Fuente: Misión, Número 357, 17 Agosto 1946. Páginas 3 y 20.






Paisajes de nuestra Historia


CONSECUENCIAS de una cacería frustrada

Por Luis Ortiz y Estrada




CAZADORES EN VALENCIA

El martes 23 de noviembre de 1880, don Joaquín Llorens Fernández de Córdoba, el bizarro artillero del Ejército carlista y batallador diputado de la Comunión, estaba en la estación de Valencia a la hora del correo de Barcelona. Cuando éste llegó, nueve y media de la mañana, recibió el señor Llorens a un matrimonio ilustre que, viajando con el nombre de condes de Sala y pasaporte austríaco, llegaba desde Biarritz, vía Toulouse y Barcelona. Le acompañaba un caballero español y dos servidores. El señor Llorens les había preparado en Valencia habitaciones en la fonda Villarrasa, las mismas ocupadas poco antes por unos archiduques de Austria, y un puesto en Albufera para la cacería del día 24.

A las dos de la madrugada de este día salieron los condes, el caballero acompañante y el señor Llorens hacia la Albufera para ocupar su puesto de caza. Iban en un faetón. Por el camino de Pinedo, cerca ya del caserío del Saler, espantáronse los caballos y volcaron el carruaje en el profundo canal, con más de un metro de agua. El señor Llorens consiguió romper con la cabeza uno de los cristales y con grandes fatigas tuvo la suerte de salvar a los condes y a su acompañante, no sin que un cristal le causara una profunda herida en el cuello, que de milagro no le rozó la carótida ni sus ramas principales. La herida y los esfuerzos hicieron perder al señor Llorens mucha sangre, causa de varios desmayos en la pobre barraca en donde encontraron refugio. Tras de mucha angustia y de no pocas fatigas lograron avisar a Valencia; de allí recibieron al cabo de unas horas el auxilio de un médico y un carruaje, con el que pudieron todos regresar a la ciudad. Repuestos ya los lesionados, que todos lo fueron en más o menos grado, en la mañana del 26 oyeron todos, incluso el señor Llorens, una misa de acción de gracias en la capilla de la Virgen de los Desamparados.


INTERVIENE EL GOBERNADOR Y SE ROMPE EL INCOGNITO

Preparábanse los viajeros para tomar parte en otra de las famosas tiradas de la Albufera, llamada de la Calderería, que tendría lugar el día 30, cuando el 27 observaron que desde primera hora había de retén en la puerta de la fonda una pareja de orden público con un inspector. Avanzada la mañana, el inspector dio al señor Llorens el recado de que los viajeros debían partir en seguida para el extranjero. Le contestó que dijera al gobernador que los huéspedes eran los condes de Sala con su servidumbre, viajaban con pasaporte austríaco y, por tanto, no procedía la orden en cuestión si no iba acompañada de mandamiento judicial.

Llevó el recado el inspector; ofrecióse a mediar con el gobernador una tercera persona, la cual, al regresar los condes a la fonda, les dijo que el gobernador, un tal señor Botella, insistía en su inmediato extrañamiento.

Al oír el conde el anterior recado replicó que viajaba él, conde de Sala, protegido por un pasaporte del imperio austro-húngaro; si se le negaba este derecho y se le quería hacer fuerza, se le obligaba a romper el incógnito que había querido guardar y haría prevalecer su condición, decidido a esperar que se emplease la fuerza para echar de la nación a un infante de España.

Porque, hora es ya de decirlo, los condes de Sala eran SS. AA. RR. el Duque de Parma, don Roberto de Borbón, y su esposa, doña Pía de Borbón, padres de SS. AA. RR. los actuales príncipes don Javier y don Gaetán de Borbón Parma, así como de la emperatriz doña Zita.

