Un ejemplo:
Así se describe en ese mismo libro progresista la vida académica española a fines del siglo XVIII, citándose a un tal F. Aguilar Piñal:
“La reforma de los colegios mayores por Carlos III fue la más importante revolución política del siglo XVIII... los colegiales habían formado una casta cerrada que disponía los puestos clave del poder político eclesiástico y cultural... defendiendo los intereses de la aristocracia y el alto clero... las becas, las cátedras, la enseñanza superior,...defensores de la “tradición”... dejando una “penosa huella”: indiferencia al estudio, prestigio del juego y del libertinaje... abuso tras abuso... desprecio a la cultura, “costumbres licenciosas”, “ceremonias frívolas”... formación farisaica... vanidad y presunción inigualables.. con ignorancia pareja a su vanidad...”
Ahora bien, contra tal “muralla de barbarie”, fruto de la tradición española “que había muerto aplastada por su indolencia, e incompetencia”... se destacaron los “manteístas” que representaban una aspiración al cambio y a la transformación de la vida cultural y política española.
El manteísta era el estudiante pobre, de las clases medias de la época... la Ilustración encontró en ellos sus más acérrimos partidarios... su influencia pasó a ser enorme bajo Carlos III...”
Así pues, se está llamando corrupto, ignorante y vicioso a todo el estamento universitario tradicional de la España de fines del siglo XVIII por su “indiferencia al estudio, prestigio del juego y del libertinaje... abuso tras abuso... desprecio a la cultura, “costumbres licenciosas”, “ceremonías frívolas”... formación farisaica... vanidad y presunción inigualables.. con ignorancia pareja a su vanidad...
Es sorprendente comprobar como el progresismo achaca al estamento clerical y aristocrático los vicios que uno precisamente siempre imaginó en los liberales y progresistas contemporáneos.
Ahora va a resultar que los ilustrados y progresistas eran virtuosos, castos, humildes sabios y enemigos de los vicios, (incluso sin creer en cielos ni infierno, y sin ningún mandato imperativo de conciencia); los curas y nobles católicos en cambio serían ignorantes y viciosos (a pesar de profesar una religión que los amenazaba con el pecado y el infierno).
Increíble que un progresista, “farisaicamente”, aparente no tener envidia de aquellos supuestos curas viciosos, cuando el egoísmo barato y licencioso camuflado de filantropía es lo que valora íntimamente todo progresista, (en tanto carece de perspectiva moral y sobrenatural que frene sus impulsos).
Los tales “manteístas”, por cierto, tenían todo el aspecto de ser los antecedentes del típico político progre contemporáneo, amigo de vivir del cuento, de la demagogia y de la tontería del prójimo
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