«La sucesora» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 3/II/2017.
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En 1934 se publica en Brasil una novela titulada «La sucesora», que protagonizaría una de las más sugestivas y rocambolescas intrigas literarias del siglo XX. Su autora era Carolina Nabuco (1890-1981), escritora hoy olvidada, hija del gran prócer y polígrafo Joaquim Nabuco. En «La sucesora», Carolina Nabuco nos narra la historia de Marina, una joven descendiente de una familia de hacendados que se casa con Roberto, un adinerado ingeniero quince años mayor que ella que acaba de perder a su primera esposa, Alicia, que sigue ejerciendo sobre él un obsesionante influjo. Cuando Marina se instale en la mansión de Roberto se tropezará pronto con el retrato de Alicia, que preside el vestíbulo, y tendrá que ganarse la confianza de sus criados, que por mortificarla no cejan en compararla con la difunta. La novela plantea un sabroso contraste entre las tradiciones rurales en las que ha sido educada Marina y la modernidad un tanto frívola de una nueva burguesía encarnada por su marido y su círculo de amistades. Pero, sobre todo, «La sucesora» se adentra, en un gran ejercicio de introspección psicológica, en las tribulaciones de la protagonista, perseguida por el fantasma de la difunta Alicia, cuyas prendas trata en vano de emular.
Cuatro años más tarde, en 1938, Daphne du Maurier publica una novela de trama muy similar, «Rebeca», que no tardará en convertirse en un «best seller» internacional. Álvaro Lins, un afamado crítico brasileño, lanza una resonante acusación de plagio, en la que detalla las similitudes de las novelas de Du Maurier y Nabuco. A Lins le resulta muy sospechoso que Du Maurier, que con anterioridad sólo había publicado novelas de «enredos superficiales, crímenes y melodramas», brinde de repente una obra que presenta una «rigurosa identidad de tema, trama, personajes, situaciones, pormenores, diálogos, pequeños acontecimientos y detalles accidentales» con la novela de Nabuco. Todavía más, le parece incongruente que «Rebeca» incorpore «dos libros superpuestos»: por un lado, una logradísima intriga gótica en torno a los celos que una joven siente hacia la primera y difunta esposa de su marido; por otro, una postiza y convencional intriga policiaca. Aunque Lins exageraba en su exhaustivo catálogo de paralelismos, lo cierto es que la lectura de «La sucesora» nos trae enseguida el perfume de «Rebeca».
Al parecer, la propia Carolina –lo cuenta en sus memorias, «Ocho décadas», publicadas en 1988– había traducido su novela al inglés, con la esperanza de que fuese publicada en Estados Unidos, y la había mandado a un agente literario de Nueva York, quien a su vez la mandó a su socio británico. Ninguno de los dos logró encontrar editorial para «La sucesora», que sin embargo fue leída por Victor Gollancz, el editor de Daphne du Maurier, quien por aquellas mismas fechas atravesaba una crisis creativa que le impedía avanzar en la escritura de «Rebeca». Pero, inopinadamente, tras un largo período de estancamiento, Du Maurier completó su obra maestra en apenas cuatro meses.
¿Podemos pensar que Gollancz envió a Du Maurier el manuscrito de aquella ignota escritora brasileña para que su trama la «inspirase»? En 1939 el «New York Times» publicaba un cáustico artículo que destacaba las similitudes entre las dos novelas, obligando a Daphne du Maurier a responder con una carta en la que desmentía airadamente las insinuaciones de plagio. Para añadir más picante al guiso, cuando la película de Hitchcock basada en la novela de Du Maurier se estrenó en el Brasil, los abogados de la United Artists se pusieron en contacto con Carolina Nabuco, ofreciéndole una rumbosa cantidad a cambio de firmar un documento en el que reconocía que las similitudes de su novela con «Rebeca» eran meras casualidades. Nabuco se negó a firmar tal documento, pero tampoco quiso litigar contra la novelista inglesa
«La malaventura, si tal fuese, me ha traído un bien: confortarme para seguir mi oficio más segura que antes», le comentará Nabuco con serenidad a Gabriela Mistral. En el prólogo a la edición chilena de «La sucesora», Mistral escribirá: «¡Qué curioso suceso es y será siempre esta pareja de libros y de mujeres! (…) La afortunada inglesa mirará hacia el Sur, como el que hizo un viaje y se llevó de algún museo cierto tesoro misterioso. No podrá olvidarse nunca del nombre de usted; antes olvidaría el de una hermana de leche».
Daphne du Maurier nunca volvería a escribir una novela tan intensa y subyugadora como «Rebeca»; y, con los años, acabaría decantándose por las novelas de «enredos superficiales, crímenes y melodramas». Carolina Nabuco, por su parte, publicaría una segunda novela, «Llama y cenizas» (1947), en la que vuelve a incidir en el estudio psicológico de los personajes femeninos. Pero sus inquietudes religiosas serán cada vez mayores, como lo prueba que acabase publicando una biografía de Santa Catalina de Siena y un catecismo. Tal vez fueron estas inquietudes las que trajeron a su alma la paz necesaria para olvidar que una novelista inglesa se había llevado cierto «tesoro misterioso» de su casa. Tal vez, incluso, Carolina Nabuco llegase a olvidar aquel embrollado episodio; pero sospechamos que Du Maurier nunca pudo olvidar el nombre de Carolina Nabuco, su predecesora y secreta hermana de tinta.
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Última edición por Pious; 27/02/2019 a las 02:51
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