Como lenguaje literario, el castellano no alcanzó todavía (ss. XI y XII) los honores de la lengua escrita, aunque sí, y en alto grado, los de la lengua poética (hablada). Era entonces cuando se cantaban aquellos poemas épicos largos, sobre todo el del Mío Cid, primer monumento de nuestra Literatura, compuesto por un mozárabe de la frontera de Medinaceli, hacia 1140.
En cambio, para la lírica la lengua predominante era la provenzal, traída a España por juglares de allende el Pirineo que, con su arte, entusiasmaban a la corte y a las gentes del camino de Santiago.
De entonces, precisamente, datan los primeros galicismos, como: homenaje, vianda, mensaje,... explicables, más que por modas poéticas por la presencia en España de colonos, monjes cluniacenses y caballeros que venían de Francia a la cruzada contra el Islam.
El latín continuó como lengua escrita de la España cristiana. En el siglo XII, las obras más importantes de la cultura islámica fueron vertidas al latín por la famosa escuela de traductores de Toledo. En cambio, en el mismo Toledo, para los documentos notariales (testamentos, compraventas, donaciones) fue empleado el árabe, no sólo en el siglo XII sino también durante todo el siglo XIII (ver: A. González Palencia, Los mozárabes de Toledo en los ss. XII y XIII, Madrid, 1926-30). La causa de este extraño contraste no era otra que la intensa arabización de los antiguos mozárabes de esta ciudad. En Castilla la Vieja por el contrario, desde los primeros años del siglo XII se redactaron en romance algunos documentos notariales.
Decaía, pues, el latín como lengua escrita, y todavía no alcanzaba el romance castellano el rango de lengua literaria. En cambio, el árabe andaluz llegaba entonces a su período de mayor esplendor, pues son realmente los siglos XI y XII los que coinciden en la edad de oro de la literatura arábigo-española.
Eran las diminutas cortes de taifas algo así como los principados italianos del Renacimiento, lujosos viveros de poetas, filósofos, artistas y eruditos. Y, desde luego, ninguno tan brillante como la de Sevilla, con su caballeresco rey poeta Mutámid (destronado en 1091) y su hijo al- Radi, verdadero tipo de humanista a la europea. Aben Zeidún, de Córdoba; Aben Ammar, de Silves, y Aben al-Labbana, de Denia, descuellan entre cientos de maravillosos poetas (Ver E. García Gómez, Poemas arábigo-andaluces, Madrid, Col. Austral. 1940).
Esta maravillosa y efímera civilización muere a manos de los Almorávides, los bárbaros guerreros africanos que, sin embargo, se rendirán muy pronto al influjo civilizador arábigoandaluz. Es la época de las grandes antologías poéticas como la Dajira de Aben Hassan (de Santarén) y los Collares de Oro del granadino Aben Jaqán; poetas como Aben Jafacha de Alcira, el famoso cantor de los jardines, o como Abencuzmán, de Córdoba, perfeccionador con sus zéjeles y muwasahas del arte poético de Mocádem.
Es, por último, la época de los Almohades la gran época de las ciencias: Aben Said, de Alcalá la Real, y Aben al-Abbar de Valencia representan las disciplinas literarias; Avempace, de Zaragoza; Aben Tofail, de Guadix (autor de “El filósofo autodidacto”), y Averroes, de Córdoba, la filosofía; Avenzoar de Córdoba, la Medicina; Edrisí, de Ceuta, la Geografía... La Mística culmina en el murciano Aben Arabi, precursor de Dante (ver M. Asín Palacios: La escatología musulmana en la Divina Comedia, Madrid, 1919). Recordemos, en fin, al Secundí (de Secunda, cerca de Córdoba), ilustre apologista del Islam español, quien, frente al elemento invasor africano-beréber, se dedica a elogiar las virtudes hispánicas de Al-Andalus. (E. García Gómez: Elogio del Islam español de Al-Saqundi, Madrid, 1934)
J. Oliver Asín: Historia de la lengua española
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