6 de Septiembre 1634: los ejércitos imperiales y españoles derrotan a los protestantes suecos y alemanes en la Batalla de Nördlingen.
En 1634, una hueste de tropas internacionales católicas, en la que combatieron regimientos hispanos, logró acabar con la hegemonía protestante en Alemania
Con la pica clavada en tierra, miles de mosqueteros en línea y la sombra de decenas de estandartes adornados con la Cruz de Borgoña. Así combatieron las tropas españolas un día de 1634 cuando batallaban -junto a una alianza católica- contra miles de soldados protestantes en la ciudad alemana de Nördlingen. Aquella jornada no sirvió de nada el título de invencible que portaba el ejército sueco, pues, a base de sangre y arrojo, se impuso el morrión hispano.
Pero en esta batalla no sólo pudo verse una lucha encarnizada por la supremacía militar, sino que también se enfrentaron dos formas diferentes de hacer la guerra: la del ejército sueco –revolucionaria y novedosa- y la tradicional pero efectiva técnica de combate de los expertos tercios.
Treinta años de guerra
La batalla, acaecida en territorio alemán, se enmarca dentro de la guerra de los Treinta Años, un conflicto latente desde mediados del SXVI que estalló debido, entre otras cosas, a la rivalidad existente entre los partidarios de la tradicional religión europea, el catolicismo, y los seguidores del protestantismo –una nueva rama de creencias escindida de la Iglesia católica-.
Esas tensiones enmascaradas se hicieron palpables cuando, en 1618, Fernando II de Habsburgo –ferviente católico-, se convirtió en Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (título que le permitía gobernar en buena parte del centro de Europa). Al parecer, esto fue demasiado para la nobleza protestante de Bohemia (actual República Checa), que decidió deponer al nuevo líder a base de espada para intentar instaurar sus propias creencias.
Este conflicto local pronto atravesó fronteras ya que, en poco tiempo, los contendientes comenzaron a pedir la ayuda masiva de los territorios europeos. Así, Fernando II no dudó en solicitar la intervención de España, mientras que, por su parte, los protestantes llamaron a filas a Dinamarca. La guerra había empezado e iba a dejar miles de muertos.
Tras décadas de combates, la situación se recrudeció cuando hizo su entrada en el conflicto la Suecia de Gustavo Adolfo II, un monarca que contaba con un ejército que usaba técnicas militares revolucionarias y esperaba su momento para hacerse valer en Europa. Sin duda, se acaba de despertar a un gigante dormido al que iba a costar derrotar.
La revolución militar sueca
Y es que Suecia llevaba varios años perfeccionando y renovando sus técnicas militares. «Gustavo Adolfo […] redujo la profundidad de la formación de diez a seis hileras e incrementó su poder de fuego al añadir cuatro piezas de artillería ligera por cada regimiento», explica el historiador británico Geoffrey Parker en su obra «La guerra de los Treinta Años».
Pero su revolución no se detuvo en este punto, sino que también incluyó la reorganización del ejército en nuevas unidades. «Gustavo Adolfo introdujo también una nueva unidad táctica, la brigada, formada por cuatro escuadrones (o dos regimientos) en formación en forma de flecha, con el cuarto escuadrón en reserva y apoyada por nueve o más cañones», completa el británico.
España decidió entrar en guerra para no quedar aislada en EuropaA su vez, este interesado en el arte de la guerra realizó modificaciones en las tácticas relacionadas con la caballería. Esta solía usarse en el SXVII como una unidad móvil que, armada con pistolas, acosaba a los soldados de infantería con sus disparos para retirarse después velozmente a lomos de sus monturas. «Las cargas de caballería sueca a la espada, rodilla contra rodilla, superaban en el choque a las de otras caballerías, como la alemana y la española, realizadas con pistola al trote», determina en este caso el periodista y experto en historia Fernando Martínez Laínez en su libro «Vientos de Gloria».
No obstante, la gran transformación por la que pasaría a la Historia Gustavo Adolfo fue por la instauración en su ejército de la denominada doble salva. En esta táctica, según afirma Parker, «los mosqueteros se situaban en tres hileras, la primera arrodillada, la segunda cuerpo a tierra y la tercera en pie». De esta forma, se conseguía disparar dos veces más plomo sobre el enemigo que con la formación clásica y, en palabras de los expertos de la época, minar además la moral de los enemigos.
España en armas
Sin dudarlo, el monarca sueco se dispuso a avanzar sobre Alemania, lugar en el que desembarcó en 1630. A partir de ese momento su moderno ejército no encontró rival y, como se esperaba, contó todas sus batallas por victorias. De hecho, tal era su reputación militar que Suecia pronto recibió la ayuda de Francia e hizo pactos con el ducado de Sajonia-Weimar.
