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Honores8Víctor
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Tema: Historia de los tercios españoles

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  1. #1
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    Re: Historia de los tercios españoles

    HISTORIAS DE LOS TERCIOS IX



    " La caballería sueca carga contra los tercios de Idiáquez. pero éstos no ceden ni un palmo de terreno de la colina de Albuch"


    La Batalla de Nördlingen en 1634
    Si hay una batalla épica donde las haya de los tercios del siglo XVII, esa es sin lugar a dudas la Batalla de Nördlingen. Francia rompe las paces y acuerdos, y Richelieu toma las riendas de la política efectiva de Francia para acosar a España. Por su parte, los suecos toman el sur de Alemania. Sus veteranas tropas, mandadas por generales experimentados, son temibles. Unidas junto a los príncipes protestantes alemanes, amenazan el poderío de los imperiales.
    Tras la pérdida de diversos fuertes y plazas, los imperiales retroceden. Todo parece ser un paseo triunfal para los suecos y sus regimientos de “negros y amarillos”. En España se toma la decisión de reforzar aquella zona con lo mejor de los tercios viejos españoles e italianos –que era tanto como decir españoles- y repartir “estopa”. Todo se decidirá en una pequeña colina de las inmediaciones, Albuch, donde los tercios viejos españoles del capitán Idiáquez, junto con los italianos, resistirán hasta quince caargas consecutivas de la caballería y arcabucería protestante.
    Así lo cuenta este autor en la magnífica página de “EL GRAN CAPITÁN” http://www.elgrancapitan.org/portal/...alla-de-ningen

    “El Sargento Mayor Escobar había sido hecho prisionero e interrogado por Weimar notifica a este las tropas con las que cuenta el Cardenal Infante, pero el alemán, ensoberbecido por las victorias pasadas no da crédito a los informes, piensa que las tropas imperiales son muy inferiores a las que le dice el de Fuenclara y sobre todo, desprecia profundamente a los “desarrapados soldados españoles”.
    En el bando católico, se despliega la caballería en los flancos de Albuch mientras que la cima se fortifica en lo posible. El Marques de Grana, tiene claro cual será el nudo gordiano de la batalla que se espera para el día siguiente: “Señores, en esta batalla nos van mucho Reinos y Provincias, y así, con licencia de SM y de SAR diré lo que siento: El peso de la batalla ha de ser en lo alto de aquella colina y de los tercios que están en ella, uno es nuevo y en su vida ha visto al enemigo, será necesario enviar allí un Tercio de Españoles e irle socorriendo con más gente según vaya siendo preciso”.
    Es el Tercio de Martín de Idiáquez el escogido para colocarse en posición.
    El despliegue se realizó de la siguiente forma: En primera línea los dos regimientos alemanes y el Tercio de Torralto. En segunda línea el Tercio de Idiáquez, la caballería imperial y algunas piezas de artillería, el resto de las unidades a la derecha de la colina.
    En frente, los protestantes sitúan a los suecos de Horn con los alemanes de Weimar a la izquierda y la caballería a la derecha.

    Al primer encontronazo los regimientos alemanes que defienden el bastión del centro ceden ante el empuje de la caballería enemiga y se produce la desbandada, pero el tercio de Torralto aguanta el tirón en el bastión norte y da tiempo a los jinetes napolitanos de Gambacorta para que presionando por el flanco a los suecos los hagan retroceder.
    Se consigue restablecer el orden entre los alemanes y se consigue recuperar el bastión central. Los suecos se preparan para realizar el nuevo asalto y esta vez en vanguardia irá el Regimiento Amarillo, pero enfrente están los hombres del Torralto, y no es cosa de que se vayan a amilanar por un ataque más o menos, así que no les quedaba más remedio que rechazar el ataque, y eso hicieron. Pero no todos resisten igual que los bravos italianos, los dos Regimientos alemanes, que habían visto muy menguadas sus ganas de pelea en el anterior ataque, se desmoronan irremediablemente y huyen sin control, dejando muerto sobre el campo a su coronel, el bravo Wurmser, quien con humildad y valor había pedido el puesto de más peligro para sus hombres.

