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Tema: Libros de caballerías españoles (ciclo bretón, carlovingio, greco-asiático, etc.)

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    Libros de caballerías españoles (ciclo bretón, carlovingio, greco-asiático, etc.)

    CATÁLOGO RAZONADO DE LOS LIBROS DE CABALLERÍAS que hay en lengua castellana o portuguesa, hasta el año 1800

    Discurso preliminar por D. Pascual Gayangos (de la Real Academia de la Historia)

    Madrid, año 1874


    (La ortografía es la de la propia obra)

    (…) En España este movimiento literario parece haberse sentido mas tarde que en ningun otro pueblo de Europa, y la razon es obvia. De muy antiguo nuestra historia se halla revestida de cierto barniz caballeresco y legendario, que la hace en este punto mas pintoresca y animada que otra alguna. Tanto es esto verdad, que entre algunos trozos de la Crónica general, y principalmente los que tratan de Bernardo del Carpio y los siete Infantes de Lara, entre las relaciones populares del Cid y Fernan Gonzalez, la historia fabulosa de don Rodrigo, las leyendas monacales mas antiguas, y ciertos pasajes del Amadis, la transicion es casi imperceptible, sin advertirse mas diferencia entre unos y otros que la de estar aquellos fundados en la popular tradicion y referirse á personajes históricos, y tratar estos de héroes enteramente fabulosos. Por estas y otras razones, entre las cuales no entra por poco el estado de una sociedad en lucha continua con un enemigo interior, la novela caballeresca en prosa fué poco conocida en la Península antes de principiar el siglo XIV.

    Mucho tiempo antes gozaban ya de gran crédito en Bretaña, Inglaterra y aun en el centro de Francia, libros de gesta en verso, como Le roman de Brute y el de Rou, compuestos ambos por Roberto Wace, trovera normando, á mediados del siglo XI; el de Sangreal, atribuido á Tomás Lonelich, poeta de la corte de Enrique VI de Inglaterra; el de Perceval, cuyo autor, Christian de Troyes, floreció en el siglo XII; Les enfances d'Ogier le Danois, o las Mocedades de Ugiero, cuyas principales escenas pasan en nuestra península ó en países fantásticos y regiones imaginarias.

    Nada de esto habia á la sazon entre nosotros, como si los héroes nacionales y sus gloriosas empresas contra el comun enemigo bastaran ya para llenar cumplidamente la curiosidad de los oyentes y lectores, y satisfacer su mas ardiente patriotismo. De Artús y su Tabla Redonda poco ó nada se sabia por entonces, y el mismo Carlomagno no aparece en los cantares y romances sino como un invasor del suelo patrio, sufriendo cruel derrota á manos de Bernardo del Carpio y sus invictos montañeses.

    La primera y mas antigua de estas imitaciones parece ser la Historia del caballero del Cisne, que el rey Alfonso el Sabio ingirió en su Gran Conquista de Ultramar, ya que no sea, como hay motivos para sospecharlo, traduccion de un libro francés. Por otra parte, la Crónica de don Rodrigo, último rey de los godos, no es mas que un conjunto de fábulas y patrañas, un verdadero libro de caballerías, ideado en el siglo XV por Pedro del Corral, a pesar de que muchos y graves autores la hayan mirado como historia verdadera.

    Pero si España fué tardía en admitir, fué tenacísima en conservar este género de literatura, ampliándole y perfeccionándole en tiempos mas modernos, hasta el punto de haberle, por decirlo así, resucitado, dándole nueva vida y formas nuevas, é imponiéndole a su vez á la Europa entera. Por causas que no son de este lugar, el espíritu caballeresco, ya decadente en los demás reinos de Europa, se hallaba en nuestra Península, á fines del siglo XV, mas floreciente y vigoroso que nunca. El celo ardiente (dice un escritor moderno), que arrancó á tantos cristianos de sus hogares para conducirlos á los sitios de la pasion de nuestro Redentor; los sentimientos exaltados de honor y de amor, tan vigorosamente delineados en las ficciones de la Tabla Redonda , grandes y nobles objetos de la piedad de nuestros mayores, habian ya dejado de existir ó estaban lastimosamente modificados. La astucia y la perfidia habian reemplazado entre los soberanos de Europa á la lealtad caballeresca.

    En Francia, un libertinaje grosero, revestido de maneras cortesanas, ocupaba el lugar de aquel idealismo del amor, móvil y causante de gloriosas empresas siempre que animaba el corazon de verdaderos caballeros. Juan de Ligny vendia la poncella de Orleans, mujer y prisionera, á Felipe de Borgoña, quien se la revendía á los ingleses. La política y la disciplina sustituian ya en Inglaterra al espiritu caballeresco, y este cambio se operaba principalmente en el arte de la guerra y en la organizacion de los ejércitos. Eduardo III debió sus victorias contra la Francia á la formacion de escuadrones regulares, contra los cuales se estrellaba el fogoso ardimiento y la inconsiderada valentía de los caballeros franceses. En Italia, micer Poggio el florentino, Pulci y Maquiavelo se burlaban de las proezas de los antiguos paladines, y daban pruebas patentes de un escepticismo político y religioso.

    La España sola conservaba aun en toda su fuerza su primitiva aficion a los pasos de armas, torneos y todo género de ejercicios caballerescos. En la sola Crónica de don Juan II se citan nada menos que veinte y tres de aquellos. Fernando de Pulgar, secretario de los Reyes Católicos, asegura con cierta arrogancia que en su tiempo eran en mayor número los caballeros españoles que iban á reinos extraños á buscar fortuna, que los extranjeros que venian á España, y mosen Diego de Valera habla con marcada complacencia de sus propios duelos y combates en Bohemia y Hungría. ¿Qué mucho, pues, que mientras Cárlos V llevaba sus armas victoriosas á varios puntos de Europa y Africa; cuando, fiado solo en su palabra, atravesaba el territorio de su mortal enemigo; cuando proponia á Francisco I un duelo á la antigua usanza, entregando los destinos de una nacion entera á las eventualidades de un combate personal; cuando libertaba á España y á Europa toda de las invasiones del Turco y de los progresos del luteranismo, los patrióticos sentimientos del pueblo español hallasen solaz y deleite en las increibles hazañas de Bernardo del Carpio, en los gloriosos hechos del Cid y otros héroes nacionales, y que, á falta de personajes históricos, se forjasen nuevos campeones, cuyas altas proezas y nunca oidas hazañas sirviesen de meta y límite á las aspiraciones de pechos nobles y generosos? Así es que, siendo los españoles, como ya lo dijo Lope de Vega, «ingeniosísimos en este género de composicion, sin que en la invencion les haya aventajado ninguna otra nacion, muy pronto la literatura caballeresca alcanzó límites que hoy dia nos parecen casi increibles.

    Para tratar de estos libros con el debido órden, convendrá dividirlos en tres grandes ciclos: el breton, el carlovingio y el greco-asiático. Los dos primeros son, con alguna ligera excepcion, exclusivamente franceses; el tercero fué engendrado en la Península por la brillante imaginacion de nuestros escritores. A este último habrán necesariamente de agregarse otra multitud de libros, así en prosa como en verso, que, estrictamente hablando, no son mas que una modificacion del género, como son la novela caballeresca-sentimental, los libros de caballerías morales o á lo divino, los que están fundados sobre la historia de España, y por último, las bellísimas epopeyas caballerescas traducidas ó imitadas del italiano.


    ***

    1. CICLO BRETÓN
    Merlin y sus profecias.-El libro del Baladro.-La Demanda del Santo Greal.- Lanzarote del Lago. - Tristan de Leonis y Tristan el joven.-Tablante de Ricamonte y Jofre, hijo del conde don Ason.-Sagramor y segunda Tabla Redonda.

    2.° CICLO CARLOVINGIO.
    Crónica fabulosa del arzobispo Turpin.-Carlomagno y sus doce pares
    .-
    Segunda parte. Tercera parte.

    3º CICLO GRECO-ASIÁTICO .
    Amadis de Gaula.- Consideraciones generales sobre este libro.-Conjeturas acerca de la prioridad de una version castellana anterior á Vasco de Lobeira.-Garci-Ordoñez de Montalvo.-Sergas de Esplandian. -Don Florisando.-Lisuarte de Grecia. — Muerte de Amadis, por el bachiller Juan Diaz.--Amadis de Grecia.- Florisel de Niquea.-Rogel de Grecia.-Don Silves de la Selva.-Esferamundi y sus descendientes.

    4.° LOS PALMERINES.
    — El de Oliva. — Primaleon. - Platir. – Flortir. — Palmerin de Inglaterra. Pruebas de su origen español.--Don Duardos de Bretaña.- Don Clarisel.

    5.º LIBROS DE CABALLERÍAS INDEPENDIENTES.
    Tirante el Blanco.-Arderique.- Claribalte.- Cifar.—Clarian de Landanis, con sus continuaciones. Florambel de Lucea.- Don Floriseo de la Extraña Aventura.- El caballero de la Cruz, Lepolemo.- Leandro el Bel.- Félix Marte de Hircania.-Florando de Inglaterra.-El caballero del Febo.- Febo el Troyano, y otros.

    6ª HISTORIAS Y NOVELAS CABALLERESCAS.--
    Relaciones de santos.-Libros de caballería á lo divino.-Otros fundados sobre historia de España.- Traducciones é imitaciones del Orlando.






    Última edición por ALACRAN; 15/06/2022 a las 15:05
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Libros de caballerías españoles (ciclo bretón, carlovingio, greco-asiático, etc.)

    1. CICLO BRETÓN

    Merlin y sus profecias.-El libro del Baladro.-La Demanda del Santo Greal.- Lanzarote del Lago. - Tristan de Leonis y Tristan el joven.-Tablante de Ricamonte y Jofre, hijo del conde don Ason.-Sagramor y segunda Tabla Redonda.

    La vida del sábio Merlin, sus astucias y transformaciones, los hechos del rey Artús de Bretaña, y las maravillosas hazañas de Lanzarote del Lago, de Galaz, su hijo, de Perceval, Boortes y otros caballeros bretones, empeñados en la demanda del santo Greal, constituyen la larga serie de novelas caballerescas en prosa, conocida comunmente con el nombre de Ciclo breton ó de la Tabla Redonda.

    Fúndanse todas ellas en una tradicion antiquísima, conservada en Inglaterra, y ya consignada por Mateo Paris en su Historia, de que José de Arimatea, el senador judío que asistió á la muerte del Salvador, habia comido a la mesa de un obispo armenio que fué á Inglaterra á principios del siglo XII; y para explicar tamaña longevidad se decia que al terminar cada siglo aquel santo varón caia en una especie de éxtasis ó letargo, del cual salia recobrando toda la juventud y lozania del tiempo en que presenció el suplicio de nuestro Redentor en la cruz. Sobre esta vulgar tradicion, Tomás Lonelich, trovador anglo-normando de la corte de Enrique VI, escribió una novela en verso, intitulada Sangreal, que mas tarde fué puesta en prosa francesa por otro trovador, fingiendo que José de Arimatea habia logrado adquirir la copa ó vaso (hanap) en que Jesus bebiera la noche antes, cenando con los apóstoles.

    El hecho estriba en la siguiente tradicion: antes de enterrar el cuerpo del Salvador, José, habiéndose antes procurado dicha copa, la llenó de su preciosa sangre a medida que brotaba de sus heridas; accion que exasperó de tal manera á los judíos, que le arrancaron la santa reliquia y le encerraron en un calabozo. Allí se le apareció una noche el Redentor y le devolvió la copa, recobrando, por último, su libertad, despues de cuarenta y dos años de prision, en la toma de Jerusalen por Tito Vespasiano. Puesto en libertad, José comenzó á predicar el Evangelio, convirtiendo, entre otros, á Enelaco, rey de Sarraz, quien, con tan poderosa ayuda , emprendió y llevó á cabo la conquista de Egipto. Por este tiempo era rey de Bretaña Artús ó Arturo, el cual instituyó la Tabla Redonda, dejando, por consejo de Merlin, un lugar vacante para la santa reliquia , que habia casualmente caido en manos del rey Pescador, asi llamado, ya por su habilidad en la pesca, ó ya por su notoriedad como pecador renitente. Las hazañas de los caballeros de la Tabla Redonda, en su loable empeño de descubrir y recuperar tan insigne reliquia, constituyen la parte caballeresca y romántica de esta notable historia, la que, con mas o menos exactitud, fué luego traducida á los diferentes idiomas europeos, dando tambien lugar á varias imitaciones y continuaciones.