Ni siquiera la muerte de Gustavo Adolfo en una de las contiendas detuvo el avance del ejército sueco, ávido ahora de acabar con las fuerzas del Sacro Imperio Romano Germánico y sus aliados, entre los que se encontraba España. «Madrid consideró que era obligado decantarse con armas y dinero a favor de la Casa de Austria, no sólo por vinculación dinástica, sino también por motivaciones religiosas y políticas. Una derrota aplastante del Imperio habría dejado a España aislada en Europa», completa Laínez en su obra.
Las novedosas técnicas suecas convirtieron a su ejército en invencibleLa situación se hizo definitivamente insostenible cuando el ejército sueco, acompañado de sus aliados sajones, avanzó sobre el sur de Alemania poniendo en jaque a las tropas imperiales. Sin tiempo que perder, España comenzó a equipar con picas y mosquetes a sus tercios, había llegado la hora de combatir y derramar sangre a favor de los aliados.
Para ello, se formó en Milán un ejército al mando del cardenal-infante Fernando de Austria, hermano del rey Felipe IV, con el objetivo de apoyar a las fuerzas imperiales de Fernando II. «El ejército expedicionario que salió de Milán integraba una formidable fuerza compuesta por unos 14.000 infantes, 3.000 soldados de caballería y 500 arcabuceros montados», determina Laínez en su libro.
Llegada a Nördlingen
Tras partir, las huestes hispanas lograron tomar dos plazas fuertes enemigas antes de llegar a Nördlingen, una pequeña ciudad ubicada en el sur de Alemania que estaba siendo sitiada por tropas imperiales. Así, el 2 de septiembre de 1634, las fuerzas españolas se unieron a las tropas asaltantes con la intención de arrebatar el emplazamiento a los protestantes.
Sin embargo, este objetivo no sería nada fácil de realizar, pues los mandos suecos y sajones también habían desplazado sus tropas hasta Nördlingen para, de una vez por todas y a costa de todas las vidas que fueran necesarias, detener la contraofensiva católica. Aquel día se decidiría el destino de muchos soldados frente a una preciosa tierra hasta entonces virgen de muerte.
«Las fuerzas hispano-imperiales superaban entonces los 30.000 hombres, de los cuales unos 20.000 eran de infantería, con 32 cañones. En esa fuerza se contaban dos tercios viejos españoles, que mandaban Idiáquez y Fuenclara; cuatro napolitanos […]; y tres de Lombardía […] Además, había dos regimientos alemanes de infantería bisoños. […] La caballería contaba con varios miles de excelentes jinetes, croatas en su mayor parte», señala Laínez.
Por su parte, el ejército protestante –al mando de Gustav Horn y Bernardo de Sajonia-Weimar- presentó ante las fuerzas católicas un ejército de 16.300 infantes, 9.300 caballeros y 54 piezas de artillería. Podían ser menos en número, pero sus temidas y revolucionarias tácticas militares les convertían, sin duda, en unos enemigos muy difíciles de derrotar.
Disposición de las tropas
Afiladas las espadas, abrillantadas las armaduras y preparados los arcabuces ahora sólo quedaba organizarse para plantar cara a los bravos protestantes. Como explica Laínez en su libro, cuando amaneció el 6 de septiembre el ejército enemigo se desplegó al noroeste, entre la ciudad de Nördlingen (ubicada a la izquierda de su flanco) y un bosque cercano que cubría el lateral derecho de su ejército.
De forma concreta, el ejército enemigo se encontraba dividido en varios grupos. «El enemigo avanzaba dividido en dos alas. La derecha, y más potente, al mando del general sueco Horn, con 9.000 soldados de infantería y 4.000 jinetes. La izquierda, que mandaba Bernardo de Sajonia Weimar, […] incluía 25 escuadrones de caballería y tres regimientos de infantería, con toda la artillería», sentencia el periodista español.
La «doble salva» permitía descargar una gran cantidad de fuegoFrente a ellos se hallaban las tropas hispano-imperiales, que tomaron posiciones entre la colina de Albuch (delante del flanco derecho de los protestantes) y la ciudad de Nördlingen. En cuanto a su despliegue, los católicos formaron una línea dividida en tres cuerpos. «El principal ocupaba la estratégica posición de Albuch […] flanqueado a derecha e izquierda por 12 escuadrones de caballería. Detrás de algunos regimientos alemanes y algunos tercios italianos […] estaba el viejo tercio español de Martín de Idiáquez», señala el experto.
A su vez, el ejército imperial se completaba con las fuerzas del duque de Lorena, ubicadas a la izquierda de la colina, la caballería a las órdenes de Mathias Gallas y los jinetes ligeros de Croacia. «El cuerpo de reserva, mandado por el marqués de Leganés, tenía unos 7.000 infantes y 1.500 caballos», completa Laínez.
