NO TODO VALE, NO TODO VALE
"LA CONDESA CATALINA", ¿UNA APOLOGÍA DE LA INMORALIDAD?
"La Condesa Catalina", obra dramática de William Butler Yeats, se estrenó en el Abbey Theatre de Dublín el 8 de mayo de 1899. El Abbey Theatre fue una de las empresas culturales más ambiciosas y eficaces que pudo poner en marcha el sector cultural del nacionalismo irlandés. Yeats fue uno de sus impulsores, con muchos otros más: Lady Gregory y Edward Martyn fueron de los que más se comprometieron con Yeats para esta misión cultural nacionalista. La idea parece que se le ocurrió a Lady Gregory. El Teatro Nacional Irlandés se convirtió en una actividad cultural reivindicativa de la identidad irlandesa frente al dominio británico.
Son dos las piezas teatrales que hemos leído a Yeats: "Cathleen Ni Houlihan" (1902) que en 1933 fue traducida y, más que traducida, adaptada por el nacionalista vasco Manuel de la Sota Aburto en versión bilingüe euskera/castellano: "Negárez igaro zan Atzua/La vieja que pasó llorando". Y hemos leído también ésta otra de la condesa Catalina, anterior a "Cathleen Ni Houlihan" y traducida al castellano como "La Condesa Catalina" ( The Countess Kathleen). El "Cathleen" y "Kathleen" no son gratuitos, sino muy significativos, ese nombre es la personificación femenina de Irlanda. Atendiendo al fuerte simbolismo de la obra de Yeats, la "Cathleen" de "La vieja que pasó llorando" es Irlanda y la Condesa Catalina es también Irlanda.Pero atendamos a la Condesa Catalina. El lugar y la época en que sitúa la acción el dramaturgo irlandés es Irlanda "en los viejos tiempos". Se está sufriendo una hambruna tremenda, la pobreza trae desesperados a los habitantes del condado de Catalina. Es entonces cuando aparecen dos extraños personajes que se presentan a sí mismos como mercaderes, traficantes en almas: compran almas por dinero. Ni que decir tiene que estos mercachifles son demonios subalternos y emisarios de Satán. La condesa, preocupada por la carestía de sus súbditos, empeña su fortuna para paliar la miseria de su pueblo. Pero los mercaderes siguen comprando almas de desgraciados que, por orgullo o por desconfianza, no quieren depender de la caridad de la aristócrata. Aunque se emplean imágenes típicas de la iconografía cristiana (la Virgen María, los ángeles...), en extraña promiscuidad con los dioses paganos que evoca el poeta enamorado de la condesa, Aleel (Aleel, muy posiblemente alter ego de Yeats), salta a la vista que aquí el cristianismo es de mentirijilla. Al final, la condesa accede a vender su alma, a condición de que los mercaderes liberen las almas que han adquirido por contrato. Los demonios acceden, pues saben de la virtud del alma que se les ofrece. La condesa termina falleciendo, pero su alma es rescatada por los ángeles enviados por la Virgen María.
"Que la luz de las Luces mira siempre en el hondo motivo, no en los hechos. En los hechos se hunde solamente la sombra entre las sombras" -justifica un ángel.Admitamos que es un acierto de Yeats convertir a los demonios en mercaderes. A diferencia de otros demonios, de profesión más respetable (por sospechosa que sea en un demonio), como son otros clásicos de la literatura, los de Yeats tienen ese oficio comúnmente asociado a la sospecha que siempre pende sobre el comerciante: la del oportunismo que todo lo sacrifica al lucro. Sin embargo, es inquietante el desenlace.Por un lado, el noble personaje de la Condesa accede a tratar con los demonios y cede su alma de un modo altruísta por las almas de todos los demás. Por otro lado, el Cielo recompensa la extraña filantropía de la protagonista, invalidando lo contratado por ella con los enviados del infierno.
Es como si se nos dijera que todo está permitido. Que cuando se hacen las cosas por los demás, todo nos está permitido: incluso venderle el alma al diablo.
Atendiendo al contexto nacionalista del que surge esta obra, el mensaje es claro. Por la nación vale todo. Da igual lo que se haga, por inmoral que sea. El motivo justifica todo hecho, pues en los hechos -nos lo dice el ángel de Yeats- "se hunde solamente la sombra en las sombras". Y esto es de un platonismo inaceptable: es como si lo que aquí transcurre no tuviera trascendencia, pues lo que importa serían los "motivos" por los que se hacen las cosas.
Y hasta nuestro refranero nos lo advierte:
"De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno".Personalmente, cada vez veo con mayor claridad que no puede valer cualquier cosa para lograr nuestros fines. Con mucha facilidad tenemos la tendencia de justificar cualquier medio -por inmoral e ilícito que sea- a favor -se supone- de la adquisición de aquello que entendemos como un bien. La sabiduría verdadera nos dice que, allí donde no se puede alcanzar lo que queremos por los medios justos y lícitos, renunciemos a ese presunto bien.
La prudencia tiene una irrenunciable tarea, que es emplear la capacidad de discernir el bien aparente del bien verdadero. No cabe hacer el mal en nombre del bien. Aunque obtuviéramos eso que consideramos bien, éste estaría corrompido de antemano.
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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