    Mas antes de escribirse el Sangreal, dos troveras anglo-normandos, llamados Geoffrey ó Godofredo de Monmouth y Roberto Wace, autor el uno de una crónica semifabulosa y el otro de una historia métrica, conocida con el título de Le roman de Brut (Novela de Bruto), habian inventado el personaje fabuloso de Merlin, mitad hombre y mitad diablo, así como el José de Arimatea, dueño de la famosa copa que contenia la sangre de Cristo.

    Sobre estas dos obras, Roberto de Bouron, escritor del tiempo de Eduardo I, compuso su Vida de Merlin, en prosa francesa, cuyo argumento es el siguiente:

    Los diablos, alarmados al ver el número de víctimas que diariamente se escapaban de sus garras, mediante el progreso del cristianismo, predicado por José y otros, resolvieron, prévio consejo y deliberacion, enviar á la tierra uno de los suyos, que entrando en relaciones con una virgen cristiana, la hiciese concebir un varon, que habia de ser con el tiempo el destructor de todo el linaje humano. El infernal mensajero se hospedó en casa de un noble breton con tres hijas muy hermosas, la mas jóven de las cuales resistió largo tiempo á sus halagos, si bien, por último, el enemigo, aprovechando la ocasion en que aquella estaba dormida, llevó a cabo su designio, y la virgen se sintió preñada. Acusada, segun las leyes de Escocia, que castigaban con la muerte semejante deshonestidad, fué luego encerrada en una fuerte torre, donde dió á luz á Merlin, á quien un santo varon, llamado Blas, hizo bautizar en el acto. Próxima ya al suplicio, la inocente madre se quejaba amargamente de su suerte, dirigiéndose en términos duros al que creia autor de su desgracia, y Merlin, que aun no tenia un mes, la consolaba, diciendo que no moriria, aconsejándola que se presentase con ánimo resuelto ante sus jueces. Llevada al tribunal, Merlin, en una larga y difusa peroracion, prueba que uno de los jueces, el mas condecorado y temido de todos, no era hijo del que pasaba por su padre, sino del prior de un convento cercano al lugar donde se veia el proceso; el cual, para evitar su propia deshonra y la de su madre, se ve precisado á influir con sus compañeros y obtener de ellos la absolucion de la delincuente. (…)

    Otra novela caballeresca, tan intimamente ligada con las dos anteriores, que parece mas bien continuacion de ellas, es la de Lancelot du Lac, ó Lanzarote del Lago, como le llaman los nuestros. Este fué hijo del rey Ban de Bretaña, quien atacado de improviso en su castillo de Trible por el rey Claudas, se ve precisado á huir con su esposa Elena y su hijo de pocos años, despues de encomendar á su senescal la defensa de aquella plaza. En el camino sube á la cumbre de un monte para desde allí contemplar la morada de sus abuelos por la vez postrera, y al verla presa de las llamas, cae muerto de dolor. Elena, dejando al tierno infante á orillas de un lago próximo á aquel lugar, vuela á socorrer a su esposo; mas al volver ve á una ninfa arrebatar el fruto de sus amores y zambullirse con él en las aguas. La ninfa no era otra sino Bibiana, la querida del sábio Merlin, que de tiempo antiguo vivia como encantada en aquel lugar y era conocida por la Dama del Lago. Leonel y Bohort (Leonel y Boortes), sobrinos del rey Ban, son conducidos á aquel sitio de una manera igualmente maravillosa, y educados por Bibiana con la misma ternura y amor que su primo Lanzarote del Lago. (…)

    Tal es, en suma, el complicado argumento de una de las novelas caballerescas mas antiguas, escrita primero en latin, despues en verso, y últimamente en prosa francesa, alterada, corregida y adicionada, así en el fondo como en su parte accesoria y episódica , hasta formar el tronco de la dilatada série romántica conocida con el título de Romans de la Table Ronde. De las muchas redacciones que de ella se conservan, la mas comun se atribuye á Roberto de Borron, escritor del siglo XII; mas en materia de libros populares durante la edad media, es muy difícil, por no decir imposible, referirlos á determinado autor; obras de este género parecen haber sido patrimonio de una familia, de una escuela, ya que no del primero que, copiándolas y alterándolas, las hacia suyas.

    La Historia de Merlin se tradujo luego al italiano, y de esta lengua á la nuestra, aunque bastante alterada y aumentada en una y otra version. Ya el francés que la puso en prosa habia añadido un capitulo de profecías hechas por aquel sábio, mientras que el autor castellano introdujo en ella nuevos incidentes, como la muerte de aquel nigromante y otros, poniendo á su libro el nuevo y extraño título de Baladro del sábio Merlin, con que generalmente es mas conocido. En cuanto al libro de Lanzarote del Lago, parece haberse traducido al castellano á fines del siglo XIV ó principios del siguiente, pues además de hallarse citado ya en el Rimado de Palacio y en la parte cuarta del Amadis (8), hay un pasaje del Arcipreste de Talavera, y en el Cancionero e Juan Alfonso de Baena, ciertos versos de un monje jerónimo, capellan del obispo de Segovia, don Juan de Tordesillas, que ninguna duda dejan sobre el particular.



    Otro libro hay tambien citado por escritores del siglo XV, y que parece haber tenido gran boga en Castilla, y es el de Tristan de Leonis, caballero de la Tabla Redonda, cuyo original francés pasa, y con razon, por el mejor libro de su clase, y el que con mas fidelidad retrata el espíritu caballeresco de la edad media. Es continuacion de otro intitulado Meliadus de Leonnoys, compuesto en el siglo XI por Rusticiano de Pisa, y en él se prosiguen y continúan las aventuras de Tristan de Leonis, su hijo, y sus amores con la reina Iseult (Iseo).

    Su argumento, mas animado y dramático que el de otros libros de su clase, es el siguiente : Meliadus, padre de Tristan, estuvo casado con Isabel, hija del rey Marc, á quien los nuestros llaman Mares de Cornualla. Una hada conocida de Merlin se enamora de él, y un dia que el Rey salió á caza prepara un encantamiento y se apodera de su persona. Isabel, á la sazon encinta, sale en busca de su esposo, y topa con un ermitaño, que no es otro que Merlin, el cual la anuncia que no volverá á ver al Rey. En efecto, á los pocos dias muere de sobreparto, despues de haber dado á luz un hijo, que por las circunstancias de su nacimiento es nombrado Tristan, el mismo que un fiel escudero de la Reina recoge y lleva á su padre Meliadus, ya libre de su encantamiento por industria del mismo Merlin.



    Sabedor su suegro Mares, por la prediccion de un enano agorero, de que su sobrino Tristan le habia con el tiempo de usurpar el trono, resuelve la muerte de este; sorprendido Meliadus por sus espías, es asesinado durante una cacería, si bien Gorbalan, el mismo fiel escudero que habia salvado antes la vida de Tristan, le salva segunda vez y le lleva a la corte del rey Pharamond (Feremondo de Gaula). Una hija de este rey, llamada la infanta Belisenda, se enamora de don Tristan; mas, descubiertos sus amores por su padre, Tristan se ve precisado á dejar la corte de Feremundo y refugiarse en Inglaterra. Allí, en el castillo de Tintadel (Tintadoyl), célebre en otro tiempo por los amores de Artús y Ginebra, Tristan logra reconciliarse con su tio el rey Mares; poco despues desafia y mata á Morhoult (Morlote), hermano de la reina de Irlanda, que viniera allí á exigir tributo al rey Mares. Despues de esta hazaña, Tristan es enviado á Irlanda á pedir para su tio la mano de Iseult la Blonde (Iseo la Rubia), hija del rey de aquella tierra, y obtenida, vuelve con ella á Cornualla ; mas durante el viaje por mar, una doncella de Iseo, llamada Brangian (Brangel), administra á los dos jóvenes un filtro amoroso, que los une irrevocablemente el uno al otro, é influye poderosamente en el destino de ambos. En el camino aportan á una isla y son hechos prisioneros, como lo habian sido antes que ellos otros varios caballeros y doncellas; costumbre singular de aquel territorio y castillo, que no debia terminar hasta tanto que el caballero mas valiente y la doncella mas hermosa pusiesen el pié en aquellas playas inhospitalarias. Tristan vence á un robusto y desemejado jayan, que era el encargado de mantener aquella demanda, y se hace amigo de Gallehaut le Brun (Galeote el Brun), señor de dicho castillo, dando, por consiguiente, libertad á todos sus prisioneros.(…)

    El libro de Tristan de Leonis se tradujo al castellano por un anónimo, y se imprimió en Valladolid, año de 1501, con el siguiente título: Libro del esforçado caballero don Tristan de Leonis y de sus grandes hechos en armas. Tomóse el traductor tales y tamañas licencias, suprimiendo pasajes enteros y sustituyendo otros de su propia cosecha, que su libro mas bien paréce original que no traduccion. Volvióse á imprimir en 1528, y seis años despues, en 1534, salia á luz en Sevilla con la añadidura de una segunda parte y el título de: Coronica nuevamente emendada y añadida del buen caballero don Tristan de Leonis y del rey don Tristan de Leonis el joven, su hijo. Esta segunda parte es enteramente nueva y original, y nada tiene que ver con los hechos de Isaias el Triste, que forman la continuacion del Tristan francés. No habiendo logrado ver juntas las dos ediciones de 1501 y 1534, no podrémos determinar si la que en esta última se llama primera parte es reimpresion de aquella, ó si, como nos inclinamos á creer, es una nueva version o imitacion de la novela francesa. (…)

    Quién sea el autor de esta segunda parte de Don Tristan, en la cual se introducen por primera vez y sin disfraz personajes históricos, novedad poco comun en este linaje de libros, se ignora de todo punto. Hay, sin embargo, fundadas razones para sospechar que fué natural de Andalucía, del condado de Niebla , y morador quizá de alguna villa próxima á la raya de Portugal, atendida la manera ruda y descortés con que siempre que le viene a mano trata á los de aquella nacion. Tambien pudiera presumirse, atendido el gran número de devotas consideraciones y amonestaciones cristianas con que la narracion está exornada, que su autor fué hombre de iglesia; y llevando aun mas allá la conjetura , pudiera sospecharse si su autor fué el mismo que en 1528 escribió el octavo libro de Amadis , aunque en apoyo de esta última conjetura no podamos ofrecer mas razon que cierta semejanza de estilo que en la lectura escrupulosa y detenida de uno y otro libro hemos creido advertir.

    Aun nos queda que mencionar en este lugar una obra original española, muy preciada del vulgo, puesto que sigue aun hoy dia reimprimiéndose para su uso; y es la Crónica de Tablante de Ricamonte y Jofre, hijo del conde don Asson, que en ediciones modernas y viciadas es llamado Jofre Donason y don Nason ; la cual se dice compuesta por un tal Nuño de Garay, aunque en la impresion de Sevilla de 1599 se dice haberlo sido por Felipe Camus. Forman el argumento de este libro las aventuras de un caballero llamado Tablante, que vivia en tiempos del rey Artús. Deseando ganar prez y honra, deja su castillo de Ricamonte y se presenta en la corte de aquel monarca, desafiando a todos los caballeros de la Tabla Redonda. Aceptado el reto por uno de ellos, llamado el conde don Milian, Tablante vence á su contrario y le lleva preso á su castillo. Un doncel del rey Artús, llamado Jofre, hijo del conde don Asson ó Azon, toma sobre sí la empresa de libertar al Conde. En el camino topa con Montesinos el Fuerte, que maltraia á una doncella llamada Bruniesen; le vence, y gana el afecto de esta dama. Despues de mil peligrosas aventuras llega al castillo de Ricamonte, se combate con Tablante, le vence, liberta al conde don Milian, y todos juntos pasan a la corte del rey Artús, donde don Jofre casa con Bruniesen, y Tablante con la hermana de otro caballero.




    Hay, por último, en portugués dos libros pertenecientes a este mismo ciclo, y cuyo asunto son las proezas de los caballeros de la segunda Tabla Redonda. El primero de ellos se intitula: Triunfos de Sagramor, em que se tratan os feitos dos cavalleiros da segunda Tabola Redonda , y se imprimió en Coimbra, por Joao Alvares, 1554, fólio. El otro tiene por título Memorias das proezas dos cavalleiros da segunda Tabola Redonda. Lisboa , por Joao Barreira, 1567, fólio. Uno y otro son obra de Jorge Ferreira de Vasconcellos, á quien Barbosa Machado cita en su Biblioteca Lusitana, y parecen versar sobre el restablecimiento de la Tabla Redonda en tiempo de Eduardo IV, si es que no se refieren a la reforma hecha anteriormente por el rey Arturo.