Por ser la de Borbón Parma una rama de la casa de Borbón española, don Roberto, que era su jefe, de derecho tenía el título de infante de España, reconocido por doña Isabel el año 58, poco antes que los Saboya-Casignan le despojaran de su Estado, como despojaron al padre de su esposa, Francisco II, Rey de las Dos Sicilias. De modo que se trataba de expulsar a un infante de España y a su esposa, hermana del conde de Girgenti, esposo de doña Isabel, hermana y hasta muy poco antes heredera de Alfonso XII.


INTERVIENE CÁNOVAS

Pasó la tarde sin novedad. Al día siguiente, domingo, cuando SS. AA. RR. regresaban de oír misa, el secretario del Gobierno Civil les entregó un sobre cerrado en el que había un telegrama del presidente del Consejo de Ministros, entonces Cánovas, en el que se decía que los miembros de la familia real española no podían residir en España mientras no reconociesen la soberanía de Alfonso XII como Rey de España, jefe de la familia, y la Constitución del Estado; que si bien don Alfonso podía olvidar y hasta perdonar actos de oposición a su soberanía, el Gobierno no podía autorizar la permanencia de S. A. R. el Duque de Parma en el territorio español; que se le comunicase al Duque para que se marchara sin demora al extranjero, y que si no lo hacía empleara el gobernador, para obligarle, los medios que las leyes establecen.

S. A. R. el Duque, en funciones de Soberano, aunque despojado, dictó al señor Llorens una protesta enérgica, añadiendo que esperaba contestación a un telegrama enviado a sus parientes de Madrid y en ningún caso marcharía antes de terminar sus preparativos de viaje. Rogó al señor Llorens que la firmara como gentilhombre suyo, lo cual dio por resultado que el gobernador no quisiera recibirla por razón de la firma.

Empeñóse el gobernador en que salieran al día siguiente en un tren mixto de las cinco y media de la mañana, pero se negó el Duque, que, con su esposa y acompañantes, emprendió la marcha en el correo, yendo a la estación en carretela descubierta, cedida por don José Royo Salvador.


LA RAZÓN DE LA SINRAZÓN

No fue lo ocurrido una alcaldada del gobernador señor Botella, sino que éste obró dirigido por el presidente del Consejo, a quien obligó a descubrir el juego la serena energía del Duque de Parma. A muchos ha de sorprenderles que un político tan cauto como era Cánovas diera a España y a Europa el escándalo del extrañamiento violento de unos tan próximos parientes de Alfonso XII. Evidentemente mucho había de perjudicar el crédito de la Restauración, advertir a Europa que la casa ducal de Parma, rama importante de la española de los Borbones, no reconocía a don Alfonso como Rey ni jefe de la familia Borbón española; que seguían los Parma firmemente leales a don Carlos; cuando tan fácil le era a Cánovas ignorar el viaje respetando el incógnito rigurosamente guardado por los ilustres viajeros. Proscrito don Carlos con todos los de su línea, se proscribía entonces con escándalo y rigor inusitados a la casa ducal de Parma. No pecó Cánovas de ligero. Arrostró un peligro remoto para salvar otro inmediato que juzgaba más grave.

Con la Restauración, Cánovas se propuso salvar el Estado liberal, en trance de perecer por los avances de la septembrina, valiéndose de los mismos revolucionarios, asustados ante el inminente triunfo carlista. Cegados los ojos de muchos con la restauración de la monarquía, en manos de Cánovas el timón del Estado, se logró reforzar aquel ejército reclutado por la fuerza, que en una misma campaña luchó contra el carlista habiendo jurado lealtad al Rey don Amadeo, primero, a la república sucesivamente federal y unitaria, después, para terminar jurándosela a don Alfonso. Pero todo ello no bastaba para alcanzar la victoria. Se hizo creer a la nación que se restablecería la unidad católica con todas sus consecuencias. Esto y el cansancio de los sacrificios de la guerra en los faltos del entusiasmo que da la fe en las grandes causas quebrantó la fuerza del carlismo, que abandonó la lucha.

