El sentimiento hispánico en los poetas filipinos
por D.B.P.L.
El 19 de junio se cumple el aniversario del nacimiento en 1861, en Calamba (Laguna, Filipinas), de José Protasio Rizal Mercado y Alonso, héroe máximo de la nación hermana. Parece lógico que la nuestra, ligada al Archipiélago filipino por lazos indestructibles de historia, de cultura y de afecto, se sume a la conmemoración aportando, desde la objetiva serenidad, el examen tranquilo de una época agitada, cuyas pasiones traspuestas nos permiten considerar de un modo distinto no sólo la vida y la muerte del gran malayo, sino también las circunstancias que en una y otra concurrieron y, sobre todo, el escenario en que tuvieron lugar los acontecimientos que aquella muerte puso en trance de inmediata madurez para que se arriara en las Islas del Rey Felipe la bandera española y para que el 10 de diciembre de 1898, al firmar nuestros representantes el Tratado de París, se escindiera el vínculo que durante trescientos setenta y siete años había unido a España y a Filipinas.En tanto que ese examen objetivo y sereno se produce, bueno es que el tema filipino atraiga nuestra atención, porque el desgajamiento político y administrativo del Archipiélago, con todo su cortejo de amargura, no puede incitarnos a ignorar y desconocer a un pueblo amigo, cuya conciencia nacional fue obra de España, y cuyo modo de ser, a pesar de las influencias que luego llegaron, se conforma en los moldes que España dejó durante un largo período de trasvase cultural y de amorosa y fecunda convivencia.
El 4 de julio de 1946, Filipinas consiguió, al fin, la independencia deseada, que no lograron ni el grito de Balintawac de 26 de agosto de 1897, auspiciado por Andrés Bonifacio y los Katipuneros; ni la Constitución de Biakna-Bato de 1 de noviembre de 1897; ni la Constitución de la República de Malolos, proclamada por el general Emilio Aguinaldo el 21 de enero de 1899; ni la llamada “República de las Filipinas” de 14 de octubre de 1943, que, patrocinada por los japoneses llevó a la Presidencia al Dr. Laurel.
Hoy, el Archipiélago filipino constituye el asiento geográfico de un país nuevo, en sazón, lleno de madurez, ejemplo bien significativo, en un mundo en el que las naciones surgen inacabadas o en ciernes, de cuál fue la obra y el quehacer de España. Los países que hoy se retiran de grado o por fuerza, generalmente más por fuerza que de grado, de las regiones y territorios que tuvieron en custodia durante decenios y a veces centurias, está a la vista que no pueden brindar al mundo como España lo hizo con Filipinas, un pueblo civilizado, cristianizado, capaz de asumir libremente sus responsabilidades históricas para el cual estuvieron abiertos, sin escrúpulos racistas, las universidades del Archipiélago y de la metrópoli. Y ello cuando España padecía gobiernos sin altura, cuando el país estaba cansado, cuando no teníamos ni riqueza, ni los medios de comunicación de los últimos decenios para conocer más de cerca las necesidades de un país situado precisamente en las antípodas.
Hora es ya de que la leyenda negra, desmentida más que con palabras con los hechos, se hunda para siempre en la angustiosa confusión de las fáciles y trágicas comparaciones que hoy puede realizar cualquiera y que últimamente en Nueva York, en las Naciones Unidas y en París, en la Asamblea General de la UNESCO, los representantes de los países hispánicos tuvieron ocasión de realizar entonando un himno de agradecimiento a la obra de España, que no fue exactamente una obra de colonialismo, sino una obra constante y sacrificada de colonización.
Dios quiera que este reconocimiento, de cuya autenticidad no cabe la menor duda, llegue también a ciertos sectores católicos donde el odio a España ha sido tan fuerte que ha permitido el alumbramiento de plumas tan llenas de encono como la del doctor italiano Cesare Caminati, el cual, en la página 23 del capítulo II ‘- la parte III de “Compendio de Missionología”, publicado en Bérgamo el año 1929, escribe que “quizá ninguno llevó tan indignamente el nombre de cristiano y de católico como los conquistadores de la Península Ibérica, horda de chacales hambrientos y desposeídos de todo sentimiento de humanidad”.
De este error, que ya no puede justificarse con alegatos de ignorancia invencible, daba cuenta puntual, refiriéndose a Filipinas, un misionero del Sagrado Corazón de Jesús, de nacionalidad holandesa, en el Congreso Misional de Barcelona: “Soy holandés, esto es, una víctima de antipatías nacionales hacia España, antipatías muy arraigadas, mamadas casi con la leche, fomentadas por un sistema absurdo de educación e instrucción histórica en las escuelas, pero soy un convertido por lo que se refiere a las cosas de España”. (C. Petters: “Vindicación de España en Filipinas”. Archivo Agustiniano, julio 1931).
Estas cosas de España, hechas universales por aquellos hombres, con defectos como todos los hombres, pero guiados y enardecidos por los más altos y nobles ideales son también cosas de Filipinas. Quizá por ello, a los enormes alicientes que Luzón, Mindanao y las Bisayas ofrecen al viajero, con la opulencia dé su vegetación exuberante y tropical, sus higos entre montañas, sus volcanes ardientes, sus campos inmensos de palay, de caña de azúcar, de caucho, de café, de algodón, de palmas de coco y de nipa; sus pueblos diferentes y sus idiomas distintos, hay que añadir la sugestión de la presencia española hecha de tradición y de costumbres. Por eso, cuando en la noche del Pacifico se vislumbran las islas, parece adivinarse todo el simbolismo del pandango Sailaw que aquí, en España, vimos bailar como un trasunto del mestizaje de las danzas al famoso Baihaniham Las tres dalagas o doncellas filipinas, vistiendo el traje vaporoso de jusi, mueven sus brazos femeninos y orientales mientras de la oscuridad brota la luz de tres pábilos que reposan, como en fanales de cristal sobre sus cabezas juveniles. Así también, en la negrura del paganismo y de la miseria que se extiende por aquella vasta extensión de la humanidad, Luzón, Mindanao y las Bisayas, parecen, desde nuestro cielo, moverse gráciles y sugestivas, alumbrando la noche con las bengalas luminosas de la fe, de la esperanza y de la caridad qué allí ardieron como en tierra propicia al conjuro de los hombres de España.
