historicoUna nota sobre BOLÍVAR, que desconocíamos- Sea o no verdad vale la pena leerla y analizarla a la luz de la historia.
La otra cara de Bolívar y de Morillo.
Tras larga investigación que me llevó a escribir mi libro Al oído del Rey (Áltera, Barcelona, 2008) concluí que de Bolívar ni de Morillo se nos ha contado toda la verdad. La historiografía patriótica ha ocultado la cara oscura del Libertador, mientras nos presenta al Pacificador como un ser cruel y despiadado. Los documentos demuestran otra cosa.
Por: PABLO VICTORIA
3 de agosto de 2008
Bolívar confiesa al Congreso de la Nueva Granada el 14 de agosto de 1813 que después de la batalla campal del Tinaquillo, marché sin detenerme por las ciudades y pueblos del Tocuyito, Valencia, Guayos, Cuácara, San Joaquín, Maracay, Turmero, San Mateo y La Victoria, donde todos los europeos y canarios casi sin excepción, han sido pasados por las armas. En septiembre de este mismo año, frente al reclutamiento forzoso, ordenó a José Félix Ribas pasar por las armas a tres o cuatro que lo rehúsen, porque esto enseñará a los demás a obedecer. El 21 de septiembre de 1813 hizo fusilar a 69 españoles sin fórmula de juicio.
El 4 de diciembre de 1813 Bolívar derrotaba al ejército realista en Acarigua. Muchos se subieron a los árboles para escapar de la bayoneta, pero fueron bajados a balazos sin pedirles rendición. A los que huyeron, el Libertador les dio alcance en el poblado de la Virgen. Exhaustos por la marcha, se rindieron sin disparar un tiro. Bolívar ordenó que fuesen ejecutados esa misma noche. Nos cuenta el testigo, coronel José de Austria, que fueron allí mismo ejecutados un considerable número de prisioneros, que se calculan en 600, según diversos testimonios. Teniendo unos 1.200 civiles comerciantes secuestrados en las mazmorras de Caracas, Valencia y La Guaira, el 8 de febrero de 1814 Bolívar dio orden de asesinarlos. Su único delito era ser españoles. Permanecían encadenados de dos en dos (¿nos recuerda algo esto?). Escribió a Arismendi: en consecuencia, ordeno a usted que inmediatamente se pasen por las armas todos los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna.
El Arzobispo de Caracas, Croll y Prat, le escribió suplicándole no llevar a cabo este espantoso crimen de lesa humanidad, pero Bolívar no accedió.
Escaseando la pólvora, se emplearon sables y picas para asesinarlos, sin importar que estuviesen heridos, que no hubiesen participado en pugnas partidistas o que fuesen ancianos, pues a estos últimos se les llevó al patíbulo amarrados a sus sillas. A los que quedaban vivos de los sablazos se les aplastaba la cabeza con una piedra gigantesca. A muchos quemaron vivos.
Arismendi envía varios partes al Libertador; el último dice: Hoy se han decapitado los españoles y canarios que estaban enfermos en el hospital, último resto de los comprendidos en la orden de Su Excelencia.
Juan Vicente González nos lo refiere: Sobre aquel anfiteatro corrían locas de placer, vestidas de blanco, engalanadas con cintas azules y amarillas, ninfas del suplicio, que sobre la sangre y los sucios despojos bailaban el inmundo Palito. Los 382 asesinatos de Valencia fueron atendidos personalmente por el Libertador los días 14, 15 y 16 de febrero de 1814.
Por eso Castillo y Rada se referían a Bolívar y a los suyos como los antropófagos de Venezuela. Con ellos aprendieron los neogranadinos la violencia y el asesinato.
El 2 de mayo de 1816, cerca de la isla Margarita, tomó por abordaje un barco español. Bolívar se divertía, riéndose, en un bote de a bordo mientras disparaba a los náufragos que, desnudos y en jirones, intentaban salvarse a nado. Ducoudray Holstein presenció su risa y diversión: Yo estaba presente; yo le vi, él me habló y yo mandé, en su lugar nuestro cuerpo de oficiales y voluntarios que pueden ser testigos de la verdad de mi aserto.
Testimonios de su patológica crueldad existen en abundancia; Hippesley escribe que Bolívar aprueba completamente la matanza de prisioneros después de la batalla y durante la retirada; y ha consentido en ser testigo personal de estas escenas infames de carnicería. Los crímenes cometidos por el Libertador se divulgaron de tal manera por la Nueva Granada que su solo nombre infundía pánico.
Al avanzar contra el gobierno de Santa Fe, escribió: Santafé va a presentar un espectáculo espantoso de desolación y muerte... Llevaré dos mil teas encendidas para reducir a pavesas una ciudad que quiere ser el sepulcro de sus libertadores. El oidor Jurado le contestó: ...si usted quiere la amistad de los hombres de bien, y de los pueblos libres, es necesario que mude de rumbo, y emplee en sus intimaciones un lenguaje digno de usted y de nosotros.
José Manuel Restrepo, cronista de la época, nos dice que los excesos y crueldades cometidos, sobre todo contra las mujeres, fueron horrendos y las tropas de Bolívar se cargaron de oro, plata y joyas de toda especie.
Otros crímenes siguieron a partir de 1816. Bolívar dijo a Santander el 7 de enero de 1824: ...me suelen dar de cuando en cuando unos ataques de demencia aun cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón sin sufrir el más pequeño ataque de enfermedad y de dolor.
El malo que no lo era .
En cambio, cuando Morillo entró triunfante en Cartagena el 6 de diciembre de 1815, escribe en sus Memorias: Finalmente después de un sitio de 116 días... mis tropas ocuparon inmediatamente la ciudad... Mi Armada... se distinguió por la generosidad, las virtudes y la disciplina más raras... un signo de mi parte bastó para que los moribundos de Cartagena... no encontraran más que amigos y hermanos que compartían su ración con ellos. El vencedor daba su pan al vencido... se oían por doquier las bendiciones dirigidas por los habitantes a sus generosos libertadores mientras que... se les distribuía una sopa abundante que podía reparar las fuerzas y la salud.
Tal fue mi conducta... que no tengo ningún temor en afirmarlo no encuentra ejemplo, en circunstancias semejantes, en ningún país, de parte de ninguna Armada ni en ningún tiempo. En boca del capitán Sevilla Morillo había mandado a sus oficiales de estado Mayor a prevenir a todos los jefes de cuerpo que no se hiciese daño ni se maltratase a vecino alguno que no opusiera resistencia.
Los cabecillas que no pudieron escapar fueron procesados con los formalismos legales. El 17 de enero de 1816 se nombraron los defensores de los reos; a Castillo le nombraron a Leandro García; a Amador, a José Martínez; a Stuart, a Rodrigo Álvarez, y así a todos los demás. Hubo debido proceso con indagatoria, careo, alegatos y conclusiones, después de lo cual vinieron las sentencias el 20 de febrero, tras dos días de sesiones. En Santa Fe, Morillo, revisando la sentencia absolutoria de José Fernández Madrid, no lo creyó inocente; le dijo: No piense usted que me engaña; usted es insurgente y lo será hasta morir, pero respetó la sentencia.
El 6 de septiembre de 1816 Morillo escribió a Beatriz O'Donnell, salvando a su marido Juan Manuel de Pombo de la muerte: He recibido las apreciables cartas de VM... con la instancia que me acompaña para S. M. implorando su clemencia a favor de su marido... Crea VM, Señora, que haré cuanto esté de mi parte por aliviar su suerte.
Otros que salvaron el pellejo fueron Gregorio Nariño, hijo de Antonio, y José María Lozano de Peralta, marqués de San Jorge, a quien salvó su mujer con los testigos que llevó al tribunal. Otros 99 curas revolucionarios y cientos de soldados seguidores de los cabecillas fueron perdonados. En su Manifiesto a la Nación Española, ignorado por todos los historiadores, Morillo nos dice que los presos nunca fueron condenados sin ser oídos, y sin la competente defensa que previene las leyes militares las sentencias fueron diversas, según la clase de los delitos, y los delincuentes...
sufrieron las penas que les fueron decretadas El pasado por las armas, el desterrado, el condenado a una multa, todos fueron juzgados con arreglo a las leyes. Ahí existen sus causas: que hablen ellas. Y ellas hablaron y refrendaron lo dicho.
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“(…) los pueblos son como los niños que luego tiran aquello por lo que han llorado. Ni Ud., ni yo, ni nadie sabe la voluntad pública. Mañana se matan unos a otros, se dividen y se dejan caer en manos de los más fuertes o más feroces. (…) Desgraciadamente, entre nosotros no pueden nada las masas, algunos ánimos fuertes lo hacen todo y la multitud sigue la audacia sin examinar la justicia o el crimen de los caudillos, mas los abandonan luego al punto que otros más aleves los sorprenden. Esta es la opinión pública y la fuerza nacional de nuestra América.”
-Simón Bolívar, 9 de noviembre de 1830
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Fuente:
https://www.facebook.com/22216717786...type=3&theater
Sudamérica/Colombia
Alcalde de Bogotá substituye al libertador con un colonizador
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Enrique Peñalosa, nuevo alcalde mayor de la capital de Colombia, Bogotá, retiró el martes, el cuadro del Libertador Simón Bolívar y lo sustituyó por la imagen del colonizador español Gonzalo Jiménez de Quesada.
En reacción a esta decisión el exalcalde y dirigente colombiano Gustavo Petro, quién había restituido la imagen de Bolívar, mediante su cuenta de Twitter, denunció que Peñalosa desplazó la figura del Libertador.
“Sacaron el cuadro del libertador del salón de juntas del Palacio Lievano. ¿Qué les disgusta de Bolívar? No les gusta la libertad, la república, la democracia, prefieren la conquista, el dominio, la depredación”, escribió el exalcalde y dirigente colombiano Gustavo Petro.
La obra retirada es del pintor Luis Luna y lleva por nombre “El Chamán”. Con ella, Petro buscaba exaltar la figura del “Libertador” de lo que hoy son seis naciones latinoamericanas y uno de los principales referentes de la historia patria, destacó marchapatriotica.org.
El dirigente progresista destacó además, el hecho de que fue Simón Bolívar quien instauró el nombre de Bogotá para la ciudad. Fue el primer decreto del Libertador al ingresar triunfante a la entonces Santa Fe, bautizada con el término indígena (derivada de “Bacatá)”.
https://www.youtube.com/watch?v=21A7L7d8Uak
Cabe añadir que esta decisión de Peñalos, se produce después de que el nuevo presidente de la Asamblea Nacional (AN) de Venezuela, Henry Ramos Allup, mandara el pasado 6 de enero, a retirar las imágenes de Simón Bolívar, el difunto presidente de ese país Hugo Chávez, y el actual mandatario Nicolás Maduro del recinto legislativo.
Este hecho fue grabado en un video, difundido en las redes sociales, en el que muestra al nuevo presidente del Parlamento de Venezuela tachando de falsificado la imagen del libertador, lo cual generó gran polémica en el país vecino.
aaf/ktg/msf
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Fuente:
Alcalde de Bogotá substituye al libertador con un colonizador - HispanTV, Nexo Latino
¿Cómo nos libertó alguien que no era libre? ¿Cómo se puededar lo que no se posee? ¿Cómo se atrevió a auto-titularse Libertador un esclavocomo Bolívar? Para libertarnos tendría que haber sido libre, y Bolívar fue todomenos libre: Señor feudal, noble, rico, sí; pero libre, no. La libertad es undon del Cielo que es dado a muy pocos. Él no nació entre esos elegidos. Fueesclavo de sus pasiones y ansias de mando y poder, era menos libre que susmiles de negros que heredó como propiedad. Su vida se meció entre sus doradascadenas del privilegio por nacimiento y las cadenas que él mismo se tejió sobresí, como la que le acompañó desde el día que entró a Quito gracias a suspasiones venales y heredadas, una cadena de rosas que lo ató a una innombrablesin que ni las espinas que ocultaba se la hicieran menos llevadera. Aún más,padeció muchas otras cadenas que le tiranizaron mucho peor: su crueldad, suambición y su vanidad. Crueldad con la que no dudó en exterminar poblacionesenteras, con la que masacró a indios y españoles por igual; ambición que nocegó ni ante su propia palabra dada, ni ante la tinta apenas seca de lasconstituciones que él mismo había dictado, violadas sin hesitación en uninstante, una tras otra; y la vanidad, su terrible vanidad que le llevó aquerer hacer en tres años lo que una civilización se había tardado en edificartres siglos, vanidad inicua para llamarse Libertador tras un rastro dedesolación, muerte y destrucción. Esclavo de sus pasiones, ¿cómo podía habernoslibertado? Casi dos siglos han pasado y su rastro sigue devastándonos: Doscientos años repletos de tiranuelos, dictadorzuelos, republiquetas decuarta, forradas de constituciones de papel higiénico y de asambleas de viento,las guerras civiles, las generaciones arrojadas al basurero de la historia,¡admiren todo esto! ¿Y ustedes? ¡Ustedes esclavos de la libertad que él nos dio!¡Esclavos de esa sólida cadena que forjó con su libertadura! ¿Hasta cuándo?¿Cuándo nos libertaremos del Libertador? Bien se ha sentenciado: LA LIBERTAD ESPARA LOS LIBRES.
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Fuente:
https://www.facebook.com/francisco.nunezdelarco.9/posts/1667730130143773?fref=nf
CUANDO QUIERO LEER LAS ÚLTIMAS NOTICIAS, LEO LAS CARTAS DE BOLÌVAR:
¡Qué marchas ni qué noticias! Bolívar lo resume todo con sus profecías en su última carta al... general Flores (nuestro primer presidente republicano) y su testamento político para el Ecuador, donde reconoce expresamente una falta de verdadera razón política para la revolución que lideró (firmada en Barranquilla el 9 de noviembre de 1830, faltando poco más de un mes para para su muerte):
»[…] los pueblos son como los niños que luego tiran aquello porque han llorado. Ni Ud., ni yo ni nadie sabe la voluntad pública. Mañana se matan unos a otros, se dividen, y de dejan caer en manos de los más fuertes o más feroces.
[…]
»Desde aquí estoy oyendo a esos ciudadanos (ecuatorianos) que todavía son colonos y pupilos de los forasteros; unos son venezolanos, otros granadinos, otros ingleses, otros peruanos y quién sabe de qué otras tierras los habrá también. Y después, ¡qué hombres! unos orgullosos, otros déspotas y no falta quien sea también ladrón, todos ignorantes sin capacidad alguna para administrar.
