Islas del Pacífico: El Legado Español,
Madrid: Lunwerg, 1998, pp. 27-35.

Primeros contactos
Cristianización
La colonia remota
Contactos privados
Conclusión
Citas


ESPAÑA EN EL PACÍFICO

INTRODUCCIÓN

La distancia ha sido el principal condicionante para la presencia de España en el Pacífico. A lo largo de los siglos XVI a XIX, cruzar un océano era hacer un viaje que muy pocos podían realizar dos veces. Nadie compraba el billete de vuelta, y viajar a un pequeño punto en un segundo mar, por tanto, tenía dificultades de todo tipo que muy pocos estuvieron dispuestos a afrontar. A pesar de esta distancia, el “Galeón de Manila”, la ruta anual entre Manila y Acapulco que fue el cordón umbilical de la colonización española en Filipinas, tuvo un papel importante en conseguir una atención preferente hacia Guam, la principal isla micronesia, que constituye el 20% de las tierras emergidas de la región. Los esfuerzos hispanos de cristianización y colonización comenzaron en esta isla, siguiendo por el resto de las Marianas, Palaos y Yap, para intentarlo finalmente en las islas Carolinas Orientales. El éxito y empeño de estos intentos también dependió de esa distancia. Mientras que la evangelización completa de Guam se llevó a cabo en el siglo XVII, en Palaos y Yap necesitó de varios intentos para lograr su implantación. En las Carolinas Orientales, el desenlace fue distinto. El intercambio mutuo dependió de los kilómetros y los días de camino hacia México, Filipinas o la Península Ibérica.

El contacto entre España y las poblaciones nativas de Oceanía se puede dividir en cuatro períodos. 1) Los primeros contactos cubren los años que van entre 1521 y 1688, desde la primera expedición comandada por Magallanes hasta que se decidió evangelizar la isla. 2) El segundo período fue el de la cristianización y colonización, y su desarrollo principal es entre 1688 y 1817, con una vida económica definida por el paso anual del Galeón de Manila. 3) El tercero, desde 1817 hasta 1899, va desde las independencias de las colonias españolas en América Latina y el fin del Galeón de Manila hasta el fin de la administración española. Micronesia pasó a estar en el punto más alejado del imperio español y los contactos eran mínimos. 4) En el siglo XX, la relación mutua perdió el carácter dominador/dominado. Libre de la influencia estatal, pasó a ser impulsada desde instituciones privadas.

1.- Primeros Contactos.

Según los relatos contemporáneos, la llegada de los primeros españoles a las islas de la Micronesia no afectó mucho a sus habitantes, ni en su forma de vida ni en sus costumbres. No obstante, la sorpresa de poder observar gentes racialmente tan diferentes, vestidas y con unos barcos tan grandes hubo de ser importante para aquellos, como los habitantes de las islas Marianas o chamorros, que se encontraron con el primer barco que dio la vuelta al mundo. En el relato de este primer contacto mutuo, el cronista oficial, Antonio de Pigafetta aseguraba que, aunque había visto poco de los chamorros, no había duda de que pensaban ser los únicos habitantes del planeta. Los españoles tampoco tenían una idea muy clara de cómo era el mundo e iban camino de aprender que la tierra era redonda. También se sorprendieron de las costumbres de esos chamorros, porque éstos se apoderaron inmediatamente de un esquife (bote usado para medir la profundidad en las aguas superficiales) que iba amarrado a la popa de uno de los buques. Las llamaron islas de los Ladrones

Este primer encuentro muestra las características de la relación mutua en este período: ni unos ni otros se entendieron. Los contactos, por tanto, tuvieron un carácter ambivalente dependiendo del momento y de los intereses de cada grupo. Algunos chamorros sufrieron pérdidas por los ataques de los españoles tras el robo del esquife, pero ello no evitó que al día siguiente se siguiera comerciando e intercambiando productos e incluso que les permitieran bajar a tierra firme. Los españoles, por su parte, no sabían la costumbre de muchos pueblos del Pacífico de presentar regalos a los receptores ni de su derecho a tomar lo que quisieran de sus visitantes. El concepto comunal de la vida entre los chamorros hacía innecesaria la idea de propiedad individual o de pedir permiso para tomar algo. A pesar del incidente del esquife, el propio Pigafetta les calificó como gente pobre e ingeniosa y se refirió con admiración hacia sus proas o rápidas embarcaciones con una sola vela, que manejaban con una admirable destreza, imposible de conseguir en los barcos españoles.