    Estas son, en suma, las traducciones é imitaciones hechas en la Península, de libros caballerescos franceses pertenecientes á este ciclo breton, las cuales, con sus diferentes ediciones, podrán verse mas detalladamente en el Catálogo razonado, puesto al fin de este Discurso. Que en España al menos, las ficciones caballerescas de aquel ciclo precedieron a las del llamado carlovingio, queda ya suficientemente demostrado en otro lugar, y por lo tanto, nos limitarémos aquí á observar que los libros de esta clase, como mas antiguos, revelan un estado de sociedad mas rudo y guerrero; que hay menos artificio en su composicion, y que, a pesar de ser en su mayor parte obra ideal y fantástica de troveras anglo-normandos ó franceses, manifiestan demasiado su conexion y semejanza con las crónicas monacales y leyendas de santos, que constituian la sola y única literatura de aquellos siglos semibárbaros.
    Última edición por ALACRAN; 15/06/2022 a las 15:08
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    Re: Libros de caballerías españoles (ciclo bretón, carlovingio, greco-asiático, etc.)

    2.° CICLO CARLOVINGIO. Crónica fabulosa del arzobispo Turpin.-Carlomagno y sus doce pares.- Segunda parte. Tercera parte.

    Las guerras y conquistas de Carlomagno, las inauditas proezas de los doce pares y otros paladines de su imperial corte, forman el núcleo de otra série de novelas caballerescas, si cabe mas populares y acreditadas aun que las de su rival, Artús de la Tabla Redonda, puesto que, además de las infinitas traducciones y continuaciones en prosa á que dieron lugar, constituyen el vasto arsenal de donde el divino Ariosto, Pulci, Dolce y tantos otros ingenios italianos sacaron sus elegantes ficciones poéticas, que traducidas á casi todas las lenguas de Europa, componen un género de literatura conocido con el nombre de Orlandina ó Epopeya caballeresca.

    Fúndanse todas ellas en una crónica fabulosa, atribuida á un tal Turpin, supuesto capellan de Carlomagno y arzobispo de Reims, pero escrita , segun otros, por un canónigo de Barcelona, hácia fines del siglo XI ó principios del XII. Su principal argumento es la venida á España de aquel emperador; hecho que algunos críticos modernos han querido poner en duda, pero que se halla demasiadamente confirmado por el testimonio de los escritores árabes, para admitir controversia de ningun género.

    Segun la crónica, Carlomagno, despues de haber conquistado la Bretaña, la Italia y el imperio germánico, se entregaba una noche al reposo, cuando se le apareció el apóstol Santiago, estimulándole á que libertase á España del yugo de los infieles. Carlomagno, obedeciendo sus mandatos, junta un poderoso ejército, pasa el Pirineo y pone sitio á Pamplona, ciudad inexpugnable, y que resiste durante tres meses toda la furia de sus ataques, aunque al fin sucumbe, siendo sus fuertes muros derrocados, como los de Jericó, por influencia divina. Carlomagno emprende el camino de Compostela, visita el sepulcro del Apóstol, y él y su capellan, Turpin, convierten y bautizan millares de infieles gallegos. Durante esta jornada, Carlomagno y el buen Obispo se afanan por derribar los muchos idolos que habia en España, consiguiendo echarlos todos por tierra, con la sola y única excepcion de uno que habia en Cádiz, y que, por tener dentro del cuerpo toda una legion de diablos, resiste á sus esfuerzos.

    Mas no bien habia Carlomagno vuelto á sus estados, cuando un rey pagano de España, llamado Aigolandus (Aygolante), recupera todo lo perdido, obligando al Emperador á mandar segundo ejército, á las órdenes de Milo (Milon), el padre de Roldan, quien en una sangrienta batalla es derrotado por el rey pagano, quedando él y cuarenta mil de los suyos tendidos en el campo. Ufano con tal victoria Aygolante, seguido de innumerable ejército, compuesto de moabitas, etiopes, partos y africanos, entra en Gascuña; Carlomagno le sale al encuentro, le vence en los llanos de Sanctona (Xaintonges), y le obliga á encerrarse dentro de Pamplona. Síguele hasta allí el Emperador, y Aygoylante le pide una tregua y celebra con él una entrevista, en la cual, despues de una larga disputa teológica, se resuelve a abrazar el cristianismo y consiente en ser bautizado con todos los suyos. A dicho fin se presenta al siguiente dia en el real de Cárlos, á quien halla en su tienda comiendo у bebiendo con trece pobres andrajosos y famélicos. El pagano, maravillado, le pregunta quién son aquellos descamisados, y Cárlos le responde que son pobres á quien da de comer, en representacion de los apóstoles de Dios; lo cual es bastante para que Aygolante se vuelva atrás de su propósito, declarando que no quiere tener que ver con semejante religion ni con tales gentes. Rompen de nuevo las hostilidades, y Aygolante es vencido y muerto en batalla campal.

    Un gigante, llamado Ferracutus (Ferragús), que vivia en Nájera, desafia al Emperador, el cual acepta el reto, si bien los suyos, al verle tan fuerte y desemejado, le suplican con instancia no ponga la causa del cristianismo al trance de un combate singular con un hombre tan grande como dos, con mas fuerza que cuarenta, que tenia la cara larga de tres palmos y ancha de otros tantos, y los brazos y piernas como si fueran vigas de lagar. Ogier el Danés es el encargado de combatir con el gigante, quien, sin hacer el mas mínimo esfuerzo, le arranca de la silla, le coge debajo del sobaco, y sin hacerle daño le lleva a la ciudad. Constantino de Roma , Hoel de Nantes, y otros y paladines enviados por Carlomagno á pelear con el jayan, tienen igual suerte y son por él encerrados en una fuerte torre, hasta que, por último, presentándose en el campo el paladin Rolando con su buena espada Durindana, las fuerzas de los combatientes se igualan algo mas. (…)

    Los reyes moros de Sevilla y Córdoba, Ebrahim y Altumajor, desafian á Carlomagno, y señalado el dia de la batalla , se presentan con sus huestes. Segun la Crónica, los dos caudillos paganos mandaron hacer diez mil carátulas muy feas, dellas negras y dellas coloradas, con grandes orejas y mayores cuernos, ordenando que se las pusiesen los peones, y que cada uno tuviese además un cencerro en la mano. El estratagema surtió su efecto : los de las carátulas se colocaron al frente de la hueste enemiga, y comenzaron á sonar sus cencerros, espantando de tal manera á los caballos de los cristianos, que, a pesar de sus jinetes, volvieron grupa y pusieron en desórden al resto del ejército imperial, si bien al siguiente dia el Emperador tomó su revancha, mandando vendar los ojos a los caballos y meterles algodon en los oídos, con lo cual los paganos fueron vencidos, Córdoba tomada, y la España toda repartida entre los guerreros del Emperador, quien dió Navarra á los bretones, Castilla á los francos, Aragon á los griegos y Portugal á los flamencos.

    Por tercera vez entra Carlomagno en España, resuelto a castigar al rey Marsirius (Marsilio), que se le habia rebelado en Zaragoza. Envia antes á Galalon, el Gan Traditor de los poetas italianos, para que, viéndose con el rey pagano, le exija en su nombre el acostumbrado tributo. Marsilio finge someterse, y ganándose con dádivas y halagos al mensajero de Cárlos, obtiene de él noticia circunstanciada de las fuerzas que componian el ejército imperial, y el camino que á su vuelta á Francia se proponia seguir. Saliéndole despues al encuentro en una de las estrechas gargantas del Pirineo, le hace sufrir una gran rota, matándole la flor de sus tropas, y entre ellos á Roldan y sus mejores paladines. Turpin, el supuesto autor de la crónica, que se hallaba á la sazon celebrando misa en el palacio de Cárlos, oyó la suave armonía de un coro de ángeles que llevaban al cielo el alma de aquel paladin, y vio al mismo tiempo una legion de diablos que con distinta ruta y con gran griteria y zumba conducian á Gehenná (el infierno de los árabes) el alma de Marsilio. Turpin anuncia al Emperador la muerte de Roldan, aquel entra de nuevo en España para vengar la derrota de sus armas; vence á los árabes á orillas del Ebro y manda prender á Galalon, quien, acusado de traicion, y vencido el campeon por él nombrado, es descuartizado vivo.

    Concluye la crónica refiriendo otra vision del buen Arzobispo. Hallábase este en Vienne, ciudad del Delfinado, y Cárlos, agoviado por la edad y los padecimientos, vivia en su palacio de Leodium (Lieja), á muchas leguas de distancia, cuando Turpin, que rezaba sus horas puesto de pechos sobre una ventana, vió pasar por delante de sus ojos una legion de diablos. A uno de ellos, que acaso quedó algo zaguero, le pregunta que adónde van, y el diablo, que era negro y de nacion etiope, le contesta que por el alma del Emperador para depositarla en el Averno. Turpin entonces le ruega que, despachada que sea su comision, se vuelva por aquel mismo camino, y le diga cómo ha terminado el negocio. El complaciente diablo vuelve a pasar por Vienne, pero confiesa, mal de su grado, que en el momento de asir su presa él y sus compañeros, un gallego sin cabeza (el apóstol Santiago), habiendo pesado en una balanza los pecados y las buenas obras de Cárlos, habia tomado posesion de su alma, llevándosela en direccion opuesta á la suya.

    Tal es, en suma, la crónica latina falsamente atribuida á Turpin, en la cual, a pesar de sus muchas fábulas y consejas, se halla muy poco que revele el romanticismo que mas adelante penetró en los libros de caballerías. No se ven en ella ni castillos, ni serpientes, ni caballeros enamorados, ni doncellas que demandan auxilio, ni otros muchos de los incidentes que mas tarde entraron en la composicion de aquellos. La narracion versa principalmente sobre guerras y conquistas, y las controversias teológicas de cristianos é infieles. El autor parece haber tomado por modelo las campañas de Josué, y así es que las murallas de Pamplona se desploman como las de Jericó; que el estratagema militar empleado por los reyes de Córdoba y Sevilla parece calcado sobre igual suceso en la batalla de los gibeonitas, y por último, los vencedores se reparten de una manera análoga los estados del rey pagano. No faltan, es verdad, en la crónica prodigios y maravillas, pero estas se asemejan mas a las de las antiguas leyendas de santos que á las bellas ficciones de los libros caballerescos. Como quiera que esto sea, no puede dudarse que la crónica, tal cual es, sirvió mas tarde de base á infinitos libros caballerescos, métricos los unos, en prosa francesa los otros, que formaron por mas de dos siglos la lectura favorita de las gentes, hasta que los italianos, y principalmente Ariosto, la popularizaron aun mas con sus bellísimas epopeyas caballerescas.



    En 1528 un tal Nicolás de Piamonte, acerca del cual nada se sabe, publicó en Sevilla un libro con el siguiente título : Historia del emperador Carlomagno y de los doce Pares de Francia, trasladada, segun él mismo lo expresa en el prólogo, « de la lengua francesa, sin discrepar, ni añadir ni quitar cosa alguna de la escriptura y repartida en tres libros : el primero traducido del latin de la crónica de Turpin, el segundo de un libro en metro en francés, y el tercero de otro intitulado Espejo historial. Esta refundicion de Nicolas de Piamonte siguió leyéndose en varias ediciones hechas durante el siglo XVI, hasta que el portugués Moreira, que años atrás habia traducido aquella á su lengua, añadió una segunda parte, dividida en cuatro libros, continuando la historia de aquel emperador y las hazañas de sus doce pares. Mas bien que segunda parte, debiera haberla intitulado nueva historia, etc., pues desentendiéndose enteramente de la muerte de aquel monarca, referida, segun hemos visto, en el último capítulo de la obra de Piamonte, emprende su relacion con la consagracion de la iglesia mayor de Compostela, y vuelta de Carlomagno á Francia, y guerras que tuvo con el soldan de Egipto en ayuda del sumo Pontifice, y por último, su casamiento y el de su sobrino don Roldan. Mezclanse en la obra, que se dice traducida fielmente de las crónicas francesas, varios episodios románticos, tomados de libros italianos, como el de la cueva Tristefea, y la entrada en ella de Roldan por librar á su Angélica; los de los gigantes de Córdoba , Batrocas y Parramonte, que escachavao pe lo meio os soldados de Carlo Magno, y fueron al fin muertos, el primero por Roldan, el segundo por Oliveros; la traicion que Bradamante, Salgueriano y Brutamonte intentaron contra Toledo, y cómo penetraron dentro de la ciudad para robar a la infanta Galiana; y por último, como el Emperador y su amigo Galafre entraron triunfantes en Toledo, despues de haber derrotado al miramamolin de Córdoba, Abderramen. Concluye la segunda parte con el casamiento de Carlomagno con Galiana, y de Roldan con Angélica , prévia la conversion y bautizo de estas dos damas moras.

