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Tema: Textos de Ramiro Ledesma contra el separatismo y por la unidad nacional

  1. #1
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    Textos de Ramiro Ledesma contra el separatismo y por la unidad nacional

    Entonces como hoy el problema y el diagnóstico sobre Cataluña era idéntico, estos textos de Ramiro Ledesma de 1931-32, cuando se aprobó y entró en vigor el primer Estatuto Catalán, podrían servir para hoy. El mismo perfil en los gobiernos blandos y cómplices de Madrid y los envalentonados y aprovechados de Barcelona:

    PROGRAMA DE LOS SEPARATISTAS CATALANES CONTRA LA GRANDEZA
    HISPÁNICA


    Hay que impedir que la disolución de España se lleve a efecto con música de aplausos, obligando a
    los disidentes a una actuación armada. A nosotros no nos importa la concesión de autonomías administrativas,
    pues esto favorecería quizá la eficacia del Estado. Pero sí denunciamos que no es eso, ni nada que se
    relacione con eso, lo que solicitan y quieren los separatistas. Existe todo un programa de asalto a la grandeza
    hispánica, al que colaboran los inconscientes de más acá del Ebro en nombre de la turbiedad democráticoburguesa,
    que concede libertades y disuelve pueblos. La política separatista se propone realizar sus fines en
    tres etapas. Una, la actual, encaramándose a los puestos de influencia de Cataluña, y desde ellos educar al
    pueblo en los ideales traidores. Otra, intervenir en la gobernación de España, en el Poder central, con el
    propósito firme y exclusivo de debilitar, desmoralizar y hundir la unidad de nuestro pueblo. Por eso decíamos,
    hace quince días, que no hay que prestar sólo atención a lo que los catalanes pretendan y quieran para
    Cataluña, sino más aún a lo que pretendan y quieran para España. Su segunda etapa consistirá, pues, en
    debilitar nuestro ejército, esclavizarnuestra economía, enlazar a sus intereses las rutas internacionales,
    propulsar los nacionalismos de las regiones, haciéndoles desear más de lo que hoy desean; lograr, en fin, que
    un día su voluntad separatista no encuentre en el pueblo hispano, hundido e inerme, la más leve protesta.
    La tercera etapa, cumplida en el momento oportuno, consistirá en la separación radical.

    Este plan lo hemos oído de labios de uno de los actuales mangoneadores de la Generalidad. Es digno y
    cobarde. Denota una impotencia ruin, pues si un pueblo desea y quiere la independencia, la conquista por las
    armas. Pero es que no se trata del pueblo, del magnífico pueblo catalán, sino de una minoría bulliciosa que
    sabe muy bien que no le obedecería el pueblo en su llamada guerrera. De ahí el plan, las tres etapas
    criminales que antes apuntamos.

    (13-VI-1931.)

    ****


    LAS TRAICIONES, LAS INCONSCIENCIAS Y LAS COBARDÍAS DE AQUÍ


    Desde luego, una vez conocida la impotencia de los núcleos separatistas, se comprende que
    necesiten y busquen la complicidad inconsciente de toda España. Hasta qué punto estará relajada en algunos
    la idea nacional, hay ejemplos a diario. Así, el discurso reciente de Ossorio y Gallardo—leguleyo nefasto a
    quien hay que impedir influya para nada en la República—en el Centro de Dependientes de Barcelona. Por las
    enormidades que dijo, calculamos los aplausos que se llevaría ese voraz picapleitos, una de las figuras más
    inmorales de la política española, por las razones que algún día diremos.

    Es comprensible, aunque errónea, la actitud de los separatistas. Pero la de esa opinión difusa que en el
    resto de España acoge con simpatía las aspiraciones desmembradoras, constituye una traición imperdonable.
    Es quizá uno de los más fuertes síntomas de que amenaza a nuestro pueblo un tremendo peligro de
    decadencia. Las juventudes y los españoles sanos debemos iniciar con toda rapidez la tarea de levantar y
    exigir a todos la fidelidad más pulcra a la España una e indivisible.

    Cataluña agradece esas traiciones y recoge de ellas el argumento máximo. Las contesta con falsa
    cordialidad, ocultando sus afanes íntimos, y de este modo introduce en España la atmósfera propicia que le
    "deje hacer" su plan. Véase cómo el cerebro elemental de ese poeta Gassol denunció en un minuto sincero los
    propósitos finales. Dijo textualmente, en Manresa, que él "ni era español ni quería serlo".

    Lo que interesa, sobre todo, destacar, es que los intereses separatistas de Cataluña se oponen a los
    intereses hispánicos, y que bajo ningún concepto puede España tolerar la fuga.

    (13-VI-1931.)

    ***




    ESPAÑA SE LEVANTARA CONTRA EL CRIMEN HISTÓRICO

    El máximo temor, insistimos, reside en que España se degrade hasta el extremo de apoyar y ver con
    simpatía la conspiración minoritaria de los separatistas. Si esto ocurre, es que España ce hunde sin remedio.
    Pero nosotros no creemos ni podemos creer nunca tal cosa. España se levantará como un solo hombre contra
    el crimen histórico. Y garantizamos que habrá sangre de sacrificio, la nuestra, y que los separatistas se verán
    obligados a luchar. Porque interceptaremos su camino con fusiles.
    ¡Viva la España una e indivisible!

    (13-VI-1931.)

    ****


    ERROR DEL "¡QUE SE VAYAN DE UNA VEZ!"