[…]
»Ud. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos. La América es ingobernable para nosotros. 2°. El que sirve una revolución ara en el mar. 3°. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4°. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas. 5°. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6°. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América.
»La primera revolución francesa hizo degollar las Antillas, y la segunda causará el mismo efecto en este vasto continente. La súbita reacción de la de la ideología exagerada va a llenarnos de cuantos males nos faltaban, o más bien los van a completar. Ud. verá que todo el mundo va a entregarse al torrente de la demagogia, y ¡desgraciados de los pueblos! y ¡desgraciados de los gobiernos!
[…]
»Desagraciadamente, entre nosotros no pueden nada las masas, algunos ánimos fuertes lo hacen todo y la multitud sigue la audacia sin examinar la justicia o el crimen de los caudillos, mas los abandonan luego al punto que otros más aleves los sorprenden. Esta es la opinión pública y la fuerza nacional de nuestra América.
[…]
»Ud. puede considerar si un hombre que ha sacado de la revolución las anteriores conclusiones por todo fruto, tendrá ganas de ahogarse nuevamente, después de haber salido del vientre de la ballena. Esto es claro.
Temeroso Bolívar de la verdad que él mismo había confrontado, pedía a Flores: «rogando a Ud. que rompa esta carta luego de que la haya leído, pues sólo por la salud de Ud. la hubiera escrito, temiendo siempre que pueda dar en manos de nuestros enemigos y la publiquen con horribles comentarios.» Flores tuvo el acierto de no destruir la carta, dejando un testimonio documental invaluable para la posteridad.
Y ¡desgraciados de los pueblos! y ¡desgraciados de los gobiernos!
Seguimos atrapados en el ciclo bolivariano, es hora de romperlo, de superarlo, es hora.
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Fuente:
https://www.facebook.com/francisco.n...89357157981070
"Si se opone la naturaleza, lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca".
-Simón Bolívar.
Creo que esta frase calvinista-utilitaria-protocapitalista lo explica todo, incluyendo el extractivismo y el sistema de explotación económico primario (agroexportador primero, petrolero después) surgido desde hace casi dos siglos en nuestro continente. Sinceramente me han dado un poco de naúseas estas palabras.
En la imagen: Plaza el Venezolano - Centro de Caracas, a unas cuadras de la plaza Bolívar. Cerca de allí está la casa natal del viejo Simón.
http://i87.photobucket.com/albums/k1...pshzxsiol9.jpg
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Fuente:
https://www.facebook.com/photo.php?f...type=3&theater
Un libro interesante:
Recuerdos sobre la rebelion de Caracas. 1829
https://books.google.es/books?id=WPy...20Boves&f=true
espero que el enlace salga bien
Visto en La Opinión de Tenerife:
Cita:
Los crímenes "olvidados" de Simón Bolívar
Ordenó matar en 1813 a más de 2.000 españoles, de los que 1.600 eran canarios
jesús villanueva 03.08.2015 | 13:27
Habían perdido la noción del tiempo los 382 españoles que hacía casi un año llevaban encerrados en aquellas mazmorras de Valencia; así como los 300 prisioneros de La Guaira y los518 de Caracas. Mal alimentados y sedientos, con grilletes en tobillos y muñecas que les despellejaban la piel, hacinados entre vómitos, orines y heces. En las tres prisiones (e incluso entre los convalecientes en los hospitales y enfermerías improvisadas) se había corrido la voz de que iban a ser ejecutados. Sumaban 1.200 españoles (de los cuales dos tercios eran canarios) prisioneros de guerra en parte, y en parte civiles capturados sin haber entrado en batalla, por el mero hecho de haber nacido en la España peninsular o en el archipiélago canario. En efecto, la orden de ejecución dictada por Simón Bolívar había llegado a Caracas y a La Guaira el 11 de febrero de 1814. El gobernador interino de Caracas, Juan Bautista de Arismendi, uno de los insurrectos más sanguinarios y crueles de Venezuela, presidió las abyectas ejecuciones. El 12 por la mañana comenzó el exterminio tanto en Caracas como en La Guaira. Los presos fueron sacados a la calle de a dos sujetos por cadenas, a golpes y culatazos; los enfermos y heridos a rastras; los ancianos que apenas podían andar atados a sillas. Las madres, esposas e hijas que acudieron a las prisiones, desesperadas ante aquella barbarie que se iba a perpetrar a sangre fría, fueron apartadas a violentos empujones, e incluso algunas arrastradas al paredón con sus hombres. Muchos prisioneros reclamaron su libertad pagada con anterioridad con sus bienes a las autoridades rebeldes. De nada les valió.Los pelotones de fusilamiento comenzaron la masacre. Los españoles caían abatidos por el fuego. Los fusileros se turnaban con los que arrastraban al suplicio a los reos. Hasta que Arismendi ordenó no gastar más pólvora, cara y escasa, y emplear las picas, sables y machetes para acabar con la vida de aquellos famélicos desgraciados. Algunos, sabiéndose muertos sin remisión, trataron de defenderse yendo contra sus verdugos, quienes se ensañaban a estocadas y mandobles salvajes en los brazos, piernas, vientres y cabezas. La masacre continuó durante los días 12, 13 y 14. Muchos yacían agonizantes en el suelo ensangrentado y fueron rematados reventándoles la cabeza con grandes piedras. Una enorme pira se hizo con los cuerpos desmembrados, donde ardieron estando vivos aún muchos de ellos. En Valencia, presidida la ejecución por el propio Bolívar, fueron asesinados los 382 españoles durante los días 14, 15 y 16. El hedor a carne quemada y los gritos de los que agonizaban quedó grabado en la memoria de los testigos de aquella cruel masacre.
Así transcurrieron los hechos según los datos publicados en La Gaceta de Caracas nº 14 de 1815, a los que dio luz el historiador colombiano Pablo Victoria en su libro La otra cara de Bolívar (2010), bajo el sello de Editorial Planeta Colombiana, S.A. Explica Victoria que cuando Bolívar, impotente, a principios de febrero de 1814, tuvo que levantar el sitio a Puerto Cabello -defendido por José Tomás Boves y de la Iglesia, comandante del Ejército Real de Barlovento-, pidió refuerzos a Urdaneta, éste le informó de la imposibilidad de enviárselos. Lo mismo le contestaba Leandro Palacios desde La Guaira, argumentando que su guarnición escaseaba y el número de prisioneros españoles a su cargo era grande. No lo dudó el Libertador, con fecha 8 de febrero, dio orden por escrito de asesinar a los prisioneros de Caracas y La Guaira para así liberar a sus carceleros que engrosarían los refuerzos que requería. Al enterarse el arzobispo de Caracas, monseñor Coll y Prat, de las intenciones macabras de Bolívar, le escribió suplicándole por las vidas de aquellos desdichados. A lo que Bolívar contestó, con absoluta impiedad, lo siguiente: "Acabo de leer la reservada de v. s. Illma. en que interpone su mediación muy poderosa para mí, por los españoles que he dispuesto se pasen por las armas€ Mas vea v. Illma. la dura necesidad en que nos ponen nuestros crueles enemigos€ ¿Qué utilidad hemos sacado hasta ahora de conservar a sus prisioneros y aun de dar la libertad a una gran parte de ellos?... No solo por vengar mi patria, sino por contener el torrente de sus destructores estoy obligado a la severa medida que v. Illma. ha sabido. Uno menos que exista de tales monstruos, es uno menos que ha inmolado o inmolaría a centenares de víctimas. El enemigo viéndonos inexorables a lo menos sabrá que pagará irremisiblemente sus atrocidades y no tendrá la impunidad que lo aliente€ Su apasionado servidor y amigo, Q. B. I. M. de v. Illma. Simón Bolívar". He aquí la muestra del más despreciable Simón Bolívar.
Recientemente, el catedrático de Historia de América, profesor de la ULL, el tinerfeñoManuel Hernández González, ha publicado el libroLa guerra a muerte. Simón Bolívar. La campaña admirable 1813-1815 (2015), de Ediciones Idea. En este ensayo recupera aquel Decreto de Guerra a Muerte emitido por Bolívar en la ciudad de Trujillo, en los Andes colombianos, el 15 de junio de 1813, por el que son ejecutados más de dos mil españoles de los cuales 1.600 eran canarios, sólo por el hecho de haber nacido al otro lado del Atlántico. El Libertador advertía a los españoles peninsulares y canarios (que expresamente diferenciaba) en los siguientes términos: "Contad con la vida si apoyáis la independencia; contad con la muerte si sois indiferentes".Hernández afirma en su libro que Bolívar llevó a cabo esta política sistemática de ejecución de españoles peninsulares y canarios en actos públicos allí por donde pasaba, y que Bolívar provocó una"limpieza étnica" que acabó con la vida de ¡un tercio de la población venezolana!, en su mayoría inmigrantes, cuando ni españoles peninsulares ni canarios eran sus enemigos. Por el contrario, aquellos españoles peninsulares e isleños suponían un pilar fundamental para la economía de Venezuela y de toda la América española, y por tanto para el progreso y bienestar de sus habitantes.
Ya hubo un primer Proyecto de guerra a muerte que dictó Antonio Nicolás Briceño el 16 de enero de 1813, suscrito por Bolívar. Dice Pablo Victoria al respecto que aquel documento cambiaría la cara de la guerra para siempre, dado que hasta entonces, en los escenarios bélicos de Europa y América se había respetado la vida de los prisioneros y la de los no combatientes en la inmensa mayoría de las ocasiones. Este documento "no era más que un desconocimiento [desprecio] del derecho de gentes que buscaba eliminar al contendor mediante una política de exterminio". Decía uno de los artículos: "Como esta guerra se dirige en su primer y principal fin a destruir en Venezuela la raza maldita de los españoles europeos€ quedan, por consiguiente, excluidos de ser admitidos en la expedición por patriotas y buenos que parezcan, puesto que no debe quedar ni uno solo vivo". Más muestras de la atrocidad del documento firmado por Bolívar. El artículo noveno premia la barbarie de la soldadesca con ascensos inmediatos: "el soldado que presentare veinte cabezas de dichos españoles", sería ascendido a alférez; "el que presentare veinte, a teniente; el que cincuenta a capitán". ¿Eran estos "patriotas" soldados o bandoleros?
La historiografía tradicional, en su mayor parte, pasa por alto este execrable capítulo protagonizado por Bolívar. Un capítulo documentado que se ha ignorado por la mayoría de historiadores hispanoamericanos para cuidar la imagen de un genocida que asesinó a más de dos mil españoles indefensos, innecesariamente, dado que no fueron muertos en batalla.
Las llamadas guerras de emancipación o de independencia de las provincias de la América española fueron sin duda unagran y larga guerra civil, cuyos bandos independentistas lideraron ricos criollos con un afán desmedido de poder, en contra de los verdaderos intereses de la población hispanoamericana, de forma muy especial en contra de la voluntad de las clases pobres y de los indígenas, que en su inmensa mayoría lucharon junto a los leales al rey, negándose a hacerlo con los criollos rebeldes, principales usurpadores de sus derechos. Y así lo afirma el escritor, periodista y diplomático caraqueño Carlos Rangel, uno de los más destacados intelectuales de la Venezuela del siglo XX, en su libro Del buen salvaje al buen revolucionario (1976): "En su origen, el movimiento independentista de 1810 tuvo una ambigüedad que sólo mucho más tarde ha llegado a ser parcialmente reconocida. Las ambiciones de los criollos ricos (o simplemente cultos) se vieron de pronto estimuladas por los sucesos de Europa, donde Napoleón había derrocado la monarquía borbónica española y puesto a su hermano José en el trono de Madrid.
A la vez la mayoría de los criollos eran conservadores y prudentes, y temían la guerra social. Sólo unos pocos estaban inflamados sinceramente por las ideas republicanas norteamericanas y hasta por las ideas jacobinas francesas [€].
Pero estaban también presentes (y eran muchos más numerosos) blancos pobres y una masa de indios, negros y pardos (mulatos) que no preveían, ni unos ni otros, ninguna ventaja en la independencia, y para quienes la fidelidad al rey y las exhortaciones de la Iglesia eran motivaciones eficientes [€].
Muy pocos españoles peninsulares [se refiere a los no nacidos en la América española, por lo tanto también los canarios] tomaron parte en los combates; pero pasaron cien años antes de que nadie se atreviera a decir lo que todo el mundo sabía desde el principio: que en su esencia aquellas contiendas fueron guerras civiles entre hispanoamericanos". Indica Rangel a pie de página que fue el venezolano Laureano Vallenilla Lanz quien hizo esta afirmación por primera vez, en una conferencia pronunciada en Caracas en 1911, y recogida en el ensayo "Fue una guerra civil", parte del libro Cesarismo democrático (1920).
Fue aquel Libertador de ninguna causa falta de libertad protagonista de muchos desmanes en aquellas mal llamadas guerras de emancipación, del que escribió Karl Marx (que no es santo de mi devoción, ni mucho menos) en una conocida carta dirigida a Engels, fechada el 14 de febrero de 1858, ser el "canalla más cobarde, brutal y miserable. Bolívar es el verdadero Soulouque". Añadiendo: "La fuerza creadora de los mitos, característica de la fantasía popular, en todas las épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres. El ejemplo más notable de este tipo es, sin duda, el de Simón Bolívar".Ahora son los "iluminados" -como lo fue Hugo Chávez-, Nicolás Maduro (reconocido analfabeto funcional),Evo Morales y Rafael Correa, los que en un aquelarre ideológico levantan el puño marxista -¡qué ironía!-enarbolando la figura de Bolívar.
Al término de lasmal llamadas guerras de emancipación, afirma Manuel Hernández,"la economía, las haciendas, las plantaciones fueron destruidas". Había que empezar de cero. El propio Bolívar dijo: "Lo hemos perdido todo, lo único que hemos ganado ha sido la independencia". Y de los polvos de aquellas guerras civiles entre hispanoamericanos, llegó luego el desconcierto de más guerras civiles y regímenes tiránicos como el que actualmente sufre Venezuela, además del caos de las guerrillas guatemaltecas, salvadoreñas, colombianas, entre otras; los cárteles del narcotráfico que han subyugado a naciones enteras; y, en fin, una suerte de circunstancias sociales agravadas por tiranos como Maduro o Morales, que lejos de sembrar paz y seguridad jurídica que acerque inversiones extranjeras, las espantan con políticas de medievales señores feudales, que además enfrentan a sus pueblos. ¿Hasta cuándo sufrirán aquellos pueblos de la América española a los Maduro, Morales, Correa, Kirchner y Castro? ¿Hasta cuándo la siembre envenenada de aquellos criollos que traicionaron a España seguirá dando tan mala hierba?
