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Martin Ant
La tumba en Poblet del monje Wharton, antiguo masón
Para completar este capítulo, voy a contar un hecho curiosísimo con especial relación al ritualismo masónico que casualmente llegó a mi conocimiento.
Un día, en los años cincuenta, mi queridísimo amigo Martín Almagro, que aparece varias veces en estas Memorias, me dice que, encontrándose destinado en Londres, un personaje de la masonería le pregunta si es cierto que iban a sacar de su tumba al masón Wharton, enterrado en España.
Wharton fue un protestante inglés, residente en España, que en siglo XVIII introdujo y difundió en nuestra Patria la secta masónica, que organizó conforme al rito británico. Ya de avanzada edad abjuró de sus errores y convertido al catolicismo se hizo monje lego en Poblet, en donde pasó sus últimos años haciendo vida de rigurosa penitencia. Cuando falleció fue enterrado detrás del ábside, en el cementerio de legos. Una lápida recordaba su ejemplar conversión y la fecha de su muerte. Era enseñada como curiosidad a los visitantes del Monasterio.
Un conservador importante de Poblet, el Sr. Torda, recibió en diversas ocasiones, según conocimiento general en la población de Tarragona y otros lugares del territorio de la antigua Corona de Aragón, ofrecimientos de ayudas importantes para reconstruir el Monasterio, entonces en ruinas, si quitaba la repetida lápida y aventaba las cenizas del difunto allí enterrado.
Cuando se acometió la restauración del Monasterio tras la guerra civil -aproximadamente el año 1950- Franco giró una visita al Monasterio acompañado de algunos ministros, entre ellos el de la Gobernación Blas Pérez y otros colaboradores directos.
El abad que había comenzado a dirigir la nueva comunidad cisterciense establecida en Poblet, procedente de una Abadía del sur de Francia, se dice que fue quien recibió la orden de que la mencionada tumba desapareciese. El hecho es que bajo el mando del primer prior del Monasterio, al margen de toda supuesta implicación de las autoridades españolas, la lápida fue destruida y no queda rastro de la sepultura de Wharton. Ante preguntas sobre el caso, los monjes de Poblet contestan que había sido suprimida por orden superior para evitar los inconvenientes que suponía su presencia.
Al referir a otro fraternal amigo catalán, Notario de Madrid, Juan Vallet de Goytisolo, lo que me había contado Martín Almagro, muestra un gran interés y me dice que un gran amigo suyo y pariente, Pedro Gil Moreno de Mora, cuando murió, fue enterrado precisamente al lado de la tumba de Wharton que era conocida como “la del masón”, por lo que recabará información sobre el caso. Al poco tiempo me comunica que desde Barcelona le confirman que lo que yo le había contado era rigurosamente cierto y que, en Poblet, no quedaba ni rastro de los restos del “masón”.
Años después, visitando con Juan Vallet el Monasterio, me señaló un lugar:
- Allí estaba la tumba de Wharton.
No quedaba el menor vestigio de la misma.
Martín me había contado algo más. Un día había visitado el Monasterio como Comisario artístico de Cataluña. Comía con los monjes -yo también almorcé con ellos y con Martín Almagro en una ocasión, aquella vez nos dieron un plato extra y había que ver lo que era el resto de la comida, de tal frugalidad que parecía imposible que pudieran vivir con aquello-, y con ese carácter suyo tan abierto y campechano, le soltó al Prior:
- Hoy es el día de San Bernardo y no puede decirme una mentira. ¿Qué paso con los restos del masón?
Y el Prior respondió:
- Le voy a presentar al que lo hizo y él se lo explicará.
Llamó a un hermano lego y éste le contó cómo siguiendo órdenes del superior había retirado la lápida y las cenizas. Aunque no las había aventado. Se enterraron en un lugar secreto que sólo conocía él y el padre Prior. El deseo de la masonería, que aquel diplomático había contado a Martín, se había realizado en gran parte.
Paco Gomis habló también con un monje de Poblet que le corroboró el hecho y añadió que Franco no había estimado decoroso que los restos del fundador de la masonería española estuvieran en el atrio del monasterio y que debían retirarse de allí. Ese monje le dijo que los restos habían sido enterrados en la huerta de la comunidad. No se entiende bien el demérito que hacían al lugar sagrado las cenizas de alguien que, si bien había sido masón, terminó convirtiéndose y murió vistiendo el hábito del Císter. Cabe, sin embargo, la posibilidad de que Franco fuese un simple instrumento manipulado por la masonería y que tomara aquella determinación con la mejor de las intenciones. Pero el hecho permanece como clara muestra de venganza masónica contra una altísima jerarquía de la secta que la había abandonado.
Paco Gomis ignora si la desaparición de las cenizas de Wharton llevó aparejada una subvención del gobierno español al Monasterio.
Fuente: La frustración en la victoria. Memorias Políticas 1938-1942. Eugenio Vegas Latapie. Editorial Actas. Páginas 441-442.
El apartado pertenece al capítulo: LA MASONERÍA Y EL MOVIMIENTO NACIONAL.
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