Búsqueda avanzada de temas en el foro

Resultados 1 al 14 de 14
Honores1Víctor
  • 1 Mensaje de ALACRAN

Tema: El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

  1. #1
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

    Interesante tema del que haremos varios envíos tomados de “Los Españoles en la Historia” del ilustre d. Ramón Menéndez Pidal (1947). Pocas plumas podrían atreverse a dar una opinión tan autorizada sobre el tema como la suya.

    Como resumen y tesis, para el sr. Menéndez Pidal “las causas del localismo hispano no son, como constantemente se pontifica, las "diversidades étnicas, psicológicas y lingüísticas", sino justamente lo contrario: la uniformidad del carácter, en todas partes individualista, el iberismo, que ya describía Estrabón hace dos mil años, como poco apto para concebir la solidaridad”... "la conformidad del carácter apartadizo ibérico, ya notado por los autores de la antigüedad".

    Haciendo constar, además, el sr. Pidal que “el sentimiento unitario siempre fue dominante, o bien como única fuerza vital en los periodos de creciente y auge, o bien teniendo a su lado como inferior el sentimiento localista en los períodos de menguante”.

    Tomado de “LOS ESPAÑOLES EN LA HISTORIA” (Capítulo IV, “Unitarismo y Regionalismo”) de d. Ramón Menéndez Pidal (1947)

    "Unitarismo y Regionalismo"

    I. Exceso de localismo
    II. El concepto de España en la antigüedad
    III. Unitarismo godo y su ruina
    IV. Los reinos medievales
    V. La idea de España en la Edad Media
    VI. La unidad política
    VII. Foralismo, federalismo y cantonalismo
    VIII. Los nacionalismos
    IX. La cuestión lingüística
    X. Un éxito fugaz de los nacionalismos
    XI. Teoría histórica del unitarismo como forma accidental
    XII. El localismo como accidente morboso

    (Las negritas son nuestras)
    Última edición por ALACRAN; 28/01/2022 a las 15:30
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #2
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

    (…) "Dejaremos ver que el sentimiento unitario siempre fue dominante, ora como única fuerza vital en los periodos. de creciente y auge, ora teniendo a su lado como inferior el sentimiento localista en los períodos de menguante.

    I. Exceso de localismo

    Manifiesta es una particular debilidad del espíritu asociativo en España. Los beneficios que la cooperación puede acarrear se sienten más confusamente que las ventajas de la suelta acción individual, aunque ésta ofrezca a la larga menores resultados. La simple convivencia llega a mirarse como algo estorboso por las necesarias limitaciones que exige: cada uno quiere obrar a sus anchas sin tener en cuenta a su vecino.

    Esto debilita la relación de las distintas provincias, según notan en varias épocas de depresión, los observadores extranjeros. Un viajero francés, Bartolomé Joly, en 1604, se sorprende del localismo que domina en los ánimos de aragoneses, valencianos, catalanes, vizcaínos, gallegos o portugueses, cuyo habitual entretenimiento es decirse unos a otros sus defectos; los castellanos, a su vez, tratan de semi bárbaros a los otros, y los de Castilla la Vieja tienen en menos a los de Castilla la Nueva. Lo mismo a mediados del siglo XIX, Richard Ford encuentra en España un localismo apartadizo y huraño; el vínculo de paisanajes es aún más exclusivista que entre los irlandeses de Tipperary, o entre los escoceses; y Teófilo Gautier, al oír en la Puerta del Sol ciertas atrocidades de la guerra carlista comentadas con indiferencia grande, y escuchar como razón de tal frialdad “que la cosa había pasado en Castilla la Vieja y no había por que cuidarse de ella” halla en esa respuesta, el resumen de la situación de la España de entonces y la clave de muchas cosas que parecían incomprensibles vistas desde Francia.

    Pero no es tan fácil la interpretación del espíritu localista. Al español que viaja por las grandes ciudades de América le extraña que la colonia peninsular haya construido un espléndido Círculo Gallego, otro Asturiano o Riojano o Catalán y no un círculo Español único. Fácilmente se saca la conclusión de que falta el concepto superior de una España; pero la realidad viene a ser que esos emigrados españoles, no sintiéndose extranjeros dentro de la Nueva España que habitan, no se inclinan a evocar la patria única y toman el localismo como la forma más inmediata e íntima en que se expresa el sentimiento de la vieja España, anteponiéndosele y cubriéndole.

    Sin embargo, el amor a la “patria chica” nacido con los imborrables recuerdos de la infancia, se queda en mezquindad y pobreza si las experiencias y las ideas generosas de la juventud no lo extienden a la patria grande, la patria a secas; como el amor patrio degenera también en una limitación si la mayor madurez del hombre no lo comparte con el de la patria universal, con el de todo país del que recibe alguna benéfica inspiración de vida superior, y es indudable que el español deja prevalecer demasiado la patria chica. El haber nacido en la misma provincia crea entre españoles un compañerismo y una obligación de ayuda a todo trance tanto o más que entre parientes, haciéndose cerradamente exclusivista.

    Este particularismo local, como Teófilo Gautier presumía, explica buena parte de la historia de España y autor hay, como Martín Hume en su “Historia del pueblo español”, que insiste continuamente en dicho carácter, en sus causas y en sus efectos. Para Hume, el regionalismo procede de diversidad étnica, mantenida por la cualidad montuosa del territorio: España es, por su misma geografía, un país de división, cruzada cómo está por enormes barreras peñascosas que separan unas provincias de otras: sobre ese suelo el fondo de la población lo constituyen los iberos, hermanos de los bereberes, dos pueblos igualmente individualistas; y después la afluencia de celtas, afro-semitas, cartagineses, griegos, romanos, francos, godos y hordas mixtas del Islam, dejaron residuos escondidos en los innumerables valles de la Península.

    Con igual criterio geográfico, ya Herculano explicaba la formación de los reinos medievales por la dificultad de las comunicaciones a través de altas montañas; pero ni los elevados montes tienen ese decisivo poder aislador que se les atribuye, ni en España sirven de límite a las comarcas que están o estuvieron más tocadas por el espíritu autonómico. Las grandes montañas que de norte a sur recorren Cataluña, están muy al este del país y no en el límite con Aragón; los cien túneles del ferrocarril del Norte no separan a Castilla de León, sino a León de Asturias; la frontera de Portugal tampoco está determinada por sierras. Y en cuanto a la cuestión racial, aparte de que la pretendida hermandad de iberos y bereberes es insostenible ante las radicales diferencias de lengua que entre los unos y los otros existe y la no menor divergencia de aptitudes ya notada por Ben Jaldún, la disconformidad de razas sobre el suelo de la Península no es sensiblemente superior a la que se da en Francia, por ejemplo.

    El mayor localismo de España no depende de una realidad multiforme, étnico-geográfica, sino al contrario, de una condición psicológica uniforme; depende de la conformidad del carácter apartadizo ibérico, ya notado por los autores de la antigüedad mucho antes de que afluyesen a la Península la mitad de las razas enumeradas por Hume como causantes de las tendencias dispersivas. Que las realidades étnico-geográficas de la Península no comportan ninguna fuerza especial fragmentadora, se muestra en la diversidad dialectal de España, mucho menor que la de Francia o la de Italia, según luego insistiremos.

