Re: "Genio de España" y otros textos de Ernesto Giménez Caballero
VI. LA EXPERIENCIA TOTAL DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA
Cuando muchas gentes se preguntan el porqué del perdurar de la República y se asombran de que la República española adquiera como ''un ritmo tradicional'', se olvidan de que la República significa en estos momentos españoles la concentración intensiva de todos esos remedios de tres siglos de tradición arbitrista. Son tres siglos de experiencias parciales los que sustentan esta experiencia total que es la República española presente.
Si se cortara una sección de esta República -como se secciona una materia para someterla a análisis químico-, nos encontraríamos una contextura de vieja, lenta formación.
Todas las añosas creencias de que la salvación de España estaba en ''lo cultural'' -esa corriente que va desde el siglo XVIII hasta Giner de los Ríos- culmina en ese instrumento de prueba de las "Misiones pedagógicas", alma de la política cultural de la República, como señaló su ministro o servidor D. Fernando de los Ríos.
Todas las seculares suposiciones de que la salvación de España estaba en la ''economía interior" --que van desde Gracián hasta la ''despensa y escuela'' de Costa, culminan en todos esos proyectos militares, agrarios, laboristas, industriales y financieros que tienen sus sedes en los Ministerios de Guerra, Marina, Obras Públicas, Trabajo y Hacienda.
Todos los interesados cálculos de que la salvación de España estaba en "la libertad" -que van desde las Cortes de Cádiz hasta la trenza incombustible de Echegaray- culminan en ese separar Iglesia de Estado, mujer de marido, hijo de padre, cuyo asiento reside en el Ministerio de Justicia.
Todas las consabidas aseveraciones de que la salvación de España estaba en "la política indígena'' -que van desde Villalar hasta los estigmatizadores del austracismo y del borbonismo- culminan en la tónica socialista y demócrata.
La generación amortiguada
Todas las características de lo 98 parecen integradas en el volumen de la actual República española. ¿Verdad?
Todos los hombres del 1898, están como integrados en ella. Unamuno satisface su religión laica. Valle Inclán, su afán de tesoros. Baroja, sus figuras masónicas e intrigantes. Azorín, su entusiasmo por Francia. Benavente, su mordacidad sobre lo equívoco. Maeztu, su placer de ver embajadores a sus compañeros de bohemia. La generación filial tampoco rechista, si no es para breves rectificaciones, como Ortega. Para sonreír y fumar puros como Pérez de Ayala. Para hablar de anécdotas, de glosas y de recaídas, como d'Ors. Todas las características de lo 98 -parecen, sí- fundidas al volumen de la segunda República española.
Todas, menos una. Precisamente la fundamental, la generatriz de esa generación y de todas las generaciones espirituales que acompañan a los trece. 98 de España: esa, la del grito, la de la rebeldía, la de la disconformidad.
Causa asombro -y a veces asco- contemplar a tanta fiera espiritual como eran esas almas españolas, casi profesionales del grito, ahora sosegadas, adormiladas y beneplácitas, tumbadas a la sombra de la Historia española, sin más afán que ese triste, burgués, de consolidar, ahorrar y perdurar. Causa pena y -a veces- desprecio, contemplar su ya consumada y rápida vejez. Su falta repentina de alientos para gritar el gran grito, la mágica contraseña que vino a través de los siglos de boca en boca, y que era un simple: ¡NO!
Tampoco en los jóvenes se ve cundir esa consigna nacional revolucionaria, juvenil y hermosa.
Mi grito
Si yo me he atrevido a blandirla y la he pedido para mí como única herencia que deseo del 98, si yo gracias a ella me he creído y creo ''nieto del 98'', no es por vanidad ni por insensatez. Bastárame ver que el país dormía en la placidez canonjil de sus rectores, y mi grito se hubiera sofocado.
Pero es que este grito mío, de nieto del 98, vuelve una vez más a coincidir con el ansia secreta inédita e intrahistórica del país.
Es que el país cree también que esos remedios tradicionales de la cultura, de la libertad, de lo económico y del indigenismo terminan en el vacío; son como callejones de atrayente entrada, pero sin salida alguna.
Ve que la cultura no se reduce a pedagogía, Que la libertad es una teoría parlamentaria. Que lo económico es un mito adjetivo, pero no sustancial. Y que el indigenismo en España pudiera ser una oclusión para una vida internacional y ambiciosa.
Yo no niego la fatalidad de la República española. Quien vea bien el presente de España debe verlo en republicano. Debe estimar lo que se significa esa conciencia comunera y castellana que representa Manuel Azaña. (La mayor responsabilidad de una Monarquía es la de derivar a República. Así como la mayor excelencia de una República es la de ascender a Imperio.)
Pero de eso a aceptar como absoluto todo eI sistema mítico que ha puesto en práctica, va justamente mi discrepancia, mi ¡no! Ese sistema mítico y cuadrangular resultará tan heroico y urgente, tal vez, como el remedio tridentino de Loyola en el XVII. Pero como ése del tridentismo, opera sobre una trayectoria mortalmente herida.
¿Muere o resucita España?
España quiere ser nación de nuevo. Pero para pasar a un nuevo ideal de sobre-nación. Para afiliarse a un gran servicio humano, ecuménico y -por tanto- divino.
Es posible que la España republicana sea una España sucedánea a la de Primo de Rivera: es decir, un último esfuerzo por conservar siquiera la sombra del nombre, la sombra de una unidad y de una convivencia secular. Y es posible que tras esta experiencia última España se despeñe en una balcanización, en un medievalismo anárquico y desesperado, vigilado e intervenido por alguna gran protectora de Balcanes, como es Francia.
Pero es también posible que la España actual sea como aquella de Cisneros: una introducción al gran salto ideal. Una preparación enérgica para reanudar la grande y única tradición que tuvo España por los siglos de los siglos, la base de su afán auténtico y de su auténtica gloria: aquella de dar al César lo que era del César. Y a Dios lo que era de Dios. Genio de España.
Última edición por ALACRAN; 31/12/2020 a las 17:39
Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)
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