Siempre he creído, y lo sigo haciendo, en el abrazo entre españoles e hispanoamericanos, porque nos uneidioma, historia, cultura y religión (en una gran mayoría), con todos los matices que enriquecen ese abrazo. No obstante, justo es dar a conocer este capítulo criminal del llamado Libertador, porque se merecen ser recordados aquellos españoles que fueron asesinados tan cruelmente, así como repudiado su verdugo. Quiero pensar que, sólo fruto de la ignorancia de estos hechos, muchas calles y plazas canarias (y en muchos pueblos del resto de España)llevan el nombre de Simón Bolívar,el asesino de más de dos mil españoles, de los cuales 1.600 fueron canarios;ejecutados por el mero hecho de no ser nacidos en tierras americanas, a las que habían ido a trabajar y, de forma determinante, a enriquecerlas. Por ellos van estas letras.
La familia de Bolívar menosprecia su legado
Los descendientes del Libertador han subastado a lo largo de los años sus objetos personales ignorando su trascendencia. El general vivió en la abundancia, aunque terminó sus días gracias a sus devotos
Juan Jesús Aznarez
Madrid 15 ENE 2015 - 17:06 CST
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Retrato de Simón Bolívar en un museo de Lima Perú. Ernesto Benavides AFP / Getty Images
Fugitivo de facciosos que habían sido aliados, Simón Bolívar murió en el año de 1830 vencido por la tisis y el padecimiento moral, y penalizado por el menosprecio de parientes que, invocando necesidad, subastaron sus bienes. Durante el escrutinio de los últimos 15 días del Libertador, hasta la recomendación del alma el 17 de diciembre en Santa Marta (Colombia), el escritor Fermín Goñi pudo comprobar que “a los descendientes vivos de este siglo no les interesa su antecesor”. Ignorando la trascendencia del tesoro legado, se lucraron vendiéndolo a trozos: desde las pistolas de duelo y la correspondencia, a las condecoraciones.
El caudillo murió perseguido por la malquerencia de quienes le preludiaban dictador, y se adentró en el siglo XXI abaratado por sucesores que hubieran debido salvaguardar su memoria. El 21 de diciembre del año 2012, última fecha de las ventas al mejor postor, Christie’s remataba, en Londres, la carta de Bolívar a un naturalista alemán por 9.375 libras esterlinas, casi 12.000 euros. Poco a poco, la dinastía fue liquidando sus pertenencias. Las tuvo en abundancia porque fue hijo de una de las familias más adineradas de Venezuela, aunque terminara viviendo de la buena voluntad de 10 o 12 devotos.
Emulando las verificaciones de Gabriel García Márquez en la preparación de El general en su laberinto, Goñi se ayudó de una lingüista peruana especializada en el lenguaje de Bolíva, Marta Hildebrandt, secretaria vitalicia de la Academia Peruana de la Lengua, para sumergirse en la lectura de más de 20.000 documentos y cartas dictadas o recibidas por el prócer. Fruto de la minuciosa criba, desarrollada entre los años 2009 y 2013, es su última novela histórica Todo llevará su nombre (Cénlit-Roca-Random House), presentada en Madrid después de haberlo sido en América Latina, en las tierras del emancipador y que se ha analizado recientemente en la Miami Book Fair, en una conversación del autor con Jorge Zepeda, último premio Planeta, y el expresidente de Bolivia Carlos Mesa. En sus páginas, sin poder, ni salud, en la antesala de la muerte, el agitador americano se despide de este mundo.
El médico francés Alejandro Próspero Reverend, las cocineras y un pequeño estado mayor de jefes y oficiales y fámulos le cuidan en la quinta de San Pedro Alejandrino. Junto al moribundo, los leales rememoran conjuras, lances de batalla y ambiciones panamericanas. Las ensoñaciones integradoras del yacente quedaron en eso. Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia siguen a su aire, determinados por su historia y singularidades.
Indagando sobre las postrimerías y recuerdos de un hombre que influyó en la historia de una región como no lo hicieron ni Napoleón, ni Julio César, el escritor Fermín Goñi quiso contactar con algún pariente vivo. Buscó a un tataranieto, que había vendido lo poco que tenía del general, fundamentalmente parte de su correspondencia, pero no fue posible el encuentro. “La vendió en subastas. No ha tenido interés en conservar nada. Me parece insólito. Si yo tuviera una carta de Bolívar sería el hombre más feliz del mundo”, dice. “Pero ellos querían dinero. Un par de pistolas de duelo, fabricadas por el francés Nicolas-Noël Boutet, arcabucero del descabezado rey Luis XVI, se vendió por casi dos millones de dólares”.
El último capítulo de Todo llevará su nombre, que arranca donde acaba el laberinto de García Márquez, compila las subastas organizadas en los últimos 25 años por intermediarios y herederos de un estadista que murió casi con lo puesto. Almacenado en baúles ambulantes guardó ropa, manteles, legajos, vajillas, cuberterías, medallas, monedas preciosas, dos pistolas, y la silla de montar de sus épicas cabalgaduras. “Durante años sus descendientes fueron contactando con casas de subastas de Londres. Yo también lo hice pero nunca me dieron su identidad”, explica el autor.
El primer reparto de la heredad, certificada ante escribano, tuvo lugar en agosto de 1830. Los beneficiarios de un tercio fueron sus sobrinos, hijos de su hermano Juan Vicente. No fue fácil el entendimiento entre las hermanas Juana y María Antonia, y las pugnas fueron frecuentes entre los destinatarios del patrimonio. Una de las subastas de Christie's fue suspendida porque el Banco Central de Venezuela acordó con la firma londinense, en 1988, adquirir los 12 lotes de la puja, que se iba a celebrar en Nueva York, por la suma de 2.900.000 dólares. Entre las piezas figuraba una cajita repujada en oro y filigranas que el rey Jorge IV le regaló en 1824.
Simón Bolívar quiso serlo todo a la vez: gobernante, legislador, jefe militar y ciudadano ejemplar. Otro dictador en ciernes, sospecharon sus enemigos. “Fue una persona muy completa, pero no era perfecta. Yo creo que eso fue lo que le generó tantos enemigos en sus años finales”, subraya Goñi.
El impetuoso general fue dueño de las minas de cobre de Aroa, heredadas por mayorazgo y arrendadas a socios ingleses, pero no vio un duro. “Declaro que no poseo otros bienes más que las tierras y minas de Aroa, situadas en la Provincia de Carabobo [hoy Yaracuy]”, establece en su testamento. Sus hermanas las vendieron a una compañía británica. Se salvaron del remate reliquias invaluables: Bolívar dispuso la quema de manuscritos comprometedores que guardaba en Cartagena y ordenó el depósito en la Universidad de Caracas de dos libros que habían pertenecido a Napoleón.
Su criado José Palacios recibió 8.000 pesos y la espada de oro que le había regalado el asesinado mariscal Antonio José Sucre, jefe del Ejército de la Gran Colombia, le fue restituida a su viuda. Estragado por la tisis y la amargura, convencido de que le acechaban para asesinarle, el Libertador se proclamaba arrepentido durante las negras horas de la agonía: “Abomino de haber iniciado una guerra contra los españoles”.
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Fuente:
La familia de Bolívar menosprecia su legado | Estilo | EL PAÃS
La verdadera figura de Simón Bolívar
Publicado el 15 feb. 2016
En este lunes de Cultura Verdadera, analizamos la historia "b" de nuestro país.
https://www.youtube.com/watch?v=LGgV3xs2Tp4
https://www.youtube.com/watch?v=LGgV3xs2Tp4
Bolivar y Chavez son practicamente iguales. Megalomanos que destruyeron naciones.
Simón Bolivar, cobarde, vanidoso y mujeriego
https://e00-elmundo.uecdn.es/america...92276703_0.jpg
Simón Bolivar en su caballo blanco. Mural de Fernando Leal.
La otra cara del prócer en el libro de quien fuera uno de sus generales
Salud Hernández Mora | Bogotá
Actualizado lunes 13/12/2010 18:42 horas
Cuando está agonizando el año del Bicentenario en Colombia, en el que proliferaron publicaciones dedicadas a exaltar la memoria del héroe por excelencia de esta nación, aparece un libro que le deja muy mal parado el caraqueño Simón Bolívar.
Mujeriego, vanidoso, ignorante, pretencioso y algo cobarde, son algunas de los calificativos que le dedica quien fuera uno de sus destacados generales procedentes del Viejo Continente, el franco-alemán Henri Louis Villaume Ducoudray Hosltein.
Acaba de aparecer la primera versión en español de su obra, publicada por primera vez en Boston en 1828, bajo el confuso título de "Memorias de Simón Bolívar". En realidad la pluma no es del Libertador, como es obvio, sino del oficial que luchó en Francia durante la Revolución, más adelante integró el estado Mayor bonapartista y arribó a Cartagena de Indias en 1814.
"Los defectos predominantes de la personalidad del general Bolívar son ambición, vanidad, sed por el poder absoluto e indivisible y una gran disimulación", escribe el autor.
"Es muy astuto y entiende a la humanidad mucho mejor que todos sus coterráneos; e, hábilmente, voltea cualquier circunstancia a su propia ventaja y no escatima ningún esfuerzo para ganarse a aquéllos que pueden serle útiles". Hasta ahí, nada extraordinario y hasta se diría que Bolívar se asemeja a otros líderes mundiales de nuestro tiempo.
Mujeriego
Incluso en uno de los temas que encuentra Ducoudray Holstein más criticables, resultan familiares en la actualidad europea: Su incontenible pasión por las mujeres.
Bolívar, rememora el militar que fue nombrado comandante del Fuerte de Boca Chica y que sólo permaneció dos años en Colombia, era capaz de retrasar una batalla por una dama. Y detalla dos hechos que le indignaron, como aquél en que hizo esperar a su Ejército cuatro días en Los Cayos, antes de zarpar, para quedarse más tiempo con Pepa Machado, una de sus muchas amantes. O la pérdida de Puerto Cabello, en 1812, por la misma señora.
Ducoudray Hosltein no es el primero que dibuja un perfil de Bolívar que pocos quieren conocer en una nación donde le santifican y en la que incluso los pasajes más oscuros –la masacre de 800 prisioneros españoles para dar una lección- son desdibujados. Lo hicieron Carlos Marx y otros lugartenientes.
Pero en estos meses conmemorativos del bicentenario, son más populares obras como la que vio la luz este año, del reciente ganador del Rómulo Gallegos, William Ospina. En ella Simón Bolívar abandona su condición humana que tanto explora el general europeo para asumir la del símbolo de América Latina: "Aquella existencia, breve como un meteoro, había iluminado el cielo de su tierra y lo había llenado no sólo de sobresaltos sino de sueños prodigiosos".
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Fuente:
https://www.elmundo.es/america/2010/...292276703.HTML
La otra cara de Simón Bolívar
Especial para EL TIEMPO Acaba de ser publicado en español el libro Memorias de Simón Bolívar y de sus principales generales, del general Ducoudray Hosltein, traducido del inglés por Juan Carlos Vela Correa. Se editó en Boston en 1828 y, al terminar de leerlo, se comprende por qué nunca antes se había vertido a nuestra lengua.
Por: RAFAEL ARRÁIZ LUCCA (*)
13 de diciembre 2010 , 12:00 a.m.
Es uno de los libelos más críticos acerca de la vida y personalidad del caraqueño, escrito por alguien que convivió durante dos años con él y no guarda nada debajo de la alfombra. El subtítulo de la obra reza: “Una historia secreta de la revolución y de los eventos anteriores a ésta, desde 1807 hasta el presente día”. Pocas veces hemos leído versiones tan en contravía de la que se ha ido asentando como la oficial.
El libro comprende 516 páginas en letra pequeña, de modo que la abundancia de asombros es notoria, lo que nos lleva a escoger unos pocos. Antes: ¿Quién es Henri Louis Villaume Ducoudray Holstein? Un general franco-alemán que sirvió a Francia en tiempos de la Revolución Francesa, que fue agregado al Estado Mayor bonapartiano, y que recaló en Cartagena en 1814. También fue nombrado Comandante del fuerte de Boca Chica hasta diciembre de 1815, cuando tuvo que abandonar la ciudad rumbo a Los Cayos, en Haití. De modo que la experiencia colombiana del general se reduce a dos años. No obstante, sus Memorias abarcan 21 de la epopeya independentista suramericana.
Lo más valioso de su libro reside en su experiencia directa con Bolívar. El título, por cierto, es equívoco, ya que las memorias no son de Bolívar sino del general franco-alemán. Quizás, por algún ardid editorial de la época, el editor apeló a esta denominación, dejando en la retaguardia el nombre de aquel desconocido general europeo.
Abunda el autor en análisis sobre estrategias militares articuladas por parte de Bolívar, a quien llega a considerar un ignorante. Señala cinco momentos de la vida del héroe en que se dejó dominar por la cobardía y abunda en datos sobre su desenfreno amatorio, apuntándolo como un inconveniente para la vida militar eficiente. Lo que no explica Ducoudray es cómo este ‘disoluto’ se impuso sobre sus contemporáneos y comandó la gesta independentista. En relación con la cobardía aludida por Ducoudray, la verdad es que Bolívar murió en una cama en Santa Marta y no en el campo de batalla, como la mayoría de los guerreros. Y algo de verdad debe haber, pues casi nadie lo destaca por el arrojo de sus acciones militares personales, sí las hubo, sino por sus estrategias y genio desconcertantes. No obstante, no hay que olvidar que el autor es un militar prusiano que está leyendo la personalidad de un caraqueño. El cortocircuito es, sin duda, flagrante.
En cuanto a los amoríos bolivarianos, Ducoudray describe con desesperación cómo un ejército entero tuvo que esperar cuatro días en Los Cayos a que Bolívar se saciará con Pepa Machado, para poder zarpar. Esto enardeció al general, para quien semejante conducta era inadmisible, mientras que para Bolívar era costumbre.
Antes, tuvo oportunidad de relatar cómo se perdió la plaza de Puerto Cabello, en 1812, por el mismo motivo: los furores amatorios de Bolívar por la señorita Machado.
