Búsqueda avanzada de temas en el foro

Resultados 1 al 3 de 3

Tema: R. Mesonero Romanos: sátira sobre méritos y ascensos entre los liberales del XIX.

  1. #1
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,167
    Post Thanks / Like

    R. Mesonero Romanos: sátira sobre méritos y ascensos entre los liberales del XIX.

    El periodista madrileño don Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882) describió festivamente los tipos y costumbres de la España (sobre todo de Madrid) de la primera mitad del siglo XIX (Panorama matritense, Escenas matritenses...). Aunque nunca se pronunció políticamente sobre la España de entonces, el lector llega a notar un cambio amargo y crítico en sus comentarios desde la aparición del liberalismo en la Corte, tras la muerte del rey Fernando VII.
    En sus “Tipos y caracteres” describe Mesonero Romanos la figura del “pretendiente”: los méritos del ascenso social necesarios entonces para solicitar empleos, trepar y “hacer carrera” en la provincia o en la Corte. Describe como solía ser la “meritocracia” entre el periodo fernandino de 1823 a 1833 (que siempre fue su época añorada) y como varían para peor las condiciones de esa meritocracia desde 1833 a 1843, tras la irrupción del politiqueo liberal.
    Lo interesante es que ya refleja entonces Mesonero el mismo paradigma de verborrea y sofistería aduladora del populacho, propio de esa calaña. Es sintomático que, frente a la adulación del populacho sólo le quede la ironía y la sátira, como en los tiempos actuales. Desde que ya fuera denunciada por Sócrates hace milenios, aun no se ha descubierto el antídoto filosófico contra el garrulismo retórico y la sofistería aduladora.
    Escribe Mesonero Romanos:



    "...De 1833 a 1843.

    Un pretendiente como los que quedan delineados sería un verdadero anacronismo en estos tiempos de gracia y de progreso social. -Ahora los hombres y los empleos públicos no se reciben; se toman por asalto a la punta de la espada o a la boca de un fusil; y para hablar con más propiedad, con los tiros de la elocuencia o los cañones de la pluma, a la luz del día y entre los agitados gritos de la plaza pública, o en las sombras de la noche, entre los tenebrosos círculos de la conspiración. -¡Papel sellado, cortesías y genuflexiones, audiencias y cartas recomendatorias!... Papeles mojados, viejos de figurón, resortes mohosos y gastados, habiendo imprentas y tinteros, y espadas y tribunas, y juramentos y apostasías, y oratoria de levadura y masas dispuestas a fermentar.

    Además, ¿a quién pudiera satisfacer, como antiguamente, un miserable empleíllo de escala, en que era preciso constituirse en eterno fiscal de la salud de quince o veinte delanteros, espiar la llegada de una benéfica pulmonía para el uno, la de una tisis para el otro, o calcular, en fin, sobre la futura boda con una hija recién nacida del jefe? Y todo ¿para qué? para llegar al cabo de muchos años a colocarse en el centro de la mesa, en lugar de colocarse a la esquina; para cobrar en los últimos meses de la vida algunos reales más.
    Ahora, bendito Dios, es distinto, y puede principiarse por donde acababan nuestros retrógrados abuelos. -Ejemplo.
    Aparece en una de nuestras mil y tantas universidades un estudiantillo despierto y procaz, que argumenta fuerte ad hominem y ad mulierem; que niega la autoridad del libro, del maestro, de la ley; que habla a todas horas y sobre todas materias, sin la más mínima aprensión; que escribe en mala prosa y peores versos discursos políticos, letrillas fúnebres, sátiras amargas y protestas enérgicas contra la sociedad. -No hay remedio. La estrella de este niño es ser un hombre grande; su misión sobre la tierra, ser ministro; los medios para llevarlo a cabo, su pico, su pluma y su carácter audaz.

