El carlismo y los escritores ortodoxos (I). Francisco Navarro Villoslada, mucho más que el Walter Scott español
Se suele asociar a Navarro Villoslada, en un visión harto parcial y reducida, con la novela histórica o limitada a temas folcloristas o regionalistas. Hay incluso quien desearía que su más conocida obra Amaya o los vascos en el siglo VIII fuese una suerte de novela protonacionalista. Nada más lejos de la realidad.
Fue Navarro Villoslada un brillante apologeta de la más auténtica filosofía y del orden social tradicional, tras un intenso periodo de depuración doctrinal que le llevó del liberalismo conservador (anticarlista) a la defensa de la legitimidad española (carlista). Nacido en Viana de Navarra el 9 de octubre de 1818 estudió Filosofía y Teología en la Universidad de Santiago y leyes en Madrid. Tomó partido por el minúsculo bando liberal navarro en la primera guerra carlista, formando parte de la liberal “milicia nacional” y enfrentándose a los carlistas en asedio a su pueblo natal. Políticamente se situó en un liberalismo caudillista, llegando a ser admirador de Espartero. En 1840 cuando, influenciado como muchos de los jóvenes de su época por la poesía romántica, publicó para glorificar a Espartero el ensayo épico (y anticarlista) titulado Luchana. No había de tardar mucho tiempo en pasar a atacar las ideas que antes profesó, tal como lo hizo desde las columnas de El Padre Cobos contra la revolución y el bienio progresista de Espartero, y cuando más tarde, asumió apasionadamente los postulados carlistas.
Redactor de La Gaceta en 1840 fue secretario del Gobierno Civil (isabelino) de Álava, más tarde oficial del ministerio de la Gobernación (obviamente también bajo la dirección de liberales isabelinos). Sin embargo poco durará en aquellos importantes puestos administrativos, persuadido del carácter disolvente del liberalismo, por muy conservador que fuese.
Esta evolución es notable en su fecunda carrera periodística: El Correo Nacional 1838-39, El Español 1845-47, Semanario Pintoresco (que dirigió en 1846), El Siglo Pintoresco 1845-47, La España 1848, El Parlamento, La Fe, La Ilustración Católica, El Padre Cobos 1854-55…
Al calor de los acontecimientos revolucionarios de febrero en Francia fundó en abril de 1848 junto con su amigo Egaña el diario La España con el fin de «agrupar a todos los españoles de convicciones católicas» en una línea claramente balmesiana.
Durante el bienio progresista colaboró en El Padre Cobos dirigido por Nocedal, que utilizó la sátira y la ironía contra el gobierno de Espartero y defendió los derechos e intereses de la Iglesia. Fundó en 1860 El Pensamiento Español, importante baluarte del tradicionalismo católico. Sin embargo dicho periódico se movía en la indefinición dinástica, siguiendo en cierto modo las senda incongruente de Jaime Balmes en El Pensamiento de la Nación desde posiciones neocatólicas, tildadas por los carlistas despectivamente de “mestizas“. Por un artículo en el que se enfrentó a Ruiz Zorrilla, quien había ordenado el inventario de las alhajas de las iglesias, pasó varios meses en la cárcel del Saladero. Sin embargo a partir de 1868 El Pensamiento Español reconocerá la legitimidad de Don Carlos VII, y se pondrá incondicionalmente a sus órdenes, convirtiéndose en el gran diario del carlismo hasta 1872 (en abril inició el carlismo la lucha armada y en septiembre fue suprimido, como el resto de la prensa carlista). Navarro Villoslada fue secretario de Cámara de Don Carlos VII desde 1871 así como diputado a Cortés y Senador por las listas carlistas.
Desde sus páginas combatió las «herejías modernas»: el krausismo y el positivismo y las «libertades liberalescas», sobre todo la de imprenta: «¡no es posible gobernar con ese diluvio de periódicos revolucionarios que nos ha caído encima!»; denunció el parlamentarismo y el sistema de partidos: «¡llamadles castigos!, son el azote de Dios»; defendió el poder temporal del Papa y las enseñanzas del Syllabus, «rayo de luz del sol del Pontificado», y decía estar «enamorado de la Iglesia» y dispuesto a trabajar incansablemente por la unión de los católicos. Cantó las excelencias de la Edad Media, «la verdadera civilización» cuando «nunca el catolicismo ha tenido más imperio entre los hombres»; testimonió su admiración por el filósofo Rancio, «que merece ser llamado el Maistre de España» y anunció la catástrofe que se avecinaba que «si no es precursora del fin del mundo bien puede ser el principio de la paz de la Iglesia, esto es: de la paz universal». Por eso la caída de Isabel le pareció providencial: «desconocidos son los caminos del Señor. .. la época de los reyes constitucionales toca a su término».