Una de las cosas que esos hombres contemplaron al norte de Luzón fueron las terrazas o bancales de arroz de Ifugao, las cuales, en su vía ascendente, semejan una grande e inmensa escalinata que perdiéndose entre las nubes llega hasta el cielo. Es posible que Jesús Balmori, el mago del color y de las soberbias imágenes, las hubiera subido con su fantasía para sorprender el instante en que sobre el suelo filipino aparecieron las llamas del Taal:
“Y Dios cogió una vara de estrellas encendidas para prenderle fuego al cráter del volcán”.
Y con ese fuego que sale de la entraña de la tierra se entre laza el fuego del sol que baila el Archipiélago:
“Adios, patria adorada, región del sol querida”,
nos dice Rizal en su “Último adiós”; y José Paltua, en la letra del Himno nacional filipino, interrumpe emocionado:
“Tierra adorada,
hija del sol de Oriente,
su fuego ardiente
en ti latiendo está”.
Y un sol, con ocho rayos deslumbradores, figura en la bandera nacional de Filipinas.
Entre el fuego y el sol, Filipinas nos aguarda en su choza de nipa. Hay que presentir la seducción de aquella tierra, su duende y su atractivo, para entender la invitación generosa que el país nos hace por boca de uno de sus hombres más extraordinarios el senador Claro Recto, ya fallecido, cuando desde Roma, camino de España, nos envió el saludo del encuentro frustrado
“Venid a mi alcázar, la frágil cabaña
que se esconde tímida bajo un platanal.
Entrad con cuidado, es de nipa y de caña
y puede romperla un brusco ademán.
… … … …
Mi choza de nipa mi choza de caña
os dará un tesoro, mi alma natal”.
Así, con cuidado, sin bruscos ademanes entraremos a estudiar el tema filipino considerándolo con amor, escrupulosos de su timidez y seguros de que con tales disposiciones Filipinas nos entregará el tesoro de su espíritu.
Literatura Filipina en Castellano
Tiene razón el ilustre periodista y abogado filipino Manuel Briones cuando escribe que no hay literatura española en Filipinas, sino literatura filipina en español, porque lo español al trasplantarse a un clima distinto tuvo que sufrir las transformaciones exigidas por el medio ambiente. Si el arte lo define Emilio Zola como “la realidad vista al través de un temperamento”, está claro, concluye Briones, que el temperamento filipino es el que se expresa en idioma castellano.
Esta expresión castellana del temperamento filipino es tardía, Al contrario de lo que sucedió en América, los españoles fueron muy pocos en el Archipiélago, de tal manera que se calcula su número máximo en cuatro mil, y de ellos soldados en su mayoría.
Las masas populares siguieron hablando sus idiomas respectivos, y las órdenes religiosas, agustinos, dominicos y jesuitas, principalmente, estimaron que la obra de evangelización era tan importante y tan urgente que era preferible que unos pocos, los misioneros, aprendieran aquellos difíciles idiomas y los utilizaran de inmediato en la tarea catequística, que no aguardar a que la población indígena dominase el castellano para iniciar la predica del Evangelio.
Esta directriz espiritual tuvo en otro orden graves desventajas toda vez que el español en lugar de convertirse en lengua nacional impulsada, como ha escrito Barcia Trelles, por una tarea centrípeta que asignaba al castellano la misión de aglutinar un medio en franca dispersión lingüística, vino a ser, tan sólo, el medio de instrucción de la clase pudiente que frecuentaba las aulas superiores y el hecho diferenciador y distintivo de un grupo social y culturalmente elevado.
Si a ello se unen las preocupaciones de las autoridades españolas para evitar la filtración de la masonería y de las ideas revolucionarias, se comprenderá que la difusión del castellano estuviese contenida y que un estado de cosas coma éste provocara el diálogo que recoge el capítulo VII de “El Filibusterismo” de Rizal, en el que, con despecho, Simoun contesta al conformista Basilio:
“. -. tenéis un gobierno imbécil. Mientras Rusia para esclavizar a Polonia le impone el ruso, mientras Alemania prohíbe el francés en las provincias conquistadas, vuestro gobierno pugna por conservar el vuestro”
Ello no obstante, por invasión, vocablos españoles, a veces con alteraciones prosódicas, se incrustaron en las lenguas vernáculas por ósmosis, allí donde la presencia española fue más numerosa y estable, aparecieron modalidades dialectales que todavía se conservan, tales corno el cabiteño y el chabacano.
A pesar de todo el castellano y la literatura filipina en castellano hubieran corrido en el curso del tiempo suerte muy distinta la que hoy puede apreciarse, si la evolución lógica de los acontecimientos no hubiera sido dislocada por la guerra de nuestro país con los Estados Unidos, y por la aparición y puesta en ejercicio del imperialismo norteamericano.
Aquella clase dirigente y culta a que antes hacíamos referencia, que había paseado por España y por todos los países de Europa, y que incluso con motivo de la apertura del canal de Suez se encontraba hasta físicamente más próxima a la madre patria, iba a elaborar el pensamiento reformista, dentro de la unidad española, y el pensamiento de la independencia, frente a España primero y frente a los Estados Unidos, más tarde, en el más correcto y entusiasta castellano.
Tan es así, que la Constitución de Malolos se escribe en español, en español se celebran sus debates y el artículo 23 de la misma establece que aun cuando “el empleo de las lenguas usadas en Filipinas es potestativo; para los actos de la autoridad pública y los asuntos oficiales se usará el español”.
En español están redactadas las proclamas de Aguinaldo y sus declaraciones de guerra; en español se escriben periódicos revolucionarios como “La Independencia”, “El Ideal”, “La Verdad”, “El Renacimiento Filipino”, “La Tribuna” y “El Espectador”; español es el idioma de Rizal, de López Jaena, de Marcelo del Pilar y de José Panganiban y Apolinario Mabini, el “gran paralítico”, el cerebro de la revolución, desterrado por los yanquis en Las Marianas, escribe en correcto castellano sus “Memorias de la Revolución filipina”.
De esta forma y de un modo suave, el castellano, idioma de la metrópoli, cuyo dominio se detesta, se adscribe al conjunto de valores que integran la nacionalidad filipina y se convierte, de un modo sucesivo, en plataforma de combate contra el nuevo opresor, en vínculo de hermandad con la nación progenitora y en lazo de unión con todos los pueblos que nacidos de España constituyen la Hispanidad.
No es ocasión apropiada la presente para estudiar con el detalle que la cuestión exige las vicisitudes del castellano en Filipinas y para dar cuenta de la lucha sin cuartel y sin ahorro de medios desplegadas por los Estados Unidos para desterrar el español del Archipiélago. Bástenos decir que, convertido el inglés en único idioma de instrucción, sancionados con el cierre y la exoneración de la enseñanza, las instituciones y el profesorado que conservaron nuestro idioma, esparcidos por todo el país maestros norteamericanos, atraídos por becas tentadoras, a los Estados Unidos, los mejores estudiantes, aún pudo el nacionalismo filipino declarar en la Constitución, aprobada por la Asamblea legislativa de 1935, que el castellano, con el tagalo y el inglés, era idioma oficial de Filipinas.
