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Tema: La imprenta, vehículo de la unidad española

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    La imprenta, vehículo de la unidad española

    Pasaban los siglos medievales y en algunos reinos de la España cristiana se desconocía el nuevo invento del papel, continuando monjes y copistas en los monasterios, con su arte miniaturista trabajando sobre pergamino y vitela y completando la letra con la filigrana de dibujos y pinturas en oro, plata y color, convirtiendo cada obra en auténtico tesoro...
    Pedro el Venerable, al visitar la corte de Castilla, se sorprende al ver unos «libros» escritos sobre materia nueva, cuyos cuadernillos se envuelven en una primera hoja de pergamino protectora de las demás, algo descrito como «pergamino de trapo», seguramente el papel toledano porque en entonces Toledo es el primer centro papelero de España y así lo afirma el Arcipreste de Hita en su Libro del Buen Amor.
    Alfonso X el Sabio comprende la importancia que alcanzará el papel y le da nombre, concediéndole carta de ciudadanía y nobleza mientras se extiende su fabricación por Europa y España.

    La imprenta sigue al Imperio

    La invención de la imprenta en Europa se atribuye al alemán Johan Gutenberg, cuyo mérito no es sólo el de inventar, usar y propagar el empleo de los tipos móviles, sino el de luchar tenazmente para vencer los abstáculos que se oponían a la introducción de un arte nuevo que acabaría con los calígrafos y amanuenses de la Edad Media.
    Superado el período medieval llegan Humanismo y Renacimiento y con ellos la Imprenta que halla, esperándola, papel y tinta, de forma que felizmente conjuntados dan a luz los primeros libros españoles de que se tiene noticia: va a dar comienzo la Edad de Oro en la Historia de España y la imprenta sigue el Imperio creando una Edad de Oro de las Letras y los Libros al recoger los Hechos más relevantes, perpetuarlos y difundirlos en el Viejo mundo y en el Mundo nuevo que España va a dar a luz.

    Llega a España la imprenta

    El sol besaba las piedras del acueducto y los muros del regio Alcázar de Segovia. Carnpanas de iglesias y conventos llaman a la oración de la tarde. De pronto, aviva la curiosidad el paso de una mula cargada con equipajes y junto a ella la presencia de un hombre, claro de tez y de cabellos, con la apariencia y el traje del extranjero... ¿Será peregrino, alquimista o mercader?
    Este hombre, cuyas sandalias conocen el polvo de los caminos de Europa, lleva a lomos de su mula otros tesoros cuidadosamente envueltos y que causarán una revolución en el arte de la escritura: el tórculo rudimentario de imprimir, los tarros de tintas, los metales para fundir las letras sueltas. Segovia, Ciudad Adelantada de la Historia, la Religión, Ciencias y Artes, desde este día será también Adelantada de la Imprenta, porque va a ser la cuna del primer libro editado en España: Las Actas del Sínodo celebrado durante los primeros días de junio de 1472 en Aguilafuente (Segovia), y conservado en la Biblioteca catedralicia de la Ciudad del Acueducto. Maestro impresor Juan Parix, de Heidélberg.

    Este «impreso» fue descrito por el archivero Cristino Valverde en 1930 («Catálogo de Incunables y Libros Raros») cuyo análisis tipográfico le condujo a atribuir su impresión a un tal Juan Parix de Heidelberg que se avecindó en Segovia en 1472, donde apareció ese precioso incunable, bajo el título de «Sinodales de Aguilafuente», porque recogía los textos de una reunión eclesiástica celebrada en esta población segovíana.
    Esta afirmación inicial fue revisada y brillantemente ampliada por el bibliófilo Carlos Romero de Lecea. Por todo ello, y a falta de candidato de fecha anterior, las «Sinodales» pasaron a ocupar la primacía cronológica del arte de imprimir en España.

    La presencia de un lugar y una fecha,—Segovia 1472—permitía, por un lado, anticipar dos años la incorporación de la imprenta en España, destruyendo por otra parte, la tesis en vigor hasta hacía poco, según la cual el primer libro impreso en España eran las «Trobes en lahor de la Verge María», aparecidas en Valencia, en 1474.
    Si tenemos en cuenta que la aparición de la imprenta supone un contexto cultural, y si la Segovia de fines del XV se adorna con la presencia de la brillantísima corte literaria de don Juan II, ¿cómo olvidar que, con la misma exigencia, la Valencia de este momento era lujo de España, avanzada del humanismo renacentista, foco cultural en lengua catalano- valenciana y corte de poetas como la que congrega el libro en sus poemas a la Virgen?