    Hemos de salir al paso de una tendencia peligrosísima que con toda ingenuidad acepta un buen
    número de españoles. Indignados por la perpetua perturbación catalanista, exclaman un: "¡Que se vayan de
    una vez!" Esa pobre solución haría el juego rotundo a los traidores. Constituiría el éxito radical de los
    quinientos separatistas que hoy imponen sus gritos a Cataluña por la cobardía y la debilidad del Gobierno de
    Madrid. Nada de permitirse las fugas. Un pueblo que permite la desmembración de su territorio y que otorga sin
    lucha patentes de nacionalidad a los núcleos insumisos, es un pueblo degradado, hundido en la vileza
    histórica, sin voluntad alguna de conservación. Eso de "¡Que se vayan de una vez!" es una blasfemia, en la
    que incurre de buena fe un gran número de ingenuos.

    El deber inflexible es otro. Cataluña no pertenece a un grupo de catalanes. Ni a la totalidad de catalanes
    siquiera. Pertenece, sí, a España, es España, y los catalanes tienen derechos en Cataluña sólo en tanto son
    españoles. Conspirar contra España es conspirar contra sus derechos en Cataluña, es despojarse de su
    cualidad de catalanes.

    Ni por sorpresa, ni por derecho, ni por las armas, consentiremos jamás la separación de Cataluña.
    ¿Conduce a eso una Revolución nacional, que debe tener como meta única la grandeza y la prosperidad de la
    Patria? ¿Se hace una Revolución para destruir la eficacia del pueblo, que es siempre eficacia de unidad?

    ¿Tolerará el coraje hispánico el suicidio de la Patria?

    Es urgente iniciar la formación de núcleos combativos que se decanten a la primera voz de alarma.
    Suplantar la debilidad del Gobierno con acción directa del pueblo, que tome a su cargo, como otras veces en la
    Historia, la defensa última de su propio honor. Que se enlace con el pueblo catalán sano, al que suponemos
    ajeno a la conjuración perturbadora de los perturbados.

    (20-VI-1931.)
    Última edición por ALACRAN; 13/12/2020 a las 13:09
    juan vergara y indomito dieron el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #2
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    Re: Textos de Ramiro Ledesma contra el separatismo y por la unidad nacional

    Hay que repetir que esto está escrito en 1931 no en 2020. El Estado español es el único animal del universo no ya que tropiece dos veces en la misma piedra catalana sino encantado de tropezar en ella tres, cuatro veces y las que hagan falta eternamente. Es una piedra sagrada que tiene la virtud de dar mayor prestigio democrático al mesetario que más tropiece.

    "EL ESTATUTO SEPARATISTA DE CATALUÑA

    Ya conoce toda España el Estatuto elaborado en Cataluña. Pues bien, esa consigna cobarde de "no
    crear conflictos a la República" ha interceptado sin duda las protestas. Así acontece el absurdo de que se
    invoque esa consigna para detener nuestras campañas contra el separatismo, y no se le ocurre, en cambio, a
    nadie, invocarla con más oportunidad para que en Cataluña contengan sus exigencias hasta que se consolide
    la República. Si es un peligro para la República el Estatuto de Cataluña, ¿no lo es también, y primordial, el
    hecho de que ese Estatuto se presente? Asistimos a una ola de cobardía que amenaza apoderarse de la
    situación política de nuestro país. Se eluden los problemas, aceptándolos tal y como se presentan, sin
    someterlos a disciplina nacional. El centenar escaso de personas que controla hoy los puestos directores es
    capaz de otorgar las concesiones más graves con tal de que desaparezca de su ruta una dificultad levísima.

    En un momento así presentan su ultimátum los separatistas de Cataluña. Hasta hace un par de semanas
    creíamos en la posibilidad de que las Cortes rechazasen con indignación ese Estatuto, que equivale a una
    desmembración del territorio nacional. Hoy nos tememos que el crimen histórico sea consumado y que los
    traidores, de espaldas a los intereses de la Patria, firmen la disolución de nuestro pueblo. Porque es preciso
    llevar a la conciencia de todo español que no se trata de una simple autonomía regional dentro del Estado, sino
    de reconocer una nacionalidad, una soberanía política frente a la soberanía española. El Estatuto se despoja
    tan sólo de las atribuciones molestas y acumula para el Estado (¡ !) catalán el control de todo lo que constituye
    la actividad fecunda de un pueblo: Enseñanza, Justicia, tributación, poderes gubernativos, incluso el Ejército,
    pues no se olvide su reclamación de que se nutran de catalanes los regimientos de Cataluña (Tabores de
    policía indígena, como si dijéramos, al mando de oficiales españoles).

    Asistimos, pues, al triunfo del criterio separatista. Pero lo más grave del episodio no es, a la postre, la
    independencia de Cataluña, sino que ello se realice y consiga a costa de la vitalidad española. La cobardía
    gobernante ignora, a pesar de la estrategia de que presume el señor Azaña, que es facilísimo detener la
    audacia de los perturbadores. Existe un plan, ideado por los separatistas, para lograr sus anhelos íntimos de
    independencia. Sería suficiente bloquearlo con energía.

    Acerca de este plan traidor, escribíamos hace más de un mes:
    "
    Existe todo un programa de asalto a la grandeza hispana. La política separatista se propone realizar sus
    fines en tres etapas. Una, la actual, encaramándose a los puestos de influencia en Cataluña, y desde ellos
    educar al pueblo en los ideales traidores. Otra, intervenir en la gobernación de España, en el Poder central,
    con el propósito firme y exclusivo de debilitar, desmoralizar y hundir la unidad de nuestro pueblo. Por eso
    sostenemos que no hay que prestar sólo atención a lo que los catalanes pretendan y quieran para Cataluña,
    sino más aún a lo que pretendan y quieran para España. Su segunda etapa consistirá, pues, en debilitar
    nuestro Ejército, esclavizar nuestra economía, enlazar a sus intereses las rutas internacionales, propulsar los
    nacionalismos de las regiones haciéndoles desear más de lo que hoy desean; lograr, en fin, que un día su
    voluntad separatista no encuentre en el pueblo hispano, hundido e inerme, la más leve protesta.
    "La tercera etapa, cumplida en el momento oportuno, consistirá en la separación radical
    ."