Comienza la batalla
El 5 de septiembre -y tras un intento frustrado del ejército protestante de tomar durante la noche una de las posiciones imperiales- los católicos se lanzaron a la carga desde Albuch, lugar que ofrecía una gran ventaja estratégica y en el que se libró la mayor parte de la contienda.
En principio, varios regimientos alemanes pertenecientes al ejército hispano-imperial se abalanzaron sobre el bosque cercano que cubría el flanco derecho del ejército enemigo. Sin embargo, fueron detenidos drásticamente por el fuego de las tropas suecas que, haciendo honor a su entrenamiento, descargaron una ingente cantidad de plomo sobre los católicos.
La batalla se centró casi exclusivamente en la colina de Albuch. Ahora les tocaba el turno a los oficiales protestantes que, conocedores de la importancia de tomar Albuch, enviaron a su caballería de choque colina arriba con la intención de obligar a huir a la infantería católica. Eran momentos tensos, pues, a pesar de que uno de los tercios napolitanos logró resistir el fuerte envite, el enemigo comenzaba a abrirse camino a base de espadazos.
«Los suecos estaban a punto de cantar victoria cuando estalló un almacenamiento de pólvora abandonado por los católicos en su retirada. La devastadora explosión tuvo un efecto inesperado y provocó cientos de muertos en las filas protestantes», destaca, en su obra, el experto español. Esa explosión, casi venida del cielo, dio además algo de tiempo a las tropas católicas para reorganizar sus filas y prepararse para la defensa.
Tácticas improvisadas contra ingeniería militar
En las horas siguientes, los protestantes hicieron acopio de todas sus nuevas tácticas militares para derrotar al ejército imperial. Así, las continuas descargas de mosquete comenzaron poco a poco a hacer mella en los tercios españoles e italianos, que, con el paso del tiempo, empezaron a acusar las bajas.
Sin embargo, los oficiales enemigos no contaban con el ingenio latino de los tercios hispanos e italianos. «Los veteranos de los tercios improvisaron una eficaz y arriesgada maniobra. En el instante de la descarga se agachaban para evitar las balas. A continuación, arcabuceros y mosqueteros recomponían la formación y hacían fuego demoledor casi a quemarropa. Luego se protegían tras las filas de picas», sentencia Laínez.
En las horas siguientes, los tercios, entre los que sobresalió uno de los españoles, tuvieron que hacer frente a las continuas acometidas protestantes. Sin embargo, y aunque no contaban con nuevas y revolucionarias tácticas, tenían de su parte la experiencia de decenas de batallas a lo largo y ancho de Europa, algo que les acabó dando la victoria.
Avance sobre el bosque
Mientras en el flanco contrario los protestantes estrellaban inútilmente su caballería contra las tropas imperiales, el grueso del combate seguía situándose cerca de la colina de Albuch. Allí, una parte de la infantería española, avivada por la tenaz resistencia llevada a cabo hasta ese momento, cargó contra los protestantes situados cerca del bosque a pica y espada.
Los tercios españoles demostraron que todavía eran una potencia en Europa. Horas después la experiencia comenzó por fin a ser una ventaja y los defensores protestantes del bosque dieron un paso atrás. Tras una inmensa cantidad de horas sudando por su país, acababan de firmar su sentencia de muerte con tan solo ceder unos metros de terreno. Y es que los oficiales católicos no dudaron y enviaron la infantería española que quedaba protegiendo la colina de Albuch en un cruento ataque final.
Eran las 12 del mediodía cuando, superados en todos los frentes, los protestantes soltaron sus armas y tocaron a retirada. Al final, las revolucionarias estrategias del ya fallecido Gustavo Adolfo no habían podido contra miles de picas clavadas en tierra. El tiempo de los tercios llegaría a su fin pero, sin duda, no sería en aquel día.
Muertos y más muertos
Una vez acabada la contienda se procedió a examinar los cadáveres y contar los fallecidos. «Al anochecer […] unos 12.000 protestantes yacían muertos en el campo de batalla y 4.000 más, entre ellos Gustav Horn, habían sido hechos prisioneros. Nördlingen cayó inmediatamente y los restos del ejército derrotado, bajo el mando de Bernardo de Sajonia-Weimar, se retiraron a Alsacia», señala, en este caso, Parker. Por su parte, los católicos, que habían conseguido un gran triunfo y se habían sobrepuesto a la modernidad, tuvieron que llenar casi 2.000 ataúdes.
Fuente del artículo: Nördlingen, la decisiva victoria de los tercios españoles sobre el imbatible ejército sueco
Última edición por Pious; 14/09/2017 a las 14:40
6 de Septiembre 1634: los ejércitos imperiales y españoles derrotan a los protestantes suecos y alemanes en la Batalla de Nördlingen.
