Los fusilamientos de 1942 en zona Nacional (...continuación)
(extraído de: "Falangistas en la Oposición"- pag.33. - Gustavo Morales)
c) Begoña
La viuda Celia y su hija muestran
la fotografía del marido fusilado
El 16 de agosto de 1942, en el Santuario de Nuestra Señora de Begoña de Bilbao, el bilaureado general Varela asiste a Misa en sufragio por las almas de los requetés muertos del Tercio Nuestra Señora de Begoña en la Guerra Civil. Después de la misa, los carlistas coreaban consignas monárquicas y cantaban estribillos antifalangistas. Se oían gritos de «¡Viva el Rey!», «¡Viva Fal Conde!», «¡Abajo el Socialismo de Estado!», «¡Abajo la Falange!», y algunos dijeron haber oído «¡Abajo Franco!».
Tres falangistas bilbaínos paseaban con sus novias por las inmediaciones. Berastegui, Calleja y Mortón. Ante la algarabía tradicionalista, gritan «¡Viva la Falange!», y «¡Arriba España!», provocación para los carlistas porque la emprendieron a golpes. Pasaron por allí otros cinco falangistas, que acudían a Archanda, para ir después a Irún, a recibir a algunos repatriados de la División Azul. Eran Jorge Hernández Bravo, Luis Lorenzo Salgado, Virgilio Hernández Rivaduya, Juan José Domínguez, Roberto Balero y Mariano Sánchez Covisa. Al pasar por Begoña, ante los gritos, acudieron en ayuda de sus camaradas. Juan José Domínguez dispersó a los carlistas tirando dos granadas. Los carlistas acusaron a los falangistas de «ataque al Ejército», por la presencia de Varela, quien, en el vestíbulo del hotel Carlton de Bilbao prometió: «Se hará justicia. Yo me encargo de ello».
En el juicio se tuvo en cuenta el hecho de que los veteranos falangistas estuvieran presentes allí y de que llevasen armas, incluidas granadas de mano. Los heridos Alfredo Amestoy los cifra en «70 heridos leves, carlistas en su mayoría. El general Varela, presente, se adjudicó sin razón ser él el objetivo del supuesto atentado». «Los falangistas Domínguez y Calleja, que han sido detenidos, son dos ex divisionarios que han ido expresamente a cazarle […]. Varela habla con varios colegas de armas que están en sintonía y extraen la conclusión de que el momento es oportunísimo para asestar el golpe de gracia a la Falange» (Palacios 1999: 387). Varela aprovechó el incidente como una oportunidad para acusar a la Falange en general y a Serrano Suñer en particular. Explicó el caso como un ataque falangista contra el Ejército, envió por su cuenta un comunicado a los capitanes generales de toda España, sin consultar con Franco. Varela y otros generales exigían una compensación inmediata, hasta el punto de que la conversación grabada entre Varela y Franco fue exaltada. En ella Varela acusa a Franco de no gritar nunca «Viva España» a lo que el Generalísimo le contesta: «Porque doy el “Arriba España” […] es un grito más dinámico […] mientras que el “Viva España” es un grito decadente».
Los carlistas agrandaron las cifras a 117 heridos, tres de ellos graves, 25 con pronóstico reservado y cuatro de ellos muy graves de los que, más tarde, murieron tres a consecuencia de las heridas recibidas: Francisco Martínez Priegue, Roberto Mota Aranaga y Juan Ortuzar Arriaga.
El general Castejón presidió el consejo de guerra y firmó la sentencia el 24 de agosto. El resultado fue la condena de los falangistas Hernando Calleja, subjefe provincial de FET de Valladolid; Juan Domínguez, inspector nacional del SEU; Hernández Rivadulla, periodista, y Mariano Sánchez Covisa, excombatiente de la División Azul. Dos de ellos fueron condenados a muerte, el vieja guardia de Valladolid Hernando Calleja Calleja y Juan José Domínguez. Calleja salvó la vida por ser caballero mutilado de guerra.
Los esfuerzos llevados a cabo por figuras relevantes de la Falange, como Narciso Perales, Miguel Primo de Rivera, Girón, Valdés, Guitarte, Ridruejo, Tovar e incluso por el führer Hitler, que concedió a Domínguez una prestigiosa condecoración alemana, la Cruz de la Orden del Águila Alemana, no sirvieron para salvar la vida del falangista, al que se llegó a difamar como espía de Inglaterra. Domínguez era un «vieja guardia», muy activo en la creación del falangismo andaluz. «En Sevilla, Narciso Perales y Juan Domínguez ponían a punto una sección local, integrada por una treintena de estudiantes, que se revelaría enseguida de las más activas de la naciente Falange» (Gil Pecharroman 1996: 179). Tampoco le tuvieron en cuenta los servicios prestados en ocasiones señaladas, antes de la guerra, como el tiroteo de Aznalcóllar, donde Narciso Perales y él habían arrebatado la bandera enemiga en el ayuntamiento de Aznalcóllar, rescatando a la par a varios camaradas presos, en medio de una refriega de tiros del 9 largo. Durante la guerra, Domínguez pasó repetidas veces de una zona a otra, en misiones de información18.
