Historia
Cuando la Armada española protagonizó el primer y único caso de abordaje a una posición terrestre
Publicado hace 1 año - Jorge Alvarez
A mediados de los años sesenta del siglo XIX, las islas Filipinas constituían uno de los territorios de ultramar españoles menos colonizados y más difíciles de controlar de todo lo que quedaba de imperio colonial. La razón era puramente geográfica: el archipiélago está compuesto por cerca de siete mil islas, la mayoría de las cuales no tenía presencia hispana. Ello facilitaba que se convirtieran en auténticas bases para la piratería local, toda una forma de vida.
Las luchas para intentar reducirla o, al menos, mantenerla a raya, fueron constantes a lo largo de esa centuria, si bien esa conflictividad entre ambas partes se había mantenido desde el siglo XVI. Los piratas filipinos eran musulmanes, de ahí que se los conociera popularmente como moros, aunque se trataba de gente procedente de la mezcla de las numerosas etnias nativas de la región, entre tagalos, malayos, árabes y chinos. Si bien practicaban la agricultura, ésta se dejaba normalmente en manos de mujeres y esclavos, dedicándose los hombres al asalto, tanto de barcos como de localidades costeras.
A partir de 1840, la Armada emprendió diversas campañas contra ellos, atacando los sultanatos que se desperdigaban en torno a Joló. Derrotarlos en combate podía ser más o menos costoso pero los enfrentamientos terminaban siempre con victoria española, por su superioridad tecnológica, naval y militar en general. Sin embargo, dada la imposibilidad de mantener guarniciones sobre el terreno, el problema se reproducía una y otra vez, como la hidra de siete cabezas. De hecho, la piratería mora no se extinguió hasta comienzos del siglo XX, con Filipinas ya en poder estadounidense, e incluso hoy pervive su belicoso espíritu bajo una forma de nacionalismo islamista en la isla de Mindanao, a cargo del Frente Moro de Liberación Islámica.
Pero hay un momento que me parece especialmente curioso, tanto desde el punto de vista histórico como del militar y es el asalto a Pagalungán. Tuvo lugar en 1859, cuando el gobernador español, ante un rebrote de las razzias moras, organizó una flota con el objetivo de atacar dicho lugar, un fuerte muy bien defendido que, si bien no andaba sobrado de tropa (medio millar de hombres), tenía una empalizada protegida por un gran terraplén y una trinchera, además de varios bastiones alrededor con otros mil soldados y abundantes lantacas (cañones artesanales). La naturaleza colaboraba en la defensa porque, con la pleamar, el agua llegaba hasta los muros, impidiendo un desembarco y el consiguiente ataque por tierra.
La forma en que se salvó este último detalle es la que resulta especialmente fascinante al estudiar ese capítulo. El coronel José Ferrater envió dos columnas, una por tierra a las órdenes del comandante Moscoso, que tuvo que dar media vuelta ante la imposibilidad de avanzar por un impracticable terreno pantanoso, y la otra remontando el río en lanchas, al mando del teniente Méndez Núñez (que alcanzaría gran celebridad en 1865 en la Guerra del Pacífico), que consiguió tomar posiciones muy cerca de los muros.
La Goleta ConstanciaLas hostilidades se desataron cuando los barcos españoles empezaron a bombardear Pagalungán como cobertura de la carga de las tropas terrestres. Luego, tres cañoneros lograron romper las cadenas que cerraban el acceso al río y se dio orden a la goleta Constancia de que se lanzara a toda máquina contra la posición con sus marinos encaramados a jarcias y vergas; entre ellos figuraban dos alféreces que también se harían famosos décadas después, al perder sus escuadras contra Estados Unidos en Cuba y Cavite (1898): Pascual Cervera y Patricio Montojo respectivamente.
Al llegar a las murallas, los trozos de abordaje pasaron del barco al fuerte, unos corriendo sobre tablas tendidas ad hoc, otros haciéndolo sobre el bauprés, ante el estupor de los defensores moros. La misma naturaleza que garantizaba la defensa fue su perdición. Pagalungán fue tomada y destruida junto con el resto de bastiones y la flota de praos enemigos, aunque la piratería aún duraría medio siglo. Pero la Constancia protagonizó así el primer y único caso conocido de abordaje a una posición terrestre.
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Fuente:
Cuando la Armada española protagonizó el primer y único caso de abordaje a una posición terrestre
De cómo se tomó un fuerte al abordaje: Pagalugán, 1861
De cómo se tomó un fuerte al abordaje: Pagalugán, 1861
Agustín Ramón Rodríguez González
el 14 abr, 2020
El pasado 2019, se cumplió el 150 aniversario de la muerte de un gran marino español, Casto Méndez Núñez, que a su probadas pericia y valor unió otras cualidades que le hicieron destacar mundialmente en su época, mereciendo los honores incluso de la entonces modélica y hegemónica “Royal Navy”, representada por la escuadra del almirante sir William Montagu Dowell en sus honras fúnebres.
