La identidad filipina y el Reinado de Cristo (I)




«La llegada de los españoles», Museo de los Agustinos. Manila
Publicado Por: C. CARLISTA FELIPE II DE MANILA octubre 25, 2022




Parte I. Introducción
Entre las muchas grandes cuestiones a las que se enfrentan los católicos filipinos en medio de la modernidad que siempre trata de confundirnos, quizá no haya ninguna tan descuidada —a pesar de ser una de las más importantes— como es la relativa a la identidad filipina; porque atada a la solución de esta cuestión está la de otra: El Reinado Social de Cristo en nuestra tierra. Ahora, querido lector, puedes detenerte y preguntar: «¿Qué importancia tiene nuestra identidad en la lucha por la Realeza de Cristo? ¿No basta con centrarse en los temas que actualmente asolan nuestra sociedad como la homosexualidad, el aborto, la cuestión del divorcio, etc.?» Al contrario, pues como dijo el filósofo, «conocerse a sí mismo es el principio de la sabiduría». Se deduce entonces que si queremos luchar adecuadamente contra los males de nuestro tiempo, debemos recuperar nuestra identidad con un doble propósito; saber por quién luchamos los católicos —pues estamos involucrados en una guerra por la gloria de Dios, pero también por la salvación de las almas—, y aprender a concretar mejor el Reinado Social de Cristo en nuestra tierra. Porque aunque Nuestro Señor quiere gobernar a todos los pueblos de la Tierra, sin embargo, difiere algo la forma en que esta regla se aplica a cada nación Por lo tanto, para redescubrir la identidad filipina, es necesario retroceder 500 años en la historia de nuestro pueblo, como se pretende en los siguientes artículos, y veremos a medida que avancemos en la historia, cómo se formó nuestra identidad, cómo se perdió, y cómo podemos recuperarla.


Parte II. Origen
Aunque Las Islas Filipinas han estado habitadas durante muchos milenios, Filipinas como entidad política unida no existió hasta finales del siglo XVI. En consecuencia, no existía una identidad filipina antes de dicho siglo, sino que se trataba de un conjunto de pueblos diferentes que tenían cada uno su propia identidad, que, de algún modo, siguen teniendo hasta hoy. Tal es el caso de los tagalos, los cebuanos y los pampangos. En este contexto, los españoles llegaron a nuestras costas y unieron a todos estos pueblos en una sola entidad política, salvaguardando y enriqueciendo la identidad y la cultura de estas razas.

Ahora bien, un concepto erróneo de la conquista española es que fue una subyugación violenta y brutal que condujo a la opresión de los pueblos filipinos. Sin embargo, como se expone en «La controversia sobre la justificación del dominio español en Filipinas» de J. Gayo Aragón, O.P., los españoles, en su conquista de las Américas y de las Filipinas, trataron de legitimar su dominio sobre sus nuevos dominios, bien a través de una concesión del Romano Pontífice, el «… padre de los príncipes y de los reyes, el gobernante del mundo, el vicario de nuestro Salvador Jesucristo en la tierra», como se dice en la ceremonia de la Coronación Papal; o bien a través de la elección de los habitantes nativos de estos territorios. En Filipinas, las órdenes religiosas a las que se asignó la difusión de la fe católica estaban divididas en sus opiniones sobre qué método era el mejor para proceder. Los frailes agustinos y los jesuitas, por su parte, creían que la dominación española estaba justificada por la concesión papal, por la que los españoles tenían derecho a gobernar el nuevo territorio para que la fe católica se extendiera sin obstáculos a los nativos y para que su nueva fe quedara así protegida. Por otro lado, los frailes dominicos, encabezados por el obispo Domingo Salazar de Manila y el padre Miguel de Benavides, opinaron que los españoles no tenían un dominio legítimo sobre el territorio, a menos que éste hubiera sido otorgado por el libre consentimiento de los nativos y sus gobernantes originales conjuntamente. La opinión de los dominicos se impuso y, como relata J. Gayo Aragón, O.P.:

«El 8 de febrero de 1597, Felipe II emitió un decreto en el que ordenaba al gobernador general de Filipinas que convocara a las autoridades de las islas para determinar los medios, primero, de restituir el tributo injustamente cobrado a los nativos paganos, sobre los que el rey no tenía ningún poder legal, y, segundo, de obtener, sin coacción, la ratificación de la sumisión de los nativos al soberano español que, según sus propias palabras, había sido convencido por el padre Benavides de que debía apreciar la sumisión de sus súbditos sólo cuando se diera voluntariamente».

Así, con las notables excepciones de muchas tribus igorrotes del norte de Luzón y otras tribus de Mindanao, los nativos de las Islas Filipinas se unieron libremente a la gran familia de la Hispanidad, una familia de muchos pueblos diferentes unidos bajo una sola corona, donde el sol nunca se ponía y Cristo era (y aún debe ser) Rey.Aragón, J.Gayo. La controversia sobre la justificación del dominio español en
Filipinas,

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Elijah Francis Morales,

Círculo Carlista Felipe II de Manila



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