Una página abierta de la reciente historia del pueblo alemán, Otto Günsche habla en primera persona de unos hechos trascendentales que conmovieron al mundo:
Revista FUERZA NUEVA, nº 452, 6-Sep-1975
EN EL OCASO DEL III REICH
Otto Günsche es una página abierta de la reciente historia del pueblo alemán, que habla en primera persona de unos hechos trascendentales que conmovieron al mundo
"He mantenido con Otto Günsche una conversación sobre uno de estos momentos estelares en los que está en juego el destino de la humanidad, y en el cual mi interlocutor estuvo allí, con nervios de acero, soterrado bajo centenares de toneladas de hormigón, cercado por obuses, ráfagas de metralla y fosas insondables producidas por los incesantes impactos. Hasta el último minuto fue fiel a su historia, a su pueblo y a su Führer. Fue una de las pocas personas que compartieron con Hitler los últimos instantes de su existencia y protagonizó la incineración del Caudillo del III Reich.
Han transcurrido treinta años, pero las escenas se reflejan aún en las pupilas del ayudante de campo de Hitler. Son miradas retrospectivas que se proyectan diáfanas y claras en el pensamiento de Günsche como una pesadilla heroica y trágica, como un sino inexcusable. Es un testimonio vivo y directo que permaneció al lado de Hitler en sus horas postreras, hasta que las cadenas de los blindados rusos asolaron el jardín de la Cancillería y encontraron, en el interior del último bastión de la guerra mundial, el bunker personal del Führer, muerte y desolación.
Los últimos momentos
-¿Cómo transcurrió el día del cumpleaños de Hitler en aquella catacumba asediada por el enemigo bolchevique, que aceleraba la hora de su venganza inhumana?
-Durante la madrugada del día 20 de abril de 1945, el Führer notó algunas molestias de estómago. Las primeras horas de aquella mañana de su cumpleaños las pasó trabajando en su despacho del bunker de la cancillería de Berlín. Abandonó aquella empalizada de hormigón para salir al parque de la Cancillería, donde le esperaban algunas representaciones de oficiales de la Wehrmacht, de las SS y un puñado de muchachos de las Juventudes Hitlerianas, que habían acudido a felicitar a su Führer en el 56 aniversario de su nacimiento. Apretó personalmente las manos de aquellos oficiales y de los jóvenes allí presentes. Los muchachos, sobreponiéndose a las penurias y calamidades circundantes, mostraban un entusiasmo colectivo. Después dio algunos paseos en el exterior, por las inmediaciones del refugio. Cuando entró de nuevo en la fortaleza subterránea quizá aún no pensara que aquella sería la última vez que pudo contemplar la luz del sol. No saldría ya del bunker con vida. Como menú extraordinario, recuerdo que Eva Braun preparó personalmente una tarta de chocolate, uno de los postres preferidos por Hitler. Por la tarde continuó su intenso y agotador trabajo, recibiendo un dardo que le llenaría de indignación: el general Kesserling le solicitaba, mediante un telegrama, permiso para capitular sin condiciones. La jornada de su cumpleaños terminó en un ambiente de sosiego con sus más íntimos, tomando un té y conversando con las personas que le eran más allegadas.
-¿Cuándo redactó Hitler su testamento?
-Fue durante la mañana del día 29 de abril.
-¿Cómo se desarrolló la boda de Hitler?
El día 29, Hitler había decidido contraer matrimonio con la señorita Eva Braun. Se colocaron en su despacho cuatro sillas, que ocuparían durante la breve ceremonia los novios y los testigos, que fueron el doctor Goebbels y Martin Borman. El funcionario que habría de casarlos se presentó en el bunker sobre las nueve de la noche, Se llamaba Walter Wagner. Hitler iba vestido con su uniforme habitual, y Eva Braun lucía un traje de lunares, con el cuello y los puños blancos. Wagner formuló las preguntas de rigor, todo ello dentro de un ambiente íntimo y severo, como correspondía a la disciplina castrense. Dada la situación, y ante la imposibilidad de anunciar el enlace, los testigos ratificaron que no existía impedimento alguno para la celebración del matrimonio conforme a lo que establecía la ley alemana. Formuladas las preguntas del ceremonial, los novios firmaron los correspondientes documentos. Por primera vez, Eva Braun firmó con la rúbrica Eva Hitler. Concluido el acto, las pocas personas que nos encontrábamos bajo el suelo de la Cancillería rodeamos a los novios para expresarles nuestra felicitación personal y, en su compañía, tomamos una taza de té. Se encontraba presente, incluso, la cocinera, la señora Manziaaly.
