El Príncipe Don Jaime en Valladolid

El Príncipe Don Jaime, según una caricatura del Madrid Cómico (Nº 75, 22-VII-1911)

Don Jaime viajó mucho por España, siempre de incógnito. El sigilo con que se hacían estos viajes provocaría la denominación del príncipe fantasma o el omnipresente por los periódicos, ya que en un mismo día era visto en los puntos más lejanos de la geografía hispana. El más famoso de sus viajes tuvo lugar en 1895, siendo acompañado por Tirso de Olazábal (1842-1921). Este último escribiría Don Jaime en España, que pronto se podrá leer en la página de la Comunión. Para no ser reconocidos, ambos utilizaron nombres falsos, pero manteniendo las iniciales de sus nombres. Así quedaron como Juan de Battemberg y Tomás Ortiz. Estuvo a punto de ser reconocido muchas veces pero siempre escapaba airoso.


Al año siguiente, acompañado del Conde de Casasola se presentó ante el Zar Nicolás II en San Petersburgo, siendo nombrado Alférez en el Regimiento de Dragones de Louby nº 24. En sus años rusos, Don Jaime luchó en varios frentes: Afganistán, Manchuria, China… durante 14 años hasta la muerte de su padre, en 1909, cuando abandonó el ejército ruso para reclamar sus derechos.


En su recorrido por España, pasó unos días en Valladolid, estancia a la que hacemos referencia en esta bitácora:


Don Jaime en Valladolid, obra del artista vallisoletano Juan Toledano Vega.

En Valladolid nos hospedamos en el Hotel Continental de France, donde por cierto me conoció un sirviente, y en cuanto quitamos el polvo del camino nos echamos a la calle. Al salir del hotel nos metimos en el primer tranvía que encontramos y que nos llevó frente a la iglesia de San Pablo, cuya fachada, de gótico flamígero, es una de las cosas más notables de aquella ciudad. Visitamos después la catedral greco-romana, de últimos del siglo XVI, principiada por Herrera, concluida por Churriguera. Con uno de sus pilares se podrían hacer todos los de la incomparable catedral de León: ¡qué contraste!
Con detenimiento vimos el Museo; pero no pudimos formarnos idea exacta de lo que contiene, porque estaban haciendo una obra importante en la parte superior del edificio, y mientras ésta se termina, tienen amontonados abajo cuadros y estatuas que no valen mucho y ocultan lo bueno que hay. El Museo, casi en su totalidad, lo constituyen los despojos de los conventos. Hay tallas muy buenas de Cano y Berruguete y del guipuzcoano Arandia: algunos cuadros (no de los mejores) de Murillo, Ribera y Goya.


Al salir del Museo seguimos a un batallón que con música, cornetas y tambores iba a hacer el ejercicio: marchaban sus soldados con ese aire marcial propio de la infantería española y que agrada en gran manera a D. Jaime. Recorrimos el magnífico y espacioso paseo del Campo Grande, que ha sufrido gran trasformación en estos últimos años, y, en donde, según la tradición, tuvo comienzo el drama que terminó con la prematura muerte de D. Fernando el emplazado.
Recorrimos la ciudad, donde tantas Cortes y autos de fe se han celebrado, y al llegar a la plaza del Ochavo, don Jaime, en cuanto le dije aquí murió don Álvaro, exclamó:
Sí; y cuan admirablemente lo cuenta el Duque de Rivas:

Mediada está la mañana;
Ya el fatal momento llega,
Y D. Álvaro de Lima
Sin turbarse oye la seña.
Recibe la Eucaristía,
Y en Dios la esperanza puesta,
Que adorna gualdrapa negra,
Y tan airoso cabalga,
Sereno baja á la calle,
Donde la escolta le espera.
Cabalga sobre su mula,
Cual para batalla o fiesta.
Arriba á la triste plaza,
Que ha pocos días le viera
Tan galán en el torneo,
Con tal poder y opulencia.
Al pie del cadalso el reo,
De la alta mula se apea;
Fervoroso el Padre Espina
Con él sube y no le deja.
El Condestable sereno
El pie al Crucifijo besa.
De hinojos en la almohada
Se pone, el cuello presenta;
El religioso le grita:
«Dios te abre los brazos, vuela.»
El hacha cae como un rayo,
Salta la insigne cabeza.
Se alza universal gemido.
Y tres campanadas suenan.
Que hubieran muerto, de haberlas oído, al débil D. Juan II, fallecido al poco tiempo.
Tan universal fue, y en esta ocasión tan fundado, el gemido, que la memoria del valiente caballero, enterrado de limosna, fue rehabilitada: el Rey de Castilla cumplió la penitencia que le impuso el Papa, y los restos mortales del vencedor de la Higueruela descansan, regiamente, en la Catedral Primada.
De otros dos validos, también desgraciados, conserva recuerdos Valladolid; del Duque de Lerma, y del Marqués de Siete Iglesias, aquel D. Rodrigo, el cual según el picaresco Villamediana, en robar y en morir bien se parecía al buen ladrón y cuya muerte tranquila, pero que al vulgo antojósele orgullosa, dio origen a uno de nuestros refranes.


Díjome el Príncipe que quería asistir a la representación de la zarzuela La Verbena de la Paloma, que se verificaba aquella noche en el teatro de Lope de Vega. No me atreví yo a acompañarle, por temor de que alguno me conociera, lo cual hubiera comprometido quizá el éxito de la expedición, ni me parecía bien dejarle sólo. La llegada del inglés, de quien antes he hablado, resolvió esta dificultad: don Jaime fue al teatro en su compañía.


Aprovechando el momento en que fui yo a tomar los asientos para la función, el Príncipe dejó sólo al inglés y se marchó al Casino carlista[1]. Era mala hora y sólo halló seis ú ocho socios, con quienes entabló conversación diciéndoles que él era carlista y se hallaba de paso en la ciudad: díjoles que había querido comprar El Correo Español, pero que no le había podido encontrar, y ellos le proporcionaron inmediatamente dos números. Invitados por el Príncipe, y entre grandes protestas de entusiasmo, bebieron todos a la salud del Rey. ¡Cuál será el asombro de aquellos excelentes carlistas, cuando sepan que el que en tan breves momentos supo cautivarlos y atraerlos a sí era el Augusto Hijo del que con tanto amor aclamaban! ¡Cuántos, en cambio, sentirán no haberse hallado en el Círculo ese día, 8 de Junio, y a aquella hora!


[1] Seguramente ubicado en la Plaza Mayor.

Simancas tradicionalista