Pero Cánovas no restableció la unidad católica. Retirados los carlistas del palenque en que la defendían con las armas en la mano, Cánovas, dueño de la situación, la combatió rudamente, como enemigo feroz, empleando todos los recursos que en sus manos ponía el Poder a pretexto de circunstancias extraordinarias. Se lo imponían sus compromisos con los de la septembrina, totalmente de acuerdo con las canovistas convicciones liberales. El hecho de no restablecerla y los medios tiránicos de que se valió para ahogar la decidida voluntad del pueblo de conquistarla en las elecciones levantaron el espíritu de los españoles y excitaron su ánimo siempre dispuesto a la lucha por Dios y por la Patria.

Don Carlos había confiado nuevamente a don Cándido Nocedal la jefatura delegada de la Comunión, se había fundado EL SIGLO FUTURO y por todas partes surgían Juntas y periódicos animados del mejor espíritu y con ganas de pelea. A manos de EL SIGLO FUTURO había muerto LA ESPAÑA CATÓLICA de Pidal, fundada para arrastrar a los carlistas, abatidos por el fin desdichado de la guerra, a reforzar los restos de los moderados históricos y reconocer a don Alfonso. Fracasó también el llamamiento a las honradas masas, segundo intento de Pidal. Había tenido lugar la famosísima peregrinación de Santa Teresa, en la que don Cándido Nocedal llevó ante Pío IX tanta gente que hubo de ser recibida en San Pedro, porque no había en el Vaticano salón bastante capaz. Los ocho mil carlistas que la formaban y la resonancia internacional que tuvo hicieron patente ante el mundo la pujanza carlista. La entereza, el tino, la prudencia de don Cándido iba conquistando para el carlismo la fuerza política que correspondía a su arraigo social incontrastable.

El talento de Cánovas midió todo el alcance del peligro de aquella actuación decidida y resuelta. Comprendió, y se lo demostraba la experiencia, que en la lucha de frente llevaba las de perder, pues se enardecerían los ánimos de los carlistas y crecería abundantemente su poder. Reconcilióse con Pidal, al que había tratado despiadadamente, y juntos los dos discurrieron el maquiavélico plan de dividir el carlismo hasta destrozarlo con la esperanza de beneficiarse ellos de sus restos desperdigados. Para ello discurrieron la tristemente célebre Unión Católica. Cuando el viaje de los Duques, últimos de noviembre, se estaba amasando el pastel que saldría del horno el 1.º de enero próximo, fecha del famoso mensaje a Mgr. Freppel.

Como había de creer Cánovas, que no podía ocultarse a la sagacidad de don Cándido maniobra de tanta importancia, ni que su prudencia dejara de intentar ahogarla al nacer, en cuanto se enteró de que los Duques estaban en Valencia, región de abolengo carlista, creyó que tal intento les llevaba, y a frustrarlo se dispuso, no acertando con otro medio que la inmediata expulsión, aun con el riesgo del escándalo en Europa. Por encima de todo quería que el pastel saliera del horno sin contratiempos.

Se hizo público el mensaje; de él nació la Unión Católica y con Pidal se fueron algunos que estaban en el carlismo, pero que no eran carlistas: Orgaz, Canga-Argüelles, Valentín Gómez, Suárez Bravo… Pidal fue ministro con Cánovas, pero hubo de renunciar al partido propio porque las honradas masas no se dejaron engañar. Desapareció la Unión Católica una vez producido el estrago; Pidal y quienes le siguieron continuaron en el partido liberal-conservador. También murió éste a manos de Sánchez Guerra y en brazos del Comité revolucionario; como desapareció aquella monarquía liberal-parlamentaria que tan fuerte parecía a los contados carlistas que se resellaron. El 18 de julio los requetés pusieron de relieve ante el mundo la gran fuerza social del carlismo; frente a quienes por razón de hipótesis se fueron del carlismo, resultó evidente que tenía razón don Cándido Nocedal: en España sólo era viable la tesis que con él defendían firmemente los carlistas en cumplimiento de sus deberes de católicos y patriotas, y de la lealtad que habían jurado guardar.