La traducción de este libro al español es un aporte importante, y pasa a formar parte de la batería crítica bolivariana. Me refiero a las obras del coronel George Hippisley (Narrativa de la expedición a los ríos Orinoco y Apure, en Sur América, 1819), de José Domingo Díaz (Recuerdos de la rebelión de Caracas, 1829), la entrada “Bolívar” en la New American Cyclopaedia de Charles Dana, escrita por Carlos Marx en 1858, entre otras. En el capítulo final, Ducoudray intenta un resumen de la personalidad del héroe: “Los defectos predominantes de la personalidad del general Bolívar son ambición, vanidad, sed por el poder absoluto e indivisible y una gran disimulación. Es muy astuto y entiende a la humanidad mucho mejor que todos sus coterráneos; él, hábilmente voltea cualquier circunstancia a su propia ventaja y no escatima ningún esfuerzo para ganarse a aquellos que le pueden ser útiles”.
(*) Historiador venezolano
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Fuente:
https://www.elmundo.es/america/2010/...292276703.html
Poder otorgado por Bolívar a su cuñado para vender bienes incluidos esclavos (humanos) de su propiedad en 1812.
"DOCUMENTO 60. PODER GENERAL CONCEDIDO POR SIMÓN BOLÍVAR A SU CUÑADO DON PABLO DE CLEMENTE... "
"... Y para que pueda vender y venda, al contado o fiado, cualesquiera esclavos, u otros bienes muebles, raíces o semovientes, frutos y efectos, ajusfando y celebrando los contratos como por bien tuviere..."
Archivo del Registro Principal, Caracas. Escribanía de Pablo Caserillo, año de 1812, fs. 53 a 54 v°. Original. Firmas de Bolívar y del Escri*bano, autógrafas; letra de amanuense no identificado.
La esclavitud de Bolívar trascendió la que ejercía sobre sus esclavos afrodescendientes: se instauró en la America entera.
Archivo del Libertador. Gobierno de Venezuela.
http://www.archivodellibertador.gob....cador/spip.php
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El testamento politico del racista y genocida Simon Bolivar, antecesor del “Che” Guevara
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¿Este es “el héroe”, “el Libertador” que tanto admiran?
» […] los pueblos son como los niños que luego tiran aquello porque han llorado. Ni Ud., ni yo ni nadie sabe la voluntad pública. Mañana se matan unos a otros, se dividen, y de dejan caer en manos de los más fuertes o más feroces.
[…]
»Desde aquí estoy oyendo a esos ciudadanos (ecuatorianos) que todavía son colonos y pupilos de los forasteros; unos son venezolanos, otros granadinos, otros ingleses, otros peruanos y quién sabe de qué otras tierras los habrá también. Y después, ¡qué hombres! unos orgullosos, otros déspotas y no falta quien sea también ladrón, todos ignorantes sin capacidad alguna para administrar.
[…]
»Ud. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos. La América es ingobernable para nosotros. 2°. El que sirve una revolución ara en el mar. 3°. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4°. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas. 5°. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6°. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América.
»La primera revolución francesa hizo degollar las Antillas, y la segunda causará el mismo efecto en este vasto continente. La súbita reacción de la de la ideología exagerada va a llenarnos de cuantos males nos faltaban, o más bien los van a completar. Ud. verá que todo el mundo va a entregarse al torrente de la demagogia, y ¡desgraciados de los pueblos! y ¡desgraciados de los gobiernos!
[…]
»Desagraciadamente, entre nosotros no pueden nada las masas, algunos ánimos fuertes lo hacen todo y la multitud sigue la audacia sin examinar la justicia o el crimen de los caudillos, mas los abandonan luego al punto que otros más aleves los sorprenden. Esta es la opinión pública y la fuerza nacional de nuestra América.
[…]
»Ud. puede considerar si un hombre que ha sacado de la revolución las anteriores conclusiones por todo fruto, tendrá ganas de ahogarse nuevamente, después de haber salido del vientre de la ballena. Esto es claro. (9 de noviembre de 1830)
Una profecía cumplida al pie de la letra, tal vez por algún filón hebraico en la venas de su autor o por ser este el modelo de latinoamericano (que no hispanoamericano), quien lo arruina todo y después se arrepiente de todo, incluso de lo arruinado. Temeroso Bolívar de la verdad que él mismo había confrontado pedía a Flores: «rogando a Ud. que rompa esta carta luego de que la haya leído, pues sólo por la salud de Ud. la hubiera escrito, temiendo siempre que pueda dar en manos de nuestros enemigos y la publiquen con horribles comentarios.» Flores tuvo el acierto de no destruir la carta, dejando un testimonio documental invaluable para la posteridad.
El “Che” Guevara imito a las mil maravillas al traidor Bolivar:
- Hay que acabar con todos los periódicos. Una revolución no se puede lograr con la libertad de prensa».
- «Para enviar hombres al pelotón de fusilamiento, la prueba judicial es innecesaria. Estos procedimientos son un detalle burgués arcaico. ¡Esta es una revolución! Y un revolucionario debe convertirse en una fría máquina de matar motivado por odio puro».
- «¡El odio es el elemento central de nuestra lucha! El odio tan violento que impulsa al ser humano más allá de sus limitaciones naturales, convirtiéndolo en una máquina de matar violenta y de sangre fría. Nuestros soldados tienen que ser así».
- «Los negros, esos magníficos ejemplares de la raza africana que han mantenido su pureza racial gracias al poco apego que le tienen al baño, han visto invadidos sus reales por un nuevo ejemplar de esclavo: el portugués».
- En una carta a su padre refiriéndose a dicha ejecución escribe: «Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar».
«Los jóvenes deben abstenerse de cuestionamientos ingratos de los mandatos gubernamentales. En su lugar, tienen que dedicarse a estudiar, trabajar y al servicio militar.»
«¡Los jóvenes deben aprender a pensar y actuar como una masa. Es criminal pensar como individuos!
Durante la crisis cubana de los misiles en octubre de 1962, el Che apoyó a Fidel en la confrontación nuclear con Estados Unidos. Se decepcionó cuando Khrushchev decidió retirar los misiles, ante la amenaza de una guerra nuclear (ver las Memorias de Nikita Khrushchev). Él le dijo al reportero británico Sam Russell del periódico socialista Daily Worker que “si los misiles hubiesen permanecido (en Cuba), los hubiésemos utilizado contra el mismo corazón de los Estados Unidos incluyendo a Nueva York. Nunca debemos establecer la coexistencia pacífica. En esta lucha a muerte entre dos sistemas tenemos que llegar a la victoria final. Debemos andar por el sendero de la liberación incluso si cuesta millones de víctimas atómicas.”
«Hay que acabar con todos los periódicos. Una revolución no se puede lograr con la libertad de prensa.»
«Para enviar hombres al pelotón de fusilamiento, la prueba judicial es innecesaria. Estos procedimientos son un detalle burgués arcaico. ¡Esta es una revolución! Y un revolucionario debe convertirse en una fría máquina de matar motivado por odio puro.»
«¡El odio es el elemento central de nuestra lucha! El odio tan violento que impulsa al ser humano más allá de sus limitaciones naturales, convirtiéndolo en una máquina de matar violenta y de sangre fría. Nuestros soldados tienen que ser así.»
El racismo de Che se hace evidente en estos comentarios en su diario de viaje: “Los negros, esos magníficos ejemplares de la raza africana que han mantenido su pureza racial gracias al poco apego que le tienen al baño, han visto invadidos sus reales por un nuevo ejemplar de esclavo: el portugués. El desprecio y la pobreza los une en la lucha cotidiana, pero el diferente modo de encarar la vida los separa completamente.»
Y continúa “…el negro indolente y soñador, se gasta sus pesitos en cualquier frivolidad o en ‘pegar unos palos’ (emborracharse), el europeo tiene una tradición de trabajo y de ahorro que lo persigue hasta este rincón de América y lo impulsa a progresar, aún independientemente de sus propias aspiraciones individuales.” En la película “Diarios de Motocicletas” omitieron esta observación incómoda del diario del Che.
El 18 de febrero de 1957 el guía campesino Eutimio Guerra, acusado de pasar información al enemigo, es enjuiciado por los rebeldes y condenado a muerte. A la hora de la ejecución, sus compañeros no se deciden a pasarlo por las armas, y es cuando el Che se adelanta, extrae su pistola matando de un disparo en la sien a Eutimio, describiendo el acto en su diario de la Sierra Maestra: “…acabé el problema dándole en la sien derecha un tiro de pistola [calibre] 32, con orificio de salida en el temporal derecho. Boqueó un rato y quedó muerto. Al proceder a requisarle las pertenencias no podía sacarle el reloj amarrado con una cadena al cinturón, entonces él me dijo con una voz sin temblar muy lejos del miedo: ‘Arráncala, chico, total…’ Eso hice y sus pertenencias pasaron a mi poder.
”Posteriormente Che escribirá en su Diario: “…ejecutar a un ser humano es algo feo, pero ejemplarizante. De ahora en adelante aquí nadie me volverá a decir el saca muelas de la guerrilla.”
En una carta a su padre refiriéndose a dicha ejecución escribe: “Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar.”
Seguimos atrapados en el ciclo bolivariano, es hora de romperlo, de superarlo.
http://ttps://laverdadofende.blog/20...l-che-guevara/
Simón Bolívar: el demonio de la gloria
El discurso de Simón Bolívar es claramente republicano pero no democrático. La publicación de Bolívar: American liberator, de Marie Arana, da pie a una reflexión de Enrique Krauze sobre el apego de Bolívar al mando: el temor criollo a la “pardocracia”, a la revolución étnica, a la cruel “guerra de colores”.
Enrique Krauze
05 Junio 2013
a la memoria de Simón Alberto Consalvi
En las Obras completas de Simón Bolívar, perdido entre 2,923 cartas y discursos, hay un documento tan extraño que algunos historiadores han dudado de su paternidad. Es “Mi delirio en el Chimborazo”, deliquio literario que data quizá de 1822 y refiere la ascensión, seguramente parcial y tal vez imaginaria, de Bolívar al volcán ecuatoriano. En su “Marcha de la Libertad” había atravesado “regiones infernales, surcado los ríos y los mares, subido sobre los hombros gigantescos de los Andes” hasta llegar a esa “atalaya del Universo”. Ni el tiempo había logrado detenerlo. De pronto, poseído del “Dios de Colombia” (la inmensa y promisoria nación fundada en lo que hoy es el territorio de Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá), “el Tiempo” mismo (viejo venerable, hijo de la Eternidad) se presenta ante él para recordarle la pequeñez de sus hazañas. “He pasado a todos los hombres en fortuna –respondió Bolívar– porque me he elevado sobre la cabeza de todos”, pero la visión le revela el secreto del “Universo físico y moral” que, al despertar, debía trasmitir a sus semejantes.
Bolívar nunca compartió aquel secreto, pero sin duda sentía haber “demostrado a Europa que América tenía hombres equiparables a los héroes del mundo antiguo”. Nuevas empresas lo esperaban: la derrota de las fuerzas realistas en el Perú (1824) y la creación (en el Alto Perú, en 1825) de una nación que llevaría su nombre, Bolivia. Y poseído por “el demonio de la Gloria” quería llegar hasta Tierra de Fuego. A principio de 1826, solo un capítulo faltaría en su libreto: “el laudable delirio” anunciado en su famosa “Carta de Jamaica” de 1815: un gobierno confederado de las naciones americanas: “¡Qué bello sería –había escrito entonces– que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar ahí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios...” En junio de 1826, Panamá sería, en efecto, la sede de ese Congreso Anfictiónico. Para entonces, según estimaciones, Bolívar había recorrido 23,000 kilómetros de campaña y comenzaría a dar señales serias de la tuberculosis que a fines de 1830 acabaría con su vida.
Tratándose del inabarcable Bolívar, es difícil sustraerse a la teoría del “Gran hombre”, más aún si el mismísimo Thomas Carlyle dejó en 1843 un pequeño perfil en el que lo llama “el Washington de Colombia”, lo compara con Aníbal, y va más allá: “Si este no es un Ulises [...] ¿en dónde ha habido uno? ¡En verdad un Ulises cuya historia valdría su tinta, si apareciera el Homero capaz de escribirla!” A lo largo de los años, cientos de autores han buscado encarnar a ese Homero. Ahora recoge el desafío de Carlyle una distinguida escritora peruana: Marie Arana. Su libro Bolívar: American liberator (editado este año en Estados Unidos por Simon & Schuster) no pretende nada menos que eso: recrear la saga homérica del Ulises americano que, según Arana, “por sí solo concibió, organizó y encabezó los movimientos de independencia de seis naciones”.
Con una óptica abiertamente carlyleana, Arana (antigua editora del Washington Post, autora de un par de novelas y de un best seller de National Geographic) se propuso intentar “una narrativa arrolladora, atractiva, más una épica cinematográfica que un tomo académico”. En ese sentido logró su propósito. Su libro no descubre información importante ni aporta interpretaciones originales, pero se lee como una novela escrita con color y brío, poblada de personajes, paisajes, episodios y escenas memorables. Se ha dicho que hay historiadores del verbo e historiadores del sustantivo. Arana pertenece al primer grupo: su historia, como la de Bolívar, no conoce un momento de calma y en su mismo tempo trasmite la irrefrenable pasión del hombre que en la mañana del Jueves Santo de 1812, caminando por las ruinas de su natal Caracas tras un devastador terremoto, exclamó: “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca.”