    También es inexacto creer el sentimiento localista dotado de tal fuerza y arraigo, que impidió la formación de todo concepto nacional español hasta tiempos recientes. Es opinión muy divulgada que ese concepto de España sólo empezó a formarse en la Edad Moderna, opinión que parece remontar al tan leído prólogo que a su “Historia” puso Lafuente, quien, al hablar del título tomado por los sucesores de los Reyes Católicos, dice: “Rey de España, palabra apetecida, que no habíamos podido pronunciar en tantos centenares de años como hemos históricamente recorrido”. Lafuente habla sólo del título real, sin que ni aun en este limitado sentido su frase resulte exacta, pues olvida que el título “Hispaniae Rex” tuvo uso en los siglos XI y XII, y no sólo dentro de la Península, sino fuera, habiéndolo empleado el gran poder internacional de entonces, la Curia Romana".
    Última edición por ALACRAN; 28/01/2022 a las 20:44
    Rodrigo dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  3. #3
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

    II. El concepto de España en la antigüedad

    En el siglo I antes de Cristo, Estrabón hizo acerca de nuestro individualismo observaciones semejantes a las que hacen los modernos. Notó entre los iberos un orgullo local mayor aún que en los helenos, el cual, como a éstos, les impedía unirse en una confederación poderosa; si hubiesen logrado juntar sus armas, no hubiera sido dominada la mayor parte de Iberia por cartagineses, celtas ni romanos. De este modo, Estrabón, al notar como defectuoso el sentimiento colectivo ibérico, lo reconoce como existente y exigible para asegurar la independencia de la comunidad ibérica.

    Por su parte, Tito Livio considera también como una entidad sustantiva la Hispania, y habla frecuentemente de los hispani en general, sin creer necesario precisar si son de tal o cual tribu. Después, Floro, un africano que escribe en Tarragona, emplea la muy expresiva frase Hispania universa para designar una colectividad humana, y censura, como Estrabón, el que España no hubiese conocido sus propias fuerzas hasta haber sido vencido por Roma tras una lucha de doscientos años. Supone, pues, un interés común desatendido, una nación con imperfecto sentido de nacionalidad.

    Dentro de la organización administrativa romana, España, aunque dividida en varias provincias, fue siempre considerada como una entidad superior que daba unidas a la división provincial. Y bajo el esplendor del Imperio, cuando por primera vez podemos conocer un pleno desarrollo cultural de la España romanizada, observamos que entonces forma un conjunto semejante, en su distribución de fuerzas y valores, al que ofrece la España moderna en otro momento imperial, en el tiempo de su más tensa unificación durante los siglos de oro de su literatura: También en la Antigüedad la parte central, lo mismo que después Castilla, representa el núcleo cohesivo, Celtiberia robur Hispaniae; también entonces ese centro celtibérico y la Bética dan todos los hombres representativos y gloriosos en las letras y en la política, lo mismo que en los siglos XVI y XVII la inmensa mayoría de ellos proceden de Aragón, de ambas Castillas y de Andalucía. La semejanza entre el mapa intelectual (como diría Feijoo) de la España romana y el del España austriaca es sorprendente; y tal semejanza entre estos dos momentos más brillantes de la España unificada, manifiesta esa unidad espiritual regida por ciertos principios orgánicos, ciertas energías vitales, perdurables en su acción y en su fuerza. (1)

    La España romana, poco antes de disolverse el Imperio, aparece ya con un valor nacional muy preciso en la primera Historia Universal que el cristianismo concibe, la de Paulo Orosio. Este galaico, discípulo de San Agustín, se muestra poseído de un particular espíritu patrio. España para él es todavía una provincia del Imperio dentro del cual la Providencia ha unificado el orbe: mas, a pesar de eso, la provincia se yergue altanera en oposición a la urbe, alegando ya un destino histórico propio, dentro del Imperio, reclamando para sus guerras habidas con Roma un valor ejemplar de lealtad a las leyes eternas de justicia, más alto que el mostrado por la metrópoli vencedora, y señalando a los godos en España un papel restaurador de la providencial unidad del orbe cristiano (2).

    (
    1) La semejanza del mapa cultural hispano en la época romana con el de los siglos de oro, expuesta en el prólogo al tomo II de esta Historia, es aprovechada por el padre García Villada (”El destino de España”, edición de 1940, pág. 118) para mostrar la unidad a la vez que el papel predominante de la parte central de la Península. Por el contrario, esa semejanza es interpretada por P. Bosch Gimpera (“España”, discurso en la Universidad de Valencia, 1937, pág. 37), suponiendo que los dos florecimientos no son momentos culminantes en la historia de España, sino al contrario, una perfección de la superestructura que, a pesar de su brillo exterior, representa la interrupción del desarrollo natural del pueblo, desviado por el injerto de cultura e ideales extraños. Pero la actividad “natural”, que se supone dañada, nos es desconocida. Adelante insistimos en esto.

    (2) Orosio de Brácara (hoy Braga) escribe su “Historiarum adversos paganos libri septem” en los años 416-417, después de haber visitado en África, en Hipona, a San Agustín.

    Última edición por ALACRAN; 28/01/2022 a las 15:48
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  4. #4
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

    Mapa cultural de España en tiempos de Roma y en el Siglo de Oro, comentado anteriormente

    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  5. #5
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

    III. Unitarismo godo y su ruina

    Después de Orosio ocurre la desmembración del Imperio romano de Occidente en varios reinos germánicos. Importante fue para robustecer el unitarismo claudicante del pueblo ibérico, el hecho de que, en el tiempo de las invasiones, los últimos emperadores encomendasen la pacificación de España a los visigodos, que eran los germanos más romanizados, enteramente poseídos de la idea romana del Estado como fautor del bien y la justicia para la total comunidad de los súbditos, idea superior al particularismo dominante en los demás gobernantes bárbaros. Esos godos, siendo aun arrianos, contrarios al catolicismo de los hispanorromanos, unificaron políticamente la península entera, y sólo algunos años más tarde la unificaron espiritualmente por su conversión al catolicismo.

    A partir de Leovigildo, la fuerza del sentimiento nacional que el unitarismo del Estado godo despertaba, se observa al ver cómo la rebelión de San Hermenegildo contra su padre arriano es reprobada aun por el clero católico, que tenía que sufrir persecuciones por parte de los poderes públicos (1).

    Ese sentimiento nacional logra después una entusiasta expresión literaria bajo la pluma de San Isidoro: En toda la extensión del mundo, desde su confín oriental en la India hasta su extremo occidental, la sacra madre España es la tierra más hermosa y feliz, incomparable en sus riquezas naturales, patria de insignes príncipes; ella, después de unida a la vencedora fortaleza romúlea ha celebrado nuevo feliz desposorio con el florentísimo y glorioso pueblo de los godos.

    El concepto de esta España romano-goda, unitaria, tan altamente iniciada por Orosio, tan elocuentemente exaltado por San Isidoro, nunca dejó de estar presente en los espíritus durante los siglos siguientes, siendo ambos autores muy leídos durante toda la Edad Media.

    No obstante, ese concepto sufre oscurecimiento. Después de la época floreciente de Leovigildo y de San Isidoro (siglos IV y VII), el reino godo decae en una despedazadora lucha partidista, y el partidismo llega a oscurecer el sentimiento nacional. Uno de los partidos trae en su auxilio a los musulmanes; y al convertirse éstos de auxiliares en invasores, faltó toda posibilidad de cohesión ante el peligro. Se produjo la desbandada, el sálvese quien pueda y como pueda. Los hijos del penúltimo rey, Vitiza, se contentan con mantener la posesión de sus 3.000 cortijos patrimoniales, confirmadas por los invasores; Teodomiro obtiene otro pacto especial en Orihuela; diversos señores poderosos y hábiles se arreglaron para conservar sus haciendas, su religión, sus leyes, y no se preocuparon del resto del país; todavía en el siglo XI, un señor aragonés se jactaba de que sus abuelos y él habían vivido independientes de los califas de Córdoba y de los reyes de Aragón, “quia libertas nostra antiqua est”; ante la ruina de España, esos poderosos señores saturados de individualismo, no se desvivían por otra cosa sino por sacar a salvo su libérrima libertad. La insociabilidad Ibérica había brotado por todas partes como lacra que, al decaer las fuerzas invade todo el cuerpo enfermo.

    Algún foco de resistencia combativa que se organizó, el de Asturias, peleaba aislado y débil. Nadie se interesaba por su vecino. El mozárabe que, en Toledo, lleno de dolor, redactaba una extensa crónica el año 754, no dice una palabra de Pelayo ni de Alfonso I; quizá ni sabía de ellos, o no le importaba las audaces guerras e incursiones que desde Asturias promovían.

