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Tema: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

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    Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    Eugenio Montes

    20 -X- 1936

    LA FALANGE ESPAÑOLA

    Fue en abril de 1931 cuando, a semejanza de la estación, con el orden numeroso del calendario y el rito justo de los ciclos cósmicos, un grupo de intelectuales españoles nos decidimos a consagrar la primavera. Aquellas primeras citas tuvieron todo el pudor, todo el amor y el encanto de las iniciaciones. Sin que lo buscásemos, nos envolvía esa atmósfera trémula, impaciente y metálica de las sinfonías de Stravinski: al fondo, un ruido sordo de descargas, y dentro la música acordada que traíamos.

    Era en la casa de Rafael Sánchez Mazas. Por la ventana abierta se veían los collados de la Moncloa […]

    Pero los caminos existen para ir y volver. De esta suerte, tras un recodo de trescientos años, el Occidente torna de nuevo a descubrir el Mediterráneo y descubrir América, o sea, a la política de unidad nacional de Isabel y Fernando –que tanto admiraba el fascista Maquiavelo- y a la gran codicia cesárea e imperial, que voló sobre el orbe con el águila heráldica de los Austrias. Gran mérito del general Primo de Rivera fue haberlo instituido por un secreto pálpito de su corazón de raza. Gran culpa de Manuel Azaña fue ignorarlo, partiendo de la calumnia maniática y rencorosa al pasado de un país que fatigó a la Historia y al cual lo por venir esperaba, amoroso, como espera la materia a la forma y al escultor el barro.

    Evidentemente si hubiese continuado la dictadura, sin poner con el gobierno Berenguer y el 14 de abril las dos premisas de la anarquía, España sería, a estas horas, una gran potencia, quizá superior a Italia. Pero lo que pudo haber sido y no fue, no es tema de políticos sino de elegía. El hecho era éste: que todas las obras del general estaban aniquiladas, todas, menos la obra maestra: su hijo José Antonio, en quien, por raro milagro –por milagro cristiano- se hicieron carne, tomando cabal encarnadura y armadura, todas las virtudes caballerescas, éticas, del padre, y aquellas otras intelectuales o no éticas de las que el general sólo participaba por vislumbre. Pues José Antonio es esencialmente un intelectual, discípulo de Sánchez Román y de Ortega y, como buen discípulo, superador de sus maestros. Por sus gustos, sería un catedrático que profesase en la más severa universidad, o un poeta forjador de medallas en forma de sonetos. Porque él posee por la gracia de Dios, el imperio del idioma y la cadencia exacta del estilo. Nadie dice más en menos palabras, ni con belleza tan clásica y desnuda.

    -Tu idioma es -le dije un día, conforme cruzábamos el campo de Alba de Tormes- de una hermosura absoluta, semejante a la de este paisaje puro de Castilla, sin decoración ni ornatos: tierra y cielo. ¿Para qué más? Así es España.
    - –me respondió-. Quiero un castellano apretado y duro. Por eso odio los resúmenes periodísticos. En cuanto se me abrevia la ya breve expresión, se me quedan las frases en los huesos. Quizá por tal causa –concluyó sonriendo- nadie me traga. Los huesos no se digieren.

    Por sus gustos… Sólo que la milicia es la vida y la servidumbre, que, además de gustos, sabe de deberes. Estos le obligaban a capitanear el futuro español, porque en él –y sólo en él- concurre la integridad de valores de la capitanía. Entre ellos, el personal, el coraje del mando, del riesgo y del peligro. Sé muy bien cuán poco le gustará que yo –yo menos que nadie- aluda a su bravura serena y sonriente. Pero allá va.

    Una tarde estaba citado conmigo en cualquier lugar. Llegó puntual, como siempre. Charlábamos del mayor o menor interés de la escuela de Marburgo. De un tema metafísico. Lo que menos me imaginaba era que dos horas antes había pasado por un grave riesgo físico. Atentaron contra él, pistola en mano. Lo supe por los periódicos. Porque una de sus características más nobles es el pudor. Y no deja de ser admirable esto de que un hombre pudoroso, haya creado, con éxito de fábula, un movimiento de técnica fascista, cuando el fascismo parece implicar grandes dosis de énfasis y retórica. Nosotros acertamos a crearlo con poesía. ¿Pero no escribió España su historia en verso?

    Militarmente y helénicamente bautizamos el grupo con este nombre alejandrino: Falange. Y ¿no fue Alejandro Magno, a quien los árabes españoles llamaban el Bifronte, quien quiso por primera vez en la antigüedad, integrar Europa y Asia, encarnando cultura y armadura? De un modo análogo nos propusimos rehacer la España por una síntesis de los conceptos de nación y trabajo, puestos en marcha para vencer y convencer.

    Tiempos duros, los de la amanecida. La hueste marxista, dócil a las órdenes de Moscú, agredía en las esquinas a nuestros camaradas, flor escolar de entusiasmo y alegría. Y la opaca derecha, creyéndose muy ducha, se burlaba sin gracia de que muriesen nuestros chicos: “Total –decían- por vender una revista literaria donde se habla de Platón”. ¡Como si no fuese más bello morir por hablar bien de Platón que por hablar mal de Jiménez de Asúa! (…)

    ¡Oh, gallos de Castilla, peleadores! ¡Dolor de ver en medio del desierto, cayendo, uno a uno, los falangistas jóvenes! ¡Qué tributo de sangre desde que vino el Frente Popular! Exanguis, non exanimis, reza la tumba de un capitán español en Nápoles. Sin sangre, son sin alma. Mas, ya lo dije antes, no admitimos nada parcial, nada incompleto. Con sangre y alma, pues, a la victoria. Porque el corcel más rápido es el dolor. De este modo, la ejemplaridad del heroísmo falangista preparaba el alzamiento militar. La Falange le devolvió al Ejército la fe en sí mismo y en su misión, y le devolvió a España el sentido guerrero de otros tiempos. Por eso ella es la animadora de este levantamiento por el cual un pueblo se alza, hasta la altura que le señalaron los sueños de sus muertos.

    Predicando en desierto, es posible que el viento se lleve la palabra, o que se entrañe, raíz profética, en la arena. Nos decían que perdíamos el tiempo, que no teníamos dónde caernos muertos, y que no se enteraba nadie. Y eso era verdad, porque teníamos, para morir por ella, toda la triste y espaciosa España, y si no se veía el crecimiento de la Falange era porque le habíamos llegado a lo hondo de Castilla, amiga del silencio y del recato.

    Hasta que, de pronto, calladamente, como una espiga, la patria, ya madura, estalló. El 18 de julio, en la madurez del grano, quiso la tierra castellana amanecer con haz. Los labradores de esos pueblos, que tienen resonancia de epopeya –Olmedo, Tordesillas-, levantaron el brazo con la liturgia falangista, y, abandonando las eras, se fueron al combate. “Yo soy siempre la misma Castilla”, dice un viejo mote señorial. Desnuda, quizás en los huesos, pero siempre alta, siempre meseta. Ahora, bien subida al carro del dolor, marcha hacia el horizonte del destino, cantando el himno que para la Falange compuso Alfaro. Y se va también al compás, ensanchando España, al paso grave y gentil del Romancero.

    (La Nación [Buenos Aires] 20-X-1936)

    Última edición por ALACRAN; 20/11/2020 a las 18:37
    Kontrapoder dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #2
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    Fermín Yzurdiaga


    Fermín Yzurdiaga


    DISCURSO AL SILENCIO Y VOZ DE LA FALANGE (PAMPLONA 1937)

    Gloriosas e ilustres representaciones de Portugal. Excelentísimas Autoridades Militares y Civiles. Falange de Galicia:

    Deseaba, con ardiente deseo, en este Año jubilar, venir en peregrinación por las tierras sagradas del Apóstol, para traeros el amor de un abrazo y la verdad de un testamento. Fué así. Lo recuerdo exactamente. Cuando la España auténtica e inmortal se ponía de pie en un gesto bravo, neto y castrense -aquel 18 de julio que tenía gloria en las Banderas Nuevas, y luz en las Viejas camisas y cruces en los corazones de una juventud sedienta de espiritualismo y de Imperio- aquel día la Falange de Navarra abrazada con el Requeté, convirtió en sangre de heroísmo aquella frontera que había levantado con odio el separatismo vasco, unido ¡qué vergüenza! con gentes que se llamaban católicas. Salió allí para ganar la guerra. Y fué, Falanges de Galicia, como en el resto de España: ¿armamento, municiones, trajes? ¡Nada!... Sólo escuadras de corazones desnudos y valientes que daban el pecho al dolor de la muerte en el choque bárbaro de la revolución comunista.

    De pronto -lo recuerdo muy bien- por las calles de Pamplona que estaban aún ungidas de las oraciones de las canciones, del entusiasmo de la primera hora, pasó rauda, ancha, exacta y formidable vuestra Legión Gallega. Venía con impedimenta castrense, desconocida hasta entonces y con la gloria de la camisa azul, como banderín de audacias y de valentías. Yo falangista me fuí con ellos en la toma de Tolosa, del Burunza y me quedé pasmado en las faldas de la fortaleza de Santa Bárbara. Aquel sábado que precedió a la toma de San Sebastián, desgranó sus horas de ardida metralla sobre el monte: me acuerdo muy bien: le iban bordando los artilleros una peana de bombas a su Patrona la Virgen de los rayos y de las tormentas. Y en la hora del crepúsculo, entre el clamor de los dos fuegos enemigos, un rápido tableteo de las ametralladoras: y en quince minutos vuestra Legión gallega, al levantar la Bandera española con nuestra Bandera rojinegra sobre la montaña, había puesto la llave que abriría en puertas de amorosa liberación la ciudad de San Sebastián. Pero creo con sinceridad, falangistas gallegos, que más fuerte y tensa que esta emoción de la victoria fue esta otra escena emocionada y callada en el remanso de la noche. Porque entre los vítores, los aplausos y las voces se detuvo un camión: -¡un cura!- gritaron: me lancé encima: sobre la tabla, un falangista de vuestra Legión, agonizante: le incorporo: le cierro la vida con la Cruz Sagrada de las Santas Unciones: nos abrazamos los dos en ardor de hermanos: ¡Navarra y Galicia se habían unido para la Nueva España en la verdad trágica de un abrazo con la muerte por la salvación de España! Y, sencillamente, os quería traer este abrazo y el testamento de vuestro hermano que me dijo con la voz de la agonía: "Dí a mi Galicia: ¡Arriba España!"



    REVOLUCION DEL ESPIRITU

    Y entre la alegría de estas malas murmuraciones, puede parecer a muchos que siendo nuestro Movimiento de la Falange revolucionario en su esencia, atentaba contra su misma esencia esta etapa de remanso, de quietud y de silencio. ¡Qué ignorancia, señores! La Revolución tiene una misma raíz, una meta igual, con dos caras y con dos caminos. Hemos vivido la experiencia dolorosa de la revolución bolchevique en España. Desde las alturas del poder, la Ley, que debió ser promulgación del orden que trae la felicidad a todos los ciudadanos, se convirtió en arma ofensiva, se hizo persecución y cárcel para la mayor y mejor parte de los españoles, que éramos parias dentro de nuestra propia Patria. Y después, en la calle que era suya, las pistolas, la gasolina y la bencina, la tea incendiaria que se prende a los monumentos gloriosos, a las maravillas de arte que cincelaron nuestros mejores artesanos, a los santuarios de la Fe y de la Historia: y cuando se ha hundido todo esto en catástrofes espantosas de incendio, yo pregunto ¿qué ha hecho la revolución roja? Ahí lo tenis: la ruina de España…. El espíritu es una llama eterna, sobrenatural, vehemente y violenta -más violenta que la fuerza ciega de las pistolas que ilumina, que mueve, que arrastra el gobierno de los pueblos. Pues la Falange en estas horas augustas de su silencio renueva su vigor entrañablemente con el poder del espíritu. En la primera hora las pistolas nos ganaron el laurel y el campeonato de la valentía sobre el cemento de las grandes urbes, dando el pecho, ensangrentando las camisas azules con las flechas rojas, ganándole al marxismo todas las trincheras de la espantosa revolución de la fuerza. Pero ahora, se mete de voluntad en la fecundidad del silencio para ordenar sus mandos, y sobre todo para levantar con la serenidad de una arquitectura eterna, cueste lo que cueste, contra viento y marea, el Estado Nacionalsindicalista sobre estos tres postulados: la Fe, el Imperio y el Nacionalsindicalismo…