Arana describe el origen de esa intensa y furiosa determinación. Nacido en 1783 en el seno de la más alta aristocracia criolla, descendiente de un fundador de Venezuela del que provenía su nombre y linaje, Bolívar heredó una inmensa fortuna: doce casas y solares en Caracas y La Guaira, minas de cobre, haciendas de azúcar e índigo, plantaciones de cacao, rebaños de ganado y cientos de esclavos. Pero desde la más temprana niñez la propia naturaleza había decidido oponérsele: huérfano de padre a los dos años y de madre a los nueve, el niño Simón agrega a su riqueza enormes plantaciones de cacao legadas por el sacerdote que lo bautiza, pero nada mitiga su tragedia: “irascible, caprichoso, necesitado con urgencia de una mano firme, se volvía cada vez más ingobernable”. Según testimonio de un pariente, Simón vagaba solo por las calles, a pie o a caballo, acompañado de muchachos que no eran de su clase. Y “toda la ciudad de Caracas lo había notado”. Tras procurarle una esmerada aunque inconstante educación científica y literaria, y el ingreso a la Academia Militar, en 1799 sus tutores discurren la solución de un viaje a Madrid, donde el joven aristócrata frecuenta la Corte imperial, con incidentes chuscos que mucho tiempo después recordó o acaso inventó (como haber estrellado un gallo de bádminton en la cabeza del futuro Fernando VII). Lo cierto es que en ese primer viaje a Europa encuentra el amor que debía redimirlo. Su matrimonio con María Teresa Rodríguez del Toro ocurre bajo los mejores auspicios. La joven pareja se instala al lado de la catedral en Caracas. Pero el idilio es efímero. María Teresa muere a los cinco meses de su arribo, víctima de fiebre amarilla. Bolívar queda viudo a los diecinueve años de edad. Sus duelos son el anuncio del rebelde que vendrá.
Su preceptor, el rousseauniano Simón Rodríguez, le “hizo comprender que existía en la vida de un hombre otra cosa que el amor”, escribía Bolívar a su amiga Fanny du Villars en 1804, durante el nuevo viaje europeo que había comenzado en 1803 y se extendería hasta 1807. En las principales capitales frecuenta la vida galante y los salones ilustrados, atestigua el ascenso de Napoleón, el “gran hombre” a quien siempre tuvo presente como emblema heroico, pero cuya coronación en Notre Dame en 1804 le pareció abominable. Y en la primera ascensión febril de su vida (en el Monte Sacro de Roma, en 1805), acompañado por Rodríguez, jura liberar América del yugo español. Arana cubre con vivacidad esta etapa, aunque no deja de incurrir en tópicos de la historia tradicional. Un ejemplo es su relación con Humboldt, el sabio alemán cuyas obras habían abierto al público europeo (y a Thomas Jefferson) el interés y el apetito por los riquísimos dominios de España en América. Arana recrea los encuentros casi como señales de predestinación, pero muchos años después Humboldt –sorprendido por la buena estrella de Bolívar– recordaba a su interlocutor como “un hombre pueril”.
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Raúl Arias
El enfoque carlyleano es popular pero como método y teoría del conocimiento histórico, además de anacrónico, tiene al menos dos inconvenientes: tiende a dejar de lado contextos pertinentes (sociales, culturales, históricos), y a cancelar la distancia entre el biógrafo y el biografiado. Arana incurre en esta doble falla desde el instante en que asume el libreto de Bolívar según el cual los hechos que conmovieron el subcontinente americano en la segunda década del siglo xix fueron provocados por la “incompatibilidad fundamental” entre el viejo, decadente pero aún poderoso Imperio Español, que había oprimido a sus colonias de ultramar por trescientos años, y la voluntad de los americanos por conquistar su libertad e independizarse. A estas alturas, con los aportes diversos al conocimiento histórico que Arana desestima, es inadmisible esta variante de la leyenda negra española aplicada a los movimientos de independencia.
Una prueba está en la propia historia venezolana. En sus albores (entre 1812 y 1814) la guerra de Independencia fue más bien lo contrario: una sanguinaria guerra de contra-independencia librada, no entre venezolanos y españoles, sino entre los propios venezolanos. Del lado de Bolívar, secundados por algunos sectores populares y tropas neogranadinas, luchaban los que querían cambiar: los criollos históricamente resentidos con España que de tiempo atrás reclamaban el dominio de su heredad. Frente a ellos se alzaron los defensores locales de la Corona: un ejército de 12,000 “pardos”, muestra más que representativa de la mitad “parda” de la población (unos 400,000 habitantes) nacidos de la mezcla variopinta de los esclavos negros, los blancos y la menguada población indígena. Sus jefes sucesivos fueron el canario Monteverde y el asturiano Boves. El resentimiento de los pardos –no del todo maltratados por la legislación española y sus representantes– iba dirigido contra la rica minoría criolla denominada “mantuana”, dueña de estancias ganaderas y haciendas de cacao y tabaco, obsesionada con los títulos nobiliarios, guardiana de la “limpieza de sangre”, pero sobre todo despreciativa de aquella “multitud promiscual”.
Ninguna región americana, con la sola excepción de Haití (que decapitó a su élite blanca), sufrió durante la independencia una guerra étnica y social (llamada entonces “guerra de colores”) de esas proporciones. Tras el fracaso de la Primera República (25 de julio de 1812), en el verano de 1813 Bolívar lanzó la llamada “Campaña admirable” gracias a la cual liberaría parte del territorio venezolano, asumiendo poderes dictatoriales. Pero las fuerzas de Boves –acuciadas por la promesa de hacerse de las propiedades de los blancos– no cejaron hasta expulsarlo de nuevo, a él y a la población criolla de Caracas, en un éxodo de proporciones y dramatismo bíblicos.
Arana describe con crudeza la hecatombe desatada por Boves: degüellos, mutilaciones, violaciones, miembros insepultos, lanceo mortal de madres encintas y recién nacidos. No omite –y es algo que debe acreditársele– la respuesta brutal de Bolívar. Su “Decreto de Guerra a Muerte” de febrero de 1814 ordenó la ejecución a sangre fría de ochocientos prisioneros y enfermos españoles recluidos en las bóvedas y el hospital de La Guaira, pero razona la medida como una respuesta eficaz a la barbarie circundante. Lo cual deja de lado la responsabilidad histórica de los criollos, que tampoco Bolívar encaró. Solo una “inconcebible demencia –escribió Bolívar– hizo a los pueblos americanos tomar las armas para destruir a sus libertadores y restituir el cetro de sus tiranos”. “Vuestros hermanos y no los españoles han desgarrado vuestro seno”, lamentaba. Resentía ser “el Nerón de los españoles” y de sus “infelices cómplices”, pero asumía el papel con resignación. La carnicería dejó cerca de 25,000 muertos, la mayoría civiles, y destruyó casi toda fuente de riqueza.
Arana registra y deplora los hechos, sin mayor análisis. Prefiere condenar a los seguidores de Boves: “No entendían que la verdadera pirámide de opresión [...], las raíces de la miseria estaban en el Imperio, no entendían que España había construido cuidadosamente ese mundo injusto...” El punto en sí mismo es dudoso: en el orbe hispano las castas y aun los esclavos tenían una condición menos inhumana que en Estados Unidos. Pero Arana los reprueba incluso frente a los revolucionarios de Haití, quienes habían matado “en el nombre de la libertad” y no, como ellos, los pardos, “en nombre del Rey”.
“Nada es de lo que fue”, dijo Bolívar en septiembre de 1814. La experiencia de la “Guerra a Muerte” le dejó una marca permanente. Se había convencido de la ineptitud de los principios republicanos puros en los que originalmente había creído. Su exilio en el Caribe, primero en Kingston y más tarde en Haití, le serviría para bosquejar una nueva arquitectura constitucional para las futuras naciones americanas que fuera el término medio entre “las anarquías demócratas o tiranías monócratas” y estableciera el dominio patriarcal de los criollos (encarnado en un presidente poderoso y un senado hereditario) sobre las masas irrefrenables. Esta teoría, consignada en la “Carta de Jamaica”, ha ameritado amplios estudios y evaluaciones de la moderna historiografía venezolana (en especial, la obra de Germán Carrera Damas y de Elías Pino Iturrieta), que Arana deja de lado en favor de una glosa breve y frases admirativas: “un brillante destilado de las realidades políticas latinoamericanas”. Pero sin el “criollismo” de Bolívar, no se entienden muchas. En julio de 1816, es verdad, abolió la esclavitud (creía genuinamente en la igualdad natural), pero supeditó el acto a que los esclavos liberados sirvieran a su causa: “El nuevo ciudadano que rehúse tomar las armas para cumplir con el sagrado deber de defender su libertad, quedará sujeto a la servidumbre, no solo él, sino también sus hijos menores de catorce años, su mujer, y sus padres ancianos.”
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Raúl Arias
Desde marzo de 1815 dominaba toda la región el general español Pablo Morillo que había llegado de Cádiz al mando de 10,000 efectivos (las primeras tropas españolas en cuatro años de guerra). Tras algunos desembarcos infructuosos y descalabros militares, recordando el tesón de Alcibíades, en 1817 Bolívar se había asentado en los llanos de Venezuela asegurando para su causa, mediante una genuina camaradería y efectivos señuelos materiales, a las mismas fuerzas que años atrás lo habían combatido. (“Bolívar –apunta Arana– había entendido el uso de las clases en Boves.”) En el difícil equilibrio de los señores de la guerra sobresalía el jefe de los llaneros, el centauro José Antonio Páez, cuyas inverosímiles lanzadas y cargas de caballería serían decisivas en la victoria final de Bolívar. Pero no todos los jefes insurgentes aceptaban plegarse a Bolívar, y entre ellos sobresalía uno, valeroso pero “pardo”: Manuel Piar. Su muerte exhibe el criollismo de Bolívar en su aspecto más sombrío.
Aunque activo en la insurgencia desde fines del siglo xviii, Piar era indócil, nunca infidente. Sus “pardos iletrados” –critica Arana– lo obedecían sin condiciones. (En el caso inverso de Páez, la obediencia de sus huestes –Arana usa la palabra “rebaño”– es vista como un mérito.) Bolívar castiga la insubordinación de Piar con la pena de muerte, que el jefe pardo enfrenta sin permitir que le venden los ojos. El manifiesto justificatorio que publica Bolívar es inusualmente prolijo en descalificaciones (monstruoso, desnaturalizado, fratricida, estúpido, avaro, sacrílego, tirano, déspota, sátrapa, frenético), pero sobre todo es revelador de su desconfianza hacia las mayorías ignorantes o indiferentes a los derechos que la República –aboliendo todos los privilegios estamentales de la Colonia– había instituido. Piar, escribe Bolívar, proclamaba “los principios odiosos de guerra de colores”. Debía morir. Y su biógrafa parece avalarlo: “Piar era un líder brillante y había luchado con bravura, pero no para la Gloria del libertador sino el provecho de sus propias y ardorosas ambiciones.” Otro jefe insurgente, Santiago Mariño, había incurrido en una falta semejante. Pero era criollo y Bolívar lo perdonó. “Lo volvería a hacer”, diría Bolívar en el futuro, pero el fantasma de Piar lo acompañaría la vida entera: “Sin el valor de Piar, la república no contara tantas victorias”, declaró en julio de 1820.
Es claro que una épica cinematográfica no puede detenerse en el análisis de las ideas. Parecen tediosas, intangibles. Pero la fascinante evolución de las ideas políticas en Bolívar, así como la incidencia de sus lecturas clásicas en lo que escribe y hace, merecían una atención no esquemática. En estos tramos, el libro de Arana –cargado de acción, débil en reflexión– se vuelve unidimensional y casi escolar. No nos acerca al Bolívar pensador ni al escritor. Un ejemplo es su rápido tratamiento del magistral “Discurso de Angostura” que Bolívar pronuncia el 15 de febrero de 1819 en la antesala de las campañas mayores que lo llevarán a la liberación de Colombia y Venezuela. El inminente libertador asume su segunda advocación, la de legislador, con un bagaje significativo: seguía el ejemplo de Licurgo (las Vidas de Plutarco era su libro de cabecera, lo releía como buscando ser él mismo uno de los biografiados); el capítulo final de El Príncipe (otro de sus clásicos, desde su remoto viaje a Roma); El espíritu de las leyes de Montesquieu (de donde extrae la importancia del contexto físico, cultural e histórico en el diseño constitucional de los pueblos), y desde luego El contrato social de Rousseau: “El gran alma del legislador es el verdadero milagro que debe probar su misión.”
Aunque a través de los años sería objeto de lecturas diversas y contradictorias, el discurso (como Bolívar mismo) es claramente republicano pero no jacobino ni democrático. No era la primera vez (ni sería la última) en que admitía los perjuicios que podía causar la permanencia en el poder de un magistrado sobre una nación. Creía en la división de poderes y en las libertades civiles. Su proyecto, inspirado en el orden político inglés, se apartaba del modelo americano que consideraba tan admirable como impracticable para la América española. (No obstante, según los estudios recientes, es apreciable su deuda con John Adams.) En definitiva, su proyecto constitucional (rechazado por los legisladores) preveía un Ejecutivo poderoso electo por el pueblo o sus representantes (“encargado de contener el ímpetu del pueblo hacia la licencia”), un Senado hereditario no electivo (cuerpo moderador que “pararía los rayos del gobierno y rechazaría las olas populares”), una Cámara baja elegida por el voto popular, tribunales independientes. Pero en el tema de la democracia, los términos eran inequívocos: “La libertad indefinida, la democracia absoluta, son los escollos adonde han ido de estrellarse todas las esperanzas republicanas.” Con Rousseau, Bolívar pensaba que “la libertad es un alimento suculento pero de difícil digestión”. A los pueblos americanos –ayunos de saber, de virtud, acostumbrados al vicio y al engaño, prontos a la licencia, la venganza y la traición– había que suministrársela poco a poco, en un proceso de educación cívica que quedaría al cargo de un cuarto y neutro poder inspirado en el Areópago ateniense, que Bolívar llamó Poder Moral.
El capítulo “La dura marcha al Oeste” (el mejor del libro) retoma el hilo épico. Con su vigoroso estilo, Arana es capaz de resumir el clímax de una batalla en un párrafo preciso y plástico, como cuando describe las proezas de los lanceros de Páez, hechos uno con sus caballos, atravesando semidesnudos los llanos y levantando polvaredas que terminan por desquiciar al enemigo, o cruzando con sigilo ríos caudalosos para tomar por asalto las embarcaciones españolas. En un pasaje particularmente logrado, describe el famoso paso por los Andes discurrido por Bolívar para pasmo de los españoles y de la historia: a la cabeza de 2,100 insurgentes (contando las decisivas brigadas de irlandeses e ingleses), más “personal médico, mujeres, niños, animales”, Bolívar logra una hazaña frente a la cual palidece el paso de Aníbal y sus elefantes por los Alpes italianos. Tras el trayecto de un mes por ríos indomables y faunas devoradoras, las tropas llegan a los Andes: “Resbalando en las rocas húmedas y nevadas, continuaron su marcha hasta ascender a más de 3,900 metros, a sabiendas de que, en esas alturas, detenerse no era solo renunciar sino morir. Al llegar al Páramo de Pisba, muchos habían muerto de hipotermia, otros llegaban con sus zapatos sin suelas y sus deshilachados vestidos”, pero así y todo iniciaron el descenso, seguros de la victoria que los esperaba el 7 de agosto de 1819 en Boyacá, batalla que liberó definitivamente a la actual Colombia del dominio hispano y abrió la puerta a la posterior liberación de Venezuela en 1821 en la batalla de Carabobo.