El proceso histórico que acabamos de esbozar se refleja, como es lógico, en la poesía que en castellano escriben los filipinos. Primeramente, el verso en español es una diatriba contra España; luego, el español se usa como idioma de combate contra los Estados Unidos; después, el castellano sirve de apoyo para exaltar el reconocimiento de Filipinas a la obra de España; más tarde, los poetas filipinos perciben y cantan la unidad de los pueblos fundados por la madre común, y por último, en la lucha con el idioma inglés que trata de invadirlo todo, los poetas filipinos denuncian el combate desigual y prometen seguir empecinados en su cultivo. Espiguemos ahora, aunque sea con brevedad, entre lo poetas filipinos, para dar una idea de cómo tuvieron expresión poética cada una de las etapas de este apasionante proceso histórico.
A) Poesía filipina en castellano contra España
Dos acontecimientos excitan la e poética antiespañola en castellano, a saber: el fusilamiento de Rizal el 30 de diciembre de 1896 y su conmemoración anual y la guerra contra España.
Al primer incentivo responde el poema “A Rizal”, que en el segundo aniversario de su muerte le dedica Cecilio Apóstol, “poeta elegante y lapidario” y al decir de Recto “el poeta cumbre de Filipinas”. Entresacamos dos estrofas del poema conmemorativo:
“Esta es la fecha, el día funerario
en el cual el tirano sanguinario
te hizo sufrir el último tormento,
cual, si al romper el ánfora de tierra,
la esencia que en él ánfora se encierra
no hubiera, acaso, de impregnar el viento.
E1 enjugó de nuestra patria el llanto.
Su verso fue la vengadora tea
que encendió en el fragor de la pelea
los laureles de Otumba y de Lepanto”.
En 1920 y en circunstancias semejante, Lorenzo Pérez Tuells comienza su composición “A Rizal”, diciendo:
“A pesar de la insidia, del tiempo y del olvido
te yergues soberano — apóstol, ¡oh profeta!—
en la mano una palma, pues que mártir has sido
y un laurel en la frente, pues que fuiste poeta”
y termina:
“Puede un trozo de plomo destrozar una frente
pero no puede nunca destrozar una idea”.
José Palma, autor de la letra del himno nacional filipino y al que citamos más arriba, insistiendo en el tema, escribe bajo el titulo “En la última página del Noli me tangere”:
“Yo te leí cien veces, noble amigo.
Hallé siempre, flotando en cada página,
un paño para el llanto del esclavo,
para el tirano vengadora tralla.
¡Cómo sentí, al recorrer tus hojas,
lástima por mí patria esclavizada!”
… … …
Y fue obra tuya, tuya solamente,
que sin ti aún no viera nuestra patria
roto el dogal que estrujaba’el cuello
y en sus cielos brillando la alborada”.
Recto, “el mejor orador de lengua castellana de todo el Archipiélago”, al que ya nos hemos referido y al que tantas y tan repetidas veces habrá que hacer alusión cuando se habla de Filipinas, en “Apoteosis”, nos describe así la obra de Rizal:
“Era Rizal, mesías que esperaba
la madre patria condenada a muerte.
Era el enviado por Aquel que vela
por el destino de los pueblos débiles.
Se anunció el Redentor... Los falsos ídolos
se desplomaron de sus altas sedes,
rotos por el martillo de los bravos,
rojas de sangre las egregias vestes”.
Por último, Jesús Balmori, en el himno a Rizal, premiado en Manila en noviembre de 1908, que titula “¡Gloria!” y que se canta en las escuelas, más comedido y circunspecto, dice:
“Del suelo de la Patria que vuestra sangre encierra,
hoy brota un himno santo en vuestro augusto honor:
¡Gloria al que abrió los surcos para labrar la tierra!
¡Gloria al que abrió las almas para enseñar amor!”
La guerra contra España, que es el segundo de los motivos inspiradores de la expresión poética en castellano, durante el ciclo histórico que ahora nos ocupa, alienta en el desafío del propio Jesús Balmori titulado “¡Excelsior!”:
“Yo no temo al César. Por mis venas
corre sangre de príncipes malayos;
¿quién dijo que con balas o cadenas
puede atajarse el vuelo de los rayos?
Se ha de doblar la testa coronada
bajo el verbo de gloria que pregono;
que es más grande mi pluma que su espada
y hay más fuerza en mi pecho que en su trono”.
“A la patria”, de Emilio Jacinto, el doctrinario del Katipunan que a las órdenes de Andrés Bonifacio se pronuncia en Balintawac, reza lastimosamente así:
“ qué sirve que asombre tu exuberante suelo,
produciendo sabrosos frutos y frutos mil
si al fin cuanto cobija su esplendoroso cielo
el hispano declara que es suyo y sin recelo
su derecho proclama con insolencia vil?”
Y Recto, en “Revolución”, explicando lo que la palabra significa añade como ejemplo:
“Es el grito del alma rebelde y luchadora,
cuando afirma ante el César que es grande su ideal.
Es la voz de los débiles cuando les roba el fuerte
el noble patrimonio que Dios les reservó
… … …
Es el airado gesto de los desheredados
rompiendo en mil fragmentos el hierro colonial.
… … …
Revolución es grito de imprecación y guerra,
la voz que Bonifacio lanzó en Balintawac”.
B) Poesía filipina en castellano contra los Estados Unidos
La república de Malolos fue aplastada por el ejército norteamericano. Apolinario Mabini, con una dialéctica aplastante, narra de este modo el engaño cruel que dio origen a la opresión norte americana:
“Antes de que el almirante Dewey viniese con su escuadra a Filipinas tuvo una conferencia con el general Aguinaldo y después de haber asegurado a éste que los sentimientos del pueblo americano no podían ser más amistosos, pues los propósitos de su gobierno eran ayudar a los filipinos si éstos, a su vez, les ayudaban en la guerra contra los españoles motivada por la independencia de Cuba, le preguntó si se consideraba con fuerzas para mantener el orden en todo el Archipiélago cuando hiera un hecho la expulsión de los españoles, a o que el general Aguinaldo contestó que respondía no sólo del orden y de su pueblo, sino también de que la guerra se haría, con arreglo a las prácticas observadas por las naciones civilizadas, como le facilitasen armas. Ante esta respuesta el Almirante, luego de haberle prometido que se le facilitarían las armas necesarias, prosiguió su viaje a Manila, en cuyas aguas obtuvo una victoria completa con la destrucción de la flota española,”.