El 20 de agosto de 1942 Franco presidió una concentración falangista en Vigo. En ella habló de peleas mezquinas, de torpes luchas entre hermanos y se refirió a que en España intentan retoñar pasiones y miserias. Tres días después en La Coruña, el mismo Franco se pregunta: «Camaradas del Ejército y de la Falange, ¿habrá diferencias que puedan desunirnos?».
Evidentemente las había (López Rodó 1979: 31). Los militares tenían a uno de los suyos en el poder y no lo querían compartir; los falangistas habían sido la vanguardia en la lucha contra la sangrienta república y ponían la forma que vestía al nuevo Estado y algunos creían que también aportaban parte de la esencia. Serrano Suñer cuenta que le dijo a Franco: «Desde luego es intolerable que la intervención irresponsable de media docena de falangistas en una concentración en la que se grita“¡Viva el rey!” y hasta –creo– algún “¡Muera Franco!”, se presente como una pugna entre la Falange y el Ejército [...]. A ese chico no se le puede matar. Ya sé que por mucho que allí se gritara a favor del rey, eso no le autoriza a tirar una bomba. Pero no ha habido muertos, él no es más que un alocado idealista, y lo hizo además porque creía que iban a matar a un compañero. Hay que castigarlo, sin duda, pero el castigo no puede ser la muerte». Lo fue. Cuando el obispo de Madrid le pidió al Caudillo clemencia para Juan José Domínguez, Franco le contestó enigmático que tendría que condecorarlo pero ha de ejecutarle.
El 1 de septiembre de 1942 Domínguez fue fusilado. Cuando ya estaba en capilla le permitieron estar con su hija Mari Celi, de cuatro meses, y su esposa, una gallegaleonesa de Cacabelos.
«Cuando fue colocado ante el piquete de ejecución, en el verano del 42, Juan José Domínguez cantaba el Cara al sol» (Amestoy 2002). Serrano Suñer lo explicaba así poco antes de morir: «Lo de Begoña fue un suceso lamentable, pero no hubo ni fuerza ni unión ni para salvar a Domínguez ni para mantener el poder. En aquel momento vivíamos con un dinamismo trepidante, pero Franco, en seguida, se dio cuenta de que esos falangistas que parecían tan intransigentes, los Arrese, los Fernández-Cuesta, los Girón, venían a comer de la mano. Y ése fue el principio del fin. El gran amigo de todas las horas, Dionisio Ridruejo, dimitió de todos sus cargos el 29 de agosto y lo mismo hizo Narciso Perales, Palma de Plata y el tercer hombre en el mando de la Falange después de José Antonio y Hedilla. Fue por eso por lo que yo propuse que la Falange fuera “dignamente licenciada”» (Amestoy 2002).
Celia Martínez, la viuda de Domínguez, reconoce: «Narciso Perales se movió lo indecible, pero con su dimisión el día 29, por la pena de muerte a mi marido, ya no tuvo influencias. Incluso fue confinado». Perales fue desterrado durante más de un año al Campo de Gibraltar. La bomba de Begoña se politizó íntegramente. Por un lado estaban los que rodeaban a Franco, en especial Arrese, que pensaban que había que castigar al camisa vieja para complacer al Ejército. Por otro, la gente de Girón, entonces y siempre el rebelde Narciso Perales. Algunos jefes del carlismo franquista y del falangismo militante, como protesta, abandonan las filas de FET y de las JONS.
Hay otros casos de falangistas muertos en la inmediata postguerra. Son casos de lenta investigación. «José Fernández Fernández, Vieja Guardia de la Falange, Medalla Militar Individual, asesinado el 28 de agosto de 1942, contra las tapias del cementerio de Alía, junto con sus padres y otros vecinos de las localidades de La Calera y Alía (Extremadura), por cuestionar la autoridad del entonces teniente coronel de la Guardia Civil, Manuel Gómez Cantos, al intentar evitar que fusilara a toda aquella gente»19. Estos casos evidencian que los roces fueron muchos. De forma especial cuando los falangistas empezaron a comprender que las promesas postbélicas de un Estado nacionalsindicalista eran como la definición del horizonte: una línea imaginaria que a medida que uno se acerca, se va alejando. El poder lo detentaban quienes tenían las armas y Franco sobre todos.