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Arana no solo registra y recrea la vida amorosa de Bolívar. Hace algo más valioso: la comprende. Bolívar era un hombre del siglo XVII en sus lecturas e ideas políticas, pero en el amor fue un héroe romántico del XIX. El duelo por la desdichada Teresa lo acompañó, literalmente, hasta el día de su muerte, cuando la evoca en su testamento. La célebre Flora Tristán, abuela de Gauguin, recordaba los meses posteriores en París: “Estaba demacrado, pálido, mortalmente enfermo [...] ahogado en su miseria.” Desde entonces, buscando consuelo, Bolívar fue recolectando amores como laureles de victoria. La mayoría fueron incidentales y respondían a un patrón infalible: tras la liberación de cada ciudad, entre desfiles, arcos triunfales, tedeums y suntuosos bailes (a Bolívar, es sabido, le encantaba bailar), aparecía la bella del lugar rendida al encanto irresistible del libertador. A sus lugartenientes les solía contar sus conquistas amorosas.
De todas ellas sobresalieron quizá tres. La primera, Josefina “Pepita” Machado, apareció en los balcones de Caracas tras la “Campaña admirable”. Fue su compañera y consejera por seis años. Aunque no casó con ella ni le fue fiel, alguna vez supeditó la eficacia de sus desembarcos a la seguridad de su amada. Bolívar esperaba reencontrarse con ella en La Angostura pero Pepita, sin que él lo supiera entonces, había muerto en el trayecto. Con esa zozobra a cuestas, cruzó los Andes y entró a Bogotá. Arana ensaya un retrato íntimo: “Es el retrato de un hombre solitario. Rodeado de gente y solicitaciones, en lo que al amor respecta no podía estar más solo.” Su amada había desaparecido, su único hermano había muerto desde el remoto 1811 en un naufragio. Sus hermanas María Antonia y Juana, viudas ambas, vivían exiliadas en el Caribe. Su compañía más cercana desde entonces fue su mayordomo, un esclavo manumiso amigo de su infancia, llamado José Palacios.
En Bogotá, Bolívar se enamoró de la joven Bernardina Ibáñez. Pronto descubrió que estaba comprometida con un oficial insurgente pero no cejó en su intento y llegó al extremo de buscar la complicidad de Francisco de Paula Santander (su gran aliado y su futuro rival en el gobierno de Colombia) para conquistarla. Bernardina se casó con su prometido y Bolívar, con nobleza, bendijo la unión, pero su obsesión sobrevivió a la muerte del marido y al siguiente e infausto matrimonio de Bernardina, a quien regaló una casa. Fue su amor imposible.
En Quito lo esperaba una sorpresa mayor. Era Manuela Sáenz, la joven esposa de James Thorne, un comerciante inglés. Descrita por un contemporáneo como una mujer de “rostro perla, ligeramente ovalado; de facciones salientes, todas bellas; ojos arrebatadores, donosísimo seno y amplia cabellera”, Manuela se prendó de Bolívar y al paso del tiempo no solo fue su amante sino su soldadera, consejera y eventualmente su libertadora, su doble femenino. Ninguna escena cinematográfica en la vida de Bolívar supera el episodio que ocurriría en Bogotá (septiembre de 1828) en el que Manuela le salva la vida arrojándolo en paños menores por la ventana mientras encara, con increíble presencia de ánimo, a los conspiradores.
La enfermedad se había llevado a sus padres y a su esposa, y en la guerra (que Bolívar, a menudo, asociaba con “un huracán revolucionario”) habían muerto su cuñado y su sobrino. El amor legítimo le estaba vedado y él, de alguna manera, lo eludía. Sus hermanas eran otras: “Debo darles una hermana a las batallas de Boyacá y Carabobo.” Su familia era otra: “Pertenezco a la familia de Colombia, no de Bolívar.” Tal vez esa soledad explica la desesperación postrera, cuando sintió que también esa familia de naciones y batallas se desintegraba.
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Los capítulos finales del libro (escritos con una piadosa empatía que los acerca a El general en su laberinto, la novela de Gabriel García Márquez), describen la caída de un héroe que –como los antiguos– no escapó a las fuerzas del destino desatadas por él mismo. Su materia es la tercera y más controvertida advocación de Bolívar: el fundador de naciones, el “alfarero de repúblicas”. La acción transcurre sobre todo en Perú, donde Bolívar y Manuela comparten una linda finca en las afueras de Lima. Por momentos, al menos en las formas, el libertador se comporta como un emperador de un país que no descifra, recorriendo la sierra inca, dispensando favores y revirtiendo las legislaciones coloniales (con buenos y malos efectos). Los poderes omnímodos que ejerció en el Perú le valieron la censura de los contemporáneos y de la posteridad. En el último tramo, la acción es un vaivén entre Colombia y Venezuela. Fatigado, iracundo, enfermo de la tuberculosis que terminaría con su vida, el libertador busca mantener unida su creación: la Gran Colombia.
Tiempo antes de completar su “Marcha de la Libertad”, Bolívar había comenzado a recelar de las dos corrientes opuestas de dominación crecidas a su amparo: el caudillismo llanero de Páez en Venezuela y el legalismo constitucional de Francisco de Paula Santander en Colombia. Previsiblemente, Arana los demerita a los dos: Páez era un “llanero truculento” y Santander “un general que jamás encabezó una victoria”. Esta continua toma de partido refuerza la línea dramática (perfila a los villanos, enaltece al héroe) pero vuelve predecible y fastidiosa la lectura, distorsiona la realidad y contradice la trayectoria de Páez y Santander que el libro mismo documenta.
La relación de Bolívar con Páez fue siempre de cautela, como el domador con una fiera. Con Santander, más afín en lo intelectual, su vínculo derivó en una creciente exasperación. Nunca entendió ni justificó el apego de Santander y los diputados colombianos a las leyes vigentes: habían edificado, “sobre una base gótica, un edificio griego al borde de un cráter”. En 1826, planteada ya por Páez la futura secesión de Venezuela, Bolívar tronaba contra los “ideólogos”, los “principistas”, los diputados que en la Constitución vigente (promulgada en Cúcuta, en 1821) habían desatendido su proyecto de Angostura a cambio de un diseño federal más clásico que, a juicio de Bolívar, abría el paso a la dispersión y la anarquía: “Bravo, bravísimo. Pues que marchen las legiones de Milton a parar el trote de la insurrección de Páez.”
La Gran Colombia amenazaba con desintegrarse y la solución que halló Bolívar en 1826 fue promover la adopción general de la Constitución de Bolivia que le confería la presidencia vitalicia, con vicepresidencia hereditaria, asamblea de tres cámaras y elecciones restringidas a los ciudadanos solventes e ilustrados: “Se evitan las elecciones que producen el grande azote de las repúblicas, la anarquía, que es el lujo de la tiranía, y el peligro más inmediato y más terrible de los gobiernos populares.” De un plumazo, con ese proyecto secretamente napoleónico, Bolívar perdió legiones de admiradores en el interior y en el extranjero. Benjamin Constant, de quien había extraído varias ideas en La Angostura, lo acusó de ser un “déspota sin más” y Henry Clay, su mayor partidario en Estados Unidos, lo reconvino en términos severísimos. La respuesta de Santander fue republicana: rechazar la Constitución como una “novedad absurda, peligrosa”. La respuesta de Páez fue monárquica: instó a Bolívar a coronarse. A fin de cuentas, Bolívar apaciguó por un tiempo a Páez, doblegó por un tiempo a Santander, pero no logró su propósito de imperar sin corona sobre la Gran Colombia.
Y tampoco logró que se concretara su utopía mayor, el Congreso Anfictiónico de Panamá. Los países convocados se contentaron con ser “parches provincianos, con poca influencia en el ancho mundo”, escribe Arana, radicando la responsabilidad en España (que nunca alentó los vínculos entre sus colonias) y en los caudillos: “Los caudillos persistían en reinar sobre sus pequeños feudos –sus sueños tan limitados como sus habilidades.” Un dato interesante del proyecto (que no se aborda en el libro) es la idea de Bolívar de ofrecer a Inglaterra el protectorado sobre la joven federación.
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Bolívar no solo vivía una contradicción insalvable: él mismo era una contradicción insalvable. Se sabía soldado y no gobernante. Le aburrían los pequeños problemas de la vida civil. Declaró una y otra vez: un hombre como él era peligroso para una república. Por lo demás, estaba genuinamente “fatigado de ejercer el abominable poder discrecional”, pero no estaba dispuesto a abandonarlo porque, a sus ojos, solo él tenía la fuerza y la legitimidad para alzarse sobre las facciones y mantener unida a la gran confederación que había creado. Debió serle intolerable desprenderse de ese sueño de gloria.
Ese lauro mayor, la Gloria, es palabra que aparece una y otra vez en sus escritos. No el dinero, no el poder, no el reconocimiento momentáneo sino el eterno. Su sacrificio de todos los bienes materiales (murió en la miseria), sus hazañas y sufrimientos físicos y morales merecían la Gloria, pero solo él podía juzgar la calidad de esa gloria que repetidamente se le ofrecía, y que nunca pareció ser suficiente. Con la biografía de decenas de héroes antiguos en mente (las cartas están pobladas de ellos) Bolívar buscaba el desenlace feliz de su libreto, pero no acertó a imaginarlo. Pudo hallarlo, como San Martín, en la grandeza moral de la renuncia y el exilio. O quizá lo halló, inadvertidamente, en una vieja institución del mundo clásico: el ostracismo.
Pero había otra razón en su apego al mando: el temor a la revolución y la “pardocracia”. Proyectando sobre América la particularidad étnica y social venezolana, proyectando sobre la vida civil la vida militar (y su traumática “Guerra a Muerte”), veía a América como un continente condenado por el pecado de sus “sangres”:
Todo lo que nos ha precedido está envuelto en el negro manto del crimen. Nosotros somos el compuesto abominable de esos tigres cazadores que vinieron a América a derramarle su sangre, y descastar con las víctimas antes sacrificadas para mezclar después los frutos espúreos de estos enlaces, con los frutos de esos esclavos, arrancados de África. Con tales mezclas físicas, con tales elementos morales, ¿cómo se pueden fundar leyes sobre los héroes y principios sobre los hombres? Muy bien: que esos señores teólogos gobiernen y combatan y entonces veremos el bello ideal de Haití; y los nuevos Robespierres serán los dignos magistrados de esa tremenda libertad.
Y sin embargo, Bolívar terminó por entrever la debilidad moral de su criollismo. Y en esos momentos, el fantasma de Piar se le aparecía. En noviembre de 1828, tras el fallido intento de asesinarlo (que de alguna forma atribuía a Santander), escribía el mea culpa de un criollo:
Ya estoy arrepentido de la muerte de Piar [...] y de los demás que han perecido por la misma causa [...] Lo que más me atormenta todavía es el justo clamor con que se quejarán los de la clase de Piar [...] Dirán, con sobrada justicia, que yo no he sido débil sino a favor de ese infame blanco.
Pero la tensión era insalvable, como demuestra su reacción a la revolución en México. En julio de 1829, lamenta que “la opulenta Méjico” se hubiera convertido en “ciudad leperada”: “nuevos san culotes, o más bien descamisados, ocupan el puesto de la magistratura y poseen todo lo que existe. El derecho casual de la usurpación y del pillaje se ha entronizado en la capital como Rey, y en las provincias de la Federación”. El responsable era Vicente Guerrero, a quien describe así:
Un bárbaro de las costas del Sur, vil aborto de una india salvaje y de un feroz africano, sube al puesto supremo por sobre dos mil cadáveres, y a costa de veinte millones arrancados a la propiedad.
No exceptúa nada este nuevo Dessalines: lo viola todo: priva al pueblo de su libertad, al ciudadano de lo suyo, al inocente de la vida, a las mujeres del honor. Cuantas maldades se cometen, son por su orden, o por su causa.
No por casualidad, tres años antes había escrito a Santander: “Estoy penetrado hasta dentro de mis huesos que solamente un hábil despotismo puede regir a la América.” Un hábil despotismo: el suyo.
La historia inmediata lo desmintió... y confirmó. El “hábil despotismo” del rudo llanero Páez, educado políticamente (y hasta en los modales de mesa) por los ingleses, presidió el arranque de la institucionalidad republicana de Venezuela, que sería precaria pero no siempre anárquica. En cuanto a Santander, el “petulante hombre de las leyes”, fundó sobre bases sólidas, sin despotismo alguno, la vida constitucional colombiana, que con toda su endémica violencia, ha durado 183 años. Pero en “la opulenta México”, Bolívar con el tiempo acertó en predecir el advenimiento de un “hábil despotismo” casi copiado de la Constitución de Bolivia: el régimen de Porfirio Díaz.
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Fue un buen lector y aún mejor escritor. “He leído mucho, y sobre todo cultura clásica”, apuntaba en una carta de 1825. Su biblioteca portátil, además de Plutarco, Montesquieu, Maquiavelo, Rousseau y Benjamin Constant, incluía entre otras obras La Ilíada y La Odisea, los Comentarios de César, nueve volúmenes de Federico el Grande, La riqueza de las naciones y The Federalist, en el original. Pero sus lecturas no eran contemplativas sino urgentes y prácticas, lo cual contribuye a hacerlo un escritor sorprendentemente moderno, dueño de una prosa firme, directa y clara. Y su modernidad no es solo estilística sino política, porque los complejos problemas de legitimidad y diseño constitucional que enfrentó siguen siendo los nuestros. La consolidación de un orden republicano que con sus debidos equilibrios evite la tiranía y la revolución sigue siendo un tema vigente en América Latina.
Es lamentable cómo las lecturas posteriores distorsionaron la originalidad de su proyecto republicano. Bolívar no fue un determinista social o un darwinista, ni un profeta romántico del nacionalismo iberoamericano opuesto por razones de raza y cultura al mundo anglosajón (que admiraba). Tampoco fue un precursor del fascismo italiano ni del franquismo (que lo quisieron reivindicar como propio), mucho menos el padre de esa rara especie de teocracia revolucionaria erigida sobre su nombre, como la que impera en Venezuela.