    Estamos, pues, ante un caso de defensa nacional. Nosotros pedimos que si el Gobierno no se atreve a
    hacer frente a la auténtica gravedad del episodio de Cataluña, recurra al pueblo, que éste sabrá defender con
    las armas la intangibilidad del territorio patrio.

    Falta esta prueba a los catalanes separatistas: la del heroísmo. Carecen de ejecutorias guerreras, y por
    eso el resto de España debe obligarles a batirse.

    Por nuestra parte, tenemos muy cercano el síntoma de que se les defiende bien aquí: Una maniobra
    policíaca del Director de Seguridad me envía a la cárcel, sin intervención del juez, como preso gubernativo, por
    el nefando delito de defender la integridad del Estado. Ya llegará el momento de nuestra justicia y la
    persecución implacable de los traidores, que no vacilan en obedecer las órdenes de Maciá, esto es, del
    enemigo iracundo contra LA CONQUISTA DEL ESTADO, por la irreductibilidad de nuestro gesto.
    Todo esto conduce a la afirmación de que es precisa una segunda etapa revolucionaria. Con la máxima
    urgencia debe arrebatársele el Poder a las actuales oligarquías, que no tiemblan ni ante la probable ruina de la
    Patria. El pueblo se sabe ya defraudado y no será difícil movilizar sus ímpetus contra esta situación
    escandalosa, que para colmo de descrédito procede con despotismo monárquico para abogar las voces
    disidentes.

    La ruta a seguir frente al separatismo no puede ser otra que ésta: debe desmenuzarse su Estatuto en las
    Cortes y disminuir sus pretensiones en un 80 por 100. Para ello es suficiente un acuerdo de las fuerzas de
    Lerroux, las socialistas y derecha republicana. E imponer con energía la decisión de las Cortes. Es decir,
    entregar el pleito a la decisión suprema de la violencia.

    (Cárcel Modelo. 25-VII-1931.)
    Última edición por ALACRAN; 13/12/2020 a las 13:33
    juan vergara dio el Víctor.
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    Re: Textos de Ramiro Ledesma contra el separatismo y por la unidad nacional

    LA UNIDAD NACIONAL (Mayo de 1931)


    I.-BREVES COMENTARIOS AL PASADO

    FRENTE A LAS INTERPRETACIONES DE LA DECADENCIA ESPAÑOLA

    Que en España no van bien las cosas, al parecer desde tiempos remotos, lo saben ya los españoles
    desde que nacen. Hay y existen mil interpretaciones, mil explicaciones, acerca de los motivos por los que
    España camina por la Historia con cierta dificultad, con pena y sin gloria. Es hora de renunciar a todas ellas.
    Son falsas, peligrosas, y no sirven en absoluto de nada. Bástenos saber que sobre España no pesa
    maldición alguna, y que los españoles no somos un pueblo incapacitado y mediocre. No hay en nosotros
    limitación, ni tope, ni cadenas de ningún género que nos impidan incrustar de nuevo a España en la
    Historia universal. Para ello es suficiente el esfuerzo de una generación. Bastan, pues, quince o veinte años.

    LA LEJANÍA HISTÓRICA

    Mucho hay que andar hacia atrás en el camino de la Historia para encontrar victorias plenas y pulsos
    firmes. Renunciamos a andar con exceso tal camino. Porque si para la actitud de despego hacia esa larga e
    inacabable zona histórica de la liquidación nos es suficiente barruntar o sospechar que ha existido, también
    para la actitud admirativa y de orgullo por horas magníficas de nuestra propia raza nos basta sospechar
    asimismo que han tenido, en efecto, realidad formidable algún día. Aparte de que no es en la Historia, en el
    pasado histórico, donde hemos de dar nosotros la batalla. Necesitamos, si ésta ha de ser eficaz, enemigos
    cercanos y concretos. Por eso, en vez de remontarse España atrás, en busca del hecho fatídico, el hombre
    culpable o las ideas virulentas a quienes imputar las responsabilidades por la Patria deficiente que hoy
    tenemos, nos corresponde percibir y descubrir los hechos, los hombres y las ideas de esta misma hora.
    En otro caso, correremos el peligro de luchar contra fantasmas y contra enemigos ilusorios, lo que nos
    convertiría a nosotros también en fantasmas y en repugnantes desertores.

    LA DIMENSIÓN HISTÓRICA

    La dimensión histórica es, por fortuna, inesquivable. Saberse nacido en el seno de un gran pueblo,
    en el que gentes de la misma sangre que uno, poco más o menos igualmente dotados que uno, realizaron
    empresas de relieve histórico formidable, es, sin ninguna duda, un ingrediente de gran fertilidad. Se tiene
    así la certeza de moverse en el círculo de las ambiciones legítimas, y de que sólo es cuestión de ingenio,
    de heroísmo y de voluntad el atrapar de nuevo las riendas del triunfo...
    Última edición por ALACRAN; 19/12/2020 a las 00:16
    juan vergara dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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  4. #4
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    Re: Textos de Ramiro Ledesma contra el separatismo y por la unidad nacional

    ... LA HORA DEL IMPERIO Y LA DE LA DERROTA

    España culmina a mediados del siglo XVI. Recogía entonces las ventajas de haber hecho su unidad
    nacional. Había descubierto América y realizado en gran parte su conquista. Tenía las instituciones más
    eficaces de la época. Disponía de una tarea gigantesca, formulada a base de conjugar los dos más poderosos
    resortes de la Historia: la fe religiosa y el Imperio. España descubría y conquistaba territorios con la cruz en la
    mano y los ganaba para la fe católica, contribuyendo ésta luego a hacer sólidas las conquistas y a nacionalizar
    a los nuevos súbditos con el sello profundo de la fe.

