El Santo Oficio en España: Popularidad de la Inquisición
por Alfonso Junco
Una Verdad Revolucionaria
Pero, ¿Habla usted en serio? -dirá el receloso lector-. ¿Querrá usted hacernos tragar y digerir que era popular esa cosa opresiva y tenebrosa que se llamó la Inquisición?
En realidad no hablo yo. Hablan -van a hablar aquí- exclusivamente historiadores e ingenios heterodoxos.
Y si alguien encuentra extemporáneo que "todavía hoy" se tome por asunto la popularidad de la Inquisición, diré que ciertamente es extemporáneo si se atiende a los siglos transcurridos y a que hace mucho tiempo eso debía ser sabido por todos; pero como no es así, y como la aplastante mayoría aun de los hombres cultos suele ignorarlo, parece oportuno y hasta novedoso, "todavía hoy" poner en claridad y relieve esa verdad, que asume caracteres y atractivos de noticia de última hora.
Por otra parte, la verdad, cualquier verdad ¿es reaccionaria o revolucionaria? Yo no le pondría adjetivo ni etiqueta. Si es verdad, eso le basta. Si es verdad, ciertamente ensanchará nuestros horizontes, enriquecerá nuestro espíritu, "nos hará libres". Y la verdad sobre la Inquisición, puesto que viene a revolucionar la estancada y muerta superficie de inveterados prejuicios y rutinas mentales, bien puede llamarse -si se quiere adjetivo- una verdad revolucionaria.
Testimonio de Tícknor
Vamos a oír a Tícknor, celebérrimo historiador de la literatura española. Su mentalidad norteamericana y protestante, cargada de preconceptos y abominaciones contra el Santo Oficio, no lo puede entender; pero su probidad de erudito lo lleva a atestiguar reveladores hechos positivos, aunque no alcance a explicárselos rectamente.
Espigo las citas que van a continuación, de la Historia de la Literatura Española, por M. George Tícknor, traducida por don Pascual de Gayangos y don Enrique de Vedia. (Madrid, 1851-1856, 4 tomos).
Abrimos la obra por el tomo primero, capítulo 24:
Doña Isabel la Católica "extravió su conciencia hasta el punto de admitir en sus reinos una Inquisición como una medida saludable y benéfica para sus vasallos.
Y téngase en cuenta que todo esto se hacía con el consentimiento y aplauso del pueblo español.
Establecida, pues, la Inquisición, la mayoría de los españoles, en su fe pura y ortodoxa, la recibió con aplauso y vio con cierto placer a sus antiguos enemigos condenados a expiar su infidelidad con el más terrible de los tormentos". (Alude a moriscos y judaizantes, contra los cuales principalmente se enderezó el Santo Oficio en su primera etapa).
Hablando de la opinión que expresa Mariana en el libro 24, capítulo 17, de su Historia de España, escribe Tícknor: "Al leer este capítulo nos quedamos escandalizados y admirados: tan grande es la gratitud que el autor expresa por el establecimiento de la Inquisición, considerándolo bajo todos puntos como una bendición para el país".
En efecto: y nótese que no puede pedirse escritor de más brava independencia ni censor más crudo que Mariana. Y como él opinan todos los más altos espíritus que con el Santo Oficio convivieron. Y es la admirable Isabel quien lo funda "como una medida saludable y benéfica", en medio del "consentimiento y aplauso del pueblo español". ¿No nos hará todo esto reflexionar que ha de haber sido la Inquisición cosa distinta de lo que ahora solemos figurarnos?
Prosigue Tícknor, tomo II, capítulo I.
Cuando se anunciaba la invasión del protestantismo, la Inquisición obró contra el "y la masa de los españoles se prestó a ello sin resistencia".
La medida contra los escritos heréticos, "el pueblo la aprobó, porque exceptuando tan sólo unos cuantos individuos, los españoles de raza miraban a Lutero y a sus discípulos casi con la misma aversión y repugnancia que a un mahometano o un judío".
