CUANDO CARTAGENA VENCIÓ A NAPOLEÓN
Ricardo Aller Hernández 12/05/2023
Vivir en cadenas
¡Cuán triste vivir!
Morir por la Patria
¡Qué bello morir!
(Juan Bautista Arriaza)
Hace tiempo que Juan Bautista Arriaza sufre de la vista. No ve bien ni de cerca ni de lejos, pero aún así no solo sigue ejerciendo sus labores diplomáticas en Londres con eficiencia y eficacia, sino que sigue escribiendo con la misma pasión de siempre.Hasta el levantamiento del 2 de mayo de 1808 Arriaza se ha caracterizado por una poesía ligera, amorosa y de estilo rococó, pero con el comienzo de la Guerra de la Independencia su estilo, al igual que la vida de todos los españoles, se ha teñido de guerra y muerte, lo que le ha llevado a desarrollar una poesía patriótica, como su «Profecía del Pirineo».
Esta mañana le han llegado las nuevas de lo que sucede en España: la situación sigue turbia, con los franceses atacando y los españoles defendiéndose con bravura, muy lejos todavía el final de la contienda. Aunque la pena es grande, el madrileño no da opción al desánimo, así que decide sentarse en el escritorio y ponerse a escribir la mejor arenga que su pluma sea capaz de plasmar sobre el papel, y así lo hace, con el mismo brío y amor a la patria con el que ejerció de oficial de marina:
Ya el duro peto y el arnés brillante
visten los fuertes hijos de Pelayo.
Fuego arrojó su ruginoso acero:
«¡Venganza y guerra!», resonó en su tumba;
y al grito heroico que en los aires zumba,
«¡Venganza y guerra!», repitió Moncayo;
y al grito heroico que en los aires zumba,
«¡Venganza y guerra!», claman Turia y Duero:
Guadalquivir guerrero
alza, al bélico son, la regia frente,
y del patrón valiente
blandiendo airado la nudosa lanza,
corre, gritando, al mar: «¡Guerra y venganza!»
1808-1812. CARTAGENA, UNA CIUDAD EN GUERRA
En 1808, cuando se produjo la entrada de las tropas francesas en la península, se había completado la fortificación de la plaza, convirtiéndose en uno de los centros militares más importantes del Mediterráneo, con casi 15000 soldados y un importante arsenal naval.
Tras los sucesos del 2 de mayo en Madrid, la ciudad mostró su adhesión pública a Fernando de Borbón y el decidido apoyo a las acciones del conde de Floridablanca.
Cartagena se armaba para defender la plaza frente al enemigo francés: cuatro regimientos de infantería, un batallón de infantería de marina y otro del cuerpo de artillería, sumando unos 8.000 soldados que contaban con la ayuda de más de mil cañones distribuidos entre el Parque de Artillería y las diferentes murallas, fuertes, castillos y baterías de la costa y más de 30.000 armas ligeras. El ejército y la armada tuvieron la responsabilidad de defender la plaza y organizar la defensa del reino de Murcia y del distrito militar del Mediterráneo, compartiendo el mando con la capitanía general de Valencia, y para ello se comenzó por reforzar las instalaciones militares que protegían el acceso al puerto y la defensa de la ciudad: baterías de costa y castillos de la Atalaya, Galeras, Moros y San Julián, y se repararon las murallas.
La ciudad se convirtió en la plaza clave para aprovisionar de víveres, armamento, municiones y pertrechos militares a todas las Juntas o localidades necesitadas como las de Valencia, Tarragona, Barcelona, Cádiz, Málaga o Mahón. La principal línea de colaboración fue establecida con Andalucía y Valencia, existiendo en las relaciones con la importante Junta de Murcia, presidida por Floridablanca, quien se convertiría en presidente de la Junta Central Suprema.
La prioridad francesa de ocupar Andalucía liberó al Reino de Murcia de la presión permanente de los ejércitos de Napoleón, que tras ser vencidos en Bailén el 22 de julio de 1808 hizo traer a la Grande Armée, la cual fue arrasando poblaciones y saqueando tesoros antes de entrar el día 2 de noviembre en Madrid.
Tras la marcha de Napoleón, José Bonaparte y el general Soult avanzaron hacia el sur ocupando Córdoba, Sevilla, Ronda, Málaga, Granada y Jaén, cercando también la ciudad de Cádiz. Así, entre 1811 y 1812 la guerra se generalizó en toda España y en Portugal, justo cuando se les abría otro frente: Rusia.
La nueva situación hizo que desde la plaza de Cartagena los ejércitos ingleses de Wellington y los españoles, en una unión inusual y contra natura, venciesen en las batallas de Arapiles (julio de 1812), Vitoria y San Marcial (verano de 1813).