Pasados los años, el número de barcos pasando por Micronesia en busca de nuevas tierras y rutas declinó. Los sueños de descubrir islas de oro y plata, tal como se imaginaba sobre las legendarias Ofir y Tarsis, se fueron desvaneciendo y la relación se estabilizó una vez que los galeones desde México en dirección a Manila comenzaron a llegar regularmente. En un principio, los viajeros no desembarcaban e intercambiaban los productos por medio de cuerdas tendidas entre las proas y los galeones. Algunos llegaron a tierra y los resultados fueron variables. El naufragio de la nao Nuestra Señora de la Concepción en 1638 acabó con un buen número de pasajeros desaparecidos en las costas de Saipán, pero también con otros que salvaron su vida, recibiendo buen trato e instalándose en Tinián. Algunos, incluso, fueron llevados a las Filipinas en proas por orden de Quipuha, jefe de fama legendaria de la isla de Guam.

La ambivalencia parece ser la característica principal de estos primeros contactos. Durante apenas siglo y medio, el contacto entre españoles y chamorros fue intermitente y muy escaso, menos aún con el resto de los habitantes de Micronesia. Se limitaba normalmente al intercambio de productos de la tierra por clavos u otros productos curiosos, con algunos intentos de evangelizar y algunos náufragos que llegaron a conocer mejor a los micronesios. La regularización de los contactos por medio del Galeón anual convirtió a Guam y a La Bocana, el canal entre Guam y Rota por donde había de pasar camino de Manila, en lugares estratégicos.

2.- Cristianización

A esta creciente importancia estratégica se unió el interés personal del padre jesuita Diego de Sanvitores por cristianizarles. Tras haber pasado por Guam, decidió encomendar su vida a la evangelización de sus habitantes. Y a diferencia de otros que lo intentaron antes, prefirió esperar a implicar al mayor número de personas y a conseguir la suficiente financiación. En consecuencia, no pudo volver hasta pasados seis años, pero para entonces las posibilidades reales de evangelización eran mucho mayores que las de sus antecesores. Consiguió el apoyo de la reina Mariana de Austria, mujer del rey Felipe IV que ejerció como Reina Regente entre 1665 y 1677, hasta la coronación de su hijo, Carlos II, y la financiación de varias instituciones. Las cadena de islas, en consecuencia, recibió el nombre de Islas Marianas.

En 1688, Sanvitores desembarcó en Guam con otros cinco sacerdotes y en sus comienzos la evangelización progresó sin problemas. Se les ofrecieron tierras, desde otras islas se pedía que enviara alguno de los misioneros e incluso los nativos accedían a participar en los ritos cristianos, bautizándose muchos de ellos. Los problemas comenzaron cuando los chamorros comprobaron el choque con sus propias costumbres. Sanvitores comenzó a destruir los cráneos de los antepasados y a considerar inexcusable que personajes de importancia, como Quipuha, fueran enterrados en la iglesia y no bajo las casas familiares para proteger a los vivos, tal como afirmaban las creencias chamorras. La curiosidad tornó en una hostilidad que después devino en violencia. El propio Sanvitores murió en 1672 y este hecho llevó al empeño definitivo de los españoles por instalarse en Guam y por cristianizar a sus habitantes. Sanvitores había conseguido arrastrar al reacio gobierno de Filipinas. El éxito ya no dependería en exclusiva de él sino que fue su muerte la que desencadenó la consecución de su objetivo final.

Los enfrentamientos se sucedieron y las consecuencias de estos conflictos fueron muy importantes, porque disminuyeron fuertemente la población chamorra. La guerra, obviamente, tuvo un papel importante en ello, pero también la llegada de los primeros contagios infecciosos, para los que no estaban preparados los nativos, así como la escasez de alimentos o las calamidades naturales. Estos momentos pueden considerarse la primera crisis psico-cultural chamorra, según menciona Laura Thompson. Otra de las principales consecuencias de estas guerras fue el realojamiento obligatorio de los chamorros en Guam, Saipan y Tinian y principalmente en la primera isla, necesitada de trabajadores. Ello, principalmente por la escasez de missioneros y la imposibilidad práctica de viajar a cada isla.

