Fuente: El Viaje de Bilbo. Descubriendo el significado oculto en «El Hobbit», Joseph Pearce, Ediciones Palabra, Madrid, 2012. Páginas 79 a 86.
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El retorno del rey
Para liberar a sus amigos, Bilbo le roba la llave al jefe de la guardia, que en esos momentos se encontraba borracho. Con el fin de que su castigo fuera menor cuando descubrieran la huida, después de abrir las celdas Bilbo vuelve a colocar las llaves en la cintura del carcelero. Todos escapan escondiéndose dentro de barriles vacíos, con la excepción de Bilbo, que utilizará el anillo para volverse invisible y huirá corriente abajo sobre uno de los toneles vacíos que flotan sobre las aguas del río. Estos barriles avanzan río abajo donde son recogidos y llevados a la Ciudad del Lago para ser reutilizados. La «suerte» les lleva a que ese método de escape sea el único modo práctico de llegar a su destino. El sendero elfo prácticamente desconocido que habían estado siguiendo llegó «a un dudoso e insólito final en el borde oriental del bosque». Incluso si lo hubiesen seguido, habría llegado un momento en que no habrían podido pasar por la maraña de arbustos y zarzas, perdiéndose irremisiblemente. El río, por el que ahora navegan, era la única manera segura de cruzar el bosque y llegar a las llanuras del otro lado tal y como el narrador nos señala: «Bilbo había llegado hasta el final por el único camino que era bueno».
El «camino» conduce directamente a la Ciudad del Lago. A su llegada, a pesar de su aspecto desaliñado y hambriento después del difícil y claustrofóbico viaje desde el palacio de los elfos, Thorin y su compañía de enanos son tratados como reyes por la gente común. Esto no es sorprendente, ya que su regreso fue profetizado en las leyendas que se habían convertido en folclore. Las palabras de Thorin habían sonado como mágicas en los oídos de los que le escucharon declararse a sí mismo como «¡Thorin hijo de Thráin Thror Rey bajo la Montaña! He vuelto». Al extenderse la noticia del regreso del legendario rey, el pueblo de la Ciudad del Lago empieza a cantar viejas canciones sobre el retorno del Rey bajo la Montaña:
¡El Rey bajo la Montaña,
El Rey de piedra tallada,
El señor de fuentes de plata,
Regresará a sus tierras!
Sostendrán alta la corona,
Tañerán otra vez el arpa,
Cantarán otra vez las canciones,
Habrá ecos de oro en las salas.
Los bosques ondularán en montañas,
Y las hierbas, a la luz del sol;
Y las riquezas manarán en fuentes,
Y los ríos en corrientes doradas.
¡Alborozados correrán los ríos,
Los lagos brillarán como llamas,
Cesarán los dolores y las penas,
Cuando regrese el Rey de la Montaña!
Es evidente el patente paralelismo entre El Hobbit y El Señor de los Anillos acerca del regreso del rey. Pero a pesar de los aspectos que comparten, los dos reyes en el exilio que vuelven para reclamar su trono, Aragorn y Thorin, no podían ser más diferentes entre sí. En el caso de Aragorn, su realeza y personalidad se caracteriza no sólo por su gran valentía y su pose marcial, sino también por la mansedumbre y la humildad y, en última instancia, por el milagroso poder de sanación similar al de Cristo, que se manifiesta especialmente en el Sendero de los Muertos y en las Casas de Curación. Por el contrario, a Thorin le vemos gruñir y protestar continuamente, además de dejarse dominar por el «mal del dragón». Aragorn se nos presenta como el paradigma de la virtud, digno de respeto, reverencia y emulación. Al revés que Thorin, en cuya alma reina el orgullo y la codicia, lo que nos sirve como una advertencia del vicio y de sus consecuencias nocivas. Estas diferencias, sin embargo, no deben hacernos olvidar la importancia que en los dos casos tiene el tema de la realeza, y no sólo a causa del retorno del rey, que es un motivo de gozo en ambos libros.
Tolkien, como católico y medievalista, nos muestra a grandes rasgos su comprensión de la verdadera realeza, basándose especialmente en algunos ejemplos legendarios e históricos de reyes exiliados que vuelven a reclamar su trono. El primer ejemplo de realeza, por lo menos en lo que tiene de relación con la coronación de Aragorn en El Señor de los Anillos, es la figura de Carlomagno, primer emperador del Sacro Imperio. Carlomagno lleva a cabo la tarea de unir a todos los pueblos de la Cristiandad, al igual que hace Aragorn con los pueblos libres de la Tierra Media. Otra de las figuras en las que se inspira el tratamiento de la realeza en El Hobbit y en El Señor de los Anillos es el Rey Arturo y las leyendas artúricas. La leyenda popular inmortalizó la figura de Arturo diciendo que en realidad no había muerto, sino que estaba dormido, y que retornaría para vencer a sus enemigos cuando Inglaterra estuviera en grave peligro. Las similitudes con Aragorn son evidentes. El último descendiente de un linaje real que regresa como el rey largamente esperado y prácticamente olvidado para librar a su pueblo de las garras del enemigo y reclamar su derecho a la corona. Thorin también guarda relación con el molde artúrico, aunque de un modo más pálido, en el sentido de que su vuelta también estaba anunciada.
