La épica castellana
El carácter de la escasa literatura de los siglos XI y XII era aun oral, de viva voz, cantada y en verso; no se plasmaba aun mediante la escritura.
Desde muy antiguo las calles de las ciudades y salas de los castillos se veían animadas por juglares: hombres pintorescamente ataviados que distraían a su auditorio con bailes, canciones o largas narraciones heroicas.
Estos artistas llevaban vida ambulante y difundían relatos guerreros o composiciones líricas acompañados con el salterio, el laúd, la vihuela, el rabel… Tampoco faltaban las juglaresas.
Conviene no confundir el nombre de juglar con el de trovador, de condición social más elevada, que no utilizaba sus facultades artísticas como medio de vida, y de poesía menos espontánea y popular.
El oficio de los juglares, el “mester de juglaría”, tiene el interés histórico de ofrecernos las primeras producciones en lengua vulgar. Mucho antes de que los clérigos se decidiesen a utilizarla con fines literarios, los juglares se servían de ella para sus cantos.
Los cantares de gesta y su origen.
Aunque las composiciones líricas entraban en el repertorio de los juglares, los temas épicos tuvieron mayor difusión en Castilla, debido quizá al primitivo temperamento castellano, reacio al intimismo lírico. Es casi seguro que hubo desde el siglo X poemas de carácter heroico: “cantares de gesta”, que consistían en extensas narraciones en las que se cantaban las gestas de los héroes tradicionales.
El origen de la épica castellana ha sido discutido. Menéndez Pidal defendió su origen juglaresco, no erudito y su procedencia germánica. Castilla, único reino cristiano de España que contó con una amplia producción épica, no habría hecho más que perpetuar la tradición heroica de los visigodos, ampliándola con nuevos temas y adaptándola al carácter nacional: el espíritu de venganza privada que anima a menudo a los protagonistas de los poemas castellanos y germánicos probaría la relación entre ambos.
A este primitivo fondo germánico vino a añadirse desde finales del siglo XI –época de Alfonso VI- una influencia francesa. Las bodas de princesas castellanas con nobles borgoñones, la venida de monjes cluniacenses y las peregrinaciones a Compostela favorecieron las relaciones entre Francia y Castilla, y junto con el arte románico, la letra carolingia y el rito romano, entraron en España una serie de influencias literarias que, con el tiempo dieron lugar, en la poesía épica a una mayor extensión de los cantares de gesta y a la adopción de determinados asuntos (tema de Roncesvalles) o fórmulas expresivas, como “llorar de los ojos” (francés: “plorer des oilz).
Caracteres generales de la épica castellana
Como toda la épica primitiva, la castellana tuvo carácter oral, lo que explica en parte su absoluta desaparición. Si algún poema se fijó por escrito –así el de Mío Cid- fue para uso exclusivo del juglar y no para destinarlo a la lectura general.
El olvido en que cayeron los nombres de los juglares obedece a que éstos se consideraban como intérpretes del sentir general, no interesándoles destacar su propia personalidad.
TEMAS HEROICOS: Los temas son todos ellos de tipo heroico. El juglar evoca el recuerdo de personajes gratos a su auditorio castellano. Los asuntos pertenecen a la tradición o a las leyendas de Castilla.
METRICA: Los juglares utilizan una métrica irregular que contrasta fuertemente con la regularidad de la épica francesa. Predominan los versos de catorce sílabas divididos en dos hemistiquios, agrupados en coplas monorrimas y asonantadas.
En época tardía se regularizan a base del verso de dieciséis sílabas, que a su vez, dará origen a los romances del siglo XV.
LENGUAJE SOBRIO: El lenguaje es sobrio, sencillo y al mismo tiempo fuertemente expresivo, de acuerdo con el espíritu aristocrático de la nobleza guerrera y al carácter del pueblo castellano.
La épica francesa presenta en cambio una forma más retórica y rica en elementos decorativos.
REALISMO: Los poemas épicos castellanos ofrecen una exactitud histórica de que están desprovistos los franceses. Ello sucede al hecho de que surjan los cantares poco después de los hechos que relatan. Si la Chanson de Roland refiere sucesos ocurridos tres siglos antes, entre la muerte del Cid y la redacción del cantar solo median cuarenta años.
Este realismo alcanza idénticamente a la localización geográfica de los acontecimientos.
PERSISTENCIA EN EL TIEMPO: Contrariamente a lo sucedido en Francia, que olvida a sus héroes una vez llegado el Renacimiento, la tradición épica perdura a través de toda la literatura española: primero en las Crónicas, luego en el siglo XV en el Romancero, más tarde en el Teatro (Lope de Vega), hasta llegar a la literatura contemporánea (Zorrilla).
Fases de la producción épica
Menéndez Pidal ha señalado cuatro etapas:
1- Epoca primitiva (hasta mediados del siglo XII y primera del XIII): A ella corresponden poemas breves anteriores a la influencia francesa: el de Don Rodrigo, el de Fernán González, el de los Infantes de Lara, el de la Condesa traidora, el del Infante García y el del Cerco de Zamora. (TODOS ELLOS DESAPARECIDOS HACE SIGLOS)
2- Epoca de apogeo (segunda mitad siglo XII y primera del XIII): Aumentan en extensión al imitar a los franceses y alcanzan mayor difusión. A esta fase corresponden el Cantar del Cid, el de Roncesvalles y el de Bernardo del Carpio.