Después de esta crisis, la población chamorra abrazó el cristianismo y los españoles pasaron a considerar que habían conseguido lo que buscaban. Se sentían seguros de portar unos valores superiores, simbolizados por la fe cristiana, pero su intención era transmitirlo, por lo que todo el que no hubiera luchado directamente era un cristiano en potencia. Ello explica la escasez de muertes de chamorros fuera del campo de batalla señalada pro Robert F. Rogers. El parentesco no era razón para asesinar y los niños tampoco sufrieron represalias especialmente crueles; cuando se les capturaba eran entregados a los religiosos para su conversión. Era una vez llegados a mayores cuando esas personas podían decidir y por tanto merecer un castigo, puesto que los españoles consideraban a la fe cristiana como universal y por tanto aplicable también a los chamorros. Pero los niños no tenían juicio para rechazarla o aceptarla. La violencia, por tanto, no era racial, aunque este aspecto también importaba en un plano secundario. Posiblemente un chamorro no podría comprender el cristianismo de una forma tan correcta como un europeo, pero ello por una razón parecida a la forma en que un peninsular siempre miraría con un cierto desdén al criollo, o hijo de españoles nacido en territorio americano. Como en la visión clásica china del mundo adaptada también por los japoneses en su imperio en Micronesia, el rango entre pueblos estaba en relación con lo profundamente o no que había sido asumida la civilización (por ejemplo, la religión), pero también dependía del grado de cercanía al origen de tal civilización, tales como Dios o su representante en la tierra, el emperador.

Una vez que la oposición había desaparecido, la autoridad española en Guam entró en una fase de benevolencia. Entre los nombramientos en Guam, la falta de problemas no significaba que los más capaces quisieran ser asignados a la isla. La leyenda de Juan Malo, el joven chamorro en carabao que con su ingenio lograba engañar a los españoles, parece confirmar esa idea. El español era percibido como rico, pero capaz de poder ser engañado por un joven que era el representante arquetipo de los chamorros, listo y con capacidad de superar las dificultades impuestas desde el poder. Los chamorros, además, fueron disociando los valores importados de España de sus propios portadores. Aunque los españoles podían considerar imposible que los chamorros llegaran a ser difusores de su cultura, éstos se sentían lo suficientemente orgullosos para adaptarla en su propio beneficio. La ascendencia española era una forma de prestigio social, pero al igual que en otros países latinoamericanos, no era excesivamente conveniente ser peninsular para ser integrarse totalmente en la sociedad local. Haber nacido en las islas comportaba también un orgullo.

Progresivamente, por otro lado, la autoridad española pasó a depender en buena medida de la aceptación de las normas por los propios nativos, más que por su propia capacidad de hacer cumplirlas. Mas aún, en algunos casos fueron los propios españoles los que pasaron a ser influidos por los chamorros, como puede ser percibido en la forma de vida de un buen número de misioneros. Una vez aceptada la Pax Hispánica con la conversión, los chamorros fueron dejados, según afirma Robert Underwood, “con sus propios recursos culturales.” El papel de las mujeres chamorras fue clave en ello puesto que muchas de ellas se casaron con extranjeros, ya fuera por la escasez de hombres después de las guerras o porque la gran mayoría de población inmigrante era masculina. A pesar de ello, ellas supieron transmitir sus costumbres y su cultura a su descendencia. Las autoridades no tuvieron un papel importante en este mantenimiento de la herencia cultural puesto que, siempre que no chocaran frontalmente con esas creencias cristianas, a los chamorros se les permitió mantener una buena parte de sus costumbres y sus prácticas. Así, desde comienzos del siglo XVIII, una cultura híbrida permaneció estable en las islas Marianas, producto del amalgamiento de esa cultura chamorra, con las aportaciones españolas, filipinas y novohispanas que, aunque introducidas en un principio por la fuerza, pasaron a ser asimiladas como parte propia. De estos tiempos proviene lo que actualmente es denominado Kostumbren chamorro o cultura tradicional chamorra, el conjunto de rasgos culturales sincréticos en el que las costumbres hispano-chamorras se amalgamaron después con las de Estados Unidos[1]