El 11 de diciembre de 1868 en forma de editorial anónimo apareció su artículo El hombre que se necesita: «cuando ruge el socialismo en Andalucía y gruñe en el resto de la península... ¿no ha de haber un hombre que nos saque de la anarquía?… que nos traiga el orden... que sea un padre antes que rey ... que gobierne con la moral del Evangelio ... que de libertad a la Iglesia y proteja su independencia... Que de libertad y protección al comercio, a la industria y a la propiedad ... y a los pobres el pan del orden, de las economías y del trabajo, que es su verdadera libertad. Un rey que reine y gobierne, un pacificador, un libertador, un príncipe cristiano? Tal es el hombre que se necesita». En este viaje político desde el liberalismo al carlismo pasando por el neocatolicismo Navarro Villoslada no estuvo sólo. Los Clarós, Nocedal. Tejado, Canga Argüelles y un largo etcétera le acompañaron. Todos ellos hicieron suya la actualización del tradicionalismo realizada por Donoso, renunciaron al liberalismo y vieron en la religión el mejor antídoto contra la revolución. Si en un primer momento tuvieron la esperanza de poder gobernar «en católico» con Isabel llamada II, a partir del reconocimiento del reino de Italia, algunos, y del destronamiento de la Isabel llamada II, los más, pusieron sus esperanzas en Don Carlos. Navarro Villoslada que había sido diputado en 1851 y en 1857 por Estella como moderado y en 1865 y 1867 también por Navarra como neocatólico, no consiguió su acta por Madrid en 1869. A pesar de que puso reparos a la alianza con los republicanos en 1871 y sugirió se consultase a una junta de teólogos, representó a Barcelona en el Senado. En las elecciones de 1872 no aceptó ser candidato; su enfrentamiento con Nocedal parece que fue la causa y lo que a la postre le hizo caer en desgracia de Don Carlos. Aquel mismo año tuvo que abandonar la dirección de El Pensamiento Español y hasta que a raíz de la escisión integrista en 1888 le volvió a llamar el pretendiente de nuevo por breve tiempo, se retiró de toda actividad política.
Cultivó la novela histórica: en 1847 publicó Doña Blanca de Navarra, crónica del siglo XV, y dos años más tarde Doña Urraca de Castilla. En 1879 comenzó a publicar en La Ciencia Cristiana, revista carlista, la novela por la que sin duda es más recordado: Amaya o los vascos en el siglo VIII, en la que se ensalza el protagonismo de los vascos en la lucha contra el islam: deshecha la monarquía visigoda los vascos se funden dentro de la religión cristiana para oponerse al musulmán, repoblando Castilla.
Basado en sus ideas religiosas y patrióticas, estrenó para el teatro más de media docena de obras que fueron varias veces representadas. Ensayó el género lírico con la zarzuela La dama del rey estrenada con éxito en 1856 con música de su amigo y paisano, Emilio Arrieta. Sin embargo, no fue en las tablas donde el genio artístico de Navarro Villoslada encontró terreno abonado, sino en la narrativa.
La obra fracasó. El argumento desarrolla una historia amorosa de Fernando el Católico, que tiene un niño con una dama vizcaína; el niño crece en el caserío de Arizmendi, confiado a una bella aldeana, Lucinda, cuyo novio es Martín de Munguía: de éste vive enamorada la condesa de Larrea, que para atraerse a Martín echa a rodar el bulo de que el niño es hijo de Lucinda; ésta, a su vez declara que la madre es la Larrea, que fue quien se lo entregó; al fin se demuestra que la madre verdadera es hermana gemela de la condesa, llevan al niño a palacio, los novios se casan y las gemelas también alcanzan buenas nupcias. En el libreto hay alusiones a Navarra y la partitura ofrece algunos números de sabor vasco, como el zortziko final y un coro de vendedores en Begoña.