    Aun hay en portugués otra parte, llamada Terceira e verdadeira, escrita por el presbítero Alexandro Caetano Gomes, natural de Chaves, cuyo principal argumento forman las hazañas y proezas de Bernardo del Carpio. Imprimióse por primera vez en 1745, y como el autor mismo lo dice en su prólogo, se escribió « para servir de divertimento e diverso do somno pas compridas noites do inverno »; hecho por cierto curioso y que merece ser consignado, el que a mediados del siglo XVII se escribiese é imprimiese en la Península un libro de este jaez. Empieza la obra con la creacion del mundo, el diluvio universal, la confusion de las lenguas, y los reyes fabulosos de España hasta llegar á don Ramiro de Leon, en cuyo tiempo su hija, la infanta doña Jimena, y don Sancho, conde de Saldaña, tuvieron á Bernardo; el cual, armado luego caballero por Orimandro, soldan de Persia, acomete mil peligrosas aventuras, vence al paladin Roldan, y vuelve, por último, á España, de donde sale á poco para defender al Papa, sitiado en Roma por los longobardos. Segunda vez se combate con Roldan y le vence, destruyendo el ejército de Carlomagno al paso del Pirineo. Despues у de esto hace tributarios á los reyes moros de Zaragoza, Lamego y Mérida, así como á los alcaides de Toledo y Badajoz, vence y mata á don Buesso, duque de Guiana, que habia penetrado en España; conquista, auxiliado por Iñigo Arista, el reino de Aragon; se desnaturaliza de Leon, cuyo rey se niega á reconocerle, y por fin, despues de haber conquistado á Cataluña toda y haber dado leyes á los catalanes, fundando las santas casas de Poblet y Monserrate, renuncia todos sus reinos y señorios, у y se mete monje en Aguilar de Campó.



    Quizá pudiera tambien incluirse en este ciclo la muy conocida y popular Historia de Oliveros de Castilla y Artús de Algarve, impresa por primera vez en el siglo xv, y reproducida despues en infinitas ediciones; pero, a pesar de la semejanza de su nombre con Olivier (Olivero), el paladin de á Carlomagno, ni la ficcion, que creemos original española, se refiere a los tiempos de aquel emperador, ni hay en ella incidente alguno que tenga conexion con las proezas de los doce pares; mas bien se la hallariamos con la Tabla Redonda, puesto que tanto las aventuras de Oliveros como las de su compañero Artús pasan principalmente en Inglaterra.
    Última edición por ALACRAN; 15/06/2022 a las 15:09
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Libros de caballerías españoles (ciclo bretón, carlovingio, greco-asiático, etc.)

    3. CICLO GRECO-ASIÁTICO: Amadis de Gaula.- Consideraciones generales sobre este libro.-Conjeturas acerca de la prioridad de una version castellana anterior á Vasco de Lobeira.--Garci-Ordoñez de Montalvo.-Sergas de Esplandian. -Don Florisando.-Lisuarte de Grecia. — Muerte de Amadis, por el bachiller Juan Diaz.--Amadis de Grecia.--Florisel de Niquea.-Rogel de Grecia.-Don Silves de la Selva.-Esferamundi y sus descendientes.

    Además de los dos ciclos, el breton y el carlovingio, de que se ha hablado anteriormente, hay otro, que podremos llamar greco-asiático, por cuanto los héroes fabulosos que le componen fueron principalmente emperadores de Constantinopla o reyes de Trapisonda (Trebizonda), Macedonia, ó Tesalia , Jerusalen y Arabia. Verdad es que algunos, aunque son los menos, lo fueron de Rusia, Bohemia, Hungría, y otros países europeos á la sazon poco conocidos; pero la escena principal, el teatro de sus proezas y aventuras, es casi siempre en regiones asiáticas. Esta denominacion, pues, nos ha parecido la mas propia y conveniente para abrazar y comprender, no solo las dos grandes familias de los Amadises y Palmerines, sino tambien la multitud, verdaderamente asombrosa, de libros caballerescos escritos á imitacion de aquellos, y de los cuales formaremos en nuestro catálogo una seccion aparte, con el titulo de Libros de Caballerías independientes .

    Comenzarémos, pues, nuestro exámen por el mas célebre y mejor de todos, segun Cervantes y el profundo autor del Diálogo de las Lenguas, por el «espejo de la gramática española y modelo del decir», como le denomina su editor Delicado; por el libro, en fin, que, juntamente con la Celestina, formaba en cierta ocasion célebre toda la librería del ingenioso escritor y consumado político don Diego Hurtado de Mendoza. Gran contienda ha habido, y aun dura hoy dia, acerca de la composicion del Amadis de Gaula, reclamándole á un tiempo como suyo portugueses, españoles y franceses; y aunque los argumentos en pro y en contra se hallan en obras comunes y al alcance de todos, bueno será reproducirlos, aunque sucintamente, en este lugar, puesto que tambien á nosotros se nos ocurre algo que decir en la materia.

    Gomes Eannes de Azurara, archivero de Portugal, que por los años de 1454 escribió tres crónicas muy notables sobre asuntos nacionales, fué el primero que atribuyó la composicion del Amadis á Vasco de Lobeira , hidalgo portugués, natural de Oporto, asistente en la corte de don Juan I de Portugal, y armado caballero por aquel monarca en 1385, al estar para darse la batalla de Aljubarrota. Vivió, segun dicen, en Yélves la mayor parte de su vida, y murió en 1403. Antonio Ferreira, poeta portugués, nacido en 1528, y cuyas poesias, dadas á luz por su hijo, se imprimieron en 1598 , escribió un soneto en lenguaje antiguo, en que, dirigiéndose á Lobeira, le llama formalmente autor del Amadis, así como otro en que alude á la modificacion que aquel hubo de hacer en su historia, por mandato del infante don Alfonso, movido á piedad por la suerte de Briolanja. Por último, nuestro Nicolás Antonio dice haber visto al margen del expresado soneto una nota declarando que el manuscrito original de Lobeira se conservaba á fines del siglo XVI en la famosa librería de los duques de Aveiro, en Lisboa. Estos son los únicos testimonios que puedan llamarse auténticos en favor del origen portugués del Amadis, y aunque á primera vista parecen no admitir réplica, y así lo han estimado Clemencin y otros criticos modernos, se nos ofrecen varias dudas, que vamos á proponer.

    En primer lugar, esta creencia, que se supone general en Portugal, estaba muy lejos de serlo tal á mediados del siglo XVI, puesto que, segun don Luis Zapata, paje de la emperatriz doña Isabel, hija del rey de Portugal don Manuel, y mujer de Carlos V, «era fama en aquel reino que el infante don Fernando, hijo de don Alfonso, habia compuesto el libro de Amadis. » Fué don Luis embajador nuestro en Lisboa por los años de 1550, y se lo oyo decir a la infanta doña Catalina, biznieta del mismo don Alfonso. El licenciado Jorge Cardoso, en su Agiologio lusitano, tomo 1, pág. 410, llama al autor Pedro Lobeiro en lugar de Vasco de Lobeira, y de hidalgo y caballero le rebaja á la humilde condicion de escribano (tabeliao) de Yélves, añadiendo que tradujo su obra del francés, por mandado, no ya del infante don Alfonso, sino del célebre infante don Pedro, de quien cuenta nuestro vulgo que anduvo las siete partidas del mundo. La nota atribuida al hijo de Ferreira, con que se pretende probar la existencia del manuscrito original en el palacio de los duques de Aveiro, y la que se asegura puso igualmente al soneto relativo al incidente de Briolanja, no se hallan en la edicion de 1598, única antigua que se conoce de los Poemas lusitanos de su padre. Añadidas posteriormente en la reimpresion de los poemas hecha en 1772, son obra de editor moderno, y no del hijo de Ferreira. El testimonio queda, pues, reducido a la simple asercion de don Nicolás Antonio, quien sin duda vió algun ejemplar con una nota marginal y manuscrita de lector ocioso y autor desconocido, puesto que, á ser del hijo de Ferreira, este la hubiese necesariamente intercalado en el texto impreso (…).

    Con esto quedan algun tanto debilitados los dos principales argumentos hasta aquí alegados para probar que el Amadis es obra de Vasco de Lobeira , y que el original portugués se conservaba aun á fines del siglo XVI en una biblioteca de Lisboa. Pero no es esto solo: la misma literatura castellana del siglo XV nos ofrece armas con que combatir dicha opinion, por mas fuertemente arraigada que esté, y probar que anteriormente a la fecha en que Vasco de Lobeira pudo escribir el libro de Amadis, era ya conocida y popular en Castilla una historia así llamada. Pero Ferrus, cuyas poesias andan impresas en el Cancionero compilado para don Juan II por Alfonso de Baena, dirigió al canciller de Castilla, Pero Lopez de Ayala, un decir á manera de reprension amistosa porque no iba á habitar en Vizcaya (…)

    Mas, antes que Vasco de Lobeira trabajase su refundicion ó traduccion del Amadis, era ya conocida en Castilla una historia de este caballero andante. Mas, qué origen tuvo esta, quién fue su autor y en qué idioma corria, son cuestiones de muy dificil solucion hoy dia, y que no nos atrevemos siquiera á iniciar. Los escritores franceses pretenden (y decimos pretenden, porque ninguna prueba dan en corroboracion de su aserto) que el Amadis es traduccion pura y simple de un libro escrito en idioma de Picardía. Esta asercion, propuesta en primer lugar por D'Herberay, el traductor francés, y apoyada mas tarde por Tressan, quien dijo haber visto el original en la librería de Cristina de Suecia, carece de todo fundamento. Algo mas acertados andan los que, como monsieur Barèt , se inclinan á creerle refundicion de libros bretones, hoy dia perdidos, fundándose en los nombres de algunos de los personajes, como Lisuarte (Lych-warch), Elisena (Heliène sans per, ó Helena la sin par), y otros. Que el autor del Amadis tuvo a la mano ó en la memoria los libros caballerescos de Lanzarote del Lago, Tristan, y aun el del Sábio Merlin y otros pertenecientes al ciclo breton ó de la Tabla Redonda; que quizá tambien el nombre del héroe le fué sugerido por el de un libro francés titulado Amadas et ldoine (que ninguna conexion tiene con el que nos ocupa), del cual se conserva un manuscrito del siglo XIIl, estamos prontos á admitirlo; pero no podemos ir mas allá. Tampoco tratarémos, como Sarmiento, de buscar autor gallego a quien atribuirle, fundándonos en algunos galleguismos que á aquel docto benedictino creyó encontrar en el texto, aun despues de castigado y hecho castellano por Garci-Ordoñez de Montalvo. Sin negar, pues, el derecho de Vasco de Lobeira á una refundicion del Amadis en lengua portuguesa, seguida luego de otra mas importante y radical, como fué la de Montalvo, persistimos en creer, mientras no se aleguen razones en contrario, que antes del tiempo en que floreció aquel autor corria ya en Castilla otra redaccion del Amadis en tres libros. Al hacer la suya Montalvo, no solo corrigió y enmendó lo que halló escrito, sino añadió una cuarta parte, continuando despues la obra en un quinto libro, o sea las Sergas de Esplandian.

    Mas, como si todo lo que tiene relacion con este notable libro hubiese necesariamente de andar envuelto en tinieblas, no parece edicion alguna anterior a la de Roma, 1519, siendo así que hay razones muy plausibles para creer que antes de dicho año se imprimió varias veces en la Península. Verdad es que Barbosa Machado, y otros despues de él, han citado una impresion de Salamanca, 1610, y que últimamente el señor don Alejandro Herculano ha hecho referencia á otra de Sevilla, publicada, segun él, en el mismo año; pero ni una ni otra noticia tienen aquel carácter de autenticidad que en estas materias se requiere; y así, habrémos de contentarnos con señalar la del año 1519 como primera, mientras no se halle otra anterior; lo cual, á nuestro modo de ver, es mas que probable, puesto que existe una del Palmerin de Oliva, hecha en 1811, y se citan, aunque vagamente, otras del Florisando y de las Sergas de 1510. Además de que no es creible que el Amadis se imprimiera por primera vez fuera de España, antes al contrario, dicha edicion hace suponer otra ú otras hechas anteriormente en la Península.