    (1) Leovigildo (573-586), último rey arriano, representaba para todos los hispanos el gran rey que había dado unidad política al reino godo, de ahí el juicio adverso a la rebelión de su primogénito Hermenegildo (579-584). Juan, abad Biclarense, aunque perseguido por Leovigildo, trata, en su crónica, a Hermenegildo como rebelde tiránico contra su padre (Hermenegildus tyrannidem assumens…) y lo mismo San Isidoro (…). A pesar de que el papa San Gregorio Magno llama mártir a Hermenegildo, la opinión española y la de Gregorio de Tours le fue adversa; véase Z. García Villada (Historia eclesiástica de España II, primera parte, 1932. Pág. 53-57).

    (continúa)
    Última edición por ALACRAN; 28/01/2022 a las 20:46
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  6. #6
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

    IV. Los reinos medievales

    Así comenzó un largo periodo de fragmentación; muy largo, ciertamente, porque la formación de múltiples Estados nuevos sobre las ruinas del reino visigodo se ve favorecida por la tendencia disgregadora que la época feudal trae para Europa entera. Salvo que el individualismo ibérico no se organizó dentro del régimen de dependencia vasallal, base del feudalismo, sino en forma de reinos independientes. Al lado del primitivo reino asturiano neogótico, se crean el reino de Pamplona en 905, los de Castilla y Aragón en 1035, y el de Portugal en 1143. El viejo reino astur-leonés ostenta sobre los otros una vaga, pero muy significativa superioridad imperial, débil sustitutivo español al también débil vínculo del vasallaje que daba trabazón al sistema feudal europeo.

    Se ha señalado como gran desgracia de España el no haber tenido feudalismo, esto es, falta de una nobleza fuerte y emprendedora (1). Pero si no hubo multitud de estados feudales hubo variedad de reinos que más libremente pudieron desarrollar su personalidad y desparramarse en las actividades más dispersas por el Mediterráneo, por África y por el Atlántico, como aprendizaje y ensayo para la grandeza a que llegaron cuando se reunieron en el siglo XVI. No hubo señores poderosos, pero hubo reyes coexistentes que llegaron a competir en empresas cuales ningún duque feudal podía soñar. La división en reinos retrasó la principal empresa, la Reconquista, pero en cambio trajo la diversidad de acción expansiva fuera de la Península.

    Entre los españoles islamizados, los reinos de taifas de los siglos XI a XII son un producto similar al de los cinco reinos cristianos. Como éstos van en disconformidad con el feudalismo europeo, más aun, los reyes de taifas van contra el espíritu del Islam, ya en su sistema tributario, ya considerando el reino como patrimonio personal divisible entre sus herederos, lo mismo que hacían los cristianos del Norte. Siempre la España disconforme respecto a los dos orbes que en ella se entrecruzan. A la caída del califato cordobés, el iberismo islamizado hace surgir más de veinte reinecitos, luego reducidos a muchos menos por sucesivas reincorporaciones. En vano, los grandes imperios africanos de los almorávides y de los almohades pasaron sucesivamente el Estrecho y reislamizaron El Andalus, restableciendo en él la unidad política; en cuanto se debilitaba la invasión africana, las taifas resurgían inevitablemente.

    Y siguiendo el paralelismo entre la fragmentación cristiana y la islámica, también en los reinos de taifas hay que reconocer alguna ventaja al lado de la gran debilidad que la división trajo al poderío musulmán. Cada reyezuelo quería valer más que su vecino por la copiosa biblioteca que reunía y por el número de hombres de ciencia y poetas que atraía para ilustrar su corte. Gracias a este variadísimo impulso, el Islam español produjo una brillante llamarada cultural antes de su extinción. Los beneficios de ese fraccionamiento, poco antes de que Jaime I y San Fernando acabasen con tantos señoríos moros, son ensalzados en el Elogio del Islam español que hacia 1200 escribía El-Secundi, encomiando el esplendor de los antiguos reinecitos de Sevilla, Almería. Toledo, Valencia, Denia...: “Todos los reyes de taifas rivalizaron en afanes culturales; todos los días eran para ellos como fiestas y reunieron en sí todas las ramas del saber”. Y esta docta competencia fue de trascendente, eficacia, pues absorbiendo y utilizando la ciencia que esos reinos moros producían desde dos siglos antes, mereció Alfonso X ser llamado el Sabio en la cristiandad occidental.

    (1) Ortega y Gasset, “España invertebrada” (1922)
    Última edición por ALACRAN; 01/02/2022 a las 14:37
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  7. #7
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

    V. La idea de España en la Edad Media

    Pero la destrucción del reino godo, seguida de tan prolongada disgregación, no consigo borrar de los espíritus el concepto unitario; lo oscurecieron, lo relegaron en la vida política, pero no en la esfera de las ideas y de las aspiraciones. Porque los reinos medievales no vinieron a romper la unidad gótica de un modo arbitrario, sino a remediar la ruina de esa unidad. Nacieron natural y oportunamente como las guerrillas del individualismo ibérico que se aprestaban a luchar contra el coloso del Islam cuando éste se hallaba en su mayor empuje expansivo. No servían esos reinos a ningún sentimiento localista. El localismo tiene como principal fundamento una diferencia lingüística, y ninguno de esos reinos, salvo el de Portugal, se fundó sobre una base idiomática. León, Castilla, Navarra, Aragón, todos fueron reinos bilingües. Todos nacieron como una primera forma de reintegración, única que podía producirse ante el tan superior poderío musulmán, y por eso la larga vida de tales reinos no borró la idea de unidad hispánica que se sobreponía a la fortuita división.

    Muy pronto, a poco de la invasión musulmana, los reyes asturianos se proclamaban parientes y herederos de los reyes godos. Luego, en 883, Alfonso III, al escribir la primera historia del pequeño reino ovetense, la titula Historia Visigothorum, afirmando con este título la continuidad no interrumpida de la monarquía goda, y declarando expresamente que el pequeño reino de Pelayo habría de ser la salvación de España, salus Hispaniae, pues no cesará de combatir “día y noche hasta que la predestinación divina decrete la expulsión total de los sarracenos”. Nótese bien, frente a la tan repetida negación del concepto medieval de España: el reino de Asturias en su insignificante pequeñez, no imagina que el suelo de España haya de quedar repartido entre los cristianos de siempre y los moros invasores, como era únicamente presumible dado el incontrastable poder de los dos centros políticos de Damasco y Córdoba, dada la realidad de la proporción entre las fuerzas de uno y otro contendiente, que exigió muchos siglos de lucha; Asturias no se contenta con menos sino con negar que el Islam puede quedar instalado a perpetuidad en España. Así la invasión musulmana, en vez de conseguir que los pequeños territorios cristianos del Norte, sintiéndose abrumados ante el resto de la España sólidamente islamizada, olvidasen el viejo concepto isidoriano, lo que consiguió fue robustecerlo, entroncando firmemente ese concepto con un ideal religioso a la vez que con un propósito nacional de recuperación del suelo patrio íntegro, concepción política que por lo mismo que era de ejecución dificilísima y lenta, fue hondamente formativa a través de los siglos.

    El haber concebido y expresado como ideal hispánico ese propósito de reconquista total, que en los siglos VIII y IX parecía un pensamiento de locos o de ilusos, supone un sentimiento nacional arraigado en extremo, ya que un propósito semejante no fue concebido ni intentado por ninguna de las otras provincias del antiguo Imperio romano caídas en Oriente y en Occidente presa de los musulmanes; ninguna de ellas reaccionó sino España, al comenzarse la gigantesca contienda que el Islam entablaba frente al cristianismo sobre el dominio del mundo (1). El Patriarcado de Antioquía, el de Jerusalén, el de Alejandría, el África Proconsular, a pesar de su brillante cristiandad, la Mauritania, todas esas provincias se dejaron islamizar para siempre.