Al mando de las tropas imperiales estaba el archiduque Fernando de Habsburgo, y de las españolas el cardenal-infante Fernando de Austria.
Desarrollo de la Batalla de Nördlingen:
Supuso el final del dominio sueco en el sur de Alemania, y la entrada de la Francia del Cardenal Richelieu en la guerra de los Treinta Años. Además, se demostraba como la formación militar española por excelencia, el tercio, era y sería varios años más, imbatible en batalla.
Nuestro ejército y aliados de diversas nacionalidades, a Dios gracias, y esperemos que a quien corresponda y está en ello, que no abandonen su estudio y nos sigan informando, poniendo en su justo lugar para la historia..
Creo que deberían profundizar y informarnos de las causaquisticas, su devenir, etc durante toda aquella indecente y larga guerra, en los lados "palaciegos" ( no sólo la importantísima acción militar). Hay que desempolvar y mostrar las reacciones y decisiones de los dirigentes Católicos frente a la caterva protestante. Sería aleccionador y necesario.
Un buen comienzo quizás que podría dar paso a que en este cainista país pudiésemos disfrutar de posteriores lecturas modernas pero fieles, donde se pusiese en su lugar a la ingenta de hombres de Estado que hemos parido. Qué no pertenecen a unos pocos, ¡que esa es otra!, puesto que dieron su vida por todos, algunos sin batalla física, otros sí; pero en ambos casos tan inconmensurables como nuestros Tercios.
Yo desconozco como se conocen en sus naciones otros países, pues idiomas no tengo,
¿Están tan chalados como nosotros, o bastante menos?
Tándem Aquila Vincit
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Salve, llena de gracia; el Señor es contigo..
Bendita tú eres entre todas las mujeres que fueron, son y serán; Reina Virginal, Madre Santísima, Virgen Pura..El Espíritu Santo vendra sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá; por eso el santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios.
Y el Oriente, Luz Verdadera vino al mundo e ilumina a todo hombre y toda mujer como Sol de justicia.
TÚ DIOS mío solo ayúdanos, que nosotros haremos para Su camino.
NÖRDLINGEN
Ricardo Aller Hernández 30/09/2022
Nunca nos habíamos enfrentado a un soldado de infantería como el español. No se derrumba, no desespera, es una roca y resiste pacientemente hasta que puede derrotarte
6 de septiembre del año 1634
Gerardo de Gambacorta se acomoda encima de su caballo y echa un vistazo a su alrededor. Aunque es de noche, la cima de la colina de Albuch le ofrece una magnífica vista tanto de la posición de tropas católicas como del enemigo: a un lado los regimientos de alemanes de Salm y Wurmser y el tercio napolitano de Gaspar de Toralto, además de la artillería de Gamassa, aguardan con tensión el inminente ataque, mientras la caballería que está a su cargo y la de Octavio Piccolomini se encuentran en el otro extremo. Detrás de los regimientos alemanes se sitúa el tercio de Martín Idiaquez, que a pesar de ser infantería española permanece en segunda fila por los ruegos de Wurmser de conservar para su regimiento el privilegio de la vanguardia.
Al mirar al suelo un charco le devuelve el reflejo de una fisonomía austera, ojos negros y severos, cara descarnada, cabellera negra, con copioso y largo mostacho que, por si no fueran bastante sus acciones para confirmarlo, señalan una militar disciplina, la misma que le hace despertar un inusual interés por la táctica del adversario.
Mucho ha oído de las novedosas estrategias del ejército sueco. Según cuentan, el difunto rey Gustavo Adolfo II redujo la profundidad de la formación de diez a seis hileras, incrementó su poder de fuego al añadir cuatro piezas de artillería ligera por cada regimiento y creó una nueva unidad táctica formada por dos regimientos en formación de flecha y un escuadrón en reserva apoyada por nueve o más cañones, a la que dan por nombre brigada, aunque la gran novedad es la doble salva, una táctica por la que los mosqueteros se sitúan en tres hileras, la primera arrodillada, la segunda cuerpo a tierra y la tercera en pie, consiguiendo disparar dos veces más plomo sobre el enemigo que con la formación clásica.
Todos esos alicientes avivan el ánimo de Gambacorta, pero sobre todo lo relacionado con la caballería. Esta suele usarse como una unidad móvil que, armada con pistolas, acosa a los soldados de infantería con sus disparos para retirarse después a lomos de sus monturas, pero las cargas de caballería sueca se hace a la espada, rodilla contra rodilla, una táctica que los hace superiores.