    El espectáculo que ofrece España desde 1492 a 1588 es de una grandeza difícilmente lograda por
    pueblo alguno en ninguna época. Se produjo en nuestro suelo una revolución auténtica. La que hizo posible el
    paso de un pueblo particularista, recién salido de un largo pleito local como en realidad fué la Reconquista, a
    un pueblo de preocupación universal, navegante, colonizador, ambicioso. El Imperio de Carlos I hizo posible,
    no sin grandísimo esfuerzo, toda esa enorme trasmutación. Tuvo que producirse en España el hecho de venir
    de fuera de ella un joven Rey, enraizado de una parte con la tradicional dinastía de Castilla, pero revestido a la
    vez de características profundamente extrañas, para que el pueblo español adoptase el perfil imperial y
    poderoso que requerían los tiempos.

    La España comunera—con muchas pequeñas razones de su parte—fué la manifestación reaccionaria
    que se produjo contra el hecho verdaderamente revolucionarioy magnífico del Imperio. Triunfó, no sin superar
    humillaciones y dolores: el episodio de la rapacería de los primeros acompañantes del César, la añoranza de
    las viejas libertades, etc., etc.

    Pero eso es la entereza y el precio que pide y exige la Historia a aquellos a quienes encarga que actúen
    de impulsores, de conductores y creadores mundiales. Si triunfan los comuneros en Villalar e imponen a Carlos
    I un reinado "nacional" y estrecho, todo el gran siglo XVI español se hubiera quizá frustrado. No habría podido
    llevarse a cabo la obra de los conquistadores, y menos aún,claro, hubiera existido proyección victoriosa de
    España sobre Europa. La pugna entre los comuneros y el concepto imperial de Carlos V, es quizá el primer
    hecho que se produce en nuestra Patria representativo de una profunda dispersión, de una ruptura nada
    fácilmente soldable, entre dos porciones de España por una distinta manera de entender el destino histórico de
    los españoles.

    Todo lo grande, rápida y triunfal que fué la elevación de España, fué luego también de vertical su
    descenso. Porque no se crea que éste se efectuó a lo largo de una decadencia de vasta duración. No. La
    decadencia se produjo en las instituciones dirigentes—Monarquía e Iglesia—a comienzos del siglo XVII y
    alcanzó al espíritu y al ánimo del pueblo muy poco más tarde. Desde entonces hasta hoy, en España no ha
    habido decadencia propiamente dicha, sino más bien ausencia, apartamiento real de la Historia.

    Y hasta deberá quizá decirse, camaradas, que no es tampoco el de decadencia el término que
    corresponde a la hora descensional de España. Al hablar de un pueblo que decae parece indicarse que eso le
    acontece y ocurre en virtud de causas internas, procedentes de él, y como un fenómeno en cierto modo natural
    de vejez. Conviene reaccionar contra este juicio aplicado a eso que se ha llamado la decadencia de España.

    Nuestra Patria, y esto, lejos de convenir que sea ocultado, creo por el contrario que conviene repetirlo mucho,
    FUE VENCIDA. En la historia de España desde el siglo XVII acá no hay nada raro ni difícil de entender:
    ESPAÑA FUE DERROTADA, VENCIDA, POR IMPERIOS RIVALES. Esos imperios tenían un doble signo:
    económico, comercial, material. Uno, el de Inglaterra. Moral, espiritual, cultural, otro: el de la Reforma. ¿Pero
    se le ocurriría a alguien la actitud criminal de dar la razón a los vencedores?

    España, por las causas que fueren, no consiguió atrapar el imperio complementario a aquel que era su
    fuerza y su gloria durante el siglo XVI. Ese imperio complementario, y que si ella no lo conseguía tenía
    necesariamente que caer en manos de otros, era el de ser el pueblo impulsor de la revolución económica que
    ya entonces se preveía. Perdió España la oportunidad de ser el pueblo pionero de la nueva economía
    comercial, burguesa y capitalista, y ello la desplazó asimismo del predominio, dejándola sin base nutricia, sin
    futuro.

    Pues no se manejan impunemente ciertos instrumentos, y lo que conduce de la mano a España a la
    derrota es su casi exclusiva vinculación a valores de índole extramaterial e incluso extrahistórica. Desde la gran
    reforma de la Iglesia hecha por los Reyes Católicos, España, el poder español, utiliza la fe religiosa como uno
    de sus instrumentos más fértiles. España pagó en buena moneda los servicios que el catolicismo prestó a su
    Imperio. Pues gracias a España, al genio español, visible y eficaz tanto en el Concilio de Trento, con sus
    teólogos, como en los campos de batalla, bajo el pendón de la cruz católica, el catolicismo ha sobrevivido en
    Occidente, esperando en Roma una nueva coyuntura de aspiración a la unidad espiritual del mundo. Sin
    España, sin su siglo XVI, el catolicismo se habría quizá anegado, y la vida religiosa de Europa estaría
    representada en su totalidad por un conjunto de taifas nacionales más o menos cristianas.