    Quedan pues sobre la cima del cerro los dos tercios mano a mano, el de Torralto, muy baqueteado por los ataques rechazados y el de Idiáquez, aún fresco y preparado para lo que se avecinaba. Los italianos, más adelantados, pues no han cedido ni un metro, están aguantando toda la presión de los suecos. En ese momento, el tercio español entra en fuego. En perfecta formación comienzan a avanzar contra los suecos, las mangas de arcabuceros se adelantan a las picas, vomitan su carga de fuego y muerte y vuelven a la formación ordenadamente. Lenta pero concienzudamente los españoles desalojan a los suecos y ocupan las posiciones perdidas por los alemanes.

    Ahora los dos tercios forman en línea, si entre ellos hubo alguna mirada tuvo que ser de confianza, no se harían ilusiones sobre lo que se les venía encima, pero esta vez, su flanco lo cubrían hombres tan duros como ellos mismos. Si había un buen día para morir, ese era de los mejores. Y así comienzan a repeler los asaltos de la caballería luterana.
    El centro de la acción empieza a centrarse en la cima del Albuch, si no lo estaba ya, y los generales católicos comienzan a enviar mangas de arcabuceros a reforzar a las tropas que combaten en lo alto mientras se produce la tercera carga contra los defensores. Los tercios españoles, ya hemos dicho que a los italianos se les puede considerar españoles, aguantan sin ceder ni un paso, pero en el lado derecho, las fuerzas de la Liga Católica están cediendo terreno y es necesaria una carga de la caballería para permitirles que recuperen el terreno perdido.

    A estas alturas la batalla se ha convertido ya en una pelea de taberna, todas las fuerzas confluyen hacia la colina donde los tercios aún flamean el estandarte, ya no se trata de una posición táctica desde la que dominar el campamento católico. La batalla, y con ella quizá la guerra toda, se decidirá en esos cuatro palmos de terreno que los meridionales se han negado a ceder al enemigo. Horn lo sabe y apura a sus mejores tropas, los regimientos negro y azul, para que tomen de una vez por todas la maldita colina que la mala suerte y la improvisación le han neHasta catorce ataques llevan ya rechazados los de Idiáquez y el de Torralto cuando entran en juego las mejores tropas protestantes, mezclados con los negros y los azules van los pistoleros, tropas especializadas en el combate con armas de fuego que tan buen resultado han dado al rey Gustavo.

    En este momento es cuando la improvisación latina, fruto de muchas batallas y mucha sangre derramada, entra en juego. El maestre de campo Martín de Idiáquez sabe lo que tiene en frente, sabe que las tropas suecas no son unos cualquiera y que habrá de hacer acopio de todo el valor del mundo para aventajarlos en coraje y bravura y da una orden sorprendente a sus hombres.

    Ea señores, parece que estos demonios sin Dios nos quieren dar la puntilla y contra nosotros viene lo mejor que pueden poner en el campo, será cuestión de echarle redaños y aguantar firme. Cuando esos demonios amarillos se dejen ver, no quiero que ninguno desfallezca, aguantad firmes ante ellos y esperar a oír la detonación de sus mosquetes, en ese momento todo el mundo a tierra

    Con esta estrategia, tan ingeniosa como suicida, los españoles consiguieron que los disparos protestantes se pierdan por encima de sus cabezas. Inmediatamente se pusieron en pie y mientras los piqueros adoptaban posiciones de defensa los arcabuceros hicieron fuego, ahora si, a bocajarro contra los asaltantes. La descarga fue devastadora y las primeras filas cayeron abatidas por el certero fuego de los tercios. Esto ya fue demasiado para los suecos que después de catorce infructuosas cargas se ven sometidos a un castigo mayúsculo en la que había de ser la definitiva y dudan en su avance. Ante la duda los españoles ya no pueden contenerse y rompiendo la formación cargan contra los suecos. Un grito rompe el quejumbroso silencio del campo de batalla ¡¡¡Santiago y cierra España!!! Y con picas, espadas y arcabuces se lanzan contra el enemigo.

    Gloriosa jornada para las armas españolas.
    ¡Qué no se olvide nunca! ¡Santiago y cierra España!