    Pertrechado con tan buenos atavíos, descuélgase en la corte, que para él no es más que un teatro donde hace su primera salida. -Pónese a contemplar los hombres a quienes se digna conferir mentalmente los demás papeles; mira colocarse a su frente a los curiosos espectadores; tira él mismo la cortina, suena el silbato, y comienza a representar.
    Por lo regular la escena suele ofrecer el interior de una redacción de periódico, en donde entre el humo del cigarro y el tráfago de papeles y personajes, se deja ver nuestro mozo colocado, primero en los puestos inferiores, y armado de una tijera (inteligencia mecánica del redactor subalterno de noticias varias), o envuelto humildemente entre las flores del folletín. -De allí a unos días, auxiliado, por una vacante repentina, una enfermedad súbita o una espontánea inspiración, salta los últimos términos del periódico; abrázase a sus columnas; trepa por ellas; tiende el paño y comienza a lanzar desde aquella altura los dardos acerados que afilaba para esta ocasión. -Sus colaboradores se admiran y extasían de aquel exabrupto; el público aplaude la demasía; los funcionarios atacados, que al principio desprecian los fuegos de aquel insignificante enemigo, más tarde quieren atraérsele con una mezquina gracia; pero él, lejos de humillárseles y atender a sus bondades, les persigue, les acosa incesantemente, les lanza por miles las acusaciones, les busca enemigos en su propio bando, les separa de sus propios súbditos, y les mira en fin, engreído, con la llaneza de igual, con la arrogancia de dueño, con la sarcástica sonrisa de un genio fascinador. -Y sin embargo, todos aquellos argumentos no son muchas veces convicción: todos aquellos insultos no son odio ni enemistad: todas aquellas apóstrofes no son dañada intención. -Pues ¿qué son entonces?... -¿No lo han adivinado los lectores?... -Súplicas impresas; rebozado memorial.

    A los pocos días de los más furibundos ataques, el enemigo cede, los preliminares de paz comienzan, la enérgica pluma del publicista va haciéndose más dúctil y suspicaz; calla luego de repente, y en la semana próxima viene encabezado el Boletín Oficial de una provincia con esta alocución:
    «Habitantes de...
    »El supremo gobierno, celoso siempre por el bienestar de los pueblos, se ha dignado conferirme el mando de esta provincia, etc.»

    Y firmado por el mismo pretendiente publicista en cuestión. -Pero alto ahí, pluma parlera; no hay que salirse del tipo que hoy nos ocupa; dejemos para otra más atrevida y versada en estas materias el delinear uno de los más risueños de la época, el tipo de La Autoridad.

    La fama de nuestro hombre grande, no cabiendo a veces en los salones de la capital, y viniéndole aún estrecho el uniforme de covachuelo o de jefe, vuela diligente por las ciudades y aldeas de su provincia, y hace repetir las glorias del personaje por mil lenguas entusiastas y comanditarias. -Por cuanto a la sazón la dicha patria suele hallarse ocupada en procurarse un padre que la defienda por tres años en el Congreso nacional de esta corte, como dicen los ciegos papeleros. -¡Qué mejor ocasión! -Hínchanse con el nombre del joven candidato las urnas electorales; vótanle regocijados como patrono aquellos que le auxiliaron con algunos realejos para venir a darse en espectáculo a los heroicos vecinos de Madrid; admiran y encomian su improvisado talento los mismos que ha poco tiempo le negaban hasta el sentido común; dispútansele y le proclaman los propios parientes y amigos que antes no hallaban ocasión para echarle de sí.

    Ya le tenemos, pues, sentado en los escaños del Parlamento; sus discursos fogosos arrebatan a la multitud; lanzado a la tribuna, truena con voz terrible contra los hombres del poder; apostrófales duramente por sus palabras, por sus acciones, por sus pensamientos; llama en su apoyo la opinión del país y de la Europa entera, y concita a sus conciudadanos a salvar la patria, a derrocar la tiranía, a vengar la libertad... -Al día siguiente el fogoso tribuno es llamado a sentarse en el banco azul; y en fuerza de su mágica influencia, cambia de continente, modera sus acciones, mitiga sus palabras, y prueba que es necesario a todo buen patricio acudir ganoso a defender el orden y robustecer su poder. -No hay como los teatros parlamentarios para estos dramas a grande espectáculo; no hay como los gobiernos representativos para estas representaciones a beneficio de un autor.

    No todos, es verdad, acuden al gran teatro de la corte a desplegar sus facultades. Pretendientes hay también de la legua, que sin salir de su pueblo y sin grandes escándalos acaban por conseguir, que modestos y buenos ciudadanos, hombres francos y desinteresados, se hacen la violencia de servir al pueblo en las cargas concejiles, de crear establecimientos benéficos, de mandar la fuerza armada, o influir con sus consejos en la opinión. El pueblo en recompensa les nombra sus patronos, les encomia, les ensalza, y acaba por imponérselos al mismo gobierno como una necesidad. -Este camino es acaso más lento, pero más seguro: los aduladores del poder reciben por premio un insignificante diploma o una módica soldada: los que adulan al pueblo pueden aspirar a una corona cívica o un sillón ministerial.