Las islas Marianas vivieron desde entonces una apacible vida provinciana sin mayores alteraciones que la llegada anual del galeón de Manila, en lo que se han denominado los años de administración administrativa improductiva. La autoridad española, por aquel entonces, ya había perdido la vitalidad de tiempos antiguos pero durante el reinado del ultimo rey de la dinastía de los Austrias, Carlos II, se tomó la decisión de que los grupos de islas como Yap, Palaos, Truk, Kusaie o Ponapé habían de ser colonizados, pasando a ser denominadas en su honor las Islas Carolinas. El cambio de dinastía de los Austrias a los Borbones a principios del siglo XVIII supuso una vigorización momentánea. El primer monarca Borbón, Felipe V, aprobó en 1705 una Real Cédula en la que recomendaba el envío de misioneros y soldados a las islas Carolinas, e incluso concedió dinero para ello. A partir de esos años se produjeron unos intentos que culminaron con la misión fundada en Yap por el padre jesuita Juan Antonio Cántova, cuya evolución fue aparentemente muy parecida a la de Sanvítores. Tras unos comienzos exitosos con la construcción de una capilla, una escuela y unas casas, los problemas comenzaron con la extensión de una epidemia que fue achacada a las aguas bautismales. En el caso de las Islas Palaos, tres diferentes expediciones fueron enviadas a lo largo del siglo XVIII para cristianizar las islas, después de la conversión de un grupo de 30 palauanos llegados a las Filipinas en 1896. Todas estas expediciones incluyeron, por tanto, misioneros, pero nunca se volvió a saber más de ellas. Las islas Marianas también fueron afectadas por las crecientes dificultades que experimentó la Compañía de Jesús desde el comienzo de la segunda mitad del siglo en España, Francia y Portugal y durante el reinado de Carlos III, en el año 1767 fueron expulsados de España y sus colonias. Ello significó que a partir de 1769 las islas Marianas pasaron a tener religiosos Agustinos Recoletos, que no eran tan rigurosos con el seguimiento del ritual y las disciplinas de la iglesia.

3.- La colonia remota

Al comenzar el siglo XIX, se dieron varios hechos que incrementaron las dificultades que ya habían presidido la colonización española durante el período anterior. Por un lado, las independencias de América Latina trastocaron completamente la posición de Guam en el imperio español y dejaron a los dominios en Micronesia en el lugar más alejado del mapa: el galeón hacia Manila dejo de pasar y, con ello, el contacto anual con los representantes del poder pasó a ser más aleatorio y escaso. Por el otro, las remisiones de dinero o situado se redujeron a 8000 pesos en 1817 e incluso se suprimieron en 1855. El gobierno español quedó sobredimensionado e infrafinanciado y los intentos por mejorar el gobierno, que ya habían comenzado durante el período de la Ilustración, tuvieron dificultades adicionales. Las posibilidades de aumentar los ingresos de los chamorros pasaban obligatoriamente por incrementar el contacto con extranjeros, ya fueran los balleneros o los cada vez más numerosos buques mercantes que necesitaban aprovisionarse. Guam ya no podía permitirse estar aislada del exterior. Incluso, se instalaron en la isla un número cada vez mayor de extranjeros, tanto en las Marianas como en las Carolinas. Pero no sólo hubo un movimiento migratorio venido desde fuera, algunos carolinos pasaron a instalarse en las Marianas del Norte tras los destrozos causados en sus islas por varios desastres naturales. A estos carolinos, la dominación española, siquiera nominal, les sirvió para encontrar un lugar donde poder emigrar y ello ayudó a incrementar una identidad conjunta micronesia bajo la Corona española.

Hubo otro cambio clave que profundizó en este siglo. Las Filipinas pasaron a ser la referencia casi única para el gobierno de Guam. Hasta esos años los contactos habían sido importantes, habiendo llegado numerosos soldados y quedándose muchos de ellos a vivir, casados incluso con chamorras. Estos contactos, sin embargo, habían sido compensados por la propia relación subordinada de Filipinas frente a México y porque el galeón llegaba a Agaña en viaje desde Acapulco. En el siglo XIX, al contrario, todo viaje de españoles hacia Micronesia había de pasar necesariamente por el archipiélago filipino y la tendencia hacia la hegemonía se magnificó. La cultura filipina de las tierras bajas, en consecuencia, ha influido fuertemente en algunos aspectos de esa cultura hispano-chamorra que aún pueden ser percibidos, como la lucha de gallos, el vestido, los bolos o machetes, e incluso la costumbre de tener dos residencias, una en el lancho y otra en el pueblo, donde estaría en contacto con las autoridades, la religiosa y la política[2]. También ha habido enfrentamientos y a un cierto malestar de los chamorros hacia los filipinos, por ridiculizar éstos a la cultura chamorra como provinciana y como un conjunto de préstamos de la filipina. Llegaron también exiliados políticos filipinos, que aunque en ocasiones han contribuido a la cultura chamorra, también han sido el eje principal de algunos conflictos en la isla a fines del siglo XIX. Cuando llegaron los primeros gobernantes americanos a la isla, una de las primeras propuestas de las familias principales de Guam o manak’kilo fue sacar a estos filipinos de la isla.

