DE SANTOS Y HÉROES: ¿SAN RODRIGO DÍAZ DE VIVAR?
EL PROCESO DE CANONIZACIÓN DEL
CID CAMPEADOR
Por Luis Gómez
A lo largo de la historia, la Iglesia Católica ha ido elevando a los altares a numerosas personas, que por sus virtudes, su ejemplo, su dedicación dentro del Magisterio de la Iglesia, y por su vida y milagros, han merecido ser elevados a la categoría de santos.
Según el Cardenal José Saraiva Martins, Prefecto Emérito, de la Congregación para las Causas de los Santos: "Los protagonistas en un proceso de beatificación y canonización no son el obispo o la Iglesia. El primer paso son los fieles que dicen al obispo: "él fue un verdadero santo"."
En efecto. La vida que el santo desarrolla alrededor de los demás, dando ejemplo de Cristo, es el principal motivo por el cual los fieles piden a la Iglesia que ese “modelo de virtud” sea investigado para poder ser llevado a los altares.
Nos sigue comentando el cardenal Saraiva: “Cuando los fieles piden al obispo la beatificación de una persona, éste nombra una comisión para probar que la fama de santidad de esa persona sea cierta. Es entonces cuando se recogen los testimonios que prueban, con hechos, la santidad de la persona. Es la llamada fase diocesana. Una vez superada, los documentos se envían al Vaticano, a la Congregación para las Causas de los Santos. La segunda fase tiene lugar en el Vaticano. Historiadores y teólogos trabajan juntos para reconstruir una biografía exacta de la persona, incluyendo también su espiritualidad y signos de heroísmo”
Ese proceso suele durar años. Y todavía quedaría por probar, si una vez beatificado, el posible santo ha realizado un milagro gracias a su intervención. Dicho milagro es sometido a un estudio riguroso, en el que intervienen especialistas y médicos de diferentes disciplinas, los cuales someten el estudio a todo tipo de pruebas para verificar que la curación o milagro ha sido duradera, permanente en el tiempo, y sin explicación científica. Luego habría que probar que la sanación se ha realizado por la intercesión de dicho santo y no por otro.
En resumidas cuentas, que dicho proceso no es cualquier cosa.
En la Alta Edad Media, el conflicto religioso estaba a la orden del día. La sociedad occidental era eminentemente teocéntrica y durante el s. XI dicha sociedad aspiraba a un gobierno unitario bajo la dirección del papado; esa cosmovisión del mundo estaba en constante conflicto con la oriental, que también poseía una misma visión de la sociedad y pretendía llevar a cabo su obra mediante unos postulados beligerantes contra todo aquel que no estuviese sometido al Islam. Ambos mundos chocaban entre sí y los intereses económicos y religiosos se mezclaban sin tener clara una línea de distinción entre uno y otros.
Menéndez Pidal apunta además sobre ésta época: “La potestad directa conferida por Dios a San Pedro y sus sucesores era superior al poder pasajero de los reyes; el poder sacerdotal es de origen divino, mientras el poder real es una invención de los hombres instituida ya en el mundo pagano; todas las naciones cristianas debían, pues, unirse bajo la guía suprema del pontífice; grandiosa ambición de unificar políticamente la Europa sobre la base de su unificación espiritual”.
Es así como en el s. XI surge una distinción entre las milicias. Originariamente la Iglesia había distinguido netamente la militia Christi de la militia secularis. La militia Christi expresaba la lucha espiritual contra el mal (así aparece en la Regla de San Benito)[1]. La militia secularis era el servicio militar profano, que en el imperio pagano romano implicaba también sacrificios a la divinidad del emperador, lo que era incompatible con la fe cristiana.
Con el paso de los años surgen en la sociedad cristiana grandes nombres de santos guerreros, y que por lo tanto no se dedicaban a la vida contemplativa o a la vida religiosa, sino que siendo caballeros, nobles reyes o plebeyos, luchaban en nombre de Dios y por Dios, dando fuerza y ejemplo a todos los que les seguían.
