Revista FUERZA NUEVA, nº 140, 13-Sep-1969
Hacia un concepto de la unidad Ibérica
Un pensador tan poco sospechoso de “ismos” conservadores como fue el disolvente Voltaire ya apuntó que “los pueblos son unidades históricas”. El patriotismo, en su dimensión intelectual, se vive mucho más en la sublime fascinación de la historia que en la limitada emoción de la geografía. Casi podríamos decir que la historia es un sentimiento de la geografía en su proyección humanística de tiempo y espacio.
A pesar de que su raíz sea originariamente cósmica, la hazaña del viaje a la Luna, en sus últimas consecuencias, es un tremendo y decisivo suceso histórico. La geografía -en su contingencia humana- aporta la anécdota; después, en esa pretendida conjunción de tiempo y espacio -con terrible ansia y hambre de Eternidad- la historia nos da la dimensión aproximada de la categoría.
Mucho me temo que el hombre contingente y unilateral, niño de su geografía, vegetando en una miope infancia histórica, es una miniatura del humanismo, arrinconada e introvertida, sin afanes ecuménicos y sin mensaje universal. Por el contrario, todo hombre definitivo es persona de acontecer ecuménico. No mide a la historia por las varas de tierra que pisa, sino por un sentimiento -las más de las veces tan trágico como glorioso- de “destino universal”. Hombres muy distintos han llegado a las mismas conclusiones.
Ciertamente, mucho más preciso que hablar de la unidad española sería hablar de la unidad hispánica y aún de la unidad ibérica, para llegar a la gloriosa unidad humana por la que vive y sabe morir el Cristianismo.
No es que me guste. A nadie le gusta pisar el patíbulo si no es por necesidad; ni siquiera el quirófano. He de denunciar. Denunciar muchos aspectos de la España actual que, bien mirados, son matices de la España eterna.
Iberia, “bisagra de continentes”, abre su destino al Nuevo Mundo. La poesía de la redondez cabal de la Tierra se hace historia. Resulta insólito que ciertas minorías de un país, que posee su testamento espiritual en tres Continentes, se “enanicen” históricamente en un dédalo de taifismos separatistas, que no nacionalistas, por cuanto Nación ya existe, sancionada por la geografía común y por la historia generacional. Esa nación nos ha legado el pensamiento medularmente español del vasco Unamuno. Esa Nación nos ha alegado el humorismo celtibérico del catalán Rusiñol. Esa Nación nos ha alegado la españolísima música de los catalanes Granados y Albéniz. Y muy grande es esa Nación con sus acusados rasgos regionalistas.
Euscarismo, catalanismo, ¡sí, cuánto queramos! Difícilmente el ser desarraigado de la patria chica puede comprender y amar la dimensión de la Patria común y grande. Es más, la Patria -madre amorosa y discreta hermana- no debe ser intransigente. Las coordenadas geopolíticas de Castilla no deben escindir, a la fuerza, el noble sentimiento de la periferia. Castilla no es una Prusia española.
Si un castellano defiende la lengua de Cervantes diremos que es un quijote. Si un catalán defiende la lengua de Maragall no podemos decir que es un separatista. El quijotismo ha de enriquecer y robustecer todas las vértebras del esqueleto espiritual de la Nación. Y hemos de comprender que todas las regiones españolas tienen su meridiano sentimental de quijotismo.
Como rechazo o rebote a la intransigencia de ciertas minorías castellanas surge una postura más brutalmente aberrada todavía: la postura de la impostura separatista. Enterrarán a Don Quijote por el solo hecho de venir de tierra adentro. Como si “tierra adentro” no se hubiera formado el espíritu sutil de la hermosa Cataluña, de la querida Cataluña.
No conviene perder el sentido y el sentimiento de Nación. No nos interesan castellanos intransigentes ni vascos o catalanes introvertidos. Unos y otros debemos abrirnos, abrirnos con paciencia, amor y abnegación. Por eso “duele” la Patria, pues la Patria no es un jolgorio de horas fáciles ni un orfeón de multitudes idílicas. La Patria será siempre esa familia humana – y, por tanto, imperfecta o limitada- que tiene sus parientes un poco reñidos. “Suena” un Dos de Mayo y somos un Fuenteovejuna… ¡pero sin Dos de Mayo somos una pequeña calamidad!
Hemos de superar, con una tremenda humildad, esas diferencias de familia. Hemos de rezar todos los días por la unción y la unión de la gran familia nacional. Pero siempre acecha el hombre protervo y orgulloso que quiere escindir la unidad de las familias… ¡es la cizaña que amenaza la mies de nuestra unidad histórica! UNIDAD HISTÓRICA… ¡eso es un Pueblo, es una Nación!
Somos una Nación. Somos una gran familia. Con todos sus errores, con todas sus limitaciones, con todos sus defectos. Hemos de luchar por una España mejor, pero aquél que, en nombre de una España mejor, intente dividir a España (¡¡así son los separatistas!!) habrá de recibir el justo castigo de todos los Regímenes, no importa su color, si, de veras, cumplen con una función primaria de genuino españolismo.
Movimientos y sistemas políticos muy diferentes, muy ajenos y desnudos unos de otros en el tiempo y en la historia, han luchado por unidad de España. Por no ser actuales, citaremos el olivarismo del Conde Duque, la Monarquía Absoluta, la Monarquía liberal, el sindicalismo cenetista, el republicanismo, en fin, todos los regímenes de izquierdas y de derechas y aun los que no quisieran ser de derechas ni de izquierdas.
Siempre han surgido los mismos brotes de fanatismo suicida que intentan desmembrar a España. Los separatistas no quieren, en realidad, el avance de España -que eso lo quiere todo español de buena fe, sea el color que sea- sino que lo que realmente quiere los separatistas es la división y la muerte de España.
Al separatismo, más que molestarle un centralismo -que, muchas veces, ha podido ser molesto- lo que le molesta sencilla y escuetamente es la esencia misma de España. El centralismo puede ser la pantalla, pero más allá de la pantalla está el “maqueto” o el “charnego” que son humildes embajadores de la España desvalida ante la estólida alergia de unas minorías que repelen, con van orgullo y fatuo complejo de superioridad, el sencillo y popular espíritu de la embajada del hermano pobre. Esas minorías introvertidas que esgrimen unas culturas de miniatura, más creación de laboratorio que sanciones populares de los pueblos que creen representar, se olvidan de que Unamuno ha sido uno de los más ilustres “maquetos” y que Rusiñol, Granados y Albéniz han sido “charnegos” geniales.
Hay que amar a España y dolerse de ella, hasta detrás de los barrotes de la prisión o bajo una tumba enamorada, si es necesario, pero es un Judas aquel que, bajo pretexto de superar a España, lo que pretende, en verdad, es desmembrarla. Intentar mejorar a la madre o a la hermana es cosa muy distinta que querer descuartizar a la hermana o a la madre. Y los separatistas son, ni más ni menos, que unos descuartizadores disimulados, muy prestos a unirse a todo el que quiera modificar a España con el fin satánico de dividir, hundir y asesinar a España dentro de la primera coyuntura propicia.
R.H.G.
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