El siglo XIX representa también la mezcla de razas o mestizaje en la isla. Aunque la mayoría de los 10.000 guameños o residentes en Guam censados a fines del siglo XIX eran de orígenes raciales mezclados, la gran mayoría de ellos estaban ya incluidos dentro de la categoría de chamorros. Una buena razón para ello fue evitar el pago de impuestos y tal era la queja de algún gobernador español, pero esa falta de diferenciación en la sociedad entre aquellos con mayor o menor sangre mezclada ha permanecido hasta la actualidad. Progresivamente, por otro lado, según iba evolucionando la sociedad, se fueron adquiriendo costumbres hispanas porque el reflejo hacia el que se miraban los chamorros, cuando pensaban en lo que debía ser el ejemplo de una sociedad más desarrollada, era lo que hacían los funcionarios o los misioneros.

Y aunque la isla permanecía en calma, el mundo del siglo XIX fluía de cambios. Desde España se intentó reformar la situación y adaptar la vida de las islas a los nuevos tiempos, siendo algunos gobernadores fueron especialmente reformistas, impulsando, por ejemplo, el aumento de la productividad agrícola y la introducción de nuevas cosechas. Durante las últimas décadas de su dominio en el Pacífico, Madrid fue acuciado por otras naciones en esos tiempos del imperialismo, en los que el prestigio de una nación se medía por kilómetros cuadrados bajo su bandera. No se vio con otra opción sino ampliar su dominación a los lugares que ya eran teóricamente suyos. Alemania, que buscaba desesperadamente nuevos territorios que añadir a su tardío imperio, buscó extenderse en las islas Carolinas, muchas de las cuales no habían sido ocupadas legalmente aún. Se produjo, en consecuencia, una carrera por declarar la ocupación efectiva, que ciertamente fue muy apretada: España llegó el 21 de agosto de 1885 y Alemania cuatro días más tarde. Los alemanes reivindicaron la soberanía, seguros de su fuerza y aprovechando un presunto defecto legal de los predecesores españoles. Ello llevó a un conflicto internacional que consiguió por primera y última vez una atención preferente en la política interior española hacia Micronesia, con masivas manifestaciones a favor de la soberanía española sobre un territorio del que muchos ni siquiera habían oído hablar. Tras varios meses de tensión, un acuerdo logrado por el Papa León XIII, por el que España se quedaba con la soberanía de las islas mientras que Alemania tenía derecho a comerciar libremente, solucionó el conflicto y permitió a España extender oficialmente sus posesiones. No obstante, las propias islas habían conocido cambios importantes desde la llegada de los primeros españoles hacía más de tres siglos; raqueros, misioneros protestantes, comerciantes, plantadores de copra y aventureros de varias nacionalidades (japoneses, alemanes y norteamericanos principalmente, pero también españoles como el capitán Antonio María Triay, que fue nombrado jefe de una isla del archipiélago de las Palaos) habían ido llegando a sus costas y vivían en un estado reticente a la llegada de cualquier gobierno. Los problemas para poner en marcha la administración se solucionaron en Palaos o en Yap, pero las Carolinas Orientales ofrecieron una resistencia que acabó siendo imposible de vencer.