    Los primeros libros impresos en España

    Al igual que sucedió con los grandes personajes, varias ciudades se disputaron, la paternidad del primer libro impreso en español. Triunfa Segovia, seguida de Valencia, Barcelona, Zaragoza y Sevilla.
    Nombres de libros refulgentes como joyas, y nombres de impresores, que, en la ciudad de la Giralda ya fueron españoles, discípulos de los extranjeros llegados a nuestra patria tras la toma de Maguncia por Adolfo de Nassau en 1462, decisiva para la difusión de la imprenta por Europa a través de ciudades y pueblos, castillos y monasterios. Así el invento pasó en 1464 a Subíaco, antesala de Roma, luego París 1468-69 y en Holanda (Utrecht) 1490 para entrar en España, y abrir las páginas del libro del progreso cultural además de en las ciudades reseñadas, y antes de fines del S. XV en Burgos, Soria, Gerona, Granada, Guadalajara, Híjar, Huete, Lérida, Mallorca, Mondoñedo, Montalbán, Monterrey, Murcia, Salamanca, S. Cugat del Valles, Santiago, Tarragona, Toledo, Tortosa, Valladolid y Zamora.

    Estos son los primeros frutos de la imprenta en España: (1470-1484): «Datus elegantiae», Phalaris: «Epístola». «Tancredus», impresos en Valencia como el «Obres o Troves en lahors a la Verge María» (1474) y él famosísimo «Tirant lo Blanch» 1490. «Cárcel de Amor», de Diego de S. Pedro, Barcelona, 1492, que es la primera obra aparecida en nuestro país con grabados. La «Gramática» de Perotrus se imprime en Barcelona en 1476. Los «Eticorum» de Aristóteles y los «Politicorum» de Aquino, en Barcelona, 1478»; «Repertorium» de Díaz de Montalvo en Sevilla, 1477 y el «Sacramental», de Sancho Vercial. El «Manípulos curatorum», antología médica, que firma Flandro en 1475 y que más tarde imprimió la «Exposición de la Declamación de la Misa », de Fray Benito de Parentinos, edición carísima y muy apreciada de los bibliófilos de todo el mundo.

    La imprenta, vehículo de la unidad del idioma español

    Antonio de Nebrija articula y armoniza el idioma en su «Gramática» que dedica a la Reina Isabel en latín clásico. Ella se la devuelve ordenándole «que las introducciones que había escrito en lengua latina las volviese en lengua castellana»... Sabe la Reina que el idioma es nexo espiritual único entre todos los españoles, y el castellano ha de «seguir al Imperio» resonando en el Nuevo Mundo. Asimismo manda la Señora que Diego de Valera imprima las «Crónicas de España» para que se multipliquen las copias, intuyendo la inmensa repercusión de la imprenta en la Historia de la Humanidad.

    Esa función unitiva del lenguaje adquiere una importancia capital para la prolongación de los usos lingüísticos. Y, en el caso del castellano, para la mantenencia de la igualdad idiomátíca, tan difícil cuando se trata de una geografía muy extensa. Tal es el caso de la América «que aún reza a Jesucristo y aún habla en español». Si la colonización cultural se hubiera realizado a través de la palabra hablada, bien podríamos asegurar la balkanización -del instrumento verbal, que se habría atomizado en hablas hispanoamericanas diversas.

    La imprenta transforma completamente el destino de Europa merced al primordial medio de comunicación que es la palabra impresa pues convierte el ingenio, la cultura y el informe, en objetivos cuya importancia confiere a la civilización «todo un principio histórico y una continuidad arrolladora en su crecimiento», poniendo la noticia y el saber al alcance de las manos y en las mejores condiciones de receptividad.
    Ello la hace al mismo tiempo peligrosa como vehículo de rebelión, inmoralidad y vicio, por lo que ya los Reyes Católicos la hacen objeto de legislación, «preocupándose de que paguen derechos por la introducción de libros extranjeros en estos Reynos», dictando intervención de la censura de los libros el Tribunal de la Santa Inquisición, y, aconsejados por el Cardenal Cisneros, «hombre que hizo mucho por el avance de esta profesión de la imprenta» ordenan la impresión de santos y edificantes libros como el bellísimo «Flos Santorum» impreso en Barcelona 1494 por Rosenbach en un folio de pergamino y con hermosa letra gótica, conservándose un ejemplar en la Universidad de Barcelona. Y asimismo es Cisneros quien lleva la imprenta a Toledo y allí manda componer el «Misal Mozárabe»...
    Felipe- II sigue la pauta de sus abuelos ordenando el mayor cuidado a los Familiares del Santo Oficio en esto de la introducción, venta o posesión de libros prohibidos, «pues por ellos el daño podría venir a ser muy grande»... Sus sucesores no le van a la zaga en la censura —de la que hizo Cervantes donoso remedo en el escrutinio de la biblioteca de Don Quijote—, pero sobre todo en la prensa que va alcanzando mayoría de edad.