    España, repito, fué vencida. Sólo se alcanza la categoría de vencido después de haber luchado, y eso
    distingue al vencido del desertor y del cobarde. Después de su derrota histórica, España no ha tenido que
    hacer en el mundo otra cosa que esperar sentada. Se ha vivido en liquidación, pues la hora culminante fué
    también próvida en riquezas espirituales y territoriales, que sirvieron luego a maravilla para una larga
    trayectoria de generaciones herederas y dilapidadoras. Poco a poco el imperio territorial fué naturalmente
    desintegrado, restituido el pueblo a su pobre vida casera, apartado de las grandes contiendas que en el mundo
    seguían desarrollándose. El pueblo ha seguido en su sitio, fiel a su nacionalidad, que defendió en la Guerra de
    la Independencia contra los ejércitos más poderosos de Europa, y extraño a otra ilusión que la de que se
    administrasen bien sus últimos y misérrimos caudales. No perturbó lo más mínimo el proceso liquidador con
    revolución alguna. Siguieron las instituciones. Bastante hicieron quizá éstas, en medio de las dos centurias de
    depresión, con conservar intacto el solar de la Península. No sin peligros.

    A mediados del siglo XVII, ya corría por Europa un plan de desgajamiento y balcanización del territorio peninsular.
    Europa tiraba de Cataluña. Llegó a haber allí virreyes franceses. Se logró no obstante vencer ese proceso canceroso
    y se conservó la unidad de España. Ha sido la única victoria desde la culminación del Imperio. Aunque empalidecida
    en el Oeste con la no asimilación de Portugal y avergonzada en el Sur con Gibraltar en manos de Inglaterra...

    Última edición por ALACRAN; 19/12/2020 a las 00:22
    juan vergara dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Textos de Ramiro Ledesma contra el separatismo y por la unidad nacional

    ... LA PUGNA ESTÉRIL DEL SIGLO XIX

    En todo el siglo XIX se representa el doble drama de unas fuerzas que trataban de resucitar y
    defender la tradición de España, desconociendo de hecho su antecedente, el Imperio, y de otras que
    pretendían liberarse de esa tradición, inaugurando un futuro revolucionario. Ni las primeras podían restaurar en
    serio la antigua grandeza española ni las segundas hicieron revolución de ninguna clase.

    Los españoles se polarizaron a lo largo del siglo XIX en torno a esas dos irreductibles fórmulas,
    defendidas con tal tesón y tal tenacidad que ambas han sobrevivido a través de cien años de luchas mutuas,
    sin que ninguna de ellas haya rendido las armas y sin que ninguna haya asimismo triunfado en sus afanes.
    Lo primero que debe observarse en las luchas políticas del siglo XIX es que no son propiamente políticas,
    sino más bien luchas religiosas. Contemplándolas a distancia, las advertimos de esterilidad irremediable. Los
    defensores de la tradición no podían representar para España otra perspectiva que la de seguir guardando
    intacta la reserva española, si así puede decirse, y los otros, los seudorrevolucionarios, sólo hubieran
    representado de veras un papel histórico positivo si su triunfo se hubiese dirigido a hacer entrar al pueblo
    español en el orden de las nuevas posibilidades que ofrecían al mundo la cultura técnica, la mecanización
    industrial y el nacionalismo vigoroso correspondiente a una burguesía numerosa y rica.

    Fueron, repetimos, luchas religiosas, si bien efectuadas en el plano político, es decir, no entre dos
    religiones positivas diferentes, como sería lo natural, sino entre quienes eran católicos—al modo, claro, que
    habían sido siempre católicos los españoles, desde el Estado y a través del Estado—y quienes no lo eran o lo
    eran con mucha tibieza. Por eso, la pugna se desarrolló en torno al clero más que en torno a los dogmas. De
    un lado, clericales. De otro, anticlericales.

    Las dos facciones que lucharon a todo lo largo de la centuria eran incapaces de obtener de su victoria
    eficacias plenas. La España tradicional, católica, apiñada junto a las iglesias, no podía aspirar sino a una
    actitud estática, de conservación, de defensa. Los otros, los desprendidos, como actuaban en un país de
    formas económicas muy retrasadas, se enredaron en una serie de doctrinarismos abstrusos que bordeaban
    hasta la traición nacional, y no consiguieron la colaboración de las masas populares. Como consecuencia de la
    incapacidad de unos y otros, la única línea permanente vino a ser la serie inacabable de pronunciamientos
    militares, resultando así el ejército, más que un organismo para hacer la guerra, un vivero de políticos y
    estadistas: Espartero, O'Donnell, Narváez, Serrano, Prim, etc., etc.

    España necesitaba con urgencia de un período en que las dos banderas decimonónicas entrasen como
    el Guadiana en una vía subterránea. Después del fracaso de ambas, esto es, después de que la España
    tradicional y católica no clavó de un modo triunfal su fanatismo en el palacio de Oriente, en forma de un ideal
    guerrero y misionero, de expansión y de fuerza, y después de que la España disconforme se declaró incapaz
    de enarbolar un ideal nacional, de tipo violento y jacobino, sobre el que asentar una sociedad nueva y unas
    instituciones nuevas, ambas tendencias merecían por igualque se las desarticulase y expulsase del reino de
    las posibilidades políticas. Aquellos propósitos no fueron ni apenas ensayados. Las dos carecían además de
    sentimientos nacionales firmes. Para los unos, la tradición y el patriotismo consistían en defender fueros,
    reivindicaciones religiosas, formas de vida local y familiar, es decir, siempre porciones, parcialidades. Para los
    otros, lo revolucionario estaba vinculado a la libertad de imitar, a la gravitación rapaz de las ciudades contra los
    campos, etc. (Señalemos en el liberalismo español del siglo XIX un valor fecundo: su sentido de la unidad de
    España.)


