Desde el siglo XIII, en que el Rey San Fernando crea para Ramón Bonifaz —«rico home» de Burgos— la dignidad de almirante, hasta el siglo XVI, la Marina española conquista Baleares, Sevilla, Tarifa y Ceuta; llega a Gibraltar y Almería, a Sicilia, Córcega y Cerdeña, a las Canarias y a Nápoles; deja las huellas de su poder en el Mediterráneo oriental; pone término a la dominación árabe en la Península al reconquistar Vélez-Málaga y Málaga; realiza en América y Oceanía el esfuerzo naval más portentoso conocido en la Historia; por primera vez circunnavega el mundo; concluye en Europa la conquista del reino de Nápoles, y en África, la de Santa Cruz de Mar Pequeña, Melilla, los Gelves, Oran, Bujía y Trípoli; obliga a vasallaje a los Reyes de Argel, Túnez y Tremecén; domina en Flandes; decide en Lepanto y Navarino los destinos de la Cristiandad; ocupa Portugal y las Azores...
Si empieza a decaer con el episodio de la Armada Invencible, ello se debe a que, en lugar de asomarse las galeazas españolas, en agosto de 1588, a tierra inglesa para vencer a los elementos, su grandeza y pesadumbre fueron por ellos vencidas, y «Deus flavit et dissipati sunt».
Marinas españolas hubo en todo el litoral desde tiempos inmemoriales. Nuestra contribución exclusiva a las Cruzadas fue de índole naval, gracias a los catalanes. Diego Gelmírez, obispo de Compostela, «báculo y ballesta», tenía una escuadra propia en función de guerra contra los piratas del Norte y contra los musulmanes del Sur, y un ciudadano de Pisa, llamado Fuxoni, «instruidisimo en el arte de navegar»; como dice la «Crónica Compostelana», fabricó la primera armada ofensiva contra los moros, y en Padrón se hizo un astillero, que echó los cimientos de la Marina militar de León y Castilla.
Desde Coimbra a la Asturias de Santillana, la costa cristiana era, sin cesar, hostigada entonces por las naves islámicas, que allí donde recalaban derruían todo a sangre y fuego. Los vascos, los santanderinos, los asturianos, los gallegos —cántabros del litoral— tenían renombre de balleneros intrépidos en todos los puertos de Europa, y
gozaban por ello de exenciones del quinto y preeminencias forales.
Sería curiosa la articulación, en forma cronológica de todos los episodios que contribuyeron al quebrantamiento del puente de Triana y conquista de Sevilla. Porque es ahí donde por vez primera late y prorrumpe a la faz del mundo la Marina peninsular, que habría de transformar la Historia de la civilización.
En 1247, el Rey Fernando III mandó comparecer al campo andaluz a un rico ciudadano de Burgos, llamado Ramón Bonifaz, de origen extranjero, probablemente francés, cuyos conocimientos prácticos en el manejo de naves le habían granjeado fama de buen marinero en los puertos del Cantábrico, y dióle el encargo de reunir una flota para que la condujera rápidamente al Guadalquivir.
Es la primera manifestación de la unidad española. Los concejos de Castro Urdiales, Guetaria, Pasajes y Santander, estimulados por las palabras del Rey, excitan la emulación entre los mercantes y navieros de todos los puertos, y tanta premura se desplegó en armar las naves, que estuvo en pocos meses «guisada» la flota nacional (trece grandes, embarcaciones y cinco galeras.)
Sabemos también que el día de la Santa Cruz de Mayo de 1248, ordenó el Rey que se colocaran en las gavias de las naos de Bonifaz sendas cruces para la exaltación del nombre cristiano, y que esas «gavias» eran entonces una especie de jaulas de mimbres que, en la parte superior de los mástiles, servían a modo de atalaya. El 28 de noviembre se rinde Sevilla gracias al cerco de la Marina y al quebrantamiento del puente, que era de barcas. La primera nave fracasó, pero el choque de la segunda dividió por la mitad aquella fortaleza, y la atravesó. Intervinieron todos los españoles en la conquista —montañeses de Asturias, Santander, vizcaínos, guipuzcoanos, alaveses, navarros, catalanes, gallegos, leoneses, palentinos, toledanos— y una buena copia de extranjeros ascendidos en la pasión de cruzados de Cristo.
La entrada de Sevilla fue «en 22 días del mes de diciembre, día de la traslación de San Isidoro, arzobispo que fue de la noble Sevilla, do fue el Rey recibido con procesión de toda la clerecía y de todas las gentes, con muy grandes voces, bendiciendo a Dios y al buen Rey, que les diera», dice la Crónica General que mandó hacer Carlos V al maestro Florián Docampo, canónigo de Zamora.
Después de conquistada Sevilla, el Rey mandó aprestar a Ramón Bonifaz una segunda escuadra contra Cartagena. Al sitio de Algeciras se destinaron ochenta galeras, 24 naves y muchas galeotas, leños y bajeles de menor porte. El estimulo que promovió la victoria de 1248 para la construcción y armamento de bajeles en los puertos y atarazanas del norte de España, inicia una carrera gloriosa de más de tres siglos de prosperidad.
Las Crónicas Generales de Carlos V y Felipe II, son parcas en el relato de esta gran Cruzada; pero sabemos que por Cruzada fue tenida en toda la Europa, cristiana, y en el notable libro de don Antonio Ballesteros, sobre la Sevilla inmediatamente posterior a la Conquista, se describe la inmensa multitud abigarrada y cosmopolita, de señores, artesanos, banqueros, mercaderes, maestros, arquitectos, orfebres, etc., que convirtieron en seguida a la vieja plaza morisca en una floreciente y regocijante colmena del mundo cristiano. Bullían y medraban, junto a los españoles de diversas condiciones y naturalezas, los genoveses, los placentinos, los franceses, los escoceses, los ingleses, los alemanes... Todos los oficios, todos los idiomas, todos los usos en el vestir, en el juego, en el comporte y en el recreo, allí estaban representados.
La decadencia de España comenzará justo en el momento en que el estímulo naval deje de ser vivificante.
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