    EL BLOG DE CASSIA

  2. #2
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    Re: Historia de los tercios españoles

    HISTORIAS DE LOS TERCIOS X



    "Tercios en combate"

    Gracias a mi amigo Antonio Moreno Ruíz, me encuentro con este texto, el cual reproduzco íntegro tal cual, pues sirve muy a propósito con las características de HISTORIAS DE LOS TERCIOS DE FLANDES, que ya se llevan publicados en la bitácora de Cassia.

    La Batalla de Waalwijk.
    "Cuentan las crónicas que a las primeras luces del alba del 20 de enero de 1580, en las colinas que rodean Waalwijk, el Tercio Viejo de Cantabria, a las ordenes de su Maestre de Campo, D. Diego de Alcuneza y Briones, se aprestó para combatir a fuerzas enemigas muy superiores en número. Como ya era tradicional por esos lares, compuestas por holandeses, tropas inglesas y mercenarios franceses, que se decían pagados por las provincias rebeldes, pero que a lo que se sospechaba, y no sin fundamento, más pudiera asegurarse que la soldada que percibían provenía, como era habitual, de las arcas del monarca francés.
    Habían desembarcado 10 días antes en el puerto de Dunquerque, donde atracaron los galeones de la flotilla española que les transportaba y que había desafiado, con pericia, los adversos elementos naturales, que nunca parecían estar del lado de su majestad católica, y a los corsarios ingleses que trataban de hacer rapiña de toda vela que navegara por esos mares, pretendidos como de su propiedad.
    Venia el Tercio con tres compañías de coraceros, dos de arcabuceros y dos de picas secas, a las que se les había unido, a última hora, una compañía de arcabuceros del Tercio de Armada de la Mar Océana, una sección de gastadores de los que minaron y abrieron un boquete en las murallas de Amberes y un tren de artillería de seis baterías de cañones de a cuarenta libras.
    Eran, los más, soldados viejos, de esos que ya no van ni vienen, curtidos en las guerras de Nápoles y que habían visto amanecer a las orillas de Túnez, rodeados de turcos con intenciones de rebanarles el pescuezo al menor descuido. Castellanos, andaluces, vascos, extremeños, aragoneses, catalanes, unos cuantos walones y germanos y algún que otro italiano de los reclutados en Sicilia. Componían un variopinto grupo aglutinado por una particular concepción de la vida, en la que el honor y lealtad al camarada eran patrimonio perenne forjado en años de combates, y en la que el servicio bajo las banderas de la vieja, cansada y altanera España, constituía casi una religión. Para ser honesto hay que decir que no se esperaba mucho de ellos, dadas las desiguales circunstancias, tan solo que se retrasaran el avance de los rebeldes, hasta que el Farnesio llegara con los Tercios que venían de Italia, en marcha forzada, y cuyas picas ya negreaban los caminos que conducen a Flandes.
    Quizás por ello, por despecho o por soberbia de viejo soldado que siente que se le envía al matadero en un papel secundario, se conjuraron para vencer. Como tantas otras veces, contra todo y contra todos. Era el “con nosotros quien quiera, enfrente quien pueda” en el que les habían educado. Y que les había llevado a dejar, a la sombra de sus estandartes, tumbas en cada pedazo de tierra de las entonces conocidas.
    Lucharon metro a metro, hombro con hombro, como leones heridos, como hijos de una tierra que había hecho del ''todo lo sufren en cualquier asalto, solo no aguantan que les hablen alto" una ley no escrita, y murieron, por decenas, por cientos... pero vencieron.
    Cuando las vanguardias de Farnesio, que venía en su socorro los avistaron, solo algunos orgullosos se mantenían en pie, pero el estandarte del Tercio, el que el mismo rey les dio a su regreso de Túnez, presidía la colina rodeado de rebeldes muertos, como si de un altar de sacrificios pagano se tratara. D. Diego recibió al capitán general del Ejército de Flandes que se había adelantado con su escolta de piqueros españoles a rendirles homenaje y le saludó con estas palabras:
    "Señor: estos señores soldados, mis hijos, os saludan. Algunos, los más, no pueden alzarse porque están muertos, pero todos os presentan sus respetos y os encarecen que digáis al Rey, nuestro señor, que cumplieron lo jurado e hicieron honor al título que heredaron de sus mayores: soldados de los Tercios de España"
    "Extraído del tomo 11 de la Historia de los Tercios Españoles en las campañas de Flandes de D. Pedro de Figueroa. Publicación cuyo último ejemplar desapareció en el Incendio del Alcázar de Segovia y del que sólo se conserva la página manuscrita copiada por el archivero Jaime Peñalara”.