Cartagena prestó en esta guerra un servicio decisivo, pues sirvió de refugio a las tropas desperdigadas y a generales como Villava, Freire, Palafox o Escaño.
A comienzos de 1810 se produjo la reacción francesa contra la resistencia del sureste español, que intentaba descabezar con dudoso éxito el general Sebastiani. A partir de ese momento Murcia se convirtió en zona de paso de tropas que sembraban el caos y la miseria, aunque no pudieron ocupar Cartagena.
Desde las plazas andaluzas prepararon nuevas escaramuzas en los años 1810 y 1811, llegando a planear el asalto a Cartagena desde Totana, aunque fue aplazado por el temor a contagiarse de las epidemias.
Tras la marcha de Napoleón, en 1812 el mariscal Soult planteó un plan serio de ocupación, que comenzó en enero con una concentración de tropas en el campo de Cartagena, desplegándose extramuros de la ciudad.
CARTAGENA, INEXPUGNABLE.
Mañana del 23 de mayo de 1812. Cartagena amanece con las tropas del general Pierre Soult rodeando la ciudad con baterías móviles desde El Almarjal, aunque los informes de los técnicos no son muy halagüeños, al ponerse de manifiesto la dificultad de asaltar las murallas de tierra levantadas en tiempos de Carlos III, si no se inicia un asedio de La Atalaya, una acción que puede durar meses, y las numerosas dificultades que entrañaría la ocupación por mar.
Hasta hoy Cartagena no ha sido un lugar de batalla principal en la Guerra de Independencia, pero tampoco ha sido ajena a ella. Aún están muy presentes en las mentes de los defensores los sitios de Zaragoza y Gerona, aquellos en los que el heroísmo ha acabado bañado en sangre, pero eso no amilana a los españoles: los soldados se despliegan, toman posiciones y los artilleros preparan las baterías.
Por su parte, en el fuerte de la Atalaya todo está listo. De planta cuadrada, se encuentra a poniente sobre un cerro elevado, las baterías comienzan a descerrajar cañonazos a los franceses, desmontando la batería francesa con certera puntería.
El combate es breve y la victoria total: los franceses se repliegan y cambian el destino: dos días después Soult entrará en Murcia al frente de «200 o 300 jinetes» (Gómez Vizcaíno), haciendo huir al regimiento Guadalajara. El ejército de Napoleón saqueará la ciudad y exigirá un rescate de un millón de reales. De aquella infamia quedará para la Historia el nombre del general Martín De la Carrera, muerto por la patria en la calle San Nicolás.
MARTÍN DE LA CARRERA
Tras la ocupación de Murcia por Soult, el general La Carrera se encontraba en Orihuela. Al tener noticia de la tropelía, el malagueño ordenó que acudiera en su socorro un grupo de ciento cincuenta caballos en dirección a Murcia y Alcantarilla para obtener información.
Siete de la mañana. El general parte con el grueso de la caballería.
Nueve y media. Se confirma que al amanecer ha entrado en Murcia la caballería francesa, con el general Soult, quedando su infantería en Alcantarilla.
La Carrera decide atacar por sorpresa a los franceses en la ciudad. En la unión de los caminos de Churra y Espinardo, a menos de media legua de Murcia, se reúne con el teniente coronel Yebra y sus dos escuadrones. Allí le ordena que siga por el camino de Monteagudo y entre en Murcia por Puerta Nueva para confluir con él en el Arenal, la explanada contigua al puente sobre el río Segura.
Se emprende la marcha hacia Murcia. La Carrera arrolla a los franceses en el Huerto de las Bombas y entra en la ciudad por la Puerta de Castilla. Salen al paso de los españoles una fuerza de unos cincuenta caballos y el general ordena una carga contra ellos, obligándolos a retirarse al otro lado del río.
En la orilla aguardan dos escuadrones y por el Arenal otra fuerza de ochenta caballos. Rodeados por el frente y un flanco, La Carrera manda cargar, pero los jinetes franceses, superiores en número, los envuelven, trabándose en desordenado combate.
Queda rodeado el general junto a dos o tres oficiales y seis o siete soldados. Trata La Carrera de replegarse por las calles de San Pedro y San Nicolás, perseguido por seis u ocho franceses, de los que derribó a varios. Tras un bravo combate, el malagueño recibe un disparo, pero continúa
La pérdida irreparable fue la del general D. Martín de la Carrera, cuya memoria durará en nuestra patria todo el tiempo que las generaciones presentes y futuras conserven el espíritu en que siempre han sabido inspirarse […] (General Gómez de Arteche).
Soult permitió que las autoridades locales recogieran los cadáveres y organizaran su entierro, y que los heridos fuesen atendidos en casas particulares. Los restos del general Martín de La Carrera fueron trasladados al ayuntamiento y velados en la sala capitular.
https://espanaenlahistoria.org/episo...io-a-napoleon/
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