    ¿Cuántos españoles, de buena o de mala fe, ignoraban que nuestra Falange era así de católica, porque llevaba en el alma, hecha llama viva, la Historia de España y la dogmática eterna e inefable de la Iglesia de Roma? ¡Acatólicos y paganos nosotros! Pues tenemos, por fidelidad a nuestra doctrina auténtica, la misión gloriosa de catolizar todas las partes del mundo. Por eso el Punto 25 -este punto tan discutido, tan mal leído, tan mal comprendido, dice así: "Nuestro Movimiento incorpora el sentido católico, de gloriosa tradición y predominante en España a la reconstrucción nacional". Claro es que la Falange parte de este hecho terrible, doloroso, pero realísimo, de tres siglos de nuestra Historia en que el "Catolicismo oficial" ponía cruces en la cúpula de sus coronas, decía y lucía de rimbombantes profesiones de fe, levantó al Cristo sobre el Cerro de los Angeles, sobre aquella montaña que tenía más de dolor de Getsemaní que de Tabor de gloria, porque el corazón y la conducta y la expresión oficial de España estaban muy lejos de ajustarse al verdadero mandamiento y sentido religioso de la Ley de Jesucristo. Y es ahora la Falange la que partiendo de esta realidad de la descatolización de España tiene la ambición y el signo de incorporar el sentido católico tradicional como base de la gloria de la Patria. ¿Y cómo ha de hacer efectiva la Falange Española esta misión de catolizar a la Patria? Lo sabemos muy bien, los de la Vieja Guardia. Lo tenemos grabado en el "Esquema de una Política de Aldea". Y si el Evangelio y la tradición de la Iglesia ponen a la parroquia como centro de toda vida espiritual, decimos nosotros "se empezar por pedir la ayuda de Dios, por la organización del mundo moral, por la elevación del orden religioso…



    NUESTRO SENTIDO DE IMPERIO

    En la segunda afirmación que hace la Falange descansa el gobierno augusto de España: el Imperio… Españoles: que la Patria -este nombre entrañable, inmortal y sagrado- no es la tierra de las regiones, soporte físico de nuestra cuna y de nuestra vida, sino algo espiritual. permanente, y como eterno: la conciencia de la Continuidad moral e histórica en el destino común y universal de que cada uno de nosotros debe sentirse parte. La Tradición, españoles, que no necesita ligarse al soporte territorial del suelo: que es la fe ardiente y expansiva, el nombre del héroe, del poeta y del santo: el laurel victorioso de las batallas: la penitencia desgarrada de los ascetas: la palabra de oro de los Maestros: la Ley, la costumbre, las instituciones seculares más fuertes que el bronce que desmorona el tiempo... y los romances de los caminos, y los cuentos de pastores y de lobos, que desgrana la abuela junto al fuego con su lengua joven y emocionada en torno de la familia. La familia, sí, integral magnífica de la Tradición, es el concepto augusto de la Patria: la gran Familia española ¿Y qué rango tenía la gran Familia española? Pues rango de Imperios. Que no lo olviden los nacionalistas.

    Por eso era, desde el nacer, Tradicionalista la Falange: porque nuestras Flechas son las lanzas imperiales de la Rendición de Breda, de las conquistas de Flandes, de Lepanto y Pavía; v el dardo imperial de fuego enamorado que llagó el corazón de Santa Teresa; y la espada imperial de Felipe II y de Gonzalo de Córdoba y el asta imperial para el estandarte del César Carlos, para el pendón de las Navas... para esta bandera rojinegra que se levanta ahora, con el ansia delirante de ondear a vientos católicos e imperiales. Y junto a las 23 Flechas el Yugo, combo, que es madera española para las quillas imperiales de las carabelas de Colón, que arrancaron mundos al sueño y a la audacia: el Yugo que es puente invencible sobre tierras y mares por donde pasan, en triunfo, nuestra Ley, nuestro derecho, nuestra cultura, nuestra sangre a las gentes bárbaras del mundo: este Yugo de la Falange, que se mete ahora en la tierra eterna de Castilla, como un arado imperial, muy hondo, para que la siembra toque la raíz de España, y junto a la cosecha de las espigas de oro, salte la cosecha imperial de la Patria, del Pan y de la justicia, porque el Imperio es menester de soldados, de artesanos y de poetas.

    Nacionalistas no: Imperiales y españoles: "porque el ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en el Mundo"… Fue precisamente un hombre de centro-Europa el que gritó primero la "decadencia de Occidente"; Spengler: mientras Heidegger se entretiene en manosear la angustia del hombre y de la Cultura. Ni decadencia ni angustia. La Fe y la alegría serena del Imperio de la Falange. Desde la rebeldía carnal de Lutero el hombre de Europa fué bajando los peldaños de la escala maravillosa que le unía al cielo: vinieron las terribles negaciones frías del racionalismo y del materialismo de Kant y de Krause. Y las espantosas negaciones sociales del marxismo y del comunismo que hacen del hombre como definió José Antonio "una máquina helada de tedio y de odio". Un momento, españoles, el más trágico, el más estéril y el menos español de nuestra Historia, una pandilla de descastados cobardes e irénicos, quisieron injertar en nuestra Cultura la decadencia y la angustia, el mal materialista europeo. Hemos tenido, para nuestra vergüenza, pensadores enciclopedistas y liberales: Institución libre de Enseñanza: ateneos y clubs de toda laya, casas del pueblo: logias y antros comunistas y las hemos soportado en las alturas del Poder.

    Yo pienso que Cisneros, Carlos V, Felipe II y Torquemada, en el sueño augusto de las tumbas, se esconderían en las alas altivas de las águilas imperiales, dormidas también en el sueño de piedra de las tallas maravillosas. Aquello no era España, porque no era el Imperio. Pero nos quedaba, por lo menos, el nombre del César y su Estandarte: su águila con las garras poderosas llenas de Yugos y de Flechas, que nadie le ha podido arrebatar, su espada, su corazón y su sangre: la sangre española, sobre todo, que siente ahora la llamada de la Misión y del Destino. Vuelve el Imperio espiritual de España a guiar culturas de Luz, de amor y de Paz, sobre la ruina de una edad bárbara de la historia, porque la Falange tiene apóstoles que irán descalzos en peregrinación de evangelio hasta subir a las estepas nevadas de la Rusia soviética y arrancar la hoz y el martillo para plantar el imperio de la Cruz que es imperio de Luz: y Fray Luis se sentará en su cátedra de Salamanca tostada de oros seculares, y con su biblia abierta, al volver a repetir su "Decíamos ayer" sentirán los hombres del mundo despertar de una pesadilla espantosa de siglos, con el refrigerio de su ciencia española. Y volverá Fray Juan de la Cruz a cantar y el Maestro Vitoria a regir y se llenarán los claustros de estudiantes, y las ventas de caballeros y los caminos de poetas, y un día, bajo el sol de oro de la nueva historia, ante el pasmo del Mundo, volverá don Quijote a su locura de enhebrar estrellas, de estrellar rufianes con su lanza y de batir monstruos, castillos y rebaños por el honor de una dama: nuestra Señora España

    LLAMAMIENTO AL IMPERIO

    ¿Que el Imperio es más? Sí. El laurel de las conquistas exteriores territoriales. Y no sabría deciros "por qué" todos esos estrechos nacionalistas sueñan -cuando sueñan en imperial haciendo un esfuerzo de su sueño- con la Hispanidad. En este instante para la América genuina el saludo, brazo en alto, de la Falange Española Tradicionalista, con la llamada sincera y entrañable a la Maternidad generosa de España. Y la voz de una experiencia: que las formas republicanas y democráticas son la tiranía de la libertad del hombre, la ruina de la tierra, la tristeza y el dolor de la vida. Nada más que esto. Y que despierte pronto de su sueño, antes que el comunismo le gane el corazón que es español, que es imperial y católico, como el nuestro.

    ¿Que además el Imperio es expansión territorial? Yo me vuelvo a la mejor historia de España, aquella que tiene un paralelo heroico y exacto con la historia de hoy. En aquel ciclo de la Reconquista subieron hasta las mismas Peñas de Covadonga, desde los despiertos africanos, los hijos del Islam: era nuestra cruzada de la fe y del espiritualismo. La victoria desde entonces nos llevó en el siglo XV a saludar, por primera vez las tierras de Melilla. Ha pasado el tiempo: se han enfriado los rencores religiosos: España cumplió en el desierto africano su misión de protectorado territorial y de cruzada civilizadora. Y ahora, en agradecimiento los hijos del Islam se han puesto la camisa azul y bajo nuestras Banderas Victoriosas han subido hasta Asturias para libertarla de las tiranas infernales del soviet. Y presiento que este Imperio de la Falange, por ser de la Falange tiene la virtud de ser difícil, áspero y doloroso, un Imperio abrasado de sed y de sol en los desiertos africanos. Sí. Volveremos con ellos hermanados en la gloria de la victoria, y saltaremos el Estrecho y bajaremos imperialmente hacia el Sur para buscar entre las arenas ardientes aquella Ciudad de Dios que talló San Agustín, para levantar, a su sombra, nuestra Ciudad del César. Y entonces, en el cántico emocionado de dos razas cristianas se habrá cumplido la realidad gozosa del Imperio Azul de la Falange (...)


    Última edición por ALACRAN; 20/11/2020 a las 18:38
    ReynoDeGranada dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    Es muy probable que hoy día a Fermín Yzurdiaga primero lo excomulgarían, luego lo echarían de su trabajo, si tuviera cátedras lo expulsarían de ellas, posteriormente lo declararían muerto civilmente, y finalmente lo terminarían recluyendo en un manicomio.
    Eso si, todo ello en nombre de la libertad, igualdad y fraternidad, e invocando a voz en cuello los derechos humanos.
    ALACRAN dio el Víctor.

  4. #4
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    España y don Francisco de Quevedo

    9-I-1937

    Don Francisco de Quevedo y Villegas fue uno de los grandes españoles que amó a su Patria con más hondo y resplandeciente fervor. Parodiando la bella frase del Dante amor mi mosse che mi fa parlaro, pudiéramos escribir que el amor a España movió su pluma y le hizo hablar. Hijo de su tiempo rindió tributo a la espada y alimentó la hoguera de los sueños imperialistas. Muchas veces dice que la guerra es el oficio de los españoles. Y hasta tal punto llegó su afición a los temas heroicos que en una de sus páginas más brillantes replica a don Quijote, alzándose contra el discurso de las letras y las armas. Para el egregio autor de Política de Dios y Gobierno de Cristo no están, no pueden estar en el mismo plano las lanzas y las plumas. Las lanzas –viene a decirnos- conquistan los imperios y rasgan los mares; las plumas destruyen los reinos con leyes acomodaticias y constituciones huecas de emoción patriótica. No interesa el debate, que si viene a cuento y plaza es tan sólo para poner como de relieve el temple guerrero, el espíritu militar, la vocación castrense de aquel peregrino ingenio, maestro de tantas galas que llevó sobre su pecho la cruz de Santiago.

    A Quevedo “le dolía España”, como siglos después a otro español, más adicto a los modales literarios que a la formación espiritualista del gran polígrafo y magistral poeta. Por eso en toda su obra chasca y restalla el látigo implacable contra los “autores, cómplices y encubridores” de la “leyenda negra”, forjada por la envidia y esparcida por la ignorancia. Rescató nuestro prestigio, ya entonces amenazado en sus obras políticas. Y así, en “España defendida de los tiempos de ahora”, formidable alegato en pro de nuestra grandeza, vibrante acusación contra los “noveleros y sediciosos” se encara con Mureto, charlatán francés roedor de autores, y con otro escritor, de cuyo nombre no quiere acordarse, que “atreviéndosenos a la fe y a las tradiciones y a los santos, no admite que Santiago hubiese sido Patrón de España, ni venido a ella”. Y más herido en su sentimiento nacional al recordar que algún libelista, oriundo de España, puso en tela de juicio el nacimiento del Cid […]

    Y es que todas nuestras desventuras han de cargarse a la tibieza, a la fatiga y desgana en la profesión y ejercicio de la fe. España fue grande cuando sus hijos comprendieron el infinito valor de la protección divina, cuando en todos los corazones se elevaba un altar a la majestad de Dios. Bien lo expresa don Francisco de Quevedo, que de vivir en estos tiempos hubiera llevado la pompa de su hábito santiaguista a las avanzadas de la guerra:

    Como Dios de los Ejércitos unas veces nos amparó, y éstas fueron muchas con nuestro Patrón Santiago; otras con la cruz que hecha a vencer la misma suerte sabe dar vida a todos los que como estandarte de Dios acaudilla. Milicia fuimos suya en las Navas de Tolosa. La diestra de Dios venció en el Cid, y la misma tomó a gama, y a Pacheco, y a Alburquerque por instrumento en las Indias orientales para quitar la paz a los ídolos. ¡Quién sino Dios, cuya mano es miedo en todas las cosas, amparó a Cortés para que lograse dichosos atrevimientos, cuyo premio fue todo un nuevo mundo? Voz de Dios, la cual halla obediencia en todas las cosas, aquella con que Ximénez de Cisneros detuvo el día en la batalla de Orán, donde un cordón fue por todas las armas del mundo”.

    Batallas, dichosos atrevimientos, protección de Santiago y de la cruz, milicias de Dios… La Historia se repite. Venga, pues, en buena hora el aliento de Quevedo, archicofrade del Apóstol, caballero de Santiago, a remover y atizar nuestra esperanza en estas horas iniciales del año santo. ¡Año de gracia y de victoria!

    J. PORTAL FRADEJAS

    (A B C)
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    Víctor de la Serna

    Víctor de la Serna

    9-I-1937

    “PERIODISTAS” ROJOS DE MADRID

    Los que muerden la mano que les nutre

    El órgano de la golfería madrileña, Heraldo de Madrid, propiedad de los hermanos Busquets y dirigido por un antiguo croupier de Barcelona, llamado Manuel de Fontdevila, hoy huido de Madrid, pide que me encarcelen. Agradezco al periódico de los mangantes el compañero de cárcel que me designa: Fernando Luca de Tena, porque el motivo para nuestro encarcelamiento es de ser directores de los dos periódicos fascistas Blanco y Negro e Informaciones (del que se apoderó a mano armada el 18 de julio una banda de maleantes, que no consiguió cogerme a mí, como pretendían).

