Santiago, patrón de la caballería española


Revista FUERZA NUEVA, nº 81, 27-Jul-1968

SANTIAGO, PATRÓN DE LA CABALLERÍA ESPAÑOLA

El caballero fue durante siglos el hombre idealmente visible de la sociedad española. Su terminología es específicamente occidental. El “jinete” llegó por otra ruta, ya que trae su raíz de Oriente.

A “caballero” no se llegó por la cabalgadura. Fue, naturalmente, el caballo quien resultó ensalzado por el caballero, cuando éste lo utilizó para su servicio como premio y honor a su nobleza, a su docilidad, a su lealtad y utilidad.

Anda por ahí desperdigada, casi indefensa, la etimología de la palabra “caballero”, cuyo entronque va derecho hacia aquellos “homes cab-bales” del “Mío Cid”. El paso siguiente del “hombre cabal” fue la dignidad social del caballero, unido ya por afectos de lucha y servicio al trote y galope del noble bruto.

He ahí cómo la palabra “caballero”, durante nuestro medievo, se afianzaba con un significado de triple matiz, social, militar y religioso, que le pondría en trance del bien común, para lo que no había inconveniente en “desfacer entuertos” si las cosas no iban por su recto camino.

El salto posterior está trabado en la unión ideológica de los caballeros. Y se desprende, ya que de esa unión de “homes cab-bales”, de hombres íntegros, sin tacha, honrados, esforzados ante el bien, el honor y el valor, haya nacido la Caballería, que vino a poner su contrapunto de gloria entre la zarandeada dignidad humana.

Desaparece el caballo, no el caballero

Por eso viene muy a cuento hablar de la Caballería española, de esa Caballería integrada en nuestro Ejército, ahora que sus plegarias rinden tributo a Santiago, su santo Patrono, que lo es también de España.

Tiene nuestra Arma de Caballería toda una trayectoria de heroica lealtad a la Patria. Su estela de gloria da garra y coraje a quienes hoy, llevando las lanzas como signo de un pasado tradicional, se sienten orgullosos del homenaje que le rinden a la nobleza de animal vencido por la técnica, pero nunca desechado por la ingratitud. ¡Nobleza obliga!

Hay quien se siente extrañado de la actual pervivencia del Arma de Caballería. Piensan que, retirado el caballo, sobra ya el “caballero”. Y no acaban de comprender que el mundo se tambalea precisamente por una notoria ausencia de caballerosidad.

Sí, ya sabemos que ahora, a tiempos nuevos, se imponen nuevos arquetipos de conceptos. Pero vayamos despacio y no olvidemos que hay cosas inmutables. Y una de esas cosas es el “caballero”, con su cúmulo de virtudes honestas, todas ellas inasequibles al desaliento ante el honor de la Patria.

La Caballería española mantiene y aviva el sagrado fuego de estas virtudes, juntamente con los demás componentes del Ejército.

Desde las aulas de su Academia, allá en la fundacional Valladolid, nervio y mástil a la vez de la Castilla de santos y guerreros, imparte una formación a unos hombres para quienes el honor estará siempre por encima de todo.

El arma del silencio

Alguien ha llamado a la Caballería el Arma de la Tradición, después de destacar en ella sus otras denominaciones de abnegada, del Arma del sacrificio y, naturalmente, del Arma de la velocidad, aun en esta era supersónica. Quizá a todos estos nombres conviniera, además, el de Arma del silencio, porque la Caballería española, de siempre, es reacia a la publicidad.

¿Cuántos españoles saben de su abnegado sacrificio? ¿Cuántos perciben que nuestra Caballería de hoy mantiene intactas las virtudes de antaño con los medios modernos que la táctica pone su servicio?

Pero ahí está, siempre pronta, fiel a su tradición, la Caballería, dispuesta a conseguir que lo imperecedero, lo eterno, no perezca ni se inmute. Y en lo eterno, español de hoy, está la Patria, cuyo inmaculado honor guardan vigilantes y serenos los “homes cab-bales”, los honrados hombre sin tacha y sin miedo, los hombres que, a fuer de caballeros, legaron con orgullo su adjetivo de rango al más noble de los animales que sirvió al hombre durante los siglos.

Plegaria al señor Santiago

Señor Santiago, santo adalid de las Españas: a ti, que además de ser amigo del Señor, fuiste guerrero caballero de los hispánicos escuadrones, defensor de la fe, de la independencia y de los sagrados principios de nuestro pueblo, a ti acudimos hoy de nuevo, como peregrinos y romeros, llevando a flor de labios nuestra plegaria de siempre. No te pedimos en ella prebendas ni vanidosas mercedes. Te pedimos por España, por tu España, la España, señor Patrón Santiago, que hemos defendido juntos con nuestras armas y nuestras cabalgaduras. Esa España que muchos ya ignoran, que algunos mancillan y que muy pocos desprecian.

Como “homes cab-bales”, como jinetes de la Caballería heroica, venimos a decirte que nuestras lanzas están siempre prestas. Y que a nosotros, a los caballeros, como un Arma más del Ejército, se unirán, si el honor fuera ultrajado, los españoles de siempre, aquellos cuyo espíritu se enardecía cuando alguien gritaba; “¡Santiago y cierra España!”.

Ramón TOUCEDA FONTENLA