Esta concepción de la “militancia católica” está hoy en día despreciada o arrinconada. No se explica lo suficiente a los fieles y por eso, a la mayoría de la gente les sorprende y no la entienden como una vía más dentro de la Iglesia. Pero lo cierto es que tan necesario es no hacer el Mal, como combatir el error. Si un católico no lucha contra el Mal, entonces éste avanza sin oposición. Ahí es donde arraiga el principio de “militancia católica” o lucha activa contra el error.
En la Alta Edad Media, tenemos reyes santos, como San Fernando III, de quien dice que a su muerte y según testimonios de la época, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros a los cuales se les suponía los más valientes. También se cuenta que merced a su piedad y su caballerosidad, los reyes enemigos se convertían a la fe de Cristo, según nos relata la “Crónica Tudense”[2]. Otro rey santo es San Luis “Rey de Francia”. Primo de Fernando III, el cual tuvo desde su infancia una educación esmerada en la piedad y en la fe. Combatió en las Cruzadas, y siempre estuvo atento a las preocupaciones de su reino. “Padre de su pueblo y sembrador de paz y de justicia, serán los títulos que más han de brillar en la corona humana de San Luis, rey” nos dice Francisco Martín al narrarnos su hagiografía. No sólo los caballeros o los apóstoles, como Santiago “Matamoros” o San Jorge venciendo al dragón, son representados como luchadores contra los enemigos de la fe. Dentro del santoral nos podemos encontrar con personajes de humilde condición como Santa Juana de Arco la “Doncella de Orleans” quien jugó un papel primordial en la Guerra de los Cien Años que libraron Inglaterra y Francia y así podríamos continuar con un sinfín mas de vidas ejemplares.
El joven Cid Campeador venga la afrenta de su padre Diego Laínez, cortándole la cabeza al conde Lozano. El cuadro es de Juan Vicens Cots (1830-1886)
Rodrigo Díaz de Vivar, El “Cid Campeador”
La vida y hazañas del personaje real de Rodrigo Díaz de Vivar, son harto conocidas, o al menos lo eran hace unos años, cuando no se había impuesto en España esta moda tan irracional de olvidar nuestros héroes, y suplantarlos por alfeñiques foráneos.
Hubo un tiempo, en el que los libros de texto de los estudiantes de Bachillerato, tenían por norma la de narrar la Historia de España y al hilo de la misma, destacar los hechos más sobresalientes que los héroes y personajes españoles tuvieron en esas épocas. Así se llegaba a conocer las gestas realizadas por un D. Rodrigo, D. Pelayo, el Cid, Fernando III, “El Gran Capitán”, los Tercios, Pizarro y Hernán Cortés, la hazaña de Castaños, la Batalla de Bailén, el Sitio de Zaragoza, Agustina de Aragón, la muerte de Churruca o la de tantos y tantos otros que dieron su vida por España a lo largo de todos estos siglos.
Con el advenimiento de las Autonomías y con la cesión por parte del Estado de las competencias de Cultura y Educación, tenemos en el panorama estudiantil nacional una aberración tras otra. Jóvenes catalanes, por ejemplo, que son obligados a aprenderse de memoria los ríos y afluentes de los arroyos que atraviesa su provincia, olvidándose de los grandes ríos españoles. O vascos que se aprenden de carretilla los nombres de los presidentes de la comunidad, (como si fuese la antigua lista de los reyes godos), y no saberse quien fue Felipe II o Carlos I.
Ese mal tan extendido en la actualidad no corresponde en su totalidad a la casta política. También lo es, y mucho, de la comunidad universitaria, convertida en parasitaria de la política, que ha sido incapaz de levantar la voz y protestar por semejante aberración, permitiendo mansamente que se manipule así la asignatura y la carrera de Historia, carrera que luego ellos se afanan en ejercer desde sus cátedras. Y por supuesto no podemos olvidarnos de la inmensa mayoría de profesores y docentes, que anulados desde hace años y relegada a la condición de porteros de guardería, no son capaces de plantarse ante la casta política y discrepar, pues son rehenes de sus propios compañeros sindicalistas o políticos…
Fuera como fuesel hubo un tiempo en que el Cid Campeador era el ejemplo de caballero español por antonomasia. Su vida fue elevada a los cantares de gesta, como lo fue la de Roldán en Francia. Varios son los escritos sobre el Cid, pero destaca sobremanera el llamado Cantar de Mio Cid del que se dice que fue creado por dos juglares, uno de Medinacelli y otro de San Esteban.