Ponapé fue el problema más difícil. Los españoles llegaron a una isla con un pasado glorioso, tal como siguen mostrando las ruinas de Nan Madol y muy estructurada socialmente, con dos líneas de jefatura en cada uno de sus cinco reinos. En el ultimo siglo, además, los jefes habían adquirido un derecho total sobre la tierra y había surgido un cierto sentimiento de aversión hacia la raza blanca debido al comportamiento de algunos balleneros, según señala el padre Paulino Cantero. Además, tanto en esta isla como en Kusaie los misioneros protestantes de la American Board of Commissioners for Foreign Missions estaban ya instalados y habían conseguido convertir a una parte de los nativos, sobretodo a partir de que en Kusaie los mismos micronesios hubieron tomado a cargo la evangelización. Así, tras instalarse en 1887, los españoles no consiguieron la aceptación pacífica de los ponapeños y sufrieron una continua hostilidad. A pesar de las numerosas remesas posteriores de soldados, nunca se consiguió someter la isla y los naturales desarrollaron un sentido de independencia que mostraron después también frente a los alemanes, en la rebelión de 1910-11, cuando se atrincheraron en la montaña Sokehs. Esa oposición de los nativos fue apoyada por los misioneros protestantes, quienes se mostraron recelosos por la llegada de la autoridad española, tanto por el mayor control al que se verían sometidos como por la competencia nueva con los misioneros católicos enviados desde Manila. Al contrario que con los aventureros o con aquellos que habían llegado por su propia cuenta, el conflicto era también cultural entre dos tipos de cristianismo, el suyo y el que calificaban como “la misa y después una pelea de gallos”[3]. El gobierno estadounidense apoyó completamente las protestas de los misioneros después de que un ataque español destruyera sus propiedades y Madrid acabó pagando una indemnización para evitar complicaciones mayores. Las presiones sobre el Madrid fueron un prolegómeno de lo que después ocurriría en 1898[4].

4.- Contactos Privados

Tras la guerra hispano-norteamericana, acabó toda representación oficial de Madrid en Micronesia. Estados Unidos se quedó con Filipinas y Guam. España, que pudo haberse quedado en el resto de la Micronesia, ya no quiso saber más de ellos y pronto llegó a un acuerdo de venta con Alemania, antes incluso de firmar la Paz de París, por lo que tuvieron que mantenerse en secreto durante unos días. Madrid quiso olvidar lo antes posible su experiencia en el Pacífico y dejó huérfana su herencia. Además pasaba a ser atacado por los nuevos colonizadores, tanto por su desdén hacia los países latinos (el cónsul de Estados Unidos en Manila a fines del siglo XIX, Julius C. Voight, veía a los españoles como una “raza brutal de gente cuya sangre mora les descalificaba para ser calificados como verdaderos europeos[5]”), como por la necesidad de justificar su presencia ante los naturales. Tocaba retirada para lo hispano. No obstante, se puso a andar con su propio pie. Durante cuarenta años permaneció con una fortaleza difícil de prever.

Estados Unidos tuvo en Guam una política de administración benevolente con una idea de asimilación a largo plazo gracias a una educación obligatoria en la que el uso del chamorro estaba prohibido taxativamente. Las disposiciones norteamericanas fueron impuestas en muchos aspectos de la vida pública, no fueron solamente en esta imposición de su propia lengua en todos los ámbitos de la vida pública, sino porque también se ordenaron algunos cambios, como prohibir silbar en público o el repiqueo de campanas por la mañana. Estas órdenes resultan interesantes no sólo por mostrar una mentalidad diferente, sino porque muestran el nuevo poderío de los norteamericanos: en el improbable supuesto de que los gobernadores españoles hubieran querido decretar lo mismo, seguramente habrían sido incapaces de hacer cumplir tales órdenes.

Rogers afirma que William Edwin Safford, jefe ejecutivo del primer gobernador naval de Guam, encontró a las familias prominentes de la isla “bien educados, fuertemente hispanizados y un tanto desdeñosos de los americanos como menos sofisticados que los españoles”. Esa elite compuesta por los Torres, Palomo, Dueñas, Martínez, Bordallo, Matías o Velarde aceptaron la nueva dominación, pero ellos se sabían con la suficiente capacidad para gobernar la isla ellos mismos. La razón de esa auto-confianza venía de una característica a la que ya nos hemos referido: la indigenización de lo hispano. Las familias hispanizadas chamorras podían menospreciar a los norteamericanos apoyándose en haber asumido la cultura española, desde Cervantes hasta sus pintores. Además, el uso del español siguió siendo importante entre la elite y, aunque no hay estadísticas sobre ello, es interesante recordar que un personaje como Pascual Artero, un antiguo soldado, pudo montar varias empresas y llegar a tener un total de cien empleados sin hablar la lengua del país colonizador. La lengua y la cultura fueron el lazo principal entre las familias prominentes y lo hispano. Pero a un nivel popular esa identificación con la cultura española fue especialmente por medio de la religión y de los cada vez más escasos misioneros españoles. La religión católica había pasado a formar parte de la propia identidad y ser chamorro significaba la asistencia a ceremonias como las nobenas, a los bautizos y otras festividades sobre las que tenían poca opción a manejar los nuevos dominadores. Los misioneros eran más cercanos al modo de vida de la población, mejores conocedores de su idioma y aparentemente más flexibles en conductas sociales. Según algunas referencias, eran más queridos que sus colegas alemanes o americanos, pero no por ello dejaron de ser muy estrictos en cuanto a la doctrina de la iglesia, opuestos a la coeducación y sobre todo usando la presión social para evitar el avance de los protestantes. El matrimonio de uno de sus fieles con gentes de otras confesiones era algo que podían difícilmente tolerar en unos tiempos en que la casi totalidad de la población era todavía católica. Es difícil saber con exactitud cómo evolucionaron durante la primera mitad de siglo diferentes aspectos como la deshispanización, la americanización o la indigenización, pero la percepción de los Chamorros como pueblo hispanizado era muy extendida. Un informe de la OSS, Oficce of Strategic Services, antecesora de la CIA estadounidense, realizado durante la Guerra del Pacífico señalaba que “en las islas Marinas, la cultura española es predominante entre los chamorros”[6].