“Posteriormente llegó el general Merrit... Las fuerzas americanas construyeron una trinchera muy larga y grande a retaguardia de los filipinos... Los españoles, acorralados por tierra, por los filipinos y amenazados por mar por los buques americanos, resistieron furiosamente el ataque dirigiendo sus tiros sobre las fuerzas americanas... Estas, viendo que eran el blanco de los españoles, se ponían a retaguardia de los filipinos, a quienes dejaban avanzar entonces. Los españoles al ver que tenían que habérselas con los filipinos, y considerando tal vez con razón que, de dejar las FICI pinas, no podrían hacerlo mejor sino a sus habitantes, y, por con siguiente, era innecesario el sacrificio de la sangre, abandonaban sus posiciones. Los americanos entonces avanzaban, se apoderaban de las posiciones tomadas por lOS filipinos y cambiaban la bandera filipina por la bandera americana”.
La actitud realmente intolerable de los invasores, provocó, después de numerosos incidentes, la ruptura de las hostilidades... El 4 de febrero de 1899 Emilio Aguinaldo declaró solemnemente: “quedan rotas la paz y las relaciones de amistad entre las fuerzas filipinas y las americanas de ocupación, las cuales serán tratadas como enemigas dentro de los límites previstos por las leyes de la guerra”.
Como es lógico, en la lucha heroica, pero desigual, el ejército filipino fue derrotado. El 31 de marzo, Malolos, capital de la República, fue ocupada por el general Arthur Mac Arthur. Los esfuerzos de los generales Antonio Luna y Gregorio del Pilar, así como el heroísmo de Teresa Magbanau, la Juana de Arco de Ilo Ilo, fueron inútiles, y el 16 de abril de 1902 al entregarse Miguel Malvar, el último de lo resistentes, la ocupación completa de Filipinas por los supuestos libertadores había quedado terminada,
Aguinaldo, al crear las Juntas Locales de Defensa, puso de relieve el fraude colosal: “Ellos (los norteamericanos) declararon la guerra a España so pretexto de libertar a los pueblos oprimidos por ésta, y hoy los mismos pueblos gimen esclavizados por la fuerza bruta: han venido a títu1o de campeones y libertadores, secundando nuestros esfuerzos en pro de la libertad, y después que les hemos ayudado contra los españoles, se han aprovechado ellos solos del fruto de la victoria”.
Y Mabini, examinando la situación en Filipinas luego de terminar las hostilidades, escribe estas palabras que rebosan a un tiempo ira, patriotismo y amargura: “A ellos, a los norteamericanos, les reporta, por lo visto, mayores ventajas prometernos adelantos en toda clase de industrias y medios de comunicación”, para después apoderarse de nuestras propiedades y acaparar todas las industrias con el auxilio de sus grandes capitales y reducirnos a la condición de aparceros o colonos y obreros, cuando no meros nados o sirvientes”. Antes “éramos iguales a los españoles ante las Leyes de España” y ahora nos vamos a convertir en “un pueblo de... fundidores, ebanistas, plateros y ayudantes de máquinas”.
La discriminación racial y la ignorancia de Filipinas por parte de la nueva metrópoli fue creando un clima de recelo que reflejan como un ejemplo estas anécdotas acaecidas e los Estados Unidos y que cuenta Rafael Corpus, letrado de la Asamblea Filipina: “En San Francisco me hicieron esta pregunta: ¿es verdad que los filipinos solamente han aprendido a vestirse a su llegada aquí?; y en Washington, en la Biblioteca del Congreso, me lanzaron los siguientes exabruptos: “ tienen en su país edificios como éste? ¿Usted sabe qué es una mina? Sí, sí, las Filipinas están en las Antillas”.
En el período de la ocupación americana, la expresión poética en castellano, revela la tensión espiritual del pueblo filipino: “de una parte, el sentimiento nacional, herido por los dominadores, y de otra, el deseo de continuar la lucha, arrumbando la pereza acomodaticia de algunos sectores”.
Cecilio Apóstol, Recto y Fernando María Guerrero dan testimonio de ese sentimiento nacional herido, mientras que Pacífico Victoriano y Flavio Zaragoza se revuelven airados contra los conformistas de la nueva situación.
Cecilio Apóstol, que en “Líneas actuales” alude a los Estados Unidos con figuras tan acres y tremendas como “huésped ingrato, hábil en agios y en constituciones, peso de hierro, nuevo César plutócrata y rubio”, repudia “una tutela que no demandamos”, y añade:
“Y tras dos guerras, por no tener amos,
¡somos mendigos del propio derecho!”
En su poema “A Emilio Jacinto”, completa su pensamiento al escribir:
“Descansa. La Patria vigila tu sueño de paz.
La Patria, orgullosa, entre epónimos héroes te nombra.
Moriste dichoso, sin ver sobre el pecho la sombra
del ala extendida y las garras del buitre rapaz”.
“La oración del dios Apolo”, de Claro Recto, tiene el empaque de la imprecación y la arenga:
“En estos días en que el bárbaro esquilmo
en esta tierra idílica alza su pabellón,
en que nos hiere el fuerte, porque nacimos débiles
y tiramos del carro del colonizador,
Padre, más de tres largas centurias transcurrieron
y seguimos libando la hiel del padecer;
huyó el león rampante ensangrentado el lomo,
pero vinieron águilas rapaces en tropel.
… … …
Excelso Padre Apolo: por las musas gloriosas,
por los sátiros viejos del bosque secular,
por las suaves ondinas que duermen en los lagos, por la luna, tu hermana, de soñolienta faz,
suelta las rolas bridas de tus salvajes potros
que en furioso galope sus crines tenderán,
y que enciendan sus cascos, al chocar con los soles,
reverberantes rayos de paz y libertad”.
Por último, Fernando María Guerrero, que sueña con una juventud en línea de combate:
“La legión está pronta, la legión luchadora,
que enarboló en su diestra, a la luz de la aurora,
la oriflama de guerra de la audaz juventud”.
Escribe en el año 1907, cuando el Gobierno norteamericano prohíbe el uso de la bandera filipina:
“¡Es bandera muy santa! Me la dieron
hombres ya muertos de mi propia raza.
Ellos la amaban mucho y defendieron
cuando tronó el insulto o la amenaza.