Nada más lejano a su ideal republicano. Hugo Chávez llevó el culto a Bolívar –tradicional en Venezuela desde mediados del siglo xix– a extremos desconocidos de deificación propagandística: sostuvo que la historia se había detenido en 1830 (año de la muerte del libertador) pero recomenzaba en 1999, con la llegada del nuevo Bolívar (el propio Chávez). Y fue más lejos: cambió el nombre del país a “República Bolivariana de Venezuela” y decretó que Bolívar había sido un precursor del socialismo del siglo xxi, un enemigo del imperialismo y hasta descendiente de una esclava. En las reuniones de gabinete dejaba una silla vacía junto a la suya para compartir el gobierno con el espíritu del héroe y presenció personalmente la exhumación de sus restos para demostrar su convicción de que había sido envenenado. En pinturas murales de las calles de Caracas era común ver la imagen de Chávez junto con las de Bolívar y Cristo, formando la Santísima Trinidad de la Revolución.
Bolívar, el republicano, se volvería a morir (o volvería a tomar las armas) ante el ascenso de un clásico demagogo que para colmo encarnó la revolución social que Bolívar siempre temió y repudió. Su vinculación con la tradición socialista es simplemente falsa, además de anacrónica. No obstante, si miramos de cerca, Chávez fue genuinamente bolivariano en dos aspectos: su óptica militar de la vida civil y su sueño de ocupar la presidencia de manera vitalicia. Y hay al menos un ámbito en el que cabe argüir que Chávez, con toda su desmesura, pudo haber representado un avance con respecto a su héroe: alentó la participación política de las mayorías étnicas. Por desgracia, Chávez incurrió en la tentación opuesta: el racismo contra los blancos.
Bolívar permanece inabarcable: un personaje del mundo clásico extraviado en el paisaje extraño y hostil de la América española; un patriarca criollo sobre un volcán a punto de estallar, un héroe republicano en busca de Gloria. En aquel poema en prosa, en una hipérbole abstracta, típica de la época, Bolívar refirió cómo “el Tiempo mismo” lo reconocía. En el tiempo real, el histórico, el nuestro, hay pocos personajes a tal grado dignos de ese reconocimiento. ~
Una versión de este ensayo aparece en The New York Review of Books del 6 de junio de 2013.
Enrique Krauze
Historiador, ensayista y editor mexicano, director Letras Libres y Editorial Clío.
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Fuente:
https://www.letraslibres.com/mexico-...onio-la-gloria
domingo, 4 de agosto de 2019
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EL ATILA DE AMÉRICA
Por Xavier Padilla
Bolívar en carta a Santander el 7 de enero de 1824: «...me suelen dar, de cuando en cuando, unos ataques de demencia aun cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón, sin sufrir el más pequeño ataque de enfermedad y de dolor». Ante tales confidencias, difícil luego no establecer una relación de causa-efecto entre estos extraños padecimientos y el hecho de que el sujeto era en realidad un verdadero azote.
Nos cuenta Pablo Victoria que en agosto de 1813 Bolívar arrasó pueblos enteros, pasando por las armas a todos los españoles y canarios que en ellos habitaban. En septiembre decretó reclutamiento y ejecutó a todos los que se negaron. Ejecutó a 69 españoles sin juicio. En diciembre derrotó al ejército realista en Acarigua y ejecutó a 600 prisioneros. El 8 de febrero de 1814 ordenó ejecutar a aproximadamente 1200 prisioneros civiles de La Guaira, Caracas y Valencia.
Y así fue, año tras año, desangrando a su paso a una nueva civilización. También asesinó a los náufragos de un barco español en Margarita. Saqueó y asesinó en Santa Fe. Mató a los prisioneros de la batalla de Boyacá, otra en la que la totalidad del ejército realista estaba compuesta por americanos exclusivamente. El Che Guevara es un niño de pecho.
Pero para redondearnos la falsa imagen que tenemos de este Atila de América, nos han contado que debido a su gran humanidad no sólo murió de tristeza, sino pobre, sin siquiera una camisa que ponerse. No es precisamente, sin embargo, lo que deducimos a la lectura del inventario levantado por su sobrino, Fernando Bolívar, y su mayordomo, José Palacio: «el “Libertador” tenía consigo al momento de su muerte 677 onzas de oro, una vajilla de oro macizo con 95 piezas, otra de platino con 38 y una tercera de plata martillada con 200 piezas. También tenía 36 baúles con ropa de uso personal, docenas de camisas, un baúl con 35 medallas de oro y 471 de plata, 95 cuchillos y tenedores de oro, joyas con piedras preciosas y varias espadas de oro con brillantes, amén de una pensión vitalicia de 30.000 pesos anuales (3 millones de euros aprox.) que le concedió y entregó el Congreso Constituyente de Colombia cuando partió para Cartagena en 1830, en vísperas de su muerte».
Al parecer con esta sola pensión «le habría alcanzado para vivir decorosamente en Europa, adonde se disponía a marchar». Así que ni tan pobre, pues, ni con dos corazones. Nuestro ídolo de nacimiento, infancia y madurez, nuestro símbolo encarnado de libertad, venimos a descubrir que primero nos asesinó, nos saqueó y nos expropió, para que luego fuésemos tan felices que ni pudiésemos recordar lo triste que fuimos como provincia envidiablemente próspera y apacible del país más grande y rico del planeta. Esas son memorias ciertamente muy pero muy duras de recordar, ¿eh? En ello no se equivocó nuestro genocida republicanizador.
Todos los gobiernos subsiguientes (TODOS sin excepción) se encargaron, como buenos subsidiarios del mito, de protegerse su poder con nuestra memoria postiza: que los ojitos del bárbaro nos bendijesen para siempre desde el centro de nuestras plazas, que Carabobo fuese un arcano altar masón a nuestro genocidio, que el aeropuerto principal, las torres del centro y todo lo preponderante, grande y trascendental en el país llevase siempre el nombre del Libertador. Porque nada, nada debemos recordar, ni mucho menos tratar de recuperar...
Pero hete aquí que la gloria de tres siglos puede más que los saraos de dos. Afortunadamente, la era de internet llegó para acceder a la información histórica y difundirla. Esa otra parte jamás contada. Los documentos del transe, de las intenciones de entregar a Gran Bretaña zonas enteras del continente, a cambio de apoyo para llegar él mismo al trono. Estamos hablando del antiimperialista por excelencia, cuya meta no era otra que coronarse Rey de las Américas. Y por tanto Emperador.
Pero los testimonios últimos, de un descaro sin igual, en los que pide a otros –habiendo perdido ya toda posibilidad al trono– que comuniquen a España su voluntad de ponerla nuevamente al mando de las Américas, es como mucho con demasiado oprobio. Habría que ser a posteriori bien bajo de alma –o no poseer una del todo– para pasar del orgulloso Libertador, del adalid antiimperialista, al felón que expresa «que la restauración del dominio de España, por despótico y tiránico que fuera, sería una bendición para Sudamérica puesto que aseguraría su tranquilidad» (William Turner, ministro británico en carta del 27/4/1830 relatando a su gobierno palabras dichas a él por Bolívar).
Todo esto lo dice en el contexto de un proyecto personal fallido de emperador «a la Bonaparte», que en el ocaso de un desastre genocida vendido de punta a punta como libertario no encuentra mejor postrera patada de ahogado que chantajear a Europa, 4 meses antes, con la perla siguiente reportada a Gran Bretaña por Mr. Bresson (agente nombrado por el gobierno francés para proponer un plan de monarquía para las Américas), según su conversación del 25/1/1830 con Bolívar, en la que éste le espeta: «que si Europa no estaba dispuesta a hacer un esfuerzo, sería mejor que ayudara a España a reconquistarlos y volverlos a colocar en la clase de sus colonias».
Allí mismo también confiesa que él, «si Europa lo hubiese ayudado y no fuera por sus primeros compromisos de liberalismo, habría establecido en todos los países gobiernos que SO MÁSCARA REPUBLICANA se hubieran acercado al poder Real». Un proyecto republicano para esconder uno monárquico, uno antiimperialista para tapar uno imperialista.
Estaba a la orden del día, pues, el gigantesco doble rasero de este señor, descrito por el cura José Torre y Peña como «Con aspecto feroz y amulatado. De pelo negro y muy castaño el bozo. Inquieto siempre y muy afeminado. Delgado el cuerpo y de aire fastidioso. Torpe de lengua, el tono muy grosero; y de mirar turbado y altanero». Y por José Domingo Díaz como «joven ya conocido por un orgullo insoportable, por una ambición sin término y por un aturdimiento inexplicable».
La bandera de los Derechos del Hombre a disposición del conjurador del Monte Sacro para perpetrar genocidios, empalar civilizaciones. He ahí las bases de nuestra historia republicana, un bárbaro refrito de la guillotina francesa. Una población descabezada, sin memoria, atrapada en una farsa que la aparición del petróleo consiguió postergar (y casi validar), pero que la misma rapiña congénita del abolengo bolivarista también redujo a ese mismo negocio que desde 1810 se quiso llamar Patria. Eso es Venezuela, una hispanidad decapitada.
X. P.
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Fuente:
Xavier Padilla
viernes, 12 de julio de 2019
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LA HISTORIA REAL DE LA «INDEPENDENCIA» DE VENEZUELA
Por Xavier Padilla
En 1800, todos los venezolanos éramos españoles. Decir «venezolanos» era como decir margariteños o falconianos. En otras palabras, provincianos. ¿Quién si no algunos engreídos MUCHACHITOS afrancesados podían sentirse disminuidos por ello?
Venezuela era una decentísima y próspera provincia española que, justo en los 27 años previos a la atroz revolución Bolivariana (la original) había triplicado su economía gracias al libre comercio de sus puertos decretado por el rey Carlos III. Nada justificaba la retórica independentista, sólo la resentida ambición de un oportunismo mantuano, muy minoritario.
En 1810, con esta revolución pseudo-patriota, nuestra envidiable prosperidad se detuvo por completo. Venezuela, que no era una colonia, sino una provincia del reino, aquella que algunos sobrevivientes al desastre revolucionario luego recordaron como «la más feliz del universo», pasó a ser una tierra arrasada, la más triste y abusada del reino. Si alguna vez fue la provincia del crecimiento y la abundancia, es porque el país al cual pertenecía no era otro que España, el más grande y rico del planeta.
Nuestra moneda, el «Real de a 8», era la divisa internacional por excelencia (equivalente al dólar actual), la referencia incluso en el comercio asiático. Éramos parte del país más extenso de la Tierra, en el continente americano íbamos desde Argentina hasta Canadá. Llegamos incluso a poseer Alaska.
Estados Unidos era pequeñísimo, su expansión ulterior se produjo sobre lo que habían sido tierras españolas.
España fue objeto de una conspiración múltiple, atacada simultáneamente por Francia, Holanda y Gran Bretaña, y desde dentro por Bolívar y San Martín, ambos en alianza con Gran Bretaña, países a los que pagaron con ingentes cantidades de riquezas del continente. Con dinero también montaron sus ejércitos, llenos de mercenarios y tropas extranjeras.
Se enfrentaron a una población local, orgullosa y leal a la Corona, compuesta de las clases populares, incluyendo la aborigen. Antes que venezolanos TODOS éramos españoles, tanto los nacidos en Europa como los nacidos en América. Con los mismos derechos gentilicios. Los esclavos eran españoles, estaban protegidos por leyes que les permitían comprar su libertad por el mérito y el trabajo. Por eso no sólo había negros en el ejército, sino incluso negros generales. Igualmente pasaba con los indios, eran tan españoles como el resto de los venezolanos y tenían aún más leyes protectoras. Nadie podía tocarles sus tierras. Eran realistas, y muchos también oficiales.
Los ejércitos de la Corona en el continente no estaban conformados por ibéricos sino por americanos. Pero siendo la primera potencia del mundo fuimos traicionados por un grupo de mantuanos oportunistas que quisieron apoderarse de la región, en un momento en que debieron defender a nuestro reino, gracias al cual habíamos alcanzado ser la próspera civilización que éramos.
Nuestra región fue descrita en 1800 –esto es, 10 años antes de la revolución– por el sabio naturalista alemán Alexander Von Humboldt como «la región más próspera y apacible del planeta».
La legendaria crueldad del imperio español es, pues, una leyenda, la gran mentira con la que todos en la Venezuela republicana fuimos adoctrinados, incluso antes de ir a la escuela: a nuestro himno le ocurre tener, no casualmente, un aire de canción de cuna. Pues tal parece que de hecho era una, a la cual cambiaron el nombre y la letra.
La propaganda anti española fue brutal, con ella se borró nuestro gran pasado. Fue orquestada y difundida en Europa por los reinos rivales, y utilizada intramuros en las provincias por los separatistas.
La historia que conocemos fue escrita enteramente por los actores triunfales de la conspiración. Una que no dejó nada en pie, y que habiendo logrado la desintegración del continente vendía entonces un proyecto de integración tan ridículo como el de la Gran Colombia, una integración que ya existía ampliamente y había sido la gran obra del reino.
El caso es que con la mal llamada «independencia» el continente quedó balcanizado en 22 republiquetas pobres y rivales, disputándose tierras y poder, en una región ahora completamente arrasada por las guerras y el pillaje.
Los republicanos robaron todo, hasta las iglesias. Las élites que tomaron el poder reconstruyeron las ciudades y pueblos a base de expropiaciones. Los indios perdieron sus tierras, subastadas por los revolucionarios y compradas por nada por los propios subastadores, mantuanos secesionistas. Las disputas mantuanas intestinas por el poder se sucedieron de una generación a otra a lo largo del siglo, las guerras continuaron, pero ahora entre republicanos, como es típico entre codiciosos. Con ellas se condenó la región al atraso.
Después de la «independencia», esas guerras que caracterizaron al siglo XIX se hicieron terribles hacia el final del mismo. Luego, en el XX, apareció el petróleo, un preciado fósil que le dio a Venezuela la impresión de que finalmente todo tuvo sentido, y de que había un futuro a pesar del desastre. Pero con dicho rubro milagroso sólo aumentaron las pugnas domésticas, y no tanto la riqueza.
Con mucho menos recursos, en otros países y regiones del mundo se hizo y se sigue haciendo infinitamente más que en Venezuela.