Méndez Núñez es recordado especialmente por su papel protagonista en la “Guerra del Pacífico”, que enfrentó absurdamente a España con dos países hermanos como Chile y Perú, distinguiéndose especialmente en el combate de El Callao.
Méndez Nuñez herido en el combate de El Callao. Museo Naval de Madrid.
Pero ya mucho antes había mostrado sus cualidades, en otro escenario muy distinto: la secular lucha contra la piratería indígena en Filipinas.
Uno de los focos de la piratería estaba en la gran isla de Mindanao, y bien al interior, con acceso al mar por el “Río Grande de Mindanao”, lo que obligaba al atacante a una peligrosa y problemática navegación por esas aguas fluviales. Allí construyeron los piratas su base, en Pagalugán, en la “cotta” o fortificación que le dio nombre. Era un fuerte de forma cuadrangular, con muros de siete metros de altura y seis de anchura, más que suficientes para resistir cualquier intento de asalto y muy capaces de absorber el fuego de la artillería, salvo la más pesada y potente, y para terminar, con un profundo foso que imposibilitaba el asalto. Su guarnición era de unos 500 hombres, dotados de cuatro piezas de gran calibre y otras, más numerosas y ligeras: las “lantacas”. Además otros tantos guardaban los alrededores, un pantanoso manglar de muy difícil tránsito.
Conquistar semejante enclave iba a ser una misión muy difícil, o incluso imposible. pero se decidió intentarlo en 1861, con una expedición combinada del Ejército, que aportaría el núcleo de la fuerza de desembarco, y de la Armada, que aportaría los buques para la operación anfibia.
La fuerza del Ejército se componía de las compañías de preferencia, cazadores y granaderos, de los regimientos filipinos “Príncipe” e “Infante”, junto con una batería de cuatro cañones de campaña y una sección de obreros, que salvo los oficiales y bastantes suboficiales estaban compuestas por indígenas, magníficos soldados y mas en ese entorno, muy motivados para luchar contra los piratas. Ostentaba el mando el coronel D. José Ferrater.
La de la Armada consistía en las goletas “Constancia” y “Valiente”, de unas 470 toneladas y dos cañones, cañoneros a vapor, de poco más de 50 toneladas y un cañón: “Luzón nº 5”, “Arayat nº 12”, “Pampanga nº 13” y “Taal nº 18”, y las falúas, lanchas a remo y vela, números 1, 11, 13, 14, 36 y 37, también con mandos europeos y marinería indígena. Para el transporte de la expedición terrestre se movilizaron tres pequeños mercantes, los “Scipión”, “Soledad” y “San Vicente”. El mando naval se confió al recientemente ascendido a Capitán de Fragata D. Casto Méndez Núñez. Eran comandantes respectivos de las dos goletas los Tenientes de Navío José Malcampo y Zoilo Sánchez Ocaña.
Casto Méndez Núñez, un gran marino.
La expedición sumaba así unos 850 hombres, distribuidos en las cuatro compañías mencionadas, una batería y la sección de obreros, las dos goletas, cuatro cañoneros y seis falúas, aparte de los tres mercantes. El mando supremo lo tuvo el coronel Ferrater, por su mayor graduación.
Tras intimar a la fortaleza a su rendición, a las 4’30 de la madrugada del 17 de noviembre, los buques rompieron fuego con sus cañones contra la fortaleza y los botes pusieron en tierra la fuerza terrestre, dispuesta al asalto. Pero la resistencia de los piratas fue formidable, el fuego intensisimo y el terreno impracticable, mientras las bajas se disparaban sin lograr nada.
Ante la perspectiva de un completo desastre, el coronel Ferrater se decidió por una oportuna retirada, antes de que las cosas empeoraran, pero Méndez Núñez que había desembarcado para reconocer la situación, exclamó una frase que se haría legendaria: “¡ La Marina no se retira !”.
