Dejo aquí este articulito que tenía traspapelado, y que me ha parecido buena idea transcribir. Se publicó hace un par de años en una revistilla muy local "La Costa", firmado "Lopez Rubiño":

¿Quiénes eran los Moriscos?

Tal vez los españoles prefiramos querer arrastrar y entronizar versiones románticas y edulcoradas de los aspectos más engorrosos de nuestra historia, o al menos, retener tópicos mil veces repetidos para no tener que enfrentarnos con la realidad, sin embargo, en nuestro caso y en el de todos, de una correcta narración depende la conservación de los hechos tal y como sucedieron.

Los moriscos, en tiempos ya muy lejanos, eran moros bautizados al cristianismo, que una vez terminada la Reconquista de Granada, se quedaron en el Reino bajo una serie de estatutos. Las Capitulaciones de Santa Fe (1.492) fijarían una serie de condiciones, en general, muy benévolas a la hora de evaluar la religión, ley, lengua, propiedades y costumbres moriscas y permitir su conservación. Asimismo, para aquellos que no aspiraban a vivir bajo la potestad de unos monarcas cristianos, dispusieron facilidades de embarque para pasar al otro lado, hacia el Dar-al-Islam: el bajel de la eterna salvación aguardándoles en el puerto (*es virtud musulmana el pretender abandonar tierras de infieles). Por supuesto, desde la Toma de Granada, aquellos mahometanos que no aceptaron someterse ni retirarse a África, huyeron a los montes y se transformaron en atracadores de caminos; una suerte de bandoleros musulmanes que recibieron el nombre de monfíes. Como mayor indicio de que la convivencia estaba ordenada a fracasar, y que la repulsa a integrarse apareció tan pronto como se vio posibilidad, la mayoría de los que decidieron exponerse a la luz pública tampoco quisieron estar en contacto directo con los cristianos viejos. Por añadidura, la ciudad de Granada, irremediablemente, ya en 1.498 se dividió en dos: la morería, donde vivían como mudéjares, y el resto. Para los defensores que prefabrican la convivencia entre cristianos y moriscos, es preocupante saber que antes de que existiera opresión alguna,-volvemos a destacar- el proceso de asimilación era ya dificultoso. El desafío entre ambas comunidades se reveló sin rodeos, desde que la mayoritaria intentó asimilar a la otra, como hicieran en el Norte de África, los musulmanes con los cristianos a finales del siglo VII.

Si tuviéramos el poder de trasladarnos al siglo XVI y adoptar la mentalidad imperante, entenderíamos rápidamente que los Reyes Católicos no ignoraban lo efímero de las libertades otorgadas a los moriscos, y que era necesidad imperiosa, a la sazón, como excusa para poner fin a la guerra. En opuesto sentido, no existía la noción de que los súbditos pudieran mantener una fe distinta a la del rey o príncipe. Si antaño hubiera existido una amplia red de telecomunicaciones como en la actualidad, podríamos advertir que la política preponderante en toda Europa era la de homogeneización de los reinos. Fuerza es aclarar que los Reyes Católicos no fueron exclusivos ni aleatorios en sus decisiones si no que estas entraron de lleno en una corriente de cambio de poderes, que más adelante darían paso gradualmente al Estado Moderno. En el marco peninsular, como bien dice E. Benito Ruano, la homogeneización toma un cariz especial por la “la identificación entre religión y patria que la vivencia esencial y perdurable de la Reconquista imprimió con carácter definitivo al modo de ser hispánico. Ningún otro país occidental, en efecto, tuvo que hacer de su condición cristiana un rasgo tan sustantivo como la España medieval.” E Benito Ruano “Los orígenes del problema converso”.

Pero volviendo a los moriscos debemos recordar que los monfíes continuaban desangrando la montaña y quizás aclarar que nunca podremos señalar este u otro factor como determinante sino que hubo un cúmulo se circunstancias que habrían producido una asimilación harto lenta y tediosa. Sin embargo pese a las dificultades, los Reyes Católicos albergaron un resquicio de esperanza en Cisneros y en 1.499 lo envían a catequizar a los islamitas. ¿Cuál es el verdadero resultado de esta catequización? La pregunta es difícil, máxime tras la ambigüedad de los resultados. Durante los años de acción de Cisneros, incluidos factores de coerción de distinto tipo, se consigue un aumento del número de monfíes pero también de bautismos en masa. Pese a la severidad, la reacción no se hizo esperar y si se consiguió lo pretendido –en apariencia-, en la intimidad del hogar, siguieron rechazando todo lo que no implicara su propia cultura y continuaron manteniendo su lengua, sus costumbres y su antigua religión. Pero sabemos que en Granada, antes de la sublevación, había cuatro intérpretes oficiales y doce pregoneros, de los cuales seis pregonaban en arábigo y seis en castellano; y hasta un verdugo de “cada lengua”. Para tal efecto se acudió a concesiones como las citadas anteriormente y hasta el final, se aceptó la situación e independientemente de la coacción, se mantuvo manga ancha respecto a los incumplimientos. Del saldo general, se deduce que si los moriscos hubieran tenido al conjunto de los cristianos en contra, no hubieran podido aguantar lo que aguantaron sobre el territorio español.