    De Garci-Ordoñez de Montalvo, traductor y continuador de este notable libro, no se sabe mas que lo que el mismo quiso decirnos, ya en el prólogo al Amadís, ya en las Sergas, cuando finge que, por mandado de Urganda la Desconocida, suspendió su trabajo histórico; volviéndole despues á emprender de nuevo por orden de dicha sabidora. Sabemos que fué vecino y regidor de Medina del Campo, y que desde su mas tierna edad siguió la noble carrera de las armas. Asimismo consta que cuando escribia su Esplandian era ya de edad bastante avanzada, y que habia alcanzado en Castilla varios reyes y reinas, debiendo razonablemente presumirse que nació en tiempo de don Juan II, y que á la toma de Granada, en 1492, tenia, cuando menos, cincuenta años de edad. En varias partes del libro alude Garci-Ordoñez á este notable suceso, aunque de una manera asaz vaga y contradictoria, pues en el prólogo que puso a los cuatro libros de Amadis de Gaula dice terminantemente haber los Reyes Católicos llevado a cabo aquella conquista, mientras que en el capítulo XCIX de las Sergas da á entender que la habian comenzado y no concluido, si bien mas adelante, en la exclamacion que inserta en el capítulo CLI, da por terminada aquella guerra y echados de España á los judíos. A esto puede añadirse que en el capítulo CXXXII de la cuarta parte, al contar las muestras de amor que dieron sus vasallos al rey Lisuarte, Garci-Ordoñez introduce una especie de lamentacion oratoria de los males que á la sazon afligian á España, que so- i lamente puede aplicarse á los diez últimos años del reinado de Enrique IV; de todo lo cual se infiere que debió emplear, cuando menos, veinte años en sus trabajos de traduccion y refundicion.

    Al concluir las Sergas, Montalvo trata de una continuacion del Esplandian, con las proezas hechas por Talanque y Maneli el Mesurado, juntamente con otros donceles á quien el rey de Irlanda, Cildadan, armara caballeros; libro (dice) muy gracioso y muy alto en toda orden de caballeria , que escribió un muy gran sábio en todas las partes del mundo. De aquí tomó pié un escritor andaluz para escribir el Florisando, y mas tarde un anónimo publicaba el sétimo libro, con las hazañas de Lisuarte de Grecia, el hijo de Esplandian. (…)

    A los cinco años de publicadas las Sergas, y casi al mismo tiempo que el Don Florisando, que, segun hemos visto, forman respectivamente el quinto y sexto libro de Amadis de Gaula, se imprimió en Sevilla otro llamado sétimo, que trata de los grandes fechos en armas de Lisuarte de Grecia, hijo de Esplandian, y de Perion de Gaula, hijo de Amadis (…). Su autor, que no se nombra en esta, que se reconoce por la primera, ni en las demás ediciones posteriores, lo dedicó á don Diego de Deza, arzobispo de Sevilla, expresando en su dedicatoria que se lo ofrecia para que con él pudiera aquel insigne prelado “pasar algun tiempo y descanso del trabajo de su mucho estudios” , fingiendo, como en tales libros se acostumbraba , haber sido nuevamente hallado en Londres, segun lo dejó escrito en griego el gran sábio de las Mágicas, Alquife, y haberlo puesto en lengua castellana, despues de enmendado de los muchos vocablos que por la mucha antigüedad estaban corruptos.

    Refiérense en él las insignes hazañas de Lisuarte de Grecia , hijo de Esplandian y nieto del buen rey Amadís, al propio tiempo que las no menos señaladas de su tio Perion de Gaula. Desde luego se advierte en esta obra, imitacion servil de las anteriores, que no se guarda en ella la proporcion y reglas de la épica , sosteniéndose el interés y concentrándose en un solo individuo, como y sucede en el Amadis, al lado del cual todos los demás héroes quedan muy rebajados ; sino que la atencion divaga lastimosamente y ha de repartirse por igual entre Lisuarte y Perion, salidos del mismo tronco, ambos invencibles, espejos uno y otro de la andante caballería, y dechado de cuantas virtudes constituian á la sazon el decálogo de aquella institucion. (…)

    Al Lisuarte de Grecia, ó sétimo de Amadis, siguió en el mismo año otro libro al propio asunto, aunque con distinto título. Ya hemos dicho que ninguna de las ediciones conocidas del Lisuarte declara el nombre de su autor; pero de ciertas expresiones contenidas en el prólogo al Amadis de Grecia, que conocidamente es obra de Feliciano de Silva, se deduce que este celeberrimo y nunca bien ponderado escritor de caballerías lo fue tambien de dicho libro. En efecto, lamentándose de que el bachiller Diaz, de quien se tratará mas adelante, hubiese dado á luz su libro de Amadis llamándole octavo, y obligándole á que él pusiese al suyo el título de noveno, dice terminantemente que el autor del Lisuarte fué el mismo que escribió el Amadis de Grecia; además de que, leyendo con atencion uno y otro libro, se advierte cierta paridad y semejanza.

    Nicolás d'Herberay, señor des Essarts, que puso en francés los ocho primeros libros del Amadis, continuó este libro de Lisuarte con las hazañas de don Flores de Grecia, el otro hijo de Esplandian, á quien llama el Caballero de los Cisnes. Aunque fingió haberle trasladado del griego, es conocidamente obra suya, y no le hay, que sepamos, en castellano, si bien se tradujo luego al italiano y á otras lenguas. No nos detendremos, pues, en el análisis de esta obra, que no es castellana, y pasarémos á examinar otra muy notable, que al poco tiempo de publicado el Florisando confeccionaba en Sevilla un oscuro bachiller.

    En efecto, no bien se habia impreso aquel, cuando salió á luz en dicha ciudad el Octavo libro de Amadis, que trata de las extrañas aventuras y grandes proezas de su nieto Lisuarte de Grecia, y de la muerte del inclito rey Amadis. Sevilla, por Jacobo Cromberger, aleman, y Juan Cromberger, año de 1526, á 28 de setiembre. Su autor, el bachiller en cánones Juan Diaz, fingió haberle hallado en lengua toscana, traducido ya del griego, y haberlo puesto en castellano á peticion de varios amigos. Pensó, segun parece, denominarlo sétimo, siendo, como es en efecto, continuacion del sexto; pero habiéndose con prioridad publicado el otro libro de Lisuarte, se vió obligado á llamarle octavo. De presumir es que tanto él como el autor del Lisuarte de Grecia trabajasen de consuno en una continuacion de las Sergas de Esplandian, pues solo así se explica la publicacion casi á un mismo tiempo de dos libros al propio asunto. Como quiera que esto sea, no cabe duda que Diaz no tuvo presente el trabajo de su rival, pues da principio á su narracion con la salida de Esplandian y Norandel á Constantinopla, despues de haberse aquel despedido de su padre Amadis, experimentando en la travesía una gran tormenta, en que estuvo á pique de perecer con toda su comitiva. El principal incidente en que estriba la narracion es una gran conjuracion de todos los reyes paganos contra el buen rey Amadis, que muy descuidado y asaz quebrantado por la edad, vivia en Fenusa, corte y capital de la Gran Bretaña. (…)

    El siguiente en orden en la série de los Amadises es el intitulado : Libro noveno de Amadis, que es la chronica del muy valiente y esforzado Principe y cavallero de la Ardiente Espada, Amadis de Grecia, hijo de Lisuarte de Grecia; del cual se cita ya una edicion, hecha en Burgos en 1535. Aunque el nombre de su autor no aparece en la portada del libro, declárase suficientemente en un extenso prólogo que en algunas impresiones lleva la firma de Feliciano de Silva. Es evidentemente continuacion del sétimo, y no del octavo, y así le hubiera su autor intitulado, á no haberle el sevillano Diaz ganado la vez, dando á luz el suyo; circunstancia que Silva, ofendido, califica en términos poco corteses, y que revelan bastante su mal humor. Como quiera que esto sea, es el mismo que con tanta presteza y de tan buen grado llevó al corral el ama de don Quijote durante el donoso escrutinio de su caballeresca librería. Nótase ya en este libro cierta variacion del género, no porque falten castillos y doncellas, enanos y encantadores, encuentros con robustos jayanes y descomunales gigantes, y otros accesorios de la andante caballería, sino por advertirse ya en el la introduccion de un elemento nunca hasta entonces visto en este linaje de libros. Empezaba a la sazon á ser conocida en Castilla la novela pastoril, cultivada desde principios del siglo por Sannazaro y los italianos, y llevada mas tarde por el portugués Montemayor al mayor grado de perfeccion; y Silva, que no parece haber sido perezoso en esto de asimilarse los trabajos literarios de otros, echó mano del nuevo elemento, harto impropio por cierto en asuntos caballerescos, introduciendo en este su libro á dos pastores, Darinel y Silvia, que hacen despues gran papel en los siguientes tomos. (…)

    No contento Feliciano de Silva con el aplauso y nombradía que debieron valerle sus dos libros anónimos de Lisuarte de Grecia y Amadis de Grecia, puesto que en veinte y cinco años salieron á y luz cuando menos cuatro ediciones distintas de la primera y dos de la segunda, acometió la colosal empresa de proseguir la historia de las hazañas del buen Amadis y sus descendientes hasta la sexta generacion. Qué tal debió ser su intencion, aun antes de concluir su Amadis de Grecia, lo prueba suficientemente el hecho de que, en lugar de imitar á su predecesor y rival, el bachiller en cánones Juan Diaz, poniendo fin á la larga y honrosa carrera de aquel caballero andante, prefirió dejarle en el número de los vivientes, abriendo así la puerta á nuevas combinaciones novelescas, y prosiguiendo la historia de los hijos, nietos y biznietos del caballero de la Ardiente Espada.

    En seis libros pues, comenzados en 1532 y terminados en 1546, la fértil pluma del buen Feliciano de Silva dió al mundo una larguísima série de historias caballerescas, que constituyen y forman, segun la clasificacion bibliográfica mas comun, los libros décimo, undécimo y duodecimo de la gran familia de Amadis. Pero son tantas las partes de que se compone aquella extensa y prodigiosa narracion, tan extraños y enmarañados sus títulos, tan dificil el verlas todas reunidas para poderlas comprender y apreciar; y por otra parte, tantos y tan de bulto los errores cometidos, aun por los escritores mas entendidos en la materia, que bien se necesita el hilo de Ariadna para salir de tan intrincado laberinto. Sin perjuicio, pues, de las noticias insertas en el Catálogo razonado, puesto al fin de este Discurso, nos ha parecido conveniente dar aquí cuenta al por menor, y razon circunstanciada de las tareas literarias del célebre caballero extremeño, el mas fecundo y prolífico, sin disputa, de cuantos escritores cultivaron, en el siglo de oro de nuestra literatura, la novela caballeresca.

    Principio Silva escribiendo la Coronica de los muy valientes y esforzados é invencibles caballeros don Florisel de Niquea y el fuerte Anaxartes, hijos del muy excelente Principe Amadis de Grecia, etc., que consta de dos partes, y que, segun ya dijimos, se imprimió por primera vez en Valladolid, á 10 dias del mes de julio de 1532, á costa de Juan Espinosa , librero, y de Nicolás Tierri, impresor. Era don Florisel, segun hemos visto , hijo de Amadis de Grecia y de la infanta Niquea, y ya, cuando apenas contaba doce años, habia mostrado su valor y gentileza, enamorándose de la pastora Silvia, siguiéndola en hábito de pastor y bajo el nombre supuesto de Laterel Silvestre, y por último, matando por defenderla, en los bosques de Babilonia , á dos caballeros. En este libro, pues, prosiguió Feliciano, con su acostumbrada inventiva y no escasa tramoya, las aventuras del Doncel, así como las del principe Anaxartes y la infanta Alastraxerea, hijos tambien de Amadis de Grecia, habidos á guisa de encanto en la reina Zahara. (…)

    Algunos años despues publicaba Feliciano de Silva la Cuarta parte de don Florisel de Niquea, dividida en dos libros, en el segundo de los cuales trata largamente de los amores de don Rogel y de la bella Archisidea, y de los de Agesilao y Diana, hija de la reina Sidonia, que la criaba con el mayor esmero en la insola de Guindaya. Dedicó Silva esta su obra, continuacion del libro onceno de Amadis, á la reina doña María , hija de Cárlos V. En un extenso proemio, dirigido á aquella ilustre princesa , enumera Silva las hazañas militares del Emperador, y principalmente la campaña contra los luteranos de Alemania y su caudillo el elector de Sajonia en 1547, deduciéndose de algunas de sus expresiones que en esta cuarta parte del don Florisel su autor se propuso celebrar, á manera de alegoría , las virtudes militares y domésticas del inclito Emperador.