    Es lástima que los sabuesos del Frente Popular no dieran conmigo durante los 67 días que estuve en Madrid, muchas veces al alcance de su mano y otras tantas desaparecido delante de sus propias narices. No me extraña la petición de Heraldo de Madrid, porque son muy pocos los redactores del periódico maleante que no me hayan dado algún sablazo… Por eso han aceptado el knut de Stalin y lo agradecen más que la limpia plata española que yo les daba por caridad, por compasión hacia sus hijos…

    A estos tipos, escoria de España, casi todos ellos gentes detraquées, chulillos destetados con café con leche, formados en los camerinos de las vicetiples, les molestaban nuestras campañas nacionales, nuestra exaltación de la Patria y nuestro deseo de su redención… Luego tenían que esperarnos a los fascistas, a los carcas, a la puerta de nuestras casas para que les completáramos con unas monedas el presupuesto de la semana.

    Dos días antes de estallar el movimiento nacional, uno de estos tipos me visitaba en mi despacho para pedirme colaboración en "Informaciones", después de asegurarme que él sentía el fascismo en sus entrañas. Diré su nombre: (…). Creo que ahora dirige alguna de sus siniestras hojas, que paga –mal, por cierto- Moscú. Y el hombre modesto y leal, prodigio de simpatía y de bondad, a costa del cual vivía ese sujeto, Manolo Merino, me aseguraron en Madrid que había muerto fusilado.

    Es natural que quieran aniquilarnos. Su propia conciencia les acusa y quieren tranquilizarla quitándonos de su presencia. Padecen el satánico mal del resentimiento. Del resentimiento del vil, que muerde la mano que le da de comer.

    Víctor de la Serna

    Última edición por ALACRAN; 26/11/2020 a las 17:54
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    Francia, presa de Israel


    Juan Pujol

    16-I-1937

    Con frecuencia se oye comentar la conducta odiosa que contra España viene siguiendo el Gobierno francés, y por su decisivo influjo una gran parte de la Prensa, así como todas las emisoras de radio de ese país. Es difícil que se llegue a mayor perfidia, animosidad e hipocresía. Si no se supiera que en Francia hay una enorme masa de opinión honrada que nos asiste con su simpatía y considera esta guerra española exactamente como lo que es, una verdadera cruzada contra la barbarie, podría creerse que toda la nación vecina nos aborrece y habría que guardar en la memoria este proceder para cuando la cuenta pudiera ser debidamente liquidada.

    Pero la realidad es que Francia –merced a sus instituciones republicanas y democráticas- ha caído en poder de la organización judeo-masónica que la tiene sujeta, la explota y se sirve de ella para los fines supremos de Sión. Es allí la situación muy parecida a la de España en los últimos cinco años, hasta el alzamiento de todos los patriotas y hombres de bien. Del mismo modo que el sapo de Azaña y su comparsa de monstruos y criminales imponían aquí su voluntad, a las órdenes del judeo-bolchevismo, Francia está bajo la bota de la judería, que es dueña de su Parlamento, de parte de su Prensa, que maneja sus finanzas -¡y de qué modo!- y que por fin ha logrado encaramarse en el Gobierno e impone a un gran pueblo su voluntad.

    No es, pues, el noble pueblo francés el que se ha colocado en actitud de hostilidad contra nosotros. Es la banda judeo-masónica que lo tiene dominado. Y por supuesto la canalla, la chusma innoble de las grandes ciudades industriales, ese tipo de apache, de souteneur de baja estofa, de obrero pretencioso y primario, toda esa fauna abominable que no es específicamente francesa, sino producto de la gran industria, del vicio de las grandes ciudades, del cinematógrafo manejado por los judíos y especial y deliberadamente consagrado a la desmoralización.

    Esa canalla y aquella organización judeo-masónica que opera secretamente no son Francia. Pero desgraciadamente mandan en ella y le imprimen carácter […]

    La nación francesa está en poder de los judíos. Judíos han sido todos esos estafadores como madame Hanau y Stawinsky, organizadores del despojo del ahorro francés, protegidos por las bandas de políticos profesionales. Judía es ya la mayoría del personal gobernante. Y como en este punto no sería suficiente una afirmación de carácter general, he aquí los nombres que Henri Beraud ha dado en un número de Gringoire y que nos excusarán de todo otro comentario:

    Presidencia del Consejo. Gabinete: Señores A. Blumel, judío; Jules Moch, judío; Heilbroner, judío; Grünebaum, judío; R. Hug, judío; señoras Picard-Moch, judía; Magdalena Osmin, judía.

    Subsecretariado de Estado: Señor Mumber, judío. Ministerio de Estado. Gabinete: Señor J. Schuler, judío. Ministerio de Justicia. Gabinete: Señores Weil, judío; Pedro Rodríguez, judío. Ministerio del Interior. Gabinete: Señores Bechoff, judío; Salomón, judío; Cohen, Salvador, judío. Ministerio de Hacienda. Gabinete: Señor Weil-Raynal, judío. Instrucción Pública. Gabinete: Señores Marcel Abraham, judío; J. J. Moerer, judío; E. Wellhof, judío; Adriana Weil, judía; S. Chaskin, judía. Economía nacional. Gabinete: M. J. Cohen, Salvador, judío. Marina mercante. Gabinete: Señor Gregh, judío. Agricultura. Gabinete: Señores R. Lyón, judío; R. Kiefe, judío, R. Veil, judío. Correos y Telégrafos. Gabinete: Señores Didkowsky, judío; H. Grimm, judío. Trabajo. Gabinete: J. F. Dreyfus, judío . Sanidad. Gabinete: Señores Hazemann, judío; A. Rozier, judío: M. Wussler, judío. Educación Física: Señor Endlitz, judío …

    Sin olvidar, por supuesto, que el propio León Blum, presidente del Consejo, es un judío de origen alemán, como la nauseabunda Margarita Nelken. Pues toda esa banda que es indudable que obedece las órdenes del sanedrín supremo de la judería, que es la que ha facilitado por medio del capitalismo judío internacional el dinero a la Rusia de los Soviets y que en ese desgraciado país tiene ahora establecida su dominación sobre ciento cincuenta millones de esclavos, esa banda que ampara en Francia a los estafadores como Stawiski y está dispuesta a llevar a Francia a la ruina si con ello sirve los designios del supremo y secreto organismo judaico, es la que envía armas y municiones contra los españoles patriotas, a los rusos que pelean en nuestro suelo; la que desfigura el rostro de la Francia auténtica, haciéndola aparecer como una nación pérfida y criminal, servidora de la barbarie judeo-bolchevique. Es la que actúa de cómplice de los ladrones del oro español, de las joyas, de las riquezas muebles extraídas de España por el pillaje y el saqueo de la granujería internacional. Una terrible banda de parásitos, caídos sobre Francia hace mucho tiempo, apoderados de gran parte de su Prensa, operando allí con más destreza y sutileza, pero con el mismo fin de dominación que en Rusia. Hasta que ya creen que la cosa está madura y se quitan la careta, mediante la organización del golpe comunista, cuyos prolegómenos se parecen a los antecedentes de la actual situación española.

    ¿Tendrá Francia la decisión, la voluntad, de librarse de esa canalla? ¿O corroída en gran parte por la molicie, por las ventajas del confort material, por el descreimiento religioso, por la burla de los valores del espíritu distintos de la vanidad personal, se dejará definitivamente someter a la esclavitud israelita? Porque eso es lo enorme: que los franceses se hayan pasado medio siglo obsesionados para recuperar dos pequeñas provincias perdidas y ahora lo estén para rechazar una eventual invasión de sus vecinos del Este, y entre tanto se hayan dejado ocupar por infiltración, dominar, y se hallen a punto de ser esclavizados y por el más inmundo y más duro de los invasores.

    Juan PUJOL



    Última edición por ALACRAN; 04/12/2020 a las 17:48
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    Autoridades y libertad

    21-I-1937

    No puede ser el genio o la bondad de un hombre, no pueden ser los propósitos generosos de un grupo o de una facción los legítimos creadores de la esperanza: Portugal, consciente de su propia realidad, tiene que salvarse por sí mismo, por la coordinación y armonía de sus valores seleccionados. Ante la existencia permanente de los grupos de población y territorio, agregados orgánicos, verdaderas células vivas de la nación, el individualismo político es una ofensa, una tiranía y una contradicción”. (“Aula Regia”, por Hipólito Raposo).

    Estas palabras del ilustre pensador portugués, al poner de relieve, una vez más, la traición del siglo XVIII y la estupidez del XIX, traen a primer plano un problema que, si interesa a la nación vecina y hermana, es en España de una vitalidad rotunda y apremiante: el de la conjugación de la unidad patria con la diversidad regional. Problema descentrado a lo largo de muchos lustros por la interferencia política y envenenado siempre por el patriotismo deformado a capricho de quienes, desde los puestos de mando de los partidos, tenían por turno que asaltar o defender el baluarte de unos intereses privados que se esforzaban en hacer coincidir con los intereses nacionales.

    No en balde guerreamos nosotros ahora contra todos aquellos artificios de la voluntad política, que al situar al individuo en la base de la sociedad, hacían a ésta creyente o escéptica, según las urnas diesen el triunfo a conservadores o a liberales; constituían la Familia, no como célula de la Nación, sino como simple agregado numérico, daban al Ayuntamiento un valor electoral y veían en la Región un sistema coactivo para operar sobre el Poder central con el arma que la democracia ponía a su alcance.

    Por todo esto, la misión de la España auténtica no estriba tan sólo en poner un digno remate a la victoria militar, sino también en darse a sí misma una estructura espiritualista, reorganizando la Familia como asociación de personas; el Municipio, como reunión de familias agrupadas profesionalmente, y la Región, como elemento de solidaridad suma de los anteriores, en cuyo contraste con las otras regiones se encuentre, precisamente sin coacción alguna, el secreto de la Unidad patria.

    Porque, ¿qué duda cabe de que bajo los pliegues de la bandera común de una guerra de Religión, los españoles luchamos hoy por una interpretación de España, que para los unos lleva consigo, como factor primordial, un credo histórico y tradicional; para los otros, un Estatuto de justicia social compatible con el vigor de la nación y la felicidad legítima del mayor número de hijos, y para los de más allá, esa orquestación de libertades regionales municipales, personales y corporativas, sin las cuales no es posible partir para una obre de reconquista del poderío y de la virtud pasada?

    Y si de nuestro bando pasamos al contrario, ¿qué observaremos? Allí, el denominador común es la anti-Religión y el materialismo histórico, político y económico, y por estar todo tocado de los más groseros errores, lo está hasta esa aspiración de libertades regionales que se convierten en secesionismo, seguramente alentado por factores extranacionales, pero que tiene tanta fuerza local que los partidos obreros han de buscar su alianza para poder actuar revolucionariamente en sus respectivos dominios. Y que es este el “caso de España”, lo prueba la más alta jerarquía de nuestra iglesia, el ilustre cardenal primado, quien ha dado este mismo título a un escrito reciente al que pertenecen las siguientes palabras: “El verdadero caso de España sería este: Que dentro de la unidad intangible y recia de la gran Patria se pudieran conservar las características regionales, no para acentuar hechos diferenciales, siempre muy relativos ante la sustantividad del hecho secular que nos plasmó en la unidad política e histórica de España, sino para estrechar, con la aportación del esfuerzo de todos, unos vínculos que nacen de las profundidades del alma de todos nuestros pueblos “.

    ¿Qué esto no lo podrá conseguir sino un poder autoritario continuo? ¿Qué nunca podrán llegar a esta meta nacional ni el cesarismo, ni mucho menos, la anarquía? Conformes. Solamente lo logrará, al ser instaurado, ese símbolo viviente de todas las fuerzas morales que representan la trayectoria espiritual de la Patria y para el cual no existe el temor, señalado por Raposo en su libro, que puebla de fantasmas las vigilias de los curanderos de la Democracia “y que solamente pueden mantenerse en su falsa posición, ya como tiranos, ya como funámbulos”.

    Justicia social, como la preconizada por el generalísimo Franco, pero también autarquías regionales, como las que sueña el cardenal primado, y franquicias corporativas y personales: esto es, justicia social de arriba abajo. Y que, como dice el propio Primado en su magnífica carta al presidente de Euzkadi, ya que “la Historia ha fallado sobre un momento de alucinación de nuestra vida política que ha llevado a España al borde del abismo”, que nos sirvan los yerros del pasado para establecer una Patria en que exorcizada la libertad, puedan las libertades traernos el aliento de un pasado en que fuimos alegres, justos y poderosos.

    EL MARQUÉS DE QUINTANAR

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    EL TIEMPO ES NUESTRO ALIADO


    21-I-1937

    No sabemos exactamente si la guerra será corta o larga. Por la suma de elementos acumulados del lado de los rojos, no es temerario inclinarse hacia la segunda hipótesis. Y, en todo caso, siempre será preferible estar apercibidos a soportarla y afrontarla durante mucho tiempo, porque si la realidad viene a resultar lo contrario, en nada nos habrá dañado haber estado preparados para la peor eventualidad.