Fue famosa la serie de artículos titulada Textos vivos que publicó en El Pensamiento Español, contra la heterodoxia universitaria (en la que incluía tanto el materialismo de Pedro Mata como el espiritualismo de Julián Sanz del Río). Gumersindo Laverde se la recomendaba en 1877 a su joven pupilo Menéndez Pelayo: «Navarro Villoslada. Los textos vivos, série de artículos en El pensamiento español, inapreciable para conocer las corrientes heterodoxas que circulaban por la Universidad Central de 1856 á 1868» (el 6 de enero de 1878 le informa que «Navarro Villoslada va a publicar en colección sus artículos, entre ellos Los textos vivos y la defensa de la Inquisición») quien la tuvo presente: «Los periodistas católicos de Madrid se inclinaron con preferencia a Donoso y al tradicionalismo. Así Gabino Tejado, su mayor amigo, apologista y editor; así Navarro Villoslada, conocido antes y después como egregio novelista walter-scottiano, aun más que como autor de la famosa serie de los Textos Vivos...».
Amaya o los vascos en el siglo VIII
Navarro Villoslada ha pasado a la posteridad por la citada novela Amaya. En un principio fue recibida muy fríamente por crítica y público. Una primera razón es obvia. Para el año en que se publica Amaya, había triunfado en España otra corriente literaria más moderna y más a tono con los nuevos tiempos: el realismo en la narración. Pérez Galdós, Varela, Alarcón, Pereda, habían publicado ya varias de sus importantes novelas. Efectivamente, Amaya llegaba tarde. Pero había otros motivos extraliterarios corrientes en la época. Las agudas divergencias políticas hacían que los partidarios de una ideología determinada no estuvieran dispuestos a aceptar más que las obras de su misma línea. La reacción frente a esta obra del ultracatólico y carlista Navarro Villoslada por parte de sus oponentes políticos no se hizo esperar: se le hizo el vacío. La crítica especializada no le hizo ningún eco, excepto la voz de Arturo Campión, que, en 1880, realizó una recensión exhaustiva y emocionada en la "Revista Euskara". En reconocimiento de sus méritos se nombró a su autor socio de honor de la Asociación Euskara de Navarra. Miguel de Unamuno, de trece años en esa época, quedó conmocionado por su lectura, y dejó escrito cómo afectó a los jóvenes de su generación.
Su nivel de popularidad queda marcado por la película basada en la novela, estrenada en 1952 y la ópera del mismo título del año 1920, con música del maestro Guridi.
El escenario donde se desarrolla es Navarra, en la época de la invasión mahometana de España. Amaya, la protagonista, es una princesa legendaria, hija del visigodo Ranimiro y de su esposa, descendiente directa de Aitor. Amaya da forma y ambientación al mito de Aitor, patriarca de los vascos, de quien es el equivalente femenino.
Personajes secundarios son de origen judío son representados como conspiradores.
Al final, el secreto de Aitor se revela: recomendar la conversión al cristianismo a los vascos paganos. Amaya se casa con el líder de la resistencia vasca, García y junto a los visigodos hacen frente a mahometanos y judíos en defensa de la Cristiandad y de la Hispania sometida.
Los nacionalistas vascos ignorantes de los orígenes e ideario de Navarro Villoslada tienen a esta novela histórica como el comienzo de la “era vasquista” o fundación de lo que pretenden un “estado vasco”. Sin embargo como se puede comprobar Amaya es una evocación (ahistórica) de la profunda hispanidad de los vascos.
Nada más lejos de la realidad ya que Francisco Navarro Villoslada, muy alejado del nacionalismo vasco y apasionado en su españolismo, escribió Amaya sin ninguna base sólida histórica con una finalidad muy distinta a la que los nacionalistas posteriores en la ignorancia de la historia y del pensamiento de su autor quieren atribuir.
Así los nombres que Navarro pone en su obra inventados por él, como Amaya, Asier, Amagoya y tantos otros, son el comienzo de una nomenclatura de nombres propios que los nacionalistas ignorantes de la existencia de “Amaya” atribuyen a la “mitología vasca”.
No es meramente casual que Navarro Villoslada concibiese la idea de escribir su Amaya en plena actividad pública, porque en ella va a plasmar de forma novelada sus ideales políticos. Incorpora a la acción situada en la Euscalerria del siglo VIII, los problemas ideológicos de su siglo y de la Navarra de entonces; desarrolla y resuelve la narración desde su óptica de tradicionalista y católico. La tesis del novelista es sencilla: Los postulados cristianos están por encima de los objetivos de este mundo, la religión triunfará sobre el patriótico aislamiento de los vascos y les hará participar definitiva y responsablemente en los problemas y destino final de la nacionalidad hispánica. Y en el fondo subyace una analogía entre los contendientes de aquel entonces y las guerras carlistas. Visigodos y vascos cristianizados serían los carlistas, frente a mahometanos y judíos que encarnan el bando liberal.
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