3- Epoca de refundiciones y prosificaciones (segunda mitad del XIII y primera del XIV): Se cultivan los mismos temas con amplitud cada vez mayor, y son prosificados en las Crónicas oficiales.
4- Epoca de decadencia (segunda mitad del XIV y principios del XV): Admisión de elementos fabulosos en los Cantares de Gesta, cantar de las Mocedades de Rodrigo –último poema épico conservado-, aparición de los primeros romances.
Cantares de gesta castellanos (todos ellos desaparecidos):
Toda nuestra primitiva épica desapareció, a excepción del Cantar de Mío Cid, de un fragmento del Roncesvalles y parte del de las Mocedades de Rodrigo.
No obstante, tenemos noticia de esos poemas perdidos tanto por los romances a que dieron origen como por hallarse prosificados en diversas Crónicas de los siglos XIII y XIV:
La leyenda de don Rodrigo: según aparece en los romances, constaba de tres partes: 1ª la violación, por el rey, de unas misteriosas arcas de Toledo; 2ª sus relaciones ilícitas con la hija del conde don Julián; 3ª la venganza de éste y la penitencia de don Rodrigo que, después de la derrota de Guadalete, se deja devorar por una serpiente, siguiendo el consejo de un ermitaño.
El Cantar de Bernardo del Carpio: giraba en torno a la leyenda de este fabuloso héroe leonés, creado por la fantasía nacional para enfrentarlo a Roldán, figura cumbre de la épica francesa. Según una tradición Bernardo del Carpio derrota en Roncesvalles al sobrino de Carlomagno. Otra versión hacía referencia al padre del protagonista, a quien el rey de Asturias, Alfonso II había encarcelado; cuando Bernardo logra su libertad y sale a su encuentro le halla muerto.
El Cantar de Fernán González: eco de la primitiva rivalidad castellano-leonesa, se refería a las luchas del conde castellano con los reyes de Navarra y León y a la independencia de Castilla, concedida por el rey de León al no poder pagar la deuda contraída con Fernán González por la venta de un azor y un caballo.
El cantar del Conde Garci Fernández y La Condesa traidora: relataba la huida de doña Argentina con un noble francés y la muerte de ambos a manos del esposo de aquélla, el conde Garci Fernández, ayudado por doña Sancha, hija del francés, con la que luego se casa. Sancha le traicionará e intentará matar a su hijastro Sancho Garcés, pero morirá al beber el veneno que destinaba a éste.
La Leyenda de los Infantes de Lara: nos contaba como Ruy Velázquez, para vengar una afrenta inferida a su mujer, doña Lambra, en ocasión de sus bodas, envía a Gonzalo Gustioz, padre de aquéllos, a la corte de Almanzor, rogándole en secreto que le decapite, y cómo más tarde abandona en campo de moros a los infantes, sobrinos suyos, dejando que los maten. Sus cabezas son llevadas a presencia de Almanzor, quien las muestra al padre de ellos. Años después, Mudarra, hijo de Gonzalo Gustioz y de la mora que Almanzor había puesto a su servicio, vengará a sus hermanastros, matando a Ruy Velázquez y quemando viva a doña Lambra.
Es éste uno de los temas épicos que han tenido más amplias derivaciones: Juan de la Cueva (“Tragedia de los siete infantes de Lara”) y Lope de Vega (“El bastardo Mudarra”) lo llevan, entre otros, al teatro, y en el siglo XIX, el duque de Rivas compone sobre el asunto su poema “El moro expósito”.
El Romanz del Infant García: tenía como tema la muerte del conde de Castilla, Garci Sánchez, asesinado por los hijos del conde don Vela, cuando iba a casarse con doña Sancha de León, y la terrible venganza de ésta.
El Cantar de Sancho II y Cerco de Zamora: se refería a las luchas entre Sancho y sus hermanos, al no aceptar aquél el testamento de su padre, Fernando I. Alfonso (VI) huye a Toledo y Sancho ataca a Zamora, donde reside doña Urraca, pero es muerto por Bellido Dolfos. Los castellanos acusan a los zamoranos de traición, y se celebra un sangriento torneo, cuya suerte queda indecisa, recurso inventado por el juglar para no ofender susceptibilidades, superando antiguos rencores.
El cantar debía terminar narrando cómo volviendo Alfonso de Toledo, el Cid, antiguo caballero de don Sancho, le hizo jurar, con gran enojo del nuevo rey, que no había intervenido en la muerte de su hermano. Según versiones, don Alfonso destierra más tarde al Cid para vengarse de él, pero este episodio ya no corresponde al Cantar de Sancho II.
La literatura posterior ha perpetuado su asunto, con mayor ahínco que en los demás casos, como puede verse en las obras que sobre el tema escribieron Juan de la Cueva, Lope de Vega, Guillén de Castro, Zorrilla y muchos otros.
(J. García López: Hª de la literatura española, 1980)
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