Morir con dignidad
-En aquellos momentos tensos, bajo las ruinas de la gran capital del Reich, ¿cuál era el pensamiento que más le impresionó del Führer?
-Su deseo de morir con dignidad.
-¿A qué hora murió el Führer?
-Sobre las cuatro menos veinte del día 30 de abril. Los primeros que entramos en la estancia donde yacían los cuerpos de Hitler y Eva Braun fuimos Linge, el mayordomo de Hitler, y yo. Se respiraba un fuerte olor a pólvora reciente. Estaban los dos cuerpos sobre el sofá, inertes, sin vida, como poseídos por un sueño profundo conciliado tras muchas horas de fatiga y de lucha. Entre Linge, Kempka, el chófer del Führer, Kuncke y yo cubrimos sus cuerpos con unas mantas. El Führer había manifestado que su cadáver fuera incinerado para que los rusos no lo profanaran, pues conocía bien la feroz crueldad de los bolcheviques. Deberíamos calcinar su cuerpo y dejarlo irreconocible, como un último servicio que hacíamos a nuestra Patria. No podíamos consentir que el cadáver del Caudillo del III Reich sirviera de escarnio a unos vencedores sin escrúpulos.
-¿Cómo se produjo la incineración de los cuerpos?
-Subimos en las mantas los cuerpos yacentes del canciller de Alemania y de su esposa Eva. Kempka nos proporcionó cinco bidones de gasolina. Tuvimos que ascender por las cuatro plantas que nos separaban de la superficie. Una vez en el exterior, en medio de un estruendo sordo de batalla, de explosiones, de ráfagas y de un pertinaz bombardeo enemigo, pudimos rociar los cuerpos con gasolina y se prendió fuego a la misma. Los disparos, con una cadencia ininterrumpida, hacían vibrar el suelo que pisábamos. En medio de aquel infierno de metralla, fogonazos, golpes secos y traqueteo, se iban calcinando los dos cuerpos. Los allí presentes guardábamos un sagrado silencio. Pienso que todos teníamos un fuerte nudo que nos atenazaba nuestras gargantas y nos impedía pronunciar palabra alguna. Desde el porche que daba acceso al bunker permanecimos algunos minutos contemplando cómo ardían los dos cuerpos. Todos nos pusimos firmes, con el brazo en alto, en señal de saludo. Nuestros rostros se iluminaban por los rayos de fuego producidos por la artillería que nos asediaba. En posición de marcial saludo y profundo respeto testimoniamos nuestro último adiós al que había sido conductor de nuestro pueblo y que moría en el fragor de la batalla.
-¿Quedaron las cenizas del Führer y su esposa a la intemperie?
-No. Reisser y seis de sus hombres, aprovechando una perforación del terreno del jardín producida por un obús, enterraron los restos que no habían sido consumidos por el fuego. A las nueve quedaron enterrados sus restos. La gasolina no había reducido a cenizas la totalidad de los cuerpos, pero ciertamente estaban irreconocibles.
Continúa Günsche pormenorizándome los detalles que acabó de transcribir de su conversación mantenida en un lugar del norte de Alemania, no demasiado lejano de la frontera belga. Otto es un hombre reservado y de conversación agradable. Me narra su cautiverio tras la capitulación de Alemania, anécdotas de su vida, de una existencia estrechamente vinculada a los destinos de Adolfo Hitler. Günsche es una página abierta de la reciente historia del pueblo alemán, que habla en primera persona de unos hechos trascendentales que conmovieron al mundo.
Hablando de la vida y la muerte, de la materia y del espíritu, del idealismo y del materialismo, del bien y del mal, termina nuestro diálogo, que se cierra con un fuerte apretón de manos con este hombre de personalidad recia, modales exquisitos y refinada educación, testigo presencial y espectador de primera fila, que supo hacer gala hasta el final de un lema grabado en su pensamiento, que aprendió en su juventud: “Nuestro honor se llama fidelidad”, y cuando se acera esta fidelidad de compromiso con la Historia se resisten los fuegos, las guerras, las pestes y los cataclismos del apocalipsis".
José Luis JEREZ RIESCO
Última edición por ALACRAN; 10/06/2020 a las 19:51
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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