    LA RESTAURACIÓN

    Todo eso dio de bruces en la Restauración. Este régimen fué una pura consecuencia del doble fracaso
    que supuso para España todo el largo y turbulento fracaso a que nos hemos referido. La Restauración
    tenía ante sí una misión histórica bien clara: anegar las dos estériles corrientes cuyo fracaso terminaba de ser
    experimentado, y poner a España en condiciones de producirun ideal nacional nuevo,extraído naturalmente
    de su propio genio, y apoyado en formas sociales distintas a aquellas que habían servido de soporte a las
    viejas luchas. Para ello tendría que vivir como al margen de la vida nacional, sin apoyarse desde luego en ella
    ni contrariándola.

    La Restauración nacía, pues, bajo el signo de la paradoja. Así resulta que la Monarquía constitucional, la
    vigencia de la Constitución llamada del 76, iba a ser un período eficaz y fecundo en el grado mismo en que
    lograse sostenerse sin apelar a la realidad nacional. Se tenía entonces por evidente que esta realidad era
    desastrosa. Fué el momento de Cánovas. Este político, edificador y orientador máximo de la Restauración, se
    puso a la tarea provisto de los dos ingredientes más oportunos para la labor que tenía delante: un escepticismo
    radical y un cierto sentido del Estado.

    Los políticos de la Restauración no tenían fe alguna en España ni en los españoles. Decían que España
    carecía de pulso. Decían que español era quien no podía ser otra cosa, y así sucesivamente. Es verdad que
    nada ocurría en España que desmintiese tales imputaciones. En esa situación, ¿qué podía suceder? La
    contestación es bien sencilla: o España extraía de su seno energías verdaderas con las cuales vigorizar aquel
    recipiente vacío que era el Estado constitucional canovista o se descompondría de un modo irremediable. Esas
    energías nuevas podían seguir dos derroteros: uno, el que las condujese hacia arriba, hacia el Estado,
    vigorizándolo y nutriéndolo; otro, el que las situase revolucionariamente contra él.

    La Restauración tuvo desde luego éxito en uno de sus propósitos, el de permanecer. Duró cincuenta
    años. Medio siglo es un período de tiempo suficiente para que un pueblo o un régimen descubran, bien la
    culminación de su triunfo, bien el estrépito de su fracaso...
    Última edición por ALACRAN; 19/12/2020 a las 00:25
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Textos de Ramiro Ledesma contra el separatismo y por la unidad nacional

    ... BAJO EL REINADO DE ALFONSO XIII

    El reinado de Alfonso XIII—por notoria y personal voluntad del Rey—fué un forcejeo continuo por
    dotar a la Monarquía constitucional de bases de sustentación. Ese forcejeo aparece en su política militar
    (vigorización del Cuerpo de oficiales con una cierta conciencia y entusiasmo por la unidad de España y su
    grandeza); aparece también en la expansión marroquí, como posible suelo donde pudiese crecer con alguna
    lozanía el optimismo nacional; en la tentativa de Maura por sustituir la base anómala,caciquil, del Estado por
    un apoyo sincero de lo que él denominaba la ciudadanía:en el propósito de elevar el ritmo de la
    industrialización del país, superando así el único sostén agrario y terrateniente del régimen.

    Fuera del Estado y contra el Estado, las ideas y los grupos que operaban bajo un signo revolucionario
    construyeron sus tiendas de modo bien sencillo: recogieron los residuos ideológicos de sus antecesores del
    siglo XIX, orientaron en sentido crítico toda la vida intelectual de España, socavaron el espíritu militar naciente,
    alimentaron las tendencias disgregadoras y autonomistas, hicieron derrotismo integral en torno a Marruecos y
    mantuvieron una cierta tibieza e ignorancia hacia toda idea nacional o sentimiento de la Patria.

    Además, surgieron las organizaciones obreras, desarrollándose al ritmo mismo de la industrialización,
    naturalmente con un sentido de clase y una doctrina concordante en todos los aspectos prácticos con los
    anteriores enunciados.

    En 1923, fecha final de la vigencia constitucional de la Restauración, España tenía ante sí dos fracasos:
    el del Estado, el del régimen, que seguía sin haber ampliado lo más mínimo sus bases de sustentación, y el de
    los núcleos enemigos y contrarios al Estado, que no habían producido tampoco lo único que entonces hacía
    falta: un frente de sentido nacional, con angustia verdadera por los destinos históricos de la Patria española y
    por los intereses inmediatos y diarios de todo el pueblo.La salvación hubiera estado ahí, sobre todo si disponía
    de la intrepidez suficiente para acampar con toda audacia en el seno mismo del régimen, aun con este
    dubitativo propósito: el de hacerlo explotar si le alcanzaba la podredumbre misma del sistema o el de utilizarlo y
    conservarlo patrióticamente si su permanencia era valiosa.

    LA DICTADURA

    Como desde fuera no llegó ese remedio, el Rey lo extrajo del seno mismo del Estado: apeló al
    Ejército. Comienza así la dictadura militar de Primo de Rivera, cuyo defecto originario era ése, el de no venir ni
    proceder de una realidad nacional, de una acción directa nacional recogida o aceptada por el Rey. Venía y
    procedía del Estado mismo, y en cierto modo a continuar el sentido de la Restauración, a proporcionar a
    España un nuevo margen histórico, a ver si ocurría que cobrase o recobrase su conciencia de pueblo unido,
    ambicioso y de gran futuro.

    Pero con la dictadura el Estado ponía proa hacia el camino de los desenlaces. Hacia las horas decisivas.
    Pues si no lograba de veras robustecer y hacer más consistentes los derroteros oficiales del régimen, éste se
    hundiría, aunque en frente y en contra suya no se alzase nada respetable ni profundo.