… … …
¡Vivirá! Si algún día de mis manos
un golpe de azar la desprendiera,
en pos de mí vendrían mis hermanos
a tremolar de nuevo esa bandera”.
La pereza acomodaticia, la desgana y el conformismo encienden la pasión de Pacífico Victoriano que en la acostumbrada conmemoración de 30 de diciembre de 1905, en su poema “Al gran mártir”, se lamenta invocándole:
“… … …
“Sal de la tumba; ven, mi voz escucha:
Para salvar la enseña derrotada
¡Hay pocos en la arena de la lucha
que la pluma transforman en espada!”
Y Flavio Zaragoza, entristecido, escribe en “Mi silencio”:
“¡También la juventud!
Una columna que sostiene la fuerza de la raza,
canta tan sólo mujeriles versos
y llora imbécil, sin mostrarse brava;
… … …
¿Por qué vosotros, jóvenes poetas,
sólo cantáis a vuestra dulce amada?
¿No sabéis que, más amor que los amores
es más sublime vuestra triste patria?
… … …
¿A qué seguir lanzando mi anatema
por la defensa de esta tierra esclava,
contra Nerón, Calígula y Atila,
si el pueblo sólo admira mi palabra
sin comprender la luz del pensamiento
que surge como bronca catarata?
… … …
Cuando en la nave de mis versos rojos,
crucé sin miedo líricas distancias
para cantar las grandezas de mi pueblo,
volví al punto mi bélica mirada,
y contemplé que nadie me seguía
porque todos en tierra se quedaban,
entonces empaparon mis mejillas
lágrimas acres de dolor y rabia.
¿Dónde estáis, poetas filipinos,
¿mulos dignos de Guerrero y Palma?
¿Por qué no sois como el profundo Apóstol,
magos del verso que maldice o labra?”’
En la protesta contra la ocupación americana empieza a insinuarse de un modo tímido el amoroso recuerdo de la España ausente.
Rosario Dayot, en su soneto “A España”, escrito en 1922, se atreve a decir:
“Mas... escucha sus votos inmarchitos:
ni del tiempo los cursos infinitos
ni el nuevo rumbo de tutelo extraña
extinguirán en tierra filipina
la fe en tu amor, la fabla cervantina
ni este grito supremo: ¡Viva España!”
Y Manolo Bernabé, en su poema “España en Filipinas”, que después tendremos ocasión de considerar, dice de paso:
“Puede venir el águila altanera
y hundir el corvo pico en la bandera
de gualda y oro que nos da alegría;
podrán poner en mi garganta un nudo,
que cuando el labio se retuerza fluida
irá a gritar el alma: ¡Madre mía!”.
C) Poesía filipina en castellano en favor de España
Un joven filipino de la nueva generación, educado por Norteamérica, hoy decano de la Facultad de Artes de la “Far Eastern University” y colaborador habitual de “Manila Times”, Alejandro Roces, ha dicho en una conferencia reciente: “Ni todos los cañones del almirante Dewey, ni todas las atracciones de la vida angloamericana pudieron apagar las brasas de cariño que por espacio de siglos habían calentado apasionadamente los corazones de este pueblo indómito, pero agradecido, que fue arrancado violentamente por la fuerza de las circunstancias del seno de la nación que le dio vida, alma y pensamiento”.
Y Nick Joaquín, otro filipino joven e ilustre de la misma gene ración, ha escrito: “El alegar que España no nos ha dado más que cosas malas —de las cuales no podemos señalar más que la religión y la nacionalidad, y éstas no son malas— es como si se hablara de una mala madre que no ha ofrecido al mundo más que la existencia de un hijo. Porque en un sentido más profundo España nos ha dado la vida. Estos grupos de islitas de diversas lenguas han sido unidas en una sola nación por obra de España, pues España creó nuestro temperamento nacional, nuestra fisonomía como un país».
La expresión poética de este sentimiento de gratitud se manifiesta en distintas ocasiones y con motivos diferentes.
Tal ocurre en el recuerdo de Magallanes, muy en especial cuan do se celebra el centenario del descubrimiento de Filipinas.
Manolo Bernabé, en el poema citado, “España en Filipinas”, alude al insigne navegante, cuando escribe:
“Dichoso instante aquel que vio a las olas
dialogar con las naves españolas
llevando a Limasawa a Magallanes!”
Fernández Lumba, insistiendo en el tema, escribe su composición titulada “A Magallanes”:
“No en vano con tus naves cargadas de nobleza
de toda la ilusión que Iberia pudo dar,
venciste los embates del mar y su fiereza,
trayendo con tu espada la cruz y la verdad”.
E Isidro Marfori, en los versos que titula “Por amor a España”, rememora de este modo las jornadas del descubrimiento:
“Desafiando del sino los desmanes
un grupo de española valentía
arribaba a las ínsulas un día
al mando de Fernán de Magallanes.
En la cruz de sus recios gavilanes
las católicas luces nos traía,
en sus fuertes aceros la hidalguía,
en sus pechos olímpicos afanes”.
El “sandungo” o pacto de hermandad adoptiva, al uso entre los reyes autóctonos, que hizo franca y permanente la amistad entre Sikaturia y Miguel López de Legazpi, y que inmortalizó el cuadro famoso de Juan Luna y Novicio, fue otro de los estimulantes de la expresión poética laudatoria para España.
Cecilio Apóstol dedica a recordarlo una de las estrofas de su poema “A España imperialista”:
“Y si por rasgos étnicos en gran desemejanza
de tu linaje insigne nuestra nación está,
sabemos que al principio, para pactar su alianza
juntaron y bebieron, a la nativa usanza,
sus sangres en un vaso Legazpi y el Rajah”.
Y con temática idéntica, Pacífico Victoriano dice:
“El pacto hispano indígena de tres siglos de amores
no fue vana quimera de los conquistadores:
¡con sangre rubricáronla Legazpi y Solimán!”.
Jesús Balmori, en el “Blasón” y “Et incanatus est”, alude igual mente al pacto de sangre:
“Soy un bardo indio-hispano. En mi pecho cristiano
mi corazón es oro donde mezclada está
la sangre de Legazpi, el Capitán hispano,
con la sangre tagala de la hija del Rajah!”
… … …
“Si Filipinas, hoy, rotas ya sus cadenas
quisiera aparecer ante su historia sola,
… … …
se tendría que abrir nuevamente las venas
y arrancar de sus venas esa sangre española”.
Manila, como ciudad exuberante o destruida por los azares de la guerra; la obra de España en el Archipiélago y en el mundo y el castellano, Cervantes y Don Quijote, ofrecen coyuntura poética de idéntico signo amistoso.