El otro aspecto de la realeza que manifiesta cómo entendía Tolkien la historia de Inglaterra desde una perspectiva católica, es la historia de Jacobo II, rey en el exilio. Un grupo conocido como los jacobitas permanecieron leales al verdadero rey de Inglaterra, Jacobo II, un rey católico que se vio abocado al exilio después del triunfo de la llamada Revolución Gloriosa de 1688. Esta revolución, lejos de ser «gloriosa», fue en realidad un golpe de Estado en el que un ejército de mercenarios extranjeros invadió el país; estaban financiados por nobles anticatólicos, banqueros y comerciantes con el objetivo de derrocar al verdadero rey. Jacobo se vio obligado a exiliarse. El ejército que formó para tratar de recuperar el trono fue derrotado en Irlanda. En el siglo XVIII hubo dos levantamientos jacobitas: los descendientes del verdadero rey lucharon por recuperar el trono. El segundo levantamiento, dirigido por el heredero legítimo de Jacobo II, Bonnie Prince Charlie, fue aplastado en la batalla de Culloden en 1746. Desde entonces, los jacobitas lamentan la desaparición de la monarquía católica, considerando que el actual titular en el trono de Inglaterra es un usurpador, en el peor de los casos, o cuando menos un administrador, hasta que llegue el momento en que el verdadero rey en el exilio regrese. Como devoto católico que conocía la historia de Inglaterra, Tolkien asumía todo esto, y hay evidentes paralelismos entre la forma en que un jacobita ve el estado actual de la Familia Real Británica y el papel de Denethor como Senescal de Gondor en El Señor de los Anillos. Desde una perspectiva jacobita, la reina Isabel II y Denethor son de facto dos gobernantes encargados de velar por el trono hasta que el verdadero rey regrese. Para un jacobita, por tanto (y es bastante seguro creer que Tolkien simpatizaba con ellos), el retorno de Aragorn tiene un significado especial. Se nos recuerda una vez más el lamento de Tolkien cuando señalaba que: «Soy, en efecto, cristiano, de modo que no espero que la historia sea otra cosa que una larga derrota, aunque contenga (y una leyenda lo puede contener más clara y conmovedoramente) algunas muestras o atisbos de la Victoria final»20. En su propia leyenda, Tolkien nos ofrece un vistazo en el regreso triunfal de Aragorn.
En comparación, Thorin es sin duda una figura patética, aunque nadie duda de su verdadera realeza, y la alegría del pueblo por su regreso es evidente. Como Aragorn, ha vuelto para reclamar lo que le corresponde por derecho. El dragón Smaug, el enemigo al que debe derrotar Thorin, es el usurpador del «trono» del reino de Thorin, y ha reclamado para sí las riquezas del reino, el oro, plata y joyas; como no tiene ningún derecho legítimo, allí lo tenemos, en lo alto de una montaña de tesoros que no le pertenecen y haciendo caso omiso de la alegría del pueblo por el regreso del verdadero rey. Es evidente, por tanto, que el tema jacobita está presente tanto en El Hobbit como en El Señor de los Anillos, y que el retorno del rey es necesario para restablecer la justicia.
Antes de continuar con los acontecimientos que rodean el retorno de Thorin y la historia del viaje de Bilbo, es importante recordar que la monarquía en sí misma sólo es legítima en la medida en que deriva de la autoridad de Dios. Todos los reyes sólo lo son realmente en la medida en que reflejan la auténtica realeza de Cristo. Pronto veremos si Thorin es fiel a esa realeza. En cuanto a Aragorn, Tolkien nos muestra que su verdadero poder proviene de ser un reflejo de la verdadera imagen de Cristo Rey. El resto de las imágenes son menores, como la conexión de Aragorn con Carlomagno, Arturo o Jacobo, que lo son en la medida que hemos señalado antes. En términos cristianos, el retorno del rey significa la segunda venida de Cristo, cuando la «larga derrota» de la historia sea vencida por la victoria final de Cristo. Éste es el regreso definitivo del exilio del Verdadero Rey para reclamar lo suyo.
Al igual que Cristo, la verdadera realeza de Aragorn se revela en su capacidad milagrosa de sanar a los enfermos. «Las manos del rey son las manos de un sanador, dice la sabia-mujer de Gondor, y así llevará al rey legítimo a ser conocido». Aparte de las referencias obvias a los poderes curativos de Cristo en el Evangelio, el aprecio de Tolkien por la Inglaterra anglosajona le hizo recordar la historia de san Eduardo el Confesor, rey anglosajón conocido por sus poderes milagrosos de curación. Este hecho lo recoge Shakespeare en Macbeth, donde la verdadera realeza de Eduardo el Confesor contrasta con el maquiavelismo asesino de Macbeth. Por último, al igual que Cristo, el poder de curación de Aragorn no sólo se extiende a los vivos, sino también a los muertos. Cuando decide adentrarse en el Sendero de los muertos, demuestra que tiene el poder de liberar a los muertos de su maldición. Esto es un recordatorio que no podemos obviar del descenso de Cristo a los infiernos después de la crucifixión para liberar a los justos.
En cambio, no podemos esperar ningún milagro del ambicioso rey Thorin. Sin embargo, como nos recuerda el narrador, el Gobernador de la Ciudad del Lago se equivoca cuando cínicamente cree que Thorin y sus compañeros le están engañando y que nunca se atreverán a enfrentarse al dragón en la Montaña Solitaria: «Estaba equivocado. Thorin, por supuesto, era el verdadero nieto del Rey bajo la Montaña, y nadie sabe de lo que es capaz un enano por venganza o por recobrar lo que le pertenece». Al igual que Aragorn, Thorin tiene la legitimidad de su lado. Él es el verdadero rey. Pero, a diferencia de Aragorn, él no vuelve para salvar a su pueblo, sino para «recuperar lo suyo». Tampoco regresa con la mansedumbre y la humildad de Aragorn, sino con orgullo, lo que le llevará a hacer o atreverse a cualquier cosa por venganza. En su humildad, Aragorn será exaltado; y Thorin en su orgullo será humillado.
20 Humphrey Carpenter, ed., Cartas de J. R. R. Tolkien (Planeta DeAgostini, 2002).
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