Las primeras fuentes que hablan con certeza sobre él, datan del s. XI, en 1148 ya aparece en la “Chronica Adefonsi Imperatoris”, durante la conquista de Almería. Más tarde será mencionado en la “Historia Roderici” y así sucesivamente.
Pero no podemos detenernos en esos asuntos. Lo que si queremos destacar en este artículo, es el proceso de beatificación y santificación que se propuso y se inició en otros tiempos.
Como queda apuntado más arriba, en el s. XI todos los hombres, lo mismo caballeros que simples campesinos, vivían en una sociedad donde la fe cristiana era el epicentro de su existencia. Del personaje histórico de Rodrigo Díaz de Vivar, se destaca por los documentos que era muy religioso. Entre sus hechos más destacables en este sentido, podemos señalar las donaciones que tanto él como su esposa, doña Jimena, realizaron donando algunas casas de su propiedad y unos solares al Monasterio de Silos, para la propia subsistencia de la comunidad religiosa así como para la asistencia y ayuda de los peregrinos. También estuvo muy vinculado al Monasterio de San Pedro de Cardeña, en Burgos “Cardeña, en las cercanías de la capital del condado castellano, era el monasterio más emblemático de las comarcas centrales del condado; unos 15 kilómetros separan a Vivar de Cardeña, siguiendo el camino que por Villayerno, Morquillas, Villafría y Cardeñajimeno conducía al cenobio benedictino, regido aqeullos años por san Sisebuto”. D. Rodrigo se nos presenta así en las crónicas con una doble vertiente. De un lado es un guerrero implacable, pero por otro lado, sus decisiones son justas y equitativas. Lo podemos ver en algunos pasajes rezando intensamente a Jesucristo para pedir la protección de sus hombres[3], o realizando la conversión de la mezquita de Valencia en iglesia, donando a su vez los cálices y telas que debían de componer el Altar mayor.
La posible santificación de Rodrigo Díaz de Vivar, el “Cid”
La fama y proezas del Cid no escaparon a los hombres de antaño, hasta tal punto que Felipe II ordenó a su embajador en Roma D. Diego Hurtado de Mendoza, que comenzase a tratar la canonización del venerable caballero Rodrigo Díaz de Vivar. “El mismo embajador hizo una recopilación de las virtudes y sucesos milagrosos del Campeador con los papeles y noticias que le remitieron desde el monasterio de Cardeña”
El proceso no avanzó como era debido, pues según nos informa José María Garate, la pérdida de Siena, que era gobernada por el entonces embajador de Felipe II en Roma D. Diego Hurtado de Mendoza, hizo que los papeles se extraviaran, y con ellos se perdiese la posibilidad de tener un santo castellano, quedando la cuestión en el inicio del trabajo y la recopilación de documentación que acreditaba que D. Rodrigo Díaz de Vivar no era sólo un arquetipo de caballero medieval, sino que su vida era ejemplo para cristianos y su sentir religioso era sincero y veraz.