Está en ese pensamiento cuando los tambores redoblan anunciando el ataque de los suecos. Santiguándose, Gambacorta se aferra a la bridas y suspira hondo, la mano apoyada en el pomo de la espada, a lo bravo. Sabe que esta batalla van muchos reinos y provincias, y que el peso de la batalla ha de ser en lo alto de esta colina y de los tercios que están en ella.
Una nueva batalla, barrunta, que será épica.
LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS
En 1618, Fernando II de Habsburgo se convirtió en el nuevo emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, para desagrado de la nobleza protestante de Bohemia. Este conflicto, que en un principio tuvo una naturaleza local, atravesó fronteras debido al interés de católicos y protestantes de buscar aliados en el territorio europeo, lo que dio lugar a la llamada Guerra de los Treinta Años.
El campo de batalla de este conflicto fue muy amplio: la Guerra de Sucesión de Mantua, la Guerra de la Valtelina, la Guerra de los Grisones suizos, la Guerra anglo-española, la Guerra anglo-francesa, la Guerra Ruso-Polaca, Guerra Polaco-Sueca, Guerra Polaco-Otomana, Guerra Franco-Española, Guerra de Torstenson, Guerra de Restauración portuguesa…Y Flandes, por supuesto.
Valiéndose de los lazos dinásticos, Fernando II solicitó la intervención de España, mientras que los protestantes buscaron el apoyo de Dinamarca, Suecia y los Países Bajos, a los que más tarde se unió Francia para tratar de debilitar a los Habsburgo y tratar de erigirse en la potencia hegemónica del continente. Es en este contexto en el que podemos situar una de las grandes batallas, la de Nördlingen, en la que los tercios españoles, enfrentados al ejército sueco de Horn, volvieron a brillar con luz propia.
NÖRDLINGEN
La felicissima y memorable battalla de Nörlinguen en que se señalaron los españoles del tercio de Nàpoles que llevò à su cargo D. Pedro Giron, y los tercios de napolitanos del principe de San Severo, del marques de Terracuso, de D. Gaspar Toraldo y de D. Pedro de Càrdenas, y veiente compañias de caballos que governava Gerardo Gambacorta, y su comisario general D. Alvaro de Quinones, con tanto valor y bizarra que sin duda tuviera la mayor parte en aquella victoria en la cual quedaron muertos etc.; y al valor de tan buenos cabos y soldados atribuyò el señor Infante la Mayor parte de tan buen sucesso. (Libro de los Vireyes, in Docum. Ined. p. la Historia de Hespana, XXIII, 463).
En 1630 los suecos, con el rey Gustavo Adolfo IIa la cabeza, desembarcaron en las costas alemanas. Por esa época la Guerra de los Treinta años llevaba algo más de una década en la que España de Felipe IV ya había participado activamente en sofocar la revuelta de Bohemia (1618-1620), en el levantamiento de los protestantes alemanes liderados por Federico V el Palatino y en la derrota de Cristian de Dinamarca (1625-1629).
Madrid consideró que era obligado decantarse con armas y dinero a favor de la Casa de Austria, no sólo por vinculación dinástica, sino también por motivaciones religiosas y políticas. Una derrota aplastante del Imperio habría dejado a España aislada en Europa. (Fernando Martínez Laínez , «Vientos de Gloria» )
Los suecos habían logrado importantes avances en Pomerania y Magdeburgo con la ayuda de su aliada Sajonia-Weimar, derrotando a los católicos en Breitenfeld, Lech y Lützen, por lo que el emperador del Sacro Imperio Germánico necesitaba una vez más la ayuda de España.
Felipe IV armó un ejército en Milán bajo el mando de Diego Mexía Felipe de Guzmán, marqués de Leganés, con la misión de auxiliar a los católicos en Alemania y llevar al cardenal-Infante, Fernando de Austria, hijo de Felipe III, a tomar posesión del cargo de gobernador de los Países Bajos tras el fallecimiento de Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II.
En junio de 1634 las tropas españolas partían desde Milán: 2 Tercios de infantería vieja española, el de Idiáquez y el de Fuenclara, 4 tercios italianos, los napolitanos de Toralto y Cárdenas y los dos de Lombardía de Guasco y Lunato, un regimiento de alemanes y cerca de 2.000 caballos de 23 compañías lombardas, napolitanas y borgoñonas bajo el mando de Gerardo Gambacorta, a lo que se añadieronlas tropas de Gómez Suárez de Figueroa, III duque de Feria, en Alsacia. En total, unos 15.000 infantes y cerca de 4.000 jinetes.