"La Inquisición, considerada como instrumento principal para arrojar fuera de España las doctrinas del protestantismo, hubiera sido ineficaz, a no haberla auxiliado poderosamente el gobierno y el pueblo; porque en cuestiones como ésta los españoles habían sido siempre de un mismo modo de pensar. Era tal y tan inveterado el odio que siempre profesaron a los enemigos de su fe, tal el encarnizamiento con que pelearon durante siglos, que el altivo recuerdo de su gloriosa lucha vino a constituir con el tiempo el principal elemento de su existencia nacional, y que cuando, por la total expulsión de los judíos y la completa sumisión de los moros, no quedó la península otro enemigo que humillar y vencer, los españoles se aplicaron con el mismo celo y fervor a purificar el suelo patrio y lavar las manchas que dejasron la infidelidad y la herejía".
Los autos de fe no consistían en la quema de herejes, sino en solemnidades con misa, predicación, lectura de las causas de los reos y entrega de éstos -cuando procedía- al poder civil, para su sentencia y ejecución en otro sitio. Parece ignorarlo Tícknor al decir que asistían "las más veces a tan repugnante espectáculo el rey y su familia: sin contar un gentío inmenso que aplaudía tácitamente los horrores perpetrados en su presencia".
Bajo la Inquisición, "la mayoría del pueblo español vivía alegre y satisfecha, vanagloriándose de su lealtad y de su fe".
"Estos y otros rasgos de nacionalidad no podían menos de influir poderosamente en una literatura como la española, marcada, más que otra alguna, con el sello de la originalidad y adornada con los varios matices del carácter popular... El espíritu del cristianismo, que había dado cierto colorido de magnanimidad y heroísmo a las formas más rudas del entusiasmo militar, así como las hazañas mismas del pueblo, durante su larga lucha con los infieles, degeneró en un fanatismo fiero e intolerante, y sin embargo, tan común y generalizado, que de él están llenos los romances populares y las novelas de la época, y que el teatro nacional, en más de una forma, viene a ser su extraño y grotesco monumento". (¡Cuántos grandes países quisieran -a pesar de lo "grotesco"- tener un monumento como el teatro español del áureo siglo!)
"Nos equivocaríamos grandemente si al considerar tan perniciosos efectos en la literatura española, los creyéramos causados sola y exclusivamente por la acción directa de la Inquisición y del gobierno civil, comprimiendo y sujetando con férrea mano la masa entera de la sociedad. Tal coacción hubiera sido del todo imposible, y no hay nación alguna que se hubiera sometido a ella, mucho menos la española, que tan animosa y caballeresca se mostró en tiempo de Carlos V y durante la mayor parte del reinado de Felipe II.
La sumisión, pues, de los españoles... y su fanatismo religioso, no fueron obra de la Inquisición ni de una monarquía corrompida; al contrario, la Inquisición y el despotismo fueron el resultado natural de la antigua lealtad y celo religioso, exagerados y mal digeridos".
La España en general, y principalmente los discretos y agudos escritores que forman el siglo de oro de su literatura, pudieron vivir muy bien alegres y satisfechos, por no comprender bien las trabas puestas al pensamiento, o porque no sintieron al pronto los efectos de la restricción moral que los encadenaba y reprimía".
¡Inocente salida de Tícknor! Ve con evidencia y proclama con honradez que los grandes escritores hispanos vivían "alegres y satisfechos" en plena Inquisición, porque no sentían que ella los oprimiese en lo más leve, y se da al fantaseo pueril de que "no comprendieron bien" las trabas que sufrían o "no sintieron al pronto" sus efectos... ¡Y aquellos escritores se llamaban Lope de Vega, que en su teatro océanico volcaba todo su caudal hirviente y multánime de la vida; o Miguel de Cervantes, el ingenio más dúctil, más lozano y universal que ha recorrido los caminos y vericuetos de este pícaro mundo; o Francisco de Quevedo, desgarrado y punzante, bronco y aventurero, que no dejaba títere con cabeza!
Sigamos con Tícknor, tomo III, capítulo 40. La Inquisición ejerció "una autoridad constante y rigurosa... pero esto no se hacía ni podía hacerse sin el consentimiento de las masas populares, y con una cooperación activa por parte del gobierno y de la aristocracia".
La ciudad de Méjico reclamó como un honor para Felipe II el haber éste introducido allí la Inquisición (Exequias de Felipe II, Méjico, 1600)".