Esa imbricación entre lo español y lo chamorro acabó en 1945[7]. La guerra del Pacífico no dejó ningún aspecto de la sociedad isleña sin tocar. Afectó extremadamente a la sociedad guameña y también a la política de Estados Unidos, que reforzó su dominio no sólo por la superioridad militar mostrada sino por las fanáticas proporciones que en la isla alcanzó el sentimiento pro-americano. La vida económica sufrió también un cambio radical, se paralizaron las industrias nativas y el mercado de trabajo pasó a girar alrededor de los servicios para el ejército norteamericano.

El impacto de la Guerra ha sido comparado con el de un tifón: una vez acabado cada uno sale a buscar lo que le pertenece. Y pocos parecieron querer recordar que también les pertenecía esa identidad hispana, en parte porque su papel había sido dudoso en esa guerra. Franco había ascendido gracias al apoyo del Eje y había mantenido buenas relaciones con los japoneses, por lo que después de la guerra vivió marginado de la sociedad internacional. Además, se enfatizó esa imagen de retraso del período español, como la cruz negativa frente a cara positiva que habían aportado los americanos. Lo hispano ya no pudo ser un soporte para esa capacidad, como había ocurrido antes, de mirar por encima del hombro a los norteamericanos, porque ya no se admitía ninguna duda sobre la inferioridad chamorra. La cultura chamorra (y con ello, su aportación hispana) se veían como una reliquia del pasado. Cuando los chamorros miraban a los carolinos con desdén ya no estaban pensando en esa mayor impregnación hispana.

5.- Conclusión

A pesar de todo, ese legado español se volvió a recordar tras la oleada americana. Se reclamó porque había sufrido por la expansión de lo americano, al igual que la identidad chamorra, y sería necesario recuperar ambas identidades al tiempo. Cuando la Guam Legislature sintió que había que proteger al chamorro, fundó el Instituto de Cultura Chamorro-Española. El entendimiento mutuo está basado en una gran cantidad de experiencias y rasgos culturales comunes compartidos difíciles de borrar. Progresivamente consolidará la relación entre ambos pueblos y estará basado en una base más duradera: la igualdad.



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[1] Torres Souder, Laura Marie.- Daughters of the Island. Contemporary Chamorro Women Organizers of Guam, 2nd. ed., MARC Monograph series N. 1., Lanham, Maryland, University Press of America, 1992, p. 8.

[2] Sánchez, Luis Ángel.- “Estructura de los pueblos de indios en Filipinas durante la etapa española”, en España y el Pacífico, Madrid, AECI-AEEP, pp. 81-116].

[3] Hanlon, David, Upon a Stone Altar. A History of the Island of Pohnpei to 1890. Honolulu, University of Hawai’i Press, 1988, p. 150.

[4] Sobre ello, mi “Conflictos con Estados Unidos en Ponapé: preludio para 1898”, en Estudios sobre Filipinas y las Islas del Pacífico, Madrid, AEEP, 1989, pp. 103-112.

[5] Hanlon, op. cit., p. 156.

[6] OSS, part I, Japan and its occupied territories during WII. Reel 1, "Ethnic and social groups”, p. 257.

[7] Rodao, Florentino, “La Cultura Española en Oceanía después de 1898”, en Revista Española del Pacífico, Vol. 7, 1997, pp. 31-42.



Fuente: ESPAÑA EN EL PACÍFICO