El ejército expedicionario que salió de Milán integraba una formidable fuerza compuesta por unos 14.000 infantes, 3.000 soldados de caballería y 500 arcabuceros montados.(Fernando Martínez Laínez , «Vientos de Gloria» )
Partiendo de Múnich, los españoles se hicieron con el control de varias villas, y tras cruzar el Danubio por Donauwort llegaron el 2 de septiembre a las afueras de la ciudad de Nördlingen, al oeste de Baviera, donde las huestes imperiales del general Matthias Gallas sitiaban la ciudad. Por allí también se hallaban los ejércitos suecos y sajones, comandados por el mariscal de campo Gustaf Karlsson Horn y Bernardo de Sajonia-Weimar, lo que hacía prever una inminente batalla entre las fuerzas católicas (20.000 infantes y más de 12.000 jinetes, con 32 piezas de artillería) y las protestantes (16.500 soldados, casi 10.000 jinetes y más de 70 piezas de artillería).
DIARIO DE UNA BATALLA
5 de septiembre. Tres de la tarde.
La vanguardia sueca se topa con una fuerza de 500 arcabuceros españoles. El combate es duro, con los católicos retrasando el avance de los protestantes durante más de 3 horas. Finalmente, el ejército de Bernardo de Sajonia-Weimar ocupa el Himmelreich y el bosque de Arnsberg, mientras tanto el conde Horn se apresura a tomar las cimas de Heselberg y Albuch.
El enemigo avanzaba dividido en dos alas. La derecha, y más potente, al mando del general sueco Horn, con 9.000 soldados de infantería y 4.000 jinetes. La izquierda, que mandaba Bernardo de Sajonia Weimar, […] incluía 25 escuadrones de caballería y tres regimientos de infantería, con toda la artillería.
En cuanto a su despliegue, los católicos formaron una línea dividida en tres cuerpos. «El principal ocupaba la estratégica posición de Albuch […] flanqueado a derecha e izquierda por 12 escuadrones de caballería. Detrás de algunos regimientos alemanes y algunos tercios italianos […] estaba el viejo tercio español de Martín de Idiáquez. (Fernando Martínez Laínez ,
«Vientos de Gloria» ).
La balanza va inclinándose a favor del enemigo, así que el conde Juan de Cervellón envía 500 mosqueteros a reforzar a sus arcabuceros, recuperando Heselberg y deteniendo el avance de Bernardo de Sajonia.
5 de septiembre. Cuatro de la tarde.
Los regimientos alemanes de Salm y de Wurmser, enviados por el marqués de Leganés, toman la cima de Albuch, donde levantan fortificaciones defensivas en forma de trébol.
5 de septiembre. Diez de la noche.
Gustaf Karlsson Horn envía una fuerza de 3.000 hombres para desalojar a los españoles de la cima Heselberg, iniciándose una refriega que obligó a replegarse hacia Albuch y adentrarse en un bosquecillo que había a su falda. Los suecos cargan de nuevo y el marqués de Leganés envía 400 mosqueteros del Tercio del conde de Fuenclara, bajo el mando del sargento mayor Francisco Escobar, para recuperar el bosquecillo, algo que hicieron a pesar la abrumadora inferioridad numérica.
Finalmente los españoles abandonaron el bosque y alcanzaron la cima, donde les aguardan los regimientos alemanes de Salm y de Wurmser.
Todo está preparado para el combate. El campamento católico se ha dispuesto sobre la pequeña colina de Stoffelberg, desde donde se domina el acceso a la ciudad de Nördlingen. En un frente de unos 2 kilómetros, la disposición de las tropas es la siguiente:
*En el ala derecha, divididos en dos líneas, las fuerzas de infantería imperiales en vanguardia y detrás su caballería, formando en el extremo derecho la caballería ligera croata y en el izquierdo unos 1.000 efectivos del regimiento bávaro de Ruepp, quedando Carlos de Lorena con la caballería de Werth por detrás. Por delante de la infantería, la batería de artillería apuntando hacia el norte.
El centro de la formación la ocupan en vanguardia y de derecha a izquierda los tercios del conde de Fuenclara, con 1.450 bisoños españoles, el de Lunato, con 1.300 hombres, y los del marqués de Torrecuso y Cárdenas, con 950 hombres cada uno. Por delante de ellos se coloca la artillería y a su espalda forman una segunda línea las 24 compañías napolitanas del príncipe San Severino junto a diversas compañías de infantería imperial. En el flanco izquierdo de esta fuerza, situado en la ladera este del Albuch, se encuentra la caballería de Gerardo Gambacorta y la de Piccolomini. Todas estas fuerzas estaban bajo el mando del marqués de Leganés.