    Con ese genio militar de Castilla –que es, por igual, el de Aragón, el de Navarra, el de todas las comarcas sumadas al alzamiento nacional-, ya el pueblo había mostrado pensarlo así. Se instala en la guerra como en un estado habitual. A la vera misma de los grandes cañones, yo he visto proseguir sus labores agrícolas a los campesinos. Labrada y, donde es época de ello, sembrada la tierra. Las tareas cotidianas continúan. Y mientras del lado infernal, donde imperan judería y la canalla del universo aliadas, surgen los clamores del hambre por la falta de cuanto es elemental para la vida, y escasea el pan, y no hay carne, ni azúcar, ni patatas, ni carbón, es una gloria ver los campos de nuestra zona, sumidos ahora en la melancolía invernal, pero bien dispuestos ya para las epifanías de la primavera. Muchas veces, en estos caminos viejos mencionados en el romancero, veo las hileras de carretas cargadas de remolacha, que van a las fábricas azucareras. Pacen en las umbrías y entre los encinares las vacadas y los rebaños de ovejas. Hay humo en todas las chimeneas aldeanas. Un amigo que tiene intereses en nuestras colonias del África Occidental, me dice que de allí nos vendrá no sólo todo el cacao que necesitamos para nosotros, sino mucho sobrante para exportar; y que precisamente este año está subiendo de precio, por lo que esta partida de nuestros productos compensará en cierto modo las que de otras tengamos que importar. También de esas colonias podremos traer y traeremos cuanto café hace falta. Que nos sobra trigo, lo sé, por habérselo oído decir al locutor de una radio roja de Barcelona. ¿Cómo puede la España de los monstruos sostener una larga contienda con nosotros, una vez que haya agotado –y es mercancía que se agota pronto- la riqueza robada y no reproducida, el oro que no fructifica, las joyas que se venden una vez, pero que no pueden sembrarse y cosecharse anualmente?

    Error profundo el de Indalecio Prieto que, como buen judío, tenía la superstición del oro atesorado en el Banco y daba por cierto que con él nos vencería. Pero si en la zona donde, al menos parcial y nominalmente, gobierna, no se trabaja y no se produce; si hay que comprar el pan, la carne y las patatas, el azúcar y el carbón, la lana y el algodón para alimentar y vestir a doce millones de seres humanos durante muchos meses, ¿cuánto va a durar ese oro, comprometido y casi agotado para las necesidades de la guerra? Y es evidente que nadie quiere trabajar allí. ¿Para qué? ¿Para que se le incauten de las cosechas? ¿Para que si se las dejan recoger y son abundantes, luego se le maltrate y despoje en concepto de rico, como hacen en Rusia con los kulaks; es decir, con los campesinos medianamente acomodados? Y de otra parte, ¿qué obrero del campo o industrial querrá trabajar con gusto en las tareas de siempre, pero más horas y con más dura disciplina, cuando creía llegado el paraíso marxista, la era de vivir sin penar sobre el surco o la máquina? Lo que quiere la mayor parte son aventuras productivas, holganza y fusil a retaguardia, rapiña y orgía, gastar y no producir. Decirles ahora que tiene que volver a lo de antes, sino que con más dureza, mientras los jefecillos dilapidan el dinero robado y van y vienen en los automóviles que quedan, ¿cómo puede agradarles? Y así, en realidad, nadie trabaja allí, sino en los campos cercanos a nosotros, donde se tiene la certeza de que la cosecha será recogida en paz y en gracia de Dios.

    Cuando en estas horas de ansia y de espera sintamos que la impaciencia –bien humana y legítima y patriótica- comienza a atormentarnos en silencio, pensemos que el tiempo, en absoluto, está de nuestra parte y contra nuestros enemigos. Y que infinitamente más que el oro acuñado o en barras, vale como riqueza económica el orden, que permite a un pueblo laborar y producir cuanto le es indispensable. Ese oro robado a España –dos mil quinientos millones de pesetas aproximadamente- no es nada en relación, por ejemplo, con lo que han aumentado de valor las tierras y los bienes inmuebles de toda nuestra zona. Hace seis meses, nada o casi nada valían prácticamente. Nada valen a esta hora las fincas de Madrid, mientras nuestros soldados no lo ocupen. Nada las mejores propiedades de Cataluña. Pero aquí donde el orden impera y está garantizado el derecho de cada uno, esos bienes tienen actualmente un valor positivo de que hace medio año carecían, y que en conjunto se cifra en muchos miles de millones. Pues esa diferencia irá acentuándose día por día, y si apenas transcurridos cinco meses de guerra ya están desesperados en las grandes ciudades enemigas por la falta de alimentos y de combustible, considérese lo que ocurrirá a medida que esta situación se prolongue. Esa fauna de los suburbios de las grandes ciudades que forma el gran núcleo de nuestros adversarios, hez de los barrios industriales, roída de vicios y de rencores, alejada de la naturaleza y de Dios, va a aprender a su costa lo que vale y significa el campesino de la España rural, el hombre austero y sobrio que ahora está trabajando la gleba, mientras con el fusil sus hijos la defienden.

    Juan PUJOL

    Última edición por ALACRAN; 04/12/2020 a las 17:55
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    Eugenio Montes


    Ejemplos al revés

    (22-I-1937)

    El arma predilecta del enemigo, la única que quiere y sabe manejar, no es el fusil, ni la ametralladora, ni el cañón, sino un gas asfixiante, corruptor y corrompido que por donde va, va envenenando el aire: la mentira.

    El heroico general Queipo de Llano denuncia cada noche, con la ira justa de su temple hidalgo, esa sistemática transgresión de la verdad por parte de los rojos. Y la denuncia, por insistente que sea, nunca será excesiva. Porque hay muchos a quienes el Señor dio ojos, pero no saben ver, y se dejan empañar la mirada poco a poco por la niebla espesa y amarillenta que los bolcheviques forman con el vaho de sus envidias, sus resentimientos y sus potentes impotencias tristes.

    Primero ha sido la plebeya fiebre comicial, origen de las peores decadencias. Pues democracia y oratoria son casi lo mismo, exclamó Hobbes cuando ya Europa comenzaba a perder el sentido, a adorar flatus vocis y a encandilarse con sofismas. Después vino la insidia constante de la Prensa, que al recodo de cualquier noticia segregaba una pequeña calumnia, babeando lo noble, lo elevado y lo perdurable, invirtiendo las tablas de la ley y los valores hasta hacer creer que lo tonto es lo inteligente, el mal es el bien, lo jorobado es lo bello y el profesional de la confusión es el profesor intelectual, el que profesa el entendimiento. Y por último, para más ancha difusión de falsedades, ha utilizado, más que ningún otro medio, la radio, cosa natural en el Enemigo, pues ya decía el Apóstol que el diablo entra sobre todo por los oídos, y la esencia de la revolución es literalmente luciferina. Así el proceso revolucionario se identifica cada vez más con la perversión, hasta el punto de que se es perverso en la medida que se es marxista, y viceversa: se es marxista en la medida que se es perverso. Por eso tenía que concluir sovietizando el pervertido e invertido André Gide, y como él sus torpes remedos españoles Angel Ossorio y Bigardo, Rafael Alberti, desangelado rebelde, y el mosquito José Bergamín, que comenzó por hacer diabluras para terminar por ser demoníaco partidario del mal por el mal, poseído hasta las entrañas –hasta sus malas entrañas- por el Maligno.

    De este modo están endemoniados, con las serpientes en el alma y en el cuerpo, retorciéndose y devorándose a sí mismos, comiéndose, monos de imitación y revolución, la cola. Devorándose a sí mismos, porque no tenían hambre y sed de verdad, sino hambre y sed de mentira.

    El que tiene hambre y sed de verdad se magnifica y eleva. La verdad tiene tal grandeza objetiva, tal grandeza cósmica, que agiganta a quien se le aproxima. En cambio, la mentira empequeñece al mentiroso, y no dejándose desmenuzar, desmenuza a quien por ella es poseído. Por eso los mentirosos, los perversos, se reconocen en su impotencia de hacer cosa alguna de ancho aliento, un poema épico, con trote de paladines y de estrofas; una arquitectura lírica capaz de sustentar el firmamento; un plan con razón de Estado; una metafísica de gran estilo o una abarcadora agustiniana, síntesis histórica. En vez de hacer poesía hacen poemitas; en vez de un mundo divino, hacen diablos mundos o diablos mundillos; en vez de un Estado, hacen jarana demagógica; en vez de hacer Filosofía, aforismos; en vez de “grande y general Historia”, hacen historietas, chistes, chismes, malicias.

    Con todo ello se va progresivamente al caos, es decir, a la disolución de lo inteligible y lo inteligente. De tal manera los intelectuales mentirosos, los cultivadores de la paradoja, los sofistas, han ido llevando a España al caos y llevándose a sí propios hasta pudrir y consumir su inteligencia.

    Hay que ver, o hay que oír por la radio, los romancillos de Rafael Alberti a mayor gloria de los milicianos, para comprobar cómo el comunismo es una musa al revés, musa de pervertidos o invertidos, que enarena de prosa, de fealdad y desierto, el ánimo poético, donde un día hubo oasis, música de aguas y rosas frías patinadoras de la luna. No; esa no era, es cierto, poesía aristocrática, pues le faltaba el soplo ardiente de Dios, zarza profética y auténtica raíz de tierra y patria, surco, espiga, labranza y camposanto. No tenía virtudes señoriales y populares, profundas en lo eterno, y sí, en cambio, vicios de señorito o señorita. De señorito del barrio de Salamanca, que ve el Guadarrama desde el punto de vista del esquiador y no con la mirada del amor, como aquel arcipreste bien garrido que la corrió a lomos de mula, a la grupa, la Edad Media. Para Alberti no ha existido jamás el drama cósmico, nacional y aldeano de la lucha entre un tallo que quiere subir madurando en fruto y el viento regador que pugna por abatirlo y tronchar su rendimiento. Ignora siempre por igual las fuerzas ciegas de la naturaleza y las claras angustias defensivas de la cultura. Pero aun así, ignorándolo todo, sin letras y sin sangre, su poesía de poetiso era bonita, y porque era bonita no era plebeya. Si no palpitaba en sus versos un corazón tembloroso de noche y de infinito, tampoco esa epidermis lírica, tan débil, se sarpullía de granos, reventando en pus.

    Bastó, no obstante, que isidro en Rusia, se aturdiese con la tesis marxista del materialismo histórico, para que ya de sus versos se alejara la gracia fugitiva, embarullándose en charanga arrabalera la armonía inicial. Es que la poseía únicamente tiene sentido bajo la música pitagórica de las esferas y el cielo sereno, plateado, de Fray Luis, con un orden de números platónicos. Y ese orden sólo se percibe amándolo, y sólo regala su llovizna de coros evangélicos si el alma del poeta es armoniosa –ordo est amoris-, en paz con Dios y con Satán en guerra.

    No hay, pues, contra lo que creía o fingía creer el aturdimiento romántico, ninguna especie de satanismo poético, ni flores del alma ni hermosura o vida en el desorden. El satanismo es prosaico y el desorden afea y es mortal. Quien lo cultiva perece como ser de espíritu, o pervive en un infierno bolchevique, donde, por hambre y sed de mentira, se condena dantescamente a no saciarse nunca de crímenes y horrores y a horrorizarse de sí mismo, arrancándose los ojos para no verse, de miedo a la verdad.

    Pero aun así Goethe advierte que ni el endemoniado ni el demonio pueden realizar, como desearían, el mal absoluto. El grandioso símbolo de Fausto nos consuela con optimismo generoso y cierto al decirnos que Lucifer, agente directo del Socorro Rojo, es agente indirecto de alegría. Su ejemplo triste y recto prevalece sobre su torcida intención. Él quisiera perdernos, pero nos salva con su propia pérdida. Así, estos pobres diablos españoles, con su ejemplo y su suicidio, han contribuido y contribuirán aún más en la memoria del futuro, a salvar una generación que aprendió, escarmentando en mala cabeza ajena, a distinguir la inteligencia auténtica de la falsa. Generación que, un momento incierta, ahora ha encontrado la hermosura de la norma: y la certidumbre en la mentira: y en la guerra, la paz.


    (ABC, 22-I-1937)

    Última edición por ALACRAN; 15/12/2020 a las 18:14
    Kontrapoder dio el Víctor.
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    Comentarios

    24-I-1937

    Hace ya algún tiempo ocupábamos unas líneas de estas páginas en aportar razonamientos a la afirmación de que no es guerra civil, sino de independencia, la que en España se está librando. Hoy no hacen falta ya razonamientos para comprobar ese carácter primario de esta gloriosa lucha. Los hechos lo han comprobado absolutamente. Pero se nos figura que no es inútil subrayar otras enseñanzas, hondamente alentadoras, que se derivan de los caracteres de los acontecimientos; los acontecimientos que deseaba el espíritu vidente y generoso de Eugenio Montes, cuando, en ocasión solemne, increpaba al conformismo egoísta de los incrédulos en la vida de España, con estas elocuentes palabras: “Se conforman con que no acontezca nada; pero España debe acontecer, debe ser un continuo acontecimiento universal. Y debe serlo porque puede serlo”.