Nicolás Joaquín, comienza de este modo una de sus comedias:
“La vieja Manila, la Manila primigenia, la noble y siempre leal ciudad, para los primeros conquistadores era una nueva Tiro y Sidón; para los primeros misioneros una nueva Roma. Dentro de esos muros se amontonó la riqueza de Oriente: seda de China, especias de Java; oro y marfil y piedras preciosas de la India y dentro de sus murallas los campeones de Cristo se reunían para conquistar el Oriente para la Cruz. Estas viejas calles estuvieron una vez pobladas por una muchedumbre fantasmagórica: virreyes y arzobispos; místicos y mercaderes, hechiceros paganos y mártires cristianos, monjas y aventureros y marquesas distinguidas, piratas ingleses y mandarines chinos, renegados portugueses, espías holandeses, sultanes moros y capitanes de barcos yanquis. Durante tres siglos esta ciudad medieval fue por su comercio una Babilonia y por su fe una nueva Jerusalén. Mirad ahora: esto es todo lo queda, maleza y escombros y chatarra, un trozo de muro, un fragmento de escalera y encima, aplastada, la fachada gótica del viejo Santo Domingo... La guerra, con su protocolo de destrucción, puso su rúbrica”.
La Manila pletórica, llena de atractivo, subyugó a españoles como Joaquín Pellicena y Camacho, que en “Las calles de intramuros” puso de relieve el embrujo de la ciudad:
“Cuando paso por las calles de Manila me parece
que resurgen intramuros los recuerdos del ayer;
en la vaga somnolencia de la tarde que anochece
evocando voy memorias de heroísmo y de poder.
Veo lanzas y arcabuces, veo picas y banderas;
oigo vítores y pasos en ruidosa confusión,
desfilando por mi mente las legiones altaneras
de Legazpi y de Salcedo, Lavezares y Chacón”.
La misma ciudad es evocada por Pacífico Victoriano en versos suaves para el oído:
“¡Manila!, en la corola
de un casto lirio nacida,
gentil princesa dormida
sobre la espuma del mar”.
Las ruinas de intramuros, contribución fatídica de la guerra entre norteamericanos y japoneses, que tuvo como tierra de combate la ciudad amada, inspiran a Benigno del Río estrofas como ésta:
“Piedras con raíces hondas
en el alma filipina
y española.
… … …
Piedras que se alzan bravías
como espolones buscando lejanas olas.
La obra de España en Filipinas y la gratitud y la amistad entre ambos pueblos, que de ella nace, da origen a una floración poética tan numerosa que se hace necesario prescindir en una exposición abreviada, como la presente, de muchas de las composiciones que en tales sentimientos se inspiran.
La visita al Archipiélago, en 1915, del poeta español Salvador Rueda, mueve a Cecilio Apóstol a escribir su ya citado poema. “A España imperialista”, en el cual, conmovido, nos dice:
“España nos recuerda enviándonos su musa;
gracias, oh madre antigua, por el presente regio
que a la abundancia sumas de tus pasados dones
… … …
España
ayer fundaste reinos por medio de la espada,
hoy vuelves a ganarlos por medio de la lira”.
Y así, Casuso Alcuaz:
“Allá, detrás del mar, descansa España
con aire augusto de titán, rendida;
que al peso tanto de su mucha hazaña,
sobre sus lauros se cayó dormida.
Allá la noble España, madre nuestra,
aquí su noble hija del Oriente”.
Remigio S. Joekson:
“Canto a la madre España, la grande, la gloriosa”.
Fernández Lumba:
“Madre España:
por tu gloria
por el brillo de tu historia
por tu hazaña de tres siglos en la tierra de mi amor”.
Lorenzo Pérez Tuells:
“De su pecho bebimos el aroma
de su frente tomarnos nuestra luz;
nos dio para cantar su mismo idioma;
nos dio para llorar su misma cruz”.
Tirso de Iruretagoyena:
“Por eso, aunque designios fatales del destino
rompieran la cadena de amor que nos unía,
caballeros andantes por el mismo camino,
marcharán juntas siempre vuestra patria y la mía”.
Pacífico Victoriano:
“...En turquesa latina
ha modelado España el alma filipina
… … …
Por eso, aunque nos vieras malayos por la cara
y morena la frente que el indio sol tostara
somos siempre españoles por alma y corazón”.
El mismo Rizal, que si en prosa, dirigiéndose a su amigo Blumentritt (carta de 12-1-1887), agradece a los españoles y a la religión católica que los filipinos no estuvieran a merced de los tratantes de esclavos, en verso había escrito:
“Alza tu tersa frente,
juventud filipina.
Ve que en la ardiente zona
do moraron las sombras, el hispano
esplendente corona
con pía y sabia mano
ofrece al hijo de este suelo indiano”.
La obra de España, no sólo en Filipinas, sino en América y en el mundo, la canta así Fernández Lumba:
“Por cantar tu excelsa gloria los poetas ya agotaron
los acentos de sus liras, los vocablos del lenguaje
¿Qué poetas, inspirados por tu historia, no cantaron
la nobleza de tus hechos, la virtud de tu linaje?
¿Qué océanos los colores de tu enseña no copiaron?
¿Qué naciones no sintieron el vigor de tu coraje?
¿Qué países tus soldado con su sangre no sellaron
y qué historia habrá en el mundo que a tus fastos aventaje?”
Y sobre todo, el llorado y querido Manolo Bernabé, que hizo de España su tema preferido:
En “España en Filipinas”, dice:
“Mas no es la espada omnipotente sólo
la que al brillar del uno al otro polo
obró cien maravillas en el llano;
es la esencia vital de las Españas
que al invadir palacios y cabañas
prestó eficacia al ideal cristiano”.
Concluyendo así:
“En el curso del tiempo, desenvuelto,
Tú, España, volverás — ¡qué amor no ha vuelto!—”
En “Juglar indio”, agrega melancólico:
“España es esa cosa antigua del hogar,
medallón de oro y luces que dora el viejo sol”.
Y en su soneto a Madrid, recitado en el teatro Lara de nuestra capital, se manifiesta alegre y retozón, cuando escribe:
“ ¡Soñar Madrid! ¡Sentirme madrileño!
Este era un sueño de mis viejos días,
cuando iban navegando mis poesías
asidas a los mástiles de un sueño.
Y bien, ya estoy. El trovador isleño
rasgando siderales lejanías,
ancla, desde morenas oceanías
su grande impulso y su bajel pequeño.
