Re: Artículos tradicionalistas de las hemerotecas
Artículo aparecido en la Verdad.
Granada, 10 de Marzo de 1909
LA FIESTA DE NUESTROS DIFUNTOS
Hace pocos días, leyendo yo en una revista de gran circulación las solemnes honras fúnebres que en todo el Imperio chino se han hecho en sufragio de los emperadores recientemente fallecidos, pasó por mi mente esta reflexión, hija de un filosofismo empirista, ó de un empirismo filosófico, como se quiera llamar. Yo me dije: El culto y veneración de los muertos se han conservado y transmitido más ó menos adulterados á través de todas las generaciones. Realizando una excursión por las regiones de la historia, hallamos la memoria de los difuntos grabada en los corazones de todos los hombres, en los frontispicios de las constituciones de todos los pueblos, en los hogares de las familias, en los altares de los templos, en los sarcófagos de las necrópolis, y hasta en las espumosas ondas del océano.
Los judíos y los romanos, los griegos y los persas, los egipcios y los tirios, los galos y los iberos, y todos los demás pueblos de la antigüedad nos han dejado monumentos imperecederos de su cariño á los ya finados. Los descubrimientos que en Méjico y Perú, en Filipinas y Australia se están llevando á cabo, acusan idénticos sentimientos de conmiseración en los habitantes de dichos países. A nadie, pues, le es permitido dudar que el gentilismo y la idolatría han contribuido, lo mismo que la religión de Israel, á confirmar la veracidad de aquellas palabras de Judas Macabeo: Sancta ergo et salubris est cogitatio pro defunctis exorare: Santa y provechosa es la idea de rogar por los difuntos. También la Iglesia católica ha hecho suyo este dogma tan consolador, admitido y conservado por todas las sectas separadas de ella; desde los ebionistas, cerintianos, nestorianos, entiquianos, pelagianos, hasta los cismáticos griegos, los mahometanos, anglicanos, calvinistas, luteranos y jansenistas.
Reflexioné un momento y saqué esta conclusión: La humanidad entera ha sido amante de los difuntos: luego el liberalismo no es parte de la humanidad, porque es el único que no se acuerda de ellos y hasta se burla de esa práctica tan conforme á los sentimientos del humano corazón. Efectivamente, el liberalismo es el sistema más inhumano, el monstruo más horripilante, la hidra más espantosa que ha abortado el infierno: no contento con haber mostrado su crueldad con los vivos robándoles su religión, sus sentimientos caritativos, sus dogmas, sus misterios, sus tranquilidad, sus bienes y hasta su libertad, se ha revestido de entrañas de salvajismo feroz para con los muertos, relegándolos al caos o el olvido y hasta profanando sus restos y sus cenizas.
El liberalismo, pues, se compone de adeptos, que ni merecen ser hombres, ni figuras siquiera en la escala zoológica de la creación; son ni más ni menos que abortos resultantes del inmundo concubinato entre la soberbia y Satanás.
Reflexioné otro momento y saqué esta segunda conclusión: Suyo el enemigo irreconciliable del liberalismo, necesariamente debe distinguirse por su especial veneración a los difuntos, y esta debe ser su señal característica para conocerlo, distinguirlo y abrazarlo con efusivo amor. Aquí ya me lancé por los eriales de los diversos sistemas político-religiosos, buscando, como Diógenes, esa señal, que me sirviera de clave para dar con el adversario del liberalismo. Me fijé en el socialismo, en el anarquismo; estudié la organización de los diversos partidos que pululan en la sociedad, y en ninguno de ellos encontré la piedra filosofal; muy lejos de eso, los hallé á todos inficionados y corrompidos por el virus ponzoñoso liberal. Vine á dar, por fin, en el Tradicionalismo; admiré la abnegación y honradez de sus masas, la prudencia de sus jefes, la pureza de su doctrina, la acertada elección de sus medios de defensa y propaganda, el desinterés de sus miras, la fraternidad de sus adeptos, la caridad de sus magnates, la resignación de sus proletarios, la disciplina de su organización, el respeto para con sus adversarios, la brillantez de su historia… y todo este conjunto de bellezas y grandiosidades aparecieron á mis ojos, como un momento hermosísimo, incomparable, supranatural; me descubrí en su presencia, lo saludé con respeto, y… no es esto solo –me dije en mi corazón– busco una cosa más grande, la más elevada de las pirámides, el recuerdo de los difuntos…
Y efectivamente: en el Tradicionalismo español he hallado ese recuerdo, esa veneración hacia aquellos seres queridos que marcharon, es verdad, á las regiones de ultratumba, después de haberse inmolado en aras de la más santa de las causas; pero que viven y vivirán en la memoria de todos sus hermanos vivos, como vive la memoria del esposo difunto, en el anillo nupcial que su consorte conserva guardado en sus dedos. Vive además la memoria de aquellos seres queridos, circundada de la refulgente aureola del martirio: y por eso sus hermanos, que aún militan en este destierro, no se contentan con guardar sus nombres allá en el fondo de su corazón, quieren darles testimonios más fehacientes de cariño que frisa en la veneración, instituyendo y dedicándoles un día, llamado la Fiesta de los Mártires por antonomasia. En este día los carlistas todos, al levantarse dicen, postrados en tierra en presencia de Jesús crucificado: Nolumus nos ignorare de dormentibus, sient et coeleris, qui spen non habent. ¡Señor! No permitáis que nos olvidemos de nuestros difuntos, como lo hacen los liberales, privados de toda esperanza. Por eso es su primera oración besar la imagen de Jesús, diciéndole con lágrimas en los ojos: Requiem eternam dona eis Domine, et luz perpetua luceat eis. Y después se van á cantar la aurora por sus difuntos; y antes de dirigirse á su taller, ó á la fábrica, ó al campo, oyen con singular respeto el augusto sacrificio de la Misa y rezan mientras el rosario de María, la Madre de las almas del Purgatorio. No terminan aquí los sufragios; las autoridades y otras muchas personas del Tradicionalismo dedican todo el día á la memoria de los mártires y mandan celebrar y asisten á solemnísimas honras fúnebres, que á la vez tienen lugar en casi todos los templos de la nación, y reciben el cuerpo del Señor, y oran sin intermisión, y á estas oraciones se unen las fervorosísimas de innumerables sacerdotes, religiosos y religiosas, formando todos ellos una inmensa oleada de aromático incienso, que traspasa las nubes, besa el trono del Excelso, y de nuevo desciende á las cárceles del purgatorio trasformando en suave rocío, y apaga sus llamas, y, si aún quedan almas aprisionadas, las lleva el empíreo entre transportes de júbilo, himnos de triunfo y arreboles de inmortalidad.
Aún hace más la Comunión carlista: por la tarde celebra en sus círculos solemnes veladas de familia, donde ponen á la vista de los asistentes, como en un cinematógrafo, los ejemplos de heroísmo y religión que les legaran sus antepasados: y en tan hermosa escuela aprenden á imitarlos, y prometen y juran, como ellos, defender y morir derramando la última gota de su sangre por la bandera inmaculada de Dios, Patria y Rey.
Esto es lo que yo buscaba en el Tradicionalismo español, y después de haberlo encontrado y admirado en un éxtasis arrobador, perdí el sentido, lo volví á recobrar y… saqué esta última conclusión: Me basta para abrazarme al Tradicionalismo, y considerarlo como la causa verdad, solamente la Fiesta de sus mártires.
FR. TEÓFILO GARNICA.
Agustino.
Militia est vita hominis super terram et sicut dies mercenarii dies ejus. (Job VII,1)
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