    El deseo del vidente se ha cumplido. España, esta España tan escasamente estimable para los sapientísimos maestros de la famosa generación del 98, ha vuelto a ser un acontecimiento universal y con todas las características de su gran tiempo. Ni siquiera falta el detalle de tener enfrente a Francia. Como en los gloriosos tiempos de la contrarreforma, la mano hidalga y heroica de España, sin reparar en sacrificios, levanta la bandera de la civilización cristiana y cierra intrépida contra sus enemigos.

    ¿Cómo habían de sospechar esto los sapientísimos varones que se han llevado siglo y medio convenciendo a los españoles y al mundo entero de que España debía resignarse a “durar”, ya que era incapaz de otra cosa, en el concierto de las naciones modernas, todas, todas, infinitamente superiores a ella?

    Acaso lo pensaban así, midiendo el alcance de su estatura con la de sus maestros del lado de allá de los Pirineos. Porque la verdad es que ninguno de los astros de primera magnitud que en el siglo XIX formaron la plana mayor de la intelectualidad desprestigiadora de España, han logrado ser tenidos en cuenta por sus congéneres extranjeros, en virtud de la aportación de alguna novedad mental, ni en sus escuelas, ni en su política.

    Sin embargo, la España que despreciaban influyó siempre en Europa. Influyó e influye. Vitoria conserva aún en el mundo del pensamiento, y entre los pensadores del mundo, la jerarquía que conquistó a la cabeza del Derecho internacional. El Concilio tridentino, uno de los más grandes y decisivos en la Historia, fue casi enteramente español. Aun en la última centuria, de la influencia y altura que, en el pensamiento europeo de sus escuelas, lograron mentalidades como Balmes, Donoso y Menéndez Pelayo, a la de Sáinz del Río, Giner y sus discípulos, en las suyas, hay un abismo. El que media entre la nada y las cantidades positivas.

    Y esa España que ellos despreciaban, por creerla muerta, es la que se ha puesto en pie y encuentra, como entonces –ya lo hemos dicho-, enfrente a Francia y hasta del mismo modo. (…)

    Pero, como entonces, España no ceja ni depone su actitud. La actitud de siempre. Sólo dejaría de ser España si la depusiera. De pronto, por ser España, por no haberlo dejado nunca de ser más que en la apariencia –la apariencia que lograron los malos hijos de España y que sólo a ellos engañó-, es por lo que súbitamente se encuentra de nuevo en su puesto. En el corazón de la Historia Universal. Acaso el caudillo no aspiraba a tanto de un modo inmediato; se proponía sólo limpiar a España de la lepra marxista. Pero con las costras de esa lepra se ha arrastrado todo lo que desfiguraba y tullía a España, y se ha puesto en pie, limpia y vigorosa. El fenómeno ha concitado a sus enemigos de siempre. Se explica lo que ocurre. Pero es tarde para impedirlo. Por fortuna ya aconteció, y España vuelve, como siempre, a ser “un acontecimiento universal”.

    J. LÓPEZ PRUDENCIO


    Última edición por ALACRAN; 15/12/2020 a las 18:23
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  11. #11
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    Los buenos y los malos vascos


    30-1-1937

    Los hay buenos: excelentes patriotas, españolistas ejemplares. Asomaos a San Sebastián y a los pueblos más importantes de Guipúzcoa y los encontraréis sinceramente contrariados por la monomanía suicida de sus paisanos, los llamados nacionalistas. Si os asomáis a la Historia contemporánea los hallaréis a millares de millares.

    Las dos guerras civiles llamadas carlistas, por haberlas iniciado un Carlos V y un Carlos VII, pretendientes al Trono, que ocuparon Isabel II y Alfonso XII, no fueron sino vesánicas manifestaciones de exaltación españolista. Los unos, como absolutistas; los otros, como liberales, sentían el mismo impulso patriótico, romántico si se quiere, pero tan hondamente sentido, que les llevaba a afrontar la muerte.

    Como intermedio de las dos guerras hubo una tercera, en la que se ventilaba cuestión de honor nacional.

    A esta guerra, llamada de África [1859-60], por ser allende el Estrecho donde surgió el choque, acudieron los Tercios Vascos y se cubrieron de gloria por su bravura y santo amor a la madre Patria.

    Existían entonces Fueros; lo que no había era “bizcaitarrismo”, ni había surgido aberración humana de los Sabino Arana, Aguirre, Irujo y Monzón.

    En las guerras civiles culminaron figuras guerreras como los carlistas Zumalacárregui, cabrera, Dorregaray, Lizárraga y liberales como Moriones, Loma, Concha, Jovellar…, y es bien consignar que todavía no se ha hecho historia completa ni plena justicia a una institución militar guipuzcoana, el Cuerpo de Miqueletes, modelo de valor y disciplina, que tuvo jefes llamados Olazábal, Arnao, Arana (Juan), Urdampilleta, algunos de ellos condecorados varias veces con la Laureada y todos con ejecutoria de verdadero hispanismo. Llegué a conocer a alguno de estos héroes; no oía a ninguno hablar de Vasconia libre, ni profanaron sus labios con algún “Gora Euskadi askatuta”. En cambio, he oído en una reunión pública y al aire libre discurrir a título de prohombre de la principalía nacionalista a quien al ponderar las excelencias del suelo guipuzcoano afirmaba que la sabia naturaleza había tenido a gala colocar un río caudaloso al lado de poblaciones industriales como Tolosa, Vergara y Azpeitia, para mover las máquinas y telares de sus fábricas.

    Entre los oyentes y creyentes de las luminosas predicaciones como la mencionada, los hay hombres de buena fe, de cierta cultura, que confunden la bondad de una máxima con la sagacidad de una utopía.

    En la tarde del día 20 del pasado septiembre conversaba yo en el paseo de la Alameda de Deva con D. Ramón Idaeta, dueño del mejor hotel de aquella villa y del también mejor de Vergara, de cuya población era vecino, destacado por su posición social y muy especialmente por las bondadosas cualidades de su carácter de buen cristiano, de hombre honrado, trabajador y caritativo. Afiliado por sentimentalismo al nacionalismo platónico, defendía así la justicia de su causa: … “por eso creo firmemente que desear el régimen foral no es apetecer la separación de estas provincias de las del resto de España. En el seno de la mejor familia puede haber hijos de diversas ideologías y hasta de muy distintas capacidades, profesando uno ideas liberales y otro, carlistas y convivir un sacerdote y un militar, un ingeniero y un médico; pero si surge una amenaza o un peligro para la madre… ¡se acabaron las diferencias! Todos los hijos se unirán como un solo hombre para defender a la santa madre”.

    Aquel honrado Ramón Idaeta, la misma noche del día en que así hablaba cayó asesinado delante de su hotel, junto a un pariente al que tenía encomendada la administración de su industria.

    ¿Qué falta o delito podía imputarse al buenazo de Idaeta? ¡Horrendo!, según puede verse: Días antes, un grupo de forajidos había llevado a San Sebastián al capitán de Ingenieros Luis Sierra, pundonoroso militar, que pronto fue fusilado en la capital guipuzcoana, y si digo que villanamente asesinado no se reirá el diablo de la mentira. La familia de la viuda, varios niños y una anciana madre, parientes de Ramón Idaeta, fueron piadosamente recogidos por éste en su hotel, y sin duda esto no sabían ni podían perdonarlo los bandidos comunistas y sus dignos aliados, los nacionalistas. En la noche mencionada, un grupo de criminales fue al hotel hizo salir al dueño y su allegado, sobre los que dispararon sus pistolas los “valientes” defensores de la anarquía y de “Euskadi askatuta”. ¿Vengaron éstos el asesinato de su excelente correligionario?

    Ni siquiera asistieron a la conducción del cadáver a Vergara. Así de piadosos son también los hoy vasallos de Aguirre, el ridículo presidente de la todavía más ridícula República de “Euskadi askatuta".

    AEMECE

    Última edición por ALACRAN; 15/12/2020 a las 18:35
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    No hay motivos


    30-I-1937

    Nadie duda, ni entre nosotros, y seguramente ni entre los enemigos –sean los que quieran sus esfuerzos para ocultárselo a sí mismos- de que España ganará la guerra contra el marxismo invasor. Sea el que quiera el número de combatientes que Rusia y sus aliados pongan frente a España, sea la que quiera la cuantía y la calidad de los medios combativos que el oro robado acumule, todo será impotente para vencer la fuerza arrolladora con que España cuenta en esta ocasión: la fe firme, inquebrantable en su destino, que profesada por el caudillo ha incendiado los corazones de sus huestes, haciendo de cada soldado un héroe y de cada ciudadano de la retaguardia una fortaleza inexpugnable, dispuesta a todos los sacrificios menos al rendimiento. Este es un hecho tan patente que no necesita razonamientos para su demostración.

    En lo que no es tan unánime el convencimiento es en otra cosa. La guerra se ganará, nadie lo duda. Pero no basta ganar la guerra para que la victoria sea completa y, sobre todo, definitiva. No se lucha sólo contra el enemigo que combate en los frentes, se lucha –y esta es la lucha más difícil- contra la España –o mejor dicho- la anti-España anterior a la guerra y que acabó por encender la guerra. Aquella anti-España, ya vieja en años, de siglo y medio de existencia que había logrado sobreponerse a la España verdadera. ¿Resucitará, mejor dicho, resurgirá la España auténtica en la postguerra con el mismo vigor, con la esplendorosa energía que ha resurgido en los campos de batalla? Siglo y medio de corrupción, de abyecciones democráticas y parlamentarias, de falta de fe en sí mismo y en Dios, ¿podrán borrarse con la esponja de la victoria, sin que quede una costra de lepra tan antigua y tan arraigada? Así discurren los espíritus temerosos y desacostumbrados a deambular por los caminos de la Historia, y aun a estudiar en escondido y elocuente fondo de los acontecimientos que se desarrollan a su vista.

    En estos acontecimientos está ya en parte la respuesta. Esa España maltrecha, trabajada por tantos años de corrupción, de escepticismo, ¿no ha logrado a la voz de un caudillo que le supo inspirar fe, sacudir sus lacras y levantarse, limpia y heroica, para asombrar al mundo con esta nueva gesta, tan cuajada de abnegaciones, de sacrificios y de virtudes como las de sus más gloriosos días? ¿Creería alguien –adoptando el criterio de los vacilantes-, creería alguien hace quince años o hace cinco la posibilidad del acontecimiento que presenciamos?

    Para juzgar de lo que es capaz un pueblo hay que mirar lo eterno, lo permanente de su ser, que permanece inmutable bajo el bullir de las vicisitudes de los tiempos. El que mirase con ese criterio superficial a Castilla y a Aragón en los días de Enrique IV y de don Juan II, ¿podría sospechar que con la misma generación en pie esos dos pueblos constituirían pocos años más tarde la nación que con los Reyes Católicos asombró al mundo por su grandeza, por su poderío y… ¡por sus virtudes!?

    Era que debajo de las vicisitudes corruptoras de los tiempos palpitaba, pura y fuerte, el alma de la Castilla de Fernando III y del Aragón de Jaime I y de Pedro el Grande. El cetro de Isabel y de Fernando limpió la costra de las abyecciones y se levantaron y se unieron aquellos pueblos gigantes.

    El caudillo de hoy, con su acendrada fe en España, con su fe en Dios y con la intuición de su genio, ha descubierto el secreto con que se obran esos milagros, y lo ha utilizado y lo está utilizando con esforzado valor y con genial destreza. No sólo sabe lograr la victoria, sino que sabe consolidarla y hacerla fecunda. Para esto se necesita que, además de limpiar a España de los enemigos que intentaron hacerla desaparecer del mundo como nación, se mate en ella definitivamente el morbo corruptor que hizo posible el advenimiento del peligro que conjuró la victoria. Y esto se logra “sólo cuando se enciende una nueva fe en las antiguas verdades y se emplea una actividad enérgica en la supresión del desorden que se convirtió en norma fija”, como ha dicho Landsberg.

    Los hechos y las palabras del caudillo revelan cómo va recto por el camino que conduce a ese fin. De la posibilidad de lograrlo, como hemos visto, nos habla la Historia. De la energía y firmeza de voluntad de que dispone el caudillo nos documentan elocuentemente los hechos. No hay, pues, fundamento alguno para morbosas inquietudes.

    J. LÓPEZ PRUDENCIO


    Última edición por ALACRAN; 21/12/2020 a las 20:35
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    ARMADA HASTA LOS DIENTES


    31-I-1937

    El ideal pacifista es la ambición más noble, la más humana y natural. Así, la intención religiosa propone para los muertos un eterno descanso en una eterna paz. Bien; pero también dice la voz religiosa que la vida es una milicia. Y si esto es exacto para las personas, lo es muchísimo más para las naciones. Una solterona inglesa filantrópica, un hebreo con oficina abierta en París o uno de esos jóvenes que hacen pinitos de sabiduría en el Ateneo, pueden, si quieren, asegurar que la paz universal es un programa factible de realizarse un próximo día cualquiera. Pero nadie que piense de cara a la realidad, cree que eso pueda verificarse nunca. Todo lo más, los políticos de los grandes países harán calurosas demostraciones de pacifismo, y darán las mayores seguridades de que su pueblo respectivo sólo anhela una absoluta paz y de que los conflictos entre naciones se resuelven siempre por medio de conferencias amigables.