    Y Asturias sirvió de iniciadora y maestra en el ideal hispano de resistencia y restauración total que, conforme van pasando los siglos, va siendo menos desproporcionado y menos megalómano. Los varios reinos surgidos después, todos pregonan el mismo propósito, que implica unidad de origen y de destino, todos reconocen su unidad de empresa hispánica en la reconquista total, repartiéndose por medio de tratados especiales las comarcas que cada uno de ellos ha de conquistar, o aliándose todos para rechazar nuevas invasiones africanas, aunque éstas sólo amenazaban a uno de los reinos, a Castilla.

    En segundo lugar, los varios reinos reconocían también hasta el siglo XII, cierta unidad política en cuanto a los continuadores de los reyes godos asturianos, los reyes de León, tomaban el título de emperador, o ampliamente dicho: emperador de toda España, Imperator totius Hispaniae, y como tal eran reconocidos por el rey de Navarra, por el de Aragón, por el conde de Barcelona, lo mismo que por muchos reyes de taifas. Los reyes de Navarra y Aragón, Sancho Ramírez y Pedro I, acuden a defender la sede imperial de Toledo cuando Alfonso VI se ve atacado por los almorávides. Entonces también el héroe más popular, celebrado por la poesía heroica (el Cid), da nuevo vigor a la idea unitaria neogótica, pues en el difícil momento en que el poder bélico del “Emperador de toda España” cede ante la invasión almorávide, Rodrigo de Vivar se propone por sí solo restaurar la totalidad del reino godo, destruido hacia cerca de cuatro siglos, pero de anhelada reconstitución para todos. “Si un Rodrigo perdió España, otro Rodrigo la recobrará”; y tal amenaza, según Ben Bassam, llenó de pavor a todos los musulmanes, pues ya la liberación total del territorio no era un sueño quimérico de pura fe hispánica, como el que daba aliento al pueblo asturiano dos siglos antes.

    Además, como tercer fundamento unitario, todos los reinos se sentían incluidos dentro de cierta unidad cultural basada en una larga tradición política y religiosa común a la España romana y goda; todos, por ejemplo, siguieron en su comienzo rigiéndose por el código visigótico, que sólo en el siglo XI se ve sustituido por leyes consuetudinarias locales, entre las que igualmente se observan estrechas relaciones e influencias recíprocas ejercidas entre uno y otro de los reinos.

    En fin, y en cuarto lugar, todos los reinos se aproximaron cada vez más, llegando a una unidad dinástica, pues a partir del siglo XI los reyes de todos ellos descendían de un tronco común, parentesco que se renovaba con frecuentes alianzas matrimoniales. Y esa hermandad dinástica, además de implicar intimidad familiar en el gobierno de los varios reinos, era esperanza e incitante de unión; al intento de juntar Castilla con Aragón por el matrimonio desastroso de Alfonso el Batallador sucede la unión efectiva de Aragón con Barcelona, y más tarde la de Castilla con León, ambas efecto de matrimonios. Después, el compromiso de Caspe es un fortalecimiento de la unidad dinástica. Luego se hace, también por desposorio, la unión de Castilla con Aragón; y la aspiración reintegradora se remata con los varios matrimonios portugueses que los Reyes Católicos conciertan con tanta insistencia como infortunio (2).

    El propósito de recobro total del suelo patrio que nunca dejó de ser popular, se sintió cumplido en el siglo XIII, y tanto el pueblo como los reyes miran terminaba la gran obra, sabiendo que era empresa unitiva de la España total. Entre poetas gallegos y cronistas castellanos encontramos popularizada una frase bien expresiva: Fernando III y Alfonso X “ganaron a España de mar a mar”, esto es, desde el mar de las Asturias hasta el de Sevilla y hasta el de Cartagena, ámbito de casi totalidad que ningún otro reino tenía, sino el de Castilla, nuevo robur Hispaniae. Simultáneamente, Jaime I acaba la reconquista encomendada al reino de Aragón, y después de acabada, en una insurrección de los moros de Murcia acude a socorrer a Alfonso X, deseando él y sus catalanes alcanzar el alto prez de salvar a España, “que nos haiam tan bon preu e tan gran honor que per nos sia salvada Espanya”, según el mismo rey declara en su propia Crónica. La liberación total de la patria es llevada así a cabo como una obra conjunta de todos los españoles.

    Con este final de la reconquista coincide el renacimiento de los estudios históricos sobre España, comprendida ésta en su unidad a pesar de la división en reinos diversos. En este sentido componen sus relatos el obispo Tudense, que era un leonés, y el arzobispo Toledano, que era un navarro castellanizado; los dos escriben bajo el reinado de Fernando III. (3)

    El arzobispo toledano, por su erudición muy superior, por sus dotes de claridad y estilo, tuvo mayor difusión, influjo más duradero. Su obra De rebus Hispaniae se abre tomando como base la unidad de población por Túbal y por Hércules; sigue la multisecular unidad romano-goda, rematada con un loor de España imitando el de San Isidoro, pero seguido (y esto es novedad importante) de un poético lamento por la destrucción de España, que es anuncio de su restauración, comenzada en Asturias y continuada por los demás reinos. La unidad dinástica de estos reinos es el principio organizador de la segunda parte de la obra, a la que sirve de núcleo el reino leonés-castellano.

    Dentro de estas mismas líneas directivas concibe Alfonso X su gran Estoria de España más extensa, más rica en narración que la del arzobispo toledano. En el prólogo nombra siempre como sujeto de la historia a los españoles, y con frase lacónicamente unitaria (mejorando el título De rebus Hispaniae) dice que va a contar el fecho de España, y el daño que a ella vino por la división de los reinos, “por partir los regnos”, pues esto retardó el recobro de lo ocupado por los moros; pero ya la ayuntó Dios, añade, esto es, Dios juntó en uno los reinos principales. Se aplica después a contar como ya está ganada toda la tierra “del mar de Santander fasta el mar de Cádiz”, y acaba refiriendo como San Fernando dejó toda España conquistada al morir, haciendo tributario el reino de Granada, que le lloró como a señor y amparo (4).

    De este modo, la Historia se corona considerando terminada la Reconquista; y en realidad lo está virtualmente, si bien ese vasallaje granadino de que San Fernando moría satisfecho, fue para los reyes sucesores un filtro soporífero que les anubló el sentimiento de su deber anti-islámico, olvido que les censuraba el rey aragonés Jaime II. (5)

    En fin, hay que destacar, sobre todo, en esta concepción de la Historia, el mirar la división de reinos como un daño pasajero al que Dios va poniendo remedio; pensamiento político esencial para explicar la constante tendencia reintegradora que va obrándose pacíficamente a través de toda la baja Edad Media. Y este juicio adverso a la fragmentación como algo anormal e indeseable, no era sólo propio de historiógrafos y estadistas, sino que era también popular: los juglares en sus cantos épicos argumentaban contra la partición de los reinos hecha por Fernando I: “Ca los godos antiguamente ficieran su postura entre sí que nunca fuese partido el imperio de España, mas que fuese todo de un señor”. Canto juglaresco autorizado y divulgado hasta el extremo de haberlo prosificado la misma Estoria de España en sus páginas. (6)

    Así, frente al localismo ocasional, el concepto unitario de España, primeramente expresado en la vieja crónica de Alfonso III, llega a su perfección y a su divulgación máxima en las páginas latinas del arzobispo toledano y en la prosa romance de Alfonso X. Estas dos obras sirvieron de guía a todos los historiógrafos posteriores, lo mismo de Castilla que de Aragón, Navarra o Portugal, y fueron lectura constante de doctos y de vulgo durante cinco siglos; en ellas conformaba su espíritu todo hombre que sentía el aliento del pasado vivificador del presente.

    (1) Véase La España del Cid, 1929, págs. 71-73. (1947, págs. 64-66)

    (2) Amplío esto en mi volumen “El Imperio Hispánico y los Cinco Reinos”, Madrid, 1950. págs. 201-227.

    (3) La Historia de Lucas, obispo de Tuy, fue acabada en 1236. La historia De rebus Hispaniae del arzobispo de Toledo, Jiménez de Rada se termina en 1243. Trad.