    La dictadura militar aceleró el ritmo material, industrial de España. Logró la adhesión casi unánime del
    país, sobre todo en lo que éste tenía de opinión madura, sensata y conservadora. Alcanzó asimismo un éxito
    notorio en Marruecos. Duró casi siete años. Y a lapostre murió agotada, deshecha, de muerte natural, de
    vejez. La dictadura murió de vieja a los siete años. Como el período constitucional que la precedió murió
    asimismo de viejo a los cincuenta años de nacer.

    Primo de Rivera proporcionó a España siete años de paz—¡siempre la paz!—, durante los cuales tuvo
    lugar un auge económico verdadero, pero no hizo reforma agraria alguna—Seguía en el fondo la propiedad
    agraria constituyendo la base principal del régimen—y no consiguió nunca la colaboración de las juventudes, a
    pesar de coincidir con la época de ía dictadura el momento en que aparece por primera vez en España una
    conciencia juvenil operante, y a la que había precisamente que substraer al morbo disociador, antinacional y
    negativo.


    EL GOBIERNO DEL GENERAL BERENGUER

    La dictadura militar fué substituida por el Gobierno del general Berenguer, lo que venía a significar un
    intento de restaurar de nuevo la Restauración, en su signo antiguo, constitucional y ortodoxo. El fracaso fué
    fulminante, irremediable. Sirvió para que a toda prisa, en una atmósfera liberal, propicia y suave, se organizara
    la caída del régimen monárquico y su substitución por la República...
    Última edición por ALACRAN; 19/12/2020 a las 00:28
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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    Re: Textos de Ramiro Ledesma contra el separatismo y por la unidad nacional

    LA REPÚBLICA. EL 14 DE ABRIL

    El fenómeno del 14 de abril de 1931, la proclamación de la República, inaugura la situación en que
    nos encontramos hoy, la realidad misma sobre la que ahora tienen que operar las juventudes, y por eso es de
    suma importancia que percibamos debidamente su sentido.

    Las grandes masas, las grandes mayorías electorales que votaron la República, llevaron al poder, no a
    unos hombres, a unas ideas y a una realidad política surgidas y emanadas de ellas, como un producto suyo,
    coherente, disciplinado y eficaz, sino que lo facilitaron a unos grupos, unas ideas y unos hombres que en aquel
    momento representaban, entre otras cosas, la oposición alviejo sistema monárquico de la Restauración y de la
    dictadura.

    Realmente, el 14 de abril de 1931 dio el poder a todo ese cortejo lacrimoso, crítico y disconforme que
    desde tiempos muy añejos y remotos venía siguiendo de cerca los pasos desafortunados y vacilantes de la
    España oficial y tradicional. Reconocer esto es de gran importancia porque significa que el movimiento
    republicano que dio vida a la Constitución de 1931 no era una superación de las pugnas antiguas, no
    representaba una aurora de algo nacional y nuevo, sino que se nutría casi por entero de una actitud ya
    ensayada, bien conocida, de signo decimonónico y perteneciente al mismo proceso político de la Restauración.

    La similitud de las dos fechas, 13 de septiembre de 1923 y 14 de abril de 1931, salta a la vista de un
    modo notorio. En ambas el pueblo español desertó de su deber de henchirlas con su signo propio, y quedó
    pasivamente al margen. El 13 de septiembre el pueblo español demostró parecerle una cosa excelente que un
    general o quien fuese, hiciera por él algo que de verdad creía necesario: barrer las pandillas caciquiles de la
    Restauración. En 1931, en vez de dar paso triunfal a un movimiento propio, encarnación de una hora histórica
    tan solemne como la del derrumbe de la Monarquía, actuó también desde fuera, como comparsa, y concedió
    un ancho crédito a las personas, los grupos y las ideas que hacía más de sesenta años venían ofreciéndose
    sin éxito a la consideración política de los españoles.

    La única fecundidad del 14 de abril consistió tan sólo quizá en permitir que esas personas, esos grupos y
    esas ideas saliesen de su tradicional y roedora actitud crítica para descubrir y exhibir desde el Poder sus
    portentos. Yo les asigno esa misión, que equivale realmente a la posibilidad de conocer, al fin, el segundo
    hemisferio de la luna. Su victoria, pues, está dentro del viejo y tradicional sistema. Fué lograda en virtud del
    mismo estilo polémico que puede reconocerse literalmente en las pugnas y polémicas del siglo xix. Victoria, en
    el fondo, de signo y carácter turnante.

    El 14 de abril de 1931 es, pues, el final de un proceso Histórico, no la inauguración de uno nuevo. Eso
    es su esencial característica, lo que explica su fracaso vertiginoso y lo que incapacita esa fecha para servir de
    punto de arranque de la Revolución nacional que España hará forzosamente algún día.

    En efecto, los grupos triunfadores en abril aportaban unos ingredientes de tal naturaleza que podía
    esperarse de ellos todo menos esto: una victoria nacional de España. ¡Ah! Si el 14 de abril se produce al grito
    de ¡Viva España!, el hecho revolucionario hubiera sido cosa distinta, y representaría evidentemente la fecha
    inauguradora de la Revolución nacional. Pero claro que no se hizo así, y si pasamos revista a los propósitos de
    las diversas fuerzas que dieron vida y realidad a esa fecha, nos encontramos además con que no podía
    hacerse así. Ni uno solo de los varios grupos del 14 de abril actuaba con el propósito de convertir la revolución
    en Revolución nacional. Ese fué el fraude y ese fué a la postre también el germen disociador de la República
    naciente.

    * * *

    Una Revolución nacional, el 14 de abril, tenía que haber representado para España la garantía de que
    precisamente todo lo que la vieja Monarquía ya no garantizaba iba a ser mediante ella posible: tenía que
    representar, frente a los tirones separatistas de Cataluña y Vasconia, la unificación efectiva de todo el pueblo.
    Frente a las dificultades en que se debatía la Monarquía para que tuviese España un Ejército popular y fuerte,
    su creación fulminante. Frente a la dispersión moral de los españoles, su unificación en el culto a la Patria
    común. Frente a un régimen agrario de injusticia inveterada (no se olvide que los terratenientes, como hemos
    dicho y repetido, habían sido desde muy antiguo el sostén único de las viejas oligarquías), la liberación de los
    campesinos y la ayuda inmediata a todos los pequeños agricultores. Frente a una industrialización de signo
    modesto, un plan gigantesco y audaz para la explotación de las industrias eléctricas y siderúrgicas. Frente a la
    despoblación del país, una política demográfica con tendencia a duplicar la actual población de España. Frente
    al paro y la crisis, la nacionalización de los transportes, la ayuda a las pequeñas industrias de distribución y el
    incremento rápido del poder adquisitivo del pueblo. Frente a una España satélite de Francia e Inglaterra, una
    política internacional vigorosa y firme, de independencia arisca.

    Eso hubiera sido una Revolución nacional, y todo lo contrario que eso fué, sin embargo, el 14 de abril de
    1931.

    Las perspectivas nacionales de esa fecha eran y tenían que ser por fuerza una cosa ilusoria, pues
    los intelectuales que le daban expresión representaban una tradicional discrepancia con el sentido
    histórico de las instituciones a quienes la unidad se debía en su origen, llegando así al absurdo de creer una
    equivocación nuestra historia entera. Los grupos disgregadores que influían y sostenían el régimen naciente
    desde la periferia española carecían naturalmente de una preocupación integral y total de España. Los
    marxistas eran ajenos por naturaleza al problema. Los viejos partidos demoliberales, como el radical,
    representaban la debilidad, la transigencia, el pacto. ¿Quién, pues, iba a dar a la revolución de abril un
    contenido nacional y quién iba a trabajar en su seno por extraer de ella consecuencias nacionales históricas?

    El 14 de abril nacía, pues, incapacitado, tarado, para obtener de él una vigorización nacional de España.

    * * *

    Ahora bien, reconocido eso, aceptada esa limitación,¿encerraba, en cambio, el 14 de abril perspectivas
    fecundas de convivencia social entre los españoles? O lo que es lo mismo, cercenada toda salida nacional,
    toda tendencia de la revolución a hacer de España ante todo una nación fuerte y vigorosa, ¿se logró, por lo
    menos, una ordenación social más grata para todos los españoles y una aceptación entusiasta por parte de los
    trabajadores, de los obreros, a la misma? La contestación no admite dudas: en absoluto.

    Pues hubo tres insurrecciones populares. Y hubo, sobre todo, una terrible fecha, el 6 de octubre, en la
    que tomaron las armas, no ya los obreros anarcosindicalistas, cuya disconformidad con el régimen databa
    desde sus orígenes, sino los obreros socialistas, edificadores y forjadores directos de la Constitución y de las
    instituciones todas de la República.

    El 14 de abril no supuso, pues, nada. Ni en el orden nacional ni en el orden social. Sus mismos
    creadores proclamaron su monstruosa equivocación ese 6 de octubre de 1934, fecha en que tuvo lugar la
    insurrección de la Generalidad y la subversión marxista de Asturias. El 6 de octubre tiene un sentido, y sólo
    uno: el torpedeamiento y hundimiento de la seudorrevolución de abril por los mismos que la efectuaron y
    alumbraron.

    Esa es, camaradas, la realidad, y ante ella no nos corresponden muchas lamentaciones. Pues también,
    entre esas posibilidades revolucionarias fallidas, está la traición a un cierto espíritu juvenil que se manifestó y
    surgió en España meses antes de la República. No encontró ese movimiento juvenil satisfacción alguna. No
    fueron los jóvenes comprendidos, y los gobiernos abrileños no le prestaron otro servicio que el de corromper a
    los que aparecían como dirigentes, incluyéndolos en las nóminas burocráticas de sus secretarías.

    Aquí nos encontramos, camaradas, y la realidad del régimen, la última, la que hoy tenemos ante
    nosotros, la surgida como contestación a las subversiones de octubre, es un digno remate a la esterilidad
    radical del sistema: España y la República, en manos de los grupos oligárquicos más viejos, desteñidos e
    inoperantes que fuera posible imaginar. Los gobiernos radical-cedistas sacan a la superficie lo que de veras
    llevaba dentro el 14 de abril junto con sus ingenuas erupciones seudorrevolucionarias: el girar en torno a las
    antigüedades conocidas y fracasadas de la España decimonónica, el estar ligado a ellas y el de ser realmente
    el final de una era, la culminación de una decadencia política. Y no una aurora, ni un comienzo, ni una
    inauguración fértil de nada.

    Resumimos así el panorama de los últimos cien años: Fracaso de la España tradicional, fracaso de la
    España subversiva (ambas en sus luchas del siglo XIX), fracaso de la Restauración (Monárquica
    constitucional), fracaso de la dictadura militar de Primo de Rivera, fracaso de la República. Vamos a ver cómo
    sobre esa gran pirámide egipcia de fracasos se puede edificar un formidable éxito histórico, duradero y
    rotundo. La consigna es: ¡Revolución Nacional!
    Última edición por ALACRAN; 19/12/2020 a las 14:18
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