Nada mejor que sus propias palabras de Méndez Núñez para narrar los hechos:
“…estando ya de acuerdo con el Sr. Coronel de EM (Ferrater) ordené a aquel y al Comandante de Infantería D. Francisco Moscoso, que mandaba la fuerza de tierra después de la herida del Comandante García Carrillo, estuviesen listos para escalar el muro, y regresando a bordo de la “Constancia”, dispuse se colocase en las crucetas, vergas y bauprés toda la fusilería disponible y a su comandante la orden de levar y embestir a la cotta con la proa, a toda máquina, lo que se verificó con la mayor inteligencia, y a las ocho y cuarto, con el mayor entusiasmo, al grito de “¡ Viva la Reina !” se dió el abordaje a la fortaleza enemiga, saltando simultáneamente sus muros la marinería y tropa que se hallaba a bordo de la “Constancia” y los que se hallaban en tierra. Entonces se trabó una lucha cuerpo a cuerpo que duró por espacio de un cuarto de hora, durante la cual fue atravesado de parte a parte por un balazo encima de la tetilla izquierda el Teniente de Navío jefe del trozo de asalto (Malcampo) y tomó el mando de la marinería el Alférez de Navío D. Pascual Cervera y Topete. A las ocho y media el enemigo empezó a emprender la huida por la espalda de la cotta, pero dominado este espacio por la colisa (cañón giratorio) de proa de la “Constancia”, se le hizo un nutrido fuego de metralla y fusilería que le causó un gran número de bajas. Poco después éramos completamente dueños de la fortaleza y el pabellón español victorioso flotaba sobre sus muros, siendo saludado con el mayor entusiasmo por las tropas de mar y tierra.”
José Malcampo.
Así, de forma tan valiente se dio el asombroso hecho, creemos que único en la Historia Naval del Mundo, de que una fortaleza fuera tomada al abordaje desde un buque, logrando con su decisión que aquella operación que ya lindaba en el desastre, se convirtiera en un gran e inesperado triunfo, con las consecuencias de todo tipo derivadas de ello.
Las bajas entre los españoles fueron sensibles: con 18 muertos, 98 heridos y nueve contusos. Y entre ellas mandos como Malcampo y el comandante Moscoso. Casi todas se produjeron por arma blanca, o por metralla disparada por los cañones y lantacas enemigos, pero pocas por armas de fuego individuales. El total suponía en torno a un 14’7 % de la fuerza expedicionaria, lo que prueba la dureza de la lucha.
Por lo que se refiere a las bajas de la Armada, la “Constancia” que encajó 6 cañonazos del enemigo, contó un muerto y seis heridos, la “Valiente”, siete heridos y un contuso, 4 heridos el “Luzón”, que sufrió varios impactos y la avería de la máquina, el “Arayat”, un muerto y 5 heridos, el “Pampanga” un muerto y seis heridos y el “Taal” un muerto y cuatro heridos, las falúas números 14, 36 y 37, sumaron otros tres heridos.
En cuanto a los piratas se recogieron unos 110 cadáveres en la cotta y otros 26 en los alrededores, pero dada su costumbre de recuperarlos a toda costa por su religión musulmana, se estimó que debieron ser bastante más numerosos, hasta los dos centenares. Entre ellos el Datto (jefe principal) Maghuda, y el primogénito de otro jefe.
Se juzgó inconveniente guarnecer la fortaleza tomada, por lo que se voló con explosivos y se completó su demolición hasta los cimientos, tras de lo cual, la expedición volvió a embarcar y emprendió el regreso con la noticia de la sensacional victoria.
Es de señalar que a bordo de la “Constancia” estuviera no sólo Pascual Cervera y Topete, sino el igualmente por entonces Alférez de Navío, Patricio Montojo y Pasarón, que 37 años después mandaban las escuadras que sucumbieron en Santiago de Cuba y Cavite.
Otro detalle curioso fue que los que abordaron la cotta desde la “Constancia”, lo hicieron tanto por el bauprés, el palo casi horizontal en el extremo de proa, como por tablones que sirvieron de pasarela entre el buque y los muros, estando la goleta en un ángulo de unos 60º con el lienzo de la muralla, en disposición que recuerda curiosamente las famosas palabras de Cervantes en el “Discurso de las Armas y de las Letras” del Quijote, rememorando la batalla de Lepanto.
Por supuesto que la satisfacción por el éxito ante tan duros como tenaces enemigos, y mas en las circunstancias mencionadas fue enorme. A ella y a las consecuencias de la victoria se unió la de la confirmación de un líder naval como ha habido pocos en cualquier Marina del mundo: Don Casto Méndez Núñez, que ascendió de nuevo al año siguiente a Capitán de Navío por el éxito logrado y por la forma en que se consiguió, sumando dos ascensos en dos años consecutivos. Y su trayectoria profesional, como es bien sabido, siguió mostrando sus cualidades en todos los sentidos, desde el valor a la honradez personal.
Aquella sencilla pero firme frase: “La Marina no se retira”, cuando su superior pensaba en abandonar por imposible el ataque, figurará siempre entre las mayores demostraciones de liderazgo, de pericia y de firmeza.
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Fuente:
https://abcblogs.abc.es/espejo-de-na...s&vtm_loMas=si
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