En cuanto al ala izquierda, esta se sitúa enel Albuch. En la vanguardia de la cima se encuentran los regimientos alemanes de los coroneles Wurmser y Salm, con unos 4.500 hombres, apoyados por los regimiento de Leslie y Fugger, con unos 1.600 infantes, y el Tercio de Toralto, con poco más de 750 hombres. El Tercio de Idiáquez, con 1.800 hombres, se queda en su retaguardia, ya que Wurmser ha pedido ocupar la vanguardia por sus más de 30 años de servicio al rey de España. El flanco izquierdo abierto de los españoles es cubierto por la caballería de La Tour y de Arberg, con unos 900 caballos. Ostentaba el mando de estas fuerzas el conde de Cervellón, quien dispone en su frente 14 piezas de artillería ligera.
Por su parte, el enemigo se ha desplegado al oeste de las posiciones católicas, y al suroeste de Nördlingen en dos alas. Las tropas suecas, bajo el mando del conde Gustav K. Horn, con algo más de 9.000 infantes entre los que se encuentran los temibles regimientos Amarillo, Azul y Negro, se reparten desde el Heselberg hasta el río Rezenbach en formación de 4 escalones y divididos en 5 brigadas de infantería y 21 escuadrones de caballería con unos 4.000 jinetes y 18 piezas de artillería, mientras cubriendo su flanco izquierdo aguarda la caballería del general Kratz.
Las cargas de caballería sueca a la espada, rodilla contra rodilla, superaban en el choque a las de otras caballerías, como la alemana y la española, realizadas con pistola al trote (Fernando Martínez Laínez , «Vientos de Gloria»)
Por su parte Weimar ocupa el ala izquierda con el resto de las tropas. Situados delante del Heselberg, Bernardo ha ordenado dividir su infantería en 3 brigadas apoyadas por 18 cañones ligeros y cañones pesados, apuntando la mayoría hacia el ala derecha y el centro católico. Cuenta también con 21 escuadrones de caballería, más otros 4 de dragones en su flanco izquierdo a las órdenes del coronel Taupadel, y 15 escuadrones de caballería más en su flanco derecho.
A partir de las 5 de la mañana.
Los cañones protestantes abren fuego. Enfrente, y al grito de ¡Viva la Casa de Austria!, los católicos responden. Instantes después, y sin consultar con Weimar, Horn lanza a su infantería, con la caballería como apoyo, a tomar el Albuch, situado frente a su posición.
La caballería, con el impulsivo coronel Witzleben al mando, se ve sorprendido por el fuego de mosquete del Tercio de Toralto y el ataque sorpresa de la caballería de La Tour y Arberg, teniendo que ser socorrido por la infantería sueca y escocesa.
Arremeten los suecos con una primera carga, pero es repelida por los regimientos de alemanes y por el tercio de Toralto, mientras la caballería de Gerardo Gambacorta penetra por el flanco sueco. Consciente de la importancia de tomar la posición, Horn manda una segunda carga de caballería, apoyada esta vez por el regimiento Amarillo y mercenarios escoceses, llegando hasta la artillería de Gamassa. Los coroneles Wurmser y Salm resisten hasta la muerte y ahora solo son los italianos los que aguantan la embestida sueca.
La situación es extrema. El conde de Cervellón manda al Tercio de Idiáquez, siendo los españoles quienes toman el mando de la batalla a partir de ahora. Cierra filas el Tercio y opone picas mientras el guipuzcoano Martín de Idiáquez envía varias mangas de mosqueteros a reforzar las posiciones italianas.
En ese momento un aprovisionamiento de pólvora en el Albuch se prende accidentalmente y la explosión retrasa el avance sueco, dando tiempo a los españoles a situarse en vanguardia y organizarse junto a los infantes italianos de Toralto. En el enfrentamiento directo, los veteranos soldados españoles arrasan a suecos y escoceses.
Los suecos estaban a punto de cantar victoria cuando estalló un almacenamiento de pólvora abandonado por los católicos en su retirada. La devastadora explosión tuvo un efecto inesperado y provocó cientos de muertos en las filas protestantes. (Fernando Martínez Laínez, <<Vientos de Gloria>>)
En el otro flanco, Horn insiste en su avance y desde el bosque pegado a la colina comienza a batir las posiciones españolas e italianas con su artillería, acción respondida por el marqués de Leganés con el envío de más mangas de mosqueteros y arcabuceros procedentes de los tercios de Cárdenas y de Torrecusa. El ataque es frenado en seco.
Tercera carga sueca y tercera decepción. Gerardo Gambacorta y sus jinetes ponen en fuga a la caballería sueca de Kratz y Witzleben. Los hombres de Idiáquez y Toralto aprovechan el parón para recomponerse, cerrar filas, y retirar los cadáveres que desde la vanguardia pasaban en volandas por toda la formación hasta la retaguardia.
6 de septiembre. 7 de la mañana.
Obstinado, Horn envía los regimientos Negro y Azul en apoyo al Amarillo. Durante la cuarta carga sueca las tropas de Martín de Idiáquez no se arredraron.