Todas las élites empoderadas desde la independencia le deben pues su poder a Bolívar, por supuesto, el bandido que les dejó un país para su disfrute personal (he ahí el verdadero significado de la tan cacareada «Libertad»), y por eso todos los gobiernos posteriores a Bolívar obviamente le han rendido culto. Especialmente el chavista. «Bolívar, el padre de la patria», la de ellos…
Venezuela debe, pues, fundarse después de este último Estado forajido bolivariano sobre la base de un proyecto hispánico enteramente nuevo y deslastrado de toda simbología independentista decimonónica; es decir, no refundarse sino fundarse como 1ra República, no como 6ta, por aquellos que ganen la guerra contra la actual tiranía.
¿Pero tendrán suficiente consciencia histórica quienes venzan…? Me temo que no, pasarán aún muchos años antes de que sepan quiénes originalmente somos, seguirán adorando a Bolívar en sus plazas, y en un santiamén brotará el mismo bárbaro protagonismo.
X. P.
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Fuente:
Xavier Padilla
Simón Bolivar, masón y asesino, con Pablo Victoria - El pasado que no pasa 35
España entregó a Hispanoamérica la civilización occidental: la religión, la lengua y la cultura. Los enemigos de la Cristiandad hispánica no cejaron en su propósito de sembrar y financiar las semillas del odio y la traición, que llevaran a la rebelión y la venganza sangrienta de los españoles de América contra la Madre Patria. Uno de los aspectos menos conocidos en la narración de la emancipación de los virreinatos de América es una tragedia, ya que no solo se refiere a épicas batallas, sino porque también es una historia de crueldad humana y de genocidio. Es decir, la carnicería fuera de combate que Simón Bolívar desencadenó contra miles de indefensos e inocentes españoles en la Nueva Granada (Colombia) y Venezuela, dos países claves para comprender el drama que se desarrolló en las dos orillas del Atlántico.
Para desarrollar este tema contamos con Pablo Victoria, autor de El Terror Bolivariano. Guerra y genocidio contra España durante la independencia de Colombia y Venezuela en el siglo XIX.
https://www.youtube.com/watch?v=M0B8cwzfvf4
https://www.youtube.com/watch?v=M0B8cwzfvf4
Capuchinos catalanes en la Guayana
Cesáreo Jarabo 01/03/2024
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En 1637, Juan de Urpí del Pou, natural de Piera, en Barcelona, fundó La Nueva Barcelona en Venezuela, donde acudieron en misión los Padres Misioneros Observantes del Colegio de la Purísima Concepción, de la Propaganda Fides de Nueva Barcelona, cuya labor consistiría en fundar un pueblo con los indios de la zona.
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En 1.686 arribaron los jesuitas Andrés Ignacio y Alfonso Fernández a la Guarnición de Santo Tomé de Guayana, misión que acabaron abandonando a favor de los Misioneros Capuchinos Catalanes, que llegaban autorizados por Real Cédula de 7 de febrero de 1686, confirmada el 29 de abril de 1687 y el 24 de junio de 1722, cuando los padres Tomás de Santa Eugenia y Benito Moya llegaron para la fundación de futuras misiones, la primera de las cuales, la Misión de la Purísima Concepción de Suay fue fundada el 5 de mayo de 1724, que al siguiente año sería trasladada al río Caroní, donde sería renombrada Misión de la Purísima Concepción del Caroní, no sin antes haber sido atacada por piratas, huelga decir que ingleses y holandeses.
En su nueva ubicación plantearon un sistema de desarrollo cultural de los naturales que les facilitaba un sistema económico encarado al beneficio directo de la comunidad, de forma similar a la aplicada por los jesuitas en las reducciones del Paraguay.
Las comunidades originarias, caribes, waikas y otras tribus antes enfrentadas fueron integradas al sistema de manufacturas. Cada día los niños y adolescentes asistían a la escuela hasta las diez de la mañana, donde volverían a incorporarse a las tres de la tarde cuando se impartía catequesis.
Pero no todo era paz; las misiones debían defenderse de diverso tipo de ataques; fuese de piratas o de otros indios salvajes, especialmente caribes.
En principio, la relación con población española estaba restringida, llegando con el tiempo a tener un contacto prolongado, cuando se consideraba conveniente que accediesen a conocimientos de técnicas especializadas de trabajo.
La cédula real facultaba a los capuchinos para fundar pueblos de indios y para fundar pueblos donde se juntasen estos con blancos, mulatos y negros, pero guardando para los indios el gobierno del pueblo, siendo admitida la otra población como elementos que facilitasen la socialización.
Acabaron constituyendo once vecindarios de españoles repartidos en cuatro ciudades y siete villas, y sesenta y dos misiones de indios, que en conjunto sumaban una población de cerca de 25.000 vecinos, trece mil de los cuales pertenecían a distintas “naciones” indias.
El desarrollo social, económico y cultural debía cumplirse en un proyecto global de socialización que en principio los capuchinos entendieron, debía empezar en la aclimatación de los naturales a los campos de labranza y en la aplicación de pequeños ingenios azucareros que permitiesen la viabilidad económica de la reducción.
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Viabilidad que se vio reforzada cuando en 1724 estos misioneros compraron 100 cabezas de ganado vacuno, a las que se unió el aporte de 28 vacas y 2 toros, que fueron regaladas por Pedro Figuera, rico propietario de los llanos de Anzoátegui, y que acabaría siendo de especial significación para el desarrollo de la misión. En 1810 se había creado una cabaña de 200.000 reses que se encontraba ubicada en el territorio que desde 1734 era controlado por las Misiones Capuchinas, y que se extendía desde Angostura hasta el río Esequibo colindante con la Guayana Holandesa y Francesa.
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Si desarrollaron ampliamente la ganadería, también abordaron el cultivo de algodón, que tras ser preparado en Cumaná sería remitido a las fábricas textiles de Cataluña, y la actividad económica se completaba con el curtido de cueros suministrado por su creciente cabaña ganadera, el cultivo de tabaco, del café y la producción de añil, y el circuito se cerraba con la participación de la Real Compañía de Comercio de Barcelona, que distribuía los productos en la Península, siendo que en los primeros años del 1800 las misiones se habían convertido en excelentes unidades agropecuarias, metalúrgicas y mineras.
En el sector agropecuario eran grandes productores de ganadería bovina, caballar y mular; referencia necesaria en la cría de cerdos y aves de corral, en el cultivo de algodón, de la caña de azúcar, de tabaco, maíz, yuca o arroz…
Y la gran producción ganadera, lógicamente daría lugar al desarrollo de sus derivados; así destacaron en la manufactura de queso, en el curtido de pieles, en la fabricación de zapatos, así como en la de todo tipo de objetos textiles derivados del algodón y de la lana de oveja, produciendo también hamacas, cordeles, y otros elementos de gran demanda.
En el terreno industrial, los talleres de forja y herrería suministraban los elementos necesarios para el cultivo de la tierra… y completaban la producción con la extracción de oro en el río Caroní.
También desarrollaron la producción de la quina, con la que preparaban un extracto (de Cortex Angostura), que distribuían a todas sus instalaciones.
Lógicamente, toda esa ingente actividad debía estar servida por personas que desarrollasen los diversos oficios: agricultores, ganaderos, mineros, sastres, zapateros, carpinteros, albañiles, herreros, curtidores de pieles… Todos formados por los capuchinos, que llegaban incluso a fabricar acero que posteriormente sería trabajado en una fragua para ser transformado en herramientas varias: hachas, azadones, arados, palas, picos, machetes, clavos, tenazas, martillos, puntas para lanzas, ejes para carretas, pletinas para forrar los ruedas de los carros, etc.
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Este espectacular desarrollo no pasó desapercibido para aquellos que venían tramando la invasión; así, el geógrafo que sirvió los intereses de la Gran Bretaña, Alexander Humboldt, relata en sus informes aspectos como los siguientes:
Las situaciones locales de la vieja y nueva Guayana …/… tiene además la ventaja de cubrir hasta cierto punto los hermosos establecimientos de los capuchinos catalanes del Caroni. Estos establecimientos podrían atacarse desembarcando en la Orilla derecha del Brazo Imataca; pero la embocadura del Caroni, en donde las piraguas se resienten del movimiento de las aguas, en el Salto de Caroni, está defendida por los fortines de la vieja Guayana. (Humboldt)
Las misiones de los capuchinos catalanes comprendían, en 1804, 60,000 cabezas de bueyes, a lo menos, pastando en los prados que se extendían del extremo oriental de Larony y el Paraguay hasta las orillas de Imataca, Curumu y Guyuni. (Humboldt)
Una labor que se desarrolló a lo largo de 131 años y tuvo un brusco final el 7 de mayo de 1817, cuando los últimos dieciocho frailes y dos enfermeros de la Misión fueron asesinados por las fuerzas de Bolívar a lanzazos y machetazos y sus cuerpos mutilados arrojados a las aguas del río Caroní.
Podremos pensar que, al menos, se salvaría de la debacle la inmensa labor realizada; los campos de cultivo, las fraguas, las plantaciones… Y erraremos. Todo sería destruido por las tropas de Bolívar.
Semejante actuación da lugar a un abanico de explicaciones.
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La primera que viene a la mente revierte necesariamente en los intereses británicos. Puntualizando: la acción de Bolívar en este caso, como en los demás, obedeció a las instrucciones de sus mandos, residentes en Inglaterra; instrucciones a las que Bolívar no se podía sustraer, aun suponiendo que lo hubiese deseado, ya que estaba rodeado de personajes ingleses que lo asesoraban y lo dirigían; el primero, su asesor Daniel O’leary.
Los pasos previos a la materialización del crimen nos presentan a Manuel Piar escribiendo a Bolívar que la Guayana era el único lugar de Venezuela donde se veía abundancia y campos cultivados, pero que también la resistencia popular era de importancia, siendo causa de la misma el influjo de los padres misioneros sobre la población, que les resultaba hostil. Caso similar al de Pasto.
La respuesta de Bolívar a Piar cuando finalmente comunicó este la detención de los frailes fue: ¿Por qué no los han matado?
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Luego del asesinato masivo se producirían declaraciones varias exculpándose todos. La verdad es que nadie osaba contradecir una orden de Bolívar, y la verdad es que la noche antes del asesinato, Piar comunicó a los reos que serían ejecutados al día siguiente, momento en que el prefecto se revistió los hábitos, celebró el Santo Sacrificio de la Misa, y toda la comunidad recibió la Santa Comunión, tras lo cual entonaron cantos litúrgicos hasta que fueron asesinados a las cinco de la mañana. El Jefe del Estado Mayor, General Carlos Soublette, fue quien dispuso el lugar donde debía llevarse a cabo la ejecución.
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La historiografía bolivariana ha creado un teatro alrededor de estos hechos, intentando exculpar a Simón Bolívar, obviando el hecho que, a pesar de amenazar con sancionar debidamente a quién asesinó a los capuchinos, jamás hubo ninguna sanción… y más… los hechos se produjeron siguiendo sus instrucciones conforme a lo requerido en su decreto de “guerra a muerte”, y aún más, casi culpando del hecho a José Tomás Boves, patriota que se enfrentó con un ejército de llaneros a la tiranía de Bolívar, sobre cuyas tropas aplicó la misma táctica que previamente había dictado aquel.
La masacre no se limitó a los veinte asesinados del 17 de mayo, sino que alcanzó un total de treinta cuatro frailes, y su más directo implicado fue Jacinto Lara, que estaba al frente del mando militar y político de Caruachi… y tras las protestas verbales de Bolívar por estos hechos, siguió siendo hombre de confianza de Bolívar.
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Daniel O’Leary, el cronista de Bolívar, relata así el hecho:
Temeroso el Jefe Supremo de que emplease el influjo que tenían sobre los indígenas, para separarlos de la causa patriota, e informado por el gobernador del territorio de sus manejos sediciosos, dio orden por conducto del Estado Mayor de que les enviasen a la “Divina Pastora”. El coronel Lara, que estaba recién llegado a las Misiones, o ignoraba la existencia de una población de ese nombre, interpretó la frase como una orden de matarlos, y la ejecutó sin demora. Este acontecimiento fue sentido por todos los patriotas, pero especialmente por el coronel Lara y el Jefe Supremo. La orden dada por este y malinterpretada por un obediente y celoso militar, fue la causa de tan deplorable desgracia.”
El único beneficio que sacó Bolívar de la destrucción de tan magnífica obra fue una enorme cantidad de mercancía que se encontraba almacenada en las Misiones: cuero curtido, maíz, algodón, telas, lingotes de acero y de oro, mulas, caballos y ganado… Todo lo demás desapareció; la estructura productiva de las Misiones, agrícola, ganadera, minera y artesanal, fue destruida; se abandonó la minería y se destruyeron los hornos que servían para la fabricación de acero o para la alfarería; se destruyeron los talleres que atendían las diversas producciones; se abandonaron los campos de cultivo, y se dispersó la fuerza laboral indígena que habían hecho posible tal desarrollo. Otros, como venía siendo habitual, fueron forzados a integrarse en el ejército revolucionario (para el caso en el de Manuel Piar), en el que la Legión Británica era el cuerpo estrella.
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En 1818, un año después de la desaparición de los frailes capuchinos, la Misión Purísima Concepción del Caroní que había contado con cerca o más de mil habitantes, estaba habitada por cinco indios viejos.
En dos años cambió radicalmente el panorama de la región. Desaparecieron poblaciones enteras, y con ellas desaparecieron conocimientos milenarios; desapareció su cosmovisión, sus leyendas, sus conocimientos botánicos, su historia… y desapareció la cultura y la riqueza aportada por aquel grupo de españoles que abandonaron su Barcelona, su Manresa, su Tarragona, su Piera… natales en busca del gigantesco y quijotesco ideal de llevar a Jesucristo y con él los sueños de libertad a nuevas gentes.
Las grandes manadas de reses que había poblado el territorio eran ahora un recuerdo que sonaba a mito; los caballos y las mulas, que antes prestaban sus servicios en la gran maquinaria productiva, desaparecieron, y todo quedó en la más absoluta ruina.
Se perdieron las minas, las tierras, los telares, las fraguas… La población huyó a la selva y la que no huyó sirvió como carne de cañón a los “libertadores”, y sobre todo a los amos de los “libertadores”, que vieron cómo había sido destruida hasta los cimientos una industria cuyo funcionamiento era un obstáculo mayúsculo para sus objetivos.
https://espanaenlahistoria.org/perso...en-la-guayana/