    (4) Primera Crónica General, edic. 1906. (…) Esta Primera Crónica General, iniciada por Alfonso X hacia 1270, se acabó bajo Sancho IV hacia 1289.

    (5) La España del Cid, 1947, pág. 639, texto de la crónica de Muntaner.

    (6) La Primera Crónica General, pág. 494.

    (continúa)
    Última edición por ALACRAN; 01/02/2022 a las 14:57
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  8. #8
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

    VI. La unidad política

    La época desintegradora por la que se formaron los cinco reinos acaba con la última partición en herencia ocurrida en 1157 (sucesión de Alfonso VII de Castilla, que repartió el reino entre sus hijos Sancho III -Castilla- y Fernando II -León-). El intento de Alfonso X para formar un Reino aparte con Jaén, destinado al infante Alfonso de la Cerda fue un proyecto fugaz, abortado tan pronto como concebido. En cambio, el impulso integrador de la unidad, que venía obrando desde el matrimonio de Fernando I, y desde las guerras de su hijo Sancho II y el Cid, se va afirmando continuamente, hasta llegar a la unidad conseguida por los Reyes Católicos. Esta unidad que entonces se realizaba, no era una aspiración únicamente sentida en las alturas del gobierno; era enteramente popular, insistimos en ello. El matrimonio aragonés de Isabel, en oposición al matrimonio extranjero, fue un deseo tan vastamente nacional, que hasta los chiquillos lo cantaban en sus juegos, según nos cuenta el Cura de los Palacios.

    Conseguida la unidad política, se aspira a la mayor unificación interna en beneficio del gobierno centralizador. Castilla es la primera que, bajo Carlos V, sucumbe en su intento de imponer al rey la autoridad de las Cortes. Aragón después, defendiendo la función de su Justicia frente a Felipe II.

    El Renacimiento y los tiempos nuevos habían impreso a la monarquía un sesgo incompatible con las fuertes limitaciones medievales. Tratadistas y ministros continúan combatiendo esas tradicionales limitaciones ante Felipe III y su hijo. El Conde- Duque de Olivares proponía a Felipe IV, como negocio más importante para hacerse verdadero “rey de España”, el reducir los varios reinos “al estilo y leyes de Castilla sin ninguna diferencia” (1). Pero esta política extrema era ya imposible, dado el gran decaimiento de la realeza en obsequio a la cual se pretendía unificar los varios reinos, y aquellos reyes apáticos no podían obtener nada parecido a lo que obtuvieron los dos primeros Austrias.

    Lejos de eso, el localismo se despertó como en todos los períodos de gran abatimiento. La decadencia general, la disipación del espíritu y de la antigua virtud, en que el imperio había sido formado, dieron lugar a los más graves sucesos secesionistas en todas partes: la emancipación de Portugal y la sublevación de Cataluña, además de otras dos intentonas, muy descabelladas, pero que denuncian la extensión del mal: la del duque de Medinasidonia, sospechado de connivencia con Portugal para alzarse con Andalucía, aprovechando el descontento general de esta provincia (1641), y años después, un propósito parecido del Duque de Híjar en Aragón, de cuyos conjuros decía Felipe IV que “más parecían locos que traidores” (1648).

    En cuanto el cambio de dinastía (Felipe V de Borbón) hace desaparecer la extrema debilidad nacional trayendo un incremento de vida nueva, el principio unitario se fortalece en actos de gobierno y en el terreno de la ideología.

    (1) El Memorial del Conde Duque, fechado en 1625, extractado por G. Marañón, “El Conde-Duque de Olivares”, 1936. págs. 427, 429, etc. Otros varios escritos contra los regionalismos de España, como el de Baltasar de Olmos, “Conocimiento de las Naciones” dedicado a Felipe III. G. Marañón en el Boletín Acad. Hist. CXVI, 1945 pág. 333.



    Última edición por ALACRAN; 10/02/2022 a las 13:48
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  9. #9
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

    VII. Foralismo, federalismo y cantonalismo

    Brota de nuevo el localismo como anejo a la primera guerra carlista. Son aquí esenciales las apreciaciones de un catalán, Balmes, quien por los años de 1843-1847 combate repetidamente la opinión muy extendida, sobre todo en el extranjero, de que en España domina un “espíritu de provincialismo”, un “espíritu federal” enemigo de la centralización administrativa impuesta por la “esto es inexacto, dice Balmes: el pueblo español no alimenta tendencias federales opuestas a la “monarquía total” que hace tres siglos le gobierna y le unifica; prueba de que ello es que todas las provincias se alzaron contra Napoleón al grito de ¡Viva el Rey! con adhesión unánime, sin ponerse previamente de acuerdo; por esto es una candidez creer que la guerra carlista se mantenía a nombre de los antiguos fueros, fueros que los vascongados, catalanes, valencianos o aragoneses de hoy no saben en qué consistieron. Por lo demás, ese provincialismo o federalismo lo apoyan y lo alientan algunos países extranjeros interesados en la debilidad de España” (1).

    Partiendo de estos razonamientos de Balmes, debemos sentar que la fuerza centrífuga de mediados del siglo XIX no puede pretender un enlace tradicional con la que animó a los defensores de Lanuza (2); es algo nuevo, surgido espontáneamente como una secuela conjunta al gran desconcierto y a la debilitación moral y material en que el país se ve sumido; pero indudablemente la monarquía carlista era unitaria, aunque no uniformista. En ella las reivindicaciones forales son un accesorio, son como un parásito de los principios políticos y religiosos que el carlismo sostenía y que eran profesados con igual ardor por carlistas de regiones que nunca pensaron recabar fueros propios.

    No obstante, esa tendencia nueva, más o menos centrífuga, aunque vencida en su primer brote, reaparece en cada momento de gran debilidad nacional. La viene a ayudar también un eco lejano del ideario romántico: el deseo de que el genio y facultades propias de cada pueblo den sus frutos más naturales, libres de toda injerencia del Estado unitario. En este sentido y en el del más amplio liberalismo político teoriza el principio federativo, Pi Margall (3), cuando después de la revolución de 1868 estalla la segunda guerra carlista en el Norte y se proclama la “República Federal”. De esa República fue presidente Pi, y en ella representa la más ruidosa derrota de la idea federativa, pues tiene él mismo que luchar contra la degeneración de tal ideal, contra el cantonalismo anárquico que se desencadena en el sur de la Península.

    (1) Balmes Escritos políticos, 1847, pág 165 cc.; y en La Sociedad, 15 marzo 1843 y 15 de mayo 1844 (tomo I, pág. 69, y IV, pág. 87).

    (2) Juan de Lanuza, justicia mayor de Aragón que, apoyado en los fueros o leyes tradicionales propias del reino de Aragón, trató de resistir con las armas las decisiones de Felipe II. Fue decapitado en Zaragoza el 20 de diciembre de 1591. Trad.

    (3) Pi y Margall es autor de El principio federativo, 1872, y de Las Nacionalidades, 1876. Siendo él presidente de la República Federal en 1873, se rebelaron, declarándose cantones independientes, Málaga, Sevilla, Cádiz, Cartagena, Valencia… Trad.

    (continúa)
    Última edición por ALACRAN; 10/02/2022 a las 14:04
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  10. #10
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

    VIII. Los nacionalismos [Cataluña]

    El nuevo brote de las ideas federalistas, el contemporáneo, toma vuelo con el desconcierto que cayó sobre la nación tras el desastre de 1898. Una importante causa económica se añade ahora: la pérdida de las colonias perturba el comercio de Cataluña y causa grave malestar en esta comarca. También el influjo extranjero que Balmes acusaba viene en ayuda del particularismo ibérico: es la “política de las pequeñas naciones”, practicada por las naciones grandes en provecho propio; es la doctrina de la autodeterminación de los pueblos que progresa después de la primera guerra mundial.