Es el propio Garate quien nos da más información sobre los trabajos recopilados para justificar la posible santidad de D. Rodrigo y entre ellas nos cuenta que: “No era una lucubración absurda la de Felipe II. El confusionismo sobre la verdadera historia del Cid, que injustificadamente llega hasta nuestros días, hacía imposible podar la hojarasca milagrera que envolvía sus recias virtudes. Desde que el Obispo D. Jerónimo le señaló como enviado, «suscitado por Dios », en el exordio de la donación valenciana, o como «venerable » en su donación para ser enterrado en Cardeña, este discreto concepto de hombre virtuoso fué subiendo de tono, al parecer sin nuevos motivos para ello. Según Berganza, el Conde Berenguer tuvo al Campeador por gran siervo de Dios al considerar con qué poca gente le había vencido. Cuando la traslación de restos en 1541, el Abad de Cardeña Fray Lope de Frías entonó el salmo “Los santos le alabaron en su gloria”, después que los monjes cantaron el que comienza “Admirable es Dios en sus santos”. El mismo Abad al referir los hechos hablaba del “Santo cuerpo”. Fray Melchor Prieto decía en su historia: «Tengo por probable que sus huesos son reliquias y que fue santo», y el dominico Fray Juan de Marieta le llamó «Valeroso Campeador y santo Rodrigo Díaz»”
Es sin lugar a dudas este trabajo de José María Garate, el que más contribuye a esclarecer la cuestión y a reconocer al Cid Campeador como santo. Todo el trabajo está lleno de recopilaciones y de extractos de datos que corroboran esa hipótesis.
En estas horas, en las que España –y la cristiandad- atraviesan por un duro y oscuro porvenir, nos es imprescindible que se vuelvan a retomar las figuras heroicas y santas de estos modelos de fe.
El laicismo secularizante de los gobernantes políticos. El avance imparable de sectas y desviaciones.- El Islam, que no ha evolucionado ni un ápice desde la época de “San Rodrigo Díaz”, son un ejemplo bastante elocuente de la necesidad imperiosa de recuperar y proponer, que se vuelva a reabrir el proceso de santificación de nuestro héroe español por antonomasia.
BIBLIOGRAFÍA:
“El Cid Campeador”, Ramón Menéndez Pidal
“Comentarios a la Regla de San Benito” Isidoro María Anguita
“El Cid Histórico” Gonzalo Martínez Díez
“Poema del Mio Cid” César Aguilera
“La posible Santidad del Cid” José María Garate
[1] Dice así la Regla: “Por tanto, debemos disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar en el servicio de la santa obediencia a sus preceptos” Por su parte, el Abad del Monasterio de Huerta, nos dice en sus “Comentarios a la Regla de San Benito”: “San Benito habla de “militar” y no sólo de vivir. La obediencia pasiva nos despoja de una forma superficial, anulando a veces a la persona, acomplejándola y haciéndola dependiente. La obediencia activa, abrazada libremente y buscadora de un fin, supone un despojo interior que nos predispone a acoger al Dios simplicísimo cuando él quiera mostrarse”. ANGUITA, Isidoro Mª, (Abad de Santa Mª de Huerta) “Comentarios a la Regla de San Benito” Cap. 1º “Clases de Monjes”
[2] La “Crónica Tudense” fue escrita por Lucas, obispo de Tuy, por encargo de la reina Doña Berenguela que le indicó compendiase todas las crónicas de la Historia de España. Abarca hasta Fernando III.