Filipinas, la virgen marinera,
salta de una ribera a otra ribera
montante en trampolín de nipa y caña
y os trae como regalos del Orientel
los dos soles que bailan en su frente:
la fe de Cristo y el amor a España”.
De regreso en Manila y luego de haber, iniciado una décima con dos versos lapidarios “Y pues tengo de partir, de España, que es ir muriendo”, en el homenaje que le tributaron sus compatriotas, como brindis, recita —él que era un magnífico recitador—:
“Danos, Señor, el pan de cada día
y con el pan inviernos y veranos,
mieles de amor y sales de alegría;
pero todo en un vaso de poesía
con burbujas de ritmos castellanos”.
Por último, el castellano, Cervantes y Don Quijote, constituye también el nervio de composiciones poéticas en las cuales se cuales se enaltece el amor a España: Así Jesús Balmori, en la poesía que en 1920 mereció el premio de la Casa de España de Manila, escribe invocando: “A Nuestro Señor Don Quijote de la Mancha”:
“¡Señor de los poetas, de los desventurados,
de todos los ausentes de libertad turbados,
de los que han hambre y sed de justicia en la tierra!”
… … …
“Señor de los esclavos, señor de las zagalas,
en cuya frente baten las águilas sus olas
y en cuyo pecho España su corazón encierra!”
Pacífico Victoriano, en “Excelsior”, composición que obtuvo, la Flor Natural en los juegos Florales de Manila de 1905, exclama:
“¡Cervantes, loor a ti, gloria a España,
la que fue soberana de dos mundos!
Y Recto, en la mejor y más larga de sus poesías. “Elogio del castellano”, en briosos endecasílabos, dice alabando el idioma común:
“Arca santa inviolable de la raza,
Arca santa de próceres bellezas
que a tu prestigio espiritual vinculas
la gloria de magnas epopeyas.
Arca egregia y divina
que en las ingentes luchas ya pretéritas
sobreviviste al colonial desastre
cual sobrevive el alma a la materia.
… … …
Y tuviste en la lira de Quintana
ecos triunfales, resonancias bélicas;
en los versos broncíneos de Chocano
fragor de sordas cataratas épicas,
algazara de pompas coloniales,
rumor de besos y temblor de quenas.
En Fray Luis fuiste cigarra
que endulzaba el reposo de la siesta
y tonada de amor a la tierruca
en los cuadros agrestes de Pereda;
batir de alas de ingrávidos querubes
en las trovas ardientes de Teresa
y en el arpa divina de Darío
ruido de encaje y fru-frus de seda.
… … …
No en vano fueron por ignotos mares
de Hispania las veloces carabelas,
no en vano los Cortés y los Balboas
desafiaron el hambre y las tormentas,
y sus bridones épicos midieron
las pampas infinitas de la América.
No en vano sobre el pico de los Andes
dueña del mundo flameó tu enseña.
No en vano por tres siglos tus ejércitos
levantaron en mi solar sus tiendas
y vieron el prodigio de mis lagos
y de mis bellas noches el poema.
No en vano en nuestras almas imprimiste
de tus virtudes la radiosa estela,
y gallardos enjoyan tus rosales
plenos de aroma las nativas sendas.
No morirás jamás en este suelo
que ilumina tu luz. Quien lo pretende
ignora que el castillo de mi raza
es de bloques que dieron tus canteras”.
D) Poesía filipina en castellano, como vínculo de Filipinas con la Hispanidad.
La exaltación del castellano, como idioma, lleva consigo, a modo de consecuencia insoslayable, la idea de que todos los pueblos que lo hablan pertenecen a un mundo común y a la, vez diferenciado. Arnold Toynbee, que se ha preocupado del tema, asegura, luego de estudiar las vivencias culturales del país hermano, que “Filipinas (parece una nación) arrancada de América y arrastrada al lado del Pacífico por una marejada legendaria o por un fabuloso huracán”.
Esta sensación que Filipinas ofrece al viajero y al estudioso se debe a que tanto el Archipiélago como Hispanoamérica fueron obra de España. La razón última de este parecido está en las bases inconmovibles que sirven de apoyo a las hechuras nacionales de todos los países que integran lo que hoy llamamos Hispanidad, porque todas ellas, como dice Alejandro Roces de un modo gráfico, han sido creadas fielmente a imagen y semejanza de España.
Ya el Presidente Elpidio Quirino, en uno de sus mensajes al país con ocasión de la fiesta de la Hispanidad, dijo de un modo rotundo: “El 12 de octubre será siempre el instante en que comenzó a existir una comunidad de pueblos que reafirma la igual dad entre los hombres. Los filipinos tenemos fe en la vitalidad de los pueblos hispánicos. Filipinas se siente orgullosa de llamarse hermana de esos pueblos”.
Y Recto, comentando las esencias espirituales que ligan a este grupo de pueblos, agrega que la sustitución de “raza”, conforme a la nomenclatura de Hipólito Irigoyen, por “hispanidad”, conforme a la nomenclatura de Ramiro de Maeztu, ha sido, por razones obvias, oportuna y sapientísima.
En el ámbito poético, ya Cecilio Apóstol en el poema citado “A España imperialista”, exclama refiriéndose a la empresa fundacional de España:
“Madre de veinte pueblos
Yo te saludo en este tu embajador poeta.
… … …
Abre España al abrazo de los hijos dispersos”.
En su “Canto a España”, Jesús Balmori desarrolla la idea en sonoros endecasílabos:
“Crisol de veinte Estados castellanos,
reina que sostuviste en tus manos
de dos mundos la esfera estremecida
y rasgaste en pedazos tu bandera
para que la enseña de esos pueblos fuera
girón de tu alma y soplo de tu vida.
… … …
¡Vieja y noble leona castellana:
tuya será la norma del mañana,
como es hoy ya la gloria de tus hechos!
¡Te lo rugen unidos los cachorros
que se amamantaron con los chorros
de las divinas fuentes de tus pechos!
… … …
¿Qué te importa que en tierras del Oriente
coronaran de abrojos la tu frente?
¿Qué el que las Américas en coro
se desprendieran todas de tus brazos?
¡Un anillo de oró hecho pedazos
ya no es anillo pero siempre es oro!
… … …
Por igual en las pampas argentinas
que en nuestras sementeras filipinas
la espiga de oro que en el sol se baña
y la flor que perfuma estremecida
… … …
son vida y alma tuya, madre España.
… … …
Madre, sí, más que reina, más que dueña,
madre de Guaternoc, cuando te sueña
y de Kalipulako si te hiere.