    El federalismo catalán toma entre los extremistas la forma de nacionalismo. Se quiso empezar descubriendo una diversidad étnica; en el mismo año trágico de 1898, el doctor Bartolomé Robert anuncia al mundo la superioridad craneana de los catalanes; y así en otros muchos órdenes se abultaron artificialmente los “hechos diferenciales” por los que presenta al pueblo catalán en el curso de los siglos como algo completa y permanentemente separado de los demás pueblos de España. Para esto, la Historia tenía que ser tratada nacionalmente, como lo hace, entre otros, con gran erudición, Rovira Virgili.

    Pero esta empresa historiográfica tropieza con serias dificultades: hay que ir cortando cuidadosamente los más fuertes enlaces que se observan entre la historia catalana y la general de España, y donde no se pueden cortar, mostrar lo injusto o nocivo del lazo. Hay que descastellanizar la historia. Entonces los agravios hechos a Cataluña no arrancan ya de Felipe V o de Felipe IV, sino que se asciende a unos siglos más arriba, al afianzamiento de la unidad dinástica de los reinos peninsulares, y se denigra el Compromiso de Caspe (el hecho más insigne y ejemplar en la política del siglo XV), como si aquellos doctos y santos juristas que estudiaron y resolvieron la cuestión sucesoria fueran unos jueces inicuos.

    Otros nacionalistas remontan tres siglos más atrás, y encabezan las injusticias históricas respecto a Cataluña con el conde Ramón Berenguer IV; éste, al casarse con la reina niña aragonesa, hizo demasiadas concesiones, pues debió haberse titulado rey de Cataluña y Aragón. Pero tal reproche olvida una dificultad: que Cataluña, la unidad diferenciada que pretenden, no tenía una clara existencia ni aun en el nombre, pues catalanus y Catalonia no aparecen en los documentos oficiales hasta treinta o cuarenta años más tarde; y olvida también que el tomar título de rey no dependía entonces, ni dependió después del capricho individual. Pero Ramón Berenguer IV, sin saber que estaba desangrando al nacionalismo del siglo XX hizo más que el no llamarse rey; se reconoció vasallo del emperador toledano Alfonso VII, hecho bien divulgado por la honradez historial de Zurita, pero callado por los historiógrafos nacionalistas catalanes, quienes cuando tienen que hablar del emperador y del conde-príncipe de Aragón envuelven la Historia en una terminología anacrónica y enfática: “els dos sobirans”, el del “Estat castellá” y el del “Estat catalano-aragonés”, y llaman “Confederació catalano aragonesa” (1), a lo que siempre se llamó simplemente reino de Aragón.

    Pero, en fin, dejando cuestiones de nomenclatura, no cabe pensar que la historia de Cataluña viene equivocada y mal hecha desde hace ocho siglos, sino que son los nacionalistas quienes la escriben equivocadamente desde hace cuarenta años [1907], son ellos los que entienden mal a Cataluña y no Ramón Berenguer IV ni los compromisarios de Caspe; son los separatistas los que pugnan con la Historia al querer vivir solos, “¡Nosaltres sols!”, cuando Cataluña jamás quiso vivir sola, sino siempre unida en comunidad bilingüe con Aragón o con Castilla.

    (1) Véase A. Rovira Virgili, Historia Nacional de Catalunya, IV, 1926, págs. 121, 135, etc. y 383-393. Entre muchos ejemplos análogos, no dejaré de anotar uno con que tropiezo antes de retirar el libro de la mesa. En el tomo III, 1924, pág. 131, traduce un pasaje de Gómez Moreno, Iglesias Mozárabes, 1919, pág. XII, que en el original dice: “El influjo carolingio hizo que instituciones bárbaras tomasen arraigo y que un arte de tipo europeo gallardease en Oviedo y Barcelona, sin acordarse casi para nada de Toledo ni de Córdoba”; en la traducción, se suprime la mención de Oviedo y se obtiene así un hecho diferencial perfecto; y para no ensombrecerlo en nada, se traduce el adjetivo “bárbaras” por “d’origen germánic”.


    (continúa)
    Última edición por ALACRAN; 15/02/2022 a las 14:24
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  11. #11
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

    IX. La cuestión lingüística

    Modernamente en los movimientos secesionistas se concede la mayor importancia a la diversidad de lengua. Mientras la cultura tiende cada vez más a la uniformidad universal, se valoriza más la individualidad de múltiples culturas menores, representadas por lenguas cuyo desarrollo histórico no puede decirse completo, en comparación con las grandes lenguas culturales. El vivo interés científico y literario despertado modernamente hacia las lenguas menos estudiadas antes, sirve de apoyo al interés político por las “pequeñas naciones” y éste no aprecia el diferente papel que representan las grandes lenguas hegemónicas y las que no tienen una sustantividad tan firme, por no tener un cultivo tan intenso y original como las otras, ni tan continuado y sin vacíos extensos. El flamenco, el estonio, el irlandés, el catalán… vienen a tomar un valor representativo de aspiraciones políticas; lenguas que nunca fueron de cultura, como el vasco, hacen desesperados esfuerzos por querer serlo y bastarse a sí mismas. En suma, se tiende a igualar en la consideración histórica las grandes lenguas de cultura con las pequeñas y hasta con las antes no existentes como tales.

    A propósito, debemos, desde luego notar, respecto a España, que ni el mayor individualismo ibérico produjo mayor diversidad de lenguas, ni esta diversidad obró como determinante en disgregaciones históricas que hayamos de recordar.

    Si tomamos como término de comparación un país tan unitario como Francia, hallamos en él mucha más variedad lingüística en cada uno de los territorios bretón, vasco, gascón, languedociano, catalán, franco-provenzal, francés, picardo, etc., frente a nuestro vasco, catalán, gallego-portugués, asturiano, leonés, castellano y alto-aragonés. Abundantes variedades locales comparables a las que llenan todo el suelo de Francia y de Italia, sólo se hallan en Asturias, en el Alto Aragón, en el norte de Cataluña. De modo que la particularista España constituye una excepción de mayor uniformidad lingüística, siendo el país románico en que la diversidad de dialectos es menor relativamente a la extensión territorial. Hubo una acción uniformadora, la expansión de la Reconquista de Norte a Sur, que actuó lo mismo sobre las manifestaciones lingüísticas que sobre las del carácter en general, muy en contradicción con aquella teoría, que dijimos, de los valles y las sierras disociables. Lo cual es confirmación de que las causas del localismo no son las diversidades étnicas, psicológicas y lingüísticas, sino justamente lo contrario: la uniformidad del carácter, en todas partes individualista, el iberismo, que describe Estrabón como poco apto para concebir la solidaridad.

    En segundo lugar, las diferencias de idioma no influyeron en el progreso de fragmentación durante la Edad Media, cuando este proceso obedeció a verdaderas necesidades históricas. La lengua no determinó la formación de los reinos y condados de entonces, no fue tenida en cuenta para nada.

    El reino astur-leonés fue, desde el siglo VIII un reino bilingüe, pues a él estuvo siempre unida Galicia, sin vida independiente; y dentro de este reino se establecieron una serie de regiones administrativas, bilingües también siempre: Asturias, el Bierzo, Sanabria, que las tres hablan gallego en su parte occidental y leonés en su parte oriental.

    El reino de Navarra, desde su comienzo en el siglo X, usó promiscuamente dos lenguas habladas, el vasco y el dialecto navarro, afín al castellano, y como lengua escrita sólo usó el latín y el dialecto románico, pues el vasco no comenzó a escribirse algo sino el siglo XVI; la capital, Pamplona, habla castellano desde los siglos medievales.

    Por su parte, la misma Castilla fue, desde sus orígenes, en el siglo X, un condado o reino bilingüe, por tener incorporados en sí los territorios de Álava y Vizcaya, ya bilingües de suyo: casi toda Álava, la mitad occidental de Vizcaya hasta la misma villa de Bilbao, inclusive, hablan castellano desde tiempo inmemorial.