[3] En el “Poema del Mío Cid” podemos leer por ejemplo, “Le pesa al rey de Marruecos de mío cid don Rodrigo: En mis heredades tan bravamente se metido, y él no se lo agradece sino a Jesucristo”
RAIGAMBRE
RODRIGO DÍAZ DE VIVAR: EL CABALLERO DE LA RESURRECCIÓN
EL CID CAMPEADOR:
UN ESBOZO SOBRE EL SIMBOLISMO DE SU DEVOCIÓN A SAN LÁZARO
Manuel Fernández Espinosa
Ramón Menéndez Pidal estableció que la literatura española, a diferencia de otras literaturas, estaba marcada por nuestro carácter que le imprime un fuerte sentido realista. La verosimilitud es para Menéndez Pidal el sello de nuestra literatura y, en concreto, de nuestras "gestas" medievales. Esto lo contrastaba el sabio herculino con la literatura ultrapirenaica: "En cuanto a su espíritu de realidad, el "Poema del Cid" no es comparable a los "Nibelungos" o a la "Chanson de Roland", sino a los cantos muy anteriores, de los cuales esos poemas tardíos hubieron de recibir sus elementos históricos". Para Menéndez Pidal, uno de los factores más decisivos en la verosimilitud del "Cantar de Mio Cid" frente a las fantasiosas aventuras y prodigios que se pintaban en la "Chanson de Roland", por ejemplo, era que nuestro "Cantar de Mio Cid" estaba más próximo a los sucesos históricos, lo que limitaba mucho la fantasía del poeta ante su auditorio que era conocedor de los sucesos y al que no podía dársele gato por liebre. Esta convicción ha prevalecido en buena parte de historiadores de nuestra literatura, pero recientemente ha sido puesta en cuestión por estudiosos como Alfonso Boix Jovaní en su artículo "Aspectos maravillosos en el Cantar de Mio Cid" o Javier Victorio, en su edición del "Cantar de Roldán", en cuya introducción Javier Victorio escribe: "Lamentamos no estar de acuerdo con dicho planteamiento. No sólo el realismo no es "la" peculiaridad de nuestra literatura, ni siquiera en la Edad Media, sino que, además, hay textos medievales de carácter épico, como el "Poema de Fernán González", muy acusadamente inspirados en el espíritu (y algunas fórmulas) de ese texto francés".
Lo del verismo de nuestra literatura nacional (y, en concreto, la que ahora nos interesa: la medieval), tesis sostenida por Menéndez Pidal y secundada por gran parte de la tradición historiográfica, es una cuestión que ha abierto una fecunda discusión entre los especialistas. Baste aquí mencionarla, sin que terciemos en ella, pues lo cierto es que ésta sería una querella académica que no es de nuestra incumbencia en este esbozo que pretendemos hacer de una cuestión que requeriría mayor atención de la que ha suscitado. Sería digno de mayor atención el estudio de la religiosidad (la "pietas") del protagonista de la materia cidiana, esto es de Rodrigo Díaz de Vivar y el mundo que lo envuelve. Y, aunque grandes estudiosos, como el recientemente fallecido D. Gonzalo Martínez Díez, se han ocupado de establecer una nítida línea de separación entre el personaje literario (el Cid del "Cantar de Mio Cid", las "Mocedades de Rodrigo" y los romances recopilados por Menéndez Pidal) y el personaje histórico, sería idóneo no obstante poner de manifiesto las concomitancias entre la facticidad histórica y diversos elementos conservados en el plano literario. El Cid literario no es un mero ente de ficción ("ficto", como le gustaba decir a X. Zubiri).
Uno de los campos que se muestran más estimulantes en la comparativa que podría hacerse para hallar coincidencias entre el personaje histórico y el ficto de la literatura es el campo de la religiosidad del Cid Campeador. Este asunto de los elementos religiosos que podemos hallar en la materia cidiana pone de manifiesto las conexiones íntimas entre el personaje histórico y el literario. Alfonso Boix Jovaní insiste en que la aparición del ángel San Gabriel al Cid es uno de los elementos del mundo maravilloso que contradice el verismo postulado por Menéndez Pidal y sus seguidores. Y Juan Victorio se ha ocupado de relacionar esa aparición de San Gabriel al Cid con la que el mismo ángel anunciador protagoniza en el "Cantar de Roldán" (CLXXXV), cuando se le revela a Carlomagno. En la gesta de Roldán la visión que se le revela a Carlomagno es más compleja en su iconografía y cargada de simbolismo. En el "Cantar de Mio Cid" el autor es más parco, el mensaje de San Gabriel es breve:
"Cavalgad Çid,/ el buen Campeador,
ca nunqua en tan buen punto/ cavalgo varon;
mientra que visquieredes bien se fara lo to".
("Cabalgad, Cid,/ el buen Campeador,
pues nunca en un tan buen punto/ cabalgó varón.
En tanto que vos vivierais,/ bien se hará lo de vos".)