    Y mienten. Nadie cree en las conferencias, porque todos los que no son lerdos saben que esas cosas tienen el mismo valor que la carabina de Ambrosio. Todos están convencidos de la razón con que exclamaba nuestro cardenal Cisneros: “Ahí están mis poderes”. Y mostraba en la plaza, en buena formación, unas magníficas compañías de soldados, con su conveniente adición de cañones. Por tanto, todos procuran armarse hasta los dientes, convencidos de que la paz es una gran cosa, pero a condición de que no sea lograda por intermedio de la indignidad, la mansedumbre vil y la esclavitud. Todos se arman hasta los dientes, lo mismo la Rusia comunista que la Italia fascista y que las democráticas Inglaterra y Francia. Porque saben que un país desarmado e inerme, pasa pronto a la categoría de “pueblo de mandato”. O se queda en medio del mundo a solas, sin nadie que le ayude en sus críticos trances y a merced de las más peligrosas inminencias. Que es lo que le ha ocurrido a España en distintos instantes de su historia de los tiempos modernos. Y no es necesario precisar más, ni a días más próximos.

    A Joaquín Costa se le ocurrió la frase que lo expresa todo. “Hay que cerrar el sepulcro del Cid con doble vuelta de llave”. Es decir, hay que hacer de España una nación mansa, que sólo se preocupe de la despensa. Como si España hubiera sido una nación pendenciera y atropelladora. España, al contrario, si ha guerreado mucho, ha guerreado siempre por necesidad, o sea por motivos de su alta jerarquía en Europa (cuando Dios quería), o por imperativos de su función de especie de gendarme de la Fe; o por defenderse, sencillamente. En España no se ha dado nunca el caso de una acción puramente militarista, de vanagloria y de brutal y franca expoliación, como en la Francia napoleónica.

    Después de Costa salieron muchos escritores a repetir su triste concepto, y a renegar del oficio de las armas en nombre de una literatura que había pasado previamente por las capillas internacionalistas extranjeras. Sólo actuando de eco del extranjero puede un intelectual español menospreciar al soldado, porque nuestra tradición literaria está henchida de reverencia marcial. Así, el dulce Garcilaso, con el escudo al brazo y la espada entre los dientes, trepa el primero a la torre enemiga y cae herido de muerte por un peñasco. Como Ercilla, que antes de cantar las épicas hazañas, las realizaba lanza en mano. Y Loyola, al principio, no era ni más ni menos que un soldado valiente. Y Hurtado de Mendoza. Ahí está Cervantes, que al solicitar un empleo civil en las Indias, no se le ocurre presentar una nota de sus méritos literarios; expone, simplemente, sus méritos guerreros y las muchas veces que sirvió a España con la espada, como un buen soldado. En cuanto a Quevedo, numerosas veces repite que el español es por naturaleza soldado, que ha nacido para serlo, y que como tal no hay nadie que le gane.

    ¿Y aquellos mezquinos o absurdos razonamientos que aquí se han manoseado tanto, a propósito de los dispendios militares? “Con lo que cuesta un acorazado se podrían construir mil escuelas…” Pero las naciones que saben y pueden construir grandes acorazados, son precisamente las que más y mejores escuelas construyen. Lo uno sigue a lo otro. Es decir, los pueblos ardidos y vivaces llevan su profundo afán a todas las ramas de la acción y la creación, y son los otros, los pueblos desalentados y tímidos, los que se abandona a la inacción y ni crean fortalezas ni escuelas. La industria de la guerra es la más delicada y especializada; requiere el concurso de cien industrias particulares, crea factorías de obreros selectos, estimula y perfecciona la técnica fabril, mueve el dinero de la nación para derramarse después sobre otras industrias civiles. Crea un plantel de técnicos y expertos. Es lo que le ha faltado a España, y es lo que ahora debe apresurarse a producir.

    Armada hasta los dientes. Así deberá presentarse España ante el mundo para que no vuelva a pasarle lo que le ha pasado. No hay razón para que España no pueda llegar a ser una potencia militar; otros pueblos de poco brillantes recursos económicos lo han conseguido, y en cuanto a espíritu guerrero, el pueblo español le brota, sin necesidad de muchos estímulos. Además de armarse hasta los dientes, debe armarse de inteligencia política, y aquí también, lo uno sigue a lo otro. Es decir, aprender el arte de negociar nuestras amistades, de fingir a tiempo, de amenazar oportunamente, de amagar y aprovecharse a su hora. El arte sutil y supremo de la diplomacia. Pero la nación desarmada y débil no puede emplear ninguna diplomacia; el diplomático necesita, como Cisneros, poder abrir la ventana en el instante preciso y mostrar los cañones apercibidos. Un pueblo débil negocia o trata siempre a pura pérdida; abusan de él; le hacen concertar Tratados comerciales ruinosos, y en último caso faltan a la palabra dada y encima se ríen de él. De estos ejemplos podríamos anotar bastantes en los últimos años.

    Y estos y otros ejemplos habrá que conservar en la memoria, cuando sea el día de elegir las amistades y las alianzas. No olvidar nunca las trastadas, los desvíos y las sucias acciones que nos han hecho, no una vez, sino numerosas veces en el curso de varios siglos. Comprender y convencerse de quiénes son nuestros enemigos naturales e históricos, aquellos que no han descansado hasta suprimirnos de la lista de las potencias europeas y que aun desearían convertir a España en una simple expresión geográfica. No hay más que una política a hacer: la del “sagrado egoísmo”.

    CAPITÁN NEMO
    Última edición por ALACRAN; 21/12/2020 a las 20:46
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    La Galería de los Monstruos

    El amigo de las víboras

    31-I-1937

    ¿Qué habrá sido en Madrid del “maestro” Castrovido? Muchos periódicos rojos han caído en mis manos, pero en ninguno he visto su firma: muchos crímenes se han perpetrado en esa infortunada porción de España, que todavía se encuentra en poder de la democracia librepensadora; pero aquella voz gemebunda y sarcástica que siempre sonaba en simulacros piadosos cuando se iba a castigar a algún criminal, no se ha oído ni por azar ahora que su República está exterminando a tanto inocente. ¡Poder de la letra impresa y de la propaganda judeo-masónica! Ambas han sido suficientes para eso, para crear en torno al fariseo una aureola de bondad, que le convertía en una especie de franciscano laico, transido de ternura hacia los desventurados de este mundo. Cuando todos los recursos de la violencia fracasaban, cuando los atentados se frustraban y los delincuentes caían en la red de la justicia y la necedad, en forma de Poder público, no se dejaba por azar cohibir en sus decisiones, siempre quedaba el recurso de que el “maestro” Castrovido hiciera su artículo húmedo de lágrimas en favor del reo, y el de que toda el hampa, que esgrimía la pluma en vez del puñal, se adhiriese en coro enternecido, llena de santa indignación contra los “fanáticos reaccionarios, los jueces y policías de alma inquisitorial, los gobernantes duros e incomprensivos”.

    Y era una lima eficaz su labor roedora de los más sólidos cimientos sociales, su arte oblicuo, humilde y hábil, en el que la falsa piedad alternaba con el sarcasmo y la burla de las instituciones más santas y de las más augustas magistraturas. Ahora, a distancia, se percibe bien la perfección del plan de ataque a que el “maestro” cooperaba contra España. Franciscanismo laico, en el que, lo mismo que en la apariencia física, se revelaba su secreto parentesco racial con el fundador de la Institución Libre de Enseñanza. Los pistoleros y los revolucionarios de acción operaban de frente, reclutando a todos los capaces de violencia. Pero concertadas con ellos, actuaban otras fuerzas más sutiles y venenosas, cuya misión era debilitar por dentro, en lo espiritual, haciéndolas dudar y, al final, tener asco de sí mismas, a todas las reservas vitales defensivas de España: y para esto último se empleaba la ironía contra banderas sacras, contra uniformes, que simbolizaban nuestras virtudes marciales, contra ritos y tradiciones que eran como la memoria de nuestro pueblo. Y en último término, cuando el ataque de frente fracasaba y sobre el atacante iba a recaer la sanción merecida, allí estaba el “maestro” Castrovido, hablando de misericordia, lleno de comprensión para todos los criminales que lo fueran contra España. Llamáranse Nakens o Morral, Artal o Angiolillo, Galán o García Hernández, o Pérez Farrás o González Peña. ¿Cuándo faltó el artículo del “maestro” en demanda de que se les indultara?

    Era una forma especial de la piedad la que mostraba siempre. Recaía sobre ladrones, sobre asesinos, sobre toda clase de malvados enemigos de la sociedad y de la Patria.

    -He aquí un hombre-dije yo algunas veces- que reserva toda su ternura para las víboras.

    Las desgracias y los infortunios de las gentes honradas le dejaban impasible. Lo que al parecer, le conmovía hasta lo más hondo, era la noticia de algún gran criminal iba a ser ajusticiado. En seguida aparecía el “maestro”, con su artículo a favor del miserable, pidiendo el indulto, casi exigiéndolo, con la autoridad ficticia y desmedida que sus innumerables cómplices le habían creado y para tales menesteres le sostenían. Y no era inhábil aquella comedia de generosidad y misericordia ejercida en favor de quienes no podían de ningún modo corresponder a ellas. Alguien que conocía mi convicción de que el “maestro”” era un fariseo, me preguntaba:

    -Pero, en fin, ¿qué va él ganando con eso?

    Nada personalmente. Pues en realidad se trataba de un hombre habituado a vivir pobremente, y que en el orden material no necesitaba ni quería cambiar de vida. Esa era su fuerza. Y ese el aspecto más peligroso de su personalidad dañina. Porque para la plebe esa manera de austeridad, que también practicaban en otro tiempo algunos santones republicanos, era una virtud democrática que le complacía sobremanera. La reputación de Pi y Margall se había fraguado menos por sus libros absurdos que por el hecho de que, siendo ministro, se hacía servir la comida de un modesto café y la pagaba de su bolsillo. La de Giner de los Ríos, por ir y venir los domingos a la Sierra en tercera. Pues el “maestro” pertenecía a esta secta farisaica, de la que salen los revolucionarios más tenaces y más empedernidos. Como a tantos otros, el prestigio de su pobreza voluntaria, de su probidad, de su existencia mísera, utilizábalo en servicio de una causa por la que trabajaba eficazmente: la de la revolución, a la que estaba unido por designio de su raza judía. Los hombres que en el proceso preparatorio y en el desarrollo de las revoluciones ejercen más influjo y hacen más daño son los que tienen reputación de austeros. Eso no quiere decir que no sean los más odiosos, precisamente por su fanatismo. Pues el “maestro” era de éstos. Últimamente se sustituyó en Madrid el nombre de una calle por el suyo. Se llamaba de antiguo la calle del Amor de Dios. Se le puso de Roberto Castrovido. Se completaba así, hasta en perfiles que parecían casuales, el mito del buen apóstol laico, henchido de suavidades y ternuras, cuyo nombre podía reemplazar perfectamente lo que en el viejo rótulo de la calleja legendaria había de religioso y de evangélico…

    Cuando le había observado durante algunos años, atenta y calladamente, sin descubrirle el juego, era una voluptuosidad casi de matemático verle aparecer en el momento preciso –el de la condena del revolucionario, asesino, ladrón, pistolero, salteador de bancos, dinamitero, traidor a España- con su artículo “comprensivo”, al que –con la prodigiosa estupidez característica de la sociedad española en estos últimos tiempos- se sumaban a veces las “fuerzas vivas” de la localidad donde iba a tener lugar la ejecución y que deseaban “evitar a la ciudad un día de luto”. Comedia grotesca en la que actuaban de comparsas las mismas gentes a quienes el excelente fariseo deseaba desarmar para instaurar su sanguinaria República de energúmenos.

    Y ahora que todas las víboras andan sueltas, el “maestro”, que se ha pasado medio siglo afirmando que nadie debía ser no ya muerto, pero ni siquiera perseguido por sus opiniones, calla plácidamente. Ahora ya no hay indultos que pedir ni clemencias que implorar. Los millares de mujeres indefensas y de hombres acusados de disconformidad con su República, pero inocentes de todo acto punible, asesinados por las turbas y por los Tribunales populares, no merecen su misericordia.

    ¿Qué quieren ustedes? La comedia ha terminado. Él no ha aceptado ningún cargo, ni percibido ningún dinero de la terrible orgía. Continuará en su mísera vivienda, como Marat, “el amigo del pueblo”, tomando su café con media, todavía hay quien se lo sirva. Aspirando la vaharada de sangre de esas masas de burgueses de España que contribuyó a maniatar espiritualmente y ahora ve asesinar complacido. Esa era su ambición secreta, y esa es su secreta retribución. Nada pequeña. Junto a él, los bandoleros que se han llevado un puñado de oro y han disparado algún tiro que otro por la espalda, parecen más brutales. Pero infinitamente menos hipócritas, sinuosos y siniestros.