Ea, señores, parece que estos demonios sin dios nos quieren dar la puntilla, y contra nosotros viene lo mejor que pueden poner en el campo, será cuestión de redaños y aguantar firme. Cuando esos demonios amarillos se dejen ver no quiero que ninguno desfallezca, aguantad firmes ante ellos y esperad a oír la detonación de sus mosquetes, en ese momento todo el mundo a tierra (Fernando Martínez Laínez, <<Vientos de Gloria>>)
Suben los suecos con sus mosqueteros en vanguardia, preparados para aplicar su innovadora y letal táctica de disparo, consistente en formar 3 filas, la primera hilera rodilla en tierra, mientras que la segunda y tercera lo hacen sobre el hombro y cabeza respectivamente, siempre de manera simultánea. Cuando se encuentran a distancia de mosquete abren fuego, momento en el que Idiáquez da la orden de echarse al suelo para luego levantarse y descargar fuego de arcabuz y mosquete. El resultado es demoledor y la vanguardia sueca queda destrozada.
Como los católicos resisten varias cargas más en la cima del Albuch y en cada retirada Gambacorta acosa con su caballería, Thurn refuerza con sus 3.350 hombres al mariscal Horn, quien se encuentra en serios apuros, pero la falta de caballería le deja expuesto a los ataques de Gambacorta, así que el sueco envía a sus jinetes, pero a pesar de la superioridad numérica no logran vencer.
9 de la mañana.
Bernardo de Sajonia-Weimar lanza a su caballería, considerada una de las mejores del momento, contra la formación del duque de Lorena, pero no había infantería con la que apoyarlo. Gallas, que había apostado numerosos mosqueteros y arcabuceros entre la arboleda y unas casas que había a la izquierda, destroza a los protestantes, rematando la faena la caballería ligera croata y la de Gonzaga y Werth.
A esa misma hora las estoicas tropas católicas siguen aguantando en lo alto del Albuch, reforzados con hombres de los tercios italianos de Guasco y Paniguerola, y también con infantes de los regimientos alemanes de Salm y Wurmser. La cifra de cargas suecas que resisten en total es difícil de saber, aunque algunas fuentes hablan de hasta 15. Finalmente, el sargento mayor Orozco decide descender la colina e internarse en el bosque de Hesselberg con diversas mangas de mosqueteros para vérselas con los restos de los regimientos de élite suecos y deshacer el peligro de su artillería.
En ese momento el duque de Lorena envía dos batallones de infantería, dos cañones y la mayoría de sus escuadrones de caballería a envolver la posición de Thurn. Las fuerzas suecas se deshicieron ante el ataque católico y menos de la mitad de sus hombres pueden llegar a las posiciones protestantes que aún quedan en pie en el Heselberg.
12 de la mañana.
El Cardenal-Infante tiene la victoria al alcance de la mano. Se ordena entonces el despliegue de las banderas de los tercios de Idiáquez y Toralto y redoblan los tambores. Españoles e italianos comienzan a descender la colina de Albuch con las picas en alto, arrasando a un enemigo que ya cuenta con más de 8.000 muertos, pero lo peor está por llegar.
Los suecos comienzan a retirase cuando de repente aparece por su flanco izquierdo la caballería de Matthias Gallas y los jinetes croatas, con un resultado de 5.000 muertos y más de 4.000 prisioneros, a lo que habrá que sumarle 457 banderas y cornetas, todo el bagaje y 68 cañones. El propio Gustav Horn cayó preso de las fuerzas españolas, mientras que Weimar conseguirá replegarse hacia Alsacia.
Al anochecer […] unos 12.000 protestantes yacían muertos en el campo de batalla y 4.000 más, entre ellos Gustav Horn, habían sido hechos prisioneros. Nördlingen cayó inmediatamente y los restos del ejército derrotado, bajo el mando de Bernardo de Sajonia-Weimar, se retiraron a Alsacia», señala, en este caso, Parker. Por su parte, los católicos, que habían conseguido un gran triunfo y se habían sobrepuesto a la modernidad, tuvieron que llenar casi 2.000 ataúdes (Geoffrey Parker en su obra «La guerra de los Treinta Años» ).
Con esta victoria el Cardenal-Infante vería libre su camino hacia Bruselas, el bando católico recuperaría la iniciativa acabando con la imbatibilidad del ejército sueco e inclinando la balanza de la guerra a su favor. Sin embargo, el cardenal Richelieu, receloso de los éxitos de los Austrias, se opuso a la llamada Paz de Praga, por la que se ponía fin a la guerra entre las fuerzas imperiales de Fernando II y las del bando protestante, y consiguió meter a Francia en la guerra en 1635.
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