    Lo que el libro suponía era la seguridad de que los mismos instrumentos culturales eran manejados por las diversas élites de los virreinatos, audiencias y capitanías generales. Estos libros llegaban de España o se imprimían en América. Cien años antes que la primera imprenta en el norte sajón, y cuatrocientos antes del primer obrador de la América portuguesa, la Hispanidad poseía el precioso don de la imprenta en sus territorios. En 1539 apareció la primera oficina de confección de libros en Méjico; y en 1584, en Lima la primera en todo el continente sudamericano.
    Última edición por ALACRAN; 24/03/2009 a las 13:52
    Hyeronimus dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    LA IMPRENTA EN AMERICA

    Con la introducción de la imprenta en Nueva España, un siglo antes que las colonias inglesas la recibieran, se publicaron y multiplicaron ediciones de libros en lenguas americanas cuya completaproducción se desconoce. Muchas quedaron manuscritas, porque el arte de imprimir no pudo extenderse a todos los lugares; otras permanecieron inéditas en espera de su publicación y no pocas se perdieron con los vaivenes de los tiempos.

    En un principio nuestros descubridores se enfrentaron con el grave obstáculo de la disparidad de lenguaje y de la imposibilidad de disponer de intérpretes de idiomas totalmente desconocidos de los europeos. Pero cuantas dificultades se ofrecían por insuperables que parecieran, fueron vencidas por los españoles, singularmente por los religiosos.
    Y mientras el castellano iba prendiendo en los labios de los indios que querían aprenderlo —que de nadie eran forzados— los misioneros se daban a las lenguas americanas y en ellas predicaban en templos y plazas y en vocabularios para mejor hacerse entender de los indígenas y realizar con mayor eficacia su labor evangelizadora.

    Como ligera muestra entre el largo millar de libros impresos y manuscritos que registra Vinaza como pertenecientes a la época del Virreinato, de los cuales ¡240! corresponden al siglo XVI - verdaderos incunables del Nuevo Mundo -, merecen citarse: el Vocabulario azteca, de Fray Alonso de Medina, con más de 29.000 palabras: la Doctrina Christiana, en lengua huasteca; el Vocabulario en lengua Castellana y Mexicana; los Diálogos de la Doctrina Christiana, en lengua tarasca; los Discursos y Doctrina, en lengua maya; el Compendio de la lengua de los tarahumaras y guazapares; la Doctrina y Catecismo, en quechua y aimará; el Tesoro de la lengua guaraní, y otras tan numerosas como interesantes, no pocas bilingües y algunas trilingües.
    Sin contar la referente a Filipinas, culmina esta producción en la gran tarea del jesuíta conquense, P. Hervás y Panduro uno de los fundadores de la filología comparada que, entre otras obras, publicó su Vocabulario Poliglota, con prolegómenos sobre ciento cincuenta lenguas.

    Aparte de esta enorme producción de libros americanos, de la Península salían a millares para el Nuevo Mundo; unos en manos de emigrantes particulares, para su uso; otros, transportados por mercaderes para la venta en librerías, cuyo comercio tanto floreció, sobre todo, en Méjico y en Lima; y los más con destino a entidades, especialmente las religiosas y docentes, no quedando a la zaga los que llevaban los conquistadores; hasta nuestros soldados, a pesar de la ignorancia que la injusticia de la leyenda negra cargó sobre ellos.

    Los primeros libros importados en América fueron los litúrgicos del P. Boil y los misioneros que le acompañaban en el segundo viaje de Colón. Desde 1501 fueron introductores de obras impresas los franciscanos, agustinos, dominicos, jesuitas y el clero todo, quienes rivalizaron en la enseñanza y extendieron por las tierras nuevas los esplendores del saber español. Otros grandes envíos de obras cruzaron el Océano con destino a América, como las dos mil cartillas que llevó Fray Alonso de Espinar para enseñanza de la lectura: los sesenta cajones de libros para Nueva España, de que fue portador Fray Alonso de la Veracruz, y, para no citar más, los otros ciento veintinueve embarcados ya en el siglo XVII para el "Colegio de San Fernando de Quito.

    Numerosas y nutridas bibliotecas en conventos, colegios y Universidades, algunas de más de 12.000 volúmenes, dieron fe del alto nivel que alcanzó la cultura en el Nuevo Continente, y de la especial afición al estudio desarrollado entre los particulares, como la biblioteca de Sor Juana Inés de la Cruz, que atesoró más de 4.000 libros. España la enseñó; y aquella América que aprendió a leer hoy ha alzado el vuelo de su poderosa inteligencia en miles y miles de obras magistrales que esparce por entero con el sello inconfundible de su raigambre española.
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    Los primeros impresores que llegaron de Sevilla se instalaron en el nuevo mundo y pusieron a trabajar sus prensas en 1539, exactamente un siglo antes de que se abriera el primer taller de artes gráficas en la Norteamérica anglosajona, el cual por supuesto solo imprimía para uso de los colonos y no para evangelizar y culturizar a los nativos, principal finalidad de la imprenta en Hispanoamérica.

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