    En esta cuarta parte, y no en ninguna de las anteriores, es donde Feliciano hizo notable innovacion introduciendo, á mas de algunas poesías sueltas, como romances, quintillas y otros versos cortos, las églogas que él llama bucólicas , y á que tan aficionado se mostró el buen hidalgo manchego en su plática con el caballero del Bosque.

    Tambien pasa comunmente Feliciano de Silva por autor del Don Silves de la Selva , ó doceno libro de Amadis, aunque, como mas adelante veremos, no lo fué él, sino Pedro de Lujan ó Luxan, autor del Lepolemo y de los Colloquios matrimoniales. Imprimióse el Don Silves en Sevilla en 1546 y 1549, ambas veces por Dominico de Robertis , célebre tipófrago de aquella ciudad, traduciéndose luego al italiano, y mas tarde al francés. (…)

    En cuanto a su estilo, del que tanto se ha hablado, no es siempre el mismo. Natural y sencillo, aunque desaliñado é incorrecto, en el Lisuarte y en el Amadis de Grecia , se convierte en pretencioso y amanerado en el Florisel, hasta el punto de parecernos suave y amistosa la sangrienta crítica del inmortal Cervantes. No creemos exagerar al decir que hay pasajes de este libro, principalmente en la tercera y cuarta partes, que materialmente no se entienden, y que necesitarian acaso de un comentador tan diligente como de Góngora lo fué don José de Pellicer, para comprender muchas de las endiabladas razones y enmarañados retruécanos de su autor.
    Tuvo Rogel de Grecia en Archisidea, emperatriz de Constantinopla é hija del gran Can Aquilidon, un hijo, llamado Esferamundi, del cual el italiano Mambrino de Roseo, traductor de casi todos los libros de Amadis antes citados, publicó una larguísima historia, dividida en cinco partes, declarando haberla hallado escrita en castellano, y trasladado á su idioma natal. Pero aunque varios sugetos, y entre ellos nuestro entendido y respetable amigo don Agustin Duran, aseguran haber visto en castellano las dos primeras, nadie, que sepamos, ha dado puntual noticia del libro castellano, si es que ha existido, y la opinion mas comun es de que las inventó Roseo, á quien habrán igualmente de atribuirse las demás.

    Las mismas dudas nos asaltan relativamente á otro libro de caballerías, intitulado Penalva, de que trata nuestro don Nicolás Antonio en el tomo 11, pág. 404 de su Bibliotheca Nova, diciendo contenia el fin y remate de la carrera caballeresca de Amadís, y atribuyéndole á un escritor portugués. No es del todo improbable la noticia, si se toma en cuenta que aunque Juan Diaz, el autor del Lisuarte , dejó ya muerto y enterrado, segun hemos visto , á Amadis de Gaula , indignado Feliciano de Silva, le volvió a resucitar en su Amadis de Grecia, haciéndole despues asistir á las altas proezas de su rebiznieto Florisel de Niquea y sus descendientes, motivando así la nueva defuncion del héroe, de que echaria mano el escritor portugués, haciéndole despues morir á manos de un caballero de su nación”. (…)
    Última edición por ALACRAN; 20/07/2022 a las 17:59
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    Re: Libros de caballerías españoles (ciclo bretón, carlovingio, greco-asiático, etc.)

    4. Los Palmerines. El de Oliva. — Primaleon. - Platir. – Flortir. — Palmerin de Inglaterra. Pruebas de su origen español.--Don Duardos de Bretaña.- Don Clarisel.

    (Ortografía original del texto)


    Al mismo tiempo que la historia de Amadis y sus descendientes proporcionaba solaz у entretenimiento á numerosos lectores, las proezas y hazañas de otra familia de caballeros andantes, no menos célebre y dilatada, ocupaban la pluma de varios escritores, ansiosos de adquirir honra y provecho. Queremos hablar de la conocida generalmente con el nombre de los Palmerines, cuya primera parte se imprimió en 1511, y se repitió en ocho ediciones diferentes antes de concluir el siglo. Pigmaleon ó Primaleon, rey de Macedonia, tuvo un hijo y una hija: Florendos, padre de Palmerin de Oliva, y Arismena. El de Oliva fué emperador de Grecia y casado con Polinarda, hija del emperador Trineo, en quien hubo á Primaleon, sucesor de su imperio, y á Polendos, rey de Tesalia. Tambien tuvo una hija, llamada Flérida, que casó con don Duardos, rey de Inglaterra. Hijos de don Duardos fueron Palmerin de Inglaterra y Floriano del Desierto. El primero casó con Polinarda, hija de Primaleon y hermana de Platir, y este último tuvo un hijo, llamado Flortir, de todos los cuales hay libros escritos, con la historia de sus maravillosas hazañas y nunca vistos amores.

    Ni en la edicion de 1511 ni en las que despues se hicieron se declara quién fuese el autor del Palmerin de Oliva, si bien en el prólogo al Primaleon se dice terminantemente ser uno y otro obra de un mismo ingenio, y en el colofon á la citada edicion de 1524 se añade que ambos libros, el Palmerin y el Primaleon, “fueron trasladados del griego en nuestro lenguaje castellano, é corregidos y emmendados en la muy noble cibdad de Ciudarrodrigo, por Francisco Vazquez, vezino de la dicha ciudad”. Mas, a pesar de esta aseveracion terminante, existe la tradicion de que si no el Palmerin, el Primaleon, al menos es obra de una dama natural de Augustobriga; tradicion que se halla ya recogida y consignada en 1534 por Francisco Delicado, el corrector del Amadis, quien por el dicho año publicaba en Venecia una magnífica edicion del Primaleon. Así lo declara este en la introduccion ó prólogo que puso al segundo y tercero libros, elogiando mucho el estilo, invencion y demás cualidades de la autora. Otro tanto se deduce del contexto de seis coplas de arte mayor que se hallan añadidas al fin de algunas ediciones del Primaleon, entre las cuales hay una del tenor siguiente:

    En este esmaltado é muy rico dechado
    Van esculpidas muy bellas labores,
    De paz y de guerra y de castos amores,
    Por mano de dueña prudente labrado;
    Es por exemplo de todos notado
    Que lo verisimil veamos en flor :
    Es de Augustobriga aquesta labor,
    Que en Lisboa se ha agora estampado.

    Las palabras subrayadas, y el nombre latino de Augustobriga, que algunos refieren á una ciudad dentro de Portugal, dieron sin duda márgen al italiano Quadrio para sentar que el Primaleon fué obra de una dama portuguesa, quizá de la célebre doña Bernarda Ferreira de la Cerda, autora de las Soledades de Buçaco (Lisboa, 1634, 8.°), que mantuvo correspondencia literaria con Lope de Vega, y á que Barbosa Machado la atribuyese, ignoramos con qué fundamento, á Francisco de Moraes, supuesto autor del Palmerin de Inglaterra. Pero ninguna de las ciudades conocidas en lo antiguo con el nombre de Augustobriga puede razonablemente reducirse á una localidad dentro de Portugal, (…) y asi, habrémos de dejar sentado que los dos libros de Palmerin y Primaleon fueron escritos por una señora natural de Ciudad-Rodrigo, quien quizá encubrió su nombre bajo el seudónimo de Francisco Vazquez, á no ser que se quiera suponer que este fué hijo suyo y continuó la obra de su madre, segun se colige de los versos de Juan Augur, ya citados.

    Conviene dejar aclarado este punto, porque en el hecho supuesto de que el Palmerin de Oliva, y por consiguiente el Primaleon, son ambos obra de una portuguesa, fundan los escritores de aqueIla nacion el aserto, no menos gratuito, de que el Palmerin de Inglaterra se escribió originalmente en portugués. Punto es este que estaria aun envuelto en tinieblas, como otros muchos relativos á este linaje de libros, á no haber don Vicente Salvá probado, como mas adelante veremos, que el Palmerin de Inglaterra era real y efectivamente obra de escritor castellano.

    A Palmerin de Oliva y Primaleon sucedió otro caballero andante de la misma familia, llamado Don Polindo, cuya historia, á nuestro modo de ver, debe ser la tercera en la série, puesto que fue hijo del rey Paciano de Numidia y de la reina de Tarsi, antes casada con Polendos, hermano de Primaleon. Imprimióse este libro en Toledo en 1526, sin nombre de autor, y lo tradujo al italiano Mambrino Roseo, que ya antes habia trasladado los anteriores.

    De Platir, hijo de Primaleon y sobrino de Polendos, hay tambien crónica aparte, impresa en Valladolid por Nicolás Tierry, 1533, y dedicada por su autor, que no se nombra, á don Pedro Alvarez Osorio y doña María Pimentel, marqueses de Astorga; y un italiano, á quien cita Quadrio, escribió en dos tomos una continuacion con los hechos de Flortir, hijo del emperador Platir.

    Viene en seguida la muy célebre de Don Palmerin de Inglaterra, que nosotros hacemos sexta parte en esta série, y cuya ascendencia es como sigue : Flérida, hija de Palmerin de Oliva y hermana de Primaleon y Polendos, casó con don Duardos, hijo de don Federico, rey de Inglaterra y de una infanta de Escocia. De este matrimonio nacieron Floriano del Desierto, Pompides, que fué rey de Escocia, Daliarte, y por último Palmerin de Inglaterra.

    La comun opinion atribuia este libro al portugués Francisco de Moraes, aunque no falta quien haga autor de él á don Juan II de Portugal ó al infante don Luis. Pellicer se contentó con negar que Moraes fuese autor del libro, apoyándose en que la version francesa, publicada por primera vez, en Leon de Francia, en 1553, decia ser hecha sobre el original castellano, y que la portuguesa no se imprimió hasta once años despues. Mas la cuestion, hasta cierto punto tan oscura y disputada como la de Amadis, hubiera quedado indecisa á no haber parecido una edicion castellana, primera y única, á lo que parece, del dicho libro, hecha en Toledo en 1547-8. Don Vicente Salvá, á quien la bibliografia española debe gran parte de sus adelantos en estos últimos tiempos, fué el primero que, habiendo adquirido un ejemplar de este rarísimo libro, lo dio á conocer en un extenso artículo sobre bibliografia española, antigua y moderna, en el tomo IV del Repertorio Americano (Londres, 1827, 8.°), probando que el autor de él fué el toledano Luis Hurtado, como se evidencia por unas octavas acrósticas puestas al fin de la dedicatoria de la primera parte. Queda pues revindicada para la literatura nacional esta palma de Inglaterra, como la llama Cervantes, digna de ser guardada y conservada como cosa única y muy buena, y rebajado, por tanto, Moraes del rango de escritor original, que le dan sus compatriotas, al de mero traductor del Palmerin.

    Continuó la historia de Palmerin de Inglaterra Diego Fernandez de Lisboa, de quien no sabemos mas sino lo poco que de él dice Barbosa Machado en su Bibliotheca Lusitana, describiendo en dos partes, tercera y cuarta, las grandes caballerías de su hijo, don Duardos de Bretaña, llamado el Segundo para distinguirle de otro don Duardos, que fué padre de Palmerin de Inglaterra y de Floriano del Desierto. Este don Duardos, ó don Duarte, fué habido en la infanta Flérida, y se crió, con otros principes y caballeros, en la isla Deleitosa.

    Las dos partes en que está dividida la historia de don Duardos de Bretaña constituyen pues, segun nuestro sistema y clasificacion, la sétima de los Palmerines, al paso que la octava la componen otras dos (quinta y sexta de Palmerin de Inglaterra) que en 1602 dió á luz otro portugués, llamado Baltasar Gonzalez Lobato, de quien hacen mencion nuestro Nicolás Antonio y Barbosa Machado. En ellas se prosiguen las aventuras de don Palmerin, que, al igual de Amadís y de otros caballeros andantes, debió vivir mas años que Matusalen, puesto que se le hace correr lanzas con un biznieto suyo, llamado don Clarisel de Bretaña, á cuyas proezas y hazañas el libro está principalmente consagrado.

    Y aqui concluye esta larga série de héroes caballerescos, salidos del tronco de Pigmalion ó Primaleon, rey de Macedonia, que, á no haber sido por la amarga y severa burla de Cervantes, hubieran aun, á no dudarlo, continuado por media generacion; série cuyas diversas ramas hemos querido poner aquí, á imitacion de lo ya hecho con los Amadises, para mayor claridad de lo que dejamos expuesto, y satisfaccion de los que quieran penetrar en el intrincado laberinto de tanta alcurnia caballeresca.