¡Madre que todo lo ama y lo perdona!,
¿qué labio ruin tu gloria no pregone?,
¿qué pecho es el traidor que no te quiere?
… … …
¡Oh, España! ¡Porque en tu alma nos enlazas,
que te troven de amor todas las razas!
¡Y pues tus grandes gestas altaneras
creó el mundo al calor de sus leones,
que te echan flores todas las naciones
y que te besan todas 1as banderas”.
El mismo poeta, en su composición “Filipinas a España”, dice en un verso inspirado dirigiéndose a España:
“Tres banderas han sido los pañales del mundo”
Y Pacífico Victoriano completa el pensamiento con otro magistral:
“Somos floridas ramas del roble milenario”.
Enrique Fernández Lumba termina de este -modo el soneto en que define la “Hispanidad”:
“Diversidad de pueblos con unidad de idioma
formando un gran imperio, más noble que el de Roma,
puesto que no los junta la fuerza material.
La Hispanidad es eso, familia de naciones
fundidas por la fe, unión de corazones
bajo la cruz augusta del Rey universal”
Y Lorenzo Pérez Tuells, más épico, en “Las águilas blancas”, escribe exaltando la unión de nuestros pueblos:
“¡las águilas blancas! Son las águilas blancas y fuertes.
Abandonan los Andes por el nido que España les conserva caliente
en la cumbre soberbia del natal Pirineo.
… … …
Pese al Tiempo que roe y a la Envidia que seca,
y a los odios terrenos que al olvido condenan fraternales abrazos
en el noble plumón de las águilas blancas
hay el sello latino de una estirpe por algo elegida.
Es el tiempo propicio de segar las espigas doradas
que ya en próximos días formarán las hogazas del mortal sacrificio
En la áurea patena, y formado con trigos de América,
yazga el pan de la Misa sobre el cáliz teñido con la sangre de España.
Pueblos fuertes, robustos, hincarán las rodillas en tierra
ante el hondo milagro del amor que las almas aúna.
… … …
¡Salve, fraternas Repúblicas! ¡Pueblos de América, salve!
Por que cerca está el tiempo en que el sol no se ponga en los vastos dominios,
porque está cerca el día de borrar horizontes, la distancia del tiempo
y el espíritu libre de opresoras cadenas y ergástulas
ya podrá remontarse en idéntico azul bajo todos los cielos
que serán uno solo bajo todo el imperio y los mares”.
Los últimos de Filipinas
En una cena con que me obsequiaron los profesores durante mi viaje al Archipiélago, uno de los comensales, en nombre de todos, dijo en el brindis:
“Sepa, querido huésped, que aquí, en Filipinas, hablamos muchos idiomas, pero sólo entendemos el español”.
Si es verdad todo lo que esa frase tan profunda significa, también es cierto que en la lucha denodada entre el inglés, respaldado por medio siglo de ocupación militar norteamericana, y un siglo económica, y el español, mantenido con titánico esfuerzo por grupos de entusiastas, el español, acorralado, se ha convertido, y ello no puede ocultarse, en el idioma de una minoría. Hoy se habla mucho más inglés que español, aunque el español se ha llegado a hablar más que cuando España se retiró de Filipinas. Las leyes Sotto, Magalona y Cuenco fueron ganando posiciones de un modo paulatino, pero creciente en la órbita legislativa, estableciendo el estudio del castellano como asignatura en los centros oficiales y privados de enseñanza media y superior.
En esta tarea ardua, llena de obstáculos y no carente de opositores, alentados por fuerzas tradicionalmente enemigas de lo español, los hispanistas filipinos han podido afirmar por boca de Recto “el incomparable”: “No es ciertamente por motivos sentimentales o por deferencia a una gran nación que dio a medio mundo su religión, su lenguaje y su cultura, que profesamos una gran devoción a este idioma y mostramos un tan firme empeño en conservarlo, sino por egoísmo nacional y por imperativos del patriotismo, porque el español es ya cosa nuestra, propia, pues sin él es trunco el inventario de nuestro patrimonio cultural... porque sería trágico que llegara el día que para leer a Rizal.., los filipinos tuviéramos que hacerlo a través de traducciones espúreas”.
Porque Rizal pensó en castellano, y en castellano, pocas horas antes de morir, el 30 de diciembre de 1896, en la Real Fortaleza de Santiago de Manila, escribió aquella poesía conmovedora que tituló “El último adiós”:
“Adiós, Patria adorada, región del sol querida,
perla del mar de Oriente, nuestro perdido edén,
a darte voy, alegre, la triste, nuestra vida;
si fuera más brillante, más fresca, más florida,
también por ti la diera, la diera por tu bien.
En campos de batalla, luchando con delirio
otros te dan sus vidas, sin dudas, sin pensar,
el sitio nada importa: ciprés laurel o lirio,
cadalso o campo abierto, combate o cruel martirio,
lo mismo es si lo piden la Patria y el hogar”.
Pero los últimos de Filipinas van cayendo: Briones, Recto, Bernabé.
Quedan aún centenares, y al frente de todos Miguel Cuenco, el que, al despedirme en el aeropuerto de Manila, me aseguraba:
“Seguiré luchando para lograr que en este país se hable nuestro idioma hasta la consumación de los siglos”.
Sólo Dios sabe hasta qué punto resistirán los hispanistas de la nación hermana y cuándo, con la ayuda de los pueblos que hablan castellano, podrá iniciarse la ofensiva. Mientras ese instante llega, recordemos una de las últimas estrofas del “Elogio del castellano” en que se alude a la contienda:
Hispanos: si algún día la escarnecen
nuestras aljabas vaciarán sus flechas,
y nos verán triunfantes o vencidos
al pie de esta sagrada ciudadela”.
Para terminar: España, en el aniversario del nacimiento de Rizal, quiere poner de manifiesto su amor entrañable a Filipinas. Como español he querido sumar mi modesto homenaje a la nación hermana, y como español hago mías las frases hermosas con las cuales se cerraron las sesiones de la Asamblea legislativa .a comienzos del año 1935:
“La preocupación y el afán que orientaron el curso de nuestra labor no fueron vendimiar aplausos y legar nuestros nombres al futuro en el bronce y el mármol de una gloria perdurable, sino realizar aquel santo anhelo que palpita en estas palabras con que un ilustre prelado invocó al Supremo Hacedor en aquel día memorable en que inauguramos nuestras tareas: “Señor, Tú que eres fuente de todo poder y origen de toda bienandanza, haz de Filipinas un pueblo feliz en el que reines”.
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D.B.P.L.
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