En efecto, en este episodio prodigioso del "Cantar de Mio Cid" se puede ver que hay un elemento que se repite en los cantares de gesta (lo mismo en el "Cantar de Roldán" que en el de Fernán González): el caudillo recibe la revelación de una entidad celestial: a Fernán González se le aparece Santiago Apóstol, a Carlomagno y al Cid Campeador el arcángel San Gabriel. Puede sintetizarse, en palabras de Javier Victorio: "Así, hay un recurso que se repite. El ejército cristiano pasa siempre apuros en los inicios de un combate. Se inicia el "suspense" para el no acostumbrado. Lógicamente, los guerreros de la cruz empiezan a decaer (y a caer). Ha llegado el momento en que el jefe lance ardientes exhortaciones a la lucha, recordándoles su condición, para pasar a dar ejemplo de arrojo. Es también el momento en que "Dios está con nosotros", y, para mayor comprobación, se realiza el prodigio, la aparición (allí del ángel San Gabriel, aquí del Apóstol Santiago), etc."
Ciertamente, es oportuno recordar que San Gabriel es el ángel de la Anunciación. Maguer sería conveniente también resaltar que, tanto en el caso de Carlomagno como en el del Cid, la intervención de Gabriel no sólo se explica por la tradicional función de San Gabriel como anunciador, heraldo celeste, como bien apunta Boix Jovaní. A Gabriel se le atribuye la revelación coránica a Mahoma y que sea San Gabriel el que se ponga de parte de Carlomagno y del Cid Campeador es una reivindicación cristiana del arcángel que es reclamado para la Cristiandad y, apareciéndose a Carlomagno y al Cid reviste a ambos líderes de una dimensión religiosa que no hay que soslayar.
Además del caso de la aparición de San Gabriel al Cid, es menester recordar que, en el santoral cidiano, tiene muchísima importancia San Lázaro. El Cid invoca continuamente a Dios, a la Virgen María y a otros patronos como San Pedro (lo cual no es extraño, dada la vinculación del Cid con el monasterio de San Pedro de Cardeña), a San Isidoro "el de León" (que es San Isidoro de Sevilla), a Santiago Apóstol (como no podría ser menos), pero uno de los santos que más poderosamente llama la atención, en la materia del Cid, es San Lázaro.
En la oración de Jimena que se halla en el Cantar I (vv. 330-365), la esposa del Campeador invoca, por este orden, a: Dios, a la Santa María Virgen, a Melchor, Gaspar y Baltasar, a Jonás, a Daniel, a San Sebastián, a Santa Susana, a San Lázaro, a San Dimas (aunque no lo menciona por su nombre), a San Longinos y a San Pedro. La mención de Jonás y Lázaro guardan una relación muy íntima. Tanto Jonás como Lázaro son figuras de la resurrección; de ahí que fuesen representados desde los primeros tiempos en las catacumbas. Jonás, lanzado a las aguas, para ser devorado por una ballena y más tarde devuelto a la playa y Lázaro, el amigo de Jesucristo, hermano de Marta y María, resucitado por Jesucristo tras cuatro días de yacer en el sepulcro: "Señor, ya hiede, pues lleva cuatro días" -dijo Marta a Cristo, cuando éste mandó retirar la piedra que sellaba la cueva.
La invocación que Jimena hace en su rogativa a San Lázaro recuerda el episodio de la resurrección:
"resuçitest a Lazaro / ca fue tu voluntad".