    Pero antes de pasar á otro punto, bueno será decir algo del argumento, forma y estilo del Palmerin de Oliva y de Primaleon, los dos libros mas antiguos y mas notables de toda la série. Quienquiera que sea el autor del primero, es evidente que al dedicarle á don Luis de Córdoba , hijo del célebre don Diego Fernandez de Córdoba, señor de Baena y conde de Cabra, se propuso ingerir en él algunos de los muchos hechos de armas y esclarecidas virtudes que tanto distinguieron a los caballeros de dicha casa. Así lo declara él mismo en su dedicatoria, y resulta además de varios capítulos de su obra, donde, á vueltas de mil encantamientos, dragones y otros recursos imaginativos, de los que solian emplearse en semejantes libros, se tropieza de vez en cuando con sucesos que, aunque ocurridos en ciudades fantásticas y entre caballeros principalmente griegos, pueden fácilmente referirse á determinadas personas y localidades dentro de Andalucía.

    Palmerin de Oliva debió su nombre á la circunstancia de haber sido hallado, cuando niño, expuesto entre palmas y olivos, en una montaña llamada Oliva, á una pequeña jornada de Constantinopla. Fué hijo de Florendos, principe de Macedonia, y de Griana, hija de un emperador griego, que se dice octavo á contar de la fundacion de aquella ciudad. Sus padres le hubieron secretamente, y un escudero llamado Cardin fué el encargado de su crianza, si bien, temeroso de la venganza del Emperador, le dejó en medio de un bosque de la manera que se ha dicho, siendo allí hallado por un colmenero nombrado Gerardo. A poco de este suceso, y habiendo Florendos partido para su reino de Macedonia, el Emperador obliga á su hija Griana á que de la mano á Tarisio, hijo del rey de Hungría. Palmerin, sabiendo por Diofena, hija de Gerardo, la manera misteriosa como fué hallado, abandona la humilde choza en que le criaron, y se pone en camino para el reino de Macedonia, donde es armado caballero por su padre Florendos, sin ser conocido. A los pocos dias mata en la montaña Artifaria á una gran sierpe que tenia atemorizadas á las gentes y desiertos los alrededores de la corte, logrando al propio tiempo hacerse dueño de una redoma encantada que tres hadas tenian allí escondida (…);

    Despues de mil aventuras y combates con gigantes y caballeros, que, no por hallarse en Macedonia, Tesalia y Babilonia, teatro á un tiempo de las proezas del héroe, dejan por eso de ser moros, y tan moros como los del reino de Granada, Palmerin casa con Polinarda, y es alzado emperador de Constantinopla despues de la muerte del que ocupaba el trono. Hay en esta historia, que su autor dividió en cuatro libros, muchos trozos que recuerdan las crónicas semicaballerescas de aquel tiempo y los románticos incidentes de la guerra de frontera que precedió á la conquista del último baluarte de la morisma.

    Si hubiéramos de juzgar por el espíritu que en toda ella reina, diriamos que no pudo ser obra de una mujer, pues las empresas caballerescas del héroe resaltan mucho mas que sus amores, y en estos se observa cierto cinismo repugnante, que no quisiéramos vernos obligados á atribuir á un individuo del bello sexo.

    Otro tanto se pudiera decir del libro de Primaleon, hijo y sucesor del emperador Palmerin. Los amores de don Duardos de Inglaterra, disfrazado de hortelano, con la infanta Flérida, los de Primaleon con Gridonia, y los de Platir con Sidela, contrastan singularmente con el sentimentalismo caballeresco y pudorosa modestia de Amadis de Gaula . Por otra parte, hay escenas muy tiernas, el lenguaje es menos rudo, y el argumento mas complicado que el del libro de Palmerin. Uno y otro, sin embargo, son notables bajo mas de un concepto, y muy dignos de ser leidos y estudiados, por contener una pintura fiel de las costumbres españolas á fines del siglo XV. «Todo él, dice Delicado, refiriéndose al Primaleon, es un doctrinal de andantes caballeros, donde estos podrán deprender, leyendo, á mantener justicia y verdad, é mas la mesurada vida que han de tener con las dueñas y doncellas, la cortesía y crianza con las damas, asimesmo los atavíos que han de usar asi de armas como de caballos, la gentil conversacion y el moderamiento de la ira, la observancia y religion de las armas.»

    Dedicóle su autor al mismo don Luis de Córdoba, ya por entonces duque de Sesa, y mas tarde embajador de Carlos V en Roma, á quien el Palmerin fuera antes dirigido y dedicado. Así es que se descubre en él una intencion, aun mas marcada que en el anterior, de recordar, por medio de aventuras fabulosas, los notables hechos del señor de Baena, del mismo don Luis, y aun de Gonzalo Fernandez de Córdoba, llamado el Gran Capitan. (…)
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    Re: Libros de caballerías españoles (ciclo bretón, carlovingio, greco-asiático, etc.)

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    5. LIBROS DE CABALLERÍAS INDEPENDIENTES. Tirante el Blanco.-Arderique.- Claribalte.- Cifar.—Clarian de Landanis, con sus continuaciones. Florambel de Lucea.- Don Floriseo de la Extraña Aventura.- El caballero de la Cruz, Lepolemo.- Leandro el Bel.- Félix Marte de Hircania.-Florando de Inglaterra.-El caballero del Febo.- Febo el Troyano, y otros.

    No era de esperar que la curiosidad de los lectores, sobreexcitada hasta el punto que debió estarlo por la lectura de libros como los que acabamos de analizar, y que, como toda pasion humana, requeria y necesitaba cebo proporcionado, quedase satisfecha con la publicacion de una docena de tomos, que, en último resultado, no hacian mas que referir las hazañas de dos casas privilegiadas: los Amadises y Palmerines. Ni tampoco se podia presumir que fuese tal el respeto por aquellos antiguos modelos, que los escritores en este género continuasen reduciendo sus obras á los estrechos limites de una familia. Así es que luego salieron á luz historias aisladas y sin conexion alguna con aquellas, las cuales, aunque muy inferiores en mérito, alcanzaron, sin embargo, favor bastante entre los lectores, cuyo gusto, cada vez mas corrompido, necesitaba de nuevos y extraños ingredientes.

    Ya en el siglo XV se habia impreso por dos veces, una en Valencia (1490), otra en Barcelona (1497), el célebre libro de Tirant lo Blanch, tesoro de contento y mina de pasatiempos, como le llamó Cervantes (parte 1, cap. vi.), escrito en tres partes y en lengua valenciana por Juan Martorell, caballero de dicha ciudad, y continuado despues de su muerte por mosen Martin Juan de Galbá, á instancias de la noble señora doña Isabel de Loriz. Martorell, que comenzó su obra en enero de 1460, y se la dedicó á don Fernando de Portugal, hijo del infante don Alfonso, primer duque de Braganza, de quien ya dijimos en otra parte haber sido muy aficionado á este género de lectura, declara haberle traducido, primero del inglés al portugués, por ruego de aquel principe, y despues al valenciano para que sus paisanos pudieran disfrutarle. Por otra parte, tambien el continuador, Galbá, dice haber traducido del portugués el libro cuarto, que él añadió como continuacion de la obra ; de donde el docto Clemencin creyó poder inferir que el Tirante existió íntegro en dicho idioma. Mas prescindiendo de que ni del Tirante inglés ni del portugués han quedado mas noticias que las que el mismo Martorell nos da en su prólogo, y sabida la invariable costumbre de los escritores de este género de libros, quienes, sin excepcion alguna, que sepamos, pretendieron siempre haber hallado sus originales en lengua caldea, griega, húngara e inglesa, no hay razon alguna para suponer que el escritor valenciano fuese mas verídico en esta parte de lo que lo fueron el autor ó refundidor del Amadis de Gaula, el de la continuacion de Tristan de Leonis, el de Oliveros y Artús, y otros que le precedieron.

    Como quiera que esto sea, el pasaje en que Cervantes habla de este notable libro está concebido en términos tan oscuros, que no puede saberse si efectivamente le elogia, ó si quiere burlarse de él y de su autor, como lo hizo mas adelante del sardo Antonio de Lofrasso. Nosotros nos inclinamos á que su intencion fué elogiarle, fundándonos en las palabras <tesoro de contento y mina de pasatiempos», con que ya antes le calificó, y en que, bien considerado su argumento, debió parecerle á Cervantes mucho mas natural y plausible que el de los demás libros de caballerías, que con tanta gracia criticó. Los acontecimientos que en la obra se refieren nada tienen de sobrenaturales é imposibles; son pocos los magos y encantadores que en ella juegan; algunos de los caractéres están bien sostenidos y pintados de mano maestra, el plan de la historia bien dispuesto, y Tirante muere al fin en su cama, haciendo testamento, y sin asistir, como el de Gaula, á las hazañas y proezas de sus rebiznietos.

    A pesar de su volúmen y tamaño, el tomo de Tirant lo Blanch se ha hecho excesivamente raro, no conociéndose en España mas ejemplar que uno, y ese fallo de hojas, que fue del marqués de Dos-Aguas, y se conserva hoy dia en la biblioteca de la universidad de Valencia. No lo es menos la version castellana que, con el titulo de Tirante el Blanco, de Roca Salada, caballero de la Garrotera, hizo en 1511 un anónimo, é imprimió en Valladolid Diego Gudiel. Sobre esta hizo su version italiana, en 1538, Lelio Manfredi, y mas tarde le publicó en francés el conde de Cailús; pero conviene advertir que el libro castellano no es version fiel del valenciano, sino solamente un extracto mal hecho del libro de Martorell.

    A poco de publicarse el Palmerin de Oliva (1511), y casi al mismo tiempo que el Amadis de Gaula, se imprimian en Valencia otros dos libros de caballerias por industria del tipógrafo Viñao, editor del célebre Cancionero de burlas. Intitulábase el uno Libro del esforzado caballero Arderique, y el otro, El caballero de la Fortuna don Claribalte. El primero salió á luz en 1517, anónimo, y como traducido de lengua extranjera á la nuestra castellana, y del segundo, impreso dos años despues, en 1519, se confesaba y reconocia por autor el célebre capitan y cronista de las Indias, Gonzalo Fernandez de Oviedo, declarando que le «traia á noticia de la lengua castellana». No habiendo logrado ver aquel, y no teniendo de este mas noticias que las muy ligeras que pudimos tomar años atrás en Paris, no sabrémos determinar á qué género pertenecen uno y otro; pero, si no recordamos mal, el libro de Oviedo parecia mas bien imitado del Tirant lo Blanch que del Amadis de Gaula, y se recomienda mas por la gallardía de su estilo que por su argumento, que es pobre y trivial.

    Poco mas podrémos decir de la Crónica del caballero Cifar, impresa en 1512, y en la que ya se deja percibir el elemento moral, que tanta parte tuvo despues en la confeccion de este linaje de libros; tampoco nos detendremos en analizar la de Clarian de Landanis, de 1518, atribuida a un tal Jerónimo Lopez, y continuada mas tarde con las aventuras de Floramante de Colonia y Lidaman de Ganail; ni la de Don Floriseo, por otro nombre llamado el Caballero del Desierto, que escribió el bachiller Fernando Bernal, y continuo despues con los hechos de su hijo, Don Reimundo de Grecia, y por último, la portuguesa de Don Clarimundo, compuesta por un historiador tan grave y autorizado como el célebre Juan de Barros; todas las cuales fueron impresas antes del año 1520, y pueden ser consideradas, si no todas, las mas, como imitaciones del Amadis.

    A estas siguieron de cerca Florambel de Lucea , en cinco partes, de las cuales tan solo nos son conocidas la primera, impresa en Valladolid en 1532, y la cuarta y quinta, de 1549, y el libro de Don Florindo, el de la extraña aventura, acerca del cual y de su autor nos podremos extender algo mas, por tener delante un ejemplar de dicha obra, una de las mas raras en su género, no habiéndose impreso mas que una sola y única vez. (…)

    Es muy notable este libro, porque en él se hallan como confundidos y mezclados todos los elementos hasta entonces empleados en este género de obras. Hemos visto que su argumento es hasta cierto punto histórico (si historia puede llamarse la relacion que su autor hace de sucesos mas ó menos verdaderos, sobre todo cuando los supone acaecidos en tiempo de Mahoma y del rey de España Pirro), lo cual no quita que haya gigantes, castillos encantados, islas desiertas, y otras cosas de este jaez. La intencion moral está bien clara: en todas partes se manifiesta el autor enemigo de los vicios, y principalmente del juego, á que los caballeros jóvenes de su tiempo se entregaban con furor; así es que no pierde ocasion de reprenderlo y afearlo.