    Juan PUJOL

    Última edición por ALACRAN; 24/12/2020 a las 10:50
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    La España que muere y la España que nace

    11-II-1937

    La España que muere, apartando ahora la vista de la canalla más malvada que siendo Gobierno por obra de la violencia y la falsía, asesinaba y robaba y parricida criminal quería que España fuera jardín de Rusia, en su parte menos mala, también mala era porque era amoral, inconsciente frívola y egoísta.

    Porque tenía en su alma estos pecados capitales, gritaba, aunque cuidando hipócrita que sus gritos no tuvieran estridente resonancia, ¡Viva el lujo, viva la alegría, gocemos, no tengamos miedo a nada ni a nadie: el bolcheviquismo no vendrá, no puede venir!

    Pensaba y a sus pensamientos ajustaba sus obras: España es una balsa de aceite; cumplamos lo que preconizaba Guizot, procuremos ser ricos y después que lo seamos no importa el origen, es igual que lo seamos por herencia, lotería o por robo; en los mostradores de los comercios no preguntan cómo la moneda se adquirió, lo que sólo hacen es sonarla, y siendo legítima, igual vale la que se adquirió por trabajo, como la que se adquirió por latrocinio: siendo ya ricos, a gozar, a divertirnos; por hacerlo no perdemos respetabilidad ni prestigio (…) procurad cuando vuestro hijo os pida consejo respecto a la elección de esposa, ajustaros a lo que dijo el gran orador y hablista don Francisco Silvela, el de la daga florentina, al que le hiciera igual pregunta: “Le aconsejo que su hijo se case con la hija honesta y cristiana de un padre algo ladrón”.

    Así era, tenemos que decirlo aunque nos duela y nos perjudique, porque a casi todos nos alcanza alguna responsabilidad, en la hora que corre ascética y austera y también triunfal y alegre, porque tras los dobles de agonía se escuchan los sones de aleluya; así era la España que muere, la de los dos bienios que Calvo Sotelo llamó el bienio rojo y el bienio estúpido, heredera, porque lo que se hereda no se hurta, de aquella otra España de 1898, a la que Benavente llamó “La ciudad alegre y confiada”, y que por serlo llenaba la plaza de toros de Madrid al tenerse noticias de la tragedia de Cavite y enarenaba la calle de la casa donde agonizaba Frascuelo, el gran estoqueador, viendo al propio tiempo indiferente morir a aquel Méndez Núñez gloriosísimo que realizó la más épica de las hazañas que registra la Historia Universal atacando de frente en la mañana del 2 de mayo de 1866 las fortalezas del Callao, después de decir a los almirantes francés e inglés que lo escucharon admirados: “Tenemos puntos por donde atacar al Callao sin que nos mortifiquen los tiros de sus fortalezas, pero es menester que el mundo sepa que presentamos nuestros pechos al peligro para combatir con la nobleza que se alberga en los corazones españoles. Arrollaré cuantos obstáculos, sean los que fueren, encuentre en mi camino. España preferirá que su Escuadra, toda su Escuadra quede sumergida en las aguas del pacífico a que retroceda ante fuerzas, aunque sean enormemente superiores. MÁS VALE TENER HONRA SIN BARCOS QUE BARCOS SIN HONRA.”

    Esta, la de Méndez Núñez, la que prefiere incluso honra a gloria, es la España que nace: entre ella y la que ya murió existe el mismo contraste que se observa en la naturaleza entre el día esplendoroso y la noche lóbrega, y en el mundo moral entre la reconvención y la culpa: ésta cínica, descarada, indiferente; aquélla, agria, rígida, severa. Franco, el heroico salvador; Calvo Sotelo, el excelso mártir, y José Antonio, el apóstol de la Resurrección de su Patria, inyectando en la España cadáver sangre pletórica de vida juvenil y entusiasmo patriótico, lo transformaron, y son palabras finales del interesantísimo y emocionante discurso que acaba de pronunciar el general Mola, en “La España del Cid, la de los Reyes Católicos, la de Cortés y Pizarro, la de las temidas picas y la de las letras de oro: la España inmortal”.

    José YBARROLA.
    (Cáceres, febrero, 1937)


    Última edición por ALACRAN; 24/12/2020 a las 11:09
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  16. #16
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    Un español habla en Italia


    11-II-1937

    Ha llevado hasta Roma, corazón de Europa, Ernesto Giménez Caballero, el horror de una España y el caliente esfuerzo, la sangrante pasión de otra.

    Hace mucho tiempo escribíamos los españoles: “la buena Inglaterra”, “la mala Inglaterra”, y después “la buena y mala Francia”. Ahora, la Civilización, sobrecogida y aliada en la esperanza de Occidente contra el Oriente bárbaro, distingue, en nuestra geografía la buena y la mala España. Lo que nosotros, más exactamente, hemos llamado España y anti-España.

    El horror y la esperanza del mundo venían en los films documentales y en las fotografías que Giménez Caballero ha traído de nuestra tierra para que los italianos pudieran confirmar –esta es la palabra- la verdad, que andaba ya en sus corazones unidos a nuestro éxodo y a nuestra tristeza, a la universalidad de nuestra causa, a nuestra razón, porque en fin, estas fotografías, estos films, esta cálida palabra de Giménez Caballero, no son otra cosa que eso: razones de quienes tenemos razón.

    Ocho conferencias ha pronunciado Giménez en Italia, antes de ésta de Roma, con los teatros abarrotados de un público impaciente, que ha gritado nuestros gritos, que ha aplaudido a nuestros generales, que ha escuchado de pie y con la mano en alto nuestros himnos, que, en fin, ha sentenciado la visión horrible de los crímenes rojos con esta exclamación unánime: “¡A muerte al comunismo, a muerte…!”

    Ha debido de ser muy hermoso para Ernesto Giménez Caballero tomar por sí mismo, de esta manera, el pulso a la generosa hermandad italiana. Porque pocas veces podrá un orador, en misión más sagrada, sentir como él ha sentido la compenetración del público con aquellas palabras que, zumbándoles en el oído, recorrían los espíritus fraternales, estremeciéndoles de afán de justicia y de humanísima, de latina identidad segura.

    Esta vez en Roma estaban reunidos, con un público denso y de climas diferentes, los obreros del “dopolavoro” ferroviario. ¡Cómo ha prendido antes y mejor que en ninguna otra clase el fascismo en el obrero de la ciudad y en el obrero del campo el que desconfiando de los viejos estilos del capitalismo intransigente no quiso confiar tampoco su destino a los engaños de la demagogia marxista! Ellos han podido ver ahora la ruina y el dolor, la miseria y la muerte, cebándose en ese proletariado español, en sus infelices hermanos de España a los que un régimen corporativo pretende hoy salvar del mismo infierno en que ellos, los trabajadores de Italia, estuvieron a punto de caer de no haberse abrazado a la salvación de las camisas negras. Porque ese ha sido el mayor crimen comunista: el engaño de su propaganda. Hubiera ido contra la aristocracia y contra el régimen capitalista y hubiera sido un movimiento cuya ideología y efectos habría afectado a una aristocracia y a un capitalismo que sin revolución, por evolución estaba ya evolucionando en consecuencia lógica de su papel histórico. Pero el crimen ha sido ese que los obreros de Italia conocen bien y que no olvidarán nunca los obreros españoles; el crimen ha sido el engaño sangriento a las mismas clases proletarias, donde su predicación infame podía prender más fácilmente.

    Giménez Caballero, recogiendo el entusiasmo de Italia por nuestra revolución nacional, ha traído otra cosa a Italia a cambio del calor cordial que se lleva: ha traído hasta el pueblo fascista la visión horrible de lo que ellos hubieran pasado sin la intervención decisiva de Mussolini. Y ha traído la visión de lo que España sufre, en su enorme calvario, por la redención de la cultura, de la civilización, de la independencia del hombre frente a la amenaza de la tiranía bárbara de los enemigos de Europa y del espíritu.

    César GONZÁLEZ RUANO.
    Última edición por ALACRAN; 04/01/2021 a las 19:37
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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    El cofre del Cid y el valor de nuestros billetes


    13 febrero 1937

    Esto de que los billetes estampillados, las pesetas de Franco, que en rigor no tienen garantía de oro, se coticen en el extranjero a precio más alto que las del llamado Gobierno de Valencia, teóricamente respaldadas por las reservas del Banco de España, desconcierta a la gente que no ha acabado de enterarse de que la vida económica, como toda la vida, no se rige por motivos puramente racionales; ni por consiguiente, por normas matemáticas. Verdad es que el oro que garantizaba los billetes de la banda de granujas que capitanea Indalecio Prieto, sabe Dios dónde se encuentra ya, y, por tanto, es ilusorio pensar en él para valorar dichos billetes. Pero es que aunque estuviera en una caja de hierro y de cristal, a la vista del público, bien custodiada en Valencia misma, sería igual. Los billetes de Franco valdrían siempre lo que Franco dijera. Por la sencilla razón de que merece crédito. Por la misma que un día lejano el Cid entregó un cofre cerrado y lleno de arena en garantía de un préstamo de oro, diciendo que el contenido del cofre consistía en oro también, y como tal le fue aceptado. Y eso que eran judíos los prestamistas. Como lo son quienes cotizan nuestra peseta más alta que la roja. Lo que tomaban por oro no era el cofre cerrado, sino la palabra del guerrero. Y no les fue mal en su cálculo, porque oro resultó andando el tiempo, y no salieron defraudados.

    Pero es que detrás de Franco hay, cuando se le compara con la banda de Valencia, riquezas inmensas, incalculables, suficientes a constituir reservas de oro que garanticen totalmente nuestros billetes de Banco, apenas la normalidad se restablezca. Hay orden, precisamente cuando desaparece en Francia, cuya vida económica comienza a sufrir ahora las perturbaciones sistemáticas que el judeo-comunismo introduce en todos los países que aspira a esclavizar. Hay trabajo sin sobresaltos. Hay seguridad en la propiedad, y, por tanto, aumento de valor de la misma. En un momento en que el mundo entero –con la excepción de Italia y Alemania- envenenado por las teorías judeo-democráticas, vive en agitación permanente, y, por tanto, el ahorro no sabe dónde situarse, la España de Franco va a ofrecer un refugio cierto, en país que está por utillar y que tiene enormes recursos en materias primas y en fuerza motriz inexplotada. […]

    La República estaba literalmente desacreditada. Es lo contrario de lo que sucede al Estado de Franco. Aún no está consolidado sino en parte, y ya la cotización de su moneda en el exterior muestra que se especula sobre su crédito innegable. Es un fenómeno sumamente interesante para calcular con exactitud cuál es la verdadera opinión del mundo respecto del resultado final de la lucha en que andamos metidos los españoles. Para influir sobre esta opinión, todo el oro robado al Banco de España es insuficiente. Pasa lo contrario: que para disponer de cierta parte de la Prensa internacional, cuya cooperación o cuyo silencio se compran relativamente por poco dinero. Los mismos folicularios que andan limpiando las botas a los delegados del Frente Popular español, si tuvieran que optar entre el papel moneda de Valencia y el de Burgos, no hay duda de cuál preferirían. Y contra eso sí que no valen corrupciones ni propagandas. La certeza de que tras el billete rojo no hay sino desorden, anarquía, desmoralización, inseguridad, paralización del trabajo productivo, es cosa que se filtra y se transparenta a despecho de todas las confabulaciones. El mundo entero la conoce, y los que no la conocen la presienten. En vano se procura, a fuerza de dar mordiscos al dinero robado, ocultarla. En vano la masonería opera sobre los periódicos y los parlamentarios para que aparenten ignorar la verdad terrible, o simular que todo es aquí, en la Península, poco más o menos idéntico en ambos bandos. En ese terreno de la verdad, que es la cotización de los respectivos signos de crédito, no hay modo de mantener la confusión. Otro fracaso de la interpretación materialista de la vida y de la historia.

    Y así ha sido y será siempre. Llega el Cid, hombre valeroso y caballeresco, a ofrecer un cofre cerrado, asegurando que está lleno de oro y pidiendo un préstamo sobre él, y hasta los judíos se lo aceptan como bueno sin abrirlo. Llegaría una tropa de bergantes, como la de Valencia, con su oro auténtico, y mientras no se hubiera contrastado como de ley, no se le tomaría. Quedando siempre la duda de la legitimidad con que hubiera dispuesto de él. En un artículo reciente se lamentaba Indalecio Prieto de eso precisamente: de que ciertas naciones europeas no quisieran vender al Gobierno de Valencia las cosas que le son necesarias, a pesar de ir con el dinero por delante. Era una sorpresa semejante a la del apache que penetra en un lugar habitualmente bien frecuentado y se extraña de que no le quieran servir, no obstante hacer previo alarde de llevar repletos los bolsillos. Y es que ni siquiera el oro tiene, sino teóricamente, un valor absoluto. Hay que malbaratarlo cuando en las manos de quien sale a venderlo, quedan, todavía sin lavar, las huellas de la sangre del legítimo dueño…

    Juan PUJOL

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    Franco en los altares


    13 febrero 1937

    No diré dónde para no herir la sensibilidad de los autores de esta beatificación; pero yo he visto días pasados en un pueblecito castellano próximo a la raya de rojos, cómo en un apoteosis de cruces y de banderas, de niños escolares y de todo un vecindario endomingado, avanzaba el alcalde por la nave central de la iglesia, llevando la imagen de Jesús que, al terminar la Misa iba a ser escoltado de otros dos concejales, portador uno de una pintura de la Virgen y el otro de un retrato del Generalísimo que, seguidamente, fue instalado en el Altar Mayor, del lado de la Epístola.

