En las relaciones entre España y Francia, que han tenido todos los atractivos y molestias del trato humano frecuente, han solido influir poderosamente los motivos políticos.
Así se da el caso, en apariencia sorprendente, de que no pasados diez años del levantamiento general y guerra de España contra la invasión francesa pudieran intervenir en favor del régimen absoluto los 100.000 hijos de San Luis, sin que el sentimiento nacional se levantara potente contra aquella intervención extranjera realizada por soldados de la misma nación contra la cual sostuvo seis años de porfiada guerra de independencia. Cierto es que los soldados de Napoleón realizaron en España una guerra injusta de usurpación contra los poderes legítimos admitidos por la nación, y los de Luis XVIII venían a apoyar a un soberano de un régimen que contaba en el país con numerosos partidarios; pero el sentimiento popular no suele distinguir claramente tales matices y la diferencia entre ambos casos históricos demuestra la influencia de los motivos políticos
en la disposición de los españoles hacia Francia.


La influencia francesa en nuestro país y la española en Francia, menos considerable y duradera, pero positiva y eficaz en algunos periodos, han dependido de la proximidad geográfica, del parentesco, incluso de afinidad, admitiendo una analogía del tipo de cultura, de continua comunicación de ambos pueblos en paz y guerra y de las conexiones entre sus idiomas.

Generalmente se considera la influencia francesa como un hecho moderno, relacionado en gran parte con el advenimiento a España de la Casa de Borbón, pero esto no ha sido más que la continuación, desarrollo y consolidación de una acción histórica que se remonta a tiempos mucho más lejanos. La frontera de los Pirineos es moderna relativamente y conserva todavía el pequeño Estado de Andorra como muestra de la compenetracion geográfica de ambos pueblos y de lo lenta que ha sido la delimitación de su natural frontera.
Provincias francesas como el Rosellón y el Franco Condado formaron parte de los dominios de los principes españoles; feudatarios de los reyes de Aragón fueron algunos Señores de Provenza; príncipes franceses dominaron en cambio en Navarra y no es necesario recordar que en los más lejanos tiempos de los reinos bárbaros no fue tampoco el Pirineo la divisoria entre ambas naciones. En la Edad Media la influencia francesa era ya considerable en España.

Franceses e ingleses fueron los extraños que más intervinieron en nuestras contiendas civiles y dinásticas. Dio Francia mayor contingente que otros países al elemento foráneo en las cruzadas peninsulares contra los moros y al caudal continuo de las eregrinaciones a Santiago. Sus órdenes religiosas, sus poetas, sus universitarios tuvieron aquí más o menos extenso reflejo y luego, cuando en la Baja Edad Media se desarrolla la cultura española no fue raro el caso de que doctores españoles fuesen a leer a la misma Sorbona donde antes se habían formado algunos de nuestros maestros.

En las alternativas de la mutua comunicación e influencia de ambos pueblos pesó corno es natural su respectivo grado de poder y de cultura. En el periodo grande del imperio español, en que la influencia italiana en letras y estudios, fenómeno general en Europa, se extendió entre nosotros, decayó la influencia francesa y momentos hubo en que pareció que la influencia española iba a ser la preponderante. Así en lo político, cuando Felipe II opera como protector de la Liga. También en la esfera de las modas, costumbres y aun de la inspiración literaria.
El desarrollo que después adquirió la influencia francesa y que ya es visible y manifiesto en el reinado de los últimos Austrias, dependió de la concurrencia de dos procesos históricos opuestos: el proceso de la decadencia española iniciado en el siglo XVII y el proceso del engrandecimiento francés que por la misma época se manifiesta resueltamente.

Aun sin haber concurrido una causa de aproximación como el advenimiento de la dinastía borbónica es manifiesto que la España, de fuerzas y cultura decadente del final del siglo XVII, del siglo XVIII y de gran parte del XIX estaba llamada a caer en la órbita de atracción de la Francia floreciente en poder y cultura durante ese mismo periodo.
No hay que olvidar tampoco que la influencia de las letras y cultura francesas durante el siglo XVIII y buena parte del XIX no ha sido una influencia aislada y singular sobre España, sino una influencia europea. En el siglo XVIII Francia da el tono en Europa, su lengua es la lengua de las cortes y recoge en parte la herencia del latín, y aun, en el mismo siglo XIX, hasta la caida del segundo imperio, su influencia intelectual sin ser tan absoluta y dominante fue, todavía, la más general y difundida.

Este rápido recuerdo de antecedentes históricos basta para mostrar que la influencia francesa no ha sido un hecho casual ni arbitrario, ni producto del entronizamiento de una dinastía ni del capricho de algunos españoles extranjerizados, ni era posible que la hubiera sido sustituida por la de Inglaterra o la de Alemania. Y aun sin tomar en consideración factores tan influyentes como la analogía de los idiomas y del tipo de cultura.