    Otros, echando por diverso camino, sostienen con destreza el precioso balancín, y ora trabajan y se agitan de orden superior en favor de una candidatura circular; ora se descuelgan desde su rincón con un comunicado vejigatorio contra la autoridad; ya proponen en pleno concejo cien planes de público beneficio; ya dan auxilio al intendente para llevar a sangre y fuego la recaudación del subsidio industrial; ora, en fin, marchan al frente de los más ardientes agitadores, reúnen la fuerza armada y se pronuncian por la anarquía; ora se colocan al lado de la autoridad cuando ésta manda algunos batallones, y se precian y glorían de sostener los buenos principios, el orden y la justicia.

    Otros, por último, careciendo de estos recursos intelectuales, y más prosaicos en sus medios de acción, benefician en provecho propio el saber o la influencia de un lejano pariente, de un condiscípulo, de un amigo, -¡y quién en estos benditos tiempos no es condiscípulo, amigo o pariente de algún hombre grande! -No hay en la extensión de la monarquía ciudad ni villa, lugar, aldea ni despoblado que no haya producido un ministro al menos; y los grandes oradores, los eminentes repúblicos, los héroes de todos calibres nacen espontáneamente a cada paso en este siglo feliz.

    Epílogo. -Todos aquellos servicios, todos estos manejos pueden traducirse por pretensión pura, puro y explícito memorial. -La hipocresía religiosa ha cedido el paso a la filantropía política; el amor de la patria es hoy en ciertos labios lo mismo que era en otros anteriormente el amor de Dios: el club ha sustituido a la cofradía; al estandarte la bandera; y a la imagen del santo la inveterada efigie de algún santón.
    El Pretendiente, este tipo prodigiosamente móvil e impresionable, a quien comparábamos en el principio de éste artículo con el simpático camaleón, reviste, como él, todos los matices que le rodean; trueca los ídolos antiguos por otros nuevos; olvida la añeja flexibilidad del espinazo, y apela a la fuerza de sus pulmones; ataca por asalto la plaza que antes bloqueaba; y en vez de presentarse con humildes memoriales, habla gordo al poder y le impone su pretensión.”

    http://bib.cervantesvirtual.com/serv...p0000001.htm#8
    Última edición por ALACRAN; 28/03/2011 a las 00:52

  2. #2
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,167
    Post Thanks / Like

    Re: R. Mesonero Romanos: sátira sobre méritos y ascensos entre los liberales del XIX.

    El juntero

    Este tipo es provincial, moderno, popular y socorrido. -Abraza indistintamente todas las clases, comprende todas las edades; pero lo regular es hallarle entre la juventud y la edad provecta, entre la escasez y la ausencia completa de fortuna. -Militares retirados, periodistas sin suscritores, médicos sin enfermos, abogados sin pleitos, proyectistas y cesantes del pronunciamiento anterior: he aquí los miembros disponibles de toda junta futura, los representantes natos de toda bullanga ulterior.

    Su residencia ordinaria es el café más desastrado de la ciudad, y allí irá a buscarlos la masa popular cuando sienta su levadura, de allí los arrancará, cual a otro Cincinato del arado, para sentarlos en la silla curul y confiarles las riendas de aquella sociedad que se desboca.

    El Juntero, que así lo había previsto, o por decir mejor, que así lo había preparado, luego que llega a entrar con aquella investidura en la Casa consistorial, saca del bolsillo la proclama estereotípica, en que habla de los derechos del hombre y del carro del despotismo, de la espada de la ley y de las cadenas de la opresión; a cuya eufónica algarabía responde el gutural clamoreo de los que hacen de pueblo, con los usados vivas y el consabido entusiasmo imposible de describir. -Y nuestro Juntero, padre de la patria, lo primero que hace es suprimir las autoridades, y declararse él y sus compañeros autoridad omnímoda, independiente, irresponsable, heroica y liberal. -Se repican las campanas, se interceptan los correos, se arma a los pobres, se encarcela a los ricos, se persigue a éstos, se despacha a aquéllos (todo con el mayor orden), se canta el Te Deum, y se pasea la Junta en coche simón.

    A los cuatro días empiezan a venir felicitaciones de las otras juntas comarcanas; subsidios voluntarios de los que van recogiendo por fuerza las partidas volantes; adhesiones espontáneas bajo pena de la vida de los concejos y hombres buenos del distrito, y por último, reconocimiento y apoteosis del nuevo Gobierno en la capital.