    ¡No andaban descaminados, no, los munícipes sencillos y españolísimos que tal homenaje idearon! El pueblo ha comprendido el valor mesiánico del Ejército, personificado en Franco, y ha comprendido, sobre todo, el valor espiritual de esta contienda con los enemigos del Espíritu. En su libro reciente Por qué vencerá Franco, nos lo dice, con su estilo claro y penetrante –el buen estilo francés-, Pierre Hericourt: “En cinco años, nuestros vecinos habían descendido cada vez más rápido, la pendiente resbaladiza que comienza con el pecado contra el espíritu, contra los principios seculares del Gobierno de los pueblos y que conduce inevitablemente a la anarquía, a la ruina, a la muerte”. Y este es el modo de pensar de los mil quinientos intelectuales de la dulce Francia, que ya firmaron en octubre de 1935 su célebre manifiesto en favor de la defensa de Occidente cuando, con pretexto de la campaña de Abisinia, se pretendió “lanzar a los pueblos europeos contra Roma”. No prevaleció, afortunadamente, entonces, la maniobra de la Masonería continental, ni ha prevalecido ahora a costa nuestra, en una Europa que cada día que pasa afirma más sus fueros sobre su enemigo entronizado en Ginebra y que nos deberá siempre la sangre que vertimos, de nuevo, en la defensa de un ideal común.

    Pero lo que no se puede hacer a estas alturas es ignorar de qué lado de los bandos en lucha está la Justicia; lo que no se puede tolerar es que en nombre de una democracia, que ya está desahuciada del Continente, se trate de equiparar la cultura con la barbarie y de conceder iguales derechos que a la tradición civilizadora de mundos, a la improvisación salvaje de una horda que no tiene otra bandera que la de conquista de las delicias de la materia para unos cuantos elegidos, individuos o pueblos. En una palabra: que es absurdo el que ante el planteamiento del gravísimo problema español, se preste oídos a los apóstoles falaces de cosas tan falsas e imposibles como son el orden democrático y la coherencia y la estabilidad parlamentaria, a que alude Maurrás en su prólogo a la obra de Hericourt, y que califica de “puras cuadraturas del círculo”. Por eso el ilustre pensador de la Enquete sur la Monarchie, hoy encarcelado, como lo está la verdadera Francia, protesta una vez más, contra la obsesión igualitaria que, tras de haber desatado la revolución en el mundo pretende ahora en el caso de España enturbiar las aguas para que los culpables escapen a la sanción definitiva que merecen. Hay que tomar partido entre el bien y el mal, escribe: hay que desear que el bien triunfe y que el mal muerda el polvo, y continúa haciendo votos por la grandeza de nuestra Patria, porque ésta se reconstruya para bien de la cultura de Occidente con arreglo a su cara fórmula de autoridad y libertades, para que pronto pueda establecer sobre su territorio inviolable “esa magistratura de la Unidad que es la Monarquía”, exorcista de la Discordia y arquitecto que en la ejecución de la obra orgánica sabe aunar la precaución con el arte…

    Todo esto lo ha comprendido España, la España que nace de sus propias cenizas. Y todavía, con ese sabor amargo en la boca de que nos habla el Evangelio, con un sentimiento que es mezcla del espanto de lo pasado y de la alegría de lo venidero y a un tiempo humillación por el error sufrido y vanidad candorosa por el reencuentro de la verdad nacional, contempla con emoción a su salvador, le aclama y le lleva a los altares.

    EL MARQUÉS DE QUINTANAR

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil



    Bajo el signo de la emoción


    14-2-1937


    Lo leíamos complacidos e interesados; pero siempre nos quedaba la sospecha de que fuese una lisonja o una especie de arrebato intelectual. Venía a decir el conde de Keyserling: “Cuando todos los recursos y soluciones de la civilización occidental hayan fracasado, España pondrá su acento propio, que surge de la emoción. El poder emocional de España puede salvar al mundo en un momento crítico…” Ahora comprendemos que el pensador bálticogermano no hablaba ligeramente. Porque su presagio está comprobándose en este instante mismo y en las circunstancias más tremendas que puede ofrecer la realidad histórica. En el plano supremo que los matadores de toros llaman “la hora de la verdad”. Frente a la muerte y sobre la tierra humeante de sangre.

    Es cierto, sólo un pueblo que conserva viva la virtud emocional puede arriesgarse a las últimas pruebas, a la última jugada, sabiendo que se expone a perderlo todo si le vuelve la espalda al azar. Pero a estas jugadas decisivas en que se arriesga todo tenía España habituado al mundo. Cuando Napoleón sólo encontraba enfrente torpes dinastías y ejércitos pesados, que eran destruidos totalmente en un par de batallas, España enseñó a Europa una nueva táctica: la táctica de la desesperación que pone frente al coloso un pueblo entero en armas y que lo conduce a la victoria únicamente porque le inspira una profunda emoción. Antes, en las guerras contra el poderío turco, España pudo tener un interés político, cifrado en la defensa de sus costas mediterráneas; pero más que cualquier interés político, por razonable y necesario que fuera, le inspiraba en aquel trance la emoción de la hazaña, el tono de cruzada de la empresa y el sentirse escogida por la providencia para paladín de la Fe y protectora de la civilización europea.

    Esta inspirada emoción es la que mueve a Isabel de Castilla a recomendar la política africana; es la que hace convertir al cardenal Cisneros en un hombre de guerra que asalta y reduce las plazas argelinas; es la misma emoción que lleva a Carlos V a emprender las peligrosas y triunfales acciones de Túnez y Argel; es la emoción con que Felipe II arma su poderosa flota para combatir en Lepanto, donde no se gana ninguna provincia, ninguna riqueza, y, sin embargo la victoria conmueve a los españoles más que otra alguna, porque, efectivamente, el instinto emocional de la raza comprende que en semejante hazaña se resolvía y reflejaba lo más profundo de su destino.

    Ahora también se necesitaba en Europa una nación arriesgada. Los dos tipos de civilización, la tradicional y la marxista, habían llegado al punto difícil en que un problema se convierte en un duelo decisivo. ¿Pero quién entre las naciones asumiría la terrible decisión? Todas ellas son esclavas del cálculo; pesan demasiado el pro y el contra; temen perder los gajes de su civilización utilitaria y materialista, y retrasan el momento de obrar, pactan con el adversario, ceden, conceden, aceptan las humillantes componendas. Es porque su inteligencia ha ahogado su emoción. Y entonces surge imprevistamente España con su representativa virtud emocional y se lanza a una guerra de vida a muerte, en la que no sólo va a decidirse su suerte propia sino la de la civilización europea.

    (…)

    Hay la frase que dice: “Cosas de España”, y con esa frase, entre asombrosa y desdeñosa, se quiere, en efecto, expresar que España en muchas ocasiones obra de un modo desconcertante, fuera de lo común y esperado, y con algo de lo que el espíritu filisteo podría llamar extravagancia. Pero eso sólo puede avergonzar a los pedantuelos o pacatos. Nosotros debemos defender semejante cualidad, por lo que tiene de distinta y honrosa, y porque gracias a ella España no es en la Historia del mundo un pueblo como otros tantos.

    Hacen las cosas de una manera inusitada, de una manera que está en pugna con el sentido bajamente práctico y lógico de la razón utilitaria: he aquí la distinción de España. Cuando la invasión sarracena cubrió la península, un inmediato interés práctico aconsejaba tal vez que España admitiese lo que la fatalidad imponía; la civilización y la cultura árabes eran, con mucho, superiores al nivel de vida de la aún semi-bárbara Europa: sólo ventajas podrían recibir los españoles. Pero sin hacer cuenta de las ventajas prácticas que perdían ni de los tremendos sacrificios que arrostraban, los españoles se aventuraron a una lucha de siglos que había de salvar la integridad racial y cristiana del occidente de Europa. Así también cuando Napoleón puso en Madrid un rey de su propia sangre, las ventajas que la nueva dinastía poderosa ofrecía eran muchas; otra nación más calculadora se hubiese resignado ante ese azar histórico. España no podía resignarse; España salió desde el primer momento atropellándolo todo, dispuesta a conducir los acontecimientos hasta las últimas y más trágicas consecuencias. Que es lo mismo que ha hecho en esta ocasión de ahora. ¡Ojalá conserve siempre la virtud original de obrar bajo el signo de la emoción y de (llamémosla así) la lógica del heroísmo!

    CAPITÁN NEMO


    Última edición por ALACRAN; 14/01/2021 a las 19:52
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    Libros antiguos y de colección en IberLibro

    El espíritu tras las rejas


    16-II-1937

    Mientras el judaísmo y la masonería francesa siguen enviando a España toneladas de material de guerra y millares de voluntarios, Charles Maurras, castigado por haber salvado a la juventud de su país de los horrores de una nueva contienda, incubada y alentada bajo la ley del Talmud, ha cumplido su centésimo día de cárcel. Y han coincidido en esta fecha del 6 de febrero esta realidad humillante no sólo para Francia, sino para toda la cultura de Occidente, de que Maurras es uno de los más brillantes luminares, y el recuerdo de aquel otro 6 de febrero, en que un Daladier, desde la Presidencia del Consejo; un Frot, desde el ministerio del Interior, y un Bonnefoy-Sibour, desde la butaca todavía caliente del prefecto Chiappe, atacaron en la plaza de la Concordia, de París, a la multitud indefensa, que se manifestaba contra la inmoralidad del régimen, privando de la vida a veintidós patriotas y dejando heridos a más de mil.

    Sin duda para que la Francia “real” no pueda olvidar este sangriento agravio de la Francia “legal”, avivadora incansable del fuego de la revolución española, aprovechando esta fecha doblemente dolorosa, se ha hecho comendador de la Legión de Honor a Bonnefoy-Sibour, -os acordáis de nuestro Collar de la República?-, demostrando, una vez más, que es empresa vana el pretender conjugar “igualdad” y “jerarquía”, “revolución” y “orden”. Bonaparte creó, en efecto, esas categorías honoríficas, como creó también una nobleza, partiendo del postulado igualitario de 1789, pero sin tener en cuenta que nada de lo que se hace sin el concurso del tiempo resiste a su acción demoledora. La revolución que él llevó al espíritu de las leyes, pese a su Corona imperial y a sus méritos indiscutibles de soldado, tomó su revancha y hoy todavía está dando sus frutos amargos, sobre el suelo que pretendió emancipar de aquella Casa de Francia, que no había cometido otro delito que el de engendrar y bautizar una gran nación.

    Hoy son todavía los herederos de los jacobinos quienes se valen de la Legión de Honor, creada por el oficial de Artillería del 13 Vendimiario, para premiar a quienes desde los puestos de mando de la Tercera República saben acallar en las vías de París las voces de los verdaderos franceses. ¿Sería esto lo que soñaba Carlomagno, “el augusto predecesor” de Napoleón I? ¿Valdría la pena remontarse tanto en la Historia, rebuscando tan viejos materiales para construir un edificio tan poco consistente?

    Y sin embargo se mantiene en pie. Y Charles Maurras, el venerable campeón de la filosofía monárquica de su país, sigue entre rejas, privado de su libertad personal, mutilado en los derechos de su persona, que no son afortunadamente para él los derechos del hombre. Cometió el delito imperdonable de alzarse contra la Sociedad de Naciones, de romper, una tras otra, cien lanzas contra la turba de los Litvinoff y de los Madariaga, de los Eden y de los Titulesco; de amenazar de muerte a los ciento cuarenta parlamentarios judíos y masones que desde el Palacio Borbón querían imponer a su país la guerra contra Italia, y ahí está, ante el asombro de la Europa culta, ungiendo de armonía y de serenidad su celda de la Santé. Los intereses creados por la Revolución, la preponderancia de las sectas, como consecuencia de una debilitación del verdadero sentido religioso, la traición de los intelectuales, la vanidad de ciertos personajes que no quisieron comprender que si la Monarquía les hacía imposible el acceso al mando de la nación, la democracia, el Consulado o el Imperio electivo les tornaba al caos anárquico, del que no se puede salir sin el concurso de una espada, para volver de nuevo a empezar, fueron las causas de que el mal se propagase y se mantuviese, con las consecuencias que hoy estamos tocando, como vecinos, los españoles, y que ellos, franceses, tocan o tocarán, con más crudeza cada día, como protagonistas del error. (…)

    Disputa admirable de las ideas, mientras las fieras ladran a la puerta de la casa, amenazando con su asalto. Fuerza indiscutible del Espíritu, que continúa su alta empresa luminosa, sin que nada ni nadie le haga abdicar su auténtica soberanía. En España ya no está en prisiones, y España desea, para bien del Continente, que en Francia sacuda pronto las ligaduras oprobiosas con que pretenden dañarle, personificado en el maestro de maestros, Charles Maurras.

    EL MARQUES DE QUINTANAR



    Última edición por ALACRAN; 24/01/2021 a las 19:42
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