Hablando de los autos de fe, dice Tícknor que "el pueblo y los que le dirigían se gozaban con tales espectáculos"; refiere el caso de aquel caballero que iba a morir en la hoguera y que al pasar "por delante del balcón en el que Felipe II se hallaba sentado con la mayor pompa", dicen que se detuvo y apeló a su justicia, y que el monarca le respondió: "Yo traería la leña para quemar a mi hijo, si fuese tan malo como vos". Respuesta que pinta la conciencia de la plena justificación con que se obraba; "respuesta -concluye Tícknor- que fue considerada entonces y recordada mucho tiempo después como digna del señor del primer imperio del mundo". (Tapia, Historia, tomo 3, página 88. Baltasar Porreño, Dichos y hechos, cap. 14).
"Pero aun podríamos citar otro hecho, si cabe más notable. El festivo y corrompido Felipe IV, parece haber expresado en situación análoga los mismos sentimientos. Habiéndosele cierto día pedido licencia, por pura forma, para procesar a uno de sus ministros y llevarle ante el tribunal de la Inquisición, no sólo la otorgó, sino que añadió motu proprio la siguiente observación: A ser hijo mío el criminal, con la misma buena voluntad la daría". (Monforte, Honras de Felipe IV, Madrid, 1666, 4o.).
"Más tarde, en 1680, habiendo Carlos II sido inducido a manifestar deseos de presenciar, con su esposa, un auto de fe, los artesanos de Madrid se ofrecieron en masa y voluntariamente a construir el anfiteatro, y trabajaron en él con tal ardor y entusiasmo, que la obra se terminó con increíble brevedad, animándose unos a otros al trabajo con devotas exhortaciones, y declarando que en caso de faltar los materiales, derribarían sus propias casas y dispondrían todo lo necesario para tan santo objeto".
Tenemos, en suma, por testimonio de ilustrado adversario:
-Que gobierno, intelectuales y pueblo, con desusada unanimidad, estaban acordes en su adhesión y entusiasmo por el Santo Oficio.
-Que éste, lejos de oprimir a la nación española, era fruto de su espontánea vountad, para defenderse de contagios extranjerizantes.
-Y que, piénsese lo que se quiera sobre la Inquisición, es inconcuso que ella constituía un hecho rotundamente democrático.
Testimonio de Prescott
He aquí a otro célebre angloamericano: Guillermo H. Prescott, autor de la difundida Historia del reinado de los Reyes Católicos (traducción de Atilano Calvo Iturburu, Madrid, 1855).
Dice en el capítulo séptimo:
"Es muy notable que un proyecto tan monstruoso como el de la Inquisición... se resucitase y pusiese en ejecución a la conclusión del siglo quince, cuando la antorcha de la civilización iba derramando su luz por todos los países de Europa; y es más extraño todavía que esto sucediese en España, donde había a la sazón un gobierno que en más de una ocasión había dado pruebas de una gran independencia religiosa, y que había atendido siempre a los derechos de sus súbditos y seguido una política noble y liberal con respecto a su cultura intelectual".
Y en el capítulo 16, considera Prescott como únicas manchas del reinado de Isabel, la Inquisición y la expulsión de los judíos; pero agrega: esos "grandes borrones en su administración no deben ser considerados como tales por su carácter moral. Difícil sería, en efecto, condenarla sin condenar a su siglo; porque aquellos mismos actos se encuentran no ya excusados, sino ensalzados por sus contemporáneos, como los títulos que mayor derecho le daban a su eterno renombre y a la gratitud de la nación española. Alabanzas tales son más chocantes todavía en boca de escritores de vastas e ilustradas miras, como Zurita y Blancas, los cuales, aunque florecieron en tiempos de mayor ilustración, no tienen escrúpulo en decir que el establecimiento de la Inquisición fue el testimonio más evidente de su prudencia y salud, y que reconocían su extraordinaria utilidad, no sólo la España sino las naciones todas de la cristiandad". (Blancas, Commentarii, pág. 263.- Zurita, Anales, tomo 5, libro I, cap. 6). Y agrega Prescott que el pueblo acogía esas medidas con ansia y ardor.
