«El tumor» por Juan Manuel de Prada para la revista XLSEMANAL, artículo publicado el 14/I/2019.
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Acabo de leer un libro que me ha interpelado muy vivamente. Se titula El tumor (Anagrama) y su autor se llama Toni Soler. Es un libro breve, tejido con mimbres muy sencillos, escrito en un catalán muy sobriamente elegíaco, de un lirismo que aspira a pasar inadvertido, como de puntillas. En El tumor, Soler se atreve a rememorar la muerte de su padre, víctima de un cáncer, y a expresar –tantos años después– el duelo que en su día no logró expresar del todo. La lengua catalana, que es la que mejor acierta a expresar los sentimientos cordiales, puede incurrir también en ciertos excesos empalagosos, si el escritor no sabe embridarse. Pero Soler ha logrado que su historia me golpee el corazón sin incurrir en concesiones lacrimógenas, con un estilo que es a la vez descarnado y pudoroso, de una sinceridad sin aspavientos no exenta, incluso, de algún rasgo de delicado humor.
Aunque, gracias a Dios, no he perdido prematuramente a mi padre como le ocurrió a Soler, muchas de las reflexiones que el autor enhebra en torno a la relación con su progenitor son idénticas a las que yo podría haber escrito. Soler y yo somos hijos de la misma época: ambos hemos recibido una educación semejante; y ambos hemos mantenido con nuestros padres una relación de franca admiración en la que, sin embargo, los afectos quedan lastimosamente reprimidos y muchas palabras necesarias no llegan a formularse. Para un hombre de nuestra generación, resulta mucho más sencillo expresar su amor filial hacia la madre; expresarlo al padre, en cambio, nos resulta embarazoso, como si nos atenazase el miedo al ridículo o nuestra virilidad quedase absurdamente comprometida. Soler acierta a nombrar esta limitación afectiva que anida dentro de muchos hombres de nuestra generación y nada tiene que ver con el odio edípico al padre, tampoco con el respeto reverencial, sino más bien con un pudor aturullado, exageradamente escrupuloso, que nos obliga a ser muy austeros en nuestras efusiones hacia el padre. Soler confiesa en algún pasaje de su libro que, cuando años después, murió su madre, pudo en cambio llorarla liberadoramente y sin cortapisas; y muchas de las lágrimas que entonces derramó eran las que se había guardado tras la muerte de su padre.
Sobre este ‘tumor’ afectivo nos habla Soler en su libro, en pasajes muy lúcidos y conmovedores, mientras traza el retrato de su padre, un hombre honrado y laborioso, frugal y amantísimo marido. Algunas de las páginas más cuajadas de El tumor las dedica Soler a glosar el amor conyugal de sus padres, abnegado y fiel, paciente y discreto, muy empapado de religiosidad, en las antípodas de los amores nerviosos y vacíos de Dios que nuestra época exalta, un segundo antes de que se precipiten en el vacío. Hay un pasaje en El tumor especialmente logrado, en el que el autor se pregunta, desazonado, si su padre era un hombre tan cabal como aparecía ante sus ojos juveniles. Y entonces Soler prueba a imaginarlo echándose al coleto un copazo de whisky al salir del trabajo; prueba a atribuirle pasiones torpes, o simplemente delatoras de alguna debilidad oculta; prueba a figurarse que tal vez su relación conyugal no fue tan ejemplar como a simple vista parecía. Son todo pruebas fallidas y desatinadas; pero Soler logra transmitir al lector la impresión de poquedad e insignificancia que los hombres de nuestra generación, tan heridos de grietas y de fallas, experimentamos al confrontarnos con nuestros padres, que seguramente arrastraban o arrastran sus heridas íntimas, como todo hijo de vecino; pero que sabían o saben llevarlas con mucha mayor gallardía que nosotros. Porque eran o son gente más sufrida que nosotros; gente, sospecho, con el alma más limpia que nosotros, gente menos propensa a justificar sus pecados, gente desde luego más reacia a la gesticulación vana.
En contraste con la figura del padre, Soler traza un retrato de sí mismo poco benigno y no tiene recato en confesar su egolatría juvenil, su activismo febril y algo desnortado, su actitud desapegada e irónica, su ateísmo convencido que… sin embargo, cede por un instante, mientras su padre agoniza, para improvisar una plegaria. Léon Bloy asegura que nada hay tan grato a Dios como la oración del ateo; y me atrevería a decir que este hermoso libro que Toni Soler nos ha brindado, tantos años después, prueba que aquella plegaria fue atendida, siquiera de modo paradójico. Finalmente, el hijo que no pudo entonces llorar a su padre lo ha llorado con creces; y, además, con lágrimas de tinta, que tardan más en secarse y son indelebles.
https://www.xlsemanal.com/firmas/201...-de-prada.html
Me ha parecido un libro muy bien escrito y con bastante dinamismo. Además, las reflexiones de Belmonte no se circunscriben al toreo, son extrapolables a muchos ámbitos de la vida. No es un libro escrito para un lector taurino aunque sí que creo que si uno es muy antitaurino no creo que lo vaya a disfrutar. Creo que es ideal para personas un tanto neutras en esto de los toros, que quieran conocer como se gestiona el miedo, la fama, la ignorancia, el hambre...independientemente de si se trata de un toreo o de una estrella del rock. Excelente trabajo de Manuel Chaves Nogales que me anima a seguir leyendo más cosas de este escritor.
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