    El Caballero de la Cruz, Lepolemo, es otro de los libros que componian la librería de don Quijote. Imprimióse por primera vez en Sevilla en 1543, y su argumento es muy sencillo. Maximiano, emperador de Alemania, estuvo casado con Demea, hermana del rey de Polonia, en quien hubo un hijo, llamado Lepolemo, el cual de pocos meses fué robado, con su nodriza, por unos corsarios turcos, y vendido por esclavo en Túnez. Allí es bien tratado de su amo, un moro panadero, criándose entre aquellos infieles, aunque profesando la religion cristiana, y poniéndose desde muy chico una cruz roja en los pechos, por donde obtuvo mas tarde el nombre de Caballero de la Cruz. Un rico mercader del Cairo, llamado Arfaxat, compra mas tarde á Lepolemo y le lleva á Egipto, y á su muerte, acaecida poco despues , el caballero y otro compañero suyo, tambien cristiano, entran en la servidumbre del infante Zulema, hijo del Soldan. (…)

    Este libro de caballerias en muchas cosas se diferencia bastante de los de su clase. Las aventuras, aunque maravillosas, no son increibles; la geografia está menos perturbada que en otros de la misma especie; la escena pasa siempre en Egipto y en los estados adyacentes de Africa, como Túnez, Tripoli, Quirvan (Cairowan) y otros. En vez de enanos y doncellas, siempre fieles mensajeros en estos libros de caballerías, son clérigos y capellanes los que llevan de una parte á otra las cartas y los recados. No hay en la obra encantamientos ni filtros amorosos, ni demandas, ni padrones, ni desafios, ni torneos, ni mas gigante que Morbon ; los hechos de armas del caballero, aunque grandes, no son sobrenaturales, y sobre todo, son producidos por y causas racionales y verisimiles. El cronista Xarton, que á instancias y ruegos del infante Zulema escribió los famosos hechos del caballero de la Cruz, es un morillo vulgar, en nada parecido al sábio Alquife, ni á la reina Zirfea, ni á Galersis , ni á ningun otro de los encantadores y nigromantes que figuran en las historias de los Amadises con el doble carácter de historiadores y de brujos. Aunque versado en las artes mágicas, Xarton era hombre de buena intencion y crianza, que jamás con sus artes hizo enojo á nadie, y la única vez que interviene en la presente historia es para regalar al caballero un brazalete de oro, como preservativo y talisman de toda clase de encantamientos. De manera que bien puede decirse que este es un libro de caballerías rebajado, pues aun cuando conserva aun la forma y estilo de los antiguos, ha perdido mucho en el fondo.

    El nombre de su autor nos es enteramente desconocido; pues aun cuando se sabe que Pedro Luxan escribió mas tarde una segunda parte ó continuacion de él, no nos parece esto razon suficiente para atribuirle la primera, como algunos escritores han hecho con sobrada ligereza. El supuesto original, escrito en arábigo por dicho Xarton, se dice fué hallado en Túnez por el mismo intérprete castellano, quien, en su dedicatoria al conde de Saldaña, dice haber trabajado su version en aquella ciudad; circunstancia que, unida á sus conocimientos no vulgares de la geografía, usos y costumbres del Africa Septentrional, nos induce á creer que es obra de alguno de los muchos cautivos que por aquel tiempo gemian en las mazmorras de Argel y Túnez.

    En 1562, y no antes, salió á luz en Toledo una segunda parte del Lepolemo, con los Hechos de Leandro el Bel, su hijo. Su autor no se nombra en ningun lugar del libro, segun la antigua costumbre de los que se ocupaban en este género de escritos; mas en la epistola con que dirige su obra á don Juan Claros de Guzman, conde de Niebla, primogénito de don Juan Alfonso de Guzman, duque de Medina-Sidonia, se declara serlo el autor de los Colloquios matrimoniales y del Doceno libro de Amadis, es decir, Pedro Luxan, quien le escribió en los ratos que pudo hurtar á sus estudios.

    Desde luego se advierte que el que escribió esta segunda parte no pudo ser autor de la primera, o si lo fué, debió cambiar radicalmente así su estilo como sus ideas en la materia; porque, en lugar de presentar, como aquella, una narracion natural y sencilla de sucesos hasta cierto punto verosimiles, y que mas bien que de un libro de caballerías, parecen ser los de una antigua crónica, vemos reproducidos en esta aquellos incidentes maravillosos, aquellas fantásticas visiones y temibles aventuras, de que echaron mano Feliciano de Silva y otros escritores del mismo jaez. (…)

    Hemos visto ya que al terminar la segunda parte del cuarto libro de Don Florisel, Feliciano de Silva anuncia haber la emperatriz Archisidea dado á luz un hijo, llamado Félix Marte, lo cual prestó quizá ocasion y motivo á Melchor Ortega, vecino de Ubeda, para escribir su Félix Marte de Hircania, que dedicó á Juan Vazquez de Molina, consejero de Felipe II, suponiendo que le escribió en griego el grande historiador Philosso Atheniense, y que le halló, traducido al toscano, entre los libros de la célebre biblioteca Columbina de Sevilla. Ninguna relacion, sin embargo, tiene el héroe de este libro con el de Feliciano de Silva, como pudiera inferirse del nombre; aquel fué hijo de Florisel y de Archisidea, y este de Flosaran de Misia, cuyas disparatadas aventuras ocupan, con las de su hijo, la mayor parte del libro. En el cuerpo de la obra el autor le llama indistintamente Florismarte y Félix Marte, lo cual explica por qué el licenciado Pero Perez, en el donoso escrutinio de la librería del hidalgo manchego, le llama de aquella manera.

    Por el mismo tiempo (1545) se imprimia en Lisboa la Cronica del valiente y esforçado don Florando de Inglaterra, hijo del esforçado principe Paladiano, en cuatro libros, que se dicen traducidos del inglés. El autor, que no se nombra, cuenta en él las grandes y maravillosas aventuras á que don Florando dió fin por amores de la hermosa princesa Roselinda, hija del emperador de Roma; circunstancia que nos induce á creer que, tanto este libro como el Félix Magno, que compuso en 1531 un criado de don Fadrique de Portugal, obispo de Sigüenza y virey de Cataluña, debieran quizá ser clasificados entre los de la Tabla Redonda, puesto que la escena de aquel pasa principalmente en la Gran Bretaña, y el héroe de este último fué hijo de Falangris, hermano de Lisuarte y de la reina Clarinea.

    Otro libro hay muy notable, no solo por la crítica que de él hizo Cervantes, sino porque, continuado en varios tomos, forma una pequeña série de caballeros andantes como la de los Amadises y Palmerines; esto sin contar otra circunstancia, que no es para pasada en silencio, y es que algunas de sus partes se reimprimieron hasta dos veces, años despues de haber Cervantes anatematizado la caballería andante. Queremos hablar del Caballero del Febo, ó Alphebo, segun es llamado en la segunda parte, el cual fué hijo del emperador Trebacio, de quien descendia tambien Perion, rey de Gaula, el padre de Amadis. Imprimióse por primera vez en Zaragoza, en 1562, siendo su autor Diego Ortuñez de Calahorra, natural de la ciudad de Nájera. En 1580, Pedro de la Sierra, infanzon, vecino de Cariñena, en Aragon, prosiguió esta historia con los Hechos de Claridiano, hijo del caballero del Febo y de la emperatriz Claridiana, así como los de Poliphebo de Tinacria. Tambien hay tercera y cuarta partes, divididas cada una en dos libros, y escritas ambas por un ingenio de Alcalá de Henares, y por último, Pellicer, en sus Notas al Quijote, cita una quinta, que no llegó á imprimirse, y se conservaba en su tiempo entre los manuscritos de la Biblioteca Nacional de esta corte.

    Las mas notables de toda la série son, sin disputa alguna, la tercera y cuarta, obra, segun queda arriba indicado, de un vecino de Alcalá, que debió conocer á Cervantes, á la sazon estudiante en aquella universidad. Llamábase este nuevo continuador del Caballero del Febo, el licenciado Márcos Martinez, y su libro, dedicado á don Rodrigo de Sarmiento, duque de Híjar, se imprimió por primera vez en dicha ciudad en 1580. En una especie de introduccion, imitada a la que Montalvo puso á sus Sergas, finge que paseando por la umbrosa orilla del Henares, oyó los lastimosos ayes de un pastor enamorado, llamado Polio Sincelo, que se quejaba amargamente de la dureza é insensibilidad de Delia, pastora allí presente. Esta, que era casada, aunque abandonada de su marido Tolomeo, le declara, por deshacerse de él, que no conseguirá su amor mientras no penetre en la cueva del sábio Anglante; pero Polio, que sabe que cuantos han intentado entrar en el retiro del mágico, otros tantos han perecido á sus manos, queda yerto al oir tan duras condiciones, se enfurece y se arroja sobre Delia ; esta huye, y el irritado pastor la sigue en ocasion que, saliendo el autor del lugar en que oculto presenciaba aquella escena, se interpone entre los dos y derriba á Polio, que muere al punto de rabia y de celos. Prosiguiendo el autor su paseo, se encuentra con el mago Selagio, morador de la cueva del sábio Anglante, el cual, reconociendo en él al que, segun profecía de Artimidoro y Lirgandeo, sus contrarios, ha de ser causa de su muerte, resuelve quitarle la vida. Preparábase ya á ejecutar su intento, cuando se aparecen oportunamente los dos magos amigos en un carro cubierto de fuego y tirado por cuatro disformes animales. Tomando Lirgandeo la forma de un fiero grifo, combate con Selagio, transformado tambien en dragon, y le mata. (….)

    Bien dijo Clemencin que el Caballero del Febo, con sus cuatro partes, es uno de los libros mas pesados y fastidiosos que se conocen en su género, y á buen seguro que pocos habrá hoy dia que puedan vanagloriarse de haber leido los tres tomos en fólio, de letra menuda, á dos columnas y cerca de dos mil páginas, que forman su historia y la de sus hijos y nietos hasta la cuarta generacion. Es, en efecto, un sumario de cuantas puerilidades y disparates se habian escrito hasta entonces en materia de caballerías, como si sus autores, presintiendo la suerte que amenazaba á todos los libros de su clase, hubieran querido echar el resto en materia de absurdos y necedades. Los dos primeros, el de Ortuñez y el de Sierra, ni aun se recomiendan por el lenguaje ; algo mejores son, segun ya dejamos dicho, los dos de Martinez, aunque tambien peca este autor por ampuloso y pedante, habiéndose propuesto imitar á Feliciano de Silva en sus alambicados razonamientos, así como en aquellas hinchadas descripciones del Sol, de la Luna y de los elementos, que aquel solia poner al principio de los capítulos, y que Cervantes supo tan bien remedar.

    Distinto de este Alphebo, caballero del Febo, es otro Alfebo, llamado el Troyano, cuyas hazañas, juntamente con las de su hermano Don Hispalian de la Venganza, escribió el catalan Esteban Corbera en un pesadísimo libro, dedicado á doña Mencía Fajardo y Zúñiga, marquesa de los Velez, prometiendo al fin de él otro segundo, que afortunadamente no llegó á imprimir. (…)

    Aun pudiéramos decir algo del Don Cironjilio de Tracia, de Bernardo de Vargas; del Don Cristalian de España, de doña Beatriz Bernal, dama principal de Valladolid, hija quizá del bachiller Fernando Bernal, que, segun arriba dijimos, compuso la Historia del buen Duque Floriseo y la de Reymundo de Grecia, del Olivante de Laura, de Antonio de Torquemada, secretario de los condes de Benavente, que el Cura mandó arrojar al corral por disparatado y arrogante; y por último, del Policisne de Beocia, de don Juan Silva y Toledo; libros todos que, ó formaban la caballeresca librería de don Quijote, ó se hallan citados y aludidos en las inimitables páginas de aquella obra inmortal; pero nada sabriamos añadir á lo que de sus cofrades y compañeros dejamos ya sentado. Todos se parecen en el fondo, todos representan al vivo las cualidades propias de un buen caballero: valor intrépido en las batallas, amparo del oprimido y menesteroso, cumplimiento de la palabra empeñada, lealtad en los amores, galanteria con las damas, cortesanía y comedimiento con los iguales, respetuosa veneracion de los ancianos y mayores en estado, así como generosa condescendencia con los inferiores; en una palabra, cuantas dotes y cualidades constituian, á juicio de sus autores, un perfecto caballero; porque apenas se hallará uno que, al escribir tales libros , no declare ser su objeto é intencion enardecer los ánimos de los leyentes, é incitarlos a la imitacion de aquellos modelos del mas cumplido caballerismo. (...)

    Última edición por ALACRAN; 24/12/2022 a las 14:07
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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