BALTASAR GRACIAN, LA CÚSPIDE DEL CONCEPTISMO
… Párrafos enteros de aquelIos romanos (Séneca, Cicerón...) se han convertido en mano de Gracián en una sola y brillante sentencia... (Romera Navarro)
... ”Gracián, un sistemático”… (Díaz PIaja)
Baltasar Gracián (1601-1658), como Calderón, al servicio de unas ideas sistemáticamente ordenadas, expresadas mediante símbolos; satirizador implacable como Quevedo —acaso de más universales resultados— como Calderón, como Góngora, como Quevedo, cogido por el melancólico, escéptico pesimismo que la época determina: estos desengañados hombres del siglo XVII escriben para ser leídos por la minoría.
En Baltasar Gracián el propósito es —con preferencia en las obras iniciales— decididamente didáctico; su voluntad es, pues, enseñar, moralizar; se propone -como Castiglione con el hombre del Renacimiento el logro de un «cortesano» perfecto; pero resulta que las características para este «cortesano» de la España en declive, del siglo XVII, han de ser diversas; a ese fin se dirige su primer brevísimo tratado «El héroe», que publica en 1637, dos años después de haber profesado en la Compañía de Jesús; en esa obra, Gracián da normas para llegar a ser modelo de equilibrado, «ínclito» varón cristiano, perfecto en las maneras; parece ser que sobre todo en las maneras que la vida social requiere. Escuchemos al propio Gracián respecto de su propósito en «El héroe»: «Emprendo formar con un libro enano un varón gigante y en breves períodos inmortales hechos. Sacar un varón máximo...; en el libro se hallarán las normas de la perfección; el libro quiere ser… «una brújula de marear a la excelencia, una arte de ser ínclito con rocas regias de discreción»; veinte son las reglas, los consejos; veinte los «primores» que han de adornar al «cortesano».
De contenido didáctico también es el título que sigue (1640) «El político Fernando el Católico», conteniendo, junto al panegírico, las normas, de cuya observancia resultará, para Gracián el rey modélico: «… Opongo un rey a todos los pasados; propongo un rey a todos los venideros: Don Fernando el Católico, aquel gran maestro del arte de reinar, el oráculo mayor de la razón de Estado» ...
El nuevo libro, aparecido en 1642, «Agudeza y arte de Ingenio», especie de manifiesto conceptista, de interés para el conocimiento de su posición estética, algo así como: agudeza igual a genio.
Hasta 1646 no aparece «El discreto»; se compone de veinticinco breves capítulos en torno a la discreción; lo que para el «Héroe» se denominaron primores, para el «Discreto» son «realces»; el primero —el primer mandamiento del «discreto»— se titula «Genio e ingenio»: «Estos dos son los ejes del lucimiento discreto; la naturaleza los alterna y el arte los realza. Es el hombre aquel célebre microcosmos, y el alma, su firmamento. Hermanados el genio y el Ingenio, en verificación de Atlante y de AIcides, aseguran el brillar, por lo dichoso y lo lucido, a todo resto de prendas. El uno sin el otro fue en muchos felicidad a medias, acusando la envidia o el descuido de la suerte…»
Acaso el complemento de «El Discreto» sea «El oráculo manual y arte de prudencia» (1647); más bien «epítome de aciertos del vivir, pues lo es en lo sentencioso y lo conciso»; en el «Oráculo» está, pues lo anterior pero reducido a lo esencial, extractado todo, convertido en breves principios, prodigio de expresión de las ideas con escuetas palabras; veamos, ahora en el «Oráculo», el mismo epígrafe «Genio e ingenio» del «Discreto»: «Los dos ejes del lucimiento de prendas; el uno sin el otro, facilidad a medias; no basta lo entendido, deséase lo genial; infelicidad de necio, errar la vocación en si estado, empleo, región, familiaridad». El estilo seco, económico, de breves, cortados períodos; esencial, frío, telegráfico, pero eficaz; si en Quevedo advertíamos el gobierno de la inteligencia rigiendo sus variedades y sus contrastes, aquí, en Gracián, la inteligencia lo es todo, punto de partida, objeto, fin; Gracián, conciso, retorcido, lleno de contenido, escribe para la minoría; homenaje al concepto: «Lo que es para los ojos la hermosura, y para los oídos la consonancia, eso es para el entendimiento el concepto»; Gracián inteligente, encerrado en su torre de marfil, voluntariamente oscuro: «Es la sutileza alimento del espíritu»; Gracián: la cúspide del conceptismo.
La obra capital: «El Criticón» (1651); de poco le vale firmarla con nombre supuesto; no cabe duda «García de MarIones» es el P. Baltasar Gracián, el jesuita aragonés que vive y escribe entre la amargura y una cierta sonrisa; de poco le vale el seudónimo; la cosa está clara; la Compañía de Jesús reacciona contra «El criticón»; llegan severas disposiciones de la superioridad; la publicación de la primera parte de la obra determina disgustos; lo mismo la de la segunda; cuando aparece la tercera (1657), se le destierra; se le confina en Graus; quiere salirse de la Compañía; no le autorizan los superiores; al año siguiente (1658), muere en Tarazona, su último destino.
¿Se consideró que en la obra las sátiras alcanzaban a la Compañía? ¿A algunos miembros, en particular? El «Criticón» es una «novela»; una narración —alegoría, símbolos, ficciones, realidades, moralidades— cuya tesis sería: la felicidad no existe en este mundo; el tema: el peregrinar de «Critilo» y «Andrenio»— el hombre culto, crítico y el que vive en estado de naturaleza—; la primera parte, arrancando del naufragio de «Critilo» salvado por «Andrenio»; hasta el desembarco en España, transcurre por caminos realistas que cesarán para ingresar en un mundo alegórico; contra todo se dirigen los dardos de la sátira; todo; pese a la mano creadora de Dios, el hombre ha convertido el mundo en lugar de lucha; así se habla de los hombres: «tienen una lengua más afilada que las navajas de los leones, con que desgarren las personas y despedazan las honras.. . unas entrañas más dañadas que las víboras...
Sobre la naturaleza de «El Criticón» oigamos al propio Gracián: «He procurado juntar lo seco de la filosofía con lo entretenido de la invención, lo picante de la sátira con lo dulce de la épica»... Por lo tanto, realidad y fantasía, pero al servicio, mediante la sátira, de un propósito aleccionador, eje de toda la obra de Gracián; las resonancias —serían extraordinarias; las traducciones abundantes, primero las francesas— que se inician con una versión de «El héroe», en 1645.
José CRUSET, 1971
Última edición por ALACRAN; 21/07/2022 a las 14:44
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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