La leyenda negra achaca a la Inquisición española la muerte de miles de mujeres acusadas de brujería, entre otras cifras huérfanas de documentación. Los datos tumban la historia que los enemigos del Imperio español inventaron con el fin de desacreditar a la potencia hegemónica. Mientras que en Alemania se condenaron a muerte a 25.000 mujeres, se calculan únicamente 300 casos en España. El sur de Europa, en verdad, permaneció ajeno a uno de los episodios más oscuros en la historia del continente.
Salvados los siglos más tenebrosos de la Edad Media, se desató a comienzos de la Edad Moderna una inesperada obsesión por la caza de brujas, porque, según sostiene el historiador Ricardo García Cárcel, se introdujo una nueva novedad en la sociedad: «La idea de que el demonio estaba en todas partes y que las brujas habían sido creadas por él».
«A finales del siglo XVI el problema se agravó porque la intelectualidad europea y racionalista se obsesionó con el demonio y mezcló esta idea con la de las brujas».
La fiebre cazadora empezó a finales del XV, respaldada, en 1484, por el Papa Inocencio VIII en la bula Summis desiderantes affectibus: «Muchas personas de ambos sexos se han abandonado a demonios, íncubos y súcubos, y por sus encantamientos, conjuros y otras abominaciones han matado a niños aún en el vientre de la madre, han destruido el ganado y las cosechas, atormentan a hombres y mujeres y les impiden concebir». Se abría la veda.
La fiebre tornó en delirante conforme avanzaban los años. «A finales del siglo XVI el problema se agravó porque la intelectualidad europea y racionalista se obsesionó con el demonio y mezcló esta idea con la de las brujas», explica García Cárcel, autor de «La Inquisición», Madrid, Anaya, 1995. A consecuencia de este fenómeno se vivieron ochenta años de terror que afectaron, sobre todo, a la Europa central, Inglaterra y a los países más avanzados. El empeoramiento del clima, las malas cosechas y la peste azotaron el continente a finales de siglo, mientras que la persecución de brujas se intensificaba coincidiendo con las crisis económicas.
La intensidad alemana.
Los investigadores actuales estiman que, entre mediados del siglo XV y mediados del siglo XVIII, se produjeron de 40.000 a 60.000 condenas a la pena capital por este concepto. La mayor parte de las ejecuciones tuvo lugar en Alemania y los países colindantes. No obstante, la fragmentación política del Sacro Imperio Romano Germánico favorecía que cada ciudad se enfrentaba al problema por su cuenta. La tensión religiosa entre católicos, luteranos, calvinistas y demás herejías elevó la brutalidad de la persecución.
La intensidad en Alemania de esta persecución se explica por el fulminante éxito de Lutero, respaldado por importantes príncipes germanos, que justificó las matanzas en que la Biblia exige, en Éxodo 22,18, que «No permitirás la vida de los hechiceros». Los reformadores usaron esta persecución para incrementar su autoridad, aún precaria, y adquirir más control sobre la población local.
«Hay niños de tres y cuatro años, hasta 300, de los que se dice que han tenido tratos con el Diablo. He visto cómo ejecutaban a chicos de siete años, estudiantes prometedores de 10, 12, 14 y 15 años. También había nobles», escribió un cronista sobre los procesos que se llevaron a cabo en Würzburg en 1629. Las procesos masivos y el intercambio de acusaciones entre vecinos eran el pan de cada día en algunos territorios alemanes.
Pero, ¿realmente existían las brujas, es decir, mujeres que practicaban rituales satánicos? El mismo testimonio que se asombraba por la muerte de esos niños sostenía que no había duda de que «el Diablo en persona, con 8.000 de sus seguidores, mantuvo una reunión y celebró misa ante todos (los condenados) administrando a sus oyentes cortezas y mondaduras de nabos en lugar de la Sagrada Hostia». Si bien la mayoría de los testimonios eran producto de la psicosis colectiva, García Cárcel no tiene duda de que existían estas prácticas en distintos rincones de Europa. «La Iglesia persiguió a las brujas porque creían que hacían una competencia terrible al propio cristianismo. Eran mujeres que afirmaban que también podían intermediar con el otro mundo», señala el historiador valenciano.
España, ¿una isla para las brujas?
En el amasijo que conforma la leyenda negra contra España aparece destacada la imagen de la Inquisición persiguiendo a judíos, brujas, musulmanes y protestantes a través de los métodos más brutales. Sin embargo, al igual que la persecución de protestantes, la incidencia de casos de brujería en España fue mínima. De todos los procesos entre 1540 y 1700, solo el 8% fueron por causa de la brujería. En total, se condenó a la hoguera por brujería a 59 mujeres en España. En Portugal fueron quemadas cuatro, y en Italia, 36.
Quema de una bruja septuagenaria en Schoonhoven, Holanda, en 1597.