    L. Gómez

    EL BLOG DE CASSIA
    Xaxi dio el Víctor.

  3. #3
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    Re: Historia de los tercios españoles

    buenas de casualidad tienen referencia del historiador americano George parker especialista en historia de los ejércitos españoles o lugar donde pueda recabar información

  4. #4
    Avatar de Mexispano
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    Re: Historia de los tercios españoles

    Los secretos que convirtieron a los letales Tercios en las «legiones romanas» españolas

    Considerados como las legiones romanas de la época, estos soldados portaban una amplia gama de armas y armaduras atendiendo a cuál fuera su labor

    Manuel P. Villatoro

    @ABC_Historia

    Actualizado:17/01/2019 08:44h



    «¡Santiago y cierra España!». Estas fueron sin duda las últimas palabras que miles de enemigos de nuestro país escucharon antes de ser vencidos por la que fue la mejor infantería europea durante casi 150 años: los temibles Tercios. Armadas con un arrojo incuestionable y una lealtad absoluta hacia su rey, estas unidades -consideradas por algunos como las herederas de las legiones romanas- acababan con sus adversarios lanzando sobre ellos un vendaval de plomo y un mar de picas.

    En un tiempo en que España necesitaba defender sus territorios europeos con soldados fiables, los soldados de los Tercios demostraron de lo que era capaz un militar resuelto y experimentado. Así, con la Cruz de Borgoña a sus espaldas y una daga en su cinto, estas unidades se labraron una reputación que, todavía hoy, les hace contar con un lugar privilegiado en la Historia.

    «Los Tercios Españoles eran una perfecta combinación de las distintas unidades militares de la época, formadas por veteranos soldados y mandados, la mayoría de las veces, por buenos oficiales. Además, no se trataba de simples mercenarios a sueldo, eran hombres de honor, leales a su rey y unidos por una fervorosa fe católica. Todo esto motivaba a las tropas en el campo de batalla, lo que unido a sus victorias les creó una gran reputación en toda Europa», señala en declaraciones a ABC Joaquín Blasco Nácher, presidente de la Asociación Napoleónica Valenciana y coordinador de recreación histórica de «La fragua de Vulcano».


    La táctica perfecta

    Según este recreador, aunque a lo largo de las décadas la forma de combatir evolucionó, las técnicas de combate iniciales se tomaron, en parte, del ejército suizo. «Luchaban combinando de forma muy eficaz las armas blancas (picas, espadas) y las de fuego (arcabuces, mosquetes), llegando al punto de crear toda una leyenda entre los enemigos de las Españas como tropas invencibles desde comienzos del siglo XVI hasta mediados del XVII. Los Tercios utilizaban tácticas muy innovadoras para la época, heredadas de las que emplearan las tropas de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Su movilidad en el campo de batalla y su capacidad para adaptarse a cualquier situación no tenía parangón entre sus rivales y todavía se les considera como uno de los mejores ejércitos de todos los tiempos», finaliza Blasco.

    Concretamente, la estrategia que hizo a los tercios ganarse un hueco en el tiempo era sencilla pero efectiva. «Primero solían abrir fuego los pesados mosquetes, normalmente a más de 100 metros del enemigo. Posteriormente disparaban los arcabuces a menor distancia y, a continuación, la gran masa de piqueros que avanzaban ordenadamente en cuadro formaban una barrera de hierro bajando sus largas picas apuntando a las tropas atacantes. Eran como gigantescos erizos de acero, madera y cuero que maniobraban en el campo de batalla de forma aterradora. Junto a estos escuadrones de piqueros avanzaban por los flancos las “mangas” de arcabuceros, grupos más reducidos de soldados con armas de fuego que se disponían dependiendo de la situación y los movimientos de las tropas», añade el experto.