Podríamos pensar que, en todo caso, la devoción a San Lázaro es de Jimena y que tal vez no fuese del Cid. Pero resulta que la intervención prodigiosa de San Lázaro en el ciclo del Cid también consta, si no en el "Cantar de Mio Cid", sí en las "Mocedades de Rodrigo" que, aunque cantar más tardío, pertenece al ciclo cidiano. Esta aparición de San Lázaro tiene lugar, según la tradición, cuando todavía joven Rodrigo Díaz va en peregrinación a Santiago de Compostela. En el camino, Rodrigo y sus acompañantes se topan con un leproso. Pero, a diferencia de sus compañeros, el Cid, en un ejercicio de caridad cristiana, no muestra repugnancia o la cautela que era de esperar ante el leproso (o "gafo"), sino que lo ayuda, en la versión dramática de Guillén de Castro ("Las mocedades del Cid") el Cid auxilia al gafo, le da su gabán, come en el mismo plato y bebe con el enfermo, marginado socialmente por lo contagioso de su mal. Poco después, el leproso le revela su verdadera identidad en una aparición prodigiosa. Así se nos transmite el contenido del mensaje de San Lázaro al Cid, según consta en el manuscrito de la "Crónica de Castilla" (Bibl. de El Escorial X-i-II, fol. 133 ro.):
"¿Duermes, Rodrigo?" E el respondio e dixo: "No duermo. Mas ¿quien eres tu que tal claridat e tal olor traes?" Et el respondiole estonçe e dixo: "yo so Sant Lazaro, que te fago saber que yo era el gafo a quien tu feziste el mucho bien e la mucha onrra por el amor de Dios. E por el bien que tu por el Su amor me feziste, otorgate Dios un grant don, que quando el bafo que sentiste ante ty viniere, que todas las cosas que començares en lides o en otras cosas, todas las acabaras conmplidamente, asy que la tu onrra cresçera de dia en dia. E seras temido e rresçelado de los moros e de los cristianos. Et los enemigos nunca te podran enpeçer. E morras muerte onrrada en tu casa e en tu onrra, ca nunca seras vençido, ante seras el vençedor syenpre, ca te otorga Dios Su bendiçion. E tanto fynca e faz sienpre bien". E fuese luego, que lo non vio y más".
Es interesante advertir las claves ocultas de esta relación del Cid con San Lázaro, pues operan a varios niveles.
Atendamos primero al nombre: Lázaro es un nombre propio de origen hebreo (Eleazar) que podría traducirse como: "El que es socorrido por Dios", "Al que Dios ayuda". Y el Cid es presentado multitud de veces, en el mismo "Cantar de Mio Cid", como aquel a quien Dios ayuda. El mismo Cid es consciente de esta ayuda, por la que muestra su agradecimiento:
"valer me a Dios / de dia e de noch!". ("¡Me ha de valer Dios / de día y de noche!")
Esta conciencia de sentirse en todo momento amparado por Dios y socorrido por el Altísimo es algo que encontraría su origen en la revelación de San Lázaro al Cid de la que más arriba hemos dado cuenta.
San Lázaro, en efecto, es patrono de los leprosos. Esto está suficientemente constatado y baste que traigamos a las mientes que las leproserías fueron llamadas antiguamente "lazaretos". En ese especial patronazgo de San Lázaro se superpone, por un lado el amigo de Jesús (resucitado por Jesucristo) y el Lázaro de la parábola del "rico epulón y el pobre Lázaro" (Lucas 16, 19-31); como es sabido, en la parábola el rico desprecia al pobre enfermo que es presentado a la puerta, pidiendo limosna en vano y lamido por los perros. Más tarde, en la otra vida, será Lázaro quien goce de la felicidad eterna, mientras el epulón sufre los tormentos del infierno. El Cid muestra, con su solicitud ante el leproso, que su caridad no es fingimiento ni hipocresía, sino firme cumplimiento del mandamiento de la caridad.
Pero San Lázaro también es, en la Edad Media, patrono de los esquiladores; esto puede comprobarse a lo largo y ancho de toda la geografía peninsular, pues en las antiguas cofradías que daban culto a San Lázaro, la mayoría de los que en ellas se encuadraban eran esquiladores. Es más que probable que los antiguos, más familiarizados con el mundo simbólico, hallaran en el ejercicio de la esquila la cifra de una imagen simbólica de la muerte: las ovejas son esquiladas, pero la lana vuelve a crecerles. Esta vida mortal y pasajera también se somete a muertes que, por mucho que periódicamente esquilan, no aniquilan.