«La desradicalización que estaba llevando a cabo Arrese entre las bases de la Falange era un proceso lento y progresivo que necesitaría algunos años para completarse. Mientras tanto, seguía creciendo el resentimiento de los oficiales hacia los falangistas en general y Serrano en particular. Algunos de los generales más abiertos le exigieron personalmente a Franco que echara a su cuñado del Gobierno. Los falangistas radicales mantuvieron reuniones subversivas con los oficiales del Partido Nazi, mientras generales destacados comentaban la necesidad de llevar a cabo cambios básicos en el Gobierno español. El General Antonio Aranda […] alardeaba con los diplomáticos británicos –de quienes, al parecer, recibió enormes sobornos– de ser el líder de una “junta de generales que planeaba derrocar a Franco”, aunque no hay duda de que era una exageración»20.
Para Franco los falangistas seguían comportándose como niñatos a quienes gustaban las broncas y las bravuconadas. Así se lo expresará con desprecio el Caudillo a su médico personal: «Vicente, los falangistas, en definitiva, sois unos chulos de algarada» (Gil 1981: 93). Para Franco todas estas revueltas azules no harían sino deteriorar más el prestigio de España en el exterior.
A principios de ese mes, Franco había desencadenado la crisis ministerial. El 2 de septiembre de 1942, el Caudillo cesó a Varela en el Ministerio del Ejército y a Galarza en Gobernación. Por consejo de Carrero Blanco, también fue destituido Serrano Suñer como ministro de Asuntos Exteriores y presidente de la Junta Política de FET. Franco eliminaba las presencias más molestas cuando era necesario acercarse a los Aliados y también se deshacía de las espigas más altas de su Gobierno. Por el referido fusilamiento, como quedó dicho, dimitieron los falangistas Narciso Perales y Dionisio Ridruejo: «La Falange […] no es ni siquiera una fuerza. Está dispersa, decaída, desarmada, articulada como una masa borreguil […]. De la “Falange esencial” no me voy» (Palacios 1999: 396-398).
Franco quiso dar satisfacción a los camisas viejas; comprendía que el fusilamiento había sido necesario para calmar a sus compañeros de armas pero se estaba produciendo un terremoto en el partido. Nombró a Blas Pérez González para sustituir al monárquico Galarza en las responsabilidades de Interior. «El elegido para Gobernación no se quitaba el uniforme de Falange ni para dormir y era amigo de Girón» (Merino 2004). Pero los sinsabores de los falangistas no habían acabado ese año. Rafael García Serrano, voluntario falangista navarro, ganó el premio nacional de literatura «José Antonio Primo de Rivera» con su novela "La fiel infantería", sobre la vida en los frentes. A pesar del galardón recibido, su obra fue censurada por el clero. Fue editada, casi completa, en 1964, unos 22 años después.
Aunque no quedan huellas aparentes en los periódicos de la época de las actuaciones falangistas rebeldes, sí las hay en los expedientes gubernativos. «La existencia de rebeldes falangistas en torno a una “Falange Auténtica” queda demostrada por los intentos de reprimirla desde el Ministerio de Gobernación. En 1943, el antifalangista Galarza cursaba al Ministro Secretario General un escrito en el que se interesaba por las relaciones entre miembros de una denominada “Falange Auténtica” y la Secretaría General del Movimiento, ya que se iba a proceder contra aquéllos»21.
Los reclusos falangistas fueron concentrados en la prisión de Alfaro, en Logroño. Los militantes detenidos en otras cárceles estaban acusados de delitos comunes, como fue el caso de Pérez de Cabo.
CITAS:
17 La conversación está recogida por Laureano López Rodó en el anexo de "La larga marcha hacia la monarquía". Aparece extractada en "La España totalitaria" de Jesús Palacios.
18 «Juan-José Domínguez: falangista fusilado por Franco», El Rastro de la Historia. Nº 12 -
[www.rumbos.net/rastroria/rastroria12/dominguez_.htm].ALFREDO ALFREDO AMESTOY: [El falangista que fusiló Franco - Suplemente Diario "El Mundo"]
19 El ave fénix maldita
[www.falange-autentica.org/article.php?sid=299].
20 PAYNE, STANLEY G.: Tensión política interna España Época: Primer franquismo 1942 Franco y la Segunda Guerra Mundial.
[Franco y la Segunda Guerra Mundial - Contextos - ARTEHISTORIA V2
21ALFREDO AMESTOY. "El falangista que fusiló Franco"
[http://www.elmundo.es/cronica/2002/359/1030952812.html]
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