    Lo mismo el reino de Aragón, desde su principio en el siglo XI, fue bilingüe por su condado de Ribagorza, cuya mitad oriental habla catalán, y el bilingüismo del reino se afirmó cuando se le unió en el siglo XII el gran condado de Barcelona, el cual desde entonces dejó de llevar vida aislada, formando un Estado único con Aragón; como advierte Rovira Virgili, la corte o curia del monarca único era mixta de nobles aragoneses y catalanes, y mixtas eran frecuentemente las Cortes del reino (1). El reino de Valencia, en fin, desde su reconquista en el siglo XIII es bilingüe de catalán y aragonés.

    Así, pues, durante los muchos siglos en que la fuerza centrífuga del localismo estuvo en su auge, pues lo exigía el desarrollo de la vida nacional, un bilingüismo constitutivo, inextricable, se extiende por todas partes. Aun Portugal, que forma un reino de compacta habla portuguesa, tiene un rincón, Miranda de Duero, donde se habla un dialecto leonés.

    En consecuencia, el bilingüismo, aumentando sus efectos con la constante convivencia, es hoy más íntimo, más penetrante que en la Edad Media. El castellano, como lengua hegemónica, después de haberse asimilado completamente los dialectos leonés y aragonés, fue arraigando cada vez más como lengua de cultura por el territorio catalán, gallego y vasco. Su mayor actividad literaria atrajo a su cultivo no sólo a los vascos, que siempre tuvieron por lengua escrita el castellano, sino a los otros, habiendo cesado casi por completo el uso literario del gallego desde el siglo XV y habiéndose disminuido notablemente el del catalán desde el siglo XVI, hasta que en el XIX trajo el Romanticismo un renacimiento de las culturas locales.

    El más grande historiador que el siglo XIX tuvo de las culturas catalana y castellana, Milá Fontanals, recordaba ante la Universidad de Barcelona el entusiasmo sentido en Cataluña por Calderón y por el teatro clásico español, representado en ciudades y villas, y aquellas sonoras tiradas de versos repetidas con majestuoso énfasis por sencillos menestrales, le hacen concluir: “La lengua castellana ha sido para nosotros la de un hermano que se ha sentado a nuestro hogar y con cuyos ensueños hemos mezclado los nuestros; es verdad que uno de los hermanos no ha hecho siempre oficios de padre y que el otro no se precia de muy sufrido, pero el vínculo existe y es indisoluble” (2).

    Y el prestigio literario se deja sentir no solo ejercido por las producciones del arte exclusivamente docto, sino por las de mayor extensión popular: el romancero tradicional, tan difundido por Cataluña y por Galicia, ora en versiones castellanas salpicadas de catalanismos o galleguismos, ora en versiones catalanas y gallegas llenas de castellanismo, prueba cuán profunda es la influencia hegemónica cultural sobre todas las capas sociales, tanto, las altas como las manos instruidas; el romancero, tan hermoso por su elemento castellano como por sus creaciones catalanas o gallegas viene a ser a modo de un plebiscito secular en pro de la natural necesidad hispánica de ese íntimo bilingüismo que los autonomistas rechazan cual si fuera una imposición centralista arbitraria e insoportable. Ese plebiscito romancístico es tan ajeno a cualquier centralismo, que se comenzó a votar desde los primeros años del siglo XV, a lo menos, es decir mucho antes que, por la unión de los reinos de Aragón y de Castilla, ésta tuviese la posibilidad de ejercer ninguna presión política sobre Cataluña: ya por los años 1420, el romance tradicional castellano, mezclado otras composiciones poéticas catalanas, figura entre las curiosidades deleitables con que un estudiante mallorquín en Italia gustaba recordar la patria hispánica distante.

    En rebeldía contra estos grandes hechos, el nacionalista pretende sacudir el peso de la historia y someter su idioma nativo a una violenta acción descastellanizante, queriendo suprimir el natural y universal fenómeno lingüístico de los préstamos entre dos idiomas tangentes, préstamos mutuos, aunque siempre recibiendo más la lengua menos vigorosa. Unas veces los nacionalistas, por huir de un castellanismo cotidiano, escogen una expresión inusitada que resulta en ocasiones ser también castellanismo, salvo que embozado; otras veces inventan a granel neologismos indigestos. Todo es abultar artificialmente los “hechos diferenciales”, violentar la naturaleza, tomar el idioma como instrumento de odios políticos, cuando lo es de fraternal compenetración, profanar el natural amor a la lengua materna inoculándole el virus de la pasión invidente. Y lo malo es que las exageraciones del nacionalismo no es raro que respondan exageraciones centralistas, hasta la de prohibir el uso razonable y necesario de la lengua particular.

    En suma: el desarrollo histórico de los idiomas locales y de los reinos independientes antiguos no apoya el que una diferencia de lengua se tome como base natural de autonomismo, ni el que se rechace como imposición centralista el bilingüismo íntimo y popular, que por tradición viene practicándose.

    (1) Historia Nacional de Catalunya, IV, pág. 82

    (2) Discurso leído en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona en mayo de 1881, en el centenario de la muerte de Calderón; reimpreso en Obras de don Manuel Milá. V. Barcelona, 1893, pág. 459

    (continúa)
    Última edición por ALACRAN; 19/02/2022 a las 18:37
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  12. #12
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

    X. Éxito de los nacionalismos [caso vasco]

    No obstante, las ideas nacionalistas sobre base lingüística alcanzan una plena realización durante la segunda República. Primero se aprueba el Estatuto catalán; después el vasco; más tarde había de seguir el gallego. Una voluptuosidad desintegradora quería estructurar de nuevo a España, como el que estructura el cántaro quebrándolo contra la esquina, para hacer otros tantos recipientes con los cascos. Se incurría en las mayores anomalías históricas para constituir estos pedazos, para separar lo que los siglos conocieron siempre unido.

    Los vascos de las tres vascongadas, por ejemplo, separándose hasta de sus vecinos los vascos de Navarra, querían vivir solos, cuando siempre vivieron fraternalmente unidos a Castilla; invocaban una lengua y una cultura propias; pero ¿qué cultura es la vasca, sino inseparablemente unida a la castellana para gloria de ambas, cuando el vasco no empezó a ser escrito hasta el siglo XVI y para contadísimas materias; cuando, si san Ignacio no hubiera pensado en castellano más que en vasco, jamás hubiera podido concebir sus “Ejercicios espirituales”, ni hubiera sido Ignacio universal, sino un oscuro Iñigo, perdido en sus montes nativos; cuando, si Elcano no llevara un nombre que suena a castellano y no guiare una nave de nombre castellano al servicio de ideales fraguados bajo la hegemonía castellana, no hubiera concebido otra empresa marítima que la de pescar atunes en el golfo de Vizcaya? De igual modo, ni imaginar siquiera se pueden las grandes figuras de catalanes o de gallegos sin ponerles por fondo el reino de Aragón o el de Castilla, como ni concebir tampoco se puede sin esas figuras la historia de Castilla o de Aragón.

    En fin, también ahora, en la segunda República, igual que en la primera, la tendencia a la fragmentación se nos presenta como parasitaria de la ideología republicana, y también ahora, como en tiempos de Pi Margall, trae serios contratiempos al Gobierno, hasta exigir una dura intervención en Barcelona (1934).