De lo pequeño y cercano podemos pasar a lo grande y distante, el tiempo pasa y la inmediatez de tener que convertirse- cada vez más tangible- trae consigo que además de con los monfíes, los moriscos estrechen lazos y connivencia con berberiscos y otomanos, que eran el enemigo activo del momento. Los ricos escritos de la época nos documentan cómo los moriscos no cesaban en abandonar la continua esperanza de que los otomanos acudieran como héroes a reinstaurar el Islam en la península, pese a toda dificultad que esto entrañaba en un reino cristiano cada vez más pujante. Aunque en teoría este pensamiento responde algunas veces –una minoría- a un deseo de venganza de sus antepasados y por tanto no a un verdadero celo religioso, desde antiguo albergaban deseos reales de venganza hacia los cristianos, como detalladamente nos cuenta Mármol y como de forma tácita dejan claro las últimas palabras de Aben Humeya antes de su ejecución.

Es fácil precisar la hondura colaboración de los corsarios del norte de África con los monfíes, en los cuales recaía principalmente el papel de cooperación pero no única y exclusivamente.

“(…). Acogían a los turcos y moros berberiscos en sus alcarías y casas, débanles avisos para que matasen, robasen y cautivasen cristianos, y aun ellos mesmos los cautivaban y se los vendían; y así venían los corsarios a enriquecer a España como quien va a una India (…).”

Tal persona, al hablarnos de las incursiones berberiscas, no escatima en detalles y así, un ejemplo de este peligro hecho realidad es el ataque ocurrido en Almería en 1.566, que propagó el pavor en todo el Reino de Granada cuando piratas berberiscos, dirigidos por dos moriscos emigrados al Norte de África desembarcaron en las costas de Cabo de Gata y recorrieron la región durante tres días, saqueando Tabernas y Lucainena de las Torres y cautivando a los cristianos viejos de Tabernas. Estas referencias explican bien el pésimo concepto popular sobre los musulmanes que debía existir en la época y, muy en especial, el rigorismo que tras varios episodios de esta envergadura tuvo que adoptar Felipe II. A este respecto, advierte en estas incursiones una quinta columna del Islam en España y resuelve, a través de la Pragmática Sanción, hacerlos a todos cristianos de un plumazo. Si bien es cierto que el Rey prudente sintió la amenaza como un problema intestino del Reino, no lo es menos que este estaba desembocando en una irresponsabilidad para con la civilización occidental, que de algún modo, lideraba. Proclamada mediante un edicto por Pedro de Deza en 1567, la pragmática les veda sus fiestas, vestimentas y religión. Y recordar que los moriscos obtuvieron evasiones de diversas sanciones por medio de sobornos en el pasado en repetidas ocasiones, sólo viene a corroborar que, ahora sin embargo, esta tirada, aparenta ser la definitiva. Como ocurre con toda nueva perspectiva, atemoriza a muchos y disgusta a otros; no nos es de extrañar la consecuente cantidad que determina partir. Si bien desconsolador, tampoco nos resulta singular que de entre los que decidan quedarse nazca el núcleo de la posterior sublevación.

Y si se intentaron imponer los rasgos culturales del cristianismo, el proceso de adaptación al mismo fue pausado y continuamente arrastraba el anhelo de que su cultura subsistiera, amparándose en supersticiones y cobijándose en la existencia de predicciones que así lo indicaban. La oposición que decididamente mantuvieron frente a la asimilación, hizo que permanecieran como un tumor en la sociedad cristiana.

En la procura de argumentos que den legitimidad moral, se da la tendencia habitual de juzgar hechos pasados con parámetros modernos: ¿Se podría haber hecho mejor en aquel contexto y con aquellos recursos?, ¿se hubiera podido formar el Estado español sin su expulsión? La respuesta queda envuelta en un hálito de misterio.

Porque forma parte ya de otra historia, no podemos juzgar hechos ancestrales con códigos nuevos, pues equivaldría a juzgar con ojos del pasado, acciones del presente. Nada nos dice, y nada resuelve. ¿Que tiene que ver el código de justicia moderno con los fueros o las capitulaciones o el humanismo de hoy con la carencia de este en el pasado?

No nos interesa en este punto someter las medidas a juicio, pero parece razonable admitir que es posible que se pecara de prisa al actuar. Durante el paso de generación tras generación, los moriscos habrían sido capaces, por qué no, de haber aprendido el castellano, por puntualizar, igual que los egipcios dejaron el copto por el árabe en el siglo VIII.

Con la Revuelta, intentaron restaurar todos los valores de la cultura musulmana tradicional. Se padeció martirio y el tormento en ambos bandos y fundamentalmente aquellos que en ningún caso renegaron de su fe. Los musulmanes padecieron la inhabilitación de observar su fe mientras se desquitaban mediante la destrucción sistemática de los lugares consagrados al culto cristiano y se ensañaban con objetos e imágenes relacionas con el mismo culto. Y es también una circunstancia muy repetida que en la cruzada, el cristiano se hace más cristiano, y el moro, más moro.