Esto fue así porque la brujería se vislumbraba, a ojos de los inquisidores españoles, un mal menor, en el que incurrían mujeres de baja extracción y ningún tipo de influencia social o religiosa. «En España este fenómeno nunca alcanzó niveles de fanatización del norte. La Inquisición moderna no alteró los procedimientos y la mecánica con respecto a las brujas», recuerda García Cárcel. El danés Henningsen habla en este sentido de un auténtico «escepticismo inquisitorial», donde los especialistas en leyes achacaban el fenómeno de la brujería a la ignorancia y a las alucinaciones.
Desde el principio, hubo eclesiásticos que descartaron la validez de los testimonios de las brujas, como el obispo de Ávila, Alfonso de Madrigal, que en 1436 afirmó que los aquelarres eran fantasías producto de drogas, o el dominico castellano y obispo de Cuenca, Lope de Barrientos, quien se preguntó «qué cosa es esto que dicen, que hay mujeres, que se llaman brujas, las cuales creen e dicen que de noche andan con Diana, deesa de los paganos, cabalgando en bestias, y andando y pasando por muchas tierras y logares, e que pueden... dañar a las criaturas», a lo que él mismo se respondía en ese texto: que nadie ha de tener «tan gran vanidad que crea acaescer estas cosas corporalmente, salvo en sueños o por operación de la fantasía».
En la Corona española la jurisdicción ordinaria y la religiosa (los obispos) contaban entre sus funciones habituales la represión de la superstición
El pragmatismo y la calma se impuso cuando, en 1526, el creciente problema de la brujería en Europa, al calor de las reformas protestantes, obligó a la teología española a reunirse en Granada. Henningsen se asombra de las disposiciones tomadas allí, frente a la situación de locura colectiva que se vivían en otros rincones. Estas disposiciones incluyeron el siguiente procedimiento:
-Cualquier bruja que voluntariamente confiese, y muestre señales de arrepentimiento, será reconciliada (con la Iglesia).
-En tales casos, si no median otros delitos, no habrá multa ni confiscación de bienes y solo habrá penas salutarias para su alma.
-Nadie será arrestado basándose en las confesiones de otras brujas.
La actuación del tribunal se encaminó durante los siglos XVI y XVII a la reinserción de las acusadas de brujería en el seno de la Iglesia, más que a la pena de muerte. Como ejemplo de condena benigna, una mujer llamada Isabel García, que en 1629 confesó ante el tribunal de Valladolid habérsele aparecido Satanás, con quien pactó la recuperación de su amante, fue únicamente castigada a abjurar de levi y a cuatro años de destierro.
Así y todo, hay que tener presente que en la Corona española la jurisdicción ordinaria y la religiosa (los obispos) contaban entre sus funciones habituales la represión de la superstición, con lo cual la mayoría de casos pasaron por sus manos y no por la Inquisición, cuyo registro era más minucioso. Parece que es evidente, con todo, que en España no alcanzó la represión de Europa Central.
Alonso de Salazar y Frías denuncia antes.
Otra muestra de que el fenómeno de la brujería contaba con sus propias características en España es que, cuando la Inquisición moderna llevaba funcionando más de un siglo, surgieron aquí inquisidores racionalistas como Pérez Gil o Alonso de Salazar y Frías, que criticó el proceso de las brujas de Zugarramurdi.
Este proceso es tal vez el caso más famoso de la historia de la brujería en España y finalizó con un auto en noviembre de 1610 donde dieciocho personas fueron reconciliadas, seis fueron quemadas vivas y cinco en efigie (a través de un muñeco del tamaño de un ser humano que los representaba). «Alonso de Salazar y Frías empezó a desconfiar por primera vez de lo que las brujas decían sobre sí mismas. Empezó a considerar que todo aquello se había producido por una neurosis colectiva que había que erradicar», apunta García Cárcel.
Alonso de Salazar y Frías, que creía que los fenómenos de brujería eran historias inverosímiles y ridículas, presentó al Consejo de la Suprema Inquisición, el 24 de marzo de 1612, un informe crítico con el proceso de Zugarramurdi. Como destacó Julio Caro Baroja, el español «se adelantó de modo considerable a los que difundieron en Europa ideas concebidas en el mismo sentido», como el famoso jesuita alemán Friedrich Spee, que cargó contra la persecución de las brujas en el corazón del continente. Un resultado concreto del informe del inquisidor fue que se intentó reparar a las víctimas del auto de fe ordenando que sus sambenitos no quedaran expuestos en ninguna iglesia. Una consideración impensable en cualquier otro lugar de Europa.
Nunca más se juzgaría a nadie en territorio español por solo el delito de brujería, mientras en el resto de Europa continuó la persecución hasta finales del siglo XVIII.
«No hubo brujos ni embrujados hasta que se empezó a hablar de ellos», aseguró Alonso de Salazar, entre sus conclusiones. Un criterio en contra de la superstición y la ignorancia que prevaleció a partir de esas fechas. Nunca más se juzgaría a nadie en territorio español por solo el delito de brujería, mientras en el resto de Europa continuó la persecución. Una niña ejecutada en el cantón protestante de Glarus, en 1783, fue la última víctima de esta histeria prolongada durante siglos.
https://www.abc.es/historia/abci-men...7_noticia.html.
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