La relación del Cid Campeador con San Lázaro no sólo se la encuentra exclusivamente en la literatura cidiana. También hay atisbos de ella en la historiografía. El Arcediano del Alcor, Alonso Fernández de Madrid (1474-1559), autor de la "Silva Palentina" (obra que lo convirtió en el más importante cronista antiguo de Palencia), dejó constancia de que la devoción atribuida al Cid (y familia) a San Lázaro no sólo es de índole literaria. Cuenta el Arcediano del Alcor que, el Cid, avecindado en Palencia: "...de su mesma casa y palacio mandó hazer la iglesia parrochial de Sant Lázaro, y también la casa que llaman de la Orden, donde se acogen y curan los enfermos del mal de Sant Lázaro, la cual hizo después un cauallero de esta ciudad, que se llamó Alonso Martínez de Olivera... que según dice en su testamento, venía de linage del Cid" ("Silva Palentina"). Considérese, descendientes muy posteriores del Cid, como el palentino Alonso Martínez de Olivera, guardarán celosamente la devoción a San Lázaro heredada de su preclaro ancestro.
Por lo tanto, la relación piadosa que sostiene el Cid Campeador con San Lázaro se muestra como una clave para acceder a la auténtica proyección paradigmática del Cid Campeador.
El Cid tiene en su juventud, cuando peregrina a Compostela, un encuentro providencial con San Lázaro que se le hace el encontradizo bajo figura de un leproso. El encuentro será una prueba de la que el Cid sale airoso, pues la caridad del ejemplar caballero no se frena frente a la repulsión del prójimo incógnito y desfigurado, cuya enfermedad puede contagiarse; poco después, se le muestra al Cid la verdadera identidad de aquel a quien ha tratado caritativamente: el leproso es San Lázaro y éste, como premio, le revela su destino al Cid: Dios no le faltará nunca al Cid, siempre le ayudará en todo trance y lo bendecirá en toda empresa. La constante ayuda de Dios se le revelará en otras apariciones: como la de San Gabriel Arcángel (tambíen se cuenta la de San Pedro que tiene poco antes de morir).
Pero, todavía más que las intervenciones portentosas de San Gabriel o San Pedro en la vida del Cid, San Lázaro es el paradigma hagiográfico para comprender la figura del Cid Campeador en una dimensión espiritual: Lázaro que murió y fue resucitado de la muerte es como una figura referencial para lo que serán las vicisitudes por las que atraviese el Cid. El Cid, una vez caído en desgracia y desterrado, sufrirá una muerte iniciática de la que resurgirá más robustecido.
Y no lo olvidemos tampoco: el Cid Campeador vencerá a sus enemigos, incluso después de muerto. Pues, bajo el signo de San Lázaro, el Cid Campeador es el Caballero de la Resurreción.
NOTA BENE:
Recomiendo especialmente el artículo de mi amigo Luis Gómez López: "De santos y héroes: ¿San Rodrigo Díaz de Vivar?", publicado en RAIGAMBRE. Pues el presente artículo y el que indico se complementan. Así podemos entender que el Cid Campeador merece en justicia ser canonizado, como era la voluntad de nuestro gran monarca Felipe II.
BIBLIOGRAFÍA:
Menéndez Pidal, Ramón, "Castilla. La Tradición, el idioma", Espasa-Calpe, Madrid, 1966.
Menéndez Pidal, Ramón, "Flor nueva de romances viejos", Espasa-Calpe, Madrid, 1994.
Boix Jovaní, Alfonso, "Aspectos maravillosos en el Cantar de Mio Cid" (en la red).
"Cantar de Roldán", edición de Juan Victorio, Cátedra Letras Universales, Madrid, 1999.
"Poema de Mio Cid", edición de Colin Smith, Cátedra Letras Hispánicas, Madrid, 1979.
Martínez Díez, Gonzalo, "El Cid histórico", Planeta, Barcelona, 1999.
Guillén de Castro, "Las mocedades del Cid", edición de Christiane Faliu-Lacourt, Taurus, Madrid, 1987.
RAIGAMBRE
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