Oda a Antonio Molle Lazo, mártir de España


por Javier Navascués

En Hispania inmortal, de María tierra electa, germina una nueva gesta.

De la cristiandad en sus entrañas, esplende del ruedo ibérico, de la Fe un gladiador.
Gesta martirial bravía de la Gloriosa Cruzada, gestada con ardor en agosto abrasador.
En Peñaflor abrasan las casas blancas, vivas de cal, de fuego grana y gualdo arde su corazón.
Desde el lagar martirial bombea al orbe cristiano latidos por Cristo Rey de amor apasionado.

Alma del cielo dilecta, sufre con espanto la blasfemia, coraje numantino, custodia la Santa Fe.
A altísimo precio la tasó, la savia de su vida en flor, en vasija rebosante, por Amor se desbordó.
Pasto tierno de dentelladas fieras, crueldad atroz de enemigos de España y de la eternal mansión.
Orejas mancebas mutiladas de un tajo, guillotina punzante de acero certero y feroz.
De cuajo le arrancaron los ojos, sangrante zafiro puro, verdugos ávidos de sangre virginal.
Con saña descarnaron sus fosas nasales, desfigurando las alimañas su fisonomía casta.

No se amilanó un ápice ante la muerte cierta, cuál Miura negro, miró de frente al encaste.
Con el capote martirial ensangrentado a Cristo brindo su vida por celestial montera.
Gemía de gozo y su voz descuartizada rasgaba el cielo turquesa de España: “¡Viva Cristo Rey!
¿En qué manantial se cultivó en 21 primaveras esta perla fina de heroísmo tan señera?
Fusta repujada de excelso talle desde la cuna por el Cielo predilecta y amada.
Infante, ramiro fiel y dócil cordero, mullido reposa en el redil del Buen Pastor.
En verdes majadas encontró el cobijo santo al calor de Cristianas Escuelas.
Sorbió ávido licor, néctar y ambrosía, libando del cáliz de la perenne doctrina.
Diamantina caridad, humilde y mansa, vereda de hagiografía certera.
Dulce temple de terciopelo exquisito en vasija recia, dura como el ruejo.
De amor prematuro con premura por ósmosis imantado a congregaciones pías
Se fue forjando en aurero crisol el hombre y tejiendo de espinas el cilicio de su vida.

El amor desbordante a Cristo y su realeza conquistó la principalía en su corazón.
Carmelita terciario hizo del Escapulario milicia y Tercio, coraza invencible del guerrero.
El Santo Rosario, valioso caudal, aroma de virginal deleite y fiel camarada.
Émulo de San Juan Berchman, obediente cual flamenco jesuita en versión andalusí.
Congregante y colegial modelo, viril e intransigente con la malicia montaraz.
Flagelo del blasfemo fiero, protector del débil, guardián del pobre y centinela.

Becario ferroviario, arduos sudores bajo el sol de metal, a Dios propicio y escaso el pan.
Ambiente hostil de hordas rojas, pureza de armiño, entre lobos carniceros.
De bruces en la calle y sin trabajo, escribiente en vinícola penumbra de bodega añeja.
Taquillero en el teatro de los sueños, ensoñación de mansiones celestes.
Apóstol de la Sagrada Eucaristía, adalid de las sanas costumbres.
Su mirada fontana de rocío cristalino, deportista audaz, patrón de santa eutrapelia.

Idilio tempranero con la Hispana Tradición, presto se afilió a las carlistas huestes.
Mesnada de Cristo hizo de la Cruz de Borgoña estandarte y de la Patria blasón.
Privado de Santa Misa, su bálsamo el Rosario, los libros devotos su panacea.
Leía hazañas de mártires para cincelar con su sangre joven a pulso página nueva.
Sublimada su inocencia, se fue en su adolescencia, caballero para la eternidad.
Vestiduras radiantes como el sol, de la sangre del Cordero batanero.

Javier Navascués



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