    El Juntero entonces, hombre de orden, cambia su plaza de vocal por la de intendente o jefe político, y se resigna a ser gobierno el que tanto chilló contra aquella calamidad.

    Tipos y caracteres : bocetos de cuadros de costumbres : (1843 a 1862) - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

  3. #3
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,167
    Post Thanks / Like

    Re: R. Mesonero Romanos: sátira sobre méritos y ascensos entre los liberales del XIX.

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Los artistas

    La palabra Artista es el tirano del siglo actual. -En lo antiguo había pintores, escultores, arquitectos, comediantes y aficionados. -Hoy sólo hay Artistas; y en esta calificación entran indiferentemente desde el pincel de Apeles hasta el puchero en cinto; desde el cincel de Fidias, hasta las alcarrazas de Andújar; desde el coturno trágico hasta la cuerda del acróbata; desde el compás de Vitrubio hasta el cuezo del albañil.

    El que enciende las candilejas en el teatro, Artista; el motilón que echa tinta en los moldes, Artista también; el que inventó las cerillas fosfóricas, distinguido Artista; el que toca la gaita o el que vende aleluyas, Artistas populares; el herrador de mi calle, Artista veterinario; el barbero de la esquina, Artista didascálico; el que saluda a Esquivel o quita el tiempo a Villaamil, Artista de entusiasmo; el que lee el Laberinto o el Semanario, los socios del Liceo o del Instituto, los que asisten a los toros o al teatro, los que forman corro alrededor de la murga, Artistas de afición; el perro que baila, el caballo que caracolea, el asno que entona su romanza... Artistas, Artistas de escuela.

    Entre tanto, como todo el mundo es Artista, los Artistas no tienen que comer, o se comen unos a otros. -El clero y la nobleza, que antes les sostenían, están ahora muy ocupados en buscar dónde sostenerse. -La grandeza metálica de los Fúcares modernos está por las artes de movimiento; protegen la polka y la tauromaquia, las diligencias y los barcos de vapor. En sus flamantes salones no quieren estatuas, sino buenas mozas; sus libros son el Libro mayor y el Libro diario; sus conciertos, el ruido del aurífero metal. -Cuando más, y para satisfacer su amor propio, se hacen retratar por el pintor, como se hacen vestir por el sastre, de cuerpo entero, y todo lo más elegante posible, cuidando de que el marco sea magnífico y de relumbrón. -Para amenizar los salones, basta con las estampas del Telémaco o las vistas de la Suiza.

    El Artista, entre tanto, desdeñado por la fortuna, camina a la inmortalidad por la vía del hospital, y se sube a una buhardilla con pretexto de buscar luces. Allí se encierra mano a mano con su independencia, y se declara hombre superior y genio elevado; descuida los atavíos de su persona por hacer frente a las preocupaciones vulgares, y ostentando su excentricidad y porte exótico e inverosímil, se deja crecer indiscretamente barbas y melenas, únicos bienes raíces de que puede disponer. -Desdeña la crítica periodística por incompetente; la autoridad del maestro por añeja; los consejos de los inteligentes por parciales y enemigos; y con una filosofía estoica, responde a la adversidad con el sarcasmo, a la fortuna con el más altivo desdén. -Por último, cuando se permite una invasión en el campo de la política, adopta las ideas más exageradas, y es partidario de las instituciones democráticas, que han acabado con las clases que antes le sostenían, y sustituido las artes liberales por otras, también artes y liberales también.

Información de tema

Usuarios viendo este tema

Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)

Temas similares

  1. Los tercios españoles y los cruzados del siglo XIX
    Por Hyeronimus en el foro Historia y Antropología
    Respuestas: 0
    Último mensaje: 30/11/2010, 12:20
  2. Prensa carlista del siglo XIX
    Por alazet en el foro Aragón
    Respuestas: 0
    Último mensaje: 30/11/2009, 20:09
  3. Venezuela entre los países más corruptos del mundo
    Por Val en el foro Hispanoamérica
    Respuestas: 11
    Último mensaje: 04/11/2009, 21:50
  4. Las Sociedades Secretas Del Siglo XIX Y Del XX
    Por tautalo en el foro Historiografía y Bibliografía
    Respuestas: 67
    Último mensaje: 26/02/2009, 17:33
  5. Respuestas: 0
    Último mensaje: 29/09/2006, 14:44

Permisos de publicación

  • No puedes crear nuevos temas
  • No puedes responder temas
  • No puedes subir archivos adjuntos
  • No puedes editar tus mensajes
  •