Prescott participa de aquella incapacidad general en sus compatriotas, aun los más enterados, para entender a fondo las cosas hispanas; mentalidad extranjera, protestante, saturada de Llorente y otras literaturas de ese jaez, no alcanza a penetrar el verdadero sentido y carácter del Santo Oficio. Por eso se escandaliza; pero su misma incomprensión alarmada le hace recalcar las gloriosas virtudes cívicas y culturales del gobierno que fundó la Inquisición y el universal aplauso tanto del pueblo como de los contemporáneos más descollantes por sus "vastas e ilustradas miras". Él no puede conciliar estos hechos con la "monstruosidad" del Santo Oficio; pero una comprensión más luminosa y madura sí alcanza a conciliarlos.
Prosigue Prescott, en el mismo capítulo 16, con estas observaciones dignas de señalarse: "Por dañosos que hayan sido los efectos que la Inquisición haya podido producir en España, el principio que para su establecimiento se siguió no fue peor que el de otras muchas medidas que han pasado sin sufrir tan fuertes censuras, y que se han adoptado en tiempos posteriores y más civilizados.
Casi empleo las mismas palabras de míster Hallam, el cual, hablando de las leyes penales dadas contra los católicos en tiempos de Isabel de Inglaterra, dice: "They established a persecution wich fell not at all short in principle of that for which the Inquisition had become so odious" (Capítulo 3, volumen I de su Constitutional History of England, París, 1827).
¿Estuvo por ventura abandonado durante todo el siglo dieciséis y la mayor parte del diecisiete el principio de la persecución por el partido dominante?... Verdad es que el imperio de una mala costumbre no forma su apología, para servirme de las palabras mismas de doña Isabel en su carta al obispo Talavera; pero debe servir para mitigar la severidad de nuestra censura contra aquella Reina, que no incurrió en un error mayor, en medio de la imperfecta ilustración del tiempo en que vivió, que el que fue común a los más grandes talentos, a los genios mismos de un siglo posterior y más ilustrado.
El mismo Milton, en su Essay on the Liberty of Unlicensed Printing, que es acaso el mejor argumento que el mundo haya escuchado en favor de la libertad intelectual, hubiera querido excluir a los papistas de los beneficios de la tolerancia, como sectarios de una doctrina cuya completa extirpación exige a todo trance el bien público. Tales eran las mezquinas ideas que se tenían acerca de los derechos de la conciencia en la última mitad del siglo diecisiete, por uno de aquellos ingenios privilegiados cuya extraordinaria elevación le permitió recibir y reflejar la naciente luz de la Ilustración, mucho antes de que sus rayos iluminaran al resto de la humanidad".
Tienen valor, por venir de quien vienen, estas reflexiones sobre la general intolerancia entonces. Pero hay una radical diferencia que no percibe Prescott, y que debemos subrayar vigorosamente: Enrique VIII, Isabel de Inglaterra y demás protestantes, inventaban e imponían por la fuerza su dogma tornadizo, a una gran cantidad de connacionales que lo rechazaban; en tanto que la Inquisición Española no inventaba ni imponía por la fuerza, sino que defendía de exóticas agresiones y corruptelas, con unánime aplauso nacional, un dogma con preexistencia de siglos, libremente abrazado por la totalidad de los españoles.
Y agregaremos, contra la ingenua ilusión de Prescott, que "la naciente luz de la Ilustración", no ha abolido la intolerancia. Intolerantísimos eran -aunque perpetuos predicadores de tolerancia- Voltaire y demás filósofos del siglo dieciocho; intolerantes y perseguidores, posteriormente, la Revolución Francesa y el liberalismo, y el socialismo y otros ismos de ahora. Han abundado declamaciones y farsas de tolerancia: han escaseado los hechos. ¡Aun no cuajan los frutos de "la naciente luz de la Ilustración"!
Y es muy de señalarse que en alguns de las partes donde han cuajado, como en los Estados Unidos, fueron los católicos -colonia de Maryland- los heroicos fundadores de esa tolerancia (Véanse pormenores en Bancroft, tomo I, capítulo 7 de su History of the United States. Londres 1861).
Revilla, Unamuno, Villalba Hervás
Don Manuel de la Revilla y don Pedro de Alcántara García, renombrados escritores, en sus Principios generales de literatura e Historia de la literatura española (Madrid, 1884), dicen desapacibles cosas sobre la Inquisición, pero recuerdan (Segunda parte, lección 25) que aquel tribunal fue "planteado en España (1478) por los Reyes Católicos, para conseguir la unidad política y religiosa de la nación", y confiesan en seguida:
"Muestra cuál sería el estado religioso de aquella época, la supremacía omnipotente, que en breve tiempo, y con aplauso del pueblo fanatizado, adquirió el Santo Oficio..."
Don Miguel de Unamuno, en su sápido estudio sobre La mística española (Antología Universal Ilustrada, tomo octavo), escribe estos párrafos, henchidos de sugerencias:
"No vayamos a suponer que la Inquisición fuera algo externo a nuestro espíritu colectivo y a él impuesto; no. La Inquisición brotó de las entrañas mismas del alma española, y los místicos mismos, que más tuvieron su sufrir sus suspicacias, no dejaron de ser más o menos inquisitoriales, como buenos españoles, en el fondo de su ser.
Eran inquisitoriales por su horror a la herejía, y lo eran por su culto al dolor, a la sabrosa pena... Su piedad innegable era una piedad algo dura. Santa Teresa quería que sus hermanas fuesen varones fuertes, que espanten a los hombres. Su caridad era ante todo horror al pecado: la vida no vale, lo que vale es la salud eterna. Los milagros de dar salud al enfermo, vista al ciego y semejantes, "cuanto al provecho temporal-dice Santa Teresa-ningún gozo del alma merecen, porque excluido el segundo provecho (el espiritual), poco o nada importan al hombre, pues de suyo no son medio para unir al alma con Dios".
Aseguraban compadecer a un luterano más que a un gafo... Es que el supremo interés para ellos era el de la salvación eterna, lo cual les libró del muelle arregosto de la vida que pasa. La vida temporal era tan sólo un medio para conquistar la vida eterna".
Miguel Villalba Hervás tiene un libro sobre don Antonio José Ruiz de Padrón, aquel verboso diputado que en 1813, en las cortes de Cádiz, volcó sobre la Inquisición tantas cosas desaforadas, folletinescas y declamatorias, las cuales, por cierto, don Genaro García reproduce en sus Documentos y califica como "una excelente y brillante historia crítica del tribunal del Santo Oficio".
Pues Villalba Hervás, ardiente panegerista de su biografiado y ardiente enemigo de la Inquisición, en el prólogo de su obra (Ruiz de Padrón y su tiempo, Madrid, 1897), pondera la abnegación y el valor "que eran necesarios en España para tomar actitudes tan resueltas frente a una institución a la cual, no obstante su barbarie o quizás por su barbarie misma, proclamaba la inmensa mayoría de los españoles como cosa irremplazable..."
Dejemos por ahora lo de la barbarie -ya conoceremos la opinión de los entendimientos más próceres y los espíritus más altos y finos de España-, y recojamos el testimonio sobre la avasalladora popularidad de la Inquisición, y en consecuencia, sobre la actitud antidemocrática de las democráticas cortes de Cádiz.
Acerca de lo cual no huelga traer a la memoria un hecho de significación extraordinaria: fue el invasor francés Napoleón [desde aquí termino yo el párrafo] quien suprimió a la Inquisición, y el pueblo español, lejos de por eso "sentirse liberado", al contrario, se sintió oprimido por el francés y su "Libertad/Igualdad/Fraternidad" que atentaban contra la identidad nacional de España, y contra él lucharon, en favor de la Inquisición.
Publicado por Marcelino
Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.
Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI
El ataque a la Inquisición es típico en los que, sin conocimiento de causa, quieren atacar al Catolicismo y justificar sus propios fines.
El tema de la Inquisición fué y seguramente aún es, una parte de la llamada "leyenda negra", que se exageró a sabiendas dándole un bombo tan intenso, que lo han hecho durar siglos.
"QUE IMPORTA EL PASADO, SI EL PRESENTE DE ARREPENTIMIENTO, FORJA UN FUTURO DE ORGULLO"
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