    Augusto Ferrer-Dalmau


    Esta sencilla táctica acabó con las pretensiones de la esquiva caballería pesada, la cual, a base de armadura y lanza, solía aplastar sin dificultad a la infantería. La llegada de la pica terminó con su dominio pues, si los jinetes trataban de asaltar la formación enemiga, se encontraban con un muro infranqueable de picas que derribaba sin esfuerzo a sus monturas.

    A su vez, los Tercios solían hacer uso de una curiosa táctica con la que coger al enemigo desprevenido. «Lo más peligroso era una práctica muy española, “la encamisada”, en la que un reducido grupo de los mejores hombres perpetraban incursiones por la noche en campo enemigo, armados tan solo con espada y daga, sin ninguna protección, ataviados con una simple camisa blanca (de ahí el nombre) para distinguirse de los contrarios. Estos ataques puntuales eran muy efectivos, se trataba de sabotear los campamentos del enemigo,“clavar” los cañones y causar las mayores bajas posibles», completa el presidente del grupo valenciano.

    No obstante, no todo era combatir cuerpo a cuerpo contra el enemigo, sino que, según Sánchez de Toca, donde también destacaba el Tercio era en su disciplina a la hora de llevar a cabo las acciones cotidianas: «Lo que hay que tener claro es que no todo era batalla; más bien casi nunca era batalla. Lo normal, lo de todos los días, eran las marchas y las guardias en la muralla o la estacada. Las operaciones más comunes eran la exploración, las emboscadas y las sorpresas. Las batallas, que hoy nos parecen abundantes, es que se produjeron y salpicaron la Historia a lo largo de 170 años, pero eran cosa excepcional. El Duque de Alba dejó claro que no debía aceptarse batalla que no se estuviera cierto de ganar, una enseñanza que nos hubiera venido bien en la Guerra de la Independencia».


    Pica, arma básica

    Con todo, si por algo se hicieron famosos los Tercios fue por su arma básica, la pica, una extensa lanza de entre cuatro y seis metros con la que se detenía el avance de la caballería y se atacaba a los soldados enemigos que combatían a pie. «Los piqueros se distribuían en picas “armadas”, que ocupaban las primeras filas y llevaban más protección (casco, peto y falderas de metal) -generalmente veteranos-, y las picas “secas”, los de las filas del fondo, peor ataviados, con poca protección y menor experiencia en combate», añade el presidente de la Asociación Napoleónica Valenciana.

    Como no podía ser de otra forma, la vida del piquero era de las más sufridas de la compañía, sobre todo si era un «soldado bisoño» (un nuevo recluta). Y es que, cuando un «afortunado» entraba a formar parte de un Tercio, y a menos que tuviera experiencia con armas de fuego, recibía un escaso adelanto de su sueldo para comprar la pica. A continuación, y si no contaba con dinero para adquirir la media armadura y el morrión –el casco característico de estas unidades-, era nombrado «pica seca».




    Augusto Ferrer-Dalmau

    Pero, independientemente del grado que tuviera cada integrante de la compañía, todos los soldados estaban orgullosos de pertenecer al Tercio y poder combatir y sangrar por su rey. «El soldado de los Tercios era admirado y temido. Y lo sabía. También eran engreídos y pendencieros y a la menor ocasión solían echar mano del acero para “aclarar” sus diferencias. En esto también eran muy respetados en toda Europa, la “destreza española” con la espada ropera y la daga de mano izquierda era bien conocida», añade Blasco.


    Última defensa

    Los combatientes también contaban con una amplia selección de armas blancas con las que, llegado el momento, defenderse en un combate a corta distancia si la formación de picas flaqueaba. «Todo soldado dominaba el combate individual con espada y daga. Querría llamar la atención sobre la daga, la segunda arma blanca que portaban los españoles y que era muy resolutiva. Esta palabra, "resolutiva", es la que usó un coronel finlandés para hablarme del puuko, su cuchillo nacional equivalente a la daga», completa, por su parte, Sánchez de Toca.