    (continúa)
    Última edición por ALACRAN; 25/02/2022 a las 13:31
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  13. #13
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

    XI. Teoría histórica del unitarismo como forma accidental
    Este federalismo contemporáneo tuvo, como el anterior, una teorización histórica que, por ser más amplia y completa, merece nos fijamos en ella. Fue principalmente desarrollada en una disertación hecha en Valencia, durante la guerra civil, en 1937, por el entonces rector de la Universidad barcelonesa, el erudito etnólogo P. Bosch Gimpera. Bosch, considerando la analogía de los elementos étnicos que habitan la Península, la fusión de los más antagónicos por efecto de la larga convivencia, los acontecimientos vividos en común, la participación de los varios pueblos en la creación de determinados valores espirituales, concede que “todo crea una solidaridad, una cierta cultura común”; pero como subsisten, sin embargo, diferencias entre los varios elementos así fundidos, si bien rechaza el separatismo, defiende el federalismo de Pi Margall y de Prat de la Riba, que triunfa con la segunda República. Esa diferencia de elementos, se piensa ahora, “no es apreciada por la Historia, porque la historia hasta hoy oficial y ortodoxa, la castellanista, es la historia del Estado, y el Estado no es más que una superestructura artificial, impuesta a la España auténtica, a la España constituida por los pueblos primitivos. La superestructura que estos pueblos impusieron los romanos, los godos, el califato cordobés, la monarquía austriaca y la borbónica, es forma postiza que, aunque a veces fuese benéfica, siempre daña por interrumpir o desviar el florecimiento de lo primitivo y natural, constitutivo de la verdadera España”. A este fondo indígena y verdadero querría dar vida el federalismo, pensando que el unitarismo atiende solo a la superestructura.

    Este término, “superestructura” (que, por cierto, lo hallamos en Carlos Marx), nos pide su complemento obligado: el fondo indígena, reacio a la organización superior, será una “infraestructura”, que no puede representar lo perpetuamente natural y auténtico; será siempre algo inferior a la superestructura, la cual, aunque en su origen haya sido artificial e impuesta (no lo fue casi nunca), el transcurso de los siglos la convirtió en lo esencial, auténtico y nativo. Sirva de ejemplo en la romanización, primera superestructura, el aspecto de ella más artificial y postizo, la expansión del latín, que vino a sobreponerse y a suplantar por completo a las varias lenguas indígenas. En el latín implantado sobre el suelo de la Península y en el romance que le sucedió, solo sobrevivieron, como pobre infraestructura, algunos escasísimos restos de lenguas primitivas; y resulta que hoy lo connatural, lo únicamente posible para nuestra mente, es pensar y vivir dentro de los moldes lingüísticos que nos ha dado la romanidad, sin que lo primitivo ibérico cuente más que por alguna rara voz o giro, mezclados al total fondo latino.

    Semejante es el principio unitario hispano: si Roma lo perfeccionó y lo afirmo, así perfeccionado se incorporó sustancialmente al espíritu ibérico, una vez que lo confirmaron los siglos de monarquía goda, los del califato y los de la monarquía unitaria desde el siglo XV. La fragmentación medieval y los breves episodios modernos contra la unidad estatal perdurable pertenecen a la infraestructura fraccionante que en la Edad Media obró como salvadora de un desastre (invasión musulmana), y después obró como destructora en manera inconsistente y pasajera.

    Se supone pues que toda actuación contra la superestructura sería un brote de fuerzas indígenas primitivas, rebeldes a la deformación artificial que les es impuesta; así, los reinos medievales serían resurgimiento incoercible de antiguos núcleos prerromanos. Pero la realidad es que la estructura de la España prerromana nos es poco menos que desconocida, y cuando la conocemos un poco, la tenemos que dejar a un lado para inclinarnos a lo romano y lo visigodo, es decir, a la superestructura.

    Tratando de explicar por qué Valencia se castellaniza más rápidamente que Cataluña, se señala como causa el que un elemento céltico afín al de Castilla, se prolonga desde la Celtiberia hasta Segorbe (…) Debe sentarse sencillamente que la razón próxima de la fácil castellanización de Valencia reside en su reconquista medio aragonesa medio catalana, y la razón remota debe ir a buscarse, no en la etnografía, de la cual apenas sabemos nada, sino en la vida administrativa del Imperio romano, en la visigoda y en la musulmana, habiendo sido Valencia una diócesis sufragánea de Toledo y un reino de taifa subordinado a Toledo, por lo cual el arzobispo toledano reclamaba jurisdicción sobre las iglesias valencianas reconquistadas por Jaime I. La castellanidad de Valencia remonta, pues, a la superestructura de siempre; no al contacto de los celtas con los edetanos primitivos.

    Lo mismo en cuanto a los reinos medievales. No cabe explicarlos por la resurrección de núcleos indígenas que o desconocemos o no coinciden con esos reinos; en cambio, vemos que coinciden en alguno de sus límites con ciertos pormenores de la superestructura romano-gótica que nos son conocidos, como, por ejemplo, la extensión de la Navarra de Sancho el Mayor hasta los montes de Oca, límite de la antigua Tarraconense. Bien se explica el hecho de que la historia se interese ante todo por la superestructura, pues ésta es la que da su pleno valor al pueblo, su forma de vida más compleja, más elaborada y eficiente, obra de los hombres representativos que el mismo pueblo produce, o asimilación que éstos realizan respecto a las modalidades venidas de afuera. Pero con esto, claro es, no pretendemos negar que la acción de lo que llamamos infraestructura no sea también objeto de la Historia.

    Pero esta infraestructura no puede tomarse como la forma esencial del pueblo español, cohibida por la superestructura. Si ésta no fuese más que una deformación, y si hubiera sido malamente soportada por el pueblo no ya desde los Borbones, no ya desde Ramón Berenguer IV, sino desde Roma acá, durante dos milenios, sería preciso concluir que ese pueblo había mostrado una inconcebible pasividad, equivalente a la no existencia. Pero, claro es: la forma de vida que el pueblo español llevó a través de dos mil años, no es tal equivocación permanente, ni tal superestructura postiza, sino la estructura normal, la más connatural que ese pueblo pudo tomar dentro de las multiformes circunstancias históricas en que se vio envuelto.
    Última edición por ALACRAN; 03/03/2022 a las 13:56
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  14. #14
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: El exceso de localismo como constante morbosa en la Historia de España

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    XII (y último). El localismo como accidente morboso

    Los reinos medievales fueron útiles y duraderos como brotados lenta y ocasionalmente en oposición a las contingencias adversas venidas de afuera (invasión musulmana) a disolver por la violencia la unidad antigua bien consolidada; aparecieron y se afirmaron para remediar una catástrofe. Por el contrario, federalismo, cantonalismo y nacionalismos modernos vienen ellos por sí a destruir la unidad multicultural multisecular y no logran estabilizarse; lejos de representar la España auténtica, no responden sino a un momento anormal y transitorio, desmayo de las fuerzas vitales que no puede prolongarse sin grave peligro. Aparecen como una enfermedad, cuando las fuerzas de la nación se apocan extremamente; pues toda enfermedad consiste el autonomismo de algún órgano que se niega a cooperar al funcionamiento vital unitario del cuerpo.

    El localismo coexistió siempre junto al unitarismo, y en esos momentos de debilidad patológica no sólo se exacerba el uno, sino también el otro.
    Diferencias de temperamento, de lengua, de intereses, entre las varias partes componentes existen en todas las naciones, pero en España son sentidas con extrema viveza particularista por la consabida dificultad de comprender los beneficios no inmediatos de la asociación (…)
    Última edición por ALACRAN; 03/03/2022 a las 14:03
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

Información de tema

Usuarios viendo este tema

Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)

Temas similares

  1. Una constante hispánica: el juntismo
    Por Carolus V en el foro Historia y Antropología
    Respuestas: 0
    Último mensaje: 28/12/2016, 16:48
  2. Constante lucha de la verdadera España contra el liberalismo
    Por Hyeronimus en el foro Política y Sociedad
    Respuestas: 0
    Último mensaje: 17/10/2016, 19:02
  3. Sobre el exceso de tecnología.
    Por GuillermoHispano en el foro Política y Sociedad
    Respuestas: 11
    Último mensaje: 14/07/2012, 08:59
  4. Respuestas: 7
    Último mensaje: 03/02/2011, 00:51
  5. Cierran una mezquita en Lérida por exceso de aforo
    Por Lo ferrer en el foro Noticias y Actualidad
    Respuestas: 3
    Último mensaje: 30/07/2010, 14:58

Permisos de publicación

  • No puedes crear nuevos temas
  • No puedes responder temas
  • No puedes subir archivos adjuntos
  • No puedes editar tus mensajes
  •