    La daga era una de las armas que, a pesar de su tamaño, daban ventaja a los españoles durante el combate. Concretamente, y como bien se explica en la sección dedicada a los Tercios del Museo del Ejército –ubicado en el Alcázar de Toledo-, este pequeño cuchillo solía usarse en combinación con la espada, buscando, en primer lugar, detener las acometidas del enemigo y, en segundo término, atacar el costado del contrario.


    Armas desechadas

    A su vez, y durante algunos periodos de la historia, los Tercios hicieron uso de todo tipo de armas para el combate cuerpo a cuerpo. «Dependiendo de la época, sobre todo en el siglo XVI había unidades de rodeleros, armados con espada de punta y corte y rodela (escudo pequeño de metal), protegidos por medio arnés (armadura completa de la parte superior del cuerpo). Los rodeleros españoles eran temibles en los choques y podían combatir entre las filas de piqueros, así como los “doblesueldos”, que usaban el “montante”, una gran espada con la que abrían brechas en las líneas enemigas, pero esta arma solo se usó a comienzos del XVI y posteriormente parece que su uso era ornamental y en desfiles», añade Blasco.

    Al final, el paso del tiempo acabó con estas unidades. «Hay que tener en cuenta que los Tercios ocupan casi dos siglos de la historia de España por lo que su estructura y armamento varió notablemente desde su creación en 1534 hasta su conversión en regimientos en 1704. En sus primeros tiempos todavía se usaban ballestas, espadas y rodelas, pero poco a poco fue evolucionando su estructura debido a las mejoras de las armas de fuego», sentencia el experto.


    Vendaval de plomo

    En último lugar, para atacar a los enemigos a distancia y cubrir los flancos de los piqueros se encontraban dos tipos de soldados. «Los que portaban armas de fuego se dividían en mosqueteros -con armas de 7 a 12 kilos tan pesadas que necesitaban una horquilla en la que apoyarse- y arcabuceros, con arma más ligera, de unos 5 kilos, que se podía disparar desde el hombro sin horquilla. Para las armas de fuego se usaban 12 cargas de pólvora en tubos de madera unidos a un correaje, que popularmente se denominaban “los doce apóstoles”», destaca el presidente de la Asociación Napoleónica Valenciana.





    No obstante, la diferencia, como apunta por su parte Sánchez de Toca, se fue desvaneciendo con el paso del tiempo: «Entre arcabuceros y mosqueteros hubo diferencia sobre todo al principio, cuando hacia 1567 el Duque de Alba bajó a las compañías los mosquetes, un arma grande y pesada que hasta entonces solo se había usado en defensiva y desde las murallas. Pero al correr del tiempo esta diferencia se desdibujó: los arcabuceros, que eran la infantería ligera y a pie, se montaron a caballo, y los mosqueteros (a los que Alba llamaba "guarnición") bajaron de la muralla para luchar a pie con las compañías».


    Sin uniforme

    En cuanto a la vestimenta, los Tercios no se caracterizaron en su primera etapa por contar con un uniforme concreto. En la práctica, cada soldado hacía gala de los ropajes que buenamente podía conseguir y, únicamente después de saquear una ciudad o recibir la paga, adquirían algún elemento para adornar su indumentaria.

    Así, la única similitud al vestir era que los piqueros no solían hacer uso de la casaca mientras que, por su parte, los mosqueteros sustituían los pesados morriones y cascos por sombreros de ala ancha. Sin duda, no hacían gala de un fino gusto al vestir, pero no necesitaban caros ropajes para acabar con los enemigos de España.

    A su vez, y según se explica en el Museo del Ejército, una de las pocas distinciones que llevaban los soldados para diferenciarse del enemigo era una pequeña banda roja en el brazo, color que también solían utilizar los piqueros para forrar el asta de sus armas. Este atuendo se mantuvo aproximadamente hasta el SXVII, momento en el que se reglamentó un color para las casacas de algunos Tercios.




    _______________________________________

    Fuente